miprimita.com

La tía Romina 1

en Amor filial

La tía Romina 1

 

Juntos se entendieron con facilidad tan deseosos estaban el uno del otro. En el domicilio de la mujer el apetito por el otro les llevó a dar rienda suelta a sus más tórridos anhelos en forma de cálido encuentro…

 

 

Un día de plena primavera, ventoso y algo molesto como estos en los que últimamente nos movemos. Llegué a casa pronto, poco antes de la hora de comer y, cargada de cosas, cerré la puerta con un golpe de pie. Lo primero que hice nada más entrar fue deshacerme de los fastidiosos botines grises de tacón que me llevaban a mal traer, abandonándolos en el zapatero junto a la puerta con un suspiro de alivio para después dejar colgada la cazadora de piel en uno de los ganchos del perchero.

-          ¿Carlos, estás en casa? –pregunté en voz alta dando a conocer mi presencia.

-          ¡En el salón! –le escuché responder tal como imaginaba que allí estaría.

Al salón me dirigí en busca de mi querido sobrino al que mi cuñada Maca me había pedido alojar durante los meses de preparación para el proyecto fin de carrera. Yo, sola como me encontraba desde el divorcio con mi marido, no tuve problema en recibirle en casa, más bien todo lo contrario. Pensé que me iría bien estar acompañada un tiempo. Lo que no pensé entonces ni por asomo es el otro tipo de compañía que me haría mi joven sobrino.

Como decía, divorciada de Tomás año y medio antes, el día a día lo dedicaba a la gestoría que regentaba en el centro de la ciudad junto a mi socia Julia. Temas laborales, de fiscalidad y contabilidad, tramitación de siniestros, algo de jurídico además de muchas otras cosas que seguramente a más de uno de ustedes les dará una pereza infinita cuando deban tratar con ellas. Pero para eso precisamente estamos nosotras, para solucionar papeletas y hacer más fácil la vida a la gente que nos visita.

En el salón se encontraba Carlos, cara a cara al ventanal luminoso y frente a la amplia mesa en la que trabajar en lo suyo.

-          Hola Carlos, al fin en casa. Necesitaba unas horas para mí así que dejé a Julia a cargo de la oficina. ¿Qué tal la mañana? –pregunté tras él removiéndole el cabello con los dedos de forma cariñosa.

-          Aquí liado con unas cosas, la verdad no cunde nada esto. Ni avanzo ni me concentro. Pese a lo mucho que queda para la entrega parece que el tiempo se me echa encima.

-          Tal vez en la biblioteca adelantarías más –sugerí en respuesta a sus palabras.

-          No no, aquí me encuentro bien… además lo tengo todo a mano en un momento. No sabes cómo te agradezco estos meses en tu casa… tía Romina, a ver de qué modo puedo compensártelo.

-          Oh no digas tonterías, no tienes que compensar nada. Bastante fue con el regalo que me hiciste cuando llegaste a casa. Ya le dije a tu madre que podías quedarte cuanto necesitaras, así me haces compañía y no me encuentro tan sola.

-          Eso solo fue una cosa de nada, un pequeño presente nada más. De todos modos, de verdad gracias –respondió de manera sincera.

-          Bah, cállate y deja ya la matraca. ¿Qué te parece si comemos fuera y así te olvidas un rato de tu proyecto? Vengo hambrienta. Déjame una ducha rápida y que me cambie y en un momento nos vamos.

-          De acuerdo pero pago yo, date prisa anda…

-          De eso nada, pago yo y no se hable más.

-          Tía, deja que pague yo. No discutiremos ahora por eso.

-          De acuerdo pero la próxima me toca a mí. Voy a la ducha y enseguida estoy contigo –dije riendo al abandonar el salón camino del dormitorio.

En la ducha y con el calor del agua bajándome el cuerpo, mis pensamientos me llevaron al muchacho. Yo sabía que Carlos bebía los vientos por mí y él a mí también me iba por qué no decirlo. Al fin y al cabo, era el hombre que más cerca tenía y con el que me había acariciado alguna vez pensando en su juventud y potencia. Con suavidad y entre los dedos, acaricié mis pechos de tamaño medio pero de muy buen ver por su dureza y lo tersos que aún aparecían bajo las camisetas y las blusas y en los que Carlos pronto había clavado de manera disimulada las miradas. Aunque bien es cierto que más de una vez, y sin decirle nada, le había pillado con los ojos embobados en aquel par de razones de peso que ahora yo recorría lentamente esparciendo la espuma por encima con mis manos. Igual que en el culo, ese sí muy grande, redondo y firme y seguramente todo un sueño para él y con el que tantas noches se habría masturbado ensuciando de sospechosas manchas los calcetines que luego la lavadora se encargaba silenciosa de limpiar. Yo solo callaba como si de nada me diera cuenta.

A mí, por supuesto me encantaba que me mirara con aquella cara mitad bobalicona, mitad de puro deseo cuando creía que no le veía. ¿A qué mujer divorciada y sola con un muchacho como aquel no le gustaría que la mirasen? Yo también, y sola como llevaba tanto tiempo, me había masturbado en mi cuarto jugando con alguno de mis consoladores que ya llevaban un tiempo haciéndome compañía. En mis noches solitarias pensaba en Carlos, no lo oculto. Carlos, el hijo del hermano mayor de mi marido, veinticinco años de joven muchacho y con el que había fantaseado en varias ocasiones, reprimiendo las ganas de agenciármelo tan cerca como lo tenía. Por mi parte, a mis cuarenta años y la menor de tres hermanos, sufría de demasiada soledad y ya los consoladores no resultaban suficiente alivio. Necesitaba hombre y por qué no con Carlos –hacía un tiempo que por mi cabeza corría la idea. Mientras, los dedos resbalaban entre las paredes de mi sexo, acompañados convenientemente por la humedad de la ducha. Estaba bien mojada y gimiendo débilmente mi placer pero entonces tuve la suficiente fuerza para parar.

