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¿Mi primera vez? Pues fue con mi tito Andés.

en Sexo con maduros

Mi tío Andrés, al igual que mi padre, también era ferroviario. Trabajaba en aquel ferrocarril que parecía de juguete que partiendo de la estación de Goya llegaba hasta el pueblecito de Almorox. Al ritmo del tran-tran, en una especie de autobús que iba por la vía del tren tardábamos una hora y pico en llegar a nuestro destino.

Era el verano de 1953 y debió ser en julio. Mi tío era el “maquinista” como pomposamente se autodenominaba. Era un hombre grandote, con un poblado bigote. Seguía soltero y después de la muerte de mi padre era el que nos mantenía. Mi inocencia no podía asociar los ruidos y gemidos que procedían del dormitorio de mi madre con el pago de un “pequeño” alquiler. Las entradas prematuras en su cabeza le daba una imagen de tener más de sus 40 años. Yo ya había hecho varias veces el viaje con él. Era bonito aquel viaje entre los pinos.

Aquel domingo, después de comer toda la familia junta, mi tío le dijo a mi madre que salía con el tren a las 17:00 –nunca entendí porqué los ferroviarios no podían decir las cinco de la tarde como todo el mundo-

Yo al oír esto, apoyándome de lado en el hombro del hermano de mi hermana dije con un tonillo de niña caprichosa:

-¡Mamaaaa yo quiero ir con el tito Andrés!-

Este se me quedó mirando. Su vista bajó de mis ojos a la pequeña abertura que mis incipientes pechitos dejaban bajo mi camiseta de tirillas. No supe interpretar esa señal.

-Deja a la niña que venga, total, solo llego a Navalcarnero. Estaremos de vuelta a las 20:45 y podrás ir a recogerla a la estación.-

Mi madre, que, habiendo pagado el alquiler esa noche, con la buena comida, los dos vasitos de vino y el calor, lo que más le apetecía era una buena siesta, no puso ningún impedimento.

-Dame dos minutos que te la preparo-

Me puso un precioso vestidito de verano, con tirillas y un escote “palabra de honor” bordeado de florecitas de colores, braguitas y calcetines de encaje y unas sandalias blancas impolutas con un poquito de tacón. A estas alturas de verano y con los calores del estío las camisetas y combinaciones estaban de “vacas” en el fondo de algún cajón. Además, aunque mis senos ya eran dos pequeños conos de carne coronados por un pequeño pezón, no requerían de ningún complemento. Una diadema impedía que mi pelo moreno a media cintura me estorbara en mi cara.

-Llévate un TBO, por si te aburres- me recomendó mi madre.

- No hace falta, le dijo Félix, me va a ayudar a lleva el tren...-

Salimos de casa, hacía un calor que se “caían los pájaros” como diría mi madre, pareciendo que ascendía del suelo. Mi tío me llevaba de la mano y me la iba acariciando cariñosamente.

Cruzamos el Puente de Toledo sobre el Manzanares, subimos una pequeña cuesta y entramos en la estación que se encontraba totalmente silenciosa. El artefacto que nos iba a llevar se encontraba parado en la vía de la derecha. Debajo de la cubierta, a la sombra, en contraste con el exterior, corría una fresca brisa que se introducía por debajo de mi corto vestido refrescándome las piernas.

Mi tío entró en la oficina del jefe de estación al que yo ya conocía.

-Buenas tardes don Antonio, ya veo que me ha vuelto a tocar el “Zaragoza”, ¿Le habéis revisado el radiador? No quiero quedarme sin agua antes de Móstoles.

-Buenas tardes Andrés, Buenas tardes Teresita, estás echa una señorita. Si, se han pasado toda la mañana en la cochera. Perdía por un manguito. ¿Que, Teresita, a dar un paseo con tu tío hasta el campo?-

-Pues si don Antonio, si usted me lo permite-.

-Como no, como no. Anda Andrés vete encendiendo el automotor-.

Salimos de la oficina, el reloj del andén indicaba que faltaba un cuarto de hora para salir. Abrimos la puerta, introdujo la llave y accionó un par de botones. El motor tosió, arrancó dejando escapar una columna de humo negro y se quedó ronroneando.

