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Vibrador con control remoto en la biblioteca

en Fantasías Eróticas

Iba a dar el primer paso para hacer realidad mis fantasías con Maya. Ella era una de mis mejores amigas, motivo por el cual todavía no había dado un paso hacia delante. Bueno, también era relevante que llevaba dos años con su novio.

Ella era la típica chica de la universidad con el pelo castaño claro, casi rubio, ojos azules y un cuerpo de cine. Tenía un pecho exagerado para su delgadez, y culo no le faltaba. Y… ¡Cuántas veces había jugueteado ella con sus dos tetas acercándomelas al abrazarme o mientras estaba hablando a mi lado…! Era una chica que destacaba por su carácter a pesar de que conmigo siempre había sido muy dulce. Ventajas de la friendzone, supongo.

En definitiva, Maya era tremendamente sexy –más aún si tengo en cuenta las bromas sexuales que hacíamos con la confianza que teníamos, a pesar de que nunca las dirigiéramos hacia nosotros- y es por eso que ella hacía que mi imaginación sexual volara. Así pues, yo deseaba a toda costa hacer algo un poco travieso con Maya: hacer que se pusiera un vibrador con control remoto que se controlaba desde mi móvil. Tenerlo ya lo tenía, así que decidí trazar un plan para conseguir mi objetivo.

En uno de los descansos en la universidad le metí en el bolso un papel en el que decía lo siguiente: “Hola Elsa, llevo tratando de pensar cómo te puedo explicar una cosa que lleva en mi cabeza mucho tiempo, tal vez demasiado. Si quieres saber qué es escríbeme a este mail: xamigox@gmail.com. Un beso”. Solo podía esperar.

Para mi sorpresa, antes de irme a dormir miré la bandeja de entrada del correo electrónico que justo ese día había creado para esta misión y… sí. Ya tenía respuesta. Parece que Maya tenía más curiosidad de la que yo jamás hubiera dicho.La respuesta decía: “No sé quién eres así que empecemos por eso.”. A eso le respondí que era secundario pero que era un amigo suyo de la universidad, y procedí a explicarle la intensa atracción sexual que sentía hacia ella. Acto seguido, me fui a dormir. Estaba tan excitado como nervioso. Ella, al menos, la curiosidad la tenía.

Al día siguiente en la uni todo fue normal. Ella aparentaba normalidad y seguíamos haciendo nuestras bromas. Lo que yo todavía no sabía (muy inútil de mi por no haber mirado el mail por la mañana) es que a mi mensaje ella había respondido diciendo que creía que sabía quién era pero se lo iba a callar, pidiéndome que le explicara qué es lo que quería. Tal cual lo leí, le escribí que quería hacer un juego algo subido de tono y que me dijera si estaba dispuesta, a lo que me contestó que sí. Yo le respondí: “lo próximo que recibirás será un paquete.”

Ya le había enviado el consolador a su casa. En el paquete le había puesto unas instrucciones que decían lo siguiente:

  1. Ahora ya no hay marcha atrás.
  2. Lo que hay aquí dentro lo llevarás puesto el próximo viernes en la biblioteca durante toda la tarde, de 4 a 9.
  3. No me escribas al mail.
  4. No digas esto a nadie.

El juego había empezado y yo estaba que me subía por las paredes. Llegó el viernes y, curiosamente, coincidimos en la biblioteca de la uni. No cuadré las horas para no dar el pego, pero le note algo diferente. Entre otras cosas, que apenas se levantaba de la mesa.

Eran las 5 en punto. Había decidido que esto empezaba ya. Habíamos venido a jugar y vaya si íbamos a jugar. Quise comprobar si realmente había seguido las instrucciones y lo llevaba puesto, por lo que saqué el móvil y, a través de la app, empecé con estímulos suaves e intermitentes. Efectivamente, lo llevaba puesto. Justo cuando empecé a hacérselos paró de escribir, alzó la mirada y se puso ligeramente roja. Cruzó las piernas (y…¡qué piernas más sexys se le veían con esa falda!) y se hizo una coleta (¿cuántas veces me habría imaginado cogerle de la coleta mientras me la chupaba?).

Paré. Paré para generarle incertidumbre y curiosidad durante un rato, y al cabo de un cuarto de hora empecé de nuevo. Esta vez los estímulos intermitentes se siguieron de una vibración suave pero constante. Su cara era un poema. Ya no estaba pálida pero no despegaba la mirada del papel y las manos de la mesa. Paré y alzó la mirada. No hallaba nada que le indicara quién era el otro participante del juego. A pesar de que yo retomé el control sobre ella con las vibraciones, ella cogió el móvil durante unos minutos. Aparentaba normalidad, pero de repente me llegó un mensaje a la bandeja de entrada del mail. Decía: “Esto se me va a ir de las manos”, a lo que le dije: “no te preocupes, he reservado la sala 009 toda la tarde. Ve y ábrela, tu tarjeta de estudiantes está acreditada”. Y eso hizo. Cogió sus cosas y se marchó al segundo. Seguro que ya estaba mojada.

Cuando ella entró en la sala yo ya había vuelto manos a la obra. Esta vez fui más fuerte y el juego ya se estaba poniendo serio. Desde mi ordenador accedí a la cámara que había puesto en la sala hace un rato y vi que Maya estaba disfrutándolo. En mis auriculares escuchaba que gemía “Oh, oh, sí, sí, más fuerte, oh, sí…” acorde a la intensidad que marcaba con mi móvil. Estaba siendo impresionante. De repente, Maya se sacó la camiseta que llevaba. Se debía estar acalorando. No pude parar de hacer capturas de pantalla y, de repente, se baja la falda. Estaba muy mojada. Eso ya eran palabras mayores. Subí de intensidad. Se sentaba. Estiraba las piernas. Contenía sus gritos (el aula estaba insonorizada pero imagino que lo haría por precaución). Pedía más. Le daba más. Sudaba. Gemía “oh si, eres un cabron, oh si. Como se entere mi novio te va a matar, desgraciado. Joddder, oh no, que gusto, oh” hasta que subí al nivel máximo. Ahí ella se descontroló. Gritaba y gemía. Pedía más y le daba más. Se corrió y yo seguía. Y se volvió a correr una y otra vez hasta que, mientras bajaba el nivel de vibración, le llegó una notificación al móvil de un correo mío. Decía: “Basta ya por hoy. Parece que te ha gustado. Pronto habrá más.” Y firmé el mail con mi nombre. Fue arriesgado pero estaba decidido a que esto siguiera. Por la cámara vi su reacción. Cuando acabó de leer mi mail bajó su mano y se tocó unos segundos. Parecía que le excitaba que hubiera sido yo. Aun así, paró. Ya había tenido suficiente por hoy. Se colocó las tetas ( ¡y qué tetas!) y se vistió. No volvi a verla por la biblio. Debía estar muerta de vergüenza.

La fantasía continuó después de este ardiente viernes, y así lo hará este relato.