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Querida madre

en Amor filial

Querida madre

 

El líquido amargo la fue animando poco a poco camino de su vergüenza. Solos los dos en casa y tras dejarla su marido tirada, ambos cayeron uno en brazos del otro hasta acabar enredados en el pecado carnal…

 

 

Esperaba ansiosa la llegada de Valentín, arreglándose coqueta frente al espejo del cuarto de baño anexo al dormitorio de matrimonio. El espejo de baño reflejó de ella una imagen todavía interesante pese a las marcadas patas de gallo como resultado de la edad. Apartándose a los lados los largos cabellos teñidos de rubio cobrizo, los rizados mechones le cayeron despeñados por encima de los hombros. Volvió a mirarse con interés en la amplia luna tratando de discernir el efecto que crearía. Se vio todavía hermosa y apetecible aunque el cabrón de su marido hacía ya tiempo que poco caso le hacía. Tal vez aquella noche algo cambiara…

Rosa, recién salida de la ducha, aún tenía puesto el albornoz. El cinturón flojo propiciaba una amplia apertura que dejaba entrever el inicio de unos senos que aparecían todavía turgentes. Tras observarse detenidamente unos segundos, se cerró el albornoz volviendo a anudar con fuerza el cinturón. Por encima del fino rizo color crema, se apretó los pechos tomándolos con fuerza entre las manos. Estuvo así unos segundos más, apretándose con firmeza y ánimo, notándose los pechos duros bajo la presión de los dedos. Suspiró largamente, cerrando los ojos al disfrutar la caricia.

Después y buscando en el vestidor, desnuda tras haberse deshecho del albornoz en el baño, eligió para la ocasión aquel bonito vestido ligeramente transparente que pocas veces se ponía y que dejaba parte de su anatomía a la vista. Quería darle una sorpresa. Sujetador y braguitas de blonda roja descansando sobre la cama, el color de la pasión según se dice. Sentada al borde de la misma subió las bragas piernas arriba. Un collar de perlas a juego con la pulsera y se enfundó el sujetador por encima de la cabeza, quedando los redondos senos recogidos bajo la transparente prenda.

De pronto, escuchó el zumbido del WhatsApp informándole de noticias por parte de su marido.

-          Lo siento cariño pero debo quedarme unas horas más en la oficina. Lo siento, lo siento muchísimo de veras. Acuéstate y nos vemos mañana. Te lo recompensaré con creces. –acababa el gélido escrito diciendo.

¡Maldito cabrón! Siempre las mismas excusas baratas y con falta de imaginación. ¿y cómo había podido confiar una vez más en él y dejarse embaucar por nuevas mentiras, sumadas a las muchas con las que ya la había maltratado?

-          Prepárate cariño y ponte guapa. Iremos esta noche donde tú quieras. Al teatro, al cine o a la ópera que bien sabía que a ella tanto le gustaba, le había escrito horas antes haciendo brotar una nueva confianza en la mujer.

Y de trabajo en la oficina nada de nada, bien lo sabía. O mucho se equivocaba, o muy poco le conocía o a esas horas estaría echando un clavo con cualquier compañía que se hubiera echado a la cara. Por la hora que era el muy cabrón estaría pasándolo bien en algún restaurante con Merche, su eficiente y atenta secretaria, divorciada año y medio atrás y con la que sabía se acostaba cada vez que podía. O sino con Merche con alguna jovencita pagada en cualquier burdel de los que también sabía frecuentaba en busca de un rápido y anónimo alivio. Ella lo aguantaba todo paciente, tan solo confiaba que tuviera dos dedos de frente y no pillara nada por ahí.

De camino a su habitación la mirada se dirigió al cuarto de ella. Rosa, estusiasmada, feliz y a sus cosas como lo estaba había cometido la indiscreción de dejar levemente entreabierta la puerta del dormitorio. Y él pudo verla, plantada en medio de la estancia y en toda su belleza madura mirándose los pechos tomados bajo las manos. Tuvo que tragar saliva ante la imagen perturbadora que se le ofrecía. Pensó en marchar de allí dejando de espiar la intimidad de ella. Sabía que no estaba bien hacerlo pero algo más fuerte que su propia voluntad le hizo continuar allí, en silencio y junto al quicio de la puerta.

Ella, ajena a su presencia, subió las manos hasta tomarse los pechos con decisión por encima de la fina tela del sujetador. Los apretó, exhalando un breve suspiro entre los labios. Pasándose ahora los dedos por entre el canalillo rotundo. Desde donde se encontraba y pese a la distancia, la tela transparente dejaba reconocer los pezones gruesos y oscuros y la mujer allí seguía acariciándose suavemente la delicada piel que por arriba rebosaba. Luego dejó caer la mano entre las piernas, subiendo y bajando los dedos por encima de la braguilla. Él se mordió el labio reprimiendo la fuerte sensación que aquella imagen le creaba. Y al momento tuvo que volver a morderlos al verla de espaldas a él, las nalgas redondas y prietas mostrándose rotundas y con la delicada tela hundida entre los cachetes que la envolvían. Los ojos como platos, embriagado por la escena que se le mostraba, un pinchazo sintió entre las piernas. De manera reconocible se estaba excitando y tuvo que desaparecer de forma silenciosa pasillo adelante.

