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Haciéndomelo con el fontanero

en Sexo con maduras

Haciéndomelo con el fontanero

 

Con su marido fuera de casa por dos largas semanas, el guapo fontanero era lo más cercano en forma de hombre que tenía a mano de manera que decidió echarse la manta a la cabeza y aprovecharlo para su disfrute…

 

 

María regresó muy tarde al hermoso dúplex familiar. Con sus amigas de la infancia había estado de fiesta hasta las tres de la madrugada lo cual no era ya muy normal en ellas. La verdad es que se veían poco y muy de tarde en tarde, las obligaciones mandaban en cada una de ellas y cada vez resultaba más difícil el poderse ver.

Cenaron entre risas y bromas, contándose cada una de ellas mil y una historias, mil y una batallitas de su día a día. Incluso Beatriz, siempre la más lanzada del grupo, se había atrevido a contar el breve flirteo de un año antes con su propio jefe, casado como ella pero todavía de buen ver. Todas rieron ante el atrevimiento de ella, los ojos brillándole de un modo especial con cada nueva cosa que contaba.

La noche fue transcurriendo divertida y, al finalizar la cena, todas acordaron alargar aquello un rato más. Una de ellas conocía un pub cercano, tranquilo los días de entre semana y donde podía disfrutarse de una copa entre música tranquila y de los años de juventud de las mujeres. Para allí se fueron en dos taxis, no tardando más de media hora en llegar.

Nada más entrar, un montón de miradas masculinas cayeron sobre el grupo de mujeres devorándolas sin disimulo alguno. Todas ellas en los cuarenta bien avanzados, se dirigieron a la barra de aquel local oscuro que las pocas luces de neón iluminaban creando un ambiente relajado y amable. Pidieron algún que otro cóctel  que las fue entonando aún más y pronto encontraron compañía masculina invitándolas a bailar.

María se vio acompañada por un tipo de su misma altura y algo rechoncho, la verdad otras tuvieron mejor suerte visto lo visto. Bastante molesto y plasta, no tardó más del segundo baile en mandarle a paseo. Rodeada de gente y entre la oscuridad de la sala, escapó a la barra donde tres de sus amigas se encontraban, como ella, echando pestes.

Algunas de ellas felizmente divorciadas o separadas desde hacía un tiempo, la mujer sin embargo todavía seguía casada con Raúl aunque aquello ya poco o más bien nada tenía de matrimonio. Con los hijos ya creciditos e independientes, cada uno de ellos llevaba su propia vida sin más interés que el mantener ese falso vínculo que les unía de cara al exterior.

Tras la última copa y sin ganas de seguir, atrapó con dos de sus amigas el taxi que pronto la llevaría a casa. Sus hijos no estaban y Raúl acababa de marchar dos semanas por viaje de negocios. Sinvergüenza empedernido como lo era, aprovecharía aquellas largas reuniones de negocios y copas o tal vez alguna reunión más íntima, igualmente con copas pero donde los negocios serían de un carácter mucho más placentero en compañía de alguno de sus abundantes ligues o, en el peor de los casos, de una profesional a la que tener que pagar bien. De todos modos y en este último caso, no sería ella la que le cuidara de unas posibles ladillas o tal vez algo peor cuando volviera a casa con el rabo entre las piernas.

La fina lluvia otoñal de Madrid había humedecido levemente sus ropas así como sus largos y bien cuidados cabellos. Desde el cercano domicilio de su amiga, apenas a diez minutos del suyo, anduvo las calles lenta y melancólica camino de casa. Pensando en sus cosas, notó la garganta rasposa y reseca por alguna copa de más. Sin duda una no estaba ya para esos trotes, las salidas nocturnas se le hacían cada vez más pesadas y aburridas. Nada mejor que estar en casa, acurrucada en el sofá junto al reparador fuego de la chimenea y poder disfrutar de una interesante lectura o de un rato de tele.

Nada más entrar en casa, se deshizo de los molestos tacones al tiempo que por el pasillo se desvestía, quitándose la americana y luego la blusa. Ya en el dormitorio, la negra falda resbaló muslos abajo una vez hizo descender la cremallera lateral. En medio de la amplia habitación, la hermosa y madura mujer quedó desnuda, tan solo cubierta por las bonitas y caras prendas íntimas de encaje. Aquel conjunto de sujetador y braguita del mejor algodón le habían costado una pasta.

María se dirigió con prontitud al baño para lavarse los dientes. Frente al espejo se miró, descubriendo una nueva arruga en su rostro de cuarentona agraciada y todavía atractiva para muchos menos para el pervertido de su esposo. El recuerdo de Raúl la hizo fruncir el ceño, molesta al imaginar lo que estaría haciendo. Tampoco es que le preocupara en demasía pero tantos años de relación evidentemente algo marcaban.

