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El poder de la juventud

en Sexo con maduras

El poder de la juventud

 

La puerta ligeramente abierta facilitó el paso a su joven acompañante…

 

 

-          ¡Pasa Pepe, cierra la puerta! –grité desde el salón nada más escuchar la puerta de casa resonar tímidamente al cerrarse casi al instante.

La puerta de casa que previamente había dejado estratégica y levemente abierta para que el joven muchacho entrase. Me encontraba en el salón de casa hojeando una de esas revistas insulsas con las que pasar el rato sin más pretensiones. Aburrida a morir y con el aire acondicionado a todo meter con el que rebajar el calor sofocante que por aquellos días nos visitaba. Llevaba un rato esperándole, un cuarto de hora o quizá algo más de tiempo. El caso es que enseguida le tuve a mi lado una vez hubo recorrido el largo pasillo que lleva del recibidor al salón.

-          ¡Tardaste en venir, esperaba que vinieras! –reconocí sin cortapisas, demostrando de ese modo el mucho interés que me embargaba.

-          Tuve que hacer unos recados que me pidió mi madre.

-          Tranquilo, no pasa nada, No tienes que darme explicaciones.

Me encontraba ardiendo por dentro. Llevaba un rato esperando su llegada, allí sentada en el amplio sofá del salón y vestida con aquella misma camiseta blanca bajo la que se marcaban los tentadores y generosos pechos y con la que el joven yogurín  me había visto desde la ventana de su casa camino del supermercado. Para una mujer entrada en los cuarenta y separada tres años antes, los juguetes con los que de vez en cuando trataba de satisfacerme no siempre cumplían su labor dejándome excitada y con ganas de mucho más. Necesitaba macho y no siempre lo encontraba a mano. Con Rafa, mi último amante esporádico, me veía cada quince días apaciguando de esa manera aunque mínimamente mis muchas ansias.

Pronto sentí los ojos del muchacho clavados en mis piernas rollizas y semiflexionadas, la izquierda un tanto adelantada hacia él. Yo sabía bien del deseo que el joven mostraba por mí, babeando cada vez que nos cruzábamos, por mis piernas desnudas y morenas en las que seguro debía desear hincarme el diente si pudiese. Esas cosas las mujeres las enganchamos a la primera y más si te encuentras en el estado en que yo me hallaba.

Pepe aparentemente tampoco era gran cosa aunque para dos polvos seguro que serviría. Alto, delgado y escuchimizado, siempre llevaba aquellos amplios pantalones de chándal bajo los que se marcaba un más que prometedor bulto que yo quería imaginar en los apresurados pensamientos que me corrían la cabeza.

Tonto como no lo era, gracias a mis miradas y a la abertura de piernas con que le obsequié el joven muchacho pronto comprendió cuáles eran mis necesidades y las muchas pretensiones que una mujer madura como yo podía guardar respecto a él. Deseaba follármelo pasase lo que pasase y no iba a dejarle escapar de casa sin disfrutar de su grata compañía. En esos momentos me moría por conocer si aquel bulto podía realmente llegar a ser para tanto.

Las piernas cruzadas ahora y sentada en un lado del sofá, abandoné la revista tan pronto le tuve junto a mí. De pie y a mi espalda, las manos del yogurín recorrieron los hombros por encima de la camiseta. Sonreí abiertamente ante el mucho atrevimiento que el joven mostraba, acariciándome sobre las ropas sin solicitar previamente permiso alguno. Girando la cabeza ligeramente, la elevé hacia él sin evitar lanzar un gemido de satisfacción.

-          ¿Le gusta señora Justa?

-          Oh claro cariño, qué manos más fuertes tienes –exclamé tratando de alentar su ego.

-          Sigue Pepe, si… gue muchacho…

Las manos prolongaban su cometido, apretando con energía cercanas cada vez más al cuello. Volví a gemir demostrando lo mucho que aquello me gustaba, el roce masculino y preciso de aquellas manos por encima de la piel. Sin cortarme un pelo subí mis manos dejándolas reposar suavemente sobre las suyas. Ladeé más la cabeza, murmurando en voz baja mi placer en busca de algo más por parte del chico. Y no tardó en dármelo.

Acercando el rostro a la mejilla me besó con suavidad juvenil, rozando apenas los labios. Mucho más abajo para caer al cuello que besó y lamió arrancándome un murmullo de admiración.

-          Eres muy atrevido –grité mostrándome falsamente enojada.

-          ¿Le molesta señora Justa? –respondió el chiquito siguiéndome el juego.

-          Oh claro que no… me encanta, vamos sigue…

Pepe continuó besando y lamiéndome el cuello de forma procaz y ávida, cada vez con un mayor atrevimiento y descaro. Besos apasionados de gran carga erótica y un evidente deseo sexual que me trataba de transmitir con aquel gesto seductor. No pude más que abandonarme a las caricias y a los besos expertos del muchacho con los que me notaba más y más entregada. No lo hacía nada mal desde luego.

