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Noche en una ciudad lejana

en Confesiones

Hola, les voy a contar lo que me aconteció hace unas semanas. Mi hijo estudia en el extranjero y a veces me voy con él de viaje, cuando puede disponer de algunos días. Nos vamos los dos, sin mi marido, pues por su trabajo no puede tomarse esos días libres. He recorrido medio mundo así y, como los dos nos llevamos tan bien, coincidimos en gustos y nos divertimos mucho yendo de un lado para otro. Una de las cosas que me gusta de viajar con él es que a veces me dicen que si soy su hermana, unas en serio y otras para piropearme, y siempre me levanta la moral.

El caso es que esperando en la fila para entrar en un museo, nos pusimos a hablar con otra pareja de turistas. Tenían más o menos mi edad, y con la charla la espera se hizo más amena. Yo notaba que él me miraba de una forma especial. No tengo unos pechos grandes, pero vi cómo me los miraba. Por alguna razón que desconozco, me gustó que el hombre me encontrase deseable. Cuando llegó nuestro turno para entrar nos despedimos, y nos adelantamos unos metros hasta el dispensador. La cabina para comprar el tiquet tenía un cristal de seguridad y a través de su reflejo pude ver cómo el hombre me estaba mirando el culo. Si no puedo presumir del volumen de mis pechos, sí puedo hacerlo con mi trasero y mis piernas, además llevaba un pantalón muy ajustado que realzaba aún más mis formas. Sentí un hormigueo y cierta sensación de vértigo, pues me sentía realmente deseada. Abrí un poco las piernas y me incliné ligeramente hacia la ventanilla de los boletos, tal y como hacen en esos vídeos musicales, al fin y al cabo no volvería a ver a ese hombre, y la pequeña excitación que me producía me la guardaba para mi intimidad. A él tuvo que gustarle el panorama porque buscó mi mirada a través del reflejo, encontrándola. Giré la cabeza lentamente hacia un lado, para que él me observase sin sentirse incómodo. Notaba cómo recorría con sus ojos todos mis cuartos traseros, incluso posé una mano en mi cadera, muy abajo. Al fin, ya con la entrada en la mano, pudimos entrar y me volví para mirarlo por última vez, sonriendo esta vez.

Horas más tarde, los vimos por casualidad en nuestro hotel. Resulta que se hospedaban en el mismo que nosotros, y quedamos para cenar. En esta ocasión mi hijo y yo compartíamos habitación, cosa que solemos hacer por motivos prácticos según sea el hotel o la ciudad. Yo me puse un vestido muy sexy, pues me había animado mucho lo ocurrido en el museo, y vi que mi hijo también se esmeró en su vestimenta. Me había parecido que por la mañana se había mostrado muy interesado por lo que decía la mujer. Fui un poco mala con él.

— Es guapa nuestra amiga ¿eh?

— …

— Para la edad que tiene no está mal.

— …

Su silencio e incomodidad lo decía todo. Cuando bajamos al restaurante, vi que ella también venía muy arreglada, y he de reconocer que él también. La cena fue muy animada y hubo mucho vino por medio. El hombre me miraba mucho, al igual que hacía mi hijo con su mujer. A mitad de la cena, el pie de él estaba tocando mis tobillos. Primero de forma descuidada, al segundo plato recorrían mis pantorrillas. Para los postres casi nos habíamos emparejado en un cruce un tanto encendido. Mi hijo estaba casi encima de la mujer, contando chistes y sin parar de hablar, que es lo que le pasa cuando se pone nervioso. Yo estaba muy pegada al hombre, pues habíamos compartido el postre y con el juego también las cucharas. El masaje pedestre y el vino me había puesto tan cachonda que me atreví a ponerle una mano en su muslo, muy cerca de la ingle. Se acercó a mi oído y me susurró:

— Acerca un poco más la mano, sólo un poco.

Miré a la mujer de reojo, que seguía atenta a mi hijo. Moví unos milímetros la mano y ahí estaba un extremo de su pene, bajo el pantalón. Me acerqué más y mantuve el meñique sobre su capullo. Me puse a cien y fui consciente de que tenía las braguitas muy mojadas. Mi hijo se fue al aseo y el hombre volvió a hablarme al oído, pero esta vez su mujer nos estaba mirando.

