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Polvo turolense

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Polvo turolense

 

Necesitaba macho y lo necesitaba con urgencia, no podía aguantar más. Por suerte pude calmar mis ansias con aquel guapo muchacho que me dio todo aquello por lo que suspiraba. ¡Menuda caña me dio, no lo olvidaré en mucho tiempo!

 

 

Me encontraba cachonda como una perra. Un ardor bien conocido me subía entre las piernas, haciéndome sentir bajo las bragas el coñito sensible y dispuesto a todo. Necesitaba macho y lo necesitaba con urgencia, no podía aguantar más. Por suerte pude calmar mis ansias con aquel guapo muchacho que me dio todo aquello por lo que suspiraba. ¡Menuda caña me dio, no lo olvidaré en mucho tiempo!

Me encontraba de vuelta a Valencia tras pasar unos días con mis ancianos tíos a los que había ido a visitar al pueblo. Unos días de relax y vacaciones nunca vienen mal y más tras aquellos duros y complicados meses en el trabajo. Necesitaba desconectar de todo, también de Ramiro con el que las cosas en los últimos tiempos parecían ir cada vez peor. No nos entendíamos, cada vez menos y también eso me hizo escapar aquella larga quincena para olvidarme de él, aunque tampoco dejé de pensar en ambos y en si realmente aquello seguía valiendo la pena.

Disfruté de los antiguos amigos y de las cosas que hacíamos muchos años atrás, largos paseos disfrutando el placer de caminar por la vereda junto al río, el sol naciendo o poniéndose por encima de nuestras cabezas. Unos venían de Barcelona, Zaragoza o Madrid los más, de Valencia o Cuenca los menos, encontrándonos de nuevo tras mucho tiempo de no hacerlo. En el pueblo había poco o nada que hacer, salir por las mañanas al aperitivo antes de la comida y luego la interminable siesta hasta que el sol se apagaba lentamente ya bien entrada la tarde. Por la noche a la plaza o al bar a cascar de viejas cosas, recordando antiguas anécdotas casi olvidadas que nos hacían reír nuestras tímidas malicias propias de la pubertad. En el pueblo volví a encontrarme con Luis, mi primer amor si así puede llamarse al primer amor veraniego de una. Lo cierto y verdad es que de esos primeros amoríos y escarceos es de los que una nunca se olvida. Volvimos a charlar como antes, como tantos años atrás, al menos hacía quince años que no nos veíamos. Charlamos entre amigos, fuimos intimando poco a poco y una cosa llevó a la otra, acabando una noche estrellada en una era retozando encima de él entre besos cortos y robados.

Lo que no habíamos hecho tiempo atrás lo hicimos entonces, nos gustábamos y eso no se podía esconder. Luis me deseaba lo mismo que yo le deseaba a él de eso no había duda. Ambos habíamos madurado y desarrollado nuestros cuerpos convenientemente todos aquellos años. Ya no éramos dos niños, sino un hombre y una mujer con ganas de gozar el uno del otro. Como nosotros había otras muchas parejas y cada cual supo buscarse las castañas del mejor modo que supo o pudo. Con Luis no estuvo mal, la verdad no sabía cómo podía resultar y lo cierto es que debo reconocer que me sorprendió gratamente.

Aquella noche estrellada, entre besos cortos y robados y en aquella era alejada del pueblo. Observados por el manto silencioso de estrellas iluminando la escena que ambos formábamos. Sentada sobre Luis, nos comíamos a besos mientras las manos nos corrían arriba y abajo por encima de las ropas. El primer beso me hizo recordar aquellos ingenuos y llenos de candidez que me robó de adolescentes. Sus labios sobre los míos haciéndome notar el nerviosismo que le invadía. Pero aquello era ya muy distinto a lo que de jóvenes vivimos. Se lo hice saber llevando mi mano a su vientre lo que le hizo sonreír sorprendido. No quería que me imaginara fácil pero sí que conociera mi fuerte interés hacia él.

En la era y de forma un mucho incómoda, aunque aquello nada me importó entonces, me entregué a Luis. Subiéndome la falda y bajándome luego las bragas a la altura de las rodillas, me dejé besar por él, correrme la entrepierna arriba y abajo, temblando toda yo al notar sus labios y la lengua por los muslos. Muy lentamente bajaba y subía, encendiéndome entre suaves gemidos del mismo modo lento. Con las manos me agarraba a su espalda a través del punto de su fino jersey. Me sentía cada vez más cachonda y mis gemidos ya no engañaban. Su lengua corriéndome la rajilla me hacía alcanzar el séptimo cielo. Me corrí en su boca, bebiendo Luis mis jugos viéndole el rostro brillar bajo la poca luz que nos cubría.

Luego le tocó a él. Deseaba conocerle de un modo mucho más íntimo, conocer bien lo que podía ofrecerme y lo que con ello podía llegar a hacerme sentir. Deseaba entregarme a él y en ese momento supe que Luis lo deseaba tanto como yo. Tumbada boca arriba aprovechó para cogerme los pechos por debajo de la camiseta, acariciándolos lentamente para después chuparlos y lamerlos arrancándome con ello un estallido de júbilo Los noté duros y firmes bajo sus labios, los pezones puntiagudos como siempre se me ponen cuando saben hacérmelo bien. Las manos bajaron por los costados hasta alcanzar los muslos, cuya piel para entonces se mostraba plenamente erizada por el deseo. Yo le pedía más agarrándome allí donde podía, tomándole la cabeza entre los dedos, arañando la tierra bajo mis uñas, notándome arder deseosa de su sexo.

Haciéndole incorporar le acaricié por encima del tejano, sintiendo aquello tan duro que a no mucho tardar seria mío. Ambos respirábamos afanosos, con la mirada brillante me lo decía todo y yo con mi mucha experiencia supe bien cómo tratarle. Besándonos de forma salvaje, comiéndonos las bocas, mordiéndonos hasta casi gritar conseguí con dificultad bajarle la cremallera tras haber soltado la hebilla del cinturón. No hablábamos, sólo gemíamos y sollozábamos débilmente camino del siguiente paso. Abriéndole el pantalón empecé a masturbarle por encima de la tela del slip. Un gran bulto descubrí, un gran bulto en el que años atrás ni siquiera había pensado pues cada cosa tiene su momento. Luis gimió pidiéndome en voz baja seguir y yo con la mano fui removiendo el enorme bulto arriba y abajo, sintiéndolo crecer sin remedio bajo mis dedos. Arriba y abajo una y otra vez y creciendo desmesurado el agradecido músculo que no buscaba otra cosa que verse libre.