Un escalofrío noté subirme el cuerpo con el solo roce de aquellos labios gruesos por encima de la piel. Los besos suaves y delicados pasaron a ser ahora cálidos chupetones gracias a los cuales logró vencer mi debilidad, gimoteando y jadeando herida por la mucha experiencia de mi joven amante.

-          Continúa cariño… vamos me encanta como lo haces.

Tirando yo misma la tela de la camiseta a un lado, dejé que siguiera por encima del hombro desnudo para de nuevo volver sobre sus pasos camino del cuello excitado. Besos y más besos acalorados a los que respondí girando la cabeza hacia él al levantar la mano en busca de la suya. Rozándome los hombros con los dedos, la boca me subió a los cabellos besándolos amorosos en un breve instante. En mi incipiente delirio, me mordí ligeramente el labio inferior para con ambas manos apartarme los largos cabellos llevándolos al lado opuesto.

Buscándole la mano se la agarré llevándola hacia el pecho que permití divertida que acariciara a través de la blanca tela. No tardó en apoderarse del otro, envolviéndolos entre los dedos y apretándolos seguidamente de manera algo brusca y violenta con la que hacerme quejar levemente.

-          Con cuidado muchacho… -advertí en un susurro mientras con mis manos acompañaba el lento movimiento de las manos masculinas a lo largo de la camiseta.

Con la cabeza hacia él buscaba persistente la mirada del chico, provocándole con las miradas, jugando perversa con la lengua a lo largo de los labios. Los humedecía a un lado y al otro, haciéndole saber con ello lo muy dispuesta y lo muy interesada que por su compañía me encontraba. No más de veinte años tendría y desde luego para mí supuso todo un descubrimiento en forma de cálidas y apetecibles caricias a lo largo del cuerpo.

Ambos seguimos con aquel juego por encima de mis tetas, acariciándolas con suavidad primero para luego hacerlo mucho más rápido y con un evidente sabor a sensualidad mal contenida. Mis dedos sobre los suyos, acompañando el movimiento circular en busca de mis pezones cada vez más prestos a la batalla. Bajo la ropa, se notaban duros y dispuestos al roce que les brindaban. Y yo no dejaba de gemir complacida, deseando que no dejara de hacerlo pues de hecho tengo los pezones sensibles y receptivos lo que Pepe supo ver aprovechando la oportunidad.

Hice que me besara, ofreciéndole la boca e indagando en la suya. Mezclando los labios y dándole la lengua para que la tomara, iniciando de ese modo toda una serie de besos sensuales y llenos de malicia. Mientras, el chico aprovechó para descargarme de ropas, metiendo la mano por debajo de la camiseta y jugar con facilidad conmigo. Comiéndome el cuello entre mis tímidos gimoteos, al tiempo que con la mano acariciaba un pecho y luego el otro.

-          Eres bueno muchacho, sigue sigue no pares.

-          ¿Lo hago bien señora?

-          Oh sigue maldito y no me llames señora… acaríciame los pechos anda.

Por abajo, yo misma me rozaba de forma ligera y lenta, rodeando en círculos el coñito bajo la braga. Empezaba a notarlo húmedo bajo mis dedos, la verdad poco o nada necesito para ello. Así que entre los besos cálidos y ardientes con que Pepe me obsequiaba, el agradable masajeo sobre mis pechos y el no menos agradable masajeo que yo misma me propinaba, la calentura que llevaba hacía que los gemidos aumentaran mucho más de volumen.

El coñito al aire, lo acariciaba pasando los dedos arriba y abajo para luego subirlos a la boca y saborear el calor de mis jugos. Lo mismo hice con él entregándoselos para que los lamiera con fervor, chupándolos y atrapándolos entre los labios.

-          ¿Te gusta cariño?

-          Me encanta Justa, cálido y jugoso como me gustan –exclamó apretándose los labios con morbo creciente.

-          Sí muchacho, saboréalos –reclamé volviéndole a dar los dedos para que los lamiera.

Y así seguimos, mis dedos jugando con el clítoris ya inflamado y elevado a las caricias y el joven muchacho besándome ahora la espalda lo que me hizo lanzar un grito de puro placer al correrme todo un torrente eléctrico subiéndome la espalda. La lamió pasándome la lengua a todo lo largo, acrecentándose mi cachondeo entre lo que en el coñito sucedía y lo que mi apuesto compañero me daba a probar. Subió a la nuca, bajando de nuevo al cuello y eso fue todo lo que pude resistir. Lanzando un grito, me corrí por primera vez temblando toda yo bajo el descontrolado placer que me invadía. Le apreté la cabeza clavándole los dedos en los cabellos, llevándole contra mí y sintiendo como con la boca mordía furiosamente el desnudo cuello confiado frente a su ataque.

