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En el paraíso con dos buenos machos

en Bisexuales

Habían pasado cuatro meses desde mi aventura con aquellos dos maduros (os recomiendo que leais mi relatos anteriores), y aquella experiencia aún seguía sin superarse. Contrariamente a los consejos de muchos de mis lectores en todorelatos.com, no había dejado a mi novio. El sexo con él había mejorado, cada vez había más complicidad entre nosotros y cada vez nos aventurábamos hacia nuevos horizontes en la cama. Él seguía sin bajar de mis tetas, pero ahora sí disfrutaba de las caricias de mi boca en su entrepierna. Aún así, ni de lejos el sexo con él se podía comparar al loco desenfreno del que había gozado con Don Antonio y con Pepe hacía unos meses.

Sin embargo, el sexo no lo es todo en la vida y mi novio, Pedro, tienes muchas otras virtudes. Me puede dar cosas en la vida que ni de lejos puedo esperar de Don Antonio y/o de Pepe. Ellos me pueden ofrecer a lo sumo sexo esporádico y clandestino, seguramente no con mucha frecuencia, seguro que en ocasiones con prisas. Eso está bien para una aventurilla, pero no es mi proyecto de vida. Lo que me da Pedro es un proyecto estable, serio, con futuro. Temo parecer una jovencita pija aburguesada, y es verdad que en ocasiones me he planteado “vivir la vida loca”, “vivir el momento”. Sólo es una idea pasajera.

Lo que pasó hace dos días no me ha hecho cambiar de opinión respecto a mi relación con Pedro, pero sí me ha abierto los ojos acerca de mi verdadera naturaleza. No creo estar capacitada para la fidelidad, no al menos cuando la tentación se me pone en bandeja, así que en este momento mi único dilema es si debo seguir adelante con Pedro, el amor de mi vida, o si lo debo dejar libre para que encuentre otra mujer que realmente lo sepa respetar como él se merece, no como esta puta.

Hace un par de meses Pedro y yo nos vinimos a vivir juntos a esta isla, la isla de enfrente le decíamos entonces. A él lo han destinado a una sucursal del banco en una localidad turística, y yo decidí venirme a vivir con él y buscar trabajo. Ahora mismo escribo desde la recepción del hotel que me ha contratado, aprovechando la tranquilidad del turno de tarde. Pedro lleva una semana fuera de casa, en un curso del banco en Madrid, así que estoy sóla en esta isla, sin familia, sin amigos, y sin novio.

Las tardes en esta recepción transcurren de forma perezosa, apenas hay entradas o salidas de huéspedes por las tardes, así que mato el tiempo como puedo. Hace unos días estaba curioseando en “todorelatos.com”, aprovechando que el ordenador de la recepción está en una posición tal que la pantalla solo es visible para quien se sienta justo enfrente. Estaba releyendo el relato mío en el que contaba con todo lujo de detalles lo que me había pasado con Don Antonio y con Pepe. Lo escribí en parte para no olvidar nunca nada, puesto que había sido sin duda la experiencia más gratificante de mi vida. Es más, tenía el secreto convencimiento de que sería dificil que alguna vez tuviese otra experiencia similar que la superase, por lo que ponerla por escrito adquiría todavía más valor.

En ese momento oí los pasos de alguien que se acercaba y levanté la mirada con una sonrisa, sin soltar el ratón y lista para cerrar la página web. Siempre lo hacía así, si el cliente tenía alguna pregunta sencilla, lo atendía rápido y luego seguía leyendo, si en cambio era algo más complicado cerraba la página, no fuese que algún compañero entrase y fuese al ordenador mientras yo atendía al cliente.

Cuándo distinguí a la persona que se acercaba el corazón me dió un vuelco. Aquello sin duda tenía tenía que ser un conjuro de los Dioses, o de los demonios. El mismísimo Don Antonio se estaba acercando al mostrador. Caminaba serio y con expresión distante, estaba claro que aún no me había reconocido. Venía con un sombrero pajizo del que sobresalián sus preciosas canas, y una camisa blanca de lino que se había metido por dentro del pantalón marrón claro. Llevaba dos botones de la camisa desabrochados, sin contar el del cuello, de manera que asomaba ampliamente una preciosa camisilla de un blanco reluciente. Si habéis leido mis relatos anteriores ya sabréis lo mucho que me gusta esa prenda en los hombres, sobre todo en conjunción con los calzoncillos anticuados que yo ya sabía que solía usar Don Antonio.

Transcurrieron a cámara lenta los segundos que tardó en llegar al mostrador. No parecía posible que aquello estuviese pasando justo cuando yo rememoraba nuestra aventura, ¿me habría quedado dormida y estaba soñando?

                - ¡Cristina! -exclamó Don Antonio bajito al alcanzar el mostrador, sacándome de mi ensimismamiento-. No lo puedo creer.

                - Yo tampoco -respondí malhumorada, aunque sin dejarlo traslucir.

                - ¡Que alegría más grande!

¿Alegría? Sería para él. Lo último que yo quería eran complicaciones ahora que me había ido a vivir con Pedro, y menos en el trabajo. Me esforcé mucho en parecer tranquila y profesional, en que no se notase mi absoluta contradicción: me debatía entre lo mucho que me ofuscaba aquel encuentro problemático, y lo mucho que me gustaba aquel hombre y mi deseo ardiente de lanzarme hacia su entrepierna.