Con las manos subí las braguitas piernas arriba y no tardé mucho más en verme guapa y apetecible frente al espejo del baño. Me arreglé el rostro con una leve capa de maquillaje, entre los dedos me acomodé el cabello echándolo atrás hasta encontrarlo a mi gusto. Perfecta –pensé viéndome seductora y jovial. Con aquel conjunto de camiseta blanca entallada y por fuera, tejanos también blancos y mocasines negros con algo de tacón, todo ello unido convenientemente al foulard y el bolso amarillos con los que mi sobrino me había obsequiado, salí de la habitación dispuesta a pasar un buen rato.

-          Ya estoy lista. Mira cogí el foulard y el bolso que me regalaste –exclamé nada más llegar al salón donde se encontraba sentado viendo la tele.

-          Ufff tía, estás guapísima. Si no fueses mi tía me lanzaba encima de ti –lisonjeó sin cortarse mi figura de manera efusiva.

-          Oh venga, deja de decir esas cosas o me harás poner colorada –reí con franqueza mientras alargaba la mano en busca de la cazadora.

-          Es la verdad Romina, estás muy guapa –volvió a confirmar quedando a mi lado al ponerse en pie.

Se notaba tensión entre ambos pero de momento ninguno de los dos quiso dar pie a más.

Comimos amigablemente en un bar cercano al domicilio, riendo divertidos y preguntándole yo interesada sobre sus cosas, sobre el proyecto y muchas otras cosas. Cotilleando y preguntándole también directamente por amigos e incluso alguna chica que tuviese por ahí desde su llegada a la ciudad.

-          ¿Chicas? No no, no tengo tiempo para chicas –se excusó ante el querer saber con el que le interrogaba.

-          ¿Nada de chicas? No me lo creo, anda no me mientas. ¿Un muchacho guapo y atractivo como tú y sin una chica por ahí? –pregunté viendo expedito el posible camino.

Entre risas y algún momento algo embarazoso, poco a poco fui coqueteando abiertamente con él. Era imposible que no se diera cuenta y efectivamente Carlos entró animoso al peligroso juego que le brindaba. Aparentando ser más mayor de su edad y yo todo lo contrario pues parecía más joven con mi rostro bien cuidado y tan lleno de entusiasmo. Muchas veces me lo habían dicho lo cual me daba un plus de ánimo renovado y fue el mismo camarero quien lo confirmó comentando sin tapujos lo buena pareja que parecíamos y que la casa nos invitaba a una pequeña copa. ¿Pareja? –me dije henchida de orgullo ante las palabras del maduro camarero que ni por asomo podía imaginar la verdadera relación entre ambos. Carlos bajo la mesa inició el ataque, acercando el pie al mío para rozarlo algo insistente. Sin retirar el pie, nada dije y ya se sabe que quien calla otorga. Al tiempo acompañó aquello, plantándome sobre el mantel su mano encima de la mía mientras esperábamos confiados la prometida copa.

-          ¿Qué te pasa?

-          Tu mano… me pone nerviosa.

-          ¿Nerviosa por qué? –preguntó haciéndose el falsamente desentendido.

A mi edad y experta como lo era, sabía que de tonto no tenía un pelo. Las miradas tan directas sobre mi persona bien me lo hacían saber. Un calor largo tiempo olvidado recorrió mi cuerpo, sintiéndome sofocada bajo las ropas. Le deseaba como sé que él me deseaba. Una mirada cómplice cruzaron Carlos y el maduro camarero cuando este último llenaba mi copa de un líquido oscuro que enseguida noté endulzar mi garganta una vez chocamos las copas. El mismo calor de antes sentí y cómo un latigazo recorría mi espalda bajo la blusa. Necesitaba escapar de allí, entregarme al muchacho y que me hiciera completamente suya.

-          Vámonos quieres –propuse de forma abrupta y sin poder evitar mostrar la necesidad que me embargaba.

Carlos sonrió y rápidamente pidió la cuenta. Desde ese mismo instante, imagino que pensó que tenía la batalla ganada y que nada le podría negar. Y me lo demostró al echarme con desenvoltura bien medida la mano por el hombro, al despedirnos del camarero camino de la calle. De ahí al primer beso no hubo más que un breve momento. Y puedo decir que me encantó. Suave, delicado y jugoso al sentir su lengua tratando de abrir mis labios a lo que accedí gustosa, quedando ambas enredadas de manera incondicional nada más notar los brazos del chico apretarme contra él. Allí, en plena calle cerré los ojos y me dejé llevar por su masculina juventud.

Luego y en la intimidad del domicilio se dio lo que tanto deseábamos.

-          Bésame Carlos… bésame muchacho –pedí en un tímido susurro, reclamando ahora yo sus besos al abrir la boca sin ambages.

Clavada a la pared por el chico, con premura infinita me arrancó la cazadora dejándola caer al suelo. Las respiraciones aceleradas de ambos se mezclaban en el silencio de la habitación y con cierta dificultad conseguí deshacerme de los zapatos. Los besos me sabían a gloria, besos ardientes y llenos de mala intención, jugando una lengua con otra de forma provocativa. En una de esas se la atrapé, rozándola con los dientes en el interior de mi boca antes de dejarla escapar. Eso le gustó pues volvió con más ímpetu permitiendo el roce rasposo por encima.