-          Me corro, me corro muchachoooo… dios sabes sacar lo peor de mí –grité mordiéndome los labios sin dominio de mí misma.

Los pechos ya fuera tras haberme quitado Pepe la camiseta, los besos continuaron unos segundos mientras lentamente iba recuperando el control de la situación. No había estado nada mal para empezar aunque en ese momento no quería otra cosa que continuar aquello.

Tras deshacerse de la camiseta se incorporó y caminó unos breves pasos hasta quedar a mi lado junto al brazo del sofá. Las caricias y demás zarandajas que ambos nos habíamos procurado, evidentemente también habían surtido efecto en el guapo veinteañero. Era hora de pasar a la acción y ocuparme convenientemente de él. De pie, el volumen que bajo el pantalón se adivinaba resultaba imposible de ocultar. Aquella turbadora presencia ciertamente consiguió motivarme aún más.

Fue él quien me llevó la mano temblorosa hacia la entrepierna, posándola un breve instante para seguidamente subirla al bronceado y velludo torso. La subí y bajé a lo largo de la ligera barriguilla, los vicios de la edad todavía no habían hecho efecto en su joven figura.

La curiosidad malsana me hizo volver a plantar la mano sobre el sugerente bulto, moviéndola arriba y abajo a lo largo de la indudable forma fálica que bajo la tela y entre los dedos se percibía. Seguí acariciándole animada por la cercanía del chico, escuchándole respirar algo alterado.

-          ¿Qué guardas aquí? –interrogué maliciosa y con la peor intención.

-          Un pequeño regalo para ti.

-          ¿Pequeño regalo? –pregunté esta vez con sorpresa. No diría yo que tan pequeño –susurré sin dejar de remover los dedos a lo largo.

No pude más que relamerme ante lo que se avecinaba, desde luego no estaba nada mal el cacharro que el muchacho guardaba. La otra mano apoyada en la pierna varonil y firme, le acaricié y continué acariciándole al apretarlo con firmeza entre los dedos. El miembro no del todo desplegado y ya producía temor en mi mirada fija y de ojos abiertos. Le hice acercarse más para besarle la parte alta del vientre y la juvenil barriguilla que tanto me ponía. Pepe solo se mantenía quieto, respirando cada vez más alterado y nervioso. Volví sobre mis pasos, y esta vez sí enganché la parte alta del pantalón para sin demora hacerlo resbalar lentamente hacia abajo junto al slip. No aguantaba más aquello.

El miembro viril, vanidoso y girado a la derecha, saltó hacia delante. Un rictus de profunda admiración imagino se dibujó en mi rostro ante lo que se me ofrecía. Realmente no estaba nada mal, gruesa, medio empalmada y de venas marcadas, aquella polla se removía ante mis ojos inquieta. Caída hacia abajo, me entretuve bajando y subiendo las manos a lo largo de los muslos y la barriga. Cruzando la mirada con la del chico, poco antes de agarrársela y tirar hacia abajo dejando correr la piel. El glande rosado quedó al descubierto, elevado y apuntando arriba.

-          Buena polla muchacho, sí señor –las palabras me salieron solas mientras le sonreía empezando a mover la mano arriba y abajo.

De ese modo estuve unos segundos disfrutando el grosor masculino, masturbándole lentamente antes de acercar la cara y recorrer el tronco de abajo arriba. Acompañándolo todo ello de la mano que no permanecía quieta, tratando de que se diera la pronta respuesta por parte de Pepe. Los labios pegados rozándole la polla de forma viciosa, pajeándole con tranquilidad y sin descanso, cada vez más excitada por las miradas que el chico me echaba. Se le veía bien entregado a lo que le hacía. Bajando la cara, alcancé los huevos que lamí pasándoles la lengua para enseguida metérmelos en la boca. En lentos círculos, la lengua los recorría notándolos duros y cargados bajo mis labios.

Al pobre muchacho, tan poderoso y fuerte él, se le veían temblar las piernas de puro deseo. Subiendo nuevamente la lengua llegué al palpitante glande que comencé a devorar con la lengua y los labios atrapándolo sin posible escape. Eso le hizo exclamar su placer, bajándome las manos a la cabeza para acompañar mis delicados movimientos.

-          Cómemela Justa… juega con ella… anda trágatela… -pidíó en un mínimo susurro.

-          ¿Te gusta muchacho? –la dejé un breve instante para preguntarle.

-           Me gusta sí… chúpala despacio –los dedos enredados en mis oscuros cabellos.