Tras enjuagarse los dientes y lavarse la cara con agua templada, apagó la luz encaminándose a la cama en la que se estiró quedando envuelta por la fina y elegante sábana gris de algodón egipcio. Sola y sobre el lecho matrimonial, quedó recogida antes de reconocer el reloj de mesilla el cual marcaba implacable las tres y media pasadas.

¡Madre mía, qué tarde se ha hecho! Bueno, mañana dormiré hasta tarde  -se dijo mientras estiraba el brazo en busca del interruptor quedando el dormitorio a oscuras. Mañana sería otro día…

Por la mañana, el timbre de la calle la despertó sonando y resonando sin descanso. ¡Las nueve y media. Maldita sea, quién podría ser a esas horas! –blasfemó para sí misma mientras se cubría la cabeza con la almohada. En la calle, el timbre continuó repiqueteando insistente en busca de respuesta. Entre maldiciones de todo tipo, la mujer se levantó tomando la bata para cubrirse con ella por encima del cuerpo desnudo.

Un insoportable dolor de cabeza la torturaba, agudizado por cada nuevo sonar del timbre. Traspasando el pasillo todavía medio adormilada, alcanzó al fin el telefonillo.

-          Soy el chico del seguro. Vengo a repararle el problema de la cocina –escuchó sin hacerse bien a la idea de lo que se trataba.

Pronto recordó, cayendo en la cuenta del fregadero roto por el que había llamado avisando al seguro dos días antes. Lo había olvidado por completo y ahora lo tenía en la calle esperando que le abriera.

-          Oh sí sí… claro sube… Es la tercera planta –indicó algo confundida por la inesperada visita.

-          De acuerdo – la voz del hombre asintiendo a sus palabras.

Un minuto, lo que tardó seguramente el ascensor y ya mismo lo tuvo en la puerta Antes de abrir, se arregló lo poco que pudo y frente al gran espejo los cabellos desordenados de la noche pasada.

-          Hola señora, vengo del seguro. Por lo de la cocina –se presentó con una amplia sonrisa y cargado con una bolsa en una mano y la otra colgada al hombro.

Él le gustó nada más verle, un calor irreprimible y bien conocido subiéndole por todo el cuerpo. Si lo hubiera pillado por la noche… De cabellos castaños claros, apareció ante la mujer con sus musculosos y bien formados brazos al aire, vistiendo un peto tejano por encima de la camiseta blanca de tirantes. María quedó unos breves segundos parada y obnubilada por la belleza de aquel chico de no más de treinta años. Parados el uno frente al otro, finalmente le preguntó por la cocina.

-          Claro pasa –respondió cerrando la puerta tras ella para llevarle pasillo adelante camino de la cocina.

Una vez en la misma, el muchacho dejó caer sus bolsas en el suelo indicándole María que mirara lo que pasaba. Después preguntó si iba a necesitar ya el agua pues quería darse una ducha antes de que empezara. Ningún problema, indicó el guapo operario mientras se lanzaba fregadero abajo en busca del problema. Dándole la espalda salió del cuarto con la mirada masculina clavada en ella, lo cual no pasó desapercibido para la mujer.

Tras una reconfortante y cálida ducha y tomar algo para aquel maldito dolor de cabeza que la torturaba, se arregló el largo y húmedo pelo recogiéndolo atrás y, todavía en el baño, pensó qué tal sería hacérselo con aquel atractivo fontanero de profundos ojos grises. Hasta aquel momento no había pensado en ello pero ahora era una idea que cada vez se amplificaba más en ella. Hacía tiempo que no estaba con nadie, dos largos meses desde la última vez que se lo montó con Marcos, uno de los mejores y más próximos amigos de Raúl y con el que se acostaba siempre que las obligaciones con su esposa se lo permitían.

Con una pícara sonrisa dibujándole el bonito rostro y frente al tocador, quiso ser mala y provocarle con sus mejores galas. Aquel corto y sensual picardías satinado negro y blanco de raso sería la mejor opción para que el hombre cayera fascinado a sus pies. Además que mezclaba perfecto con sus negros negrísimos cabellos. Estaba segura que con semejante atuendo no se le iba a escapar –se dijo acabando los últimos retoques frente al espejo. Cubriéndose con la bata abandonó la habitación, dirigiendo sus pasos a la cocina.

En el suelo se lo encontró peleándose bajo el fregadero, estirado con las piernas abiertas entre las que no pudo evitar echar la mirada. Algo sugerente parecía adivinarse allí abajo. De pie a su lado, ella carraspeó ligeramente dando a conocer su presencia.