-Tu vas a ir aquí sentada y cuando yo te diga le das a esta palanca para pitar-

Y me indicó una silla plegable que me dejaba situada a su lado derecho pero atravesada al sentido del tren. Para alcanzar la palanca tenía que acercarme mucho a él.

Empezaron a llegar los viajeros; Un matrimonio con su parejita de inquietos niños, más pequeños que yo, tres mozos con el traje de los domingos, cinco soldaditos de azul con su saco a cuestas, un matrimonio de ancianos y una parejita muy “acaramelada”. Se fueron sentando en los asientos forrados de skay azul claro con muchas manchas.

Cuando faltaba un minuto, Don Antonio salió de su oficina con el banderín y la gorra, se acercó al automotor- creo que así lo habían llamado-, apoyó un pie en el estribo y lanzó una ojeada a los viajeros.

- No pierdas de vista a la pareja del fondo- le susurró a mi tío.

Y acto seguido descendió, levanto el banderín e hizo sonar una cornetilla.

-¡Anda, pita!-

Yo me apoyé en el brazo de él y extendí el brazo hasta alcanzar la manilla cilíndrica, apreté y sonó la bocina.

Nos pusimos en marcha con un bamboleo. Me gustaba esa sensación de ir delante viendo la vía como pasaba por debajo nuestra.

En Cuatro Vientos, los militares se bajaron, En San José el matrimonio con los niños, en Alcorcón los tres jóvenes que seguro iban a buscar novia –según me comentó mi tío-. En Mostoles el matrimonio mayor.

-¡Anda, pita- me decía en cada estación. Yo apoyaba mis pechos en su velludo brazo sin darme cuenta que él lo desplazaba y me los comprimía. Una cosa que me llamó la atención era la cantidad de veces que miraba a un espejo sobre su cabeza. En la estación del Río Guadarrama me felicito:

-¡Estas echa toda una ferroviaria!- me dijo mientras bajó una mano y me acarició los muslos. Entonces reparé en un bulto que se le marcaba en donde tienen los hombres su cosita. Una vez había visto una a un señor que estaba haciendo pis junto a la valla de la estación y que cuando descubrió que lo miraba se giro mostrándola en su mano y me dijo algo extraño...

-Mira lo que tengo para ti-

Había huido, roja como un tomate.

Al acercarnos a Navalcarnero, reparé que la parejita se apartaba y vi a través de los huecos de los asientos que la chica recomponía su ropa apresuradamente volviendo a colocar un pecho dentro de su sujetador para después besar apasionadamente a su novio. Comprendí la insistencia de mi tío en mirar al espejo. Me turbé toda, subiéndome un calentón a la cara. Miré a mi tío, este me estaba mirando el inicio de mi vestido. Me guiñó un ojo.

Por primera vez algo desconocido comenzó a agitarse en mi vientre.

Llegamos al final del trayecto. El “tren” se quedó vacío. Se acercó el jefe de esa estación –no sabía su nombre- y mi tío le dijo:

-Buenas tardes don Jesús, voy a llevar el automotor a la nave para echarle agua y dejar que se enfríe, con este calor le sube la temperatura un poco de más-

-Buenas tardes Andrés. De acuerdo, tienes tiempo, hasta dentro de dos horas y cuarto no vuelves a salir. Tienes echas las agujas.

-¿Que, dándole un paseito a tu sobrina? ¡Mira que a crecido en el último año ¡Un momento!, Teresita ¿quieres un helado?-

Me preguntó el que ahora sabía que se llamaba Jesús.

Asentí, me vendría bien con este calor.

Entramos en la cantina y elegí uno en un cartón con dibujos en colores.

-Un polo de limón, por favor-

La cantinera abrió una nevera y me alcanzó un cilindro de hielo cubierto por un papel.

-¡Muchas gracias D. Jesús!- le agradecí.

-De nada, Teresita, de nada. ¡Ale!, al tren, que os vais-.

Subí al vehículo, mi tio accionó el silbato y lentamente nos dirigimos a una pequeña nave que algún día tuvo puertas. Yo, mientras tanto rasgué el papel que contenía en su interior el preciado cilindro helado, le di la primera chupada.