De nuevo a la boca, envolviendo el grueso champiñón al tiempo que le masturbaba notándolo responder poco a poco. Ya sin las manos que mantenía apoyadas en los muslos, chupaba y lamía cada vez a un mayor ritmo consiguiendo con ello que el largo aparato creciera de forma escandalosa. Lo saqué y metí algo más de la mitad y sin mucha dificultad. Soy buena mamona y de boca amplia con lo que no me resulta complicado tragar largos y gruesos miembros como el que mi nuevo amante me brindaba. Entre palabras cálidas y sin sentido, Pepe comenzó a moverse follándome la boca con golpes duros y secos de riñones. Me hacía ahogar pero no por ello abandonaba mi preciado trofeo, abriendo la boca todo lo que podía mientras aquella mano me obligaba a chupar una y otra vez.

-          Cómetela, vamos cómetela –exclamó moviéndome la cabeza, momento en que la soltó permitiéndome un leve descanso.

Respondí y volví a la carga, chupando y succionando el grueso capuchón para después comenzar a pasarle la lengua por encima, en pequeños circulillos. Escupí encima, removiendo la mano para esparcir las babas a lo largo del tronco, lamiendo el glande sin descanso hasta conseguir que apareciera húmedo y brillante.

Abrí la boca todo lo que pude para tragar todo lo posible y casi lo conseguí. El agradable muchacho atrapó una vez más mi cabeza ayudando así el movimiento perverso. Adelante y atrás, atrapándolo y soltándolo mientras con los dedos le acariciaba los colgantes. Me la metí varias veces tratando de introducirla entera, notando como el grueso animal me rozaba el paladar. Y ahora llenándome los carrillos de forma alternativa, golpeándolos furiosa con el miembro masculino.

-          Dámela… dámela toda… dios, qué enorme es –exclamé mostrándome enloquecida con el roce impetuoso al que me sometía.

En mi total locura tan pronto le pajeaba sin descanso como me la metía en la boca hasta ahogarme con ella. Me encantaba desde luego, disfrutar del muchacho y de su fascinante compañero. Pepe seguía temblando, le costaba quedar en pie, tan solo gracias a estar sujeto en mí lograba mantenerse tímidamente sobre los pies.

-          Ummmm, sigue sigue preciosa… sigue Justa, lo haces de maravilla.

Masturbándole con las dos manos, tan largo era el cacharro que apenas podía con una. Arriba y abajo la lengua saboreando el tallo inflamado y venoso, luego a lo largo del glande emocionado y deseoso de mucho más. Entonces Pepe me obligó a tragar nuevamente, empujándome con la mano hasta engullir la casi totalidad del largo badajo. Aquel cabrón no me soltaba, al parecer deseaba hacerme ahogar con su monstruoso amiguito.

-          Ahhhhh –bramé nada más verme libre de él, las babas cayéndome por los labios mientras resbalaban pene abajo.

Un rato más estuve devorándolo pero esta vez a mi ritmo, provocándole leves gemidos con cada nuevo roce de la lengua, chupando y succionando con terrible lentitud hasta acabar dejándolo de lado al levantar la vista hacia el veinteañero. Un golpe rápido de lengua con el que hacerle vibrar y era ya hora de pasar a otros menesteres.

Con dos golpes secos y precisos de pie, Pepe se deshizo del pantalón echado hacia delante en busca de mi boca sedienta de sus besos. Nos besamos dándome la lengua que atrapé entre los labios antes de enredarla con la mía. Caímos en un beso largo y sensual, mezclando las lenguas en el interior de mi boca. Arrodillada en el sofá dejé que me acompañara.

El cuerpo hacia delante dejando el culo en pompa para sus peores pensamientos. Con los dedos acariciándome por debajo esperé que me tomara el sitio. La braga a un lado, noté los primeros besos en la nalga. Y luego cómo iniciaba las caricias haciéndome abrir las piernas aún más. Sollocé levemente con el solo roce de los dedos a lo largo de la vulva empapada. Removiendo el culillo para provocar su avance. Volví a sollozar una vez sentí uno de los dedos introducirse entre los labios vagina adentro. Lo sacó mínimamente y de nuevo lo introdujo ayudado por lo muy mojada que me encontraba.

-          Fóllame cariño, fó… llame… despacio cariño, despacioooo.

Lo fue metiendo y sacando arrancándome cálidos gemidos en voz baja, jadeando su nombre cada vez que me follaba muy muy lentamente.

-          Pepe sí, sigue mi amor, métemelo poco a poco…

Facilitada la tarea por la vagina abierta, paso a paso fue follándome de un modo más rápido y seguro, metiendo ahora dos dedos entre los pliegues que los envolvían gustosos de mayores atenciones. Moviendo el culo para acompañar la entrada, cerraba los ojos al tiempo que me mordía los labios para acallar el placer que comenzaba a sacar de mí. Adentro y afuera los metía y sacaba sin parar un solo instante, jadeando yo inquieta al notar cómo los curvaba buscando lo hondo de mi persona.

-          Así mi vida así… dios qué gusto me das, vamos sigue sigue.