Maldito cerdo, una vez más la había dejado plantada como tantas otras veces había hecho. Y estaría pasándolo bien con la guarrilla de la Merche o ve a saber con qué otra. Vestida y dispuesta para una noche que esperaba especial, se encontró en cambio sola y amargada por la soledad. No lloró, hacía mucho que no lo hacía, tan acostumbrada estaba a los desplantes y además no le apetecía nada darle ese gusto. Y abajo en el salón se lo encontró junto a la mesa en la que todavía descansaban las dos copas y la botella de vino de la que esperaba disfrutar con su marido antes de salir.

-          Ah cariño, qué haces aquí. ¿No ibas a marchar con tus amigos?

-          Al final me quedé sin plan, Gabriel y David tenían cosas que hacer así que me quedo en casa.

-          Vaya, lo siento. Siento que te hayas quedado sin compañía.

-          No pasa nada, no es la primera vez que ocurre.

-          Yo también me quedé sola esta noche –susurró pensando en lo lejos que estaría Valentín en esos momentos haciendo sabe dios qué. Tu padre se quedó en la oficina haciendo cosas como a menudo ocurre –mintió a pesar que sus pensamientos la llevaban por otro lado.

-          Papá y su maldito trabajo –exclamó él con fastidio.

-          Oh, no hables así de tu padre –tratando de defender al muy adúltero.

Sonreía aunque la procesión iba por dentro, reconcomiéndose con el sinfín de imágenes e ideas escabrosas que no cesaban de llenarle la cabeza. Rosa era una mujer divertida y de carácter abierto, parlanchina y a juicio de quienes la conocían con estilo en el vestir y ciertamente interesante gracias a su amplia cultura y a su conocimiento en diferentes materias. Toda una señora. Valentín no la merecía, pensaban, por sus muchas bravatas y desplantes con los que más de una vez la había hecho quedar en ridículo frente a sus amistades, sin darse cuenta que quien realmente quedaba en ridículo era él.

-          ¿Qué tal si charlamos y pasamos un buen rato? –ofreció él sin ninguna ulterior mala intención en el ofrecimiento.

-          Me apetece sí, podemos ver una película antes de ir a dormir. Pero primero quiero probar un poco de vino. ¿Por qué no abres la botella?, ahí tienes el sacacorchos.

Sentados a la mesa, él se dispuso a abrir la botella, sacacorchos en mano.

-          Cuidado no la rompas –rió ella viéndole un poco patoso con aquello.

-          No tengo muy buena traza para estas cosas –dijo él continuando la broma pero con la situación ya dominada.

La botella ya abierta, escanció una buena parte de aquel líquido rojizo en ambas copas. Los dos el uno al lado del otro, Rosa se acomodó en su silla para luego sonreír confiada junto al joven. Él le dijo lo guapa que estaba, palabras que ella agradeció viniendo de quien venían. Marcelo era un muchacho, ya no tan muchacho aunque para ella siempre sería el hijo del primer matrimonio de Valentín, su ahora esposo. Viéndole día tras día, no había caído en la cuenta que ya era todo un hombre. ¿O tal vez sí, quién sabe? La relación entre ambos siempre había sido buena, ya desde el primer día que pisó aquella casa siendo todavía la nueva amiga de Valentín. Al poco se casaron y todo fue diferente, una relación mucho más cercana, casi de madre e hijo aunque evidentemente no era así.

-          ¿Te gusta el vestido? ¿Un poco atrevido quizá? –preguntó sin malicia alguna.

-          No, no, te queda muy bien –respondió él sin querer comprometerse más.

-          Me alegro que te guste –dijo ella tomando la copa por primera vez.

-          Es realmente sexy, de verdad te queda muy bien Rosa.

¿Sexy? Dios, qué encantador era. Desde luego mucho más que su padre –pensó que aquellas palabras sonaban para ella a música celestial aunque procediesen de su propio hijastro. Invitándole a brindar, probaron por vez primera el líquido amargo, saboreándolo y dejándolo caer garganta abajo.

-          Está rico –comentó ella nada más dejar la copa en la mesa.

Empezó Rosa a hablar de una cosa y de otra, del trabajo y los estudios del muchacho, de cómo le iban las cosas, de chicas incluso a lo que él respondía siguiendo la conversación de forma adecuada.

Sin saber cómo ni poder evitarlo, los ojos le cayeron sobre el escote tentador que se le presentaba. Y sin saber cómo ni poder evitarlo, una respuesta ostensible se dio en él. Por suerte, ella no se apercibió de ello, siguiendo con la conversación afable que mantenían. Él la vio hermosa, desde luego mucho más que a muchas de las madres de sus amigos y amigas. Los labios pintados de un fuerte tono rojizo, la larga melena cayéndole a los lados y el flequillo cubriéndole de forma oblicua parte de la frente. Los pómulos y el resto del rostro remarcados por el suave maquillaje. Sí, Rosa era una mujer hermosa incluso para un muchacho como él lo era aunque ya fuese más un hombre que otra cosa. Continuaron bebiendo, dos, tres sorbos y de tanto en tanto el joven le clavaba la mirada en el escote de manera disimulada. Al fin y como no podía ser de otra manera, ella cayó en la cuenta pillándole mirándola. Pese a tratarse de su hijastro, no pudo menos que sentirse halagada por aquello.