— Tienes tu mano en mi polla —me puse muy colorada y no podía dejar de mirar a su mujer, temiendo que nos oyera. Pero él cogió mi mano y se la llevó aún más hacia su verga—. Me gustaría besarte ahora —me sentía muy incómoda, y cachonda—. Te propongo una cosa: subo contigo a tu habitación y mi mujer se queda con tu hijo.

Lo miré incrédula. Se separó de mí y le habló a la mujer al oído. Por las reacciones de ella se sabía qué le estaba contando, hasta que terminó con un beso de él en el cuello de la mujer y la mirada de ella fija en mí. Se volvió a sentar junto a mí.

— ¿Qué me dices? —esta vez lo dijo en voz alta.

Me quedé pensativa, era todo tan extraño… y el pie de ella buscó mis piernas. Me quedé de piedra, pero él puso otra vez mi mano en su polla, que estaba más gorda. En verdad si accedía, a ellos no les volvería a ver, y mi hijo seguro que estaba de acuerdo, al menos en por la parte que le tocaba, esa zorra seguro que se lo haría pasar bien.

— Mi hijo…

— ¿Tu hijo qué? —era mi chico, que acababa de volver.

— Pues que…

No sabía cómo decírselo, pero al sentarse la mujer inmediatamente se acercó a su oreja y estuvo hablándole. No estaba segura, pero en ese momento su mano bien podía estar sobre el pene de mi hijo, al igual que la mía estaba sobre el del hombre. Mi hijo nos miraba a todos mientras oía lo que le decía la mujer. Cada vez que en su ronda de miradas paraba en ella, su mirada se encendía llena de hormonas. Me levanté y fui al aseo. Me quité las braguitas y volví.

— Nosotros nos vamos ahora, espero que paséis una buena noche.

Dejamos a mi hijo con la mujer y subimos a mi habitación. Nos tomamos una copa de vino en la terraza, en silencio, hasta que me asomé por la barandilla, mirando hacia la calle y dándole la espalda. Me subí el vestido, sujetándolo por atrás, mostrándole que no llevaba ropa interior. Abrí las piernas como lo había hecho en el museo y me incliné hacia adelante. Esperé a ver su reacción. Se acercó y me besó el cuello, haciendo que me diese un pequeño escalofrío. Solté la falda y le sujeté la nuca mientras me besaba. Llevé una de sus manos hacia mi pecho, que apretó con suavidad hasta que deslizó la palma bajo mi escote y acarició la piel del otro. Me bajé el tirante que lo cubría y pudimos recrearnos en esa caricia pública, pues aunque el balcón estaba pobremente iluminado, realmente estábamos a la vista de la gente de la calle. Subió la falda del vestido por atrás e hizo que la sujetase tal y como la tenía al principio, creando la sensación de que las tenía atadas y de que estaba bajo su control. Me bajó el tirante que me quedaba puesto, dejando que el vestido descansase sobre mis caderas. Me apretó los pechos, pellizcándome los pezones, mientras nuestras lenguas se fundían en una lucha dentro de nuestras bocas. Sentía en mi culo el bulto de él en su pantalón y moví las caderas, frotándome con él, para excitarlo aún más. La mezcla de placer y dolor que sus dedos producían en mis pezones me hizo gemir y que me temblasen las rodillas. No paraba de gemir en su boca mientras intentaba tragarme su lengua.