Las manos del chico en mis sugerentes formas, las subía y bajaba a lo largo de la espalda acompañando los besos cómplices y de enamorados en que nos fundíamos. Entre sus manos me notaba temblar como si de mi primera vez se tratara, gimoteando en voz baja y hecha un flan. Susurrándole palabras débiles al oído, animándole a seguir mientras una de mis manos le abrazaba la nuca, rozándole con la otra la breve barba de apenas unas horas.

Ladeando levemente la cabeza y cayendo a un lado mi larga melena de incipientes canas, me ofrecí a sus caricias. Loco de pasión se lanzó al cuello pasando la lengua arriba y abajo, chupándolo y llenándolo de encendidos besos y chupetones, los gruesos labios envolviendo y succionando buena parte de la sensible piel. Pese a la sensación de agradable cosquilleo y al fuerte placer que la caricia me producía busqué escapar, en principio sin mucho éxito.

-          ¡Quita loco o me dejarás marca! –exclamé consiguiendo al fin separarle.

La marca que, pese a mis ímprobos esfuerzos, finalmente me dejó y que quedó allí impresa durante unos días. Acariciándome con suavidad por debajo de la camiseta, la mano se apoderó de mi redondez trasera arrancándome un inevitable suspiro de puro goce. La emoción nos embargaba, besándonos y jugueteando divertidos en busca de lugares mucho más peligrosos. Entre los labios, Carlos me agarró la barbilla gimiendo excitado y volviendo a la lamer el cuello desnudo que le entregaba.

-          Sigue cariño, sigue… me tienes loca…

Apretándome con fuerza a él, dando un respingo quedé rígida y arqueada con la cabeza tirada atrás al notar entre las piernas una presencia bien conocida. Lo que allí pude sentir ciertamente no resultaba nada desdeñable y cerré los ojos llevada por la total vesania que me dominaba. Gimoteando nerviosa le atrapé la boca en un nuevo beso largo, reposado y con lengua con el que darnos a conocer todo el mucho deseo que por el otro sentíamos.

-          Te deseo Romina… te deseo desde que llegué. Quiero follarte –me soltó de sopetón.

Evidentemente, el muy ladino no se cortaba un pelo y casi me corro de emoción al escucharle aquellas sinceras palabras. Ahora fui yo quien clavé mis uñas en su redondo y apetecible trasero que el tejano no dejaba alcanzar más. Y de nuevo noté el bulto del muchacho, cada vez más ostensible pegado a mi muslo. Creí enloquecer, entre las piernas me sentía inevitablemente mojada. Aquel atractivo muchacho me había puesto bien cachonda y con los ojos entrecerrados supe bien cómo aquello acabaría.

-          Cariño, yo también te deseo –confesé en un hilillo de voz, abandonándome las palabras sin poder evitar el darlas a conocer.

-          Oh tía, cuánto tiempo deseándote, cuántos días deseando hacerte mía.

Atrapando la camiseta entre sus dedos, buscó levantarla a lo que ayudé dejándola correr por encima de la cabeza. Me lo comí con deseo creciente como él hizo conmigo, cortos piquillos traviesos mezclados con besos mucho más largos y profundos que me hacían vibrar entre sus brazos. Pegados el uno al otro, le sonreí de manera perversa haciéndole conocer así las miles de sensaciones que me corrían el cuerpo. Carlos, conocedor de las mujeres, cayó nuevamente sobre el cuello rozándolo mínimamente con la lengua y provocando en mí un escalofrío con el que hacerme conocer el primero de mis orgasmos.

-          ¡Me corro muchacho, me corro… dios qué cachonda me pones! –grité sin tapujos mientras las fuerzas cedían, notando las piernas flaquear.

Recuperada con dificultad de ese primer asalto, me lo llevé al sofá donde le hice sentar quedando estirada a su lado. Y allí seguimos con lo nuestro, yo enamorándole con mis muchas artes y Carlos besándome, acariciándome la silueta y sabiendo tocar los puntos más sensibles de mi cuerpo con lo que llevarme, paso a paso, a un nuevo placer. Realmente sabía bien cómo tratar a una mujer.

Unidos uno al otro, la mano corría camisa abajo deseosa por explorar los rincones más atractivos de su anatomía. Le deseaba y ya era hora de conocer mucho más de él. Mientras me encendía con sus besos y caricias, bajé la mirada en busca de lo que tanto apetecía. La mano resbaló por el muslo, bajándola y subiéndola taimada hasta alcanzar al fin el pecaminoso bulto. Sin poder contenerme, bramé nada más mis dedos descubrieron la hinchazón creciente que bajo el pantalón mi querido sobrino presentaba. ¡Madre mía, qué bien servido estaba! –la mano chismosa fisgoneando ya sin descanso.

Sin parar de acariciarle gemía sollozando emocionada igual que él lo hacía, allí echado sobre el respaldo y dejándose llevar por el roce continuo que mis dedos le propinaban.

-          ¡Joder muchacho, todo eso es tuyo! –no pude evitar decirle llevada por la inquietud.

-          ¿Te gusta? –le escuché preguntarme con voz ronca y en la que la turbación se hacía palpable.

Sin responder tan solo me removí sobre él, pegándome más y dejando que me besara y lamiera con fruición.