                - Una auténtica casualidad -respondí-. ¿Se va a alojar aquí?

                - Uy, que profesional, que distante -dijo con sorna.

                - No quiero problemas aquí, Don Antonio -dije con algo más de complicidad.

Don Antonio adivinó mis temores y se inclinó más sobre el mostrador,

                - Tú nunca, repito, nunca, tendrás problemas conmigo -aseguró muy serio-. Nada que haya pasado o que pueda pasar entre nosotros llegará jamás a oídos de un tercero.

                - Me he venido a vivir aquí con mi novio, Don Antonio, ahora soy prácticamente una mujer casada.

                - Uy, que casualidad, yo también soy casado -respondió sonriente-. Y también Pepe. Ahora estamos iguales los tres.

Yo solo veía complicaciones, y solo pensaba en cambiar de tema,

                - Entonces, ¿venía a quedarse en el hotel?

Pero él seguía insistiendo,

                - Sí, me voy a quedar con la familia, incluyendo uno que tú  conoces bien, jeje.

                - Vaya, ¿Pepe también viene? -fue mi respuesta instintiva.

                - Ajá, se te ha iluminado la cara, veo que no has olvidado que buen equipo formamos.

Mierda, no deseaba darle alas a aquel cabronazo autosuficiente.

                - ¿Y tiene habitación reservada?

                - Tengo dos reservas, una para hoy y otra para pasado mañana, para cuando llegue el resto de la familia.

Efectivamente había una reserva para dos personas a nombre de un Antonio. Imaginé que vendría acompañado de la señora, lo cual me tranquilizó bastante, seguro que en su presencia se le bajarían los humos.

                - Necesitaré su DNI, y el de su señora, para completar la reserva.

                - Pues has tenido suerte, Cristina, no voy a compartir la habitación con la señora, ella sigue en Tenerife.

                - ¿Suerte? -pregunté con temor, adivinando la respuesta.

                - Ajá, aquí tienes mi DNI y el de mi compañero, que está aparcando.

Estuve a punto de gritar cuando observé como Pepe me miraba desde su DNI con cara levemente sonriente. Parecía aún más guapo de lo que recordaba. La posibilidad, que yo me empeñaba en negar, de tan solo rozar a aquellos dos hombres hizo que se me humedeciera el coñito. Me estaba poniendo nerviosa. Sólo podía pensar en acabar cuanto antes.

Empecé a teclear como una loca, tratando de alejar la tentación cuanto antes. Sin embargo, a la hora de asignarles habitación, no pude evitar darles una discreta, que me permitiese exponerme lo menos posible si los visitase. No sé porque lo hice, porque en ese momento estaba completamente segura de que tal cosa no iba a ocurrir.

Entretanto ya había llegado Pepe, y su cara cuando levanté la vista del teclado fue todo un poema. Él no había notado nada raro hasta el momento, ni siquiera cuando su suegro lo había animado a descubrir algo raro en el aire, con lo que imagino que estaba parafraseando la canción de John Paul Young.

- Joder, no puedo creerlo -exclamó con sincera estupefacción-. Que alegría más grande.

- No te vayas a emocionar -contestó el suegro-. Cristina dice que no quiere saber nada de nosotros.

- ¿Qué me dice? Acaso no lo pasó bien la última vez -preguntó al suegro, claramente esperando una respuesta de mi parte.

No tenía ganas de volver a discutir todo el asunto de nuevo, simplemente seguí tecleando con la cabeza agachada y luchando para que no me aflorasen los colores. Ellos mientras no paraban de lanzar insinuaciones y de animarme indirectamente a que me fuese con ellos a la cama de nuevo.

De una forma enteramente profesional les entregué las llaves y les conté los detalles del hotel. Escucharon sin rechistar, poniendo cara de interesantes. Mi respiración iba aumentando de ritmo mientras miraba a aquellos dos machos a la cara, apuesto que notaban mi nerviosismo. Sus camisillas parecían gritarme que bajase la mirada y las admirase, junto a las dos pelambreras que asomaban sobre su borde, pero fui fuerte casi hasta el último segundo,  cuando al bajar la vista para recoger las llaves, mis ojos se posaron un segundo en ambas camisas entreabiertas.

Don Antonio agarró suavemente mi mano cuando le entregué la llave, lo hizo consciente de que  la recepción se había vaciado en ese momento, pero mi nerviosismo fue más que evidente.

                - Te repito, Cristina, que Pepe y yo somos dos tumbas -dijo taladrándome los ojos con su mirada segura-. Esta noche a partir de las 10 te estaremos esperando para hacerte gozar incluso más que la otra vez. Puedes venir a la hora que quieras y entrar sin llamar. Y nunca nadie, absolutamente nadie, se enterará de lo que ocurra. Puedes venir y disfrutar como una perra, o puedes quedarte y arrepentirte para siempre.

Y sin decir más dio media vuelta y se marchó. Pepe se despidió de mí lanzándome un beso.