-          Ei, ¿qué haces? ¿qué estás mirando? ¿estás mirándome los pechos? –preguntó sin enfado, más bien un tanto en broma.

Él se excusó sabiéndose cogido en falta y nada menos que por su propia madrastra… pero era tan hermosa. El vino ingerido pronto empezó a hacer efecto en ella, no estaba acostumbrada a beber aunque sí le gustaba disfrutar el sabor del oscuro fluido. Se sintió sorprendida ante la situación que se daba. Saberse mirada por él la verdad es que no lo esperaba… cómo iba a esperarlo.

-          No, no, solo tu vestido sexy –respondió de la mejor forma que pudo, escuchándola reír con su respuesta.

-          Gracias –solo dijo ella volviendo a dar un sorbo a su copa.

La conversación parecía tomar otros derroteros, haciéndose directa y peligrosa para ambos. Ella dijo que no debía hacer eso, que era su madrastra, la mujer de su padre y no cualquier otra chica o mujer que conociese. Él se excusó asegurando que lo sabía bien. Pero la mirada seguía clavada en ella y en lo que el sujetador mostraba a la mirada del chico. Viéndose observada de ese modo tan evidente, Rosa tuvo que apartar los ojos al alcanzar una vez más la copa salvadora. Un nuevo trago y cada vez se sentía más mareada.

El deseo la invadió, subiéndole imparable una soflamada ardiente por todo el cuerpo. Y no paraba de vaciar la copa, bebiendo el líquido a pequeños sorbos, cruzando ambos las miradas, sin apartarlas ni un momento el uno del otro. Se estaba empericando poco a poco, sin darse cuenta el líquido amargo se iba instalando en ella haciéndole perder sorbo a sorbo el control de sí misma. ¿Cuánto hacía que no tenía relaciones con Valentín?

Bajó la mirada y descubrió lo que allí se ocultaba. Un bulto ostensible se observaba bajo el pantalón, igual que en ella entre las piernas del chico empezaba a mostrarse el deseo inmundo. Tuvo que apartar la mirada sintiéndose acalorada toda ella. ¡Dios, qué le estaba pasando! ¡No era posible que aquello le estuviera ocurriendo! ¿Pero cómo parar aquello? Tragando saliva se acarició el cabello y el cuello, sin saber cómo llevar la situación adelante.

-          Lo siento de verdad, pero eres tan hermosa.

De repente y sin saber cómo ni por qué, él quedó en pie frente a ella mostrando ahora de manera mucho más cercana y evidente aquel bulto escandaloso que el pantalón parecía no poder retener. Apenas a unos centímetros de su rostro, tenía ante ella la tentación masculina en forma de joven excitado y deseoso de ella. Rosa, no sabía dónde meterse y con voz trémula y entrecortada, le pidió que se sentara, que por favor se sentara. Todo aquello había llegado demasiado lejos y solo buscaba escapar como fuera de aquella encerrona en la que se encontraba metida. Si Valentín llegaba a enterarse la mataba. Pero el deseo en ella fue por delante de las buenas formas y la vista se le fue abajo sin remedio. Disimulada, bajó los ojos y no pudo creerlo. La cabeza le daba vueltas, el cuerpo hecho fuego por dentro. No pudo creer aquello ni tampoco la respuesta que en ella misma se daba. Al fin y al cabo era un muchacho, su hijastro y el hijo de Valentín y aquello que le pasaba por la cabeza no estaba bien. Cualquiera lo sabía.

El líquido amargo le caía garganta abajo, degustándolo lentamente, provocando en ella la natural respuesta. Cada vez perdía más las entendederas, la cabeza se le iba turbándosele la mirada. Marcelo se la comía con los ojos, devorándola en silencio. Sabía también que aquello estaba mal, muy mal pero el poder de atracción de aquella mujer y de aquel par de razones era superior al de la poca razón que le pudiera quedar. Nervioso perdido y a punto de lanzarse encima de ella, sin entender bien cómo todavía no lo había hecho ya. Y entre sus piernas la respuesta se daba cada vez más de manera inevitable. ¡Dios, era todo aquello posible!

Ella, roja y acalorada, trataba de tranquilizarle y llevar la conversación por otros caminos más decorosos. Y él, buscando quitarle hierro a lo que sucedía y mientras hablaban, alargó los dedos hacia el irresistible pecho rozándolo levemente. Rosa nada dijo, tan solo se quedó quieta y rígida ante la desvergüenza del chico. Tragó saliva tomándose el rostro entre las manos y un profundo suspiro le escapó sintiendo un escalofrío correrle el cuerpo.

El cachondeo instalado en ella, ya no pensó en nada más. A nadie le amarga un dulce y el muchacho lo estaba pidiendo a gritos. Marcelo, zalamero, buscaba con sus cálidas palabras romper las últimas resistencias que en ella pudieran quedar. Ahora fue ella quien alargó la mano hasta apoyarla en la camisa de su joven hijastro. Tan solo unos instantes pero parecía suficiente. Refugiándose en la copa, un nuevo sorbo algo más largo.