-          Ven aquí querido, ya es hora de jugar mucho más no crees –voceé segundos más tarde, buscando la mejor posición al quedar echada a cuatro patas sobre mi amante formando ambos un agradable 69.

Ya con el pantalón del chico bajado y reconociendo los diabólicos dedos apartarme la braguilla, ambos acercamos las caras dispuestos a disfrutar del sexo del otro. Rozándole los muslos con mis largas y rojas uñas bien cuidadas, evité un tiempo caer rendida sobre el músculo poderoso y ya de buen tamaño que a mis ojos se presentaba. Rocé como digo haciendo círculos por encima de la piel velluda, moviendo los dedos arriba y abajo mientras entre mis piernas le notaba trabajarme la rajilla abriéndola suavemente a los lados. Entonces el primer gemido excitado escapó de entre mis labios gracias a la ligera caricia de aquella áspera lengua.

Acomodada sobre Carlos en la mejor postura, me encontré pues dueña de la situación gracias a mi posición elevada. Con los dedos continué acariciándole, evitando el contacto con su sexo que me moría por probar pero consiguiendo con ello que el deseo en mí creciera exponencialmente. Mis ojos ávidos lo contemplaban en toda su belleza viril, de buen tamaño como decía aunque todavía no en su máximo esplendor. Ya me encargaría yo de eso –pensé maliciosa, humedeciendo levemente mis labios al tiempo que imaginaba cantidad de emociones fuertes a compartir con mi guapo sobrino.

Al parecer él no podía aguantar tanto como yo las ganas de probarme, de forma que la húmeda lengua comenzó a rozarme, sintiéndola abrirme hasta conseguir hundirse entre mis paredes. Gemí ruidosa al enderezarme con la calidez de aquella caricia turbadora y experta. Un suspiro lancé, los ojos entreabiertos al ronronear mimosa mientras entre mis piernas la batalla ya estaba servida. Y fue cuando le agarré con gesto perverso, mordiéndome el labio inferior y pajeándole lentamente entre los dedos. Un quejido placentero escuché detrás de mí, la respuesta ronca y satisfecha del muchacho ante mi primera ofensiva.

Sin necesidad de la mano, lo enganché avezada entre los labios empezando el lento y agradable chupar. Succionando el glande inflamado, desplazando la piel atrás hasta observarlo brillante y firme. Un buen pene desde luego que ante mí abría infinitas posibilidades para el tormento. Metiéndome más de la mitad de aquel pene a medio desarrollarse, notándolo palpitante entre los golosos labios. Me encanta chupar y comer un pene y más uno como ese, joven, robusto y prometedor.

Así estuvimos los dos ofreciéndonos el placer tan querido, chupándome y lamiéndome la lengua al arrancarme cálidos sollozos lastimosos y llenos de deleite. Corría entre mis piernas, pudiendo yo sentir las caricias de sus labios junto al placer húmedo y excitante de la lengua frotándome el clítoris y atrapando el tierno botón con lo que me robó un respingo, cayendo sobre su boca en busca de mayores atenciones. Sobre el joven muchacho removí las caderas para hacerme más intenso el disfrute. Mientras, él con sus manos libres acariciaba mis nalgas estimulando por otro lado la flor rosada.

-          Sigue Carlos, sigue… qué cachonda me tienes…

Por mi parte, no me quedé quieta y aproveché entretenida para juguetear con el inflamado champiñón, besándole dulcemente el pene, provocando su sufrimiento al pasarle la lengua por encima y bajando luego a los colgantes que lamí y chupé metiéndolos en la boca al oír gemir a mi joven compañero de juegos. Agarrado el tronco con firmeza, recorrí el grueso tallo llenándolo de besitos arriba y abajo para volver a subir engulléndolo hasta donde la boca me dio. En ese momento y al tiempo que succionaba y devoraba el recio músculo con mi lengua, sentí la mano de Carlos acariciarme el cabello apretándome contra él sin posible salida. Tragué y tragué lo que pude, conteniendo la respiración ante lo aparatoso del miembro viril. Por fortuna, la presión disminuyó pronto permitiéndome escapar en busca de aliento. Observé con delectación el miembro masculino y al momento volví a caer sobre el mismo lamiéndolo y chupándolo de manera glotona.

Entretanto y como no podía ser de otro modo, el chico respondía a mis caricias con las suyas propias. Escarbando con la misma delectación entre las paredes húmedas, hecha yo un mar de jugos que mi querido sobrino bebía y saboreaba con fruición, removiéndome inquieta entre sus manos posadas en mis caderas rotundas. Tan pronto le notaba acariciar mis redondas nalgas como las manos reposaban apoyadas en los muslos o en las caderas agitadas por el deleite. Caí en el mejor de los placeres varias veces gracias a la lengua concienzuda del muchacho que hizo de mí lo que quiso, enterrándose en mi vagina, masturbándome con los dedos al tiempo que yo hacía lo propio hundiéndome poco después los míos, trabajándome igualmente el pequeño botoncillo lo que me hacía sentir en la gloria.

-          Levanta anda –me hizo incorporar para enseguida quedar sentados el uno junto al otro.

Carlos, lascivo y lleno de vicio, me animó a probar mis dedos húmedos lo que hice con agrado notándolos un tanto amargos en mi boca. Luego y del mismo modo, me dio a probar los suyos lamiéndolos y chupándolos sin apartarle la mirada y como si de su grueso miembro se tratara. Sonreí perversa acercando mi rostro al del chico en busca de la calidez de sus besos. Mientras y por abajo, le pajeaba con decisión para que el ansia no decayera.