                               -------- o --------

Era increíble cómo había llegado a esta situación. Nunca lo hubiese imaginado, pero allí me encontraba yo en aquel ángulo oscuro de aquella habitación del hotel, procurando no hacer ruido y oyendo como aquellos dos hombres roncaban mientras dormían a pierna suelta, en calzoncillos y camisilla y sin nada más que los cubriese. No se habían molestado en separar la camas individuales, que tenían la apariencia de una amplia cama de matrimonio dando aún más morbo a la escena. El espectáculo era inenarrable, la luz de la luna llena veraniega entraba a raudales por la cristalera, inundando aquella cama y haciendo brillar aquellos cuerpos y aquella ropa interior. Don Antonio yacía a la izquierda, el más cercano a mi, slips clásicos de color beige y una camisilla blanca calada (con agujeretios). La pelambrera entrecana en su pecho, aunque apenas asomaba, me estaba poniendo a mil. No se quedaba atrás Pepe, el bulto que formaba su flácido aparato en el calzoncillo azul, también de los anticuados, estaba haciendo que empapase mis bragas. Por no hablar de la camisilla azul solo parcialmente fajada por dentro de los calzoncillos, que tapaba solo en parte ese pelazo moreno de su pecho que encendía mi líbido.

Mi cabeza daba vueltas a mil por hora. “¿Y ahora qué?” -me preguntaba. Una hora antes eran las 12 de la noche y me revolvía en el sillón de mi casa con la mano en el chocho. No podía quitarme a los dos machos de la cabeza, hasta que finalmente sucumbí a mis bajos instintos y me vine al hotel. Tomé todas las precauciones y más para que nadie pudiese enterarse de lo puta que estaba siendo, incluyendo una plaza oscura en el garaje, cerca del ascensor de servicio, un itinerario discreto hasta la habitación, una excusa creíble por si me encontraba con alguien, o zapatos que no hiciesen ruido. De camino tomé la llave maestra de repuesto del servicio de limpieza (que tenía localizada), para no tener que tocar y esperar en el pasillo, y por instinto entré en la habitación de los dos machos sin hacer nada de ruido. Recorrí silenciosamente el pequeño pasillo en que estaba el baño hasta que alcancé a ver este espectáculo digno de un oscar.

Mi cabeza seguía dando vueltas a mil por hora, inmóvil en el ángulo oscuro, “¿y ahora qué?”. Que se despertasen y me viesen allí a su lado hubiese sido más propio de una película de miedo que de una porno. Despertarlos yo, con mi boca en su polla, reconozco que era muy tentador, y propio de peli porno con guión poco creíble, pero seguro que les daba un susto de muerte. Un ronquido de Pepe más alto de lo normal me sacó de mi ensimismada búsqueda de nuevas alternativas, e hizo que Don Antonio cambiase de posición y de respiración. Algo me hizo intuir que el ruido había interrumpido el leve sueño del viejito, y temerosa de ser descubierta me arrincone tras la cortina en la oscuridad sin hacer ruido. Efectivamente, Don Antonio al rato acabó levantándose de la cama camino del baño, que poca capacidad tienen las vejigas a esa edad, dejándome a mi petrificada y sudorosa. No podía creer que estuviese en esa situación, no sabía qué hacer, estaba casi temblando.

La luz del baño y el ruidoso chorro de Don Antonio acabaron por despertar también a Pepe, quién también se levanto a mear. A través del espejo pude ver claramente como el más joven, ni corto ni perezoso, se situó a centímetros del viejito en la taza del water para mear al unísono. No dejaba de asombrarme el nivel de complicidad y confianza entre suegro y yerno, mucho mayor seguramente que el de muchos matrimonios. Yo rezaba para que volvieran a la cama sin encender la luz del dormitorio y que se volviesen a dormir rápido, así podría marcharme por donde había venido, esto había sido una locura.

  • ¿Qué hora es? -preguntó Don Antonio.
  • La una y pico -respondió Pepe con cierto tono de complicidad-. Y si alguna vez pensó que yo era un hombre de palabra que sepa que estaba equivocado -añadió riendo.

Yo no entendía nada, ¿qué palabra le había dado el joven al viejo?

  • De eso nada, Pepito, en la familia somos gente de palabra, ahora no vale rajarse -sentenció D. Antonio mientras secaba las últimas gotas de orín con papel higiénico-. ¿Verdad que no, tía buena? -Añadió riendo casi a carcajadas al tiempo que daba una sonora nalgada al yerno que ya salía del baño (la gente más joven mea más rápido).

Mi curiosidad me mataba, ¿qué promesa podría ser esa? Mi instinto me decía que debía ser algo bien guarro. Pepe estaba boca arriba con los ojos cerrados cuando Don Antonio regresó a la cama, afortunadamente ninguno de los dos me había visto. Yo seguía rogando que se durmieran para largarme y poner fin a aquella pesadilla. ¿Cómo pude haber tenido tan mala idea?

En vez de acostarse a su lado, Don Antonio puso una rodilla a cada lado del cuello de Pepe,y se sentó sobre su pecho.

- ¡Joder! -exclamo este-. ¿Qué hace?. Yo no lo decía en serio.

- Pues yo sí, cariñín -respondió Don Antonio al tiempo que pellizcaba cariñosamente un cachete de su yerno-. Anda, no seas estrecho, seguro que hacer un rato de Cristina te acaba gustando, y si no habértelo pensado mejor antes de apostar. Bien seguro que estabas hace un rato de que iba a venir antes de las 12.

- Ya bueno, pero está claro que yo no puedo hacer de Cristina, no tengo las mismas cualidades. En puta no le llego ni a la altura del zapato.