Y entonces, callados los dos y entre el silencio de la noche que nos envolvía, se la saqué viendo su sexo brillar duro y cabeceante entre mis dedos. No pude reprimirme y se la chupé de forma experta, lamiendo el glande con leves lengüetazos que le hacían vibrar, metiéndola en la boca para después sacarla y lamerla de abajo arriba alcanzando nuevamente la reluciente cabeza. Una felatio completa le hice, alargando aquello todo lo posible pese al imparable deseo que Luis mostraba. Con las manos el muchacho acompañaba mis movimientos, la cabeza arriba y abajo cada vez que me metía el grueso capuchón en la boca. Enredando los dedos en mis cabellos, disfrutando el chupeteo que le daba. Tomando velocidad para detenerme cuando le veía cercano a la explosión final. Le chupé de nuevo de abajo arriba, haciéndome luego con las bolas que aparecían duras del mucho semen que debían almacenar. Me hubiese encantado probarlo pero tenía otras ideas en mente en esos momentos.

Le dije si tenía algún preservativo y por suerte sí lo tenía, sacándolo del bolsillo trasero del tejano para desgarrar entre los dientes y con celeridad la funda del mismo. Metido en la boca, se lo puse con la misma celeridad cubriendo el pene para enseguida acompañar el látex hasta la base. Boca arriba del mismo modo que antes, quedé frente a Luis con las piernas dobladas y algo elevadas. Con un grito de triunfo le pedí que lo hiciera.

Cogido su sexo entre los dedos, Luis se acercó quedando completamente tumbado sobre mí. Bajo él, me removía lentamente provocándole con ello. Entre las piernas podía notar el bulto rozarme peligrosamente. Me notaba mojada bajo su roce, moviéndonos acompasados mientras con las manos le mantenía abrazado. Junto al oído y en voz baja casi inaudible le dije que me la metiera. Lo hizo gritando yo complacida, un breve grito de placer y dolor al tiempo con el que consiguió desarmarme por completo. Cerré los ojos apretándole más contra mí, sintiéndome llena de su barra de carne que me quemaba las paredes de la vagina.

Un rato largo permanecimos quietos de aquel modo, abrazados el uno al otro sin decir palabra solo disfrutando lo cálido del momento. Cruzando las piernas tras Luis comenzamos a movernos, primero despacio para poco a poco ganar en velocidad. De ese modo y en la conocida posición del misionero me folló con gran placer para ambos. Adentro y afuera, elevándose para de repente volver a caer encima con toda la fuerza de su peso. Me ahogaba cada vez que lo hacía, plantándole las manos en sus nalgas desnudas, apretándole con fuerza al clavarle las uñas como si así pudiera sentirle más.

Masturbándome el encendido botón mientras él no paraba de hundirse, ahora deprisa para de pronto quedar quieto sobre mí bufando entrecortado. Subí la pierna sobre su hombro, tomándome él del muslo al empezar de nuevo a follarme con lentos movimientos adelante y atrás. Me encantaba aquello, Luis me lo hacía de maravilla y no tardé en correrme de nuevo entre gemidos ahogados. Mordiéndome el labio inferior, sonreí inquieta mirándole con el gesto perdido. Respiraba con dificultad, acallando Luis con sus besos mis débiles sollozos satisfechos. Hablamos entre susurros unos segundos, recuperándome lentamente del orgasmo obtenido.

Haciéndome levantar, se sentó sobre una gran y lisa piedra que le sirvió de perfecto asiento. Con una sonrisa sincera, me animó a acompañarle nuevamente. Lo hice tomando asiento sobre él y al momento quedé llena una vez más. Los brazos tomándole por detrás de la cabeza al tiempo que él me rodeaba cogida por la cintura, volvimos a movernos de forma lenta y acompasada. Mientras, Luis chupaba y lamía mi cuello con lo que me excitaba aún más. Removí el trasero facilitando el coito, estaba tan mojada que tan pronto sentía sus huevos pegados como me elevaba como si de la mejor amazona sobre su montura se tratara. Subía y bajaba, tenía experiencia en eso y además era una de mis posturas favoritas.

Tomamos velocidad, sus manos agarrando con fuerza mis nalgas y aquel dardo golpeándome las entrañas con violencia. Los ojos cerrados, me dejaba llevar por mi amante que no cesaba en sus movimientos sensuales y llenos de ritmo. Yo no hacía otra cosa que pedirle más y más, que deseaba sentirle dentro y que siguiera hasta el final. Luis comentó que le faltaba poco para llegar al orgasmo. Al saberlo, reclamé que se corriera. Quería que lo hiciera igual que yo lo había sentido. Adentro y afuera, cogidos de las manos para finalmente permanecer abrazados el uno al otro entre espasmos nerviosos. Se corrió primero él, para segundos después hacerlo yo al notar sus dedos viciosos jugando con mi entrada trasera. Sonreí complacida tras el último orgasmo alcanzado, tal vez se lo diera.

Así pues, lo que había quedado pendiente entre ambos, al fin habíamos podido cumplirlo muchos años después. Los días siguientes el culo me escocía del roce de las piedras y la tierra pero ello no fue óbice para que volviéramos a hacerlo, eso sí en lugares mucho más cómodos para ambos.

Las despedidas nunca han sido lo mío de manera que aquella no lo fue menos, quedando para vernos en Madrid o en Valencia según nuestras ocupaciones nos lo permitiesen. No estábamos lejos el uno del otro, de forma que imaginamos no tardar en volver a vernos.