-          ¿Cómo va eso, encuentras lo que ocurre? –preguntó interesada.

-          Señora, aquí hay más faena de la que pensaba. Siento decirlo pero habrá que cambiarlo todo.

-          ¿El fregadero también? –preguntó desconcertada.

-          No eso no, no se apure –dijo él poniéndose en pie y sin poder evitar la sorpresa ante el espectáculo que la mujer mostraba.

-          Oh bien entonces, ya me habías asustado –exclamó de modo inocente.

Ahora fue él quien tuvo que carraspear observando el escote pronunciado que la abierta bata presentaba. Desde su altura, trató de reconocer el tamaño más que aceptable de aquellos pechos todavía firmes. Bajo el pantalón pronto algo respondió, notándose endurecer sin remedio. Ella sonrió como si nada pasara, la humedad de los cabellos haciéndola bien hermosa y apetecible.

Tomando asiento en la mesa y frente al chico, cruzó las piernas ofreciéndose aún más. Él tragó saliva viéndose en semejante encerrona. Sabía lo que aquella mujer pretendía y no podía negar que era lo que más le apetecía. Mayor que él, la morena estaba bien buena provocando en cualquiera que la encontrara así los más turbios deseos. Tuvo que tragar saliva de nuevo, ciertamente le costaba horrores no lanzarse sobre ella. Las largas piernas, todavía bien cuidadas pese a la edad que tendría, resultaban toda una invitación a la locura.

Los ojos golosos volvieron a caer irremediables sobre el amplio escote. ¡Menudas tetas tenía! En un último instante de lucidez, pensó en su hijo pequeño y su mujer y que esas cosas a un hombre como él no podían pasarle, jugándose su trabajo como se lo jugaba. La estupenda madura, por su parte, discurría otras muchas cosas más interesantes para su persona, y no viendo respuesta por parte del hombre, fue ella misma la que decidió ir más allá.

-          ¿Acaso no te gusta lo que ves? –interrogó ronroneando mimosa al abrirse la bata tirando la tela a los lados.

-          Claro que me gusta… pero... soy un hombre casado… compréndalo…

Pero ella no comprendía nada y abriéndose más la bata para abrir luego las piernas, quedó expuesta con el picardías subido hasta más de medio muslo y dejando de ese modo la transparente braga a la vista. Jugando con la braguilla pasando los dedos por el borde de la misma, los pelillos oscuros del pubis se adivinaban con claridad meridiana. El guapo fontanero creyó perder la razón, con la imagen de aquella mujer mostrándose de aquel modo tan depravado en la cocina de su casa.

No tardaría en lanzarse sobre ella, cada vez le costaba más no hacerlo. Aquella mujer destilaba clase en cada uno de sus movimientos. El joven se moría de ganas por quitarle aquellas delicadas prendas y hacerla suya. Al tiempo, María le embelesaba con sus marrones y rasgados ojos, seduciéndole con la mirada, tratando de llevarle a su terreno haciéndole caer en sus garras.

Al fin se acercó a ella, muy cerca el uno del otro pudiendo notar el mucho deseo que la mujer evidenciaba. La polla le dolía bajo los pantalones, imposible controlarla. María le enganchó del peto atrayéndole con firmeza.

-          ¿Podrás alargar la visita o te controlan el tiempo? Sabes, tú y yo podemos pasarlo muy bien –las palabras de María mostraban urgencia por una respuesta positiva.

-          Ya pondré alguna excusa –dijo él ya completamente hipnotizado por su belleza.

-          Oh bien –exclamó sin poder ocultar la turbación al atraerle aún más pasándole las manos por detrás de la nuca.

Pasándole la mano por debajo de la barbilla, cerró los ojos al ladear levemente la cabeza, conminándole a ser besada. Lo hicieron apasionados, abriendo los labios para unir las bocas con interés insano, gimiendo débilmente María bajo el agradable roce. Volvieron a besarse, mirándose ambos de manera ávida y profunda. Besos ardientes y llenos de mala intención por las dos partes, abriendo ella la boca en la que entró como un torbellino la lengua masculina. Los amantes gemían, suspiraban entregados a la pasión por el otro, las manos descontroladas corriéndoles los cuerpos. Él la agarraba por la espalda mientras la mujer le tenía bien cogido del rostro y el cuello.

Apoyándole la mano en el brazo lo notó duro y musculoso bajo sus dedos, luego la subió al hombro para seguidamente bajarla al pecho entretenida en el tremendo torso masculino. La ponía… la ponía realmente enferma… dios, qué bueno estaba.

-          Muchacho, fuiste duro de pelar… otro hubiese caído a la primera. Eso me gusta… -aseguró con voz ronca y llevada por la emoción.