Yo no sabía muy bien qué pensar, si sentirme halagada como mujer ardiente, o insultada como mujer fácil. Lo que estaba claro es la cosa se ponía cada vez más difícil. A ver como salía de allí, o a ver como irrumpía en escena. Ambas cosas parecían imposibles.

  • En eso tienes toda la razón, yerno. Y además no estás ni una millonésima parte de buena que ella. Pero algo se podrá hacer -dijo al tiempo que hacía avanzar su culo dejando a milímetros de su cara el bulto que empezaba a crecer bajo su calzoncillo.
  • Mira que es cabrón, suegro. No sé yo si estoy preparado para esto, va a ser la primera vez.

Pero las reticencias de Pepe no concordaban con el buen bulto que empezaba a formarse bajo sus calzoncillos.

  • Aquí huele a polla que tumba, ¿cuánto hace que no se cambia de gallumbos?
  • Dos días. No es pa tanto. ¿No me dirás que no te gusta el olor a macho?
  • Buenos… ¿Pa qué le voy a mentir? Del todo del todo no me disgusta… -respondió Pepe recordando el agradable olor de sus propios calzoncillos usados.

Eso dio alas al suegro. Agarró la cabeza del yerno y apretó su nariz y boca contra su polla, haciendo que su pituitaria se empapase de verdad de esencia de entrepierna masculina. Lejos de defenderse de tal ataque, Pepe de dejó hacer. Realmente no parecía que le disgustase del todo. Don Antonio miró hacia abajo sonriente, acariciando y apretando a la vez la cabeza de Pepe. Este miró también hacia arriba, y estoy casi segura que los ojos de ambos machos se encontraron en una mirada de complicidad. Es más, juraría que la mirada de Pepe anunciaba a su suegro que aquello iba acabar como él deseaba, con una soberana mamada.

Cuando las manos de Pepe se pusieron en la espalda y culo de Don Antonio e hicieron que la polla, aún escondida bajo el calzoncillo, apretara aún más contra su cara, ya no me quedó ninguna duda. Aquello iba a acabar en mamada. Y sentí celos y envidia. Imaginé que mi boca compartía con la de Pepe la tarea que se le avecinaba, y mi chocho se encharcó. Pero eso no contrarrestó mi nerviosismo, especialmente al oír decir al suegro cosas que claramente yo no debería estar escuchando.

  • Veo que puedes llegar a ser tan putón como Cristinita -dijo riendo casi a carcajadas-. Me da la impresión de estás casi tan loco por polla como lo estaba ella.
  • A ver si le doy una mordida en los huevos pa que se calle de una puta vez. No es fácil ser mas puta que la Cristina, esa nació pa tragar polla por todos lados. Lo mío es un entretenimiento pasajero a falta de hembras.

Aquello debería haberme enfurecido, pero no lo hizo. Al contrario, me resultaba extrañamente excitante, aunque tenía una horrible sensación de culpabilidad, yo no tendría que estar escuchando esa conversación.

Con su mano izquierda, Pepe buscó la abertura de aquellos anticuados calzoncillos, y no sin cierta dosis de maña, consiguió sacar la polla del viejo, los huevos se quedaron dentro. Se la metió en la boca de golpe y sin miramientos, al tiempo que su propia polla se veía claramente crecer dentro del calzoncillo, que era idéntico a al de su suegro con la única diferencia del color. Su forma de respirar y de chupar no dejaba ninguna duda, aquello podía ser consecuencia de una apuesta, pero aquel macho estaba disfrutando de lo lindo con la polla del viejo en la boca.

  • Guauuuu, pepito, ¡así me gusta! ¡Hay que ver cómo lo disfrutas, putón! ¡Ahhhhhhh, que rico!!!!!!! Te esta gustando casi tanto como a mi. Ni te imaginas el tiempo que le tengo ganas a esta boquita. Lo sé, lo sé, soy un cochino degenerado -dijo con una amplia sonrisa.

Pepe no podía hablar, pero mostró su acuerdo  tratando de meterse aún más polla en la boca. El viejo empujó entonces tratando de sobrepasar la campanilla, pero no fue posible.

  • Vamos a tener que hacer entrenamiento, pepito. Cristinita va a tener que darte unas clases particulares sobre como tragarse una polla.

Pepe asintió como pudo, lo cual me asombró. Yo ya tenía la sensación de que la confianza entre suegro y yerno era excesiva, y ahora veo que probablemente ambos estaban reprimiendo su mutua atracción, quizá esperando que fuese el otro el que diera el primer paso, quizá luchando contra antiguos tabúes… Hubiese dado cualquier cosa por unirme a la fiesta, pero no lo veía posible de ninguna manera, tendría que esperar a que acabases y se durmieran para marcharme.

  • Espera que la te clave mejor, maricona -dijo Don Antonio inclinándose hacia delante-. Se ve que estas loquita por comértela entera.

Y diciendo eso dejó caer el peso de su cuerpo sobre el de Pepe, cubriendo su cara totalmente con su entrepierna, con la polla aún en la boca, y enterrando su propia cara en la almohada.

Pepe abrazó el calzoncillo de su suegro en el culo, y lo apretó contra sí al tiempo que trataba de mover su cabeza haciendo que la polla del suegro le follase la boca. Me quedó claro que el suegro tenía razón al hablarle de aquella manera a Pepe, el yerno se lo estaba pasando de lo lindo, disfrutando como si fuese homosexual de toda la vida, y de los más salidos. Es decir, como si fuera una fuerte maricona, como diría Don Antonio.

