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Las aventuras de Águeda 1

en Amor filial

Las aventuras de Águeda 1

 

Primer encuentro entre la mujer madura y su joven y gallardo sobrino. En la luminosa mañana, la cocina se convirtió para los amantes en mudo testigo de su nueva relación. Tía y sobrino volvieron a disfrutar del calor de sus cuerpos insaciables y cansados por la pasión que les corría…

 

 

El poderoso haz de luz de la mañana se proyectaba con violencia contra el ventanal, iluminando vigoroso la diáfana estancia a través de los blancos visillos casi transparentes. Era la cocina, espaciosa y de configuración rectangular hacia el fondo y con una hilera de muebles en color cerezo cubriendo toda la pared siniestra. Vitrinas y estantes llenos de botes y todo tipo de cachivaches de cocina, todo ello acondicionado de forma cuidadosa y con un esmero casi enfermizo.

La mujer, dando la espalda a la luminosidad de la mañana y cómodamente sentada sobre la mesa, en silencio deleitaba los sentidos con el cálido y agradable aroma a café recién hecho. Cubierta por la fina bata de un rosa suave y pronunciado escote en pico, la corta melena de castaños cabellos ondulados le caía mínimamente por encima de los hombros.

Mientras tanto y de espaldas a ella, su joven acompañante acababa la preparación que pronto ambos disfrutarían. Las dos tazas ya listas y colmadas de oscuro y aromático café envolviendo el espacio culinario, unas gotas de leche desnatada con las que darle color y quedaría listo para saborear.

-          ¿Cómo va ese café? –preguntó ella estirando en un susurro las palabras.

-          Casi listo, solo algo de stevia con que endulzarlo y enseguida lo tienes.

-          Oh bien, tú siempre tan solícito y amable –al instante respondió las palabras del muchacho.

Volviéndose se unió a ella entregándole la taza entre los dedos.

-          ¿Quema? –volvió a preguntar esta vez con un toque de femenina coquetería.

-          Un poco, cógelo por la parte de arriba y bébelo a sorbos.

-          Ummm, me encanta. Ligeramente dulce como me gusta –declaró saboreando la pequeña capa de espuma que le cubría los labios.

De frente el uno al otro, la pareja degustó el aromático y reparador líquido a pequeños sorbos. Sin quitarse la vista de encima y sonriéndose de forma abierta y algo taimada. Con la taza todavía ambos entre los dedos, Águeda le alargó la mano atrayéndole a su lado. Elevando el rostro hacia él y buscándole con deseo contenido, dejó que la besara suave y largamente rozándose en silencio los labios amargos. Era ella quien le buscaba, abriendo los labios hasta encontrar los gruesos de su joven compañero, besándole con fuerza, comiéndoselos y mordiéndolos con urgencia callada. Pablo respondió besándola con apetito, saboreando aquellos labios que notaba temblorosos bajo los suyos. La conocía bien y sabía lo entregada que podía llegar a ser.

La noche anterior habían tenido guerra y por lo que se veía, apenas unas horas más tarde, parecía avecinarse tormenta nuevamente. Los últimos días estaban resultando agotadores hasta para él mismo, joven, robusto y atlético como lo era. Águeda se había vuelto insaciable, ciertamente poco a poco y sin control sobre sí misma se estaba aficionando demasiado a su persona. Disfrutaban de uno y otro a todas horas y en cualquier lugar que la ocasión lo hiciera propicio. En la ducha a primera hora de la mañana tras el reparador sueño de la noche, amándose y penetrándola complaciente al ritmo que la lavadora puesta en marcha les marcaba, en el dormitorio y en la alcoba matrimonial, entregados de manera arrebatada, donde la mujer seguramente tantas confidencias había compartido con su difunto esposo, tal vez las mismas que ahora compartía con él o por último, y entre tantos otros momentos, en el salón donde la poseyó escuchándola sollozar satisfecha mientras disfrutaba de su cuerpo maduro por vez primera.

Pablo era el hijo treintañero de la hermana mayor de su esposo, al que había acogido en su casa en principio tan solo por unos días. Se llevaban apenas ocho años de manera que era fácil que la mecha encendiera ardiente entre uno y otro. Sin saber todavía muy bien cómo había caído en las garras del muchacho, o tal vez había sido más bien él quien había caído en las de ella... la verdad no lo sabía muy bien y tampoco es que quisiera pensar mucho en ello. Simplemente pasó y así llevaban dos largos meses desde aquella primera vez en que se entregó a él, dejándose poseer sobre la mesa del salón entre gritos desgarrados y sollozos ahogados de satisfacción.

Viuda al poco de cumplir los treinta y cinco, la soledad y la tristeza infinitas habían hecho mella, apoderándose de Águeda durante largo tiempo. Ningún otro hombre había cubierto el espacio dejado, hasta la llegada de su joven sobrino. Su amiga se lo había dicho muchas veces, animándola a olvidar el recuerdo de su esposo. Hacía ya tres largos años de su fatal fallecimiento y era hora de pensar en ella misma y en las necesidades que toda mujer puede tener. Ella siempre se había negado a ello y no por falta de pretendientes que la hubieran rondado, aduciendo falta de interés por ello. El sexo lo tenía olvidado hacía mucho tiempo, ya casi no se acordaba ni pensaba en relación a ello.

De generosas formas y entrada en carnes aunque tampoco en exceso, realmente sus redondeces atraían miradas y por qué no decirlo hasta fuertes deseos pecaminosos y obscenos entre el elemento masculino. De mediana estatura y pechos de buen tamaño, pese a todo lo que en ella llamaba más la atención era su bonito rostro de intensa mirada bajo aquellos ojos almendrados color miel que tanto parecían esconder. Algún conocido en el barrio y también en la oficina dos de sus compañeros habían tratado de romper más de una vez las ligaduras que la ataban al recuerdo del marido ausente.