Era cierto, a María no le gustaban los hombres fáciles de seducir. Le gustaba que se lo pusieran difícil, de ese modo lo disfrutaba mucho más. Le gustaba seducir a sus amantes, ser ella la que los atrapase enamorándolos con su mucha pericia en las artes amatorias. Abrazados ansiosos, se besaban llevados nuevamente por la lujuria, comiéndose las bocas y mezclando las lenguas golpeando con lascivia una con otra.

¿Y ahora, te gustaría comérmelo… dime te gustaría comerme el coñito? –la voz temblorosa parecía no querer responderle.

Echando el cuerpo atrás se estiró sobre la mesa al mismo tiempo que elevaba la pierna de manera sensual. La mano del chico caída peligrosamente sobre el muslo y el pubis, entre los dos apartaron la sutil prenda dejando el peludo y carnoso sexo a la vista. Ella aguantó la respiración, embebida en el irrefrenable desenfreno que la consumía. Mientras, el joven y entregado fontanero humedecía sus labios imaginando el festín que le esperaba. Ya el recuerdo de su mujer y su hijo completamente olvidado.

Abierta como estaba, las manos le estrujaron el culo con ahínco. Con la lengua él le acarició suavemente la abertura rosada, causando en ella una sacudida involuntaria por todo el cuerpo. Entrecerrando los ojos, María emitió un suspiro hondo y prolongado. El chico volvió a llevar la lengua, enterrándola algo más entre los abultados labios que se descubrían amables a la caricia. Moviéndola lentamente por encima de la rajilla, degustaba el sexo femenino saboreando el brotar de los primeros jugos. De ese modo, la lengua voraz empezó a rozarla lamiendo el húmedo y apetitoso coño.

-          Vamos, comémelo… dios, qué placer… continúa…

La barba de tres días rozándola la hacía temblar con cada nuevo contacto. Aquel roce constante y firme por encima de su sensible piel parecía no molestarla ni importunarla, más bien todo lo contrario abriéndose todo lo que podía al implacable atacante. La lengua inició un movimiento más rápido, hundiéndose entre los mojados pliegues, entrándole y saliendo para hacerse ahora con el diminuto botón al que castigó notándolo responder al instante. Entre gemidos cada vez más rotundos, la mujer atrapó la cabeza del hombre llevándole contra ella, ahogándole entre sus piernas mientras de sus labios no paraban de escapar palabras malsonantes llenas de interés malsano.

El aplicado fontanero no dejaba de lamer y chupar, devorando con los labios la creciente humedad que se le entregaba. Sacando la lengua, se dedicó esta vez a excitarla introduciendo dos de sus dedos en el encharcado sexo. Deslizándolos gradualmente, follándola dentro y fuera, deprisa y despacio, resbalando traviesos en el interior de la mujer que no dejaba de jadear y pedir más con cada nueva entrada. María se removía sobre la mesa, la barriga entre espasmos involuntarios y el vientre buscando la proximidad del macho, pataleando al aire tratando de acomodarse a tanta inquietud como sentía. Con movimientos sensuales de cadera se movía adelante y atrás reclamando mayor empuje.

Tras un rato más de lucha, entre continuas caricias de labios, dedos y lengua, la hermosa madura alcanzó el clímax cayendo derrengada y cansada, los cabellos desmadejados sobre la fría mesa. Resoplando y sollozando entrecortada, apretando los labios para aliviar la tensión, el mundo parecía no volver a ella sometida al suyo propio de placeres infinitos. Mientras, el chico entre sus piernas saboreaba el amplio manantial de jugos que la flor femenina le ofrecía. Un escalofrío profundo le corrió, subiéndole espalda arriba con los últimos roces de la lengua malvada por encima de su sexo. María cerró los ojos abandonada al postrero y leve ir y venir entre sus palpitantes paredes.

-          ¡Guau muchacho, qué bien lo has hecho… realmente fantástico! –exclamó volviendo a la realidad que la envolvía.

Incorporándose hecha una diosa, volvió a él apoyándole la barbilla en la mano y haciéndole pronto levantar.

-          Bésame cariño, anda bésame –entreabrió los labios para que se los tomara.

Se besaron suavemente, los labios del joven envolviendo los gruesos y carnosos hechos un puro fuego. Alborotándole el pelo entre los dedos, María sonrió hablándole en voz baja. Acercando su rostro, respirando agitada, provocándole aún más si eso era posible.

-          A ver… déjame ver qué tienes aquí…

Bajándole la cremallera del pantalón enseguida encontró el recio músculo. Ya bastante duro y desplegado, lo tomó entre  los dedos llevando la piel abajo y dejando el excitado glande a la vista.