Yo vi entonces la posibilidad de escapar, ya que en aquella posición y haciendo el ruido que estaban haciendo no era fácil que me viesen u oyesen. Así que despacio y de puntillas salí de mi escondite y llegué a la puerta, aunque no me atrevía a abrirla todavía, era mejor esperar a que el nivel de ruido que hacían tapase el ruido de la cerradura. Aunque no los podía ver, el ruido me indicaba que seguían con el mismo entretenimiento.

Pero se me ocurrió entonces una idea genial e hice justamente lo contrario. Esperé a que acabase el ruido que estaban haciendo para que pudiesen oír la puerta perfectamente. En un momento en que parecía que habían cambiado de posición, y que apenas se oía nada, abrí la puerta despacio pero procurando que se oyese claramente. De inmediato dejó de oírse nada desde la habitación. Esperé un par de segundos antes de preguntar bajito:

  • Hola. ¿Hay alguien?
  • Pasa, pasa, Cristina -respondió la voz de Don Antonio.

Cerré la puerta también despacio, al tiempo que oía ruido como de forcejeo en la habitación.

  • Quieto, quieto -decía Don Antonio-. No pasa nada, quiero que Cristina te vea tal como estás ahora.

“Hay que ver lo degenerado que es ese viejo!” -pensé para mi. Estaba dispuesto a que yo los encontrase con su polla en la boca de Pepe.

  • ¡Que te estés quieto, coño, jodida maricona! -continuo el suegro. Te aseguro que Cristina no se va a asustar de verte así.

Justo en ese momento quedaron ambos a mi vista. Don Antonio estaba ahora sentado con la espalda apoyada en el respaldo de la cama, y pepe estaba de rodillas sobre la cama con la polla de suegro en la boca. Las dos manos del suegro apretaban la cabeza hacia abajo, haciendo imposible que abandonase su chupete, y me miraba con cara divertida.

  • ¿A qué no te escandaliza este espectáculo? -pregunto con sorna.
  • Todo lo contrario -respondí sinceramente-. Lo encuentro de lo más sugerente.
  • Te lo dije, Pepe. Cristina es como nosotros. Una auténtica degenerada…

¡Cuánta razón, tenía!  Hoy ya lo veo claro.

  • Acércate cariño, quiero que ayudes a Pepe .

No me hice de rogar y acerque mi boca a la polla del suegro, brillante y reluciente de la saliva del yerno.

  • Hola Cristina -me dijo este al tiempo que acercaba su boca a la mía, pero dejando la cabeza reluciente de la polla entre ambas.

Fue sin duda el beso más morboso que me han dado nunca, nuestras dos lenguas se entrelazaban entre sí rodeando la polla de aquel macho maduro por todos lados, al tiempo que sus manos se apoyaban en ambas cabezas dirigiendo la maniobra. ¡Dios! ¡Que situación más morbosa! Contribuía a ello el hecho de que ambos machos estuviesen con aquellos slips clásicos y camisilla, ya sabéis de mi obsesión… De vez en cuando podía ver el tremendo bulto que formaba la polla de Pepe bajo su gallumbos, o la pelambrera que de vez en cuando veía cuando la camisilla se separaba un poco del cuerpo. Por no hablar del olor fuerte y almizclado a entrepierna de macho que lo rodeaba todo, y que seguramente provenía de los calzoncillos que el viejo llevaba dos días puestos. Ver la polla aflorar por la abertura de esa prenda y apuntar directamente al techo para recibir nuestras atenciones…, me ponía a mil.

  • Enseña a este principiante cómo se debe hacer para tragársela entera, Cristina, que el pobre aún no sabe -dijo Don Antonio al tiempo que nos agarraba del pelo a ambos, para retirar un poco a Pepe de la polla y dejarla solo para mi.

Me apliqué enseguida a cumplir las órdenes del macho, me metí media polla en la boca hasta que la cabeza apretaba contra la campanilla, y entonces ahuequé la garganta haciendo como que tragaba, de forma que la polla entera me entró garganta abajo y mis labios se posaron en en la tela del calzoncillo. Ahí me tuvo unos segundos haciendo presión con sus manos, y luego la sacó solo unos centímetros para poder follarme la garganta en un mete-saca profundo y furioso. Me permitió respirar solo cuando puse las manos en su barriga y empujé con fuerza, ya que temía axfisiarme.

  • ¿viste como se hace? -preguntó a Pepe.
  • Verlo, sí que lo vi, que yo lo pueda repetir ya es otra cuestión -respondió éste al tiempo que ocupaba mi posición y se metía la polla en la boca.
  • Haz como si fueses a tragar -añadí yo cuando ya parecía que la boca no daba más de sí.

Pero a Pepe le estaba costando. Una y otra vez apretaba su cabeza contra la entrepierana haciendo esfuerzos para que entrara toda la polla, pero una y otra vez retrocedía a tomar aire sin conseguir que entrase ni la mitad del miembro.