Una fría y desapacible mañana me despedí de mis pobres tíos en el andén de la estación de autobuses. El viaje era un poco odisea pues varias eran las paradas y luego tenía que tomar en Zaragoza el autobús que me llevara a Valencia. Pillando mi asiento con ganas y despidiéndome de mis tíos a través de la sucia luna, enseguida me cubrí con las gafas de sol tratando de dormir un buen rato. Dos horas largas quedaban hasta Zaragoza.

La estación de buses de Zaragoza comparte espacio con la de tren y, para quien no la conozca, se trata de una especie de enorme cámara frigorífica donde uno no puede hacer otra cosa más que coger una buena pulmonía. Con el billete entre los dedos miré el cartel de llegadas y salidas para, seguidamente, dirigirme cargada con mis cosas a la cafetería donde me relajé disfrutando de un reparador café. Lo necesitaba.

Tras acabar el mismo, encaminé mis pasos al andén correspondiente. Apenas restaban quince minutos, el tiempo de dejar las cosas, mostrar el billete y de nuevo en ruta. Pero aquel segundo viaje iba a resultar de lo más movido y placentero. Mientras esperaba el momento de subir al bus, pude comprobar la presencia de un compañero de viaje de lo más interesante. Masticando el chiclé entre los dientes, eché mano de las gafas de sol para subirlas levemente y poder gozar la imagen más que sugerente de aquel macho que formaba parte de mi misma expedición.

Camiseta negra bajo la que se vislumbraba una figura más que apetecible, unos tejanos grises, sandalias y la cabeza cubierta por una gorra roja. A simple vista le eché unos veintiocho años, a los treinta pensé que no llegaba lo que suponía todo un desafío para una casi cuarentona como yo lo era. Hablaba con un par de chicos con los que al parecer compartía viaje. Tan negros como él pero puedo asegurar que en esos momentos solo tenía ojos para semejante espécimen. Mis ojos no le perdían de vista, siguiendo cada uno de sus movimientos. Subimos al autobús y mi asiento se encontraba enfrentado al de su fila unos cuatro asientos más atrás. Intenté tranquilizarme pero ciertamente me costaba. Sentí un calor subirme el cuerpo, una especie de sofoco que me corría entera. Bebí un largo trago de agua.

Nos pusimos en marcha y con los auriculares puestos, traté de olvidarme de tan deseable presencia. No lo conseguí claro. Los kilómetros pasaban y mi maliciosa cabeza no hacía más que imaginar un montón de situaciones en compañía de aquel apuesto moreno. Me noté pronto cachonda y deseosa de él. No sabía cómo pero debía abordarlo como fuera. Mi loca cabecita no paraba de dar y dar vueltas imaginándome junto a él. Mientras, el chico charlaba con sus amigos, ajeno por completo a mis turbios pensamientos. Bajo el vestido, el sexo me quemaba y de forma disimulada tuve que darle alivio llevando la mano abajo. A mí lado nadie había y en la otra fila dormían apaciblemente de forma que mi mano empezó a trabajar entre mis piernas. No podía gemir lo que hacía aquello mucho más depravado. Me acomodé hacia atrás y, con los ojos clavados en el muchacho, fui masturbándome levemente. La tela de la braga echada a un lado, los dedillos se enredaron entre los labios de mi sexo. No quise cerrar los ojos por si alguien me sorprendía en tan sucio menester. No podía entretenerme mucho y por otra parte, el morbo de la situación me provocaba la necesidad de algo rápido y precipitado.

Me corrí en silencio creyéndome en brazos de aquel negro, aguantando las ganas de gemir y gritar mi placer, sintiendo la humedad en mis dedos que, tras volver a llevar la tela a su sitio, conduje entre mis labios saboreando el calor de mis jugos. La parada en Teruel se aproximaba, debía aprovechar mi oportunidad.

Teruel es una ciudad pequeña, una de las más pequeñas del país. Sin embargo, su belleza y atractivo es grande mezclándose de forma perfecta lo mudéjar con el paisaje agreste que la rodea. Veinte minutos -anunció el conductor en voz alta para que todos nos diéramos por enterados. Bajamos pues, sin que en ningún momento perdiera de vista a mi presa. Debía abordarlo abiertamente y eso es lo que hice. Con la mejor de mis sonrisas y pese a la compañía de los otros, le pregunté si podía hablar con él. Sonriéndome algo sorprendido me respondió que podía hablarle. Con un ligero carraspeo y sonrisa nerviosa, contesté que mejor habláramos a solas. Creo que entendió mis intenciones al instante, como lo hicieron sus amigos a los que escuché reír divertidos mientras nos veían alejarnos camino de un lugar más apartado.

De otros viajes anteriores conocía bien los baños de la cafetería, los cuales resultaban mucho menos frecuentados que los generales de la estación. Cogido de la mano, hacía ellos nos encaminamos. Me sentía imparable y exigida en mis deseos. Tanto rato pensando en él y en lo que podría hacerme, junto al escaso tiempo del que disponíamos hacía la situación mucho más sugestiva. Entramos al baño de hombres en tromba, por suerte estaba vacío. Ya dentro del pequeño cubículo y en busca de intimidad, cerré ansiosa el pestillo de la puerta.

-          Bésame muchacho –mi voz musitó en un susurro al tiempo que con las manos lo atraía hacía mí.

El moreno, como yo, entendió el poco tiempo del que disponíamos y enseguida se  puso manos a la obra. Me besó con furia como yo hacía con su boca de labios gruesos. Pronto la lengua húmeda y cálida visitó la mía en un beso lleno de lascivia y lujuria contenida. Las manos empezaron a pelear con las ropas, subiéndole las mías la camiseta hasta quitársela. Me emborraché con su torso velludo, pasándole la lengua arriba y abajo para seguidamente apoderarme de uno de sus pezones sobre el que titilé la lengua haciéndole bramar. Sin pedir permiso me hizo volver y sus manos de largos dedos se apoderaron de la fina tela del vestido haciéndolo subir. Mi culo blanquecino quedó en todo su esplendor frente a él. Lo golpeó con un manotazo seco arrancándome con ello un gritito excitado.