Sin decir palabra, llevó las manos por detrás del cuello soltando el cierre que mantenía el vestido sujeto. Suspirando abiertamente de forma provocativa, lo dejó caer a los lados quedando un hombro y otro al aire. Él quedó con la boca abierta y los ojos haciéndole chiribitas. No podía creerlo. Tanto tiempo deseándola y allí la tenía con los pechos tan solo cubiertos por la fina y transparente tela. Los pezones se veían gruesos y solo pensó en saborearlos y chuparlos haciéndolos endurecer.

-          Dime la verdad. ¿Qué te parecen? ¿Demasiado grandes tal vez? Tu padre hace tanto que no los mira.

Estaba realmente loca pero lo necesitaba tanto…

Le cogió la mano llevándosela a uno de los pechos, permitiéndole que lo manoseara con su mano encima de la del chico. Y él se lo apretó con fuerza, escuchándola gemir para luego animarle con sus  palabras a seguir. Empezaba a estar ya realmente cachonda, sin saber dónde aquello podría llevarla. Solo pensaba en esa mano apretándola con desparpajo y descaro, cosa a la que ella misma le había dado pie. Pronto la mano corrió al otro pecho, trabajándolo del mismo modo mientras Rosa cerraba los ojos soportando como podía la presión de esos dedos.

Fue ella misma la que apartó la tela, quedando la abundante redondez al aire. Y rió de forma nerviosa ante el roce por encima del pezón al que él la sometió. Parecía saber mucho de las cosas del amor, para nada parecía un joven inexperto y tímido. Mientras se dejaba acariciar abiertamente, entre suspiros y gimoteos continuos acabó bajando la mano allí donde tanto rato llevaba deseando hacerlo. Ya no había marcha atrás.

Tras acariciarle por encima del pantalón notando la respuesta obvia del chico, notó el acaloramiento subirle enrojeciéndole las mejillas ante lo que se avecinaba. Le deseaba, aunque fuera el hijo de Valentín y solo fuera su hijastro la había calentado lo suficientemente bien como para saber que ya no sería capaz de decirle que no. Lo que se notaba bajo el pantalón no podía dejarse de lado y además, hacía tanto que por culpa de su esposo no probaba algo así que no era cuestión de hacerse la mojigata una vez llevada la situación donde estaba. ¡Maldito Valentín, si me dieras la caña que necesito no haría falta que me tirara a tu hijo!

-          ¿Te gustan cariño? –preguntó de forma claramente insinuante lo que al muchacho no pasó desapercibido.

-          Me encantan, claro que sí.

-          Oh, eres un amor. Seguro que se lo dices a todas.

-          A todas las que me gustan… y tú me gustas un montón –la voz ronca del joven se oyó sin reparos.

No pudo aguantar más y poniéndose en pie, soltó el botón y bajó la cremallera con rapidez para enseguida sacarse el miembro y pajearse entre los dedos, cayendo nuevamente sentado. La mujer quedó sorprendida ante lo inesperado del momento. Ciertamente esperaba que la dejara ser ella la que lo despojara, pero una vez hecho no pudo menos que quedar con la boca abierta viendo lo que frente a ella se ofrecía. ¡Menuda polla gastaba, mucho más grande que la de Valentín y eso que aún no estaba dura del todo!

-          ¿Pero qué haces, estás loco? Tápate anda, por favor –exclamó una vez recuperado el aliento.

Sin embargo no pudo dejar de mirar, haciéndose la timorata pero sintiéndose por dentro realmente fascinada por el tamaño del miembro terrible. ¡Cabrón, cabrón, cómo puedes hacerme esto! –pensó para ella misma, los ojos como platos y un calor sofocante entre las piernas que veía ya imposible de frenar. Cachonda perdida, el joven muchacho la estaba poniendo como una moto y eso que todavía no habían empezado.

Acabó de un solo golpe el líquido que la copa contenía. La cabeza le dio vueltas, no había caído en la cuenta de la cantidad que aún quedaba y el apresurado trago cayó en el estómago de la mujer como un chispazo, el mismo chispazo que entre sus piernas comenzaba a producirse. Bajo las bragas se notó mojada, fantaseando con todo un rosario de imágenes en las que ella era la protagonista acompañada del joven muchacho. Mientras tanto, Marcelo se pajeaba sin dejar de observarla con deseo sincero.

-          Deja de hacer eso, deja de hacer eso –un breve hilillo de voz le escapó de  la boca.

Mordiéndose levemente el labio inferior y luego humedeciéndolo, agarró la mano caída del chico sobre su pecho y llevándola a la boca saboreó el dedo con fruición aunque por dentro se moría de ganas por algo mucho más contundente. En medio de un silencio malsano chupaba aquel dedo de manera sensual. Y todo ello sin dejar de mirarle a los ojos, tan cerca el uno del otro, tan cerca que solo se percibía el cálido interés en ambos.

-          ¿Me enseñas el coño? –preguntó el chico con toda su desvergüenza.

Rosa, riendo cada vez más acalorada tembló con las palabras tan directas. La relación madrastra-hijastro se rompía en mil pedazos camino de las más pecaminosas intenciones. Deseaba entregársele, ser poseída en el propio domicilio conyugal tal vez como venganza hacia Valentín del que hacía tanto nada sabía.