Continuaron besándose cada vez más apasionados, separándose el chico un breve instante para dejar las tazas sobre la encimera y volver hacia ella comenzando a jugar con las lenguas. Las piernas rollizas y bien torneadas le colgaban mostrándose sensuales bajo la atenta mirada de Pablo que las fue devorando y ascendiendo hasta acabar en los voluptuosos y firmes glúteos que la prenda femenina lamentablemente ocultaba. Teniéndola bien enlazada por la cintura, le llevó la mano sobre el pecho femenino. Lo apretó entre los dedos notándolo duro por encima del sujetador que la transparencia de la bata dejaba entrever. Y volvieron a besarse mezclando las lenguas y comiéndose las bocas húmedas de deseo por el otro.

Acallando la pasión y el desenfreno que la dominaban, la mujer se dejó atrapar por las manos que la apretaban con fuerza contra él. Fundidos en un abrazo ella abandonó la cabeza en el hombro, pasándole su amante la lengua por el cuello y luego besándoselo de manera deliciosa. De sus labios abiertos escapaban ya los primeros gimoteos sonoros que aplacó Pablo con un beso prolongado que tuvo la virtud de dejarla sin aliento. Un temblor espontáneo en forma de latigazo violento le corrió el cuerpo haciéndola gemir ufana.

-          Ámame mi niño ámame… bésame lo deseo –musitó levantando la mirada hacia su enamorado que la tomó de la barbilla, el rostro levemente inclinado hacia un lado.

Mientras, las manos cumplían su tarea de acariciarla reconociendo lentamente y centímetro a centímetro la figura femenina y sus sinuosas formas. Eso la hacía poner alerta, la piel sintiéndola erizarse con el simple roce de los dedos por encima. Llevándole las manos abajo, fue subiendo la bata hasta despojarla de la misma a lo que ayudó ella dejándola escapar por la cabeza. Así quedó tan solo cubierta por el conjunto sexy y rosado de sujetador y braguita que al joven tanto estimulaba. Era hermosa, realmente hermosa en su belleza de hembra madura que bien sorbido le tenía el seso. Estaba buena y desde luego que bien disfrutaba de ello. Cayendo sobre la mujer se besaron nuevamente, de forma larga y apasionada mientras la mano del chico reposaba en el pecho femenino para enseguida subir al cuello provocando en ella un nuevo temblor.

Separándose mínimamente fue ahora Pablo el que se deshizo de la camisa para continuar con el constante rosario de besos, humedeciendo labios y lenguas. La mujer, por su parte, aprovechaba la ocasión para recorrer el torso varonil y desnudo que se le ofrecía. Las manos moviéndose decididas por encima de los músculos fibrosos y bien cuidados del joven macho, los labios resbalaron sobre ella lamiéndole y jugando con la pequeña orejilla una vez apartados los cabellos a un lado.

-          Me pones Pablo, me pones mucho… qué bien sabes hacérmelo –reconoció ella sin ambages al tiempo que la lengua perversa la encendía recorriéndola descontrolada.

Mirándose frente a frente, cerró los ojos para que el beso ardiente la hiciera callar. Con las manos en la espalda del hombre lo atrajo hacia ella hasta quedar bien pegados el uno al otro. Tan cerca estaban que perfectamente podía reconocer la respiración alterada del muchacho, igual de alterada que la suya propia. Estaban cachondos y nada les iba ya a parar en su deseo creciente.

-          Deja que te bese –pidió él atrapándole con vehemencia desmedida la boca.

Se besaban devorándose los labios, metiéndole él la lengua al entreabrirlos la mujer de forma complaciente. Fue el momento en que le soltó el sujetador dejándolo caer lentamente brazos abajo. Abriendo la boca se apoderó del pezón grande y oscuro, acompañado de las manos que le revolvían el cabello entre los dedos. Águeda gemía con dificultad, el condenado muchacho sabía cómo hacérselo, cómo avivar el interés en ella hasta llevarla al punto máximo de ebullición. Un calor sofocante la llenaba el cuerpo, subiéndole hasta acabar rebotándole el cerebro en forma de atracción desesperada por su joven acompañante. Le clavaba las uñas en la espalda, apretándole con fuerza contra ella, urgiendo la apremiante cercanía, haciéndole saber lo mucho que le necesitaba.

Él continuó lamiéndole el pezón elevado por el roce de su lengua, jugando con uno para pasar luego al otro entre los gemidos satisfechos que la mujer emitía. Los rodeaba en círculos provocándoles con lascivia, soplándoles suavemente encima al notarlos prestos al reiterativo contacto con que mantenerlos alerta. La madura respondía sin parar de revolverle los morenos y rizados cabellos, apretándole contra ella de forma exasperada y sin parar de pedir más.

-          Sigue muchacho sigue, chúpamelos… me tienes muy cachonda…

Y él lo hizo volviendo a pasar del uno al otro, cubriéndolos con los labios para tirar de ellos y hacerla gritar Los mordisqueó haciéndola gritar una vez más, la emoción llenándole el rostro por tan escandalosa caricia. Sollozaba, se lamentaba entrecortada mientras el chico se separaba clavándole fija la mirada al observar los duros pechos cuyos pezones le desafiaban apuntando soberbios hacia arriba. Abriendo Águeda los brazos le acogió entre ellos, besándose y morreándose con pasión en un largo beso de tornillo. Pablo le agarró la teta y dirigiéndola a la boca jugueteó con el erizado pezón. Ella no paraba de gemir entre sus brazos gozando la excitante caricia. Pero, al tiempo, también hizo algo más llevando la mano abajo para sentir el bulto más que incitante de su joven compañero. No estaba nada mal lo que allí se adivinaba, bien lo conocía ella. Pasándole los dedos por encima del pantalón lo palpó de manera sensual, apretando el tallo de forma leve pero irremediable. Se notaba ya muy grueso y duro.

-          Estás duro muchacho –aseveró sin dejar de acariciar el recio bulto que el joven presentaba.

-          Toda la culpa es tuya –respondió él antes de volver a mordisquearle el oscuro pezón produciendo en la madura un estremecimiento de puro goce.

Arrodillado a sus pies no paraba de chupar y lamer el cuerpo femenino de redondas y rotundas formas. Bajándole por la barbilla y el cuello tras besarla amoroso, apoderándose de los encendidos pezones para rápidamente descender hacia la abultada barriga llenándola de tiernos besitos que la hacían reír encantada. Su apuesto sobrino consideró ya era el momento de avanzar en el ataque.