Tumbándome boca arriba le pedí que lo hiciera, me notaba tan cachonda que ya no podía esperar más. Con la polla agarrada entre sus dedos, me rozó por encima haciéndome suspirar de necesidad por él. El glande amoratado corriendo vivaracho entre los abultados labios pero sin pretender desaparecer, mi pierna levantada en busca del mejor acople. Me acariciaba yo misma, gimoteando turbada al pasarme los dedos por encima del bien cuidado triangulillo del pubis.

-          ¡Fóllame cariño, fó…llame lo necesitoooo! –reclamé con voz entrecortada y apenas audible.

Separando los labios con su fuerza poderosa, se clavó entre las paredes sacándome un exiguo lamento. Enterrándose el miembro curvado casi hasta el final para volver a salir muy lentamente, dándome a sentir su terrible pujanza de joven macho. Gemí nuevamente con el nuevo empuje, me notaba llena de él y el aliento parecía fallarme desfallecida entre sus manos. Gemía sollozando débilmente, recuperando poco a poco el sentido para sonreírle haciéndole saber lo mucho que me gustaba. Acercándome el rostro me besó con cariñosa delicadeza, un beso dulce y lleno de ternura mientras entre mis piernas se iniciaba el movimiento acompasado de mi joven sobrino. Adelante y atrás, hundiéndose sin recato, abriéndome yo sin reservas mezclados los gemidos de ambos en la soledad del momento. El beso se hizo ahora un leve piquillo, posados tan solo los labios sobre los míos acallando de ese modo el tímido quejido.

-          Métemela Carlos, dame con fuerza… más fuerte vamos –pedí enloquecida por la energía incansable con que me lo hacía.

La mano descansando en su brazo velludo, el placer se apoderaba de nuestros cuerpos, abrazados el uno al otro en el ritmo agradable del coito. Coito que paso a paso fue ganando en velocidad, quedando el chico quieto y permitiendo que fuera yo quien me traspasara por el dardo hecho fuego. Me quemaba, las paredes abiertas empapadas en jugos con los que favorecer el rápido resbalar. La pierna arriba y apoyada en él, sollozaba inquieta y de forma desconsolada con cada nuevo asalto, los ojos en blanco al ver cómo quedaba unido a mí con las bolas pegadas en comunión perfecta. De ese modo, le sentí por completo en mi interior, el miembro henchido y palpitante removiéndose amoroso camino del mejor de mis deleites.

Cruzándole las piernas por detrás, llevé las manos arrancándole un grito de queja al clavarle las uñas en el trasero. Tras unos segundos volvimos a acompasarnos en el rápido ir y venir. Me corría, me corría de nuevo y no podía hacer nada por pararlo. La tensión corriéndome el cuerpo, sin poder escapar a su dominio y soportando los continuos embates con que me complacía, el orgasmo se apoderó de nuevo de mi persona sollozando vencida, la mirada perdida y las fuerzas abandonándome entre los continuos grititos desbocados que mi boquita emitía. Y el chico seguía rebotando una y mil veces contra mí, resbalando bramando desbocado también él.

Parando al fin en busca de descanso, quedamos enfrentados y sentados en el sofá, besándonos desenfrenados y buscando las caricias del otro por encima de los cuerpos excitados. Abrazada al muchacho, le rodeé el cuello con los brazos mientras nos besábamos entre mis sollozos acallados. Las manos masculinas tomándome los pechos al apretarlos con nervioso arrebato, lamiéndome los pezones y entregado a pasarme la punta de lengua por encima humedeciéndolos y haciendo pequeños circulillos alrededor de los mismos. Rodeando la aureola oscura y chupando los pezones con suavidad infinita lo que me provocó un largo suspiro vanidoso.

Con la mano le busqué exasperada nuevamente, pajeándole entre los dedos desplazando la piel atrás y adelante y notando aquello bien duro y fornido. Me encantaba la fuerza del muchacho, tan varonil y esforzado en su poderío inagotable.

-          No aguanto más, clávamela toda mi amor… qué dura la tienes.

Rodeándome la cintura, le monté quedando agradablemente sentada y ensartada por entero. Un lamento prolongado lancé, el miembro entrándome vigoroso y firme al quedar ambos unidos una vez más.

-          ¡Qué buena estás Romina! –exclamó tomándome firmemente de las caderas.

-          Gracias –respondí con una sonrisa forzada por la terrible quemazón que me atormentaba el sexo.

Tras unos segundos de acomodo y con las manos apoyadas en el pecho del chico, empecé a moverme iniciando el lento trotar sobre el miembro inmundo que parecía querer traspasar lo más hondo de mí. Cruzando los dedos con los suyos, nos movimos acompasados ganando paso a paso la velocidad necesaria para provocar en mi persona la creciente locura. Mezclando las palabras ardientes y subidas de tono de uno con las del otro, me dejaba llevar en un balanceo rápido como de pronto mucho más lento disfrutando ambos el cálido instante.

Abrazados el uno al otro, con mis pechos atrapados en su torso me sentía sudar por la fuerza y la cercanía del joven macho. Cayendo sobre él, escuché a Carlos llenándome la oreja de palabras sucias y llenas de lujuria. La misma lujuria que me invadía, sin poder evitar removerme inquieta entre hipidos entrecortados.