Tras una larga respiración quedó de pie, cogiéndose la falda con las manos para llevarla arriba. De nuevo sentada, se acomodó con las piernas dobladas y una de ellas apoyada en la silla. El bien cuidado triángulo que recubría el pubis quedó a la vista gracias a la delicada prenda del mismo rojo transparente del sujetador. Con dos de sus dedos apartó la tela y allí apareció el rosado tesoro y el rojizo y abundante vello. Él tragó saliva al tiempo que se masturbaba, viéndola abrirse levemente la rajilla. Abierta como estaba y suspirando de deseo, tomó la mano del muchacho y volvió a llevarla a la boca devorando dos de sus dedos. Una vez húmedos los bajó a su entrepierna, dejándose acariciar por el roce lento que la hizo gemir, los ojos fuertemente cerrados.

Agarrada al brazo del chico, aguantó el deseo apretándose los labios, mordiéndolos en un gesto de total entrega. Tuvo que echar la cabeza atrás, tan cachonda se notaba. Mientras tanto, su joven amigo no paraba de acariciarle el sensible botón, rozándolo una y mil veces de manera procaz. Gimoteó de forma desconsolada y aquel dedo no cejaba en su empeño por querer llevarla al séptimo cielo. Rosa se removía, sin control sobre sí misma, tan solo bajo el control de lo que aquel dedo malévolo quisiera hacer con ella.

-          Sigue, sigue… oh sí…

Los labios llevados a los lados, el dedo se apoderó de la flor rosada sin dejar por ello el constante ataque sobre el clítoris hecho ya fuego. La mujer, la cabeza echada atrás en toda su belleza, ronroneaba sonoramente sintiéndose vibrar por entero. El roce era ahora mucho más intenso, más profundo y fácil gracias a los muchos jugos que expelía el exquisito y excitante aroma del maduro y bien formado cuerpo. ¡Estaba tan buena! –pensó Marcelo sin parar de masturbarla provocando en la mujer espasmos descontrolados, signo claro de un próximo final.

-          Sigue muchacho, sigue así –su bonito rostro hecho un poema al humedecerse los labios resecos.

-          Dios sigue… continúa así vamos…

La pierna, apoyada en la mesa cercana, le temblaba desbocada con el agudo placer que sentía. El dedo se hizo mucho más terrible, hundiéndose en ella para enseguida verse acompañado por otro de sus amigos. De ese modo, empezó a follarla penetrándola entre los constantes gemidos y sollozos en los que la hermosa mujer prorrumpía. ¡Dios, lo hacía tan bien! Rosa se retorcía sobre la silla, los ojos entreabiertos y la mirada perdida mientras se agarraba como podía a la camisa del chico. Pronunció su nombre en varias ocasiones como si con aquello la enorme culpa pudiera atenuarse de algún modo en ella. Una culpa compartida por ambos mientras aquellos dedos continuaban su feroz ataque, enterrándose entre los labios para luego dedicarse al endurecido botón con el que hacerla conocer las más sofocantes emociones.

Lentamente pero de manera continua, el muchacho la fue llevando a conocer el paraíso en forma de agotador orgasmo cayendo, desfallecida y sin parar de gimotear, sobre el respaldo de la silla. Bajando la pierna, incorporó el cuerpo hacia él y, con los dedos entre sus labios, pudo disfrutar los cálidos aromas de su sexo. Los sintió agradables pese a la extraña sensación que el sabor amargo pero también dulce y meloso de sus jugos le producía.

-          Cabrón, eres un cabrón… pero me has vuelto loca –aseguró, chupando y lamiendo nuevamente los dedos masculinos con cara de viciosa.

¿Cuánto tiempo hacía que no se sentía así?

Dejándose tomar el cuello suavemente, acercó el rostro al del muchacho hasta hacer la cercanía opresiva entre ambos. Tan cerca el uno del otro, en voz baja le pidió que la follara. Las manos en la mesa y la pierna doblada, tuvo él que obligarla a bajarla para de forma autoritaria llevar las bragas abajo con un golpe seco de los dedos. Rosa gimió ruidosa, buscando con ello provocarle aún más. Una vez las bragas abajo, volvió a subir la pierna quedando así perfectamente expuesta a la mirada entusiasta del chico. El redondo y sugerente culo en pompa y con la mirada de la mujer echada atrás, el joven se incorporó tomando entre sus dedos el sexo rígido. Con el golpeteo continuo de su sexo sobre la raja abierta, escuchó a la mujer sollozar inquieta pidiéndole que lo hiciera.

-          Vamos, no esperes más… métemela.

Por las muchas ganas de hacerlo con la mujer tanto tiempo deseada, a la primera falló el intento, consiguiéndolo ahora sí a la segunda tentativa. El preservativo puesto y tras varios roces más por encima de la entrada encendida, finalmente se fue introduciendo de forma lenta pero imparable.

-          Dios métemela… métemela toda sí… -las fuerzas le fallaban creyendo ahogarse con aquella presencia tan dura y enérgica.

Ninguna posición mejor para el muchacho que aquella, tan débil, abierta y entregada como la tenía. Entre los cachetes abiertos, empezó a follarla arrancándole un lamento mitad dolorido, mitad agradecido por la fuerza que el chico se daba. Las entradas y salidas se hacían fáciles por lo muy mojada que se encontraba, produciendo constantes jugos con los que lubricar el obstinado mango.

