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Morbos oscuros. La provocación del Diablo

en Sadomaso

Lo que van a leer a continuación es en su mayor parte ficción. No obstante, ello no significa que carezca de base real absolutamente. Es cierto que mi madre falleció no hace mucho todavía, y algo de lo aquí narrado ocurrió realmente, más o menos deformados los hechos en aras de la novelación de los mismos. Además, deben pensar que incluso lo que no sucedió me hubiera excitado que lo hiciera. Por eso está en mi mente y ha dado lugar a la redacción de este relato, plasmando en él anhelos y fantasías de todo lo que pudo llegar a haber sido. Siéntanse libres de escribirme para comentar sobre ello, sin temor a ofender en su trato. Para eso sirven estas páginas de la Red de redes. Para quitarnos la careta amparados por el anonimato que ofrece y jugar un poco a liberar los demonios que se esconden en la oscuridad de nuestra alma.

Sí les pediré en cambio que no me pregunten qué partes son reales y cuáles ficcticias. Prefiero dejarlo su imaginación. Pienso que gran parte de la capacidad de excitación de este tipo de historias está, precisamente, en la magia de un mundo mental en el cual no se sabe a ciencia cierta qué es real y qué fantasía. La luz es enemiga de la magia, la mata al arrojarla sobre ella, y el encanto de la literatura se encuentra más a gusto en ese universo de sombras, mezcla de tinieblas y claridad, en el que nada es seguro ni falso a ciencia cierta. De ahí que, desde siempre, hayan ejercido sobre nosotros esa fascinación irresistible esos héroes legendarios a caballo entre el mito y la realidad (Gilgamesh, Ulises, el rey Arturo…), en cuyas figuras jamás sabremos dónde acaba la Historia y dónde empieza la leyenda.

En fin, no me enrollo más. Les dejo con el relato. Uno muy perverso en esta ocasión, tocando morbos que muchos considerarán sagrados y que deberían respetarse. No nací para eso.

…………………………………………..

Hace tres años mi madre enfermó. O más exacto sería decir que su enfermedad se manifestó. Hasta entonces había estado incubándola sin que supiéramos nada. Fue a hacerse una revisión debido a ciertos síntomas que no sabíamos a que podían deberse exactamente, y salió la carta de La Muerte en la baraja, para sobrecogimiento y pasmo de todos. El médico le dio alrededor de nueve meses de vida, no más de un año con casi total seguridad. La noticia cayó como una bomba en casa, claro. Una gran tristeza y un gran dolor. Pueden imaginarse.

Al cabo de un par más o menos desde su diagnóstico, su estado comenzó a deteriorarse notablemente. Hubo que empezar atenderla, cada vez más. No mucho después, ya permanecía casi todo el día sentada en el sofá o tumbada en la cama. Tenía claro que, mientras pudiera, quería permanecer en su casa. Los hospitales no le gustaban. ¿A quién le gustan? Incluso nos comunicó su voluntad de, si fuera posible, morir allí, despidiéndose del mundo arropada por los suyos en el que había sido su hogar.

En ese tiempo, comprenderán, mi actividad sexual se redujo al máximo.  Yo había publicado la noticia en mis cuentas de Tuenti y Facebook, pero mucha gente no se enteró. Para esas alturas, la que hasta entonces había sido la única que había tenido en lúltima, alcanzó el límite del número de agregados permitido, y hube crear una segunda. Y luego una tercera. Demasiada gente. Amigos, follaamigos, ciberamigos, conocidos, meros agregados... Muchos, muchísimos, me escribieron para hacerme llegar su apoyo y consuelo, pero también hubo otros muchos a los que no llegó la noticia. Seguían éstos escribiendo para pedirme citas, decirme groserías excitantes, etc. Yo les explicaba entonces y ellos, muy correctos, pedían perdón bastante acongojados tras conocer mis circunstancias. Yo, con una triste sonrisa, los tranquilizaba desde el teclado. "No pasa nada, no te preocupes. Tú no lo sabías". Y ellos ya no me molestaban más. Cuando volvían a escribir, era para preguntar por el estado de mi madre y el mío. Un cielo todos ellos.

Un día me envió privado alguien muy que se revelaría bastante especial. Uno de esos agregados que andan en tu lista sin que sepas muy bien cuándo ni por qué los aceptaste. Sus primeros mensajes no cautivaron tu interés, y después tan sólo has mirado los siguientes muy por encima y con desgana, contestando pocas veces con ninguna. De esos que eliminas cuando, de tanto en tanto, haces limpieza en tu cuenta.

Como a los demás, le expliqué mis circunstancias del momento, quedando en espera de su respuesta disculpándose con cierta impaciencia. Es la clase de gente con la que no te apetece hablar, pero has de guardar la corrección y esperar a que te conteste para disculparle.

No lo hizo. No escribió para pedir perdón.

-¿Y a mí qué coño me cuentas?

Quedé pasmada al leer aquello. En modo alguno podía haber esperado una contestación como esa.

-¿Perdón...?

-No lo sé.

-¿Qué es lo que no sabes?

-Si te perdono.

¡Estupefacta! ¿De qué iba ese payaso?

-No te estoy pidiendo perdón, tarado . Te estoy inquiriendo. 

-Inquiriendo ¿por qué?

-Por lo que has dicho.

Iba a cortar la conversación. Aquello era absurdo. No tenía por qué aguantar a ese idiota. Manejé el ratón para buscar la opción de bloqueo. Acto seguido,lo  eliminaría de mi lista y out.

-Que a mí qué coño me importa la puta de tu madre, te pregunté. No creo que hagan falta muchas luces para entender una pregunta como esa.

Sentí una descarga eléctrica recorrer mi cuerpo. Hirviendo de pura ira, accionada en mi interior la rabia como por un resorte.

-Lo que le ocurra a la vieja me trae sin cuidado. Que se joda.

No sabía que contestar. Eran tantas las cosas que quería decirle, que se agolpaban en mi mente y no sabía por dónde empezar. Si lo hubiera tenido delante, probablemente le habría estampado algo en la cabeza.

Luego sentí que aquello me excitaba. Fue como una revelación. De repente, algo rn mí que no era furia se hizo notar en mi interior. O quizá sí lo era, pero encauzada a través de una vía que no resultaba, en modo alguno, la esperable. Tenía tantas ganas de matar a aquel bastardo, que de momento se me hizo irresistiblemente atractivo.

-¿Y en que estás interesado, Antonio?

-En lo mismo que todos, supongo. Porque imagino que no seré el único que te escribe.

-No, no lo eres. Pero los demás no me dicen lo que me has dicho tú.

-Son hipócritas. Les importa la cerda de tu madre lo mismo que a mí, pero ellos intentarán hacerse ver a tus ojos preocupados. Con ello no buscan consolarte. Se harán los amiguitos para intentar ganar puntos a tu vista y acercarse a ti. Buscamos todos lo mismo. Lo que le ocurra a esa guarra nos trae sin cuidado.

¡Me estaba poniendo cachondísima! Ver insultar así a mi madre me ponía muy furiosa, y eso me calentaba. Muchísimo.

-¿Y qué es eso que todos buscáis?

-Follarte. ¿Qué coño va a ser? Me interesan tus tetas, tu culo y tu coño, no tus ideas, tus planes, lo que piensas... Eso te lo preguntarán los demás para hacerse los simpáticos e intentar ganarte a través del diálogo vacío. Yo soy distinto.

-Ya lo veo.

Aun así, consiguió ganarme el muy cabrón con su estrategia de ataque, vejación y ofensa despiadada. El que no albergue un intenso morbo masoquista en su alma, que no intente comprenderlo. Sería un imposible.