  • ¡Vaya puta de mierda que estás hecha, yerno! -exclamó el viejo aparentando enfado, pero claramente amigable.
  • Esta me la paga -protestó Pepe-. Luego vamos a cambiar los papeles.
  • ¡Y un huevo!
  • Uno no, dos huevos es lo que le voy a meter en la boca junto con la polla, si yo hago de puta usted también.
  • Pero si no vales pa na como puta- reía el viejo-. ¡Venga! Abre bien esa boquita.

Yo acariciaba los huevos del viejo sobre los calzoncillos mientras observaba aquel intercambio de opiniones. Estaba disfrutando de lo lindo. Yo misma puse una mano sobre la cabeza de Pepe para hacer presión.

  • Haz como si tragases -repetí al tiempo que mi mano acompañaba el aumento de presión de Don Antonio sobre la cabeza del yerno.

Finalmente la garganta cedió, y la nariz de Pepe se enterró en la ajada tela del calzoncillo mientras la polla se enterraba en su garganta, y ahí se mantuvo un buen rato, sorprendentemente sin ninguna indicación de que eso le provocase arcadas.

  • Tampoco te vayas a axfisiar, mariconazo -rió Don Antonio.

Retiró entonces Pepe su cabeza del todo y respiró profundamente, circunstancia que aproveché para tragarme entera la polla del viejo. Emulé al yerno y aguanté lo más que pude, mientras observaba su cara divertida y la complicidad en los ojos de Pepe, que en cuanto me retiré volvió a coger su presa y, ahora con menos dificultad, volvió a tragarla entera.

Viendo la auténtica devoción y dedicación con la que el yerno trabajaba la polla del suegro, me retiré un momento para quitarme la ropa.

  • Eso, eso, Cristinita -exclamo Don Antonio-. Despelótate y dejanos ver ese cuerpazo.

Al oírlo Pepe giró la cabeza pero sin sacar la polla de su boca, y ambos se quedaron mirándome. Me desvestí cual estrella de porno, pasándome la lengua por los labios al tiempo que subía lentamente mi blusa, o desabrochaba mi sostén. Don antonio se relamió cuando mis tetas quedaron al aire, y Pepe lamió la punta de la polla del suegro al tiempo que su mirada acariciaba mis pezones.

  • Mmmmmm… -exclamo Don Antonio cuando introduje una mano dentro de mis bragas y un dedo en mi boca-. Hay que ver que reputa que eres, eres extraordinaria!

Acabé bajándome las bragas lentamente, mientras me acercaba hacia ambos machos siguiendo las indicaciones de Don Antonio. Me senté a horcajadas sobre su pecho, aún cubierto por la camisilla, dejando mi chocho a la altura de su lengua. Una oleada de placer electrizante recorrió mi cuerpo cuando su lengua acarició suavemente mi entrepierna, e instintivamente me moví hacia delante clavando la cabeza del macho en mi chocho. Le costaba respirar, pero se aplicaba a chupar y lamer cual poseso llevándome al séptimo cielo. No tardé en correrme, lo cual no lo detuvo. Separándose solo para respirar cuando ya no podía más, su lengua atacaba sin cuartel mi entrepierna, caminando desde el clítoris hasta el ano y viceversa. Yo aullaba como posesa, el viejo me estaba matando de gusto. Detrás de mí seguía oyendo como Pepe seguía mamando polla como si no hubiera un mañana, se ve que le había cogido el gusto.

  • Pare, pare, for favor! -grité casi cuando la lengua de Don antonio no bajaba el ritmo a pesar de estar yo en medio de mi segundo orgasmo-. Ya no puedo más.

Y me separé hacia atrás, dejándome caer rendida sobre la cama.

  • Para tú también, Pepe -añadió el viejo-. No quiero correrme todavía sin follarme a Crisinita-. Aunque cualquiera diría que estás como loco por recibir leche calentita en es boquita, puta.
  • Adminto que sí, no sé qué me pasa, pero lo cierto es que le estoy cogiendo mucho cariño a esta -contestó el yerno con cara de complicidad y rodeando con la mano la polla que se acababa de sacar de la boca.
  • ¿Ah sí? Pues que sepas que es mutuo, porque esa esa loquita por tratar con igual cariño tu agujero trasero.

Pepe me miró con cara de auténtica sorpresa.

  • Sí, sí, eso no me lo pierdo -exclamé contenta-. Vas a ver que rico que es, te aseguro que no te vas a arrepentir.
  • Eso no va a ser posible -dijo en cambio Pepe sin mucho convencimiento-. No me veo yo haciendo de maricona hasta tal punto.
  • Vamos, Pepe! No me vengas ahora con ese puritanismo -exclamó el viejo-. Si acabas de reconocer que estás loco por que me corra en tu boca. ¡Olvida tus idea carcas y ponte a cuatro patas! -añadió riendo a carcajadas.

Me acerqué entonces a Pepe acariciandole el Pelo.

  • Déjate hacer! -Le dije al oído. Prueba cosas nuevas y disfruta, verás que sensación más extraordinaria.
  • No me convence, esto de ser la putita del suegro no me pone nada, yo prefiero que lo seas tú, -contestó guiñandome un ojo.
  • Sólo es un juego, Pepe, vamos, juega con nosotros.

Pero Pepe parecía más interesado en otras cosas. Agarrandome del pelo me metió la lengua hasta la garganta, al tiempo que enterraba su dedo corazón en mi vagina.