-          Fóllame Marcelo, vamos fóllame con fuerza.

Él la veía, tomada entre sus manos, en toda su belleza de hembra madura y no pudo menos que animarse a seguir de un modo mucho más violento, ahora haciendo las entradas y salidas mucho más duras y secas lo que la hizo gritar aullando por el placer y también por el suplicio al que la sometía. Los ojos en blanco, perdido el control de la situación y aquella polla que la quemaba, llenándola con cada nuevo golpe que le arreaba. Él, sin dejar de resbalar en su interior, se fue despojando de la camisa mientras la mujer gemía en voz alta, sollozando desconsolada, pidiéndole seguir con cada nuevo grito entrecortado. ¡Dios, no podía creer en su suerte! La mujer por la que tanto tiempo llevaba suspirando y allí la tenía al fin suya por entero.

Rosa gimoteaba complacida, retorciéndose sobre la mesa, arqueando la espalda al echar adelante el rostro descompuesto. Follándola cada vez más fuerte, notaba los huevos pegados a ella y el sonoro flop-flop de la copula llenando el amplio salón. Entrecortada por la emoción, le animaba a seguir, sollozando su vergüenza, suplicándole un ritmo más vivo a lo que el chico respondía hundiéndose hasta el fondo de la cavidad abierta.

Quedando él quieto, ahora fue ella la que se movía removiendo el culillo adelante y atrás en busca del placer del  muchacho. Los ojos masculinos, húmedos por la lujuria, se clavaron en las sinuosas y provocativas formas de la madura. En la espalda curvada por encima de la que resbalaba la melena femenina, en la redondez de aquellas voluptuosas nalgas que tanto tiempo llevaban robándole el sentido, en aquellas caderas en las que sus dedos se clavaban de forma desconsiderada.

-          Sigue muchacho, sigue… mucho mejor que tu padre –no pudo evitar decir en un momento de total locura, el orgasmo a punto de visitarla por segunda vez.

El gesto fruncido por la emoción, entreabriendo los ojos cansados para enseguida dejarlos en blanco y el miembro implacable no paraba de darle una y mil veces, haciéndola conocer la gloria más suprema. Y entonces se corrió, cayendo hacia delante y respirando desbocada su deleite.

-          Cabrón, cabrón, cómo puedes hacerme esto… pero me encanta –musitó con voz turbia mientras notaba los movimientos lentos del chico tras ella.

Escapando el enorme dardo, se incorporó girándose hacia él y viéndole acariciarse abajo y arriba entre los dedos. Tremendo músculo el que allí se veía y que solo unos instantes antes había podido disfrutar en su interior. Agachándose hasta quedar arrodillada frente al recio animal, el glande hinchado y amoratado producía una espantosa imagen. Enorme, brillante de los jugos de ambos, encabritado y deseoso por seguir. Ciertamente producía respeto y la mujer todavía no entendía cómo sus paredes podían haber acogido semejante espécimen.

Cogiéndole el relevo lo tomó entre sus dedos y acercando la boquita le escupió encima antes de comenzar a lamer el tronco macizo. No tardó en meterlo en la boca, envolviéndolo con los labios e iniciando la cálida tarea de la felación. ¡Madre mía, qué enorme era aquello! –pensó mientras echaba la mirada arriba hasta cruzarla con la del chico.

-          Chupa, vamos chupa preciosa…

Cerrando los ojos se entregó a ello, acariciándole los huevos con los dedos y metiéndoselo más de la mitad. Nuevamente afuera, los ojos abiertos, volvió a escupir encima del glande antes de masturbarle adelante y atrás con extrema delicadeza. Se dedicó al par de bolsas, chupándolas y lamiéndolas al tiempo que con los dedos le masturbaba pajeándole muy lentamente, escuchando al muchacho gemir todo él en tensión. De los huevos pasaba al tronco marcado por las venas, alcanzando una vez más el grueso champiñón del que se apoderó insaciable. Entonces Marcelo la tomó del cabello acompañando la rápida mamada, tragando sin descanso, adelante y atrás, notándolo llenarle la boca hasta dejarla sin aliento. Un rápido y agradable ritmo con el que llevarle al delirio, gimiendo y disfrutando el momento entre palabras inconexas y sin sentido alguno.

El cabello recogido entre sus manos, la ayudaba a chupar enterrándose en ella hasta donde la boca experta daba. Tan experta la descubrió que, sin poder creerlo, la vio metérsela hasta el final y por entero aguantando así unos segundos antes de sacarla con un rugido satisfecho.

-          ¡Dios muchacho, es enorme! –exclamó antes de tomarla con ambas manos en un nuevo ir y venir arriba y abajo.

-          Es enorme, dios qué grande que es…

Los ojos bien abiertos y al momento se encontró chupándole y dándole el placer que tanto reclamaba.

-          ¿Continuamos? –preguntó con falsa timidez

De pie una vez más, se deshizo de la braga por completo y montando sobre el chico quedó clavada en él. Tomando entre los dedos la barra de carne la llevó a la entrada enterrándola hasta sentirse llena. Un largo lamento emitió, el dardo ardiente clavándose rotundo y centímetro a centímetro.

-          Mmmmmmmmmmmm.