Comenzamos así a hablar, totalmente cautivada yo por aquel ser de tan excitante maldad y perversión. Ahora era suya, para el rato que andáramos chateando, y durante éste me hizo aquellas preguntas que, según él, y casi seguro tenía razón, eran las que realmente todos deseaban hacerme. Cómo son mis tetas, si blandas o duras, erguidas o caídas... cómo mis pezones, si de color oscuro o claro, si grandes o todavía de cría, cómo las areolas que lo rodeaban... si follaba mucho, si me gustaba que me dieran por el culo, sí me tragaba la leche cuando se corrían en mi boca o las copias... Yo le contesté a todo ello cumplida y sinceramente. Pero no era eso lo que buscaba. Estaba bien, me excitaba, y más en las circunstancias del momento que vivía coma en el cual, se supone, la mente no puede estar en esas cosas. La mía lo estaba. Y el pensar que mi madre padecía la enfermedad que la llevaría a la muerte en la habitación de al lado, elevaba mi temperatura corporal hasta el punto de ebullición. Pero yo quería más. Que me vejara refiriéndose a ella directamente. Se lo insinuaba y me desesperaba porque no me entendía. Sic...ingenua de mí. Claro que me entendía. Tan solo se hacía de rogar. Disfrutaba viendo cómo me degradaba buscando aquella perversión.

Acabó entrando en ella de nuevo, claro. Al principio, empleando todo tipo de insultos y palabras soeces para referirse a mi progenitora. Después, profundizando, fue yendo cada vez a cosas más fuertes. Me pedía fotos de ella para pajearse y correrse sobre su imagen. También me pidió otras recientes, de ella durante su enfermedad, en la que se le vieran las tetas o desnudas. Yo conseguí grabar algún vídeo de muy poca calidad, colocando el smartphone con la cámara activada mientras la vida va a cambiarse o algo así. Evidentemente, la toma fija daba como resultado que se saliese continuamente de plano o se colocara de forma que no se veía nada. Aun así, conseguí algunas buenas tomas, en las que se le veían bien las brevas. El muy cabrón me aseguró que iba a compartirlas en Internet, y yo sentía mi coño encharcar con la idea. Cuando le conté lo de mi sucia afición preadolescente por los condones usados y el deleite con que me los llevaba a la boca para sorber y beber su contenido con placer, la idea le pareció súper excitante y, tras pajearse furiosamente hasta correrse como un bisonte, se le ocurrió una nueva perversión. Me pidió entonces que fuera a conseguir algunos de esos condones, para, tras volver a casa con ellos, derramar la leche de macho contenida en ellos sobre la comida de mi madre y mi familia. Ustedes ya saben que había hecho cosas así. El pensamiento de volver a hacerlo, ahora con mi madre enferma de muerte, llevo mi calentura hasta el nivel de fundición. Realmente sentí mi mente a punto de colapsar de morbo.

Por supuesto, hice todo aquello que me pedía. Cuando ya llevábamos un par de meses así hablando, estando ya mi madre permanentemente postrada en cama y con alguna dificultad para hablar, me dijo que me tenía preparada una sorpresa. Un joven vendría a visitarme a mi casa, durante uno de los turnos en que me tocaba a mí cuidar de mi madre. Tendría que dejarle hacer sin poner reparo alguno a lo que quisiera, así como obedecerle yo misma haciendo lo que me dijera. Me sentí un tanto indecisa por unos momentos. No era lo mismo fantasear y pervertirse vía chat o sin que nadie te diera, que hacer cosas a la vista de otros. Duró poco. La situación enseguida se impuso.

Aguardé con ciertA inquietud el momento, desconfiando del tipo de persona que me pudiera enviar. Realmente no hubo por qué. Cierto día llamaron al timbre y una de las vecinas que en ese momento estaba en la habitación con nosotras y se acercó a abrir, regresó diciendo que se trataba de un amigo mío, sin que pudiese yo anticipar de quién podía tratarse. Nada más verlo entrar al dormitorio, supe que era él.

Me agradó. Un chico veinteañero largo, de pelo ondulado y barba poblada. Muy en la onda de Clive James Standen, el actor que interpreta al personaje Rollo en la serie Vikingos. Realmente muy atractivo. Alto, castaño oscuro, aunque no demasiado, de complexión atlética... era muy guapo, y sus ojos chispeaban con un brillo que parecía hablar de pasiones malditas e inconfesables. Mi perverso ciberamigo no debía ser hombre en la flor de su juventud ya, eso lo había deducido por mí misma. Nunca había dicho de mostrar su aspecto mediante fotos o similar, ni insinuado nada de quedar conmigo... su forma de hablar... en su cuenta de Facebook no habían imágenes de él. Era fake y en su perfil y portada solo había fotografías de estatuas, animales... Llegué pronto a sospechar que debía tratarse de un varón de mediana edad y no muy agraciado, dada su falta de seguridad y confianza en sí mismo para presentarse ante mí. De haberlo hecho, les juro que me hubiese ido con él a la cama y adónde me hubiese pedido sin importarme en absoluto su físico. El morbo que me producía su perversa forma de concebir la sexualidad, suponía para mí aliciente comparable e incluso superior a cualquier atractivo físico. Pero, como les dije, nunca lo hizo. Jamás llegué a conocer su aspecto real.

Me saludó el chico al entrar a la habitación con un beso en los labios. Algo suave, pero que daba a entender a los allí reunidos -dos vecinas, mi madre y yo- que éramos algo más que amigos. Miraron las tres un tanto extrañadas, pero sin decir nada. El chico me sacaba bastante edad, y además yo estaba saliendo entonces con uno de la mía aproximada. Aquello me dejaba como una zorra ante los ojos de mi madre y las otras dos mujeres. Me gustó.

Paso un rato largo allí aquel día. En un momento dado, me pidió que le trajese algo de beber, y cuando pase a su lado camino de la cocina para hacerlo, me propinó una sonora palmada en el culo. Dejada ya atrás la habitación, sonreí cachonda. Aquella visita iba a dar mucho que hablar en el vecindario.

Al regresar le entregué un vaso de agua fría y me senté sobre sus piernas, sentado él a su vez en una de las sillas que habíamos colocado en la habitación para recibir a la gente. Me estaba pasando. Esa noche me esperaba una buena charla. Tampoco sería gran cosa. Desde aquel día en que domé me a mi padre, prácticamente hacía lo que me daba la gana y nadie me ponía límites. Él ya había devenido en un manso sin huevos para nada, seguramente su sincera vocación desde siempre. Mi madre por su parte, nunca hizo mucha fuerza para imponer a sus hijos. En cualquier caso, me daba igual. Estaba disfrutando aquello terriblemente, y no iba a ponerle freno.

Aun fue un poco más allá ese día, aunque no demasiado. Ubicada sobre su regazo, nos dimos un par de morreos ajenos a lo que mi madre hablaba con las vecinas. No intensos ni apasionados, pero que hablaban de desvergüenza y falta de respeto. No era momento ni circunstancias para andar con esas cosas, aquél en que la persona que te trajo al mundo va perdiendo la vida, y además en su presencia.

Esa noche hubo amago de sermón, claro. Mi padre, enterado de lo ocurrido, intentó reprocharme al principio de la cena, estando él y yo solos, mi hermano con nuestra progenitora en la habitación.

-Papá, no seas plasta. Ya sabes lo que hay. Yo soy así.

-No te digo ya nada de eso, Lidia. Pero, por lo menos, podrías reportarte un poco mientras dure la enfermedad de tu madre y en su presencia.

-Claro. Haré vida de monja y me vestiré como una hasta que esto acabe. No seas absurdo. Me duele lo de mamá, como a ti y mis hermanos, pero no puedo cambiar mi forma de ser por eso. Sería hipócrita.

No discutimos mucho más.

Nos vimos en más ocasiones. Para una de éstas, en un sábado en el que mi padre y mi hermano habían tenido que salir a hacer algunas compras para el fin de semana y yo me había quedado al cuidado de mi madre sola en casa y con la única compañía de ésta y mi hermana pequeña, me anunció que se iba a ser el día. El Día. Con mayúsculas, se supone. ¿Qué día? ¿De qué hablaba?

Me vestí algo más provocativa esa tarde, con una minifalda vaquera muy mini y un polo abotonado hasta el ombligo y con bastantes botones desabrochados. Holgado, sin ropa interior, de forma que mis tetas bailaban con libertad al son de mis movimientos.  A los vecinos que se acercaban le llamaba la atención, claro. Pasaron tres hombres y cuatro mujeres antes de que llegase mi amigo. Ellas me miraban, unas con cierta reprobación, otras como tratando de ser condescendientes. Algunas tenían hijos o hijas de mi edad, y querían entender que los chavales somos así, qué hacía aquello sin ninguna malicia. Ellos, los varones, con evidente interés mal disimulado, intentando disfrazar éste bajo una apariencia de transigencia como la de ellas. A mí me divertía la situación.

