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En casa de Nata

en Hetero: General

Nos morreamos en el ascensor como dos adolescentes. No tenía ni tiempo de respirar, agotada por la cascada de orgasmos y el poco espacio para respirar, entre la mamada (¡La mamada de mi vida! ¡Nunca me había comido una polla así!) y los morreos. Cuando nos separábamos notaba el semen pegajoso que unía nuestras pieles, y entonces me volvía a dar un tirón y me pegaba a él, repasándose el pecho con mis tetas. Me sentía guarra, sucia, caliente. Notaba cómo su lengua me entraba hasta lo más hondo y no podía dejar de meterle la mía intentando sorberlo, secarlo entero.

Por fin se abrieron las puertas y al salir del ascensor apenas conseguí despegarme de él para poder abrir la puerta. Metí la llave notando su polla en mi culo y ese empujón nos metió en la casa.

Cerré de un golpe y me apreté contra la puerta, esperando su acometida. No hizo nada. Abrí los ojos y lo vi reírse. No sabía qué hacer. Poco a poco se me fue acercando, rodeándome con sus brazos y apretando fuerte mis nalgas. Cerré de nuevo los ojos y entreabrí la boca y entonces me levantó en vilo para sentarme sobre la cómoda de la entrada.

Abrí de nuevo los ojos y su sonrisa malvada me dejó claro que le había llegado la hora de comerse mi coñito.

-              Voy a probar la mercancía que me has enseñado…

Me reí con ganas y con calentura. Veía brillar en su cuello los restos del semen que le había pegado con los roces y los morreos, e imaginarme cómo se veía en mí, ahora que empezaba a notarme la piel tirante, aún me ponía más caliente. Poco a poco se fue acercando a mí, fue enterrando sus dedos en mi melena y me atrajo de nuevo hacia su boca, para meterme la lengua hasta el fondo. La enredé con la mía, para sorberle el alma si podía.

Mientras, sus manos fueron rozando mi blusa y empezando a quitar botones. Hábilmente soltó mi sujetador y, de un tirón, me atrapó los brazos detrás de mí bajando la blusa. Ya estaba entregada a él, pero el hecho de estar sujeta, de que me hiciera su prisionera, aún me hizo notar la braguita más mojada.

Su lengua salió de mi boca, y empezó a comerme la cara a besos, unos besos que se fueron haciendo más húmedos al bajar a mi cuello. Me besaba la piel sucia de su semen y me pareció muy guarro y caliente. Era un guarro y yo disfrutaba siendo su guarra, gimiendo y echando la cabeza para atrás, enseñándole mi yugular para que me mordiera como un vampiro y me hiciera su puta por toda la eternidad.

Sus dedos se colaron bajo las copas del sujetador, buscándome los pezones con ansia, sin nada de ternura. Sus roces y apretones bruscos me derretían, y pronto me acabó de quitar la blusa para dejar caer el sujetador. Se paró delante de mí, mirando mis tetas desafiantes.

-          Me gustan tus nuevas tetas

-          Gracias –respondí.

-          ¿Por qué te las has puesto?

-          Me gusto más así.

-          ¿Qué te gusta más así? – parecía haberse olvidado de tocarme.

-          Me veo más guapa

-          ¿Más guapa? – respondió con otra pregunta -¿te ves los ojos más bonitos?

-          No, no es eso – repliqué un poco cortada

-          ¿Entonces…?

Hicimos un pequeño silencio.

-          ¿Qué te hace sentir más guapa? – volvió a la carga

-          No sé… - empezaba a estar un poco molesta

-          Pues no voy a tocarlas hasta que me lo cuentes

-          Me veo más sexy… - esperaba que la respuesta le convenciera

-          ¿Y eso…?

-          Me miran más…

-          Ahhh… -esbozó una sonrisa- ¿Te gusta que te miren?

-          Sí… - me sentía una corderita entrando en la boca del lobo

-          ¿Y cómo te gusta que te miren?

-          No sé… como a una mujer

-          ¿Y cómo se mira a una mujer? – estaba visto que no iba a parar

-          Con deseo… - musité

-          ¿Cómo?

-          ¡Con deseo! – el interrogatorio me tenía negra

-          …

-          Quiero que me miren las tetas, que se vuelvan, que se cambien de postura para mirarme el canalillo o ver si algún botón deja ver algo – estaba desatada – Quiero que se fijen, que vean los pezones ponerse duros, y que se imaginen qué harían con ellas.

Un lametón lento y rugoso fue subiendo mi teta derecha, hasta llegar al pezón, estirándolo, continuando por el seno, subiendo por mi cuello manchado, buscando mi boca en otro morreo.

-          O sea… que te gusta calentar pollas

-          …

-          Poner a los tíos cachondos…

-          …

-          Puta – fue un susurro, pero me sonó como un trallazo.