-Uhmmmm que rico, tito-

El miró fijamente como mis labios se acoplaban al cilindro helado y succionaban para licuar el hielo con sabor a limón.

La entrada de la nave estaba toda pringada de grasa, en el interior se concentraba en un gran hueco en el medio de la vía. Se paró el motor. La luz se filtraba a través de los sucios cristales de un gran ventanal en el lateral de la nave. Empecé a notar el fresquito del interior del local.

-Tu no bajes, que si te manchas las sandalias o el vestido, tu madre me reñirá a mí. Puedes curiosear por aquí dentro. ¡Ah! Si ves que viene alguien, avísame-

Se bajó poniéndose unos guantes, se acercó a un grifo que tenía conectada una manguera pringada de grasa, la desenrollo y después de abrir una puerta pequeñita en el vehículo, introdujo el extremo. A continuación abrió el grifo y dejo que el agua llenase el vientre del “automotor”. Esperó durante unos 10 minutos durante los cuales me observó varias veces mientras lamía y chupeteaba el polo de limón apoyada en la puerta de entrada. Finalizado el proceso, cerró el grifo y recogió la manguera.

-Ahora tengo que cubrir el parte del viaje. Tardaré un poquito, tu, mientras tanto, juega ahí-.

Entró en una pequeña habitación a la que se accedía por una puerta en el fondo, cerrándola.

Pasaron los minutos. No se oía ningún ruido. El “polo” se había acabado. Estaba mirando desde la parte del automotor que estaba más cercano a la puerta por donde había desaparecido mi tío. No lo veía. Me puse de pie en uno de los asientos y a través de unos cristales que había sobre la puerta lo vi.

Estaba sentado en un sofá cochambroso que alguien debía de haber traído de su casa En su mano izquierda mantenía en alto una revista en la que se mostraba una chica casi sin ropa. Pero lo que me llamó poderosamente la atención fue la columna de carne que surgía de sus pantalones desabrochados y que rodeaba con su mano derecha acariciándolo lentamente de arriba, abajo y de abajo, arriba.

Me quedé observando, pasó un rato antes que asociara esa imagen con la del señor de la valla de la estación, aunque el tamaño no tenía nada que ver con el plátano que acariciaba mi tío. Aceleraba y disminuía la velocidad de sus caricias al tiempo que entornaba o abría los ojos.

En una de estas, levantó la vista y me vio a través del cristal, se quedó inmóvil con su polla en la mano y su mirada clavada en mi.

Yo me quedé pasmada, él me indicó con un gesto imperioso que me acercara. Tuve que obedecer. Bajé del tren y pisando con cuidado para no mancharme abrí la puerta y entré en la habitación. Me quedé en la puerta con la vista baja y las manos cruzadas a la espalda . Había dejado la revista en una silla.

-¿Sabes lo que estoy haciendo Teresita?- Me preguntó mientras me miraba fijamente.

Negué con la cabeza. Volvían las cosquillitas en mi barriga. Crucé las piernas.

-Me estoy dando gusto. Lo hacemos todos cuando hay algo que nos excita. Acércate que no te va a comer. ¿Sabes lo que me ha excitado?-

Volví a negar. Empezaba a intuirlo. Bajé la vista.

-Esto- y extendiendo la mano me palpo el pecho izquierdo.

Di un respingo pero me dejé acariciar. La chica del tren también se dejaba y parecía feliz.

-Te estás convirtiendo en una mujercita preciosa- dijo al tiempo que deslizaba un dedo bajo el tirante de mi vestido dejándolo resbalar por mi suave y bronceado hombro. El dedo siguió su recorrido por el interior del escote bordeado de flores rozándome primero un pezón, lo que me dolió pues lo tenía durísimo, y luego el otro hasta alcanzar el otro tirante que siguió el camino del primero.

Tiró del escote y descubrió mis dos tetitas a un tiempo.

-Acércate-

Me acerqué. Me tomó mi mano derecha e hizo que agarrase su cosa como buenamente pude. Me la guió mientras me aleccionaba en su masturbación. Ahora estaba situada entre sus fuertes piernas. Su cosa dura y caliente surgía de mi mano mientras la agitaba arriba y abajo.. Mi vista alcanzó la revista donde una chica guapísima exhibía sus dos enormes melones. Las cosquillitas se habían convertido en un picorcito por donde salía el pipí.