-          ¿Te gusta esto? ¿Estás bien excitado, bien excitado verdad? –comentó haciendo resbalar los dedos a lo largo del tronco.

-          Anda bésame –pidió susurrándole mientras buscaba atraparle con su mirada encendida.

Un beso largo y de alto contenido sexual se desarrolló entre la pareja, uniendo los labios, abriendo las bocas para acallar la mucha pasión que les envolvía. Mientras, por abajo le pajeaba con suavidad exquisita, moviendo la mano adelante y atrás con lo que hacía crecer el placer en el chico. Empezó a hacerlo más deprisa, teniéndolo bien sujeto y escuchándose los primeros murmullos en él. Adelante y atrás, arriba y abajo y cada vez con una mayor urgencia al tiempo que él le plantaba las manos sobre los senos ocultos.

-          ¿Estás cachondo eh? ¡Qué duro te has puesto muchacho… me encanta!

Entre los dedos notó aquello endurecerse, creciendo a marchas forzadas con el constante masturbar. Gimiendo sonoramente, se deshizo del picardías desapareciendo cabeza arriba: Los pechos tersos y firmes quedaron al aire, mostrándose orgullosos y altivos al echar ella la cabeza atrás. Su joven amante se lanzó sobre ellos, chupándolos y mordisqueándolos suavemente. Ella rió temblando divertida, los labios rodeándole los pezones gruesos y sensibles, tan sensibles que enseguida se endurecieron bajo el enérgico roce. Entre las manos se los apretó, sintiendo el ardiente latir de la madura.

-          Chupámelos, chupámelos… juega con ellos.

Y por abajo, jugaba también ella con el constante movimiento alrededor del grueso miembro. Una vez lo vio bien duro y erecto, perfecto y preparado para sus caprichos, le invitó a poseerla caída de nuevo atrás y con las piernas colgándole. Cogiendo un preservativo que por fortuna siempre llevaba encima, él se lo enfundó alrededor con los dedos apareciendo pronto bien cubierto para la penetración.

María gimió complacida al sentir la cabeza pasar y repasar por encima de la rajilla, pero mucho más fuerte gimió tan pronto se sintió penetrada. Con facilidad le entró el glande y algo más, teniéndola su joven amante bien agarrada del muslo y con la pierna apoyada en el hombro. Haciéndose al sexo femenino, fue acoplándose a ella poco a poco al enterrarse cada vez más. La mujer gritó sorprendida, cerrando los ojos nada más notó el largo instrumento alojarse lentamente en su interior.

-          Te siento, te siento, cómo te siento sí… –ella gemía mientras el falo excitado avanzaba dentro de su cuerpo en busca de una felicidad más completa.

A ella le gustaba horrores el guapo casanova que le había tocado en suerte esa mañana y deseaba ser suya más que nada en esos momentos. El fontanero, pese a sus temores iniciales, se mostraba ya dispuesto a la batalla y a complacerla en todo lo que le pidiera. Así, ambos comenzaron a moverse al unísono, ella con el rostro descompuesto por los primeros placeres y él empujando buscándole lo más hondo de su sexo empapado. Salió de ella volviendo a hundirse de un solo golpe, lo que la hizo vibrar de puro goce. Entreabrió los ojos y con sonrisa ladina alabó la potencia del chico, suspirando largamente y pidiéndole seguir de aquel modo. Dos, tres golpes secos más le dio con los que pareció clavarla contra la mesa, agarrándose ella al borde de la misma para así poder soportar el ataque.

-          Eres brusco muchacho… eso me gusta… vamos fóllame…

Con la mirada medio ida y los ojos en blanco, se mordía los labios, el ceño fruncido de dolor cada vez que le entraba el tremendo animal. El joven, sin hacer caso a sus palabras, la empotraba contra la mesa, entrando y saliéndole de forma brusca y salvaje. Ella sólo podía gritar y gimotear pidiéndole más y más, notándose el placer crecerle entre las piernas. Paró de repente, provocando en ella un suspiro de queja que pronto se convirtió en uno desfallecido al sentirse de nuevo llena de su joven y complaciente amante. Cayó sobre ella, besándose ambos con exquisita suavidad, disfrutando la ternura de aquel simple beso y los gemidos entrecortados que producían.

-          ¿Le gusta señora? –preguntó murmurándole al oído.

-          Oh sí claro cariño… me encanta… vamos sigue…

Como era la vida. Él un hombre casado y al parecer todavía enamorado de su esposa. Con un hijo al que cuidar, un matrimonio bien avenido y sin embargo en esos momentos allí estaba, entre sus brazos entregado a la dura tarea del amor. Con la mujer y su hijo ahora tan lejos de sus pensamientos, la tentación y las artes seductoras de la madura le habían hecho caer en tan maravillosa trampa, amándose ambos, también la mujer olvidada por completo de su adúltero esposo.