-          Sí. Me gusta. Envidiaba a mis amigas cuando les miraban las tetas y el culo, y en mí no se fijaban. Ahora tengo unas tetas más grandes y más levantadas que las de ellas y me gusta mogollón.

-          Ven aquí puta…

Odiaba esa palabra. La odiaba hasta hoy. Me encantaba decirle que sí, que era una puta y que quería que me tratara como a una choni adolescente calentorra.

-          ¡Calla y chupa, maricón!

Le agarre del pelo y me lo estampé contra las tetas, y me lo repasé de una a otra. Mientras el me las agarraba bruscamente y se iba restregando la areolas por la boca y la cara, buscándolo con sus labios. Pronto, al pasar de una teta a la otra, dejaba la boca prendida de mi botoncito, estirando el pezón hasta que se le escurría entre los labios, poniéndome a mil. Cuando liberó mi cabeza de sus manos, después de enterrarse en mi canalillo, empezó a repetir la operación con los dientes, con lo que la presión era mayor y cada vez que me soltaba notaba un dolor que me hacía gemir de placer. Cada uno de los tirones del pezón me llevaba a decirle que no, un “no” que los dos sabíamos que era pedirle que me diera más, que me hiciera sufrir de placer.

Estuvo un rato castigándome las tetas, alternativamente, escapándose de vez en cuando a lamer mi cuello, mi axila, mi cara, a recorrer mi lengua con la suya y volver a torturarme los pezones. En una de esas escapadas, su lengua fue bajando por mi vientre, hasta empezar a rozar mis bragas, empapadas ya, justo encima de mi clítoris, que todavía no se había recuperado de los pajotes del coche.

Sus manos me bajaron las bragas por detrás, y levantando mis rodillas con los hombros me despegó de la cómoda, con lo que pudo sacarlas fácilmente. Me volvió a dejar apoyada, ahora sobre mi sacro, de manera que tenía acceso a mi chochito y mi culo, que se iban abriendo y cerrando según él me manipulaba las piernas. Notaba el fresquito de haberme quitado las bragas, secándome la inundación que tenía en la entrepierna, totalmente llena de flujo. Estaba expectante, mientras él se dejaba esperar. Hice fuerza para estamparle la cara en mi coño, pero me tenía muy bien cogida. Mandaba él, y yo sólo podía aceptarlo.

Las yemas de sus dedos volvieron a recorrer el camino de mis muslos, parándose en el tatuaje de la liga.

-          ¿Sentirte elegante…? Más bien parece para sentirte aún más putita…

-          …

No sabía qué contestar. Me había hecho el tatuaje después del único lío que había tenido desde que me separé, con un amigo que quería aprovecharse de una mamá pánfila y sola. Había llamado a mi mejor amiga y me había ido a hacer un tatuaje que no fuera de mamá pánfila y sosa, sino de todo lo contrario. Y ahora mismo era todo lo contrario de eso.

-          La lengua en el coño, no diciendo tonterías…

La petición tuvo éxito instantáneo, me imagino que más por su calentón que por otra cosa. Empezó a morrearme el coño, lengüeteándolo por todas partes: por los labios, la vagina, el clítoris. Bebía mis flujos con el control perdido, mientras a mí me iba haciendo empinarme del gusto que me subía por toda la columna. Creo que me hubiera corrido si no hubiera recuperado la calma, ordenando por donde iba pasando mi lengua, subiendo entre mis labios, enroscándose en mi clítoris, recorriendo el perineo…

No pudo aguantar más. Me levantó, me echó sobre él y me preguntó directamente dónde estaba mi cama. Encontró rápidamente el dormitorio y me dejó caer sobre la cama, de nuevo totalmente abierta. Saltó sobre mí, dejando su cara a milímetros de la mía:

-          Ya sabes que estoy operado… ¿a pelo?

-          Desde que… sólo he estado con un chico y fue con condón. Fóllame a pelo.

Me gustó como sonaba: “fóllame a pelo”. Pensé que era una frase que me hacía sentirme dueña de mi cuerpo, de mi sexualidad, de mi nueva vida… pero no me dejó pensar mucho más, pasando de morrearme a chuparme las tetas, y bajando de nuevo al coño. Allí sus labios y su lengua formaron una especia de ventosa que me lo quería arrancar a la vez que me la iba metiendo como una pequeña pollita. Abrió mis muslos, levantándolos a la vez, dejándome como una flor abierta, de la que fue comiendo, mordiendo, mis labios, mi clítoris… De repente, su lengua empezó a rodear mi culito, atacando de vez en cuando el agujero de mi ano. Se me escapó un gemido.

-          ¡Guarra!