Sus labios fueron recorriendo mi espalda, y cuando sus manos quedaron demasiado arriba, las bajó, tirando de mis pezones hasta que salieron de sus dedos. Gemí muy fuerte. Metió su boca entre mis glúteos y empezó a besarlos. Primero el derecho, luego me dio un lametazo en el ano, después me besó el cachete izquierdo, volviendo a lamer mi ano. Mientras estuvo en esa danza me abandoné completamente a sus labios. Vi a lo lejos una ventana que se encendía y una silueta que aparecía al trasluz y que se quedó inmóvil. Mientras pensaba si nos estaría observando, la lengua de mi amante estaba medio metida en mi culo y mi rajita estaba muy mojada. La persona de la ventana se movió unos metros y apagó la luz. Creo que se quedó mirando, pudiendo ver cómo se levantó mi acompañante y cómo introdujo su pene en mi vagina. Tenía una buena verga y afortunadamente ya estaba más que preparada para recibirla. La metió lentamente, pero de una sola vez hasta el fondo. Me follaba suavemente y mis pechos apenas se movían en el bamboleo. Quise soltar la falda para tocarme el clítoris pues estaba muy excitada, pero sujetó mis manos. Deseaba que me diese más fuerte, pero el muy cabrón se estaba reservando. Me concentré en el contacto de su rabo recorriendo mi vagina a una velocidad que mantenía mi excitación en suspensión. Me eché algo más atrás y abrí un poco más las piernas, notando cómo la polla podía entrar algo más adentro. En su lenta cadencia, el glande recorría mi húmeda caverna, abriendo y cerrando el paso. Conseguí soltar una mano y me acaricié el clítoris, en un fluido frotamiento por lo mojado que tenía el chocho.

Me cogió de la mano y me llevó al interior, dejándome caer sobre la cama. Me quité el vestido y me puse de rodillas, esperando a que él terminase de desnudarse. Cuando lo hizo, no esperé a que se subiese a la cama, y me llevé su rabo a la boca. El estaba de pie y yo, desde la cama, saboreaba el rastro que mi sexo había dejado en su polla. Agarrándola bien, chupaba el glande para dejar la verga bien dura otra vez y cuando noté esa erección completa en mi boca, me puse como una zorra. Le acaricié los testículos, masturbándolo con la otra mano y dejando el capullo entre mis labios, que hicieron presión para que no entrase. Eso provocó en él la necesidad de penetrar mi boca, así que empujó su polla, abriéndose paso y siendo recibida por el lecho que había preparado mi lengua. Me estuvo follando oralmente de la misma forma que había estado haciéndolo en el balcón. Me preguntaba si la figura que presuntamente nos había estado observando fuera podía verme en esa situación. Creía, y creo, que con unos buenos prismáticos era posible, y empecé a masturbarme, imaginándome a un desconocido tocándose la polla por mí. Me corrí muy pronto y me saqué el pene de la boca. Me puse a cuatro patas, ofreciéndole mi trasero. No obstante, él eligió otra vez mi chocho, haciéndome gritar de placer cuando me introdujo la verga. Esta vez iba más rápido, follándome con brío, haciendo que a cada embestida suya, gimiese de forma moderadamente alta. Me cogí los glúteos para que él me viese bien el culo, esperaba que entendiese mi ofrecimiento, hasta que finalmente noté que metió un dedo él. Me estuvo follando con el pulgar en el ano y su polla en el chocho, haciendo que me llegara otro orgasmo… pero antes de que llegara yo, se corrió él. Sentí su semen en mi interior, y cómo se hinchaba el rabo cada vez que escupía en mí.

Una vez que terminó no mostró algún interés en terminar de alguna forma el efecto que había provocado su polla en mí. A la vez que crecía mi decepción, él se iba mostrando más distante y empecé a hacerme un dedo cuando él empezó a vestirse. “Al menos hemos pasado un buen rato”, pensé mientras él cerraba la puerta de la habitación. Al poco de estar masturbándome, me acordé de mi hijo. Tardaba en venir. ¿Le habrían secuestrado? ¿Estaría haciendo un trío? Lo segundo me pareció más plausible. Seguramente la mujer tendría dos rabos dentro de ella, y yo sola en la habitación. Me preguntaba si el rabo de mi hijo estaba dentro del culo de esa afortunada, y me empecé a excitar más, pensando en ellos. Me acordé del pequeño dildo que suelo llevar en la maleta, y que casi nunca uso. Lo busqué y salí al balcón desnuda, con él en la mano. Vi las copas que habían en la mesita y apuré las dos, que estaban medio llenas. Miré a la ventana que estaba en frente. Si la silueta todavía estaba mirando, me vería bien. Lamí el consolador y me senté mirando hacia la barandilla. Abrí las piernas y puse los pies apoyados en ella. Empecé a pasar el dildo por mi sexo, haciendo que su vibración estimulase mi pipa. Luego me lo metí en la vagina y cuando ya estuvo lo suficientemente mojada, lo saqué. Puse la punta en mi ano y empujé, pero tenía claro que así no iba a entrar. Lo chupé dejando un buen rastro de saliva y se introdujo la punta. Repetí la operación hasta que los dedos que sujetaban el aparato mostraron que ya tenía el culo listo. Me resultó extraño tener el aparato tan duro y frío dentro, pero tras varios movimientos metiendolo y sacandolo, empecé a gozar. Conforme me follaba el culo, me fui masturbando con una intensidad creciente. De pronto sentí cómo se encendió una luz tenue en la habitación. Miré hacia atrás y vi a mi hijo que había encendido la lámpara de su mesita, se estaba secando el pelo con una toalla, dándome la espalda.