-          ¿Te gusta muchacho? –pregunté removiéndolo e invitándole a seguir.

-          Menuda putita estás hecha… nunca me había pasado algo así –contestó con gesto admirado.

Volví a remover el culillo, mientras con las manos me encontraba firmemente sujeta al frío de la puerta. Una de esas puertas de lavabo, llenas de marranadas escritas y números de teléfono en busca de contacto. Respiraba afanosa, animándole con mis claros gestos que no daban lugar a la duda. Bien apoyada en el suelo, abrí las piernas hasta quedar perfectamente dispuesta.

-          Hazlo, lo deseo –casi grité con la cabeza echada atrás al cruzar la mirada con aquellos ojos tan negros y oscuros.

Escuché la cremallera del tejano bajar. Contuve la respiración, ya mismo le tendría dentro de mí. Sin poder verla, reconocí los movimientos masculinos a mi espalda y pronto una generosa presencia se pegó a mí. Cerré los ojos mientras con la tela a un lado reconocía el sexo masculino tratando de introducirse entre las paredes de mi sexo. Entró con facilidad gracias a lo muy mojada que me encontraba. Primero la cabeza y luego el resto del miembro hasta tener buena parte del mismo metido. El macho agitado quedó quieto un breve instante, permitiendo que me acomodara a su horrible masculinidad. Sin apartar la mirada de la suya, le dije que continuara. Comenzó a follarme sin más, a buen ritmo y con velocidad pues el apremio así lo demandaba. Me notaba completamente llena, tan grande parecía aquello que me traspasaba.

Tomada de las caderas nos movíamos en busca del mutuo placer, acompasados el uno al otro al ritmo frenético que nos dábamos. Los ojos en blanco, el polvo aquel me volvía loca. Tener al macho deseado dentro de mi coñito, golpeándome furioso sin un ápice de descanso me hacía sentir satisfecha y hambrienta de más.

Por desgracia no teníamos mucho tiempo más, el autobús pronto marcharía de manera que le animé a acabar. El moreno me preguntó si podía irse dentro a lo que, en un momento de locura insensata, asentí con un movimiento leve de cabeza. Bien agarrado a mí, comenzó a moverse furibundo, adentro y afuera, adelante y atrás, una, dos, tres veces y así hasta el infinito, clavándose con violencia en mí, los huevos batiendo entre mis redondeces traseras apeteciendo aquella cadencia incansable. Me tenía loca, tuve que morderme el brazo para no gritar la emoción que me embargaba. Con un último golpe de riñones noté la calidez masculina correrme entre las piernas. Todo había acabado al fin. Escapó de mi interior con un sonido seco y entonces reconocí parte del líquido blanquecino gotear en el suelo del baño.

-          Ha sido tremendo –dije volviéndome a él dándonos un beso suave y delicado. Venga arréglate, el autobús no espera –exclamé al volver ambos a la realidad.

Tras vestirnos con prisas, escapamos a la carrera del baño alcanzando al vuelo el autobús donde cada cual quedó aparcado en su respectivo asiento. Pude verles cuchichear, seguramente preguntándole por lo sucedido. Enseguida sus compañeros prorrumpieron en amplias risotadas, golpeando las palmas los unos con el otro como forma de aprobación. Por mi parte y sin hacer caso, me acomodé en busca de descanso. Esos polvos anónimos, tan rápidos e intensos la dejan a una bien agotada y feliz. El coñito me ardía bajo la braga, con parte del orgasmo masculino recorriendo mi interior. Casi no había habido besos ni caricias, sin hablar apenas el uno con el otro, solo follar como posesos. No sabía su nombre ni él el mío pero poco importaba aquello. Lo que sí sabía es que aquel había sido uno los mejores polvos que había disfrutado, intenso y agotador. Necesitaba dormir un rato.

El bus continuó viaje hacia Valencia. Cansada tras el buen rato vivido, echando la cortinilla a un lado busqué descansar cerrando los ojos un tiempo que no puedo determinar con precisión. Imágenes varias con mi guapo moreno llenaron mi sueño de movidas escenas de lo más truculentas y ardientes.

Desperté con un punto de desasosiego, aparté la cortina y observé la tarde venirse abajo poco a poco. Goteaba mínimamente sobre la luna del autobús, aquello no duró más de cinco minutos. Valencia se aproximaba y con ello la noche no tardó en hacerse presente. Enseguida mis ojos cayeron sobre la nuca del muchacho. Me notaba todavía caliente, aquel apresurado polvo no había sido suficiente para mí. Tenía ganas de mucho más, de entregarme nuevamente al guapo moreno y conocernos aún mejor. El coñito me quemaba reclamando lo suyo, provocando en mi interior cierto nerviosismo hecho ya verdadera desazón. Los kilómetros caían uno tras otro… le deseaba, le deseaba tanto que me levanté caminando presurosa hacia el baño. Pasando a su lado, golpeé disimulada y de forma nada premeditada el hombro que sobresalía levemente del asiento. Continué sin excusarme, pero bien conocedora del contacto conseguido. En el baño apenas me observé en el espejo, humedeciendo y retocándome el rostro. Me sonreí perversa, lanzando un sonoro lamento antes de salir. Al pasar a su lado clavé la mirada en el joven, sin prestar la más mínima atención a los otros. Una nueva señal aquella en espera lo que apetecía que más tarde sucediera.

Las primeras luces y edificios de Valencia nos recibieron, comenzando la gente a prepararse a bajar como si no hubiese un mañana. Todos preparados para bajar a la carrera en busca de sus cosas. Continué tranquila en mi asiento, contemplando la luz roja del semáforo antes de ponerse finalmente en verde. Blasco Ibáñez adelante para quedar parados ante un nuevo semáforo. Creía que no llegábamos nunca a la estación como seguro pensaba más de uno. Finalmente el conductor pidió entrada, marchando a continuación al andén correspondiente.