Sollozaba ligeramente, reclamando más con mis continuos suspiros de puro goce, meneando las caderas adelante y atrás con el movimiento constante que aquellos dedos gloriosos me aplicaban. Fue cuando Pepe me escupió encima, corriéndome las babas por la rajilla que enseguida se encargó de esparcir con delicados circulillos de los dedos. Yo apreté los ojos como si de ese modo pudiera soportarlos mejor. Me encantaba, los suaves gemidos se hicieron ahora mucho más profundos, aguantando el aliento al notarme acariciada de aquel modo tan fantástico.

-          Tienes un coñito muy mojado, una buena mata de vello como me gusta –declaró con voz llena de intención mientras los dedos me rozaban ahora por delante pasándolos a lo largo del abundante triangulillo del pubis.

-          Ahhhhhh –no pude más que gimotear complacida por sus palabras.

Y de vuelta atrás acariciándome la entrada húmeda de sus babas para, al momento, sentir los dedos entrarme en la intimidad de la flor turbada. De nuevo aquellos dos dedos diabólicos buscando los rincones más escondidos, entrándolos y sacándolos una y mil veces entre mis múltiples súplicas reclamando que siguiera. La habitación se vio envuelta por las miles de palabras subidas de tono que ambos producíamos, él animándome a desear más y yo echando el culo atrás y sin dejar de quejarme de modo lastimoso. Si seguía con aquello seguro no aguantaría mucho más, el orgasmo se avecinaba entre mis piernas y desde luego no estaba dispuesta a frenarlo.

-          Fóllame muchacho, me vuelves loca… dios métemelos así, así hasta el fondo –gritaba de emoción al verme follada con rapidez y profundidad, los dedos indagando entre las paredes tratando de entrarme más.

Respirando con dificultad y en tono cada vez más descontrolado, pidiéndole mayor velocidad y apaciguándome mínimamente con los dientes sobre los labios. Suspiraba entre lamentos, jadeando en voz alta mi placer intenso, las piernas temblándome por la satisfacción creciente. Llevándome la mano entre las piernas, la lengua del chico se entretuvo corriéndome por encima, lamiéndome la vulva herida e incluso el ojete cerrado. La noté rasposa y moviéndose de manera experta, arriba y abajo a lo largo de la rajilla para como digo subir atacando la sensibilidad de la entrada trasera. Suspiré de puro goce, la emoción subiéndome el cuerpo en multitud de escalofríos llenos de electricidad. Yo misma me follé enterrando los dedos entre los labios, haciéndolos correr adelante y atrás de manera lenta pero precisa.

-          Me muero, me muero de gusto cariño, qué bien lo haces mi amor.

Sin decir nada, sólo murmurando de tanto en tanto, Pepe continuó atacándome y perforando el agujero de mi placer, empujando y enterrando la lengua mínimamente en el interior del sexo. Jugó a lo largo del clítoris, lamiéndolo de manera traviesa lo que me hizo gritar descontrolada, los ojos cerrados y los labios resecos por la inquietud. Metiendo y sacando la lengua, pasándola por la rajilla, rodeando el clítoris excitado, la limpieza de bajos que aquel cabrón me pegó seguro no la olvido en mucho tiempo. Aullaba, pedía más y más, no podía soportarlo pero misteriosamente mis sinuosas formas parecían reclamar más por parte de mi joven compañero.

-          Ummmmm señora, qué coñito más jugoso tiene… se lo comería todos los días.

-          Oh, no seas zalamero –exclamé divertida por lo que me decía aunque ciertamente pensé para mí que no sería aquella mala forma de llenar mis momentos de soledad.

-          Vamos métemela, mé… temela querido –escuché al poco mi voz decirle mientras la lengua del chico mantenía su cálido quehacer entre los cachetes.

Me encontraba ya dispuesta para todo, deseaba sentirle dentro y que me follara con su juventud y energía. De ese modo lo hicimos, no sin antes prepararme el muchacho la entrada, pasando los dedos por la humedad sedienta de caricias, metiéndolos una última vez con lo que me hizo vibrar entre sus manos.

Con el trasero elevado y presto, las manos posadas firmes en las caderas, el joven semental se aposentó tras mis posaderas. Soporté el empuje de la mejor manera aunque algo me dolió, entrándome despacio pese a ello era un buen mango y costó acomodarlo en mi vagina. Salió arrancándome un gemido placentero para volver a entrar y así varias veces hasta quedar ambos acomodados a la situación. Sollozaba con fuertes jadeos, respirando con dificultad con cada nueva entrada y el chico empujaba ya con facilidad haciendo que las paredes se abrieran bajo el lento percutir.