Las manos del chico corriéndole las nalgas y las caderas, la lenta copula dio comienzo entre ellos. El culillo removiéndose en busca de un mayor ritmo, el miembro masculino la traspasaba con firmeza provocando en la madura fuertes lamentos afligidos. Los golpes en ella fueron ganando en violencia, sollozando la mujer entrecortada acompañando la cadencia que uno y otro se daban. Bien apoyada en él, la veterana se veía radiante y lozana, las manos del chico clavadas en sus pechos apretándolos hasta hacerla gritar. Sentado en la silla y con las manos en los costados femeninos, el joven afortunado soportaba el veloz cabalgar, botando una y otra vez sobre el eje inflamado, resbalando entre las paredes irritadas de la mujer tan deseada.

-          Sí, sí, sí… fóllame fuerte, fuerte sí –pedía ella fuera de sí.

Agarrada al poderoso brazo, gemía y gritaba sin reservas disfrutando el rápido cabalgar sobre su joven compañero. Sollozaba dolorida, ayes de puro placer le escapaban por la boca arqueándose en toda su belleza madura, la cabeza colgándole atrás para echarse luego adelante recomponiendo la figura.

-          Fóllame, vamos fóllame con fuerza… dios, qué bueno es esto…

-          ¿Te gusta? –preguntó él en un hilillo de voz.

-          Sí, sí… la siento, la siento… vamos sigue.

Así estuvieron un largo rato disfrutando la encantadora postura, gimiendo y gritando ella y golpeándola él en busca de nuevas y mejores sensaciones. Las uñas clavadas en las redondeces traseras, Rosa suplicaba que lo hiciera, que la follara sin descanso, tan loca estaba que ya no podía parar. Quedando quietos y con la cabeza del chico entre las manos, dejó que le chupara el pecho y el pezón que enseguida se endureció con la deliciosa caricia. Primero el uno y luego el otro, el muchacho los lamió y mordió entre los grititos de aceptación que la mujer emitía, pronunciando el nombre del hijastro una y otra vez. Hundiéndole entre sus pechos, le ahogó con sus carnes prietas y tersas que Marcelo agradeció chupando y lamiendo aún más. Los gemidos entrecortados de uno y otro se mezclaban descontrolados, mientras por abajo los vientres continuaban su labor moviéndose pausados uno sobre otro. Cayendo sobre él, Rosa le besó por primera vez con pasión dándole a probar el sabor de su boca.

-          Dios muchacho, eres formidable –bramó al levantarse y escapar de él echándose atrás.

La veterana descabalgó su presa y sin dejar de provocarle se lanzó atrás tomando asiento en la mesa. Enganchada por el joven y apoyada en los codos, abrió las piernas entre las que con rapidez se hundió él llenándole el interior del muslo de suaves besos. Acercando luego el rostro y comenzando el lento lamer sobre la flor empapada en jugos. Las piernas dobladas y colgándole, la mujer le vio apoderarse de su sexo sacando la lengua y pasándola por encima de la rosada hendidura. Gimió complacida nada más notar el roce rasposo, gimoteando con voz irregular ante lo placentero de la caricia.

-          Cómemelo cariño, cómemelo así sí… -exigió con fragilidad al cerrar los ojos nada más sentir la lengua por encima de ella.

Él chupaba y lamía, enterrando la lengua entre los labios abiertos, metiéndola lo que podía y moviéndola a los lados lo que al parecer satisfacía y mucho a la madura. La diabólica lengua corría arriba y abajo saboreando la vulva amarga, recorriéndola con descaro, alcanzando el clítoris para tomarlo entre los labios y tirar del mismo. El punto sensible de la feminidad se enderezó con el cálido roce, sollozando Rosa agarrada allí donde podía. Tan pronto cogiéndole la cabeza con rabia como cayéndole la mano sobre la fría mesa al golpearla con desesperación. Y su joven amigo continuó maltratándola con su exquisito juego, lamiendo y trabajándola de manera deliciosa. Con voz descontrolada le empujaba a seguir, el placer llenándole el cuerpo en un puro lamento desbocado. Llevándose la mano al sexo, comenzó a acariciarse el clítoris como mejor forma de hacer arder la llama que la consumía.

-          Así así muchacho, dios es fantástico…

Entre los gritos apagados, la lengua continuó su tarea, sin descanso, sin un momento de respiro, como si la piedad no existiera en ese momento para la mujer. Sus propios dedos enredados entre los rizados vellos y el botón encendido, se movían a buen ritmo haciéndola enervar si ya no lo estaba suficientemente. Él no se apartaba un solo instante de su objetivo, haciendo ahora movimientos circulares, tomando los abultados labios entre los suyos y devorando los aromas femeninos que tanto le atraían.

-          Dios… dios fóllame cariño… qué lengua tan fantástica… me matas –cayó atrás dejando descansar la espalda en la mesa.

La pierna le temblaba descontrolada, pataleando en el aire mientras notaba el aire faltarle, gimoteando estremecida y aquel placer arrollador no se acababa nunca. ¡Cabrón, cabrón… vamos sigue! Se corrió mordiéndose el labio, la garganta reseca y el gesto alterado con los cabellos deshechos cubriéndole el bello rostro. Dos orgasmos casi seguidos que la hicieron caer desfallecida y cansada. Desfallecida y cansada, resoplando ante el encantador placer al que el muchacho la había llevado.