Ahora sí, busqué abandonar pronto el amplio vehículo sin perder de vista un solo instante la turbadora presencia, En esos momentos me sentía como el cazador que trata de atrapar el mejor de sus trofeos. Tenía que estar con él de nuevo, no iba a dejar que escapara. Me los encontré a los tres en el maletero recogiendo los bártulos y, abordándole sin reservas como ya había hecho, le pedí con falsa timidez si podía cogerme mis dos pequeños bultos de mano, mezclados entre los del resto del pasaje. De puntillas y sin hacer caso a sus alucinados amigos, me agarré a su brazo y, acercando la boca al oído, le susurré que le esperaba en la cafetería de la estación, que no tardara.

Dejándole allí plantado, escapé a la carrera camino de la escalera de acceso a la primera planta. En la cafetería me notaba impaciente por encontrarme con él. Estaba bien segura que vendría. Tras lo de la tarde, no iba a ser el primero en negarse a mis encantos. Con la mochila a la espalda y el par de bultos en el suelo, le vi subir las escaleras entre la gente para después despedirse de sus amigos. Sonreí para mí misma, sin poder evitar el morder levemente el labio inferior.

-          Aquí estoy, dígame qué quiere… -volví a escuchar su voz grave.

-          Quiero estar contigo. – le respondí directamente sin poder evitar un mínimo nerviosismo.

-           Suena bien la verdad pero tengo que ir a trabajar con mis compañeros.

-          Por favor, no me hables de usted, me haces sentir mayor –exclamé quejosa.

-          ¿Cuándo tienes que estar en el trabajo? –pregunté sin darle tiempo a replicar.

Con el mismo tono grave comentó un pueblo cercano a la ciudad y que por la mañana a primera hora les esperaban. Suficiente para mí –pensé mientras le invitaba a pasar la noche en mi piso de separada, asegurándole que por la mañana le acercaba al trabajo. Sí, debía estar completamente loca por llevar a casa a un completo desconocido con el que apenas había cruzado palabra pero con el que, por otra parte, había disfrutado de lo mejor de él… Y lo mucho más que podía llegar a hacerme sentir en su compañía.

Dudó un breve instante lo que aproveché para, con mis más pérfidas artes, pegarme a él plantándole un beso con el que busqué abrir sus labios. Respondió al beso y supe que con ello tenía la batalla ganada. Tras separarnos, dijo que le dejara volver con sus compañeros para decirles que no le esperasen.

-          De acuerdo, pero no tardes –contesté con impaciencia.

Mostrándonos muy modositos en el taxi, me lo llevé a casa. Media hora larga y nos encontrábamos en el ascensor, comiéndonos ya las bocas. Aquellos gruesos labios conseguían sacar lo peor de mí. En el rellano y entre las cosas que llevábamos me costó horrores abrir la puerta. ¡Al fin dentro! Loco por entero, me atrapó contra la puerta pegándose con urgencia a mí, Nos besamos con desesperación, uniendo las bocas, mordiéndole los labios hasta hacerle gritar. Me mordió entonces él a mí, diciéndome que iba a saber lo que era bueno. Reí sus sucias palabras, descubriendo con entusiasmo lo muy lanzado que estaba.

Busqué subirle las ropas, descubriéndole el torso que comencé a lamer con lascivia. Arriba y abajo, observando el efecto que en el moreno producía. Nuestras miradas clavadas la una en la otra, las manos masculinas recorrían mi figura con evidente sapiencia. Sobre las caderas apretándolas entre los dedos, alargándolas más tarde hasta bajarlas a los muslos que descubrió firmes y deseosos de sus caricias. Teníamos toda la noche para nosotros, allí en la soledad del hogar podríamos disfrutar de todo el tiempo del mundo. Deseaba gozar de mi joven manjar, me relamía los labios solo pensar en ello.

Las expertas manos continuaban excitándome, dejándome magrear por ellas mientras nos besábamos de forma apasionada. Le di la lengua y me dio la suya, mezclándolas, jugando con ellas, golpeando una con otra hasta acabar la suya enredada en la mía en el interior de la boca. Me dejó sin respiración. Los dos estábamos muy locos y salidos.

Agarrándome las manos las subió arriba y, dueño por entero de mí, se apoderó del cuello chupándolo perverso entre mis grititos entregados. Yo no paraba de gemir, sollozando entrecortada, pidiéndole más y más. ¡Dios, qué locos!

-          Bésame muchacho, bésame… Dios, qué loca me tienes…

Mi apuesto acompañante nada dijo, supongo enteramente sordo a mis palabras. Seguro que tan excitado y rendido a su tarea se encontraba, que nada que pudiera decirle le haría parar. Sin hacer caso a mis palabras, siguió lamiendo y chupándome el cuello, dándole suaves mordisquitos de tanto en tanto que tuvieron la virtud de hacerme sentir en la gloria. Una corriente eléctrica me corría el cuerpo de un extremo al otro, abrazándole con fuerza hasta hacer caer una de mis manos sobre su trasero. Los gemidos y lamentos del uno se confundían con los del otro. Atrapándole el rostro entre las manos se lo acerqué al mío, besándole con malsana desesperación. Y de nuevo volvieron las lenguas a enredarse en el interior de mi boca, aquella lengua cálida y húmeda tratando de explorar el interior hasta dejarme sin respiración.

-          Espera cariño… espera… necesito una ducha, estoy tan cachonda –confirmé mientras me desasía con dificultad de entre sus garras.

Tomado de la mano, le hice acompañarme por la casa. De camino, conseguí encender el calentador y el agua y para el baño que nos fuimos. Una vez dentro me envolvió entre sus brazos y una vez más los besos desenfrenados y frenéticos del moreno trataron de hacer de las suyas.

-          Espera, esperaaaaaaaa –me deshice de él como pude hasta quedar enfrentados uno al otro.

-          Espera cariño, tenemos todo el tiempo del mundo… no quiero un polvo rápido, ¿entiendes?

Al momento estábamos el uno junto al otro, besándonos y acariciándonos de manera mucho más relajada y distendida. Con la intensidad de su mirada clavada en mí, sonrió y subió lentamente la mano a través de mi espalda. No pude evitar que un largo suspiro satisfecho escapara de mis labios. Le miré yo también, respondiendo a su sonrisa intensa con la mía pícara y que tantas cosas auguraba. Elevándome sobre los pies, alcancé sus labios ofreciéndole un tímido piquillo.