-          Échate sobre la mesa –la voz del chico sonó ronca y suplicante.

La mujer se recostó sobre la amplia mesa Y entonces Pablo le fue quitando las braguitas dejándolas resbalar muy lentamente por las espectaculares y largas piernas de la entregada mujer. Echada atrás, la hermosa tía quedó frente al chico con las piernas dobladas y abiertas en una perfecta invitación al pecado.

-          Qué buena estás tía… qué coñito más rico tienes…

-          Oh Pablo cariño, eres un encanto –exclamó sonriendo al tiempo que se le mostraba aún más elevando perversa las piernas.

No pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos al notar la cabeza masculina metida entre sus piernas. La mano de largos y bien cuidados dedos entre los morenos y rizados cabellos del joven, notaba los besos continuos subiendo y bajándole el interior de los muslos. Un cosquilleo agradable le corría el cuerpo haciéndola gimotear débilmente. Sobándole las tetas a la vez, se las amasaba con ardor pero con sensualidad entre los dedos dándole un nuevo placer con el que hacerla suspirar y gemir. Abandonando la imagen del tentador triangulillo, subió nuevamente a la barriga recorriéndola con la lengua entre los involuntarios temblores que la mujer producía. Ascendiendo al pecho turgente y firme para al mismo tiempo bajar las manos por los costados en busca de las caderas y glúteos de la hembra veterana y en lo mejor de la vida. La fortuna no podía haberle dado mejor regalo que el disfrutar de la jaca de su tía, una mujer explosiva y sedienta de caricias tras tanto tiempo sin que las manos de un hombre la visitaran.

El roce de los dedos resbalándole la piel erizada, trazándole un roce constante por encima de la barriga, de las caderas y los muslos para acabar finalmente cayéndole sobre la parte baja de las nalgas en las que quedar clavados con firmeza desmedida. Eso la hizo gemir en voz alta, alargándose en el silencio de la cocina el gimoteo quejoso pero agradecido al tiempo de la madura. Deseaba que la lamiera, que la chupara y se emborrachara con el aroma de sus jugos en forma de líquido manantial. El que el muchacho no lo hiciera provocaba en ella un estado de rabia creciente, rechinando los dientes unos con otros, removiéndose sobre la mesa en busca de una lengua que la tranquilizara.

-          Cómeme mi amor, cómemelo todo –pataleaba, estirando las piernas sin control sobre ellas.

Pero el hombre seguía a lo suyo, besándole y lamiendo tan pronto la fina piel del seno como la sensibilidad arrolladora del pezón, lamiéndolo con avidez, succionándolo y tirando del mismo entre los desconsolados jadeos y lamentos que su voz emitía. La punta diabólica de la lengua jugaba en círculos alrededor de la oscura aureola, tomándola luego entre los dientes para mordérsela suavemente. Ella se derrumbaba atrás, la mirada perdida en un infinito lejano y sin parar de soltar tímidos exabruptos a través de aquella boquita de labios perfilados y jugosos. Bajo el poder del macho se sentía devorada de forma procaz, abandonada a la pasión excesiva que aquella boca y aquellos dientes  provocaban en todo su sistema nervioso.

-          Sí sí, cómeme las tetas cabrón, qué gusto me das sigue –parecía mentira que de aquellos labios de mujer comedida y educada escaparan palabras tan groseras y soeces.

Su joven pero experto amante, sabiéndola próxima al orgasmo, continuó con el acoso y derribo de su preciada presa. Faltaba poco y no quería otra cosa que verla satisfecha y feliz con su desaforado ataque.

-          Continúa, continúa muchacho… vas a conseguir hacer que me corra.. dios, qué cachonda me tienes.

De uno pasaba al otro, presionándolo con los dientes, tirando del mismo, cogiéndolos entre los dedos y pellizcándolos de forma cruel entre los gritos e hipidos de su espléndida compañera. Respiraba descompuesta, pataleando y sintiendo que el cálido orgasmo se apoderaba de ella. El malvado muchacho estimuló con la lengua aún más los sentidos cansados de la mujer, haciéndola llegar al fin al éxtasis más desbocado, latiéndole furibundo el corazón.

-          Ohhhh, me corroooo Pablo… me tienes chorreando maldito… me corroooooo.

Y de ese modo tan completo se corrió por primera vez, llevándole de forma imperiosa entre sus piernas y dándole a probar el aroma mitad dulzón mitad amargo de sus jugos que el afortunado chico saboreó y bebió entre los prolongados espasmos de la hembra fatigada y ufana. Apenas medio minuto y volvieron a las andadas, hundiéndole el rostro entre las piernas deseoso de nuevos placeres por parte de su querida tía.

-          Eres malo, es que nunca tienes bastante –preguntó aullando, todavía no repuesta del anterior orgasmo.

-          Dios, dios… qué me haces –vociferó nada más notar la nariz por encima de su húmeda rajilla.

La nariz junto a la entrada carnosa, Pablo inspiró el cálido aroma que la tierna flor femenina expelía. Un aroma fuerte y embriagador en el que se zambulló trastornado por tanta belleza como se le ofrecía. Con las manos en la cabeza de su sobrino y tan expuesta como se encontraba, la rápida idea y llena de lujuria le corrió como un disparo la mente. La excitada madura murió porque le comiera el coño, porque le devorara las paredes de la vagina metiéndole la lengua hasta lo más hondo. De ese modo se lo hizo saber, llevándole dominante hasta hundirle entre las piernas empapadas en fluidos.

-          Oh cariño, cómemelo… cómeme el coño… me tienes loquita mi vida…

Ardiendo se hallaba, ardiendo en deseos porque lo hiciera, removiéndose desesperada por la caricia que tanto apetecía.

-          Chúpamelo sí sí… hazme correr… quiero dártelo todoooo.

Ella solo gemía reclamando más y más, los cabellos cubriéndole el rostro alterado por la mucha pasión que la embargaba. No podía más, necesitaba que se lo hiciera y necesitaba que se lo hiciera ahora. Pero él, depravado y perverso, se resistía a los encantos que se le brindaban y en su completa maldad parecía regodearse con el sufrimiento que su querida conquista experimentaba. Águeda sollozaba aullando, suplicaba elevando el torso al tratar de hacerlo suyo, al tratar de obligarle a que le diera el placer que tanto deseaba.