-          Fóllame… fó…llame toda nene… clávamela con fuerza…

No tardamos en perder el control enredados en la angustia del placentero cabalgar. Elevándome altiva y lozana en mi total encanto de hembra madura y en la plenitud de la vida, caí de nuevo sobre él gimoteando sonora al notar los labios de mi sobrino comiéndome con brusquedad el cuello entre roces y caricias ásperas con las que me hizo sentir amada de un modo distinto. La mirada perdida, me moría porque aquello no terminara nunca, porque me hiciera disfrutar de mi cuerpo y de miles de orgasmos a cada cual más intenso y delicioso.

Entonces Carlos comenzó a moverse furioso, follándome de manera salvaje entre los gruñidos y grititos descontrolados que emitíamos en nuestro completo entusiasmo. Supe que me corría una vez más, golpeándome el muchacho sin descanso, resbalando bronco al elevarme por los aires sobre él, con fuertes golpes de riñones que acabaron al notarlo desclavarse rociándome las nalgas de líquido lechoso que me llegó incluso a caer por la espalda.

-          ¡Me corroooooo, me corro muchacho… joder qué apasionado eres, me encantaaaa! –grité con los primeros goteos de su leche abundante y espesa llenándome la piel.

-          Perdona Romina, no pude aguantarme –dijo jadeando con dificultad una vez nos recuperábamos mínimamente del esfuerzo llevado a cabo.

-          Tranquilo cariño… estuvo fantástico, la verdad es que me encantó –respondí alargando la mano atrás para recoger el semen y saborearlo entre los labios con cara de viciosa.

-          ¿Podrás con otro? –interrogué sin darle respiro, poniendo a prueba su orgullo masculino.

Sin decir nada, la réplica la tuve al momento quedando estirado en el sofá deseoso de nuevas atenciones. Retomando el pulso era claro que ninguno quería acabar así, necesitados aún de mucho más. Metida entre sus piernas, el pobre estaba hecho una lástima de modo que le limpié de jugos blanquecinos y pegajosos, lamiendo y chupando el fláccido músculo en busca de una pronta respuesta. Jugueteando por encima, tardé un rato y con infinita paciencia en conseguir que aquello creciera con mis caricias. Pero al fin lo logré, dispuesto entre mis dedos a un nuevo combate con el que satisfacerme en mi delirio.

-          Fóllame cariño… métemela hasta el fondo, me muero de ganas…

Con la polla en ristre y tomándola entre los dedos, nuevamente me clavé en él quedando enganchados el uno al otro. Y ya mismo el lento cabalgar a la que ya tan acostumbrada estaba, rotando en círculos el vientre alrededor del grueso eje. ¡Me mataba, me mataba de placer! –la cabeza dándome vueltas por un placer incansable y lleno de emociones. Cómo me ponía el muy bribón, métemela anda, me tienes ardiendo –volví a reclamar, el miembro masculino hundido entre mis paredes mientras con las manos me agarraba los costados, tomando los dos con ritmo lento el fascinante movimiento arriba y abajo.

Llevándome contra él y buscándome travieso, trató de hundir su dedo en el estrecho agujero trasero.

-          No, todavía no. Por ahí no cariño –exclamé dando un brinco al separarme levemente y sonriendo turbada ante lo directo de la caricia.

El chico pareció conformarse aunque más de una vez volví a sentir, como al descuido, rozarme peligrosamente la zona cercana. Los jóvenes de ahora no tienen medida ni consideración alguna con una. ¡Y sin siquiera pedir permiso para ello! –pensé para mí, sabiendo bien positivamente que aquello era fruta madura y que no tardaría en entregárselo para el disfrute de ambos.

Y en esas y con todo el descaro de la juventud, me enlazó la cintura poniéndose con dificultad en pie. Enganchada ahora de las nalgas y tomada en brazos con la fuerza de la juventud, me dejé caer traspasada por el enorme eje empezando a follarme llevada por los aires. Aullé por un placer nuevo y desconocido hasta entonces, nunca había hecho algo así. De pie y agarrada con fuerza a sus hombros, dejé que me follara empujando Carlos con decisión y clavándome yo misma en el largo y recio mástil que me quemaba cada vez que entraba.

-          ¡Sigue Carlos, sigue… dios me matassssss!

-          Muévete pequeña, te gusta eh –con sus palabras me encendía aún más.

Pese a mi poco peso la terrible postura se le hizo difícil teniendo pronto que dejarme en el suelo, bramando sin embargo furibundo al llevarme autoritario contra la mesa cercana y resonando escandaloso el jarrón de porcelana, comprado en uno de mis viajes, rompiéndose hecho añicos al caer al suelo.

De espaldas a mi hombre, comiéndome la orejilla y haciéndome notar el calor de su saliva, se enterró penetrándome con facilidad. Aquel joven y enorme miembro me llenaba hasta el final, gimoteando dolorida ante lo brusco de su tratamiento. Desde mis últimos encuentros lésbicos en compañía de Julia así como con aquella otra chiquita con quien de vez en cuando me veía, largo tiempo casi olvidado hacía que no estaba con un hombre y que no sentía un miembro tan grueso y poderoso como el que el chico me ofrecía. Haciéndome doblar la pierna, con su mano posada en el muslo y de una sola y certera estocada me volvió a penetrar esta vez mucho más violentamente. Recuperando el aliento, ronroneé coqueta abriendo las piernas para favorecer de ese modo el cálido empuje. Creía morir con lo que me hacía, desde su anterior corrida parecía haber tomado nuevas fuerzas follándome sin descanso, adelante y atrás, golpeándome las nalgas contra su vientre y pudiendo así sentirle impetuoso.

-          ¡Toma polla, tómala Romina… me encanta follarte ese coñito mojado que tienes!