María suspiraba, gemía tan pronto de manera débil como después sollozaba desconsolada ante el empuje del macho. Ella, experta en esas lides, le acompañaba con movimientos acompasados de caderas ayudando de ese modo en la follada. Empezaron a moverse a mayor velocidad, la madura gritando ahora al volver los golpes secos y algo rudos sobre su tierna flor. Moviéndose adelante y atrás, adentro y afuera, horadándola hasta notar los huevos pegados a ella. Y cada vez más rápido, más fuerte, temblando la mesa bajo la turbia escena, suplicándole la mujer que no parara. Ella empezó a masturbarse con urgencia, los dedos corriéndole veloces por encima de la pepitilla.

-          ¡Vamos córrete, córrete muchacho! – le animó sabiéndole muy próximo a su final.

El atento y encantador muchacho, la follaba sin descanso al clavarla una y otra vez. Deslizándose en su interior, llenando la cocina el ruido de la mesa, el placer les envolvía jadeando exhaustos y al fin se corrieron con un grito de placer conjunto. La mujer rendida bajo el poder masculino y él moviéndose cada vez más lentamente hasta quedar completamente parado en su interior. Ella pudo notar la fuerza de la corrida, el orgasmo del hombre caer recogido en la necesaria goma mientras rotando el vientre acababa de ordeñarle en tu totalidad.

El joven poderoso y viril cayó también rendido sobre ella, jadeando exhaustos con los últimos estertores de aquel polvo más que provechoso para ambos. Abrazados el uno al otro, se besaban con generosidad y lascivia, jugando y provocándose con las lenguas entre sofocos entrecortados y cansados. Ella le abrazaba por la espalda, cogiéndole luego por los hombros para atraerle más, uniendo las bocas en un beso lleno de pasión desbocada.

-          Muy bien cariño, ha estado realmente genial –exclamó ella convencida.

Todavía dentro, le hizo levantar y saliendo de ella atrapó la goma para llevársela a la boca y dejar resbalar el líquido blanquecino, saboreándolo entre los labios. Aquella imagen resultó de lo más morbosa y depravada para el joven que la veía gozar de aquel modo tan libidinoso. Ella sonrió, fijando la mirada en el chico al acabar de engullir el semen viscoso garganta abajo. Sabía fuertemente amargo pero le encantaba.

Segundos después y de pie junto a él, le bajó los tirantes del pantalón hasta la cintura animándole con violencia a deshacerse del mismo. De rodillas, se apoderó del miembro medio fláccido para comenzar a chuparlo tragando buena parte en el interior de su boquita. Lo cierto es que se encontraba hambrienta de él. Meneando la mano adelante y atrás y metiéndoselo envuelto entre los labios, con gesto morboso le miraba sin apartar un segundo los ojos de los del hombre. La mano apoyada en el muslo masculino, chupaba y lamía pasando la lengua a lo largo del miembro, cada vez más erguido y que enseguida volvía a atrapar deslizándolo despacio entre los labios. Poco a poco y con audacia experta fue comiéndole la polla hasta ponerle de nuevo a tono.

El afortunado fontanero gemía de forma mínimamente audible, con la mano caída entre los bien cuidados cabellos para así acompañar el movimiento continuo de cabeza. Sin dejar de gemir, empezó a tirarse adelante follando él mismo la boquita voraz e insaciable.

-          ¡Qué duro te has puesto otra vez… Me encanta muchacho!

-          Eres insaciable –comentó él tuteándola ahora por primera vez.

-          Oh, sí lo soy… No sabes bien lo viciosilla que puedo llegar a ser –la polla de nuevo al interior de la boca ahogándose con aquel grosor infame.

Pajeándola a buen ritmo entre los dedos, para enseguida llenarse al notar la inflamada cabeza golpearle el carrillo. Él le bajaba la mano a uno de los senos, acariciándoselo levemente y sin poder evitar un gemido placentero. Aquella madura estaba realmente potente y excitada como para dejar de disfrutarla. Llevándole la polla arriba, se apoderó de los testículos que chupó y lamió con delectación creciente sintiendo lo muy cargados que estaban. Mucha leche parecían todavía guardar pese al orgasmo de un momento antes. La mirada arriba, pasó la lengua por allí encima golpeando y estimulando las bolas colganderas. Le apetecía hacerlo y ver cómo el rostro masculino tomaba aquel rictus satisfecho a la vez que de cierta desazón.