-          Cómemelo, no seas malo conmigo…  chúpame el clítoris… juega con él.

Al fin y compadeciéndose de la mujer, sacó la lengua enterrándola levemente entre los abultados labios y provocando con ello todo un estremecimiento descontrolado que la hizo bramar y saltársele las lágrimas por la terrible turbación que sentía. Cayó derrumbada en la mesa y la áspera lengua inició el lento pasar y repasar del modo maravilloso que tan bien conocía. Agarrándose al borde de la mesa, el sufrimiento creció en ella en forma de roce continuo reconociendo cada rincón escondido de su más íntimo tesoro. Cabrón cabrón, qué bueno que era…

Tan pronto le lamía y saboreaba la pepitilla como se apartaba complacido, viéndola gimiente y presa de los nervios. Observándole atentamente la entrada carnosa respiró lanzándole el tórrido aliento sobre la misma y eso fue el chispazo que la hizo morder el labio aguantando como pudo la violencia implacable de un nuevo orgasmo. Una vez la descarga eléctrica pasó, pudo abrir mínimamente los ojos notando el roce de los labios por encima del pubis. Jugó unos instantes con los pelillos bien cuidados y recortados para enseguida volver a buscarle el coño, chupándoselo con voracidad extrema, abriéndole los labios para hundirle la lengua empapada en jugos, haciéndose con el clítoris que como un resorte se elevó entusiasmado ante el amable empuje. Águeda se llevó el puño a la boca para no dar a conocer el interminable torrente de gritos que su boca pretendía lanzar. Entonces y como si quisiera hacer su suplicio mayor, le tiró las piernas atrás para lamerle ahora el estrecho orificio del culo. Lo lamió de manera aviesa y precisa, rozándole la entrada una y otra vez, abandonándolo un instante para caer sobre el vecino agujero mientras toda una sinfonía fascinante en forma de lamentos y gritos desconsolados llenaba la habitación.

Tenía una lengua fantástica que sabía mover de la mejor manera para que la veterana se viera envuelta en un constante y frenético sinvivir. La agitada madura removía el culo echándolo adelante para que se lo tomara, para que lo rozara con aquellos labios y lengua que tan loca la ponían. Un gusto alucinante se adueñaba de ella y lo mejor de todo es que parecía no tener final. El muchacho nunca se cansaba de lamerla y proporcionarle miles de sensaciones nuevas con las que hacerla vibrar entera. La cabeza le daba vueltas, en ciertos momentos le costaba mantener la atención en un punto fijo de tanto placer como aquella maldita lengua le daba. Cayendo con la cabeza a un lado volvió a correrse desfallecida, toda una corriente eléctrica subiéndole la espalda mientras se creía empujada a un paraíso desconocido y lejano del que no querer volver.

-          Joder muchacho, joder… me matas de gusto… qué lengua tienes, me vuelves loca… -exclamó entre hipidos y suspiros entrecortados, retornando lentamente a la realidad que la envolvía.

Al tiempo, la lengua malvada se apartaba en silencio del estrecho agujero trasero, engreída y ufana por el trabajo bien hecho. La mujer respiraba afanosa en espera de mucho más…

-          ¿Cómo te encuentras? ¿Te ha gustado pequeña? –apenas pudo escuchar la voz suave y segura de su joven compañero.

-          Claro que me ha gustado, ha sido fantástico… no sé las veces que me he corrido… me siento cansada pero feliz.

Respiró con fuerza buscando incorporarse adelante, le costaba recuperar el aliento tras el montón de emociones vividas. También se incorporó Pablo quedando de pie frente a ella. La madura le miró devorándolo y comiéndoselo con la mirada turbia y borrosa de mujer llena de vicio. El torso poderoso y desnudo la hacía imaginar los más sucios deseos, viéndose a sí misma recorriéndolo desvergonzada arriba y abajo con su lengua. Él se dejó caer nuevamente sobre ella hasta morderle suavemente el pezón erguido. Águeda gimió de manera apenas audible. Acercándose a la mujer se besaron con entrega, enredando las lenguas una con otra. Una sonrisa maliciosa se pintó en el bello rostro nada más llevar la mirada abajo. Tenía ganas de él, de hacerle gozar con su lengua y su boca tal como hace un momento había hecho su apuesto sobrino con ella. El interés crecía en ambos, igual en uno que en el otro y supo entonces que Pablo lo apetecía tanto como ella.

-          ¿Sigues duro? –susurró la pregunta con voz mimosa.

-          ¿Tú que crees? Eres un bocado demasiado apetecible como para no estarlo.

-          Bien así me gusta, que me desees. Ahora me toca a mí –exclamó notando bajo los dedos la evidente forma fálica del miembro a medio desarrollar.

-          ¿Cómo te encuentras dime? ¿Excitado y esperando que te haga sufrir como has hecho tú con tu querida tiita? –preguntó descarada y alargando aquello bien conocedora de lo mucho que lo quería.

-          Hazlo, hazlo –la voz del chico se hizo un lamento amargo tratando de hacerla caer, las manos apoyadas quedamente en los hombros de su madura amante.

-          ¿No puedes soportarlo más eh? Bien pequeño, no te haré sufrir más –declaró, el gesto descarado en sus labios mientras se dejaba caer arrodillada frente a su hombre.

Trabajando con audacia se deshizo de la hebilla y el cinturón. Poco a poco fue soltando uno a uno los botones que mantenían todavía oculta la horrible presencia. La boca abierta se relamió los labios pasando la lengua sobre ellos.

-          Cariño, me encanta tu polla –dijo, el miembro poderoso y medio erecto apuntándola directamente a la cara.

Grande muy grande y con la piel echada atrás, enseguida la tuvo en la boca metiéndose buena parte de ella. Con hambre tremenda por el muchacho empezó a chupar y comer, hundiéndosela todo lo que podía. Era tan grande que casi no le cabía y eso que aún debía crecer algo más, Pero le encantaba notarla aumentar de tamaño, que la llenara la boca casi sin dejarla respirar. Cerraba los ojos entregada al placer del hombre que era el suyo propio. Sin abrirlos, le escuchaba gemir animándola a continuar. Cogiéndola del cabello para llevarla contra su vientre, follándola Pablo con lentos movimientos adelante y atrás.