  • Mañana seré yo la puta -añadió sorpresivamente el viejo. Estaré a tus ordenes para todo lo que tu quieras.

Pepe miró incrédulo al viejo sin soltar su presa, su polla a punto de reventar los calzoncillos en los que seguía encerrada.

  • ¿Seguro? -preguntó-. ¿para todo lo que yo ordene? ¿no se va a echar atrás mañana?
  • Cristina está de testigo, y estará también mañana. Te lo juro por mis cojones -añadió agarrándoselos-. Durante 12 horas tu serás mío, y las siguientes 12 prometo ser tu esclavo, me podrás hacer todo lo que quieras.

Un minuto silencioso pasó mientras Pepe meditaba con su lengua y su dedo aún trabajando.

  • De acuerdo -dijo finalmente-. Pero tenga cuidado, va a ser la primera vez que me dan por culo. Son las 2 de la madrugada, mañana a las de la tarde va a disfrutar de esta de lo lindo.

Hizo ademán de sacarse la polla con su última frase, pero recibió un manotazo del suegro.

  • Quieta puta! -dijo el suegro muy serio-. No tienes polla, ahora eres una putita a mi servicio.

Yo estaba entusiasmada, no pude evitar aplaudir de puro contenta que estaba.

  • Bravo bravo, -dije en un gritito. Esto va a ser memorable, me siento acompañada.

Me inclinó hacía delante acercando mi boca al enorme paquete que lucía Pepe en su entrepierna. Pero Don Antonio me tomó del pelo y me paró en seco.

  • Quieta tú también, desesperada, repito que esta putita hoy no tiene polla, hoy solo vamos a usar su agujerito trasero -dijo Don Antonio agarrando sobre el cazoncillo el culo del yerno, que lo miraba con ojos como platos pero sin decir palabra-. Hasta mañana al mediodía no puede sacarla de ahí dentro.

El viejo se puso entonces de rodillas sobre la cama, al igual que estábamos Pepe y yo, y agarrándonos del pelo a ambos juntamos las tres lenguas en un solo beso.

  • Esto va a ser memorable, les voy a dar polla a los dos hasta que griten basta.

Ordenó entonces a Pepe ponerse a cuatro patas y me atrajo a hasta ponernos ambos con la lengua casi rozando el calzoncillo del yerno en la zona del ano. Yo hice además de bajarle aquellos anticuados gallumbos al entregado macho, pero Don Antonio volvió a pararme. Se le veía dispuesto a la polla del yerno no aflorase en ningún momento. Tomó con ambas manos la ajada tela a nivel del ano y la rompió fácilmente, dejando el negro agujero totalmente expuesto.

  • ¿pero qué hace? -exclamo Pepe-. A ver como se lo explico a su hija.
  • Los tiras a la basura, jilipollas!  No los va a tener contados.
  • Pues no me extrañaría nada -respondió Pepe preocupado-, ya sabe cómo es.

El suegro ya no respondió. Su lengua estaba ya la raja del yerno, y me atraía a mi para que acercarse la mía también. No era fácil, pero ambas consiguieron encontrarse y restregarse contra el negro agujero. Pepe jadeaba, dejando entrever claramente que no le estaba disgustando el masaje lingual.

  • Hay que ver como le gusta a esta puta que le coman su chochito -comentó el suegro jocosamente.

Me colocó entonces el viejo a mi boca abajo sobre la espalda de Pepe, de manera que mi coño y mi ano quedaban a centímetros del ano de Pepe, y se dedicó un buen rato a brindar las atenciones de su lengua a nuestros tres agujeros. Yo estaba como posesa, apretaba mis tetas contra la espalda de Pepe al tiempo que acariciaba su pecho sobre la camisilla, pellizcaba sus tetillas, mordía sus orejas... , a tiempo que mi entrepierna ardía de placer con las caricias del viejito. Y no me cabía duda que Pepe también estaba disfrutando de lo lindo.

Cogió entonces el lubricante que habían comprado esa tarde en la farmacia, anticipándose a mi visita, lo esparció por ambos anos, y procedió a dilatarlos con sus dedos. Primero uno, luego dos, luego tres… La cara de Pepe fluctúaba entre el dolor y el placer, y seguro que la mía hacía lo propio, pero ambos parecíamos más que dispuestos a ser enculados.

  • Despacio, despacio -suplicó el yerno al sentir la cabeza del cipote del suegro tocando a su puerta trasera.
  • Tranquilo, mi yerno. Yo puedo ser todo lo cariñoso que haga falta -respondió iniciando un lento mete-saca en el que sólo introducía la mitad de la cabezota.

Pepe aguantaba como un hombre, seguro que el dolor era intenso, pero el morbo también. Presiento que de alguna manera aquello de sentir como se lo iban a follar por primera vez en su vida le resultaba de lo más excitante, como lo demostraba el abundante líquido preseminal que manchaba su roto calzoncillo.

Sin acabar con Pepe, el suegro me aplicó entonces el mismo tratamiento, con el mismo excitante resultado, y siguió alternando entre ambos, enterrando cada vez más centímetros de polla por nuestros agujeros negros.

Un corrientazo de placer y de dolor pareció recorrió el cuerpo de Pepe una vez la cabeza de la polla paso totalmente el esfínter, de manera que se deslizó fácilmente hacia el interior, enterrándose completamente en su culo.