-          Desnúdame quieres –sollocé en un casi inaudible susurro.

El joven moreno, sumiso a mis órdenes, se apoderó como horas antes de la fina tela del vestido, haciéndolo subir hasta desaparecer por la cabeza con rapidez. Las manos cayeron sobre mi culillo y, temblando toda yo, gemí en voz alta disfrutando la presión de sus dedos. Dejé que continuara, suspirando hondamente. Las manos corriendo por la espalda, soltó el cierre para luego ayudarle con mis brazos dejando caer el sujetador a los lados. Mis pechos quedaron a la vista y el muchacho no pudo más que devorarlos con gesto de deseo. Pasé la lengua humedeciendo los labios con premura, me gustaba la sensación de sentirme deseada de aquel modo.

Cogiéndole la cabeza le invité a probarlos, lo que hizo hundiéndose en ellos. Entre mis lamentos complacidos, pasó la lengua por ellos, primero uno y luego el otro, lamiendo y chupando los pezones hasta acabar envolviéndolos con los labios. La excitación creció en mí, permitiéndole continuar agarradas mis manos a sus cabellos.

-          Sigue muchacho, sigue así… me gusta mucho eso…

Unos segundos más estuvo así, jugueteando con mis pezones al tiempo que con las manos agarraba los pechos aprisionándolos con fiereza. Echada la cabeza atrás, sollocé de puro placer. Sabía hacerlo, desde luego que sí… me estaba poniendo bien cachonda.

-          Me estás poniendo enferma maldito. ¡Eres bueno! –confesé entre espasmódicos temblores.

Pero entonces aquello continuó, haciéndolo todavía mejor. Haciéndome volver de espaldas, se pegó por detrás y pronto noté una mano explorarme por encima de la fina tela de la braguilla. La respiración masculina golpeándome la nuca, el calor creció exponencialmente. La otra mano magreándome el pecho entre los dedos y cómo por debajo trataba de deshacerse de la delicada prenda.

-          ¿Qué haces maldito? ¿Qué pretendes hacer conmigo? –murmuré débilmente.

-          ¿Acaso no te gusta?

-          Claro que me gusta… me estás volviendo loca.

Cerré los ojos en espera de su próximo movimiento. Extrañamente, me relajé dejándome hacer por el calor de sus manos. Cayendo sobre el cuello, sus labios comenzaron a lamerlo de forma obscena, resbalando la lengua arriba y abajo hasta acabar apoderándose del pequeño lóbulo. Apreté los labios ante tan lasciva sensación. Agarrada a lo primero que pude, me corrí como una jovencita con el primero de sus amantes. Los ojos fuertemente cerrados, las piernas parecían fallarme y suerte tuve de estar sujeta por mi hermoso moreno, de otro modo hubiese probado el frío suelo del baño.

Tras el placentero orgasmo obtenido, abrí los ojos como si de un mundo lejano volviera. Giré el rostro hacia él y me dejé besar con exquisita delicadeza. Gemía y sollozaba levemente, recuperando el resuello entre los débiles besos que nos prodigábamos. La braguita húmeda de mis jugos, el muchacho enseguida prolongó el tórrido avance. Sin darme descanso, la mano se introdujo bajo la prenda comenzando a pasar y repasar los dedos por encima del vello. Bajando la mano hasta la suya, logré a duras penas escapar a su dominio. Sonriéndole, me deshice de la braguilla para acabar al momento dentro de la ducha. Abrí el grifo y dejé que la fría agua resbalase sobre los pechos, que todavía notaba excitados del anterior sobeteo.

-          ¿No me acompañas? –pregunté con evidente inquietud. El deseo por tenerle a mi lado resultaba de todo punto inexcusable.

-          ¿Eso quieres? –preguntó a su vez con un punto claro de malicia.

-          Oh, no me hagas sufrir más quieres –casi grité sabiéndome devorada por su mirada.

Con rapidez le vi desnudarse, cayendo al suelo una a una las ropas. Contuve la respiración al observar el bulto que el bóxer a duras penas guardaba. Sujeto de los lados, lo bajó dejando escapar el miembro que hasta entonces tan solo había podido sentir en mi interior. Grande, rocoso y firme, quedé absolutamente pasmada viéndolo saltar palpitante y libre hacia delante. La boca se me hizo agua, viéndolo contraerse ante mí.

-          ¡Joder muchacho, qué cosa más grande gastas!

-          ¿Te gusta? –interrogó presuntuoso sin parar de bambolear en el aire aquello.

Sin decir nada más, entró conmigo quedando a mi espalda para aprovechar y deslizar algo de jabón por mis senos. Gemí agitada al notar el frío líquido sobre mi piel.

-          Uffff, está frío.

En la posición en la que estábamos me sentía frágil y entregada por completo a sus deseos. El joven macho masajeó mis tetas, esparciendo el jabón sobre ellas con movimientos lentos de las manos. Paso a paso fue ganando velocidad, al ritmo que las manos se removían con mayor facilidad. De ese modo, me fue satisfaciendo mezclándose agua y jabón por encima de mi piel.

-          Me gusta, está fría pero me gusta –exclamé bajo el roce de las manos.

Sin embargo no tardé en volverme.

-          ¿Me dejas jugar con eso? –reclamé descubriéndole tan duro y excitado como segundos antes.

El negro y travieso pene se veía algo caído hacia abajo. No tardaría en tenerlo elevado para mi disfrute. Me relamí de placer solo de pensarlo. Con destreza, me escabullí camino del suelo hasta enfrentar el grueso animal. El agua de la ducha, golpeando furiosa el suelo, suponía en ese momento el único sonido alrededor de la escena que ambos formábamos.

-          Deja que te la coma cariño –declaré al tiempo que con suavidad tomaba aquello entre los dedos.

-          Claro nena.