-          Chupa preciosa chúpala, cométela toda vamos -la imagen del rostro femenino descompuesta al verse empujada de forma desconsiderada por el miembro hinchado

-          Ahhhhh –exclamó buscando el aire que le faltaba al quedar libre del recio animal que la llenaba.

-          Con cuidado querido, no seas brusco conmigo –sonrió arañándole el vientre que notó contraerse bajo sus dedos.

Al instante cerró los ojos volviendo a introducirse el sexo masculino hasta el final. Tuvo que dejarlo, tosiendo sin remedio por las arcadas producidas. Pero no tardó nada en tenerla nuevamente en su boquita, tanto le gustaba que no podía pasar sin ello. El cabrón de su sobrinito la había vuelto insaciable, desde que estaba con él nunca tenía bastante y siempre quería más y más. Le gustaba verle gozar y sufrir con sus caricias, que le pidiera más, que le follara la boca sin descanso. El joven muchacho había resultado para ella un soplo de frescura en la soledad y tristeza en la que vivía. Seguramente y si no se hubiera cruzado con ella, seguiría en la apatía y depresión en la que se movía desde la muerte de su esposo. Él la había hecho renacer, volviendo a sentirse mujer, volviendo a gozar de su cuerpo y de los placeres que el mismo podía ofrecerle.

Siguíó con lo suyo, cruzando los ojos con los del chico, brillándole los ojos del modo extraño que él bien conocía desde la primera vez que lo hicieron. Ciertamente era Águeda una mujer fogosa pero no fue consciente de ello hasta que su guapo sobrino se lo hizo descubrir explotando en ella un sinfín de sensaciones y emociones encontradas. El recuerdo amoroso por su esposo fallecido quedaba ya muy lejos, viviendo el día a día con el joven muchacho que tanto placer le daba.

Las manos en los muslos y sin necesidad de ellas, chupaba y chupaba sin abandonar un instante el objeto tan preciado. Adentro y afuera, una y otra vez se la metía entreabriendo de tanto en tanto los ojillos para poder ver lo mucho que Pablo lo disfrutaba. Sacándola, empezó a jugar con el glande amoratado e hinchado por la emoción de nuevas caricias. Tomándola con los dedos para pasarle la lengua a lo largo del tronco y caer luego sobre los huevos que lamió y chupó entre los gemidos placenteros de su amante.

-          Me encanta tu polla, me tienes loca por ella… ¿te gusta cómo lo hago?

Él no pudo contestar, sólo gemir aguantando como podía las ganas de correrse. Cogida con ambas manos, tan larga era, le pajeaba arriba y abajo, mostrándose el glande cabeceante frente a ella que lo recogía entre los labios golosa. Se la enterró en la boca, aguantando la respiración y metiéndosela poco a poco hasta conseguir golpear la nariz con el vello masculino. De manera casi inaudita, la disfrutó toda dentro de su boquita para, y con la ayuda de los dedos, retirarla suavemente pudiendo así respirar. Con la cabeza ladeada, se la comió tragándola más de la mitad y llenándose el carrillo con la potencia viril. Empezó a chupar y pajearle con velocidad y desenfreno, escuchándose los gemidos y sollozos del chico cada vez más próximo a la eyaculación. Águeda lo supo y buscó la cálida explosión final.

-          ¿Te queda poco? Vamos, córrete en mi boquita –gritó enloquecida y sin parar de pajearle con violencia.

La cabeza adelante y atrás, abriendo la boca y sacando la lengua para rozarle el glande palpitante y húmedo de su saliva. Pablo bramaba poseído por la misma pasión que a la mujer no la dejaba frenar. Finalmente el arrebato en forma de orgasmo del chico se hizo presente, saltándole el copioso líquido lechoso por encima del rostro y de la cabeza. Atrapándolo con rapidez y de manera experta entre los labios, sintió el resto de la eyaculación correrle la boca, llenándosela del viscoso y amargo fluido. Como mujer bien enseñada lo dejó correr, saboreándolo unos instantes, para acabar tragándolo con deseo mal disimulado garganta abajo. Un gesto de sorpresa dibujó la cara del chico al observar la imagen impúdica que su tía mostraba.

El cuerpo tentador a su lado y tras haberse lavado ella los grumos convenientemente, el hombre se recuperó a los pocos minutos apareciendo ante ella dispuesto para un nuevo combate. El poder de seducción de la madura y la fuerza arrebatadora del chico eran tan grandes como para conseguir hacerle recuperar sin mayor problema. Se relamió los labios resecos, gimiendo y ronroneando como una gatita mimosa deseosa por volver a sentirle con ella.

-          Vuelves a estar en forma –la sonrisa abierta y depravada colmaba el rostro encendido de la madura.

-          ¿En qué piensas brujilla? –preguntó él atizando con ello las brasas que a la mujer visitaban.

-          Oh en nada, dímelo tú –dijo Águeda haciéndose falsamente la desentendida.

Pablo la enganchó entre sus brazos, besándose ambos apasionados y sabedores de lo que se avecinaba. Subiéndola a la mesa, ella misma abrió las piernas esperando el feliz acople. Pero primero él la rozó pasándole el tronco curvado por encima de la húmeda abertura, provocando un anhelo infinito en ella.

-          Métemela maldito métemela… oh, no me hagas esperar más.

En uno de sus movimientos, entró finalmente en la mujer arrancándole un bronco lamento dolorido. Ambos se acompasaron a un mismo ritmo, primero lento y pausado luego ya rápido y excelente. Todo lo excelente que la pasión por el otro demandaba, apremiante y algo tosco el muchacho, acompañante sincera en el repentino golpear la hembra sollozante. Apoyada en los codos y con el culo levantado, la penetraba hasta la mitad para salir y de nuevo adentro entre el continuo lamento dolorido que cubría la estancia. Tan mojada estaba que el follar se hacía fácil pese a lo robusto del grueso músculo. Clavándola y desclavándola tan pronto lento como al momento a un ritmo creciente. El empuje de Pablo era acompañado como decíamos por la madura hembra que echaba el vientre adelante para sentirse así más llena. Los dedos clavados en el muslo, le entró ahora hasta el final haciéndole conocer contra ella el rebote de los huevos cargados. Gimió enardecida por un temblor que le subía piernas arriba con el empuje del macho. Ella se dejaba llevar, las piernas dobladas y sensuales mientras el miembro hecho barra de fuego la golpeaba sin descanso ni lástima alguna.