Con ambas manos me rodeó completamente la cintura y acercó su boca al pecho izquierdo. Me lo besó. Pasó al derecho y me mordió un poquito el diminuto pezón. Di un gritito.

-¡Titooo que me haces daño!-

Me volvió atraer hacia él, abrió la boca y succionó la tetida derecha desapareciendo esta en su bocaza mientras jugaba su lengua con mi pezón.

-¿Te gusta así?- la voz surgió entre mis pechos.

Asentí con la cabeza e imitando a la chica de la revista avancé mi tórax para que mis meloncitos destacaran más. Un dedo se posó sobre mi braguita de encaje y me lo empezó a pasear de arriba a abajo, para, a continuación introducir de lado entre el encaje de las bragas y mi chochete dos dedos de su mano derecha. Cerró el puño y los nudillos se encajaron en mi rajita, comenzando a deslizarlos. De cada vaivén, me iba separando mis pliegues hasta llegar a desplazarse con suavidad gracias a los juguitos que me salían de ahí.

Mi tío me miró a la cara y captó mi estado de animo. Noté que sus manos me giraban poniéndome de espaldas a él. Me recostó sobre su torso y mientras que con una mano me apretaba mis duras montañitas, introdujo la otra bajo mi vestido. Me acarició los muslos y me los separó haciendo que cada una de mis piernas descansaran sobre las suyas dejándome totalmente despatarrada. Sentía su pene golpeando ritmicamente la vulva dirigida por la mano de mi tio. Estaba caliente y gordo. Por primera vez en mi vida me sentí mojada. El picor era una invitación a dejar de lado mi sensación de pudor y abandonarme a las caricias de aquel hombre.

El dedo me bajó el elástico de la braguita y me la retiró lo suficiente para poder introducir su polla y entrar en contacto con mi rajita, de la que empezaba a despuntar algún pelito, por la que estuvo un rato deslizando su punta entre mis pliegues insistiendo en la entrada de mi agujerito donde hizo varios intentos para que su punta se alojara dentro. De cada intento que hacía yo cerraba los dientes y un quejido de dolor se escapaba entre ellos. El comprendió que aun no estaba preparada para recibirlo, por lo que con un suspiro de resignación, me hizo cerrar los muslos dejando apretado su miembro, deslizó sus manos bajo mis nalgas y me levantó un poquito.

Empezó a frotar su cosa que salía y entraba del hueco de mi entrepierna. Un dedo se insinuó dentro de mi raja y empezó a frotar un punto determinado. Recibí algo así como una descarga eléctrica que hizo que me encogiera. Con mi mano derecha intenté retirársela pero con la otra me la inmovilizó. Empecé a retorcerme con las sensaciones que aquel dedo estaba arrancándome. El dedo descendió y se empezó a insinuar en la entrada de mi cuevita. Estaba muy mojada, notaba que su dedo se deslizaba en mi interior hasta que me empezó a doler.

Me agarré al brazo que me estaba proporcionando aquella dulce tortura y mirándole a la cara le dije con cara de súplica;

-Tito eso no, que me duele-.

Eso pareció enervarle porque agarrándose con las dos manos a mis pechos se empezó a agitar violentamente hasta que un chorro blanco que parecía leche condensada, brotó manchándome el vestido El resto de su corrida acabó sobre mi bulba y mis muslos donde hizo un charquito blancuzco-amarillento que notaba caliente.

Cuando abrió los ojos, me dio un beso en la cara, mientras me murmuraba:

-Esto es el secreto de la vida-

Alcanzó un rollo de papel higiénico “El Elefante”y procedió a limpiarme su semen. Cuando acabó se incorporó y tomándome de una mano me dijo:

-Ven, ahora te toca a ti-

Cruzamos la nave mientras otro tren pasó al lado de la nave. Me subió a aquel artefacto y me sentó en uno de los asientos, me bajó las bragas hasta las pantorrillas. Me levanto las piernas y me los colocó en el asiento de enfrente dobladas por la rodilla. Ni que decir tiene que me dejé hacer pues mi coñito ardía de deseo.