-          Fóllame Pepe… hazme el amor muchacho…

De forma lenta al principio, entrándome buena parte de su sexo para dar inicio ambos a un movimiento mucho más rápido hechos el uno al otro. Tomada de la cadera me follaba de forma brusca, la otra mano corriéndome la espalda para caer encima besándome el hombro y la espalda. Los ojos cerrados le sentía en mi interior,  los dedos entre las piernas masturbándome yo misma con la misma brusquedad del muchacho. Volvió a atravesarme, ronroneando herida para demostrarle así lo mucho que me gustaba. Adelante y atrás, con lentitud avasalladora para pronto cambiar a un ritmo más seguro y decidido. La cabeza echada atrás me incorporé dejando que me besara, girando la vista levemente al notar la respiración cansada a mi lado. Respirándome al oído, el aliento cálido y entrecortado del joven veinteañero hacía notar el esfuerzo en la tarea.

-          Mueve el culo vamos… -reclamó con voz ronca al penetrarme con delicadeza y suavidad.

-          Sí, sí así… métemela métemela toda cariño –removiendo el culillo de forma perversa con la que excitar su libido.

Me la metió de una vez, gritando sofocada por la impresión de tenerle metido hasta el final. Notando el vientre masculino pegado  al redondo trasero que sentí apretado entre sus dedos.

-          Con cuidado chiquito, o es que quieres romperme con eso que tienes.

Pepe supo reconvertir mi dolor intenso al quedar parado unos segundos, saliendo finalmente de la estrechez que lo envolvía. Llevando la mano atrás, se la alcancé pajeándole entre los dedos mientras pegado a mi espalda nos besábamos suavemente corriéndome los labios sobre los míos.

Tras unos mimos y carantoñas susurrando mi placer de forma apenas perceptible, Pepe reemprendió el ataque contra mis sinuosas y apetecibles formas. Con voz acariciadora supliqué que me la metiera lo que hizo atravesando el umbral de los labios empapados. Gruñí agradecida, centímetro a centímetro reconocí la lenta pero decidida penetración enterrándome todo su largo badajo.

-          Sí sí… fóllame fó… llame… ahhhhh… ahhhhh… toda, la quiero toda.

Los recios dedos en la cadera y el hombro, mis ojos cerrados mientras gemía y sollozaba el placer que me consumía. Adentro y afuera, con suavidad para de repente clavármela de forma seca y con brusquedad infinita haciéndome caer hacia delante cuán larga era. Pepe no se salió sin embargo, echado sobre mí al envolverme con su cuerpo joven pero ya perfectamente formado. Quedó quieto un instante, musitando y lanzando un lamento sofocado con todo aquello llenándome las paredes irritadas por tanto trasiego.

Tumbada a todo lo largo del sofá, me aparté los cabellos del rostro y sonriendo excitada provoqué su vanidad masculina. Removiendo el trasero me dejé vencer por su fuerza cuando el joven macho besó mi brazo antes de incorporarse apoyado firmemente en los puños.

-          No te muevas –exclamó sin evitar dar a conocer el profundo deseo en sus palabras.

Quedé quieta con el culo levemente elevado y entonces empecé a sentirme traspasada por el eje ardiente. Una, dos, tres, mil veces, aguantando la respiración y gruñendo la terrible follada. El largo aparato se hundía bajo su feroz empuje, resbalando el vientre sobre las nalgas muy muy despacio. Moría de placer, me quejaba pero no buscaba separarme llevada por aquella inmensa sensación de alivio. Pepe se enterraba, haciéndome notar los huevos pegados para al momento volver a salir elevándose ufano. Incitándole en mi total relajo, ronroneé removiendo el culillo en círculos alrededor del miembro que se clavaba y desclavaba sin descanso. Pegada contra el sofá soportaba su peso sin dejar de jadear entrecortada, suspirando mi deleite con cada nueva entrada.

-          Oh sí… sí sí… oh sí muchacho me matas…

Los movimientos pélvicos contra mi trasero se hicieron ágiles y resueltos, creyendo perder el sentido al sentirme tan llena de él. Una y otra vez, resbalando con facilidad increíble en mi pobre coñito que no hacia otra cosa que succionar el poder del recio visitante llevándolo hacia el interior.

-          Sí sí así… así cabrón así… clávamela, clávamela qué bueno eres.

-          ¿Le gusta? –me preguntó cayéndome junto al oído, el aliento fatigoso acariciándome los cabellos descompuestos y enmarañados por el tremendo momento.

-          Me vuelve loca, no tardaré en correrme si sigues de ese modo.

Es claro que siguió de ese modo, en tan grata posición y poseyéndome a su total antojo. La boca completamente abierta, los ojos abiertos como platos, la mirada extraviada por el dolor punzante que me produjo. Menudo cabrón, el muy ladino se complacía en enterrarse hasta lo más hondo de mi vagina, el grueso aparato deslizándose sin descanso al escucharme protestar dolorida. Me mordia los labios, apretándolos en busca de un consuelo difícil de encontrar. Me folló entre mis continuos grititos placenteros y llenos de una creciente lascivia.