-          Muévete cariño, muévete… se te ve tan hermosa…

-          ¡Oh muchacho ámame… ámame con toda tu fuerza mi amor!

El miembro curvado se hundía una y otra vez buscando los secretos mejor guardados de su anatomía, resbalando vagina adentro con ímpetu redoblado. Ahora parando ahora enterrándose hasta lo más hondo, para caer sobre ella besándola enamorado por completo. Echándose atrás pudo ver la mezcla de dolor y placer en el bello rostro de la mujer que se apretaba y mordía los labios para no gritar. ¡Tanta era la fuerza con que la follaba! Ella empezó a jugar con los huevecillos cargados, acariciándolos con sus largas uñas hasta hacerle bramar conmovido. Salió de ella buscando un breve alivio, el descanso necesario antes del nuevo golpeteo al que someterla. Enderezado y encabritado el pequeño gran alien pasaba y repasaba, impetuoso y brillante de los jugos de los amantes, entre los hinchados labios, el tallo nervudo y excitado se mostraba en toda su plenitud moviéndose bronco y rotundo frente a la mujer.

-          Métemela anda métemela –pidió ella autoritaria, cogiéndola entre los dedos y llevándola a la entrada en la que se enterró con un golpe brusco y seco.

Aguantó la respiración, los ojos en blanco al conocer el orgasmo llegarle, hipando y sollozando mientras las lágrimas la abandonaban al sentirse tan plena y dichosa. Entrándole y saliendo sin darle respiro, el orgasmo se alargó en ella en forma de otro mucho más prolongado y contundente, gritando desvanecida sobre la mesa, pidiéndole más y deseando que aquello no acabara nunca.

-          ¡Fóllame Pablo fóllame… fóllame con fuerza muchacho… dios me vuelves loca!

El joven semental la penetraba con energías renovadas, resbalando entre las paredes vaginales, viéndola disfrutar de aquel modo tan completo. Sin reposo para ninguno de los dos, el azote del uno animaba al otro y viceversa, gimiendo y mezclando palabras soeces e insultantes con las que excitarles a seguir. Pablo se sentía cómodo en esa posición, dueño por completo del cuerpo de la mujer a la que complacer debidamente. Todavía podía aguantar, el brío de la juventud se hacía presente en el chico que no pensaba en otra cosa que en darle más y más  placer. Ella aullaba desconsolada, el gesto demacrado por la humedad de los ojos que le corría la cara. Jadeaba sedienta, suspiraba sonoramente, reclamaba mayor empuje si eso era ya posible.

-          Me vas a matar cabrón… eres tremendo… dame… continúa…

Con el dedo pulgar él la masturbaba haciéndoselo todavía más difícil. El ceño fruncido, los ojos entreabiertos por la emoción y mientras el largo aparato sin dejar de percutir contra su flor hecha fuego. Dedo y miembro maravillosos y diabólicos al tiempo, provocándole un estremecimiento constante. El cuerpo le dolía, la mesa se le clavaba en el trasero removiéndose en busca de una mejor posición. Pablo la agarraba del muslo, enlazándola luego por la cintura para atraerla y besarla quedando ambos abrazados y jadeantes. La mujer podía sentir aún la potencia del miembro parado en su interior, jadeando uno y otro, traspasándose las miradas vidriosas.

Escapando de ella, se cogió el pene por la base masturbándose lentamente entre los dedos. Las azuladas venas se marcaban terribles, indicadoras perfectas de la ardua labor que mantenían. Cayendo sobre la veterana se besaron nuevamente, juntando los alientos cansados, recuperando fuerzas a marchas forzadas. Separándose sin parar de besarse, Águeda le hizo volver tomando ahora las riendas. Tumbándole atrás, el tremendo animal curvado hacia arriba le pareció en ese momento lo más hermoso del mundo. Tremendo, enorme, palpitante en toda su belleza. Con la polla elevada y firme, trepó sobre la mesa subiendo hasta quedar completamente montada en él.

-          ¿Te gusta así muchacho? –la voz hecha un lamento tras sentirse llena de su joven sobrino.

-          Me gusta sí… ¿quieres ser tú la que mande? –preguntó él agarrado a las poderosas ancas.

-          Ummmm, no vas a ser tú el que mande siempre… de vez en cuando va bien cambiar no crees –la sonrisa perversa volviendo a ella.

-          Eres mala, ven aquí brujilla –exclamó Pablo abrazándola por la cintura hasta hacerla caer sobre él.

Pero no permanecieron así mucho rato pues tras un beso de tornillo enredando las lenguas y otros muchos y rápidos uniendo los labios hambrientos, la madura se elevó arqueada mostrándose de ese modo en toda su belleza y lozanía. Su afortunado compañero la contempló tragando saliva, empequeñecido y cohibido ante el espléndido espectáculo que se le ofrecía. La melena cayéndole sobre los hombros, los pechos rotundos y tersos apuntando adelante, las piernas echadas atrás mientras, montada encima, los vientres unidos formaban una comunión perfecta.

-          Eres preciosa pequeña… muero por tenerte así.

-          Lo sé –susurró la mujer empezando a remover lentamente el vientre alrededor del eje punzante.

Cerró los ojos, suspirando hondo al caer con violencia sobre su amante. El miembro se le clavaba hasta la matriz haciéndola jadear lastimosamente. Poco a poco fue tomando velocidad, cabalgándole arriba y abajo, arriba y abajo hasta morir. De pronto y con las manos en el pecho velludo del joven, quedó quieta unos instantes saboreando en su interior el recio músculo.

-          La siento la siento… qué enorme y gruesa essss.