No me había dado cuenta de cuándo había llegado, pero seguramente decidió no molestarme en esa situación que nos hubiera avergonzado a ambos. Me levanté y me puse la camisa que me pongo para dormir. Serví otras dos copas y me acerqué a él, ofreciéndole una.

— ¿Te lo has pasado bien?

— ¡Uf! ¡Qué pasada! ¿y tú cómo…? —intentó preguntarme, pero se cortó. Aún así seguía muy excitado por todo— Es increíble, yo creía que estas cosas no pasaban, y mucho menos pensaba en que tú… eso, y lo normal que ha sido todo, quiero decir con ellos, y pienso en papá y creo que no tiene que ver con él, qué raro, y ella estuvo genial, uf… genial, sí —hablaba y hablaba, estaba eufórico. Me hizo feliz verle tan bien, yo le sonreía y le acariciaba el pelo, mientras no paraba de gesticular.

— Te lo habrás pasado muy bien, porque has estado mucho tiempo con ella ¿eh?

— ¡Ah, no! ¡Sí! Quiero decir, me lo he pasado muy bien… —se quedó pensativo, sonriendo mientras recordaba algún episodio de esa noche— pero tardamos mucho en subir.

— ¿Y eso?

— Estuvimos charlando mucho, nos tomamos otra copa y estuvimos tonteando, discretamente. Se subía mucho la falda y abría un poco las piernas.

— ¡Qué descarada!

— Muy sutil todo, mamá.

— Y entonces subisteis y ¿qué tal?

— ¿Qué tal qué? —me miró incrédulo— ¿no querrás que te cuente cómo… ? ¡Vamos!

— No seas tonto. Sólo quiero saber si te trató bien, y si también dejaste un buen recuerdo… —siguió callado y le tuve que ayudar—. Ya habrás estado con otras chicas, pero no tan experimentadas como ésta. ¡Alguna diferencia habrá! ¿Después de lo que ha pasado hoy crees que me voy a escandalizar? ¿Qué tal era ella?

— Me puso a cien en el bar, y en el ascensor para ir a la habitación, me miraba de una forma que me… me… tuve una erección… quiero decir, que ya estaba…

— Empalmado —le ayudé.

— Sí, estaba empalmado de antes, pero no tanto.

— ¡Menuda hembra tiene que ser! ¡Con la mirada! —se quedó sonriendo ensimismado—. Y qué más, ¿qué te hizo de especial?

Me miró dudando sobre si seguir o no, pero no pudo resistirse.

— ¿Puedo hablar sin tapujos? Decir ciertas cosas delante tuya…

— Te voy a ayudar: mamarla, comer el coño, polla, follar, chocho, culo —cuando dije culo sonrió, el muy sinvergüenza, yo en cambio sentí el mío aún abierto y pensé en el consolador metido en el cajón de  la mesita. Seguí con la lista—, dedo, lengua, semen…

— ¡Vale, vale!

— ¿Qué fue de especial?

— Lo que hicimos ya lo había hecho antes, la diferencia era el cómo lo hacía. Cuando subimos a la habitación apenas me dejó que la besara y eso, se puso de rodillas y me la chupó, del tirón —me quedé esperando “lo especial”—. El caso es que parecía que tenía como ansia de polla, de tener una polla en su boca. Era la manera de tragarla, de chuparla, de mirarme y de agarrarla. Parecía que quería que me corriese en su boca. Me puso a tope.