Cuando tocó el timbre de la portería mi amigo, yo misma fui a abrirle y la esperé en la puerta. De ahí fuimos a la habitación. Mi madre nos dedicó la mirada de desaprobación disimulada que parecía a guardar para él desde la primera vez que lo vio. 

Esperé ansiosa a que se marchasen las visitas. Creí que no iban a hacerlo nunca, o que antes de que lo hicieran llegarían otras que tomarían el relevo, impidiendo así que pasase nada antes del regreso de mi padre y mi hermano. Aguardaba muy excitada por conocer qué era lo que el guaperas y mi perverso y desconocido amigo de Facebook me tenían preparado.

Nada más irse aquéllas, fui al salón para tomar el paquete de tabaco y el mechero y, volviendo al dormitorio, me senté en una de las sillas y me encendí un cigarrillo. Mi madre me miró con reprobación. Hubiera protestado de encontrarse con más fuerzas. A mí me dio igual. Evidentemente, el humo debía molestar bastante a un enfermo con problemas para respirar, pero en esos momentos no estaba yo para esas consideraciones. Ya inventaría alguna excusa que soltarle a mi padre después. Si es que le daba alguna explicación.

Yo lo miré intrigada, supongo que con un brillo de expectación en mis ojos oscuros. Sonreí expectante. Él pareció encontrar de su agrado el detalle de que actuar así, pues, aunque no fumaba y probablemente también le molestara el humo, me devolvió una sonrisa cómplice y aprobadora.

Charlamos un poco sobre cosas triviales. Al poco, ya andaba yo sentada en su regazo y nos morreábamos con pasión a la vista de mi progenitora, junto a su lecho.

Esta vez no se cortó en meterme mano a las tetas el cabrón. En absoluto. Sí ya bastante desabrochado había llevado yo el polo hasta ese momento, aun desabrochó él un par de botones más para acceder libremente y sin dificultad alguna a aquéllas. Escuché a mi madre protestar algo en algún momento. No hice caso.

Sacó uno de mis pechos y lo apretó con fuerza. Luego lo masajeo hábilmente, llevándome a cerrar los ojos y echar la cabeza atrás para mejor entregarme al placer que la caricia me proporcionaba. Acercando sus labios, comenzó a lamer mi pezón, haciéndome suspirar. En un momento dado, mordió éste con cierta malicia, haciéndome dar un saltito en su regazo y soltar un respingo. Él continuo a lo suyo.

Habiendo abierto los ojos y recuperado la conciencia para el contexto con aquel pequeño sobresalto, posé la mirada entonces en mi madre, que indignada y entristecida me devolvía la suya. Me dio morbo. Me sentía muy puta.

Al cabo de unos momentos así entregada al placer, decidí que había llegado el de devolverle a mi amante parte del que hasta entonces me había proporcionado. Separándome, me arrodillé así entre sus piernas para, separándolas, ir en busca de su polla para liberarla de sujeción de tela y llevármela a la boca, comenzando a hacerle una mamada. Escuché de nuevo a mi madre balbucear algo.

-Mamá, no des el coñazo. Tú a lo tuyo. No molestes.

Al cabo de un rato así mamando, él decidió que la silla resultaba un tanto incómoda para aquel menester. Ni corto ni perezoso entonces, se levantó para, acto seguido, tumbarse en la cama junto a mi madre. A mí me hizo gracia aquello. Dejé escapar una risita.

Continúe chupándosela ahora en esa posición. Pasados unos minutos, me ordeno que le mirase a los ojos mientras continuaba aplicada a ello. Lo hice, pero, desde mi ubicación arrodillada junto a la cama, tenía que ladear la cabeza para ello, y al poco tiempo comenzó a dolerme el cuello un tanto. Se giró entonces él en su posición, sacando las piernas de la cama y apoyando la espalda en el cuerpo de mi madre,  yo arrodillada entre aquéllas. Encontré morboso el detalle. Tras dedicarle una sonrisa, volví a lo mío. 

Un rato después, ya habíamos entrado en materia propiamente dicha. Tumbada yo en la cama junto a mi progenitora, él me cabalgaba dándome rabo a base de bien. Ella por su parte, continuaba intentando balbucear algo de vez en cuando, y a mí me producía ciertas risitas que combinaba con mis suspiros.

Cambiando de postura, fui ahora yo la que coloqué mi espalda contra el cuerpo de mi madre, parte de ella recostada sobre él, mientras el guaperas sujetaba por el tobillo mi pierna izquierda manteniéndola recta apuntando al techo para, arrodillado sobre el colchón, enbestirme con energía. Con cada uno de sus envites sacudíamos el cuerpo de ella, que se quejaba molesta y quizá dolorida. Cuanto más lo hacía, más me excitaba yo y más fuerte le pedía a él que me diera.

Era una locura. Ya no pensaba en absoluto en las consecuencias. Lo que viniera después, ya se vería.

Él también entro en ese morbo insano y perverso. Era lo que había venido buscando. Y yo iba a dárselo. Todo el que quisiera y más.

Decidimos cambiar de postura, ahondando en nuestra perversión. Me coloqué así a cuatro patas, una mano y una pierna a cada lado del cuerpo de mi madre. Él se lo hizo detrás mía, arrodillado entre las de ella, y comenzó a darme fuerte de nuevo así. Yo estaba histérica, fuera de mí. Entregados al morbo, abrí más mis piernas y flexioné mis brazos para, de esa manera, bajar mi cuerpo y acercarlo al de mi madre. La idea era que mis tetas, al impulso las sacudidas fortísimas que él me prodigaba, pasarán una y otra vez sobre su cara. Dado que la cabecera de la cama quedaba muy cerca de la mía y como, cada dos por tres, aquellos envites hacían que allí se estrellara, decidimos alejar la cabeza de mi madre de ésta tirando de esos tobillos en la dirección contraria. Llevado su torso más cerca de centro del colchón, volví a colocarme en la misma posición y, ahora sí, comenzó a darme con todo lo que tenía, el pleno de su furia desbocada. Yo, perversa como la mayor de las putas de Babilonia, me agaché para restregar bien mis tetas contra la cara de ella, que casi parecía ir a ahogarse por momentos con aquello.

¡¡Por el culo!! -le grité- ¡¡Métemela por el culo!!

Y vaya si lo hizo. Me hizo ver las estrellas dándome por detrás. Realmente me llevó al séptimo cielo.

Luego volvimos a cambiar de postura, colocando yo mi pelvis sobre la cara de ella. Ahora eran sus cojones los que pasaban una y otra vez sobre ésta. Sobre sus labios, su nariz, sus ojos...

Quiso correrse en la postura del misionero. Haciéndome tumbar al lado del cuerpo de mi madre, comenzó a cabalgarme en esa posición. El muy cabrón no se resistió a tocarle las tetas teniéndola al lado. Las mías las había heredado de ella. Eran igual de grandes y permanecían expuestas, totalmente indefensa. Tentación demasiado poderosa.

Se corrió bufando como un búfalo. Había sido fantástico, estaba como transportada. Tuve que fumarme otro cigarro para relajarme. Después me levanté y comencé a arreglarme la ropa.

Miré a mi madre, que me dirigía una mirada como espantada por lo que me había visto hacer.

-No sé por qué te escandalizas. Ya sabes que soy un zorrón.

Nos reímos.

-Yo qué sé... tú verás lo que haces. Si se lo cuentas a papá...

No quería amenazarla. Solo intentaba explicarle cuál podría ser la reacción de mi él.

-No lo hará - intervino el guapo. No le dirá nada. No conseguiría nada con eso. Sólo crear mal rollo y tensión en la familia.

Tenía razón. Lo vimos en los ojos de ella. Aquel demonio y su amigo lo tenían todo perfectamente medido. Como para confirmarlo, le destapó sus tetas y le hizo algunas fotos. Luego me pidió que enseñase las mías y posase junto a ella. Me pareció aquello arriesgado, recordaba la experiencia del vídeo con los chicos de la oficina, cómo había acabado difundiéndose. No me frenó. El morbo era más fuerte.