La habitación se vio repleta de mis gritos sofocados y entrecortados, clavando las uñas en el brazo del sofá o allí donde podía. Y no paraba de pedirle más y más a lo que el chico respondió con nuevas y renovadas fuerzas que yo gocé en mi desmedida insensatez. Cayendo bruscamente, con fuertes golpes de riñones me llevó al borde del orgasmo, los ojos en blanco y sin parar de pedirle más. Arriba y abajo, enterrándose violento con el poder inagotable de la juventud.

-          Muévete querida –la voz ronca resonó en mi oído.

-          ¿Sí eso quieres? –le dije sin saber muy bien donde me encontraba.

-          Sí muévete, dame placer –confirmó en su cansancio.

Echando el culo atrás, buscándole ahora yo mientras el muchacho me besaba la nuca apoderándose raudo de la oreja. Las babas me llenaron junto a sus murmullos, volviendo ambos a la carga. Sobre los puños, Pepe se mantenía firme al tiempo que las nalgas se elevaban ordeñándole con descaro. Pronto me tomó el relevo, controlando él el ritmo de la follada con la que me hizo quedar en blanco musitando levemente como una bendita. Aquella polla era incansable, menudo animal había encontrado. Me tenía completamente loca. Una vez más me corrí bajo el poder del macho, refregándose contra mi trasero que le recibía abriéndose gustoso y satisfecho.

-          Ay ay ay… dios es tremenda… qué maravilla de polla tienes muchacho.

Al fin escapó de mi interior, resoplando inquieta ante lo agradable del instante. Sentado en el sofá y conmigo arrodillada a su lado me dispuse a devorar el largo y poderoso falo. Pero no sin antes saborear su húmeda lengua junto a la mía, masturbándole lentamente por abajo entre los cortos besos y llenos de malicia que nos lanzábamos. A Pepe se le veía realmente ansioso por continuar. Bajándome hacia él comencé a chuparle y succionar el grueso capullo, abriendo la boquita lo que podía para así poder meterme todo aquello. Envolviéndolo con los labios y abriendo y cerrando la boca, los gemidos del chico se mezclaban con mis murmullos callados. Arriba y abajo, recorriéndola toda, saboreando lo largo del tallo que me llenaba la boca hasta el final. Mientras y con los dedos, le pajeaba buscando incrementar el placer de mi amante. Jugando con la lengua, haciendo resbalar el miembro por encima de la misma. Me entretuve jugando con el glande cubriéndolo de leves besitos que luego hice continuar a lo largo del tronco poderoso y firme. Me hice con los huevos y de ahí arriba en busca del inflamado glande con el que jugueteé golosa maltratándolo con suaves golpes de lengua.

Pepe gimoteaba abiertamente, era evidente lo mucho que le hacía sufrir. Se la comí sin descanso, llenándome la boca con el viril badajo, venoso, grueso y completamente erecto para mi placer. Con lentitud lo disfruté recorriéndolo en toda su tersura, centímetro a centímetro haciéndolo reposar entre los labios, envolviéndolo con mis babas que luego hacía esparcir con experiencia y saber hacer.

-          Cómemela Justa… chúpala, lámela… me encantaaaa.

Abría la boca lo más que podía aunque me costaba hacerme con el largo y grueso músculo. Tan desarrollado estaba. Escupí encima y volví a hacerlo nada más el muchacho me pidió que lo hiciera. Con eso me sentía más sucia y sé que a ellos les encanta que lo haga. La saqué un instante con un fuerte gruñido desvergonzado, enseñándole la lengua al cruzar la mirada con la suya perdida en el infinito. La lengua trabajándole incansable el glande que notaba palpitante bajo los labios. Y ahora tomándome un breve respiro al pasarle la lengua en círculos por encima lo que le hizo dar un respingo de puro gusto.

Una vez más adentro, no me cansaba de darle placer. A mi hombre y a su travieso amigo que no pedía más que caricias y roces sin control. Con la mano y la boca, las venas se marcaban escandalosas a lo largo de la fina y delicada piel. Acariciándole las bolas entre los dedos, bolas que se notaban duras y cargadas de líquido reparador. Oprimiéndome la boca con el recio músculo, musitando ruidos ahogados cada vez que me entraba, follándome el interior del carrillo y luego el interior del otro. Tanto me daba Pepe follándome con sus golpes secos y bruscos, que la boca no me daba ya más sintiéndola cansada por la dura tarea. Pero no quería abandonarle pese a todo, me gustaba demasiado el disfrutar de los jadeos entrecortados con los que el chico me acompañaba. La mano del joven rozándome la cabeza para acompañar la rápida y profunda mamada, la saqué para pajearla con devoción arriba y abajo y de nuevo adentro cerrando los ojos entregada al delirio.

-          ¡Menuda polla muchacho! Las jovencitas y las no tan jovencitas irán locas contigo. ¡Joder qué mango!