— En la cena no parecía ser tan…

— …puta…

— …¡lasciva!  

— Y mientras la estaba follando, gemía mucho y me miraba como pidiendo más —lo miré extrañada—, y yo le estaba dando todo lo fuerte que podía.

Vaya pareja, a mi me folla el marido y se va, y a ella se la tira un joven atlético y le parece poco. Me estaba irritando un poco.

— Y mira que aguanté dándole —siguió—, y ella tenía el chocho que hacía mucho ruido de lo mojado que estaba.

— Por preguntar… ¿cómo estaba ella? ¿en qué posición?

— Estaba sobre la cama con las piernas hacia arriba, yo la sujetaba de los tobillos y nos mirábamos a la cara… se estuvo tocando mucho mientras la follaba…

— ¡Eso es que se lo pasó bien! —no pude evitar ver que mi hijo tenía su pene moderadamente erecto, y estaba segura que antes no estaba así. Hablar sobre sexo le estaba poniendo, y he de reconocer que a mí también. Apuré mi copa.

— Se puso a cuatro patas y se la metió en el culo. Se puso a suplicar que le diese fuerte. ¡Uf! Y yo le dí, fue increíble —hizo una pausa—. Y entró el marido en la habitación. Se puso junto a ella, y ella le cogío el nabo, pero aquello no tenía volumen ni nada… se ve que contigo él ya… bueno, ella empezó a metérsela en la boca y a masturbarlo mientras yo estaba follándola por atrás.

Así que la fulana se había llevado dos pollas y yo una. Me dio la impresión de que me habían engañado, soy muy competitiva, lo reconozco. Mi hijo siguió con su relato.

— Poco a poco se le puso dura, así que se puso debajo y ella lo montó. Luego entré yo. El por el chocho y yo por el culo. Otra vez se puso como una loca y me pidió que le diese fuerte, muy fuerte.

— Vaya, ¿lo habías hecho antes así? —disimulé mi envidia.

— No, para nada. Fue extraño. Sentía la polla del marido, bueno, el bulto que hacía, porque antes no sentía aquello.

— ¿Te gustó eso?

— Ni sí ni no, yo ya estaba a punto de correrme antes de eso.

— ¿Y dónde eyaculaste? ¿Dentro de ella?

— No, me pidió que la sacase y me terminó con la mano. Luego el marido se la metió en el culo y sí se corrió dentro de ella. Yo me vine justo después.

Me quedé pensativa. A mí me deja a mitad, corriéndose dentro, y se va. Y a mi hijo lo habían usado igual que a mí. Lo miré con cierta compasión, y vi que seguía con la erección.

— ¿Te has corrido dentro alguna vez?

— Sí, claro, no es mi primera vez.

— Quiero decir sin condón. ¿Has sentido una vagina o un ano en tu polla? —la erección era cada vez más grande, pero hice como si no me hubiese dado cuenta. El no sabía si quedarse quieto o taparse, en ambas opciones se delataba.

— Una vez lo hice sin condón, con la marcha atrás, pero por el culo nunca.

— ¿Nunca la habías metido sin condón en el culo hasta hoy?

— Hoy tampoco —yo ya estaba cegada—. Me puso un condón antes de empezar —sentí cierto alivio al pensar que al menos a él no le habrían contagiado nada, pero también cierto malestar porque el pobre debería haber disfrutado más.

— Supongo que te hubiese gustado correrte en ella, al menos en su boca.

— Sí, claro. Pero estuvo genial, de verdad.

— Ahora me toca a mí. No estuvo mal, la verdad, pero el cabrón se corrió y se fue. Se corrió en mi chocho, pude sentirlo bien. Pero me dejó con muchas expectativas —mi hijo me miraba con atención, no parecía molesto oyéndome hablar de sexo, y también apuró su copa—. Creía que también me iba a meter su pene por el culo, pero nada, se fue. Se fue y me tuve que terminar yo sola. No sé qué crees que estaba haciendo en el balcón cuando has llegado, pero te puedes hacer una idea… y ahora me cuentas que sí tenía fuerzas para follarse a su mujer… y que encima te corriste en su mano, como si te hubieses hecho una paja…

— Lo dices de una manera…

— Y mírate, estás empalmado. ¡Y acabas de llegar! No nos han acabado bien, ¿no lo ves? —el alcohol tenía algo de culpa en mi desvarío, pero no quiero quitarme responsabilidades—. Yo me estaba haciendo lo que me tenía que haber hecho ese cabrón, y sigo a medias. No es justo.