El lento movimiento volvió a imponerse en ella, cabalgando de forma suave al elevar amablemente el culillo redondo. Elevándose y quedando sentada, elevándose y quedando sentada hasta el final fueron amándose con satisfacción plena. Ninguno hablaba, disfrutando tan solo el lento movimiento del coito. Doblando la pierna hasta apoyar el pie en la mesa, la posición resultó más cómoda para ella pudiendo trotar de mejor manera. Empezó a coger velocidad, montándole descontrolada, echando la cabeza a un lado y al otro, gimiendo enloquecida. La hermosa Águeda aparecía como una auténtica diosa entregada al más íntimo deseo.

-          La siento la siento… métemela Pablo métemela –repitió en su frenético cabalgar.

El culillo hecho fruta madura rebotaba contra el vientre del chico quedando ambos fundidos en uno. Le folló de todas las formas posibles, tan pronto lento y removiendo en círculos el vientre como alargando el subir y bajar a lo largo del ardiente mástil. Mordiéndose el labio inferior para no gritar, la emoción creciéndole camino de un nuevo éxtasis. Estuvieron así un buen rato, explorándose ella su mejor placer y alargándolo él todo lo posible para que la mujer lo gozara más. El constante batir, el percutir desenfrenado se escuchaba rompiendo la armonía en la amplia cocina.

Tirándose el pelo a un lado, Águeda buscaba afanosa su propio deleite, respondiendo los ataques del macho con los suyos llenos de inquietud paulatina. Fue cogiendo ritmo tratando de alcanzar el orgasmo, clavándose desesperada, montando furibunda sabiéndose la dueña del mundo y de aquel muchacho tan entregado y sometido a sus encantos. Arriba y abajo, adelante y atrás aguantando el aliento para abrir la boca en un largo lamento lleno de rabia mal contenida. Y el largo instrumento la follaba y la follaba entre largos suspiros y jadeos fuera de control. Pablo la enlazó golpeándola con violencia inusitada hasta que paró tomándola al incorporarse con ella en brazos. La figura femenina se dejó caer al suelo girando y dándole la espalda para acabar apoyada en la mesa.

-          ¿Qué quieres hacer conmigo?

-          Tú déjame hacer a mí –respondió dominante haciéndola echar sobre la mesa mientras con las manos le abría las piernas dejándola bien expuesta.

Cayendo al suelo le hundió los dedos en los cachetes, mordisqueándole primero el uno y luego el otro para acabar clavándole los dientes levemente. Águeda se deshizo como un azucarillo ante tan encantadora caricia. Tras ella empezó a devorarle el coñito, lamiendo y pasándole la lengua por toda la vulva. La abertura carnosa cubierta de jugos se abrió preparada y sedienta a la caricia. Pablo se empapó de ella, golpeándola una y otra vez, chupando y metiendo la lengua lo más que podía. La mujer vencida, no podía más que ver la cabeza del chico trabajándola tras ella.

Golpeándola con la lengua y cubriéndola con los labios la raja entreabierta. Moviendo la lengua con avidez, adelante y atrás, arriba y abajo a todo lo largo de la humedad femenina. Ella lo disfrutaba, descubriendo más las piernas dobladas en una clara llamada al deleite. Abría la boca al quejarse, luego se apretaba los labios resecos hasta humedecerlos mientras gimoteaba observando la limpieza de bajos con que el joven la obsequiaba. La mano estirada, le agarró la cabeza atrapándole contra ella embebido en el continuo sorber y beber de fluidos. Hambriento se ahogaba en ella, saboreando y devorando el abundante néctar que la mujer expulsaba.

-          ¡Sí sí… cómemelo, cómemelo entero mi vida –las piernas le fallaban creyendo perder el dominio de sí misma.

Con la mano derecha en la ingle de su enamorada tía, la fue acariciando suave y lentamente llevando los dedos entre los labios vaginales y empezando a masturbarla por encima. Apoderándose de los labios inflamados y buscándole el clítoris que masajeó despacio, muy despacio fascinándola con su malicia. Águeda suspiró maravillada por la delicadeza del chico, excitándola con cada uno de los roces. Con la cara muy cerca y haciéndola sentir el respirar sobre el coño de la madura, el clítoris hinchado se veía espectacular y palpitante. Sobre el mismo cayó, atrapándolo decidido al arrimar la boca. Lo lamió suave y premioso arrancando de la mujer tiernos ayes complacidos. La mano de la madura removiéndose turbada por encima de la nalga prieta y de piel sonrosada. Acompañándola para hacerse dueño de ella, la del hombre se hizo con las caderas acercándola más a su boca. El ritmo de la lengua creció frotándose con audacia. Arriba y abajo, hundiéndose para enseguida subir al clítoris lamiéndolo y provocando con ello espasmos violentos en su pareja. Frotando el débil botoncillo una y otra vez, bebiendo el manantial de jugos que le entregaba. Águeda gimió placenteramente, el cuerpo temblándole sin sentirse dueña del mismo. En esos momentos era Pablo el dueño por completo de sus bellas y rotundas formas, la mujer temblorosa solo podía acompañar con su voz los movimientos cada vez más precisos de su amante.

-          Sigue cielo… me vas a hacer correr otra vez… no te pares…

Abriéndole la carnosidad encendida con los dedos, volvió a atrapar el clítoris intimidado envolviéndolo con la boca, sorbiéndolo y tirando de él con los labios. Ella gritó de emoción al verse sorprendida de aquel modo que no esperaba. Los lamentos y jadeos incesantes eran prueba clara de lo mucho que le gustaba el cálido contacto. El clítoris le escocía de tan inflamado como lo tenía, moviéndose adelante sobre la mesa mientras echaba el culo atrás favoreciendo así el tratamiento masculino. De pronto Pablo paró, provocando en ella broncas protestas al dejarla a medias, chorreándole los jugos entre las piernas.

-          ¿Qué haces cabrón? ¿Es que vas a dejarme así?

Besándole la nalga y poniéndose de pie tras ella, le volvió la cara para quedar ambos unidos en un beso apasionado y lleno de intención. La mujer alargó la mano tomándole la cabeza al tiempo que saboreaba la boca de su joven sobrino. Acercando la silla a ellos, el muchacho se sentó lo que aprovechó para quedar de espaldas clavándose el recio instrumento hasta casi el final. Un oh alargado y satisfecho le escapó la boca, quieta sobre el macho y con los ojos en blanco perdido por completo el control de la situación. Los pechos grandes y hermosos apuntando adelante, se la veía llena y con las manos de su hombre cayéndole embriagadas de deseo.