Mi tío se tumbó en el suelo como si estuviera arreglando el asiento. Ya no le veía. Pero oí que me decía:

-Ahora si entra alguien, estoy de reparaciones...-

Su cabeza surgió, mirando hacia mi entre mis rodillas, para lo cual tuve que abrirlas y sin más preámbulos pegó su boca a mi coñito. Sus dos manazas se situaron bajo mis nalgas levantándolas. Me atrajo hacia él. Con su bigote me hacía cosquillas, pero era su lengua lo que me arrancó el primer gemido de mi vida. Con la punta me estaba acribillando el punto donde anteriormente me había hecho ver las estrellas con su dedo, para luego lamerlo todo. Me recordaba a la lengua de un gatito, rugosa pero húmeda y muy caliente. Me la introdujo retorciéndola en mi interior. Ya no podía quedarme quieta. Gemía y daba pequeños grititos de gusto. Sin saber como, liberé la pierna derecha de las esposas en las que se habían convertido mis bragas abriéndome de piernas todo lo que pude. El se incorporó y se quedó arrodillado solamente con una pierna. Me recostó completamente y sus dos manos me abrieron como esas gimnastas que veía en las revistas. Su boca ya no me daba un respiro y su dedo empezó a jugar otra vez a la entrada. Yo permanecía con mis manos agarrando fuertemente mi vestido a ambos lados.

Y me corrí por primera vez.

-¡¡ Titooo que me muero!!, ¡me muero!, me muero-.

Pero no me morí, un arcoiris de sensaciones explotaron en mi interior cuando obtuve mi primer orgasmo y me quedé como sin fuerzas. Aún me dio unos cuantos lametones que hicieron retorcerme.

-Ahora ya sabes lo que pasa cuando una persona se excita. ¿Lo has pasado bien?-

Abrí los ojos, sonreí y asentí. -

-¿Será nuestro secreto?-

Volví a asentir.

El mismo me puso las bragas. Me recompuso el vestido y me dio un abrazo.

- Es hora de volver-.

Arrancó el motor del tren y lo hizo salir al exterior. Pitó dos veces y D. Jesús le hizo la señal inequívoca de que se acercara.

Deshicimos el camino que nos separaba de la estación y nos estacionamos en una vía secundaria.

D. Jesús se acercó cruzando una vía y se subió.

-¿Que?, ¿Ya le ha bajado la temperatura al motor?-

Nos dirigimos la mirada mi tío y yo, mientras sentíamos una complicidad entre ambos. En ese momento Andrés supo que guardaría el secreto del ultraje al que me había sometido y yo supe que mi secreto estaría a salvo.

- Te habrás aburrido, Teresita.-

- No tuvo tiempo, la chiquilla se durmió encima de un asiento con el fresquito- Aclaró mi tío.

El tal D. Jesús me miró brevemente mientras me daba un rápido repaso con sus desconfiados ojos. A saber que se le estaba pasando por la cabeza.

A las 19:30, hora ferroviaria, emprendimos el viaje de vuelta. Ya no pitaba, iba en el asiento lateral pero mirando continuamente, sin ver, al frente. Las imágenes se sucedían en mi cabeza y comprendí que había traspasado una puerta por la que ya no podría volver a pasar.

Me había fijado que la parejita de enamorados, entre otra mucha gente, se habían subido para hacer el viaje de regreso a Madrid. El chico tenía su brazo sobre los hombros de la chica y esta descansaba su cabeza sobre su hombro con los ojos cerrados. En un momento dado, los abrió y se encontró con los míos. Me miró fijamente durante unos segundos con ojos somnolientos y ambas entendimos que esa tarde no la olvidaríamos en nuestra vida.

Al llegar, nos esperaba mi madre, me besó y mirándome me dijo:

- ¡Que despeinada vienes!-

- Sería el aire del tren, como corre tanto el tito Andrés...-

Esperamos al hermano de mi madre que nos invitó a merendar. Yo estaba desfallecida. Me comí dos porras con un batido frío de chocolate. El me miraba disimuladamente mientras iba devorando aquellas hermosas porras. Yo me hice la tonta.