Lo miré. Estaba de rodillas, delante de mí, con una polla increíble, con la que sabía que me iba a sacrificar en un momento. Hacía un rato que le había hecho correrse y ya la tenía como un hierro. Había sido yo: mis labios, mis tetas, mi cuerpo… De nuevo no me dejó mucho tiempo para pensarlo. Puso sus manos firmes en el interior de mis muslos, abriéndolos aún más, y la apoyo, casi como si la dejara allí, encima de mis labios. Los dos nos quedamos quietos.

Poco a poco, sin que me diera cuenta, mis caderas empezaron a moverse para rozarla de arriba debajo de mi coño, llenándola de un flujo que notaba que se derramaba de mí.

-          ¡Guarra!

Me iba a reír, a contestarle cualquier bordería, cuando sentí que me entraba, firme, decidida, imparable. Sentí cada centímetro hundiéndose muy adentro, hasta mi alma. Era un puñal, y empezó a destrozarme sin compasión. El placer iba llenándome, desde mi vagina, acrecentándose con los besos, los mordiscos, los arañazos. Paró, apoyando sus brazos sobre los míos, sobre la cabeza, y empezó a morrearme otra vez, hundido hasta el fondo. Sentía su pecho rozando con mis tetas, su lengua enredándose con la mía en mi boca, su respiración ardiente que se dirigía a mi oreja cuando necesitaba respirar, aprovechando para susurrarme:

-          ¡Guapa!

-          ¡Zorra!

-          ¡Bombón!

-          ¡Putón!

-          …

Cada palabra me ponía más caliente. Me gustaba sentirme preciosa, sentirme una putita, entregarme a que me usaran o ser una devorahombres… Mi lengua se aceleraba en su boca cada vez que me susurraba algo:

-          ¡Comepollas!

Eso le calentó a él más que a mí. Sin despegarse de mi boca y mis tetas, su culo empezó a subir y bajar, su polla empezó a entrar y salir, como una máquina de follar, sin darme descanso. El gusto me empezó a agobiar, crecía cada vez más y los segundos que se separaba de mi boca aprovechaba para boquear, porque mi nariz no me daba abasto para coger aire. De pronto me quedé colgada, sintiendo cómo me subía un orgasmazo. No podía gritar, pero él lo notó, porque retiró su pene de mi coño con suavidad, para después clavármelo de un golpe. No sé si me gustó o me dolió, pero me sentí morir. Fue repitiendo la operación, cada vez sacándolo más despacio, para que notara el placer de írmela rozando, cada vez apretando como un pistón, oyendo el sonido de nuestros pubis chocando, notando la sacudida de sus huevos en el culo. Yo iba encadenando corridas, hasta que por fin, de una boqueada, pude coger el aire suficiente para gritar, para berrear, para suplicarle que parara, aunque quería que siguiera clavándome hasta matarme, que me crucificara a pollazos en la cama.

Poco a poco, fue bajando el ritmo, haciendo que mi placer se relajara, se espaciara, se fuera acompasando a una respiración muy honda, pero cada vez más lenta. Salió de mí con cuidado, y empezó a besarme con suavidad, aunque su dedo se hundía en mí de cuando en cuando para salir rozando mi clítoris, en una sensación que me crispaba. Me gustaba, pero me molestaba. Cuando se dio cuenta dejó de hacerlo y clavó el dedo hasta lo más hondo, removiéndolo poco a poco. Me fui relajando de todo, dejando atrás los orgasmos, y entonces empezó a hurgar con su dedo en mi culito. Di un respingo y él se rio. Me dio un beso en el pezón, que convirtió en un mordisco, y aprovechó para darme una fuerte torta en el culo:

-          Ponte a cuatro patas.

-          Espera… estoy muerta.

-          ¡A cuatro patas! ¡Que yo aún no me he corrido!

No había caído en eso. Seguí el movimiento de sus manos, fijas en mis caderas, y me puse a cuatro patas, apoyándome sobre el pecho y los brazos. No podía más.

Mi postura hacía que estuviera totalmente abierta debajo de él. Empezó a deslizar su lengua por mi vulva, arrastrando mi clítoris, hasta pasar el perineo y llegar al ano. No fue nada disimulado, y me lo fue rodeando como una canica que cae en un agujero. La caricia me encantaba, pero no podía dejar de pensar que era el mismo ojo del culo.

-          Está sucio. Estoy sudada.

-          Me gusta.

-          Me hace sentir un poco incómoda.