-          Oh cariño, continúa… dame con fuerza… fóllame fuerte.

Desde hacía rato había perdido la cuenta de mis orgasmos, imagino que eran ya muchos y que algún otro lograría sacarme. Entre sus brazos y clavada la mano en la nalga, me follaba una y otra vez empujándome contra la mesa a la que me agarraba con desesperación en mi total debilidad. Resbalando con rapidez persistente, percutiendo entre mis paredes para quedar de pronto quieto permitiéndonos a los dos un breve descanso. Resoplé bufando herida, mi pequeña flor horadada por el horrible visitante que notaba palpitar en espera de nuevos bríos.

Saliendo de mi interior, el joven semental parecía tener otras ideas sobre lo nuestro. Esta vez me hizo volver, tumbándome sobre la mesa cara a cara y con las piernas colgándome. Enfrentados, elevé una de ellas al ver cómo la agarraba con su mano. Hundiendo la cara se entretuvo comiéndome el coño con descaro y frenesí, pasando la lengua por encima de los labios abiertos mientras por mi parte me acariciaba por arriba jugando con el clítoris inflamado.

-          ¡Me tienes loca! –aullé con los cabellos descompuestos que me cubrían el gesto cansado mientras le veía trabajarme entre las piernas.

Los ojos entrecerrados y medio en blanco, la lengua rasposa de mi atractivo sobrino me lengüeteaba una y otra vez hasta dejarme perfectamente dispuesta para el último de los combates. Cogiéndose el enorme dardo con los dedos, lo acercó a la entrada dejándolo resbalar por encima, pasándolo arriba y abajo entre mis gimoteos de pura desazón al gritarle furiosa que me la metiera. Con la mirada vidriosa le vi introducirse para empezar a empujar decidido, moviéndose adelante y atrás, entrando y saliendo cada vez de forma más ágil y apresurada. Los jugos del uno se mezclaban con los del otro, pudiendo ver su sexo brillante deslizarse en el interior de mi coñito. Y cerrando los ojos quedé derrotada y feliz, sollozando entrecortada por un nuevo placer que me corría la espalda en forma de escalofrío violento.

-          Empuja, em… puja con fuerza diossssssssssssss.

-          Tómala querida, tómala… qué abierto lo tienes…

Nuevamente volvieron los golpeteos infames en forma de complaciente suplicio, entre continuos sollozos y lamentos con que llevarme a un nuevo éxtasis mucho más concentrado. Aquella polla parecía no darme tregua, descansando mi cabeza cansada en el frío de la mesa, jadeando entrecortada y abandonada a lo que de mí quisiera hacer. Y siguió así hundiéndose en la flor irritada, infatigable al desaliento y sin parar de clavarse haciéndome conocer el nirvana.

En una de esas escuché sus roncas palabras diciéndome:

-          ¿Puedo correrme dentro? –preguntó mostrándose ahora sí considerado.

-          Síííííííí, échamelo todo mi amor –accedí sin pensarlo y loca como me encontraba.

Sin parar de percutir hasta lo más hondo, un torrente inagotable sentí correr dentro de mí explotando Carlos derrotado por la tensión del momento supremo.

-          Me corrooooo, me corroooooooooooo –avisó voceando con gesto demudado mientras entre las piernas las fuerzas le abandonaban traspasándomelas sin trabas.

-          Sí Carlos sí, córreteeeeeeee, có… rrete vamos muchacho… lléname todaaaaaa.

Removiéndose sobre mí, noté el orgasmo golpearme las paredes entre los gritos desconsolados y las palabras inconexas que ambos lanzábamos. Caída sobre la mesa, un último lamento me escapó tirando la cabeza a un lado y sintiendo sus besos de enamorado y cómo su respiración y su aliento fatigado me corrían el cuello. Incorporándose finalmente, su miembro escapó y pude descubrir el calor de sus jugos rezumar entre mis labios sonrosados. Volviendo a caer atrás suspiré feliz y satisfecha por tan tórrido encuentro.

-          Cariño gracias, me has dejado hecha polvo… eres tremendo.

-          Gracias pequeña, tú también has estado increíble –declaró la mano posada todavía en la suavidad de mi pecho.

Un beso de enamorados dio por concluido aquel nuestro primer encuentro que esperaba no tardara en volver a producirse. Desde luego y desde aquel día ya nada volvió a ser igual para los dos…

Mas de crimson

Con la madre de mi amigo

La convención (2)

La convención (1)

Pasión en forma de venganza

Doña Regina, la mujer de la papelería

Nada mejor que el verano (2)

Nada mejor que el verano (1)

Lo duro de ser azafata

Doña Rafaela, toda una jamona

El arte de la felatio - Juegos entre primos (1)

Compañeras de piso (2)

Compañeras de piso (1)

Vacaciones movidas

En un día plomizo y oscuro

Ejecutivo afortunado

En la barra del pub

El poder de la juventud

Virginia

La tía Romina 2

Querida madre

Las aventuras de Águeda 2

Las aventuras de Águeda 1

La muchacha de la boca de fresa

Haciéndomelo con el fontanero

Con el hijo de la vecina

Polvo turolense

Sexo negro (3)

Sexo negro (2)

Sexo negro (1)

Jugando con mi amiga y mi novio (2)

Jugando con mi amiga y mi novio (1)

Haciéndole el amor a mi futura suegra

Juventud divino tesoro

Fuera del trabajo

Viajando por Europa

Casting porno (2)

Viaje a Cerdeña (1)