— ¿A medias? —lo ignoré.

— ¡Quítate el pantalón! —yo estaba muy decidida y él muy pasmado— ¡Ponte de pie y quítate el pijama!

— ¿Estás borracha o qué?

— Un poco, pero ponte de pie —me obedeció y le bajé el pantalón, el pene estaba casi completamente erecto—. Esa zorra no sabe lo que se ha perdido, y tú vas a tener lo que mereces.

Me puse a cuatro patas sobre la cama, y me metí el dedo corazón en el culo, que entró suavemente. Miré su casi preparado pene.

— No pretenderás que te la toque, ¿verdad? Ponla dura. Por ti y por mí. Tú vas a follar en condiciones y yo también. ¡Qué cojones!

Se empezó a masturbar y pronto se le puso muy tiesa. Yo ya tenía tres dedos metidos en el ano cuando aquello llegó al volumen ideal. Le cogí la verga y me la introduje poco a poco. Empezó a follarme lentamente. Yo entonces lo veía todo muy aséptico, ahora sé que no había nada bajo control. El apenas me tocaba las caderas con sus manos, pero su polla me estaba haciendo vibrar y evité como pude lanzar algún gemido. Más adelante, de forma mecánica e inconsciente, me llevé un dedo al clítoris. Me puse a sudar y me quité la camisa, pero podía notar mi sudor recorriendo la espalda. Lo miré y vi que también estaba sudando. Mirando su cuerpo atlético hubo un instante en el que no lo reconocí como mi hijo, pero sí que era él. No pude seguir mirándolo y me empecé a preguntar por lo que estaba haciendo, pero su verga seguía haciéndome gozar mientras entraba y salía de mi culo. Intenté no pensar en las contracciones que iba a tener al correrme y me dije que lo mejor era esperar a que él acabase.

De pronto, me soltó las caderas y me agarró del pelo, usándolo como una brida. Ahora el único contacto con él era su polla en mi culo. Quería algo aséptico, justo eso, una verga para mí y un culo para él, pero me estaba sintiendo muy zorra siendo cabalgada así. Me tiraba mucho del pelo y me estaba haciendo daño, y además no podía dejar de pensar en lo que estaba haciendo con mi hijo. Le ordené que parase:

— Dame fuerte, hasta el fondo, ¡más fuerte!  —no me podía creer lo que estaba diciendo, esa no era yo—, así, ¡qué me gusta tu polla! —no era yo, quise que dejara de tirarme del pelo— fóllame hasta que te corras.

Decidí no hablar más, y me mordía los labios por no gritar de placer. Al final me soltó, para mi alivio y me cogió el culo con las dos manos, me pareció que iba a correrse, pues me apretaba fuerte y casi no respiraba. Yo aumenté el ritmo de mi masturbación.

— Córrete bien dentro, ¡lléname, lléname con tu leche!.

Las sacudidas fueron más violentas hasta que eyaculó acompañado de un gemido ahogado, yo estaba a punto de venirme también, pero necesitaba unos segundos más.

— No la saques, déjala dentro.

Se acercó y tiró de mí, haciendo que su polla llenase lo más posible mi culo. En ese momento de relax para él, pudimos sentir las involuntarias contracciones que su follada había provocado en mi ano, lo cual ayudó a que me corriese en un maravilloso orgasmo. Cuando dejé de jadear, me saqué la polla y me levanté de la cama. Pasé junto a él cuando me dirigí hacia la ducha y le acaricié la cara, como suelo hacer. Después se duchó él y nos fuimos cada uno a su respectiva cama, a intentar dormir. Jamás hemos vuelto a hablar del tema ni hemos vuelto a viajar solos los dos. Jamás he vuelto a sentir un orgasmo como con el que tuve esa noche con la polla de mi hijo aún dura metida en mi culo.