Esa noche no cené. Una vez que llegamos a casa, me dominó un sueño irresistible lo que hizo que me fuera a la cama cuando era poco más de las 10 de la noche.

Mi madre se extrañó pues siempre me hacía la remolona.

- ¿No estarás enferma, Tere?-

- No, es que esta calor me cansa mucho.-

Me acosté “fresquita”, como se suele hacer en verano, con un finísimo camisón que apenas ocultaba un pequeño pantalón cortísimo. Me cubrí únicamente con una fresca sabana. Mi madre vino cuando yo le grité:

- ¡Yaaaa!- Era la señal para que ella entrase a darme las buenas noches y acompañarme en mis oraciones – Hacía 2 años que había hecho mi primera comunión-.

Me dio un beso, apagó la luz, cerró la puerta y me quedé sola. No dormía con ositos como muchas de mis amigas. Me sentí muy cansada, pero al mismo tiempo el sueño se negaba a acudir a mis párpados. La película de mi iniciación en el sexo comenzó a pasar por mi cabeza. Ahuequé la mano, sin cerrarla, como si tuviese cogido su miembro. Tenía el recuerdo tan reciente de sus caricias que recordé nítidamente su boca en mis pezones. Noté por el roce de la tela que se me habían puesto duros. Volví a sentir su endiablada lengua recorriendo mi rajita. Volví a sentirme mojadita.

Tenía calor. Me puse boca arriba y abrí exageradamente las piernas buscando el frescor de las sabanas.

Bajé mi mano derecha con la intención de explorarme. Imité el dedo de mi tío acariciándome sobre la tela. Estuve un ratito deslizando mi dedo corazón sobre mi rajita, aumentando paulatinamente la presión hasta que el tejido se incrustó empapándose en mis fluidos.

Con un rápido movimiento de piernas, me libre de los pantaloncitos, que cayeron al lado de la cama.

Ahora, sin obstáculos, dirigí el dedo a la entrada de mi pequeña vagina. Al momento noté que una especie de moquitos se adhería a la yema de mi dedo, lo separé un par de centímetros y el flujo se mantuvo haciendo un puente. Volví a posar la yema y presione un poco, haber que pasaba. El resultado fue que se me escapó un suspiro del gusto que me dio.

Estuve un rato jugando en mi entrada mientras la memoria me traía la imagen de la cabeza de mi tío entre mis piernas con su boca pegada a mi coñito.

Busqué mi lentejita. En el recorrido ascendente me acompañaron mis juguitos que convirtieron mi sexo en algo suave por donde mis dedos se deslizaban sin obstáculos. Cuando la alcancé, tuve que morderme mi labio inferior para no gritar. Como respondiendo a un mecanismo oculto, mi otra mano se deslizó por debajo del camisón y rodeó el pecho derecho.

Al principio no supe muy bien como acariciarme pero la sabia naturaleza rápidamente me enseño que un ligero roce describiendo círculos me hacía tomar el camino de las estrellas.

Pronto mi dedo índice se unió al corazón, aumentando la superficie de roce. En mi cabeza, se recreaban las escenas vividas esa tarde. Pronto el vértigo se apoderó de mi, aceleré el ritmo y cuando noté que me precipitaba al abismo me introduje dos dedos hasta que noté el obstáculo que evidenciaba que mi virginidad seguía a salvo.

No se si mis gemidos trascendieron a mi habitación. Solo se que al cabo de un minuto la puerta se entreabrió mientras me hacía la dormida.

Me quedé frita enseguida sin acordarme de ponerme el pantaloncito que mi madre encontró a la mañana siguiente.

Algo debió desospechar pues me acuerdo que al día siguiente me había preguntado:

-¿Te pasó algo ayer con tu tío?-

Yo lo había negado.

Después de ese día, mi madre no me dejó ir más veces con su hermano, aunque el se las ingenió para que tuviéramos un par más de encuentros donde yo me dejaba hacer cositas que me gustaban. Lo que no me gustó nada fue el día que me convenció para que hiciera lo mismo que él me hacía, es decir, sexo oral. Todo fue bien hasta que no me dejó retirarme cuando se corrió. El sentir su esperma colgando de mis amígdalas me hizo vomitar violentamente.