Me enamoré

Amantes (3)

Amantes (2)

Amantes (1)

Casting porno (1)

Poder caribeño

La prima Aroa

El verano

Calor de verano

La encontré en el supermercado

Polvos rápidos (10)

Polvos rápidos (9)

Polvos rápidos (8)

Polvos rápidos (7)

Polvos rápidos (6)

Polvos rápidos (5)

Polvos rápidos (4)

Polvos rápidos (3)

Polvos rápidos (2)

Polvos rápidos (1)

Recuerdos del pasado (2)

Recuerdos del pasado (1)

Conociendo a Pedro (2)

Conociendo a Pedro

Pecando con mi hijo (2)

Pecando con mi hijo

Refriegas entre chicas (2)

Refriegas entre chicas (1)

Dos para una

Unos días en casa de su tía (4)

Unos días en casa de su tía (3)

Unos días en casa de su tía (2)

Unos días en casa de su tía (1)

Dulce despertar (3)

Dulce despertar (2)

Dulce despertar (1)

Con mi tío Roberto

Interesante compañía

Navegando por el Cantábrico (8)

Navegando por el Cantábrico (7)

Navegando por el Cantábrico (6)

Navegando por el Cantábrico (5)

Navegando por el Cantábrico (4)

Navegando por el Cantábrico (3)

Navegando por el Cantábrico (2)

Navegando por el Cantábrico (1)

Entregada al hijo de mi vecina (5)

Entregada al hijo de mi vecina (4)

Entregada al hijo de mi vecina (3)

Entregada al hijo de mi vecina (2)

Entregada al hijo de mi vecina (1)

Nenitas lascivas (7)

Nenitas lascivas (6)

Nenitas lascivas (5)

Nenitas lascivas (4)

Nenitas lascivas (3)

Nenitas lascivas (2)

Nenitas lascivas (1)

Nenitas lascivas (1)

La mujer de la verdulería

Asistencia en carretera

Hermanita viciosa

Helado de vainilla y chocolate

Sexo con mi tío

Un encanto de hombre

Ninfas hambrientas

Perdiendo el control junto a mi sobrina

Recoger a los niños al cole

Nines, mi dulce sobrinita

Deleites negros

Sesión de las seis

Amante desconocido

Visita muy provechosa

La boda de mi prima (3)

La boda de mi prima (2)

La boda de mi prima (1)

Sorpresa agradable en compañía de mi sobrina

Placeres desenfrenados

Intimidades lésbicas

Gozando con mi suegra

Juventud negra

Caricias entre mujeres

Yo os declaro marido y mujer

Pasión desmedida

De vacaciones por Mallorca

Yendo de compras

Visitando a mi tía Leire

Feliz descubrimiento con mi tío Blas

Reunión de trabajo y placer

Pasando el domingo con un matrimonio muy liberal

Noche de sábado muy movida

Encuentro inesperado

Montándomelo con mi querida tía

Abandonando el lecho conyugal

Amores lésbicos

Amor incestuoso entre madre e hijo

Orestes, el jardinero de mis padres

El lento despertar de la bella Sara

Viaje en el Ave Madrid-Barcelona

Mi mujer es una guarra de mucho cuidado

Acabé siendo una verdadera puta

Encuentro casual con mi cuñada

Sensuales caricias maternas

Empieza el día en el ascensor

Contacto con mi nuevo amante y mi sobrina

¡Fuera prejuicios!

Tres semanas en casa de mi prima (2)

Dinero sangriento

Seducida por una desconocida

Tres semanas en casa de mi prima (1)

Mi primera experiencia en el incesto

Un pintor de brocha gorda

Iniciándonos en el intercambio de parejas

Deseos húmedos

Amando a mi compañera del instituto

Viaje caliente a París

Un hombre de ocasión

Dos amantes retozando frente a mi ventana

Perdí la decencia con mi joven cuñado

Amores perversos en un hotel

Es estupenda mi tía Mónica

Juegos femeninos

Incesto con mi padre y mi hermano

Quitándole el novio a mi hermana

Una tarde en el cine

Acabando con la virginidad de mi sobrina

Encuentro amistoso

Sintiéndome puta con el negro

Me cepillé a mi tía

Violación fallida

Follando con el novio de mi nieta

Polvo antológico con mi hijo

El profesor universitario

Trío con mi mujer en un restaurante

Conversación entre dos amigas

Seduciendo a una mujer madura (2)

Seduciendo a una mujer madura (1)

Un día de playa (2)

Un día de playa (1)

Mi adorable Yolanda

Una noche loca junto a mi hijo

Madre e hijo

Intensas vacaciones con la familia

Navidades junto a mi sobrino

Mi tía Maribel

Tres mujeres para mi hijo

Me follé a mi propio hijo

Con Emilio en el aeropuerto

En el baño con mi amante argelino

Un buen polvo en los probadores del Corte Inglés

Disfrutando del cumpleaños de mi joven yerno

Cálidas vacaciones de verano

Volviendo a la playa nudista

En la playa nudista

Jodiendo con el cachondo de mi sobrino

Daniela, la madre de mi amigo

Conociendo íntimamente a mi hijastro

Mi querídisimo sobrino Eduardo

Un maravilloso día con mi futuro yerno

Deliciosa despedida de soltera

Kareem, nuestro masajista preferido

Mi clienta favorita

Bruno

Follando con la madre de mi mejor amigo

Con mi vecino Carlos

Aquella noche en la discoteca

Mi primer trio con dos maduras

El negro y su amigo