  • Ufffffff -exlamó-. Ahora sí que la siento grande.
  • ¿te duele, puta? Pues aguanta como un macho. Este culito estrecho que tienes me la puesto grande y gorda como hacía mucho tiempo que no la tenía.

Y con ello empezó un lento mete-saca que a buen seguro que estaba llevando a Pepe al séptimo cielo, hasta que la sacó de golpe dejándolo muy probablemente con una sensación de vacío interior. Apuntó de nuevo a mi ano, y también en este caso pudo ahora meterla entera, haciendo que apretase los dientes para no gritar.

Durante un buen rato fue cambiando de agujero, follándonos con cada vez más energía, haciendo que gimiesemos de placer cada vez con más decibelios. No parecía que pudiese aguantar mucho más sin correrse, pero probablemente era consciente que yo estaba ya al borde orgasmo, y me parecía que era hasta posible que Pepe estuviese a punto de correrse  solo de la tremenda excitación que recibía en su culito. Estoy segura que el viejo se moría de ganas de llevarnos a ambos hasta el climax únicamente dándonos por culo, especialmente a su yerno. Hacer que su yerno se corriese dentro de los calzoncillos sin haberse tocado la polla, simplemente de la follada que él le estaba dando, apuesto que lo haría sentir como un Dios del sexo a los 80 años.

  • Un momento o me corro- dijo entre jadeos-. Solo será un minuto.

Tuvo que parar para evitar correrse. A modo de reposo deslizó su polla lentamente en mi coño, que estaba especialmente bien lubricado, y me costó no correrme con solo aquel suave movimiento. Sin sacarla de allí se inclinó hacia la mesilla de noche y consiguió alcanzar el bote de lubricante, para embadurnar de nuevo ambos agujeros negros. Los folló un rato a ambos con sus dos dedos gordos, y cuando le pareció que había pasado el peligro de correrse reanudó el trabajo con el cipote.

Efectivamente ambos estabamos ya muy cerca del climax, también Pepe. Yo fui la primera, calvé la uñas en los hombros de Pepe y me agité cual poseída por el demonio con un orgasmo brutal que tardó en acabar. Solo cuando me hube relajado clavo su polla de nuevo el suegro en el yerno, con un mete-saca brutal que abría a Pepe en dos con cada acometida.

  • No falta mucho, puta. En nada te preño.

Pero no dio tiempo de preñarlo sin que Pepe se corriera antes. Los espasmos del yerno y su gemidos entrecortados le indicaron que probablemente una buena carga de leche de macho había aterrizado en los calzoncillos. Y no se equivocó, la relajación de su cuerpo, hasta entonces extremadamente tenso, se lo confirmó. Bajó entonces el ritmo de su polla, aún dura como una piedra, y la sacó finalmente dejando que ambos nos tendiesemos sobre la cama recuperándonos del orgasmo.

Estaba viejito estaba henchido de orgullo. Su polla no solo podía hacer correrse a una buena hembra, un buen macho grande y peludo como su yerno se había corrido a gusto con solo una buena ración de pollazos de su instrumento.

  • Los quiero aquí de rodillas en el suelo a los dos -dijo serio y seguro de sí mismo-. Ahora me toca a mi.

Ambos obedecimos al instante, y comenzamos a mamar por turnos, o a la vez, aquel cipote portentoso. Cuando ya estaba a punto de Caramelo, fue Don antonio quien remató la faena con su mano derecha, mientras Pepe y yo esperabamos ansiosos con la boca abierta juntanto el extremo de nuestras lenguas.

La descarga no tardó mucho. Trallazo tras trallazo de leche calentita se repartió en la lenguas de ambos y por el resto de las caras. Pepe me besó entonces compartiendo aquel manjar, mientras Don antonio acariciaba nuestros cabellos, y luego nos lamimos mutuamente las caras para no desperdiciar nada de aquel licor de macho.

Acabamos chupando de nuevo la polla, ordeñándola bien desde atrás para no despediciar ni gota y dejándola limpia como una patena. Finalmente el viejo se sentó agotado en el borde de la cama, con las cabezas de sus dos putitas apoyadas en su regazo.

  • Ha sido magnífico -exclamó tras un buen rato acariciando nuestras cabezas-. Pero me han dejado agotado. Vamos a dormir los tres y mañana seguimos.
  • Ni de broma -contesté yo volviendo de golpe a la realidad-. Empiezo a trabajar en unas cuantas horas, y no puedo salir de aquí como si nada.

Me entró la prisa y el nerviosismo rápidamente. Me levanté nerviosa con prisas y me vestí rápido, sin ni siquiera lavarme, al tiempo que suegro y yerno se recostaban en la cama uno junto a otro. Volvían a estar casi como los había encontrado, ambos en calzoncillos y camisilla, pero ahora mucho más juntos de lo que estaban antes.

Y aún más que disminuyó esa distancia, porque el suegro atrajo al yerno hacia sí y lo abrazó metiéndole la lengua en la boca, a lo que lo otro respondió con con gusto.

  • Esto ha sido todo un descubrimiento, putita, lo hemos pasado en grande.
  • Y mejor que lo vamos a pasar mañana, putita -respondió el yerno, dirigiéndose al suegro pero picándome un ojo a mi.

Salí de allí bien satisfecha, pero muerta de la envidia. Me hubiese gustado retozar en aquella cama por siempre...