Lentamente la pajeé arriba y abajo y pronto la llevé a la boca, sacando la lengua para jugar con el glande. Ahora sí, abrí la boca entregada por entero al noble arte de la felatio. Con los ojos cerrados, abrí los labios todo lo que mi boquita daba hasta conseguir atrapar el recio miembro. Una vez dentro no me costó chuparla en busca de su placer. Adelante y atrás, adentro y afuera, el negro miembro fue escapando y llenándome la boca, envolviendo el glande entre mis fauces. Me sentía sedienta de mucho más, chupé y lamí del modo experto que mi edad me permitía. No era aquella la primera que me comía. Bien sujeto entre los dedos, lo devoré sin descanso, chupando una y mil veces enganchada al músculo complaciente.

Escupí sobre ella, volviendo a la carga con ansias renovadas. Me sentía ahora cómoda y dueña por completo del duro animal. Masajeándole arriba y abajo para así acompañar los movimientos de mi boca, el pene aparecía ya morcillón entre los labios. Le pajeaba despacio y sin prisas, la mano recogida alrededor del tronco ofreciéndole el deleite que necesitaba. Con la mano en los huevos, tragué carne hasta la mitad sin poder ir más allá. Tan enorme era. Sacándolo en un momento de respiro, lamí el glande para empezar a jugar con el mismo de manera perversa. La lengua por encima, jugueteando hasta golpearlo dos veces haciéndolo elevarse soberbio.

-          Parece que le gusta –comenté burlona.

Y de nuevo adentro, tratando de meterlo entero hasta verme obligada a soltarlo al empezar a toser. Era demasiado grande, enorme, negro negrísimo y las venas se marcaban a lo largo del tronco, orgulloso y firme entre mis dedos. La cabeza moviéndose con rapidez, me ayudé de la mano en un movimiento veloz y difícilmente soportable. Chupé y chupé del grueso champiñón, abriendo ahora los ojos para comprobar el efecto que en mi amante conseguía.

Joven y poderoso como lo era, me animó a continuar con mis turbias caricias. Sin duda, aguantaba aquello y mucho más. Una vez más busqué tragarla, deseando tenerla toda para mí. Pero era tan grande que me resultó imposible hacerlo. Así pues me conformé sacándola y volviendo a jugar con el oscuro glande, para seguidamente recorrer el tronco desde la base hasta arriba, pasándole la lengua hasta engullir una vez más el temible bálano. Pasé la polla por encima de la lengua, atrapándola entre los labios y acabé comiéndole los huevos, teniendo bien sujeto el tallo hacia arriba. Se los comí pajeándole sin darle respiro. Dentro de mi boca, el moreno aprovechó para ser él quien me follaba, moviéndose con total libertad adelante y atrás. Necesitaba respirar y tuve que sacarla de mi boquita.

-          ¡Joder qué animal! –pensé para mí intentando darme descanso.

Tomándola entre mis pechos, quedó recogida con lo que me dediqué a masturbarle de aquel modo. Eso le gustó pues él mismo comenzó a resbalar entre las tetas, en una cubana de lo más interesante.

-          Qué duro te has puesto… me encanta.

El movimiento de mis tetas se hizo más rápido y brusco, apareciendo y desapareciendo el mango frente a mí. El glande descapullado se veía brillante de mis caricias y con un grito de júbilo dejé que me las follara. Con mis ardientes palabras le animaba a seguir, deslizándose inquieto en todo su poderío de joven macho.

Pero era ya hora de otra cosa de manera que, dejándole escapar, la enganché entre mis manos pajeándole a lo largo del tronco. Una última vez a la boca, mientras me masturbaba yo misma con fiereza y en pocos segundos me encontré lista para que me follara.

-          Muchacho, es tu turno –declaré bien segura que lo haría.

Y de espaldas a mi hombre, me pegué a él notando aquello tan duro contra mis nalgas. Me removí picaruela y enseguida nos separamos, sintiendo al muchacho buscarme la entrada. Le pedí que lo hiciera y, el miembro hecho hierro ardiente, se instaló mínimamente en mí hasta quedar parado. Contuve la respiración, la mirada perdida en el azulejo de la ducha y al momento levanté la pierna apoyando suavemente el pie en el saliente de la misma. De ese modo, la follada se hizo fácil para el joven, moviéndose primero despacio para enseguida coger un mayor impulso.

Estaba tan mojada que notaba la facilidad total con la que resbalaba en mi interior, saliendo y entrando hasta notar los huevos pegados. Toda la polla dentro, supliqué que siguiera con aquella combinación de dolor y placer entre las piernas. Tomada del cuello, cerré los ojos al ser yo misma la que echaba el trasero atrás acompañando así los ataques del chico. El coñito me ardía por la presencia infame de aquel enorme monolito que me traspasaba hasta lo más hondo de mi ser. Bajé los dedos a la entrepierna y empecé a masturbarme tratando de buscar algo de alivio.

-          Muévete muchacho, muévete deprisa… así sí…

-          ¿Le gusta así señora? –la voz ronca y jadeante cubriéndome la nuca con su aliento.

-          ¡Oh sí, fóllame toda… lléname entera!

Y de ese modo lo hizo, traspasándome hasta sentir su barra de carne clavada, para volver a salir y de nuevo introducirse entero llevándome contra la pared. Un grito ahogado lancé, temblándome el cuerpo por la emoción. Cogida de las caderas me folló a su entera disposición, con su tremenda potencia de vigoroso macho golpeando sin descanso.

-          ¡Joder, joder… me matas, me matas… sigue, sigue!

-          Ahhhhh sí sí… no te paresssss –aullé en mi total locura.

Pero no me hizo caso, parando el muy ladino y escapando entre mis gruñidos de queja. Con extrema suavidad acarició mis húmedas nalgas, pasando las manos sobre ellas. Volví a gruñir sin saber bien lo que pretendía. Jadeaba afanosa, respirando entrecortada y buscándole con mis movimientos atrás que el moreno evitaba con presteza. Me moría por que siguiera con aquello.