-No hace falta que piense en denuncias ni tonterías de esas, señora. Quizá lo que he hecho pudiera considerarse abuso sexual, pero, en todo caso, sería muy leve. Me caerían algunos meses de cárcel que no cumpliría por no tener antecedentes. Eso en el peor de los casos. Usted ya estaría muerta para cuando la policía me encontrase, si es que me encuentra. No podría declarar y, aunque alguno de sus vecinos accediera a hacerlo, cosa difícil, pues la gente no quiere líos, tampoco podrían reconocerme. Cuando salga de aquí, me cortaré el pelo y me afeitaré la barba. Nadie podría reconocerme. Lo único que conseguiría denunciando, sería arruinar la relación de su hija con su familia. No creo que quiera irse del mundo dejando ese legado. A mí nunca me encontrarían y ella perdería sus lazos con su padre y sus hermanos.

>>Además, recuerde que tiene otra hija.

Había un brillo de auténtica maldad, hubiera jurado, en sus ojos y su sonrisa. Me encantó. Yo también sonreí, complaciente, dejándole entender a mi madre que le ayudaría en todo. Incluso en algo tan diabólico como lo que sugería. La expresión de ella ante aquello fue de puro espanto. Debió preguntarse qué clase de aberración había traído al mundo, supongo. O algo así.

Como invocada, apareció la chiquilla procedente de su habitación, en la cual hasta entonces había permanecido con los cascos puestos jugando a algo en el ordenador. Iba camino de la cocina y se detuvo para mirar con ojos intrigados, intuyendo perfectamente que algo raro ocurría allí.

-Haz lo que tengas que hacer y vuélvete a tu habitación, Elga –le conminé-. Estamos hablando de cosas.

Ella simplemente se encogió de hombros, mostrando su indiferencia.

-Que te den –me respondió dándonos la espalda para continuar su camino. Sonreí cuando ya lo había hecho. Me caía bien la cría. Su descaro e irreverencia conseguía ganar mis simpatías. También a él pareció representársele así, evidenciándolo con una risita.

-Una criatura deliciosa –me comentó ya estando nosotros también en el pasillo, camino de la puerta para despedirle.

-Es una niña aún, cerdo.

No era una acusación. Era en tono amistoso.

-¿Tú crees?

Lo miré con pícara reprobación.

-Quizá podrías ayudarme a comprobarlo.

Le di una palmada en el mismo tono desenfadado en el hombro. Él rió divertido.

-¡Bueno, bueno!... lo vamos viendo.

No me molestaba su depravación. Al contrario, me excitaba. Pensaría sobre eso de ayudarle a seducir a mi hermanita. Al fin y al cabo, ya andaba a las puertas de la edad en que se empieza a flirtear con los chicos. ¿Sería tan precoz ese proyecto de puta como su hermana mayor? ¿Se atrevería con un tío bueno ya hecho y derecho como éste? Dejé escapar una ligera risita ante aquellas ideas.

Le salió bien la jugada. Bueno, a medias. Mi progenitora no denunció ni dijo nada a nadie de lo ocurrido. Sin embargo, él no tuvo tan claro que no fuera a hacerlo. Abandonado al morbo, había acabado perdiendo el control y se le había ido el asunto de las manos. No había pensado llegar tan lejos. No hasta hacer algo que pudiera considerarse delito, como aquellos abusos sobre mi madre. Temía las consecuencias. No volvió a aparecer por allí ni yo a verle durante el resto del tiempo que duró la enfermedad de mi madre.

Finalmente, ella falleció. La idea de zorrear durante su funeral me resultaba demasiado sugestiva, demasiado excitante. Imposible resistir. Y además sabía que él vendría, a pesar de que hasta el contacto virtual había cortado. Contaba con ello. De haberse ido de la lengua y haber hablado con los de la chapa, lo habría sabido. Yo se lo habría dicho a él o a nuestro ciberamigo común, con el cual sí seguía chateando, y hasta es de suponer que habría salido en el periódico. Por lo demás, no podría resistirse a la tentación.

Quería que fuese algo especial. Me vestí de forma particularmente provocativa. Era una ocasión única que no se repetiría, al menos en muchos años. Había que aprovecharla. Después de muchas dudas e indecisiones, decidí que había llegado el momento de quemar las naves por fin. Todas.

Aprovechando que había quedado sola en casa, mi padre y mis hermanos ya en el tanatorio, hurgué en el armario de mi madre. Me daba muchísimo morbo la idea de poder hacer aquello con su propia ropa. La falda que iba a llevar era de las mías, eso ya lo había decidido. Mini negra y elástica, muy corta. El resto del atuendo quedaría mejor completado con su guardarropa. Yo era todavía muy joven, todo lo que tenía era de adolescente. Desenfadado y jovial, nada glamuroso y sofisticado. 

Conocía las prendas de mi madre. Para la parte de arriba elegí una camisa de gasa negra totalmente transparente. No me puse nada debajo. Sin sujetador. Mis gordas tetas se veían claramente, tal cual. Para la de abajo, medias y liguero, todo ello en negro también, por supuesto. Aquel tipo de lencería había estado hasta entonces fuera de mi alcance. Sólo de pensar que por fin podría lucirla, y más en un evento como aquél, consiguió que se me encharcara el potorro. Cogí también unos zapatos de charol negro de ella. Tacones de aguja, muy finos y bonitos. Finalmente, me recogí el pelo en un moño alto para exhibir el cuello. Encuentro tal detalle de una sexualidad muy discreta y distinguida. Me hace sentir sexy.

Me miré colocada ante el espejo de cuerpo entero del pasillo. Realmente era un putón pidiendo guerra. Decir "parecía" en lugar de "era" sería engañarles con las palabras. Hacía tiempo que el sexo había dejado de ser un juego para mí. Era ninfómana, perversa, maliciosa... No jugaba (ni juego) al sexo. Lo sentía, lo bebía, lo respiraba... lo vivía.

Me asaltaron nuevamente las dudas. ¿De verdad iba a presentarme así en el funeral de mi madre? Me surgió una risita nerviosa y agaché la cabeza meneándola.

-Estás loca, tía -me dije. Ni siquiera había podido sostenerme la mirada a mí misma en el reflejo.

"No te engañes, Lidia. Si lo haces, no te arrepentirás. Será fuerte, tendrá consecuencias y marcará un antes y un después, pero no te arrepentirás. Si no lo haces, sí lamentarás el resto de tu vida la oportunidad perdida".

Me miré a los ojos en el espejo. Ahora sí. Resuelta, que no totalmente convencida.

-Eres así. Fuego. No elegimos nuestro carácter, nuestros gustos, ni nuestra forma de ser.

Continúe mirándome mientras mi mente divagaba.

-Vamos, puta. Maquíllate como un auténtico putón y vete para allá a calentar a todo el mundo.

Dicho y hecho. Sombra de ojos, rimel, rojo pasión para los labios, mucho colorete... Me abroché la camisa hasta arriba. Pensé que quedaba mejor así, con todo el torso en un solo tono de color. 

-El negro es el color del luto, ¿no? Bueno, que no se diga. Todo de negro.

Las miradas fueron un escándalo. Había pensado llevarme alguna chaqueta o algo por si tenía que cubrirme, pero finalmente decidí que no quedaba ya espacio para medias tintas. O todo o nada, e iba a hacer todo.

Mi padre también me miró escandalizado, casi diría espantado. Fue solo cosa del primer momento, la primera impresión. No le quedaban fuerzas para enfadarse. La pérdida de mi madre le había dejado totalmente abatido. Era una mera piltrafa humana en esos momentos.

Mi hermano también se mostró sorprendido. Ya me conocía, me lo había hecho con muchos de sus amigos y conocidos, y dado mucho de qué hablar, pero no se hubiera esperado algo así en la despedida de nuestra progenitora.