-          Ya te acostumbrarás…

Me dio miedo. Una descarga de miedo en mi entrepierna, con la que casi me corro. Sin embargo, después de hablar ya no volvió al culo. Se puso de pie, detrás de mí, me apoyó el glande en el coño y, poco a poco, fue abriéndolo para entrar. Yo casi no podía hacer fuerza, así que me cogió fuerte de las caderas, para irme clavando en él. Notaba su polla entrando decidida, lenta pero rozando cada milímetro de mi vagina, hasta hacer tope con sus huevos. Estaba recién corrida, pero notaba un placer inminente, que estaba llegando, que venía pero sin acabar de llegar. Sus manos se iban deslizando de mis caderas a mi costado, tomando más recorrido para irse hundiendo en mí, y no dejó de hacer más largas sus caricias hasta llegar a mis pechos, rozarse con ellos y agarrarlos duro, firme, usándolos para imprimirme otra vez el ritmo de máquina, de pistón, de martillo neumático que pronto me desbordó en una nueva corrida. Me vino de golpe, me dejó sin aire, desmadejada, y me caí sobre el colchón cuando me fallaron brazos y piernas. Brazos, piernas, vista, respiración… pero él no paraba. Sin salirse de mí, se deslizó sobre mi espalda, y apoyado sobre los puños que se cerraban alrededor de mis tetas, con los dedos índice y corazón de cada mano torturando los pezones, siguió taladrándome, sacándome los orgasmos a chorro. Apenas fui consciente de cuando empezó a acelerar, a apretarme más los pezones. Sólo fui consciente cuando lanzó un grito ronco y seco y la lava de su semen invadiéndome. Noté cada uno de los movimientos que buscaban prolongar su corrida, noté como en cada coletazo se apoyaba un poco más sobre mi espalda, hasta que su pene flojo se salió de mi cuerpo y él se giró para quedarse tumbado junto a mí.

Me sentía llena, eufórica, y me eché sobre él para morrearlo, robándole una respiración que apenas le llegaba.

-          ¡Ha sido fantástico! ¡Nunca me había corrido así!

Me miró sorprendido.

-          ¿Y qué –se entrecortaba porque le costaba respirar- te han hecho hasta ahora, bombonazo?

-          Menos – me sentía halagada por su interés, pero tampoco me apetecía contar nada- Otro día te cuento.

Ambos sonreíamos, alternando besos y abrazos. Algún chupetón, mordiscos en los pezones, caricias… nos fuimos dejando caer en la cama, agotados, vacíos… De algún sitio sacó fuerzas para incorporarse y dedicarse a repasarme bien las tetas, acariciándolas, lamiéndolas, comiéndoselas con sus labios.

-          ¡Gracias!

-          ¿Y eso?

-          Gracias por tus tetazas nuevas. Me encantaron cuando las vi, pero hoy he flipado con ellas.

Me encantó el cumplido. Me compensó las molestias del postoperatorio con sólo una frase. Era exactamente lo que quería, unas tetazas que encantaran a los hombres, que me encantaran a mí. De pronto se incorporó:

-          ¡Venga, vámonos! Habíamos quedado en celebrar el encuentro con una cerve.

-          ¿Te ha parecido poca celebración?

Me fijé en cómo me miraba, de arriba abajo. Me imaginé que veía a una mujer satisfecha y apetecible, derrotada, sudada, feliz… Notaba como su semen se me empezaba a escurrir, mojando mi culo y manchando las sábanas, y me noté liberada. Esa sensación, que me antes me parecía sucia, era ahora maravillosa.

-          Me ha parecido poca celebración, sí. Pero mi amiguito ya no puede seguir, así que prefiero continuarla con una cervecita.

Me reí. Veía su pene flácido, chiquitito, como para mimarlo. Me pareció hermoso que estuviera sucio de mí y de él.

-          ¡Venga! ¡Vamos a la ducha! – le invité.

-          No, gracias… me siento bien.

Le di un piquito, que se convirtió en un señor morreo, y me marché a meterme en la ducha. Se me olvidó todo, la ropa que siempre preparo cuidadosamente, el albornoz, la toalla del pelo… Me eché a reír, pensando en que todas esas pequeñas manías eran porque necesitaba estar bien follada. Dejé caer el agua caliente por todo mi cuerpo, empapándome también el pelo. Pasé la mano por mi vulva, para ayudar a que corriera el semen, y no pude evitar abrirla y buscarme el clítoris con el dedo.

Me asustó la mampara al abrirse. Se metió en la ducha conmigo.

-          No me quería duchar, prefería irme sucio de ti, pero no he podido resistirme.

-          ¡Me alegro!

-          Sí, ya veo que empezabas a alegrarte sola…

De nuevo me besó, abrazándome, pasándome las manos por todo el cuerpo, apretando mis tetas contra su pecho, amasándome el culo… Se puso de rodillas delante de mí, levantó una de mis piernas y empezó, de nuevo, a lamerme el coño, ahora más aliviado por el agua. No sé cuánto estuvimos así. Me dejé caer sobre los azulejos y, cuando superé la sensación de frío en mi espalda, me dejé llevar. Fue un orgasmo suave, cariñoso. Era lo que necesitaba.