De nuevo a la boca y de nuevo aquella mirada tan llena de lascivia y desvergüenza. Deseaba devorarlo, sacarle de nuevo todo hasta dejarle al pobre sequito y agotado. Un grito animoso exhaló al sacarse el tremendo animal de la boca. Una vez más cayó sobre los huevos, jugando con ellos con desenfreno imparable. Moviendo la cara, cerraba los ojos y los abría para seguidamente recorrer el largo tallo pasándole los labios por encima. Luego escupió sobre el rosado glande, extendiendo las babas por todo el músculo que palpitaba excitado reclamando mayores atenciones. La mujer fuera ya de sí, maltrataba el glande con la lengua viéndolo responder ufano al roce. A continuación abrió los labios sorbiendo el ardiente capuchón boca adentro.

-          ¡Me encanta tu polla! –exclamó nada más sacársela de la boca y sin parar de pajearle.

-          ¿Y ahora podrás follarme otra vez? Me tienes ardiendo cariño…

Lo cierto y verdad es que así era. El coño hecho fuego le chorreaba jugos abajo, sintiéndose un calor intenso correrle las entrañas. De espaldas a él se mostró en todo su esplendor, el culo redondo y firme convertido en toda una invitación a la imaginación más perversa. Redondo y firme como decíamos, todavía lo mantenía elevado y apetecible para quien lo mirara con ojos libidinosos y viciosos. De ese modo lo hacía el joven muchacho, la mirada clavada en las elevadas posaderas tan llenas de pasión. Se moría por volverla a hacer suya, poseerla hasta caer los dos rendidos en cálida unión. Las manos a los lados de la mesa, el elegante culotte resbaló muslos abajo hasta quedar huérfana de él.

Metido entre sus piernas comenzó a comerla, arrancándole con ello un gemido sofocado que acalló mordiéndose suavemente la parte alta del brazo. Los labios por encima de ella, abriendo más las piernas y levantando una de ellas dejándola apoyada en la mesa. Él la chupaba y mordía sin freno, cogiéndola de las ancas y raspándole con la lengua la entrada de la vagina. La tierna flor se entreabrió al cálido y sugerente ataque. Estaba tan mojada y resultaba tan fácil para el hombre. Lamiéndole la rajilla, enseguida abierta por ese roce infame que la hacía rabiar. María gimoteaba, se removía echándose atrás al arquearse, pedía más hecha un mar de nervios.

-          Chúpamelo, anda cómeme entera… qué lengua más maravillosa tienes…

Y él no paraba de horadarla, pasándole la lengua arriba y abajo, hundiéndola de tanto en tanto entre los elevados lamentos que la mujer producía. La pasión crecía cada vez más en ella. Cambiando de objetivo, el chico mordió levemente la nalga rolliza, clavándole los dientes en aquella piel fina y deseable. Ella se volvió aprobando feliz la caricia. Enseguida sintió de nuevo la lengua jugueteando entre sus labios abultados, metiéndose entre ellos para salir al momento. Aquel cabrón la estaba volviendo loca, tan fantástico era… su querida mujercita estaría satisfecha y feliz con un hombre así. Pero ahora era completamente de ella y pensaba aprovecharlo hasta el final. Un último roce por toda la zona y se levantó quedando tras ella.

La madura lo supo al instante, viéndole con una nueva goma entre los dedos dispuesto a penetrarla una vez más. La polla brillaba enhiesta y vanidosa bajo el control del muchacho listo para el combate.

-          Métemela toda querido… la quiero todaaaaaa.

No pudo continuar hablando, solo gritar y quejarse con el terrible empujón que él le dio. Entrándole de un golpe hasta más de la mitad, la nueva follada dio pronto inicio. De las caderas, el fontanero la tenía bien sujeta moviéndose a su placer entre las continuas quejas que ella profería. Se quejaba pero en realidad le fascinaba aquello, el muchacho sabía darle placer y ella se lo devolvía empezando a moverse también ella. El aliento parecía fallarle de tan llena como se sentía, los dos quietos un breve instante gozando de tan arduo acople. Bien enganchado a la mujer, cayó sobre ella pasándole la lengua por el hueco de la espalda y eso no pudo menos que hacerle sentir una corriente eléctrica apoderarse de todo su cuerpo al alcanzarle un orgasmo intenso y con el que creyó mearse de gusto.

Loca de pasión y tras un corto respiro, le pidió continuar el pene bien metido entre sus carnes y meneándose de forma admirable y lenta. Adentro y afuera resbalándole después hasta lo más hondo, tomando velocidad apoyado en lo lubricado de su sexo los amantes suspiraban y gemían, gruñendo uno y otro entregados a la pasión del coito. La hermosa María gritaba ahora, echando la vista atrás para cruzarla con la de su joven y complaciente amigo. Pidiéndole con la mirada en blanco y sin hablar que la follara más y más, rompiéndola entera y sin compasión alguna.