Mi hermana por su parte, tan solo mostró curiosidad, sus ojillos preadolescentes abiertos como platos. En un par de años, quizá menos, debería decidir si odiarme o convertirme en su modelo y referencia. Hubieron vecinos que me reprocharon. Ninguno en tono hostil, no era momento para ello, no era momento para ello. Simplemente me insistieron para que volviera a mi casa a cambiarme. Incluso alguno se conformaba con que me cubriera con su propia chaqueta o jersey, ofrecidos generosamente al efecto. Acabé irritada con algunos de ellos, que terminaron resignándose a requerimiento de sus parejas o acompañantes, algunos, los menos, por sí mismos. Sus miradas en cambio, en muchos casos, hablaron de profundo desprecio.

También un hombre del personal de la funeraria vino a informarme, muy discretamente y en un momento en que pudo a abordarme sola y sin nadie alrededor, de que aquél no era atuendo adecuado para el lugar ni el momento. Me sentí muy cortada e irascible.

-¿Me vas a decir tú como tengo que vestir en funeral de mi madre?

También el quedó cortado. Me miró con irritación contenida.

-Señorita, si no entra en razón, nos va a obligar a...

-¿A qué? -le corté en seco yo, desafiante-. ¿Me vais a sacar a la fuerza? ¿Vais a llamar a la policía? No creo que haya ninguna ley que me prohíba ir así vestida. No voy desnuda.

Probablemente si la había. Tiempo después, un amigo abogado me comentó sobre el concepto de conducta escandalosa y lo que se considera hábitos y costumbres morales imperantes en la sociedad. En cualquier caso, aquel payaso vestido como para alguna mala película de vampiros, no era abogado.

Me salí con la mía. Poco a poco, la irritación se me fue pasando. Algunos de los conocidos que se acercaron al velatorio, me saludaron por compromiso y no se dignaron hablar conmigo. No me importó. Me dediqué a zorrear y calentar a todos los que podía. A todos, vamos. Irritados conmigo o no, ninguno resultaba inmune a mis encantos. Mis tetas totalmente exhibidas, resultaban reclamo demasiado poderoso para sus miradas.

No conseguí en cambio llevarme a ninguno al aseo, por más que lo intenté con algunos. Ya llevaba bastante tiempo allí en esas, cuando por fin apareció mi amante perverso. Lo recibí con una sonrisa ilusionada y fui a abrazarlo y fundirme con él en un morreo muy intenso, sin importarme nada que mirasen ni lo que pensase la gente. Hoy saltaría también por los aires la relación con el chico que había sido mi pareja durante casi un año. A la mierda. No hubiera dudado mucho más de todas formas tampoco. Era alto, guapo y rubiales, pero no tenía morbo. Follaba muy bien y todo eso, claro, sino no hubiera podido durar con él tanto tiempo, pero era una máquina de lujo. Perfección sin alma. No me llenaba.

Hablamos, bromeamos, reímos... supongo que aparentaba en esos momentos cualquier cosa menos lo que era: una hija en el funeral de su madre. La irritación que me había provocado quienes me habían insistido para que me recatara y cambiara de ropa, tuvo por resultado el desubicarme por completo.

A éste si me lo llevé al aseo. Y sin tardar demasiado. Primero fuimos al bar, dentro del mismo edificio, a tomar algo, y de ahí al WC de la planta de arriba, la tercera. No me pregunten por qué no elegí el mismo de la segunda en que estábamos. Después del espectáculo anterior, se representa absurdo el hecho de que ahora prefiriese esconderme para hacer aquello. Rabia, morbo, excitación... cuándo en tu mente se mezclan tantas cosas, no es fácil que la lógica continúe gobernando tus actos. También la gente que se encontraba allí velando a otros fallecidos nos miró de aquella manera, evidentemente.

Se lanzó sobre mí como un lobo hambriento una vez dentro y con el pestillo echado. Yo reí agradada, echando la cabeza atrás para invitarle a proseguir en sus besuqueos por mi cuello. Desabrochó mi camisa desde el ombligo hasta un par de botones antes de el último en mi cuello, para abrirla y dejar libres mis tetas, abalanzándose a continuación sobre ellas para sobarlas y devorarlas como un poseso. Me sentí enervar. ¡Cuánto había deseado aquello!

-¡Qué ganas te tenía, zorra! Creí que no iba a palmar nunca la puta de tu madre.

Volvió a hacerme reír con aquello.

Me hizo dar la vuelta e inclinarme para quedar apoyada contra la pared. Acto seguido, me subió la falda.

-No llevas bragas.

-¿Eso te sorprende?

Me la metió fuerte, pero siguió follándome despacito. Intensamente, pero sin prisa. Acariciándome las tetas y pellizcándome los pezones mientras me metía la punta de la lengua el oído y me susurraba cosas.

-Qué gozada que se haya muerto la puerta. Habría que agradecer al Diablo por darnos la oportunidad de vivir esto.

-Síi... -acepté como sin poner mucha atención en sus palabras, como dándole la razón por dársela.

No era así. Los ojos cerrados para mejor concentrarme en lo que estaba sintiendo, mi conciencia que estaba vuelta en aquellos momentos bastante hacia mí misma, hacia el placer que mi cuerpo estaba experimentando. La mente formaba parte de ellos. Lo que me decía era cruel , perverso... excitante. Me gustaba. Mucho.

-No te corras.

.¿Qué...?

-Que no te corras. Aquí no. fóllame todo lo que quieras y disfruta, pero no te corras. Quiero que reserves eso para una cosa especial cuando te hayas cansado.

Debió quedar intrigado. Estuvo casi dos horas bombeando el muy animal. Cuando estaba a punto de venirse, reducía su ritmo o de tenía completamente. Luego reiniciaba su cadencia. Por mi parte fue un orgasmo continoo. Desde que me la metió, hasta que decidimos acabar allí y salir del aseo.

-¿Qué es lo que me tienes preparado para acabar? - me preguntó intrigado mientras caminábamos hacia la escalera. Yo, simplemente, le miré sonriente.

Mi padre había decidido que echarán las cortinas de la cámara en que estaba el cuerpo de mi madre, para que así quedase éste fuera de la vista de la sala donde se la velaba. Consideraba su exposición un detalle morboso que en nada contribuía a la rendición del último respeto. Por la tarde, antes de que me fuera a casa a cambiarme, cuando la llevaron allí desde el hospital tras fallecer, habíamos entrado a la cámara para indicarle al profesional encargado como deseábamos que se viera mi madre, dándole las últimas indicaciones sobre su imagen. Fue antes de que mi padre decidiera que corriesen las cortinas, claro. Después de eso, yo sabía cómo entrar allí. Había que pasar a las tripas del edificio, donde solo tiene acceso el personal. Yo confiaba en poder conseguirlo.

Bajando hasta la planta baja, salimos a fumar un cigarro. Luego dimos la vuelta al para dirigirnos a la parte de atrás, dónde se ubica la puerta por la que salen los coches fúnebres y sacan las coronas y demás. Allí entablamos conversación con los chicos que trabajaban. Una rubia buenorra zorreando, sus grandes tetas a la vista, enseñándolas sin recato y con una sonrisa de putón... ¿Qué hombre va a resistirse a eso? Nos dejaron pasar, por supuesto. Se hicieron de rogar, pusieron alguna pega... pero todos sabíamos que acabarían cediendo.

La excusa fue que quería enseñarle a mi amigo el cuerpo de mi madre de cerca. Algo absurdo, de ninguna manera podría colar en un caso normal. Pero aquel no era un caso normal. Ya saben, tiran más dos tetas...

Eran muy pesados. Los dos que nos acompañaron se negaron a salir cuando les pedí que lo hicieran y nos dejaran solos, insistiendo en que no podían hacerlo y que bastante era que nos hubieran dejado entrar. Yo me desabroché la camisa y dejé mis melones al aire.

-Podemos hacer dos cosas. Me lo voy a montar aquí con mi amigo. U os salís y nos dejáis, y luego, cuando acabemos, os recompenso a vosotros, dejando que me hagáis lo que queráis en la sala o sitio que tengáis para el personal o donde me digáis; o empiezo a gritar “¡que me violan!” y a ver qué pasa.