Empezó a botar sobre él, moviéndose arriba y abajo al echarse los castaños cabellos a un lado. Se besaron acallando los gemidos de ambos, labios contra labios, rozándola el pene enderezado las paredes de la vagina abierta. Follaron un rato largo, sin moverse el chico y dejando que fuera ella la que buscara su propio placer. Le cabalgó lento y rápido, cayendo sobre su vientre y elevándose como la diosa que era dejando parte del miembro a la vista. Cayó nuevamente haciéndole la presión insostenible. Le encantaba verla así, los ojos cerrados y mordiéndose los labios al apretarlos con los dientes. El hombre y la mujer, entregados el uno al otro, gemían y jadeaban el placer creciéndoles en oleadas.

-          ¡Métemela muchacho… dame más fuerte… más fuerte!

-          Cabalga deprisa… siéntela, siéntela dentro de ti.

El vientre femenino le golpeaba los huevos, rebotándole encima con cada nueva salida y entrada. Poderosa se follaba ella misma, pasándose los dedos por encima de la pepitilla entre jadeos y ayes desconsolados y afligidos. Cogida de los costados, tan pronto las manos le corrían arriba haciéndose con sus pechos como bajaban sobre los muslos y la barriga enlazándola por la misma. Y ella botaba y botaba, abriendo la boca y sollozando de gusto y placer. Pablo le enganchó el pecho entre los dientes, mordiéndolo levemente y consiguiendo con ello que el placer se hiciera en ella más intenso. Arriba y abajo, el eje incansable le corría las entrañas abriéndola con descaro. ¡Moría, moría y no podía hacer nada por evitarlo! Quieta sobre el chico, se besaron en un corto piquillo que le supo a gloria, mezclando las lenguas una con otra enredadas en la boca afanosa y sedienta.

-          Ven pequeña, siéntate tú ahora… quiero verte correr de gusto.

-          Oh cariño, qué encantador eres conmigo –exclamó entrecortada y entusiasmada ante tan tentadora oferta.

Con las piernas abiertas y dobladas se dejó acariciar, los dedos entrándole vagina adentro y sin pedir permiso. Con dos de ellos enterrados y acomodándose como buenamente pudo, el rápido masajeo se apoderó de ella follándola velozmente. Con la mano por encima, le frotó el coñito con movimientos circulares, hundiendo los dedos entre los labios vaginales que se abrían con facilidad dejando paso libre al irrefrenable empuje. Los jugos le llenaban los dedos, sacándolos y dándoselos a probar entre sonoros suspiros satisfechos.

-          Sabe amargo –aseguró ella, los ojos brillantes clavados en los del hombre.

-          Amargo de ti… ¿ves lo cachonda que estás?

-          Fóllame maldito, fóllame –aulló desesperada mientras los dedos le entraban expertos en su sexo empapado.

Llevó los dedos sobre el clítoris frotándoselo sin descanso, oyéndola suspirar al pedir más. Masturbándola una y otra vez, llevándola al placer más intenso y agotador los dedos se le clavaban con fuerza. Gimiendo y gritando su terrible deleite, por sus ojos entreabiertos podía ver la follada continua que le daba, entrándole y saliendo al hacerla gritar conmovida por un sentimiento nuevo que notaba subirle las entrañas hasta acabar rebotándole en la cabeza, los ojos cerrados y cansados al conocer el orgasmo llegarle. No podía más y además no quería que parase, desgañitada y pataleando al aire mientras el movimiento de los dedos se hacía imparable en ella.

Se corría, se corría sin remedio y entonces fue cuando empezó a mearse llenando la mano y los dedos del muchacho con el calor de su orina. Se retorció anunciando la llegada del éxtasis, saliendo los dedos del chico de su coñito al tiempo que la meada se hacía presente cubriendo el suelo de la estancia al saltarle piernas abajo. Suspirando y gimiendo con intensidad, la cabeza le cayó atrás moviéndose toda ella crispada. El muchacho, sonriente y aplicado, escuchó su voz acalorada y cómo las últimas fuerzas la abandonaban en un apocado hilillo de voz.

-          Me corro cariño… ohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.

-          Dios qué bien me lo has hecho… hubiese querido que no acabara nunca –fue recobrando el control en sí misma, relajando los miembros cansados tras el tormento vivido.

Pero él no se había corrido y tras tanta tensión acumulada lo necesitaba realmente. De ese modo y de pie frente a ella se masturbó entre los dedos, enganchado ahora el miembro por completo con la mano. Frente al rostro descompuesto por la pasión que la dominaba esperó que la llenara. La mano moviéndose con rapidez a lo largo del tronco tremendo, el joven jadeaba acelerado, el placer más profundo apoderándose de su persona. La boquita deseosa abierta y mostrando la lengüecilla perversa, se le corrió soltando abundantes espumarajos blanquecinos con que llenarle el rostro entero. La leche saltándole por encima, se vino gritando su placer al derramar el cálido semen por los aires y su cara de gesto fruncido. La comisura del labio perdida de líquido viscoso, limpiándose con los dedos el terrible trallazo con el que le había cubierto la nariz y la frente, la mujer agradecida se lo llevó a la boca saboreándolo con fruición. Ese sabor tan amargo la volvía loca, cada vez le gustaba más.

-          Ummmm cariño, me encanta tu leche… no me canso de ella –aseveró viciosa, las últimas gotas resbalándole por los pechos.

-          Cariño, me tienes loca… no hago más que pensar en ti y en ser poseída a todas horas y en cualquier lugar.

-          Lo sé nena –respondió el joven apartándole cariñosamente los cabellos sudorosos caídos sobre el rostro.

-          ¿Cuánto durará esto? –exclamó en un breve momento de dolor, imaginando el poder perderle.

-          No lo sé… la verdad es que no lo sé y tampoco quiero pensar en ello. Y tú tampoco debes pensarlo… solo disfrútalo todo lo que puedas.

-          Ven bésame… es una locura pero me encanta enloquecer a tu lado sintiéndome amada entre tus brazos.

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