-          Así cariño así, más fuerte… dame más fuerteeeeee.

El coño le quemaba, la cabeza le daba vueltas perdida en un millón de sensaciones a cada cual de ellas mejor, las palabras le escapaban con dificultad entre los continuos y entrecortados hipidos que exhalaba. Loca, la tenía completamente loca… dios era tan bueno aquel polvo salvaje y al tiempo tan considerado y respetuoso para con ella. La velocidad cada vez mayor, los golpes cada vez más firmes y poderosos contra su trasero abierto. Tras unos fuertes y animosos empellones que la hicieron aplacar los gritos mordiéndose con desesperación el labio, el macho embravecido fue perdiendo poco a poco parte de su ímpetu hasta acabar finalmente escapando a su amable encierro.

-          Dioossssss, qué fogoso eres… Qué polvo más salvaje muchacho – aseguró con voz cansada.

Ambos se besaron soportando así la tensión del momento. Con la mano le hizo separar, llevándole contra la encimera. Él tomó asiento, la polla en ristre y echada ligeramente a un lado. De manera experimentada, la mujer supo bien cómo colocarse sobre su hombre. Masturbándose con los dedos por encima de la raja y el pubis, con rapidez atrapó el pene hasta envolverlo entre sus labios. Incorporándose en busca de una mejor posición, María quedó a horcajadas y con las piernas dobladas mientras el miembro hecho furia ocupaba su sensible entrada. Con los pies apoyados firmes en la encimera, podía cabalgarle de la mejor manera. Y así lo hizo, comenzando el lento y plácido cabalgar sobre el recio eje.

Las manos reclinadas en el pecho masculino, le montaba ya de forma cómoda y rápida dejándose coger por las caderas. Respirando penosamente, gimoteando y llenando de lamentos la cocina para enseguida convertirse en rugidos sugerentes que al hombre animaban, enterrándose con fuerza entre sus piernas. Empalada por él, con el brazo la tenía enlazada la cintura dándole a cada golpe más y más fuerte. A María las piernas le temblaban, alargando la mano trataba de agarrarse al borde de la ventana o bien al armario cercano. Buscaba comedirse en su completo trastorno pero evidentemente no podía. El orgasmo continuo le escapaba entre las piernas y no lo podía parar, la polla enorme dentro de ella castigándola una y mil veces.

-          Métemela cariño… hasta el fondo y con fuerzaaaa.

Arriba y abajo, botando descontrolada sobre el duro aguijón al que deseaba ordeñar hasta arrancar del mismo toda su mucha potencia viril. Las tetas se le movían sin control alguno, facilitado por el constante batir del joven macho. La fatigada hembra cerraba los ojos, sollozaba y dejaba caer las manos por encima de sus bellas formas acariciándoselas con fruición y descaro.

Aullaba, berreaba, removía la cabeza adelante y atrás sin que el grueso dardo cesara en su ardiente golpear. El placer la envolvía entera en un estado de incontinencia y vicio absolutos. Quedaron quietos para al instante continuar al mismo ritmo salvaje y agotador. La mano del macho apretándole el pecho, hasta hacerla gritar por un agudo dolor en el pezón oscuro. Aquel cabrón no se corría ni a tiros, la tenía realmente consumida y agotada.

-          Joder tío joder, me vas a matarrrrr.

Avanzando en el cabalgar, ella le animó a terminar el ardiente encuentro matutino, brincando y montando como una posesa mientras de sus labios no paraban de salir palabras llenas de erotismo y desenfreno. La polla incrustada en su empapada vagina hasta que saliendo, la leche hecha surtidor empezó a brotar violentamente por los aires cayéndole parte de ella en el vientre y los muslos. Ríos de lava en forma de líquido denso y espeso que una vez más devoró probándolos gustosa y con la mirada descompuesta por el placer. Al tiempo, el joven y debilitado semental bufaba derrotado y entregado a aquella dulce y encantadora arpía. Fiel como lo había sido hasta ese momento, ¿qué haría para ocultarle el cálido desliz a su esposa?

Al fin todo había acabado para ambos, con los labios y la lengua chupando y lamiendo aquel estropicio hasta dejarle perfectamente limpio y calmado. Misteriosamente ya no le dolía para nada la cabeza, un gesto de enorme felicidad inundando su bello rostro de mujer satisfecha.

-          Bien, y ahora ponte a arreglar eso… no vayan a llamarte la atención en el trabajo –le dijo mientras descabalgaba alargándole la mano para que antes la acompañase obediente al baño.

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