En la penosa posición en que me tenía y abriéndome las nalgas con las manos, noté sus dedos acariciarme. Adelante y atrás encontrando al fin la rajilla. Suspiré gozosa. Yo misma le ayudé en la caricia, juntando mis dedos a los suyos por encima de la pelambrera del pubis. La humedad del agua, unida a la espuma del jabón ayudaba en la tarea. Los dedos vivarachos corrían aquí y allá en busca del tesoro apetecido. Plantándome los labios en el cuello, escuché su voz bronca y pesada decirme:

-          Está muy cachonda… me gusta…

-          ¿Y cómo quieres que esté maldito? –respondi removiéndome exaltada.

Vuelta hacia él su boca se unió a la mía de manera leve, casi sin sentirla para separarse echándose atrás. Su mano por mi pierna me llevó a una situación de angustia de la que querer escapar. Sin embargo, allí continué notando los dedos correrme el muslo con cierto descaro. Sollocé de sorpresa al entrar en mi empapado sexo. Primero uno y luego otro, me penetraron ayudados por la humedad extrema en que me hallaba. Tirando el culo hacia él, abrí las piernas todo lo que daban.

Los diabólicos dedos empezaron a moverse con rapidez pasmosa, entrando y saliendo de entre mis labios, recorriéndolos con firmeza, pasando y repasando por encima del tierno botoncillo que se encendía de pasión cada vez que lo hacía. Un calor extremo me llenó el cuerpo, no tardaría en correrme con sus cálidas caricias. Intenté retirarme pero el joven no me dejó, bien sujeta como me tenía. Entre sus manos me retorcía, gemía, bramaba agitada conteniendo a duras penas el aliento. Y así, sin defensa alguna, me folló y folló trabajándome el clítoris e introduciéndose en mi interior aquel par de diablos hechos dardos ardientes. Finalmente me corrí, los cabellos mojados cubriéndome el rostro mientras por abajo miles de sensaciones se combinaban en un orgasmo intenso y agotador.

-          Eres bueno muchacho. Supiste bien el momento en que parar dejándome bien encendida.

-          Es mucha la experiencia acumulada –respondió con sonrisa taimada, centelleantes los ojos por la pasión a la vez que me daba a probar mis jugos.

-          ¡Oh, sabes cómo provocarme… eres malo! –exclamé mostrando mi completa satisfacción.

Nos besamos acalorados, las manos por cada una de nuestras formas, tan pronto arriba como mucho más abajo. Me encantaba verle así de loco por mí, el modo cómo respondía a cada una de mis caricias.

-          Tú también sabes cómo provocarme preciosa.

Echando la mirada abajo, observé el estado lamentable en que se encontraba. Estaba caliente, completamente empalmado y con ganas de continuar. Pajeándole sin dejar de besarnos, el moreno levantó una de mis piernas y al momento estábamos follando, enfrentados el uno al otro. Cogida del muslo y con fuertes golpes de riñones me penetraba con fiereza. Yo me dejaba hacer, mucho más fuerte que yo no podía hacer otra cosa.

-          Dale, dale con fuerza… métemela toda.

-          Qué cachonda eres.

-          Sí cariño sigue, me matas, me matas…

Bufando con fuertes bramidos, me penetraba con golpes bruscos y secos elevándome con cada uno de ellos. Tanta fuerza se daba que tuve que agarrarme a su brazo mientras ahogaba mis gritos mordiéndole el hombro. El chico gritó con aquello, quedando ambos parados entre palabras sucias y ayes entrecortados.

Con la mano se apoderó del pecho, apretándolo con los dedos hasta hacer brotar de mis labios un nuevo grito quejoso. Todavía le tenía dentro, aprovechando mi hombre para comenzar a deslizarse ahora de forma pausada. Me estremecí entre sus brazos, los ojos en blanco dejándome amar de aquel modo tan maravilloso. Mis sollozos y lamentos volvieron a llenar el cuarto, agarrada a su espalda, arañándosela al dejar correr los dedos sobre ella. Los ojos cerrados, me dejaba llevar por su potencia animalesca. ¡Dios, no paraba de darme sin descanso! Me corrí una vez más casi sin esperarlo, alcanzándome el orgasmo como si un ciclón me visitara. Volví a caer sobre su hombro, mordiéndolo flojamente para no gritar.

Tras un breve descanso en que nos besamos y comimos voluptuosos las bocas, entre los dedos le pajeaba el vigoroso músculo echándole la piel adelante y atrás. Me encantaba eso tan grande y duro que tenía. Nuevamente adentro como si no nos cansáramos de hacerlo y por mi parte puedo asegurar que así era. Pegados como lapas, me daba con saña, con fuerza y velocidad, una y mil veces llenándome entera con su joven vitalidad. El guapo y fornido moreno me enlazaba por la cintura y desde arriba podía yo ver el poderoso dardo entrarme de manera violenta.

-          Fóllame muchacho, fóllame… dámelo todo… córreteeeee –le pedí sintiendo mi orgasmo llegarme.

Mordí mis labios con desesperación, acariciándome por encima de la vulva en respuesta a tan brusca follada. El coito se prolongó algo más, acallando él mis lamentos con sus besos sensuales. Bajando la mano rocé sus huevos, duros y cargados del semen que guardaría.

-          Estás cargado –exclamé sin dejar de acariciarle perversa. Dámelo vamos, damelo todo...

Saliendo de mí, le atrapé la polla y masturbándole furiosa conseguí al fin el premio tan deseado. Se corrió sobre el vientre, saltando el líquido blanquecino por los aires. Tanto tiempo aguantando, la corrida resultó abundante y copiosa viendo yo correr la leche sobre el abdomen palpitante y cansado. El semen cuajado y viscoso se mezcló con los pelillos oscuros de mi pubis. Deslizándome al suelo saboreé los últimos estertores del placer, lamiéndolos con enfermiza delectación hasta dejar su sexo limpio de fluidos.

Aquella noche y en el dormitorio volvimos a hacerlo, sacando de mí muchos otros orgasmos con los que dejarme saciada. El móvil lleno de mensajes y llamadas perdidas, evidentemente al día siguiente el pobre muchacho no fue a trabajar, descansando por la mañana de la ajetreada noche que habíamos vivido. Quedé hecha polvo puedo jurarlo… aunque a él no le fue mucho mejor…

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