Sin dejarle incorporar me fui a por él. Con los brazos abiertos a los lados del sofá y la polla en ristre y reposando sobre el vientre, Pepe me esperó dejando que fuera yo la que diera el siguiente paso. Lanzándome hacia él, dejé que me besara para rápidamente echar la pierna al lado al tiempo que enganchaba el miembro con los dedos. Quedando de ese modo montada de espaldas a mi encantador compañero. Me sentí llena, juro que me sentí llena gracias al eje grueso y de buen tamaño con el que el muchacho me complacía. Pensándolo mejor, tal vez me había equivocado con Pepe pudiéndosele sacar algún que otro momento agradable más.

Empecé a botar como una potranca sobre el chico. A horcajadas y bien abierta encima de su polla, con los dedos empecé a pajearme masturbándome gustosamente la almeja y el diminuto botoncillo. En la posición en la que estábamos era yo misma la que me follaba pudiendo llevar el ritmo que más me convenía. Rápido o lento según quería disfrutar la calidez del momento. Pepe me agarraba de las caderas, rodeándome luego de la cintura mientras soportaba mi peso botándole sin respiro. Sollozaba herida, aullaba de placer con la mirada perdida y en blanco, gimoteando con los cabellos alborotados sobre el rostro. El muchacho con sus golpes me abría, dilatándome el coño por entero.

-          No pares… no pares… no paressss –supliqué repetidamente con el largo ariete clavándoseme hasta donde llegaba.

Respiré con fuerza tomando aire para acabar dejándome caer hasta notar el falo prominente desaparecer a mis ojos y como los huevos me golpeaban de manera furiosa haciéndome casi saltar. Me estaba matando de placer, nuevamente los ojos en blanco y aullando como una perra desbocada.

-          Más fuerte, em… puja con fuerza vamos… me matas, me mataassss de gustooooo.

Me corrí con la nueva entrada y sin que Pepe descansara en su empuje, lo que me hizo enganchar el orgasmo con un nuevo clímax largo y duradero el cual pareció no acabar nunca dejándome elevar por los aires bajo el poder del macho. Tan fuerte me daba que creía me iba a romper mi irritado coñito, el muchacho se encontraba ahora en el súmmum de la felicidad dándome y dándome entre gruñidos y bramidos lenguaraces.

-          Oh dios, sí sí muchacho, fóllame… fó… llame todaaaa.

La mano en el pecho y con la otra en el costado, me mantenía en vilo el chico de ese modo firme y sin permitirme escapar a su dominio. Y yo lo gozaba, moviéndome ahora lentamente sobre mi joven compañero de juegos, dándonos ambos algo de descanso. De pronto escapó de mí, cosa que solucioné con rapidez volviendo a llevarlo entre las paredes jugosas. Me encontraba tan cachonda que los fluidos me escapaban de entre los labios abiertos. Pepe me dio los dedos a chupar y lamer, metiéndolos mimosa en la boca, atrapándolos como si de su polla se tratara. Tan descontrolada estaba que me mordí los labios hasta hacerlos sangrar y beber así el rojizo elemento vital.

Los dos volvimos a movernos acompasados, enterrándose el chico de forma profunda y botando yo arriba y abajo al tiempo que con los dedos me acariciaba el vello del pubis y toda la zona próxima. La ardua cadencia que el brusco golpeteo masculino producía, hacía resonar las pieles que el vientre y el redondo trasero provocaban. Los gritos desiguales llenaban la habitación, un nuevo orgasmo me visitaba bajo mis dedos y el pene incansable. Se lo hice saber pidiéndole que me acompañara, deseaba sentir el calor masculino y todo el abundante manantial que seguro guardaba.

-          Sí sí… oh oh sí me corro… me corro otra vez muchacho… ummmm…

-          ¡Córrete Pepe… có… rrete cariño… dámelo todo, dámelo síííííííí!

Adelante y atrás, dos, tres veces más y las fuerzas abandonaron finalmente al vigoroso chiquito que tan agotador rato me había hecho vivir. Saliendo de mi interior, se vino contra mí empezando a escupir lefa viscosa y espesa con la que llenarme los pechos y la cara. Por los aires y descontrolados, varios fueron los trallazos con los que complació mis gestos lascivos y de desenfrenada concupiscencia. La barbilla y encima del labio, a todo lo largo de la nariz y hasta la frente y el cabello enmarañado. El resto de la copiosa corrida me goteó entre los pechos y el cuello, esparciéndola gimoteando entregada antes de saborear parte de ella chupando los dedos de manera maliciosa. ¡Ummmm, me encantaba el sabor amargo y salado de su joven semen!

Abrazados y cansados, acabamos ambos en el suelo besándonos entrecortados, dándonos viciosos las lenguas mientras con las manos nos recorríamos los cuerpos sudorosos por el esfuerzo. Tímidos