Se quedaron todos pasmados, incluido mi amigo. Mi amenaza resultaba bastante absurda. Complicado inventar un relato con de cómo me habían engañado o forzado para llevarme allí para abusar de mí. Precisamente allí, además. ¿Y qué hacía el guaperas con nosotros? Absurdo. No convencería a nadie. Tampoco hacía falta. No podíamos estar allí. ¿Qué hacíamos allí? ¿Cómo habíamos podido entrar? La puerta de la cámara se cerraba con llave. ¿Quién nos la había abierto? Ellos con nosotros en ella. Estaba claro. Y encima yo con las tetas al aire. Tampoco ellos podrían explicar nada convincente a sus jefes. No había sido mi idea, todo ello lo pensé después. El caso es que sirvió. ¿Follada con la rubia buenorra o escándalo y despido? ¿Qué hubieran elegido ustedes? Lo mismo que ellos. ¿Qué sino?

Ya solos, invité a me follaamigo acercarse conmigo a las cortinas. En el centro, dónde se juntaban, quedaba un espacio entre ambas desde el cual se podía ver la sala al otro lado. Los que allí habían en cambio, no podían vernos a nosotros, al tener ellos las potentes luces fluorescentes encendidas y encontrarnos nosotros a oscuras, apagadas las de la cámara.

-¡Tchissh! -le pedí silencio juguetona, llevando el dedo índice de mi mano derecha a mi boca.

-Quiero que me des por el culo mientras nos reímos de ellos y su dolor.

Se veía muy poco en aquella penumbra, pero fue lo bastante para poder apreciar su gesto de agradada sorpresa.

-Niña, ¡das miedo! Eres el Diablo.

Reí por lo bajini. 

Y vaya si me dio. Una de las mejores enculadas de mi vida.

-Mira el idiota de tu padre. Cómo llora.

-Tu hermano tiene cara de imbécil.

-Es imbécil. Su novia le pone los cuernos y yo le ayudo. Y si alguna vez él se entera de algo, yo lo convenzo de que son solo habladurías o para que la perdone. Y me lo monto también con su corneador.

Risas por lo bajini.

-¿Está buena su novia?

-Está bien. Es guapa y tiene buenas tetas.

-¿Como las tuyas?

-Ahí se anda.

Me lleno las tripas de leche el bestia. Debía llevar una semana sin correrse.

Después de aquello y de pasarme por la piedra los dos chicos de la funeraria, transcurrieron un par de horas más allí. A la señalada para la misa, otros miembros del personal se ocuparon de sacar el cuerpo de mi madre de la cámara para, llevándolo hasta el coche fúnebre para introducirlo allí, transportarlo junto al ataúd hasta la iglesia. No a la de la del tanatorio, sino a una próxima a nuestra casa. Así lo había querido mi padre, para que los vecinos lo tuvieron más fácil para acercarse hasta allí. Mi amigo (¿pueden creer que nunca supe su nombre?) se había marchado como una hora y media antes, poco después de taladrarme el culo. Tenía que hacer algunas cosas. Quedamos en que volvería una vez hubiese acabado. Yo quedé ansiosa esperando su regreso para continuar con nuestra perversión.

Ya en la iglesia, volvió la misma canción con su estribillo. Muchos de los presentes me evitaban como si fuera una apestada. De entre estos, las mujeres eran las que peor me miraban. Los varones no tanto. Intentaban mostrar desprecio en su mirada, pero era solo una excusa para posar su vista sobre mis tetas y mi culo, de los que no perdían detalle. Los más jóvenes, de mi quinta o veinteañeros, eran, por lo general, los que con más naturalidad lo llevaban. Muchos de ellos eran  amigos o conocidos cercanos. Me trataron con simpatía, cariño y sin juzgar.

El cura se acercó en la misma puerta para, con bastante discreción y en voz baja, informarme de que mi atuendo no resultaba el adecuado para el ritual que iba a oficiar, sugiriéndome cubrirme con alguna chaqueta o similar.

Bufé con fastidio. ¡Otra vez!

-Es el funeral de mi madre. ¿Me vas a decir un cura debo vestir en él?

Me miró con cierto acceso de rabia contenida.

-Eso es pecado, padre. Ira. No debería dejarse dominar por ella si quiere ir al Cielo.

Lo dejé allí plantado para, volviéndome, dirigirme al interior de la iglesia.

-¡No! -insistió el sin levantar la voz. Ahora fui yo la que lo miro furibunda.

-No puedo permitirte entrar así vestida, niña.

-¿Y qué va a hacer? ¿Me lo va a impedir a la fuerza? Llamé a la policía si quiere.

Sacudí el brazo con energía para liberarlo de su presa. Él no quiso forcejear. Me había salido bien la jugada con el encargado de la funeraria y, animada  por el éxito, me atreví a repetirla.

La misa fue lo que acostumbra a ser. Un coñazo insoportable. Me senté en la primera  fila, junto al resto de familiares. Desde allí tenía que soportar el tener que mirar a aquel payaso a la cara. No había al frente nada más dónde dirigir la vista.

Nuestras miradas se cruzaron con tensión unas cuantas veces. En algún momento, comenzó a darme la impresión de qué, quizá, había algo más que tensión en las suyas. ¿Sí?, ¿no?... Una mujer nota esas cosas. Pero yo no podía estar segura. Considerando el asunto con retrospectiva, hay que suponer que un varón de su profesión debe haber aprendido a dominar en la medida de lo posible ese tipo de impulsos, y cuando no puede reprimirlos, al menos, sabe disimularlos bastante bien. Pero, al final, una mujer siempre se da cuenta de esas cosas. La mirada velozmente apartada cuando lo descubría repentinamente con los ojos puestos en mí, el hecho de volver a sorprenderlo una y otra vez en la misma tesitura...

Me excito aquello. Azuzó los gusanillos que escarban en mi bajo vientre cuando el morbo los alimenta. Al cabo de un rato, comencé a relajarme. El enfado, poco a poco, se fue pasando. En su lugar, un sentimiento de lujuria sacrílega ascendía desde mi coño a mi mente.

Pude así mirarlo con otros ojos. Visto como hombre, no estaba mal. Moreno, no mal parecido, treintañero... ¿Cómo sería bajo la sotana? ¿Fibroso, flacucho, atlético...? ¿Tendría un buen rabo?... Resultado muy excitante jugar a intentar imaginar todo aquello. Empecé a dedicarle algunas sonrisas a medida que mi convencimiento de su propio estado de excitación se fue confirmando. Él se cortaba y desviaba la mirada inmediatamente, provocándome alguna visita maliciosa. Era divertido. De ahí pasé a lanzarle algún beso cuando lo sorprendía mirándome. Me hubiera gustado poder reír a gusto, pero la insoportable hipocresía del protocolo social imponía contención.

Casi a mitad de la misa, recibí un mensaje de mi amigo. Ya estaba allí. Volviéndome desde el asiento en la primera fila, lo busqué con la mirada. Allá, al final, en pie ante la puerta, junto a la pila de agua bendita. Sonriendo, me puse en pie y me dirigí allí. Al llegar lo saludé con un beso en los labios acompañado de un ligero toque de lenguas. Venía ahora con unos amigos. Me los presento y comenzamos a charlar un poco en voz baja.

-¡Tchssssssss! -nos pidió silencio algún idiota. No hablábamos tan alto como para molestar. Tomándolo del brazo, le insté a seguirme a uno de los laterales del edificio en el cual se ubicaba otro altar mucho más pequeño que el principal, con una fila de cuatro bancos ante él. Debía ser utilizado para ceremonias con pocos asistentes cuándo se celebrarán al mismo tiempo que la misa principal.

Entramos allí para charlar con más libertad. Yo me encendí un cigarro.

-Te van a llamar la atención -me advirtió, seguramente algo cortado. Yo, simplemente, me encogí de hombros, dando una calada a continuación y expulsando el humo con naturalidad.

El cigarro se acabó y la conversación fue derivando hacia donde debía derivar. Al poco rato ya estaba tocándome las tetas y morreándome. Todo ello al margen del ritual que continuaba en la estancia principal, sin que nadie fuese testigo de nuestros escarceos amorosos en el lugar sagrado.

De ahí fuimos al ala opuesta de la nave cogidos de la mano, para observar aquella parte. Allí no había altar, sino diversas  estatuas expuestas. Una virgen con el niño en brazos, un Cristo crucificado, y dos Santos que no sé quién coño eran.