-          Joder cariño –gritó rabiosa, soportando la angustia en su propia rodilla en la que acalló el entrecortado plañido.

La mano en los cabellos del chico, le clavó los dedos mientras un agradable cosquilleo, un deleite creciente se apoderaba de sus bellas formas haciéndola respirar derrotada.

-          Fóllame… métemela vamos, lo necesito tanto.

El joven se levantó con la mano en su terrible instrumento y, de nuevo junto a ella, la acercó para hacer la entrada lo más fácil posible para ambos. Rosa, elevó la pierna de forma sensual apoyándola en el hombro del chico mientras se abría esperando la profunda penetración. Él apuntó el grueso capuchón junto al umbral de la vagina, empujando suavemente sin todavía entrar en ella, haciéndola sufrir con todo aquello. Pasando y repasando, excitándola por encima de los bien cuidados pelillos, deseándolo tanto como ella pero sabiendo demorar el momento.

-          ¡Vamos, la quiero dentro… dámela vamos dámela! –toda ella hecha un sincero sinvivir.

Y entonces tuvo que callar, aguantando el aliento ante el ardiente aguijón entrándole mucho más de la mitad. De un golpe, clavándose agresivo para resbalar centímetro a centímetro en tan bella hendidura. Soportando su suplicio, el peso del chico cayó sobre ella hundiéndose ahora por completo, sintiéndose llena por entero del recio animal que palpitaba bronco buscando hacerse hueco en su interior. Cerró los ojos, entreabriéndolos al instante al emitir su boca un quejido dolorido y entrecortado. La mataba, la madura se sentía morir bajo el empuje juvenil e impetuoso que la dejaba sin respiración quedando parado en ella. Los ojos en blanco, escuchándose el alterado respirar de la pareja, prestos uno y otro a la cálida fusión.

Cogiéndola del muslo, él empezó a moverse arrancándole un lamento placentero. El miembro avasallador la golpeaba, enterrándose entre las paredes que de forma tan complaciente le acogían.

-          Fóllame, fóllame sí… la siento… -reclamaba con voz ronca creyéndose morir bajo el empuje entusiasta del miembro vigoroso.

El coñito se abría con cada nueva entrada, soportando el lento ir y venir del grueso visitante. Pronto, el muchacho tomó velocidad, haciendo todo aquello mucho más intenso y agradable para la hermosa mujer. Entrando y saliendo, resbalando a buen ritmo para de repente dar un golpe seco quedando así completamente enterrado. Unos segundos en los que escucharse los sollozos desconsolados de la mujer y de nuevo volver al frenético ir y venir con que hacerla estremecer.

-          Sí, sí, sí… oh dios sí muchacho… clávamela toda.

-          ¿Te gusta? –preguntó él lacónico.

-          Me encanta, cariño… fóllame con fuerza… más fuerte sí.

Y así estuvieron largo rato, corriéndose la mujer varias veces entre el continuo ajetreo y los afligidos ayes que sus resecos labios no podían controlar. Y el miembro incansable follándola una y mil veces, dejándola descansar brevemente para al momento volver a percutir con recias acometidas con que llevarla al delirio. Rosa solo podía pedir más y más, dejándose hacer bajo el dominio al que el macho la sometía. Un nuevo orgasmo la visitaba y fue cuando reclamó lo suyo, pidiéndole que se corriera, que ella también deseaba el placer del chico. Alargando los dedos a las bolas, las acarició con energía, masajeándolas amorosa esperando el tórrido final.

-          Me voy a correr –avisó él sin dejar por ello el ritmo infernal que mantenía.

-          ¿Sí cariño? ¿Vas a correrte? –preguntó la madura con un punto de malicia.

En ese momento y mientras ella notaba su orgasmo correrle el cuerpo, el muchacho escapó de ella deshaciéndose con rapidez del preservativo. La leche abundante y pegajosa la llenó, ensuciándole un primer trallazo la falda recogida para rápidamente caer al suelo permitiendo que la lefada le cubriera los pechos y también el cuello. ¡Dios, qué hermosura de muchacho!

-          ¡Córrete sí… dámelo todo… la quiero toda –gritaba enloquecida bajo el torrente de jugos con que la obsequiaba.

Con los últimos goterones, Rosa tomó el grueso animal entre los labios y chupándolo con deleite lo masturbó lentamente al tiempo que saboreaba el cálido néctar. Ummmm, sabía tan rico. ¡Exquisito! –la lengua corriendo ávida por encima del glande agradecido.

Una vez todo hubo acabado, la madura volvió a la cruda realidad. Tras la tempestad siempre se dice que llega la calma y de ese modo fue. Hipando arrepentida, ella no sabía dónde meterse. Se sentía sucia tras tomar plena conciencia de lo ocurrido. De madrugada y en la soledad de la cocina, desde el pasillo y arrepentido también aunque no tanto como la mujer, el chico pudo escucharla llorar desconsolada tratando en vano de acallar su vergüenza en abundante llanto. ¿Qué ocurriría cuando todo se supiera? ¿Sería capaz de volver a mirarle a la cara tras el impío y obsceno pecado cometido? ¿Y qué pasaría con Valentín cuando volviese? Demasiadas preguntas a responder y todas ellas con una difícil solución.

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