Admiramos las tallas comentando sobre ellas. Estaban muy bien acabadas. Fijé la vista en un momento dado en el pecho de María. Una sonrisa perversa. ¿Cómo tendría las tetas? ¿Gordas, pequeñas, tiesas, caídas...? ¿Tendría pezones tiesos y oscuros?... Aquellos pensamientos sacrílegos meexcitaban poderosamente.

Alargando la mano, simule acariciar sus pechos.

-Debía tener unas buenas tetas para seducir al mismo Espíritu Santo y conseguir que se la follase.

Reímos divertidos la ocurrencia, pero sin alzar mucho el tono. Noté cómo mi amigo me tocaba el culo excitado. Decidí entonces continuar con la herejía para aumentar nuestra calentura. Así, apoyando las manos ante el pie de la estatua para alzarme con un impulso y quedar sostenida momentáneamente sobre éstas, los brazos rectos soportando mi peso, acercar la cara a sus pechos para lamerlos.

-Uff... ¡Qué dura me la pones, putorra!

Acerqué mi boca después a la entrepierna del Cristo para chuparla con ganas, produciendo los sonidos típicos de una mamada. Aupándome mi amigo desde la cintura, pude ponerle mis tetas en la cara.

-Vamos, disfruta un poquito.

Volvimos a reír. Apoyada contra la pared atrás aquello, me morreó con ganas de nuevo, comenzando a sobarme las tetas con ganas. Desabrochó mi camisa desde un par de botones más abajo del cuello hasta el ombligo más o menos de nuevo, abriéndola continuación para dejar libres mis melones y poder devorarlos con ansias. Me mordía las tetas con ganas y perversión, arrancándome suspiros de dolor placer. 

Al cabo de unos instantes, introdujo su mano bajo mi falda para buscar mi inundado potorro e, introduciendo en él sus dedos, comenzar a pajearme enérgicamente hasta conseguir que me derramara sobre aquélla. Tuvo que acercar su cuerpo y pegarlo al mío para sostenerme, pues en busca del orgasmo había inclinado al mío perdiendo casi el control sobre él.

-¿Te has meado?- preguntó al ver el pequeño charco formado en el suelo.

-No. 

Tardé unos instantes en recuperar el ritmo de mi respiración y el sentido de la ubicación. Tras ello, charlamos un poco y me encendí otro cigarro. Llevaba un par de minutos fumando cuando se asomó alguien con muy mala cara. Un vecino que vivía antes en nuestro mismo edificio y hacía un par de años que se había mudado a otro lugar. Un cuarentón ni guapo ni feo, español del montón. Había venido al funeral al enterarse del fatal evento, para presentar sus últimos respetos a mi madre.

-Aquí no se puede fumar - me acusó, que no informó.

-Vale, ya casi he terminado el cigarro - respondí yo sin querer ceder, pero tampoco enfrentándome.

Él por su parte, tras insistir un instante más en aquella mirada de reproche, volvió a su lugar en los bancos.

Iba yo ya a continuar la conversación con mi amigo, pero debió arrepentirse y regresó. Lo observé acercarse entre intrigada y un tanto atemorizada. No porque temiera que me fuera a hacer algo, sino por desconcierto y desconocimiento de lo que pudiera pretender.

-Sólo quiero decirte que no les llegas a la altura de los talones a tus padres - me escupió con el desprecio destellando en sus ojos-. No mereces ni lamer el suelo que pisan.

-OK, gracias por la información -me defendí irónica, sacando las uñas.

Miró a mi amigo por un fugaz instante, para después volver a dirigir su mirada directamente a mis ojos. Él, mi amigo, evidenció sentirse ciertamente incómodo. Aquello ya comenzaba a molestarme.

-Menos mal que tu madre no puede ver lo que estás haciendo. Yo también preferiría estar muerto a ver a una hija mía...

¿Qué...? - le inquirí yo al ver que dudaba y tenía dificultad para completar la frase.

-¿No te gusta verme las tetas? -le pregunté descarada y provocativa, alzando los brazos formando un ángulo recto con mis antebrazos para sacudir mi torso haciendo bambolear aquéllas, al modo que se hace como movimiento de baile provocador.

Realmente se le vio irritado. Sin decir nada, se volvió echando humo para salir de allí. Nosotros nos reímos. Una risa nerviosa. Había sido un tenso momento.

-Vaya un idiota. Estoy hasta el coño. No han parado de molestarme desde esta mañana.

Esbozó un gesto como de comprensión para aquellos que lo habían hecho, indicándome que mi atuendo y comportamiento habían resultado tal vez excesivos. Yo le miré un poco sorprendida, quizá decepcionada. No parecía ahora el varón diabólico que tanto morbo y excitación me había producido cuando lo conocí y en nuestras primeras aventuras. Probablemente, la situación había acabado superándolo. Aun así, seguíamos jugando perversamente. Estaba bien.

Al cabo de unos minutos, la misa terminó y, tras sacar el cofre, la gente comenzó a salir.

-Vamos - le sugerí hacer nosotros lo mismo.

Al ir a encarar la puerta de acceso al interior, todavía desde un lateral y en diagonal, vimos allá afuera, desde la de entrada, una pareja de policía acercándose a pie hasta ésta. Automáticamente, intuimos que habían sido llamados por causa mía.

Me asusté. Aquello se nos había escapado de las manos. Rápidamente, mi amigo se quitó su chaqueta para ofrecerme la.

- Póntela. ¡Rápido!

Nada más salir, la mirada de los agentes, al posarse sobre mí, delató que habían encontrado lo que venían buscando. Créanme si les digo que en esos momentos pienso que pude temblar como una hoja. Mis desafíos de niñata, que a la perfección habían funcionado en la funeraria, aquí no habían servido.

-Buenas tardes- se presentaron llegados ante nosotros.

-Buenas tardes- le respondimos.

-Nos han llamado para requerir nuestra presencia, informándonos de que había en la una chica vistiendo de forma impúdica durante la ceremonia.

Nos mirábamos. Supongo que las miradas decían más que las palabras.

-Ya. ¿Y…? - pregunté a la defensiva.

-Creemos que es usted - afirmó en un tono que quería resultar seguro, pero no hostil.

-Pues se equivocan - continúe yo en aquella arisca actitud.

-¿Seguro? - preguntó el otro casi amistosamente.

-Sí.

-Ya... ¿Podría abrir esa chaqueta para mostrarnos su indumentaria bajo, por favor?

Era ridículo. Mi defensa. La prenda sólo me tapaba hasta la parte más alta de los muslos. Las medias y el liguero se veían perfectamente. Me sentí acorralada.

-No -me opuse como una pantera que busca del hueco por el cual escapar, seguramente a costa de lanzar algún letal zarpazo a sus acosadores.

-Podemos obligarla.

-No, noo pueden -se hizo una luz en mi mente-. Si fuera verdad que voy debajo prácticamente desnuda, me habrían obligado a mostrarles mi cuerpo. Podría denunciarles por ello.

-¿Quién ha dicho que vaya prácticamente desnuda? - me cazó con sus palabras y una sonrisa maliciosa.

Me sentí estúpida. ¿Cómo podía ser tan torpe?

-No hace falta que la obliguemos a enseñárnoslo a nosotros. Podemos solicitar que se acerque una compañera para comprobarlo.

Claro. No era una pantera acorralada buscando la vía de escape. Era una rata enjaulada. Sin uñas, sin colmillos... sin escapatoria. Mi expresión en esos momentos debía verse entre preocupada y cariacontecida, la mirada gacha.

-Está bien - acepté finalmente intentando recuperar la compostura para alzar la vista. -No será necesario que llamen a nadie - añadí desabrochando la chaqueta para, tomándola del centro con ambas manos, separar estás para abrirla y mostrarle lo que ocultaba bajo ella.

Ahora fueron ellos los pasmados. Créanme. Hicieron por intentar evitar que me diera cuenta, claro, pero la primera reacción no pudieron esconderla. Tuve que esforzarme realmente para no romper a reír. Estoy muy buena. Suena mal que sea yo la que lo diga, pero no hay otra forma de comunicarlo en este punto para que se hagan idea de la sorpresa que se pudieron llevar en ese momento. Los que de ustedes han visto mis fotos, podrán entenderlo mejor. Mis grandes tetas expuestas como si desnudas se presentasen para ellos, a curva de mis caderas iniciada en la falda y concluida tras un breve camino de tela en unos muslos macizos y torneados... Aquello les pillo, como suele decirse, en fuera de juego. Totalmente.

-No tengo prisa ni me importa que me miren. Tomen buena nota de todo para su informe.

Conseguí con aquello que alzasen su vista de mi cuerpo alelados, para volver a dirigirla a mis ojos. Les medio sonreía con picardía.

-Avísenme cuando hayan acabado de mirar.

Soltó uno de ellos ahora un principio de risa sin volumen. Algo amistoso.

-Ya puede taparse, señorita. Hemos visto suficiente.

-¿Y bien? - pregunté volviendo cerrar la chaqueta cruzando los brazos-. ¿Cuál es el veredicto? Voy a ir a la cárcel.

Dejaron fluir una ligera y breve visita ahora.

-Por estas cosas no se va a la cárcel. Pero podrían castigarla con una pena de multa.

Mi expresión debió volver a lo cariacontecido.

-Vaya tela... ¿Y es muy grave?

Gesticularon ellos mostrando desconocimiento.

-Es cosa del juez. Nosotros sólo informamos. 

-Ya...

-Sería un delito de ofensa a los sentimientos religiosos de algunas personas.

-Sí, ¿no? - respondí sin demasiada atención, más en mis propios pensamientos-. ¿A ustedes les he ofendido? - pregunté con tono triste y apagado.

No -se apresuraron ellos a responder, negando también con la cabeza-. A nosotros en absoluto. Todo lo contrario.

-Nos ha alegrado el día - añadió el otro, provocando entre nosotros unas risas breves y contenidas, sin alegría real.

Llegó mi padre entonces. La gente había estado mirando y comentando. Ellos, los agentes, lo observaron interrogantes.

-Es mi padre -les aclaré con voz de circunstancias.

Le explicaron entonces los motivos que allí les habían traído, escuchando mi padre como un poco ido a consecuencia de las circunstancias y el momento.

Llegó el cura un instante después.

-¿Ocurre algo, agentes?

-Buenas tardes, padre. Hemos recibido una llamada informando de que una chica se encontraba en la misa de un funeral provocando con atuendo indecoroso y conducta obscena.

Me miró él por un momento, como desconcertado. Un gran actor. Luego volvió su atención a ellos de nuevo.

-Yo no he visto nada.

Clavaron sus miradas entonces en él sorprendidos.

-¿Seguro? - preguntó, no con sospecha, si no más bien con acusación uno de ellos, al tiempo que le observaba con inteligencia.

El padre gesticulo confirmando su “desconocimiento".

-Yo estoy a lo mío, agentes. Tengo que decir la misa y presentar los últimos respetos a una persona fallecida. No he visto nada.

“Mentira, padre. Antes irá y ahora mentira. Mentira piadosa. Ésas se consienten en su religión, ¿no?” Era un encanto. Lamenté haberle hablado como lo hice antes.

Se encogieron de hombros agentes.

-Tenemos que preguntar a los demás. Estamos obligados.

-Ya... –acepté yo. ¿Qué otra cosa podía hacer?

-¿Alguno de ustedes quiere denunciar algo? - se dirigieron entonces al resto de los asistentes, alejándose unos pasos de nosotros.

Nadie quiso hacerlo. La gente es hipócrita y cobarde. Tiran la piedra y esconden la mano. Alguien llamó, pero nadie se atrevió a dar la cara.

Dándose por vencidos, con sincera alegría en su interior, estoy convencida, se despidieron entonces de nosotros aquellos simpáticos policías y se marcharon en su coche. Pensé en lo que comentarían después con sus compañeros en comisaría. Una ligera sonrisa afloró en mis labios.

Acercándome al padre, me incliné para besarle con mucho cariño y agradecimiento en la mejilla.

-Muchísimas gracias. De verdad.

Él me sonrió con condescendencia.

-Aprende a reportarte. Eres una buena chica, creo.

Yo también le sonreí amistosamente. Quizá algún día decidiera comprobar con él si soy buena o mala chica.

Tras salir airosa de aquello, me sentí triunfal. Miré a la concurrencia con desafío. Ya nada podría pararme.

Llegados al cementerio, mientras alguien dedicaba unas últimas palabras a la puta de mi madre, que con su enfermedad, muerte y funeral tanto placer y excitación me había regalado. Mi amigo aprovechó para colocar su mano sobre mi culo. Sus acompañantes se habían ubicado alrededor nuestra en un semicírculo, ocultando a la vista de los demás lo que ocurría ahí abajo.

Así protegidos, no tardó en buscar con sus dedos el agujero de mi culo, introduciendo uno en él para darme un gusto tremendo. Luego llevó una mano hasta mi teta derecha para sobarla un poco, al tiempo que comenzaba un mete saca ligero con aquél. Me sentía delirar casi.

Al tiempo que bajaban el cofre hasta el fondo del agujero, noté una segunda mano posarse en mi trasero. No podía ser ninguna de las suyas, pues ambas estaban ocupadas y las sentía en su sitio. Luego llegó una tercera. Y una cuarta… Eran sus amigos, animados por todo lo que habían visto. A mí al principio me sorprendió aquello, pero no me disgustó. En absoluto. Ladeando la cabeza para buscar la mirada de uno de ellos, sonreí ligeramente. Entendieron que no había problema por mi parte.

Otra mano fue a mí otra teta. Y luego otra se amontonó sobre la que todavía asía mi amigo. Empezaron a pellizcarme los pezones con bastante malicia, buscando provocarme aquel delicioso dolor que me incitaba a gritar cuando me llegaba por sorpresa, requiriendo todo mi poder de contención y concentración para evitarlo. Por fuerza, varios de los asistentes tuvieron que darse cuenta de lo que ocurría.

Acabado el entierro y tras despedirse todo el mundo, a mí me propusieron mis nuevos amigos irnos de fiesta. Me pareció una buena idea. Quería divertirme.

Acabamos en una discoteca bastante conocida que abre todos los días hasta casi el amanecer.  A eso de las cuatro, cuando nosotros llegamos y en un día entre semana, no había demasiada gente, y lo que había era lo mejor de cada casa, claro. Prostitutas, cocainómanos, transexuales de la calle, camellos, secretas...

Me invitaron a varios cubatas y bailé con todos ellos muy desinhibida por las emociones del día y el efecto del alcohol. Me sobaron todo lo que quisieron, y al haber tan poca concurrencia, ocurrió a la vista de todos. No eran muy discretos los chicos. Al poco rato, ya todos sabían que venía del funeral de mi madre. Debieron flipar bastante, es evidente. Pero no para juzgar, por la forma en que me miraban. A los tíos se les iban los ojos detrás de mis tetas y mi culo, y hasta los transexuales parecían mirarme con deseo.

El mundo es muy pequeño. Dicen que es un pañuelo. Puede ser. Adivinen quién llego al cabo de una media hora. ¿Se lo imaginan? Uno de los policías que había acudido aquella tarde tras ser alertados por una llamada anónima.

Su mirada encontró la mía enseguida, mostrándose tan sorprendido como yo. Pronto vino a buscarme él mismo y comenzamos a charlar.

-Muchas gracias por lo que habéis hecho esta tarde.

Gesticuló para mostrar humildad.

-Nosotros no hemos hecho nada. Nadie ha querido denunciar.

Ya - le respondi con una sonrisa y un brillo especial mis ojos. Si hubieran querido, hubieran hecho sangre. Me habían hecho un gran favor y todos lo sabíamos.

Ya no tuve ojos para nadie más esa noche. Ni para mi amigo, ni para sus acompañantes... El chico era muy mono. Veintitantos largos, castaño, ojos verdes... estaba para comérselo. Y claro, me lo comí

……………………………….

Y con esto ha llegado el momento de hacer un parón. Me ha gustado la experiencia de dejar volar la fantasía para crear historias de ficción a partir de experiencias biográficas reales, y creo que la repetiré en el futuro. Como ya he comentado con algunos de ustedes, el nuevo curso universitario comenzó hace ya dos semanas, y hasta Navidad al menos, dispondré de poco tiempo para dedicar a esta nueva faceta tan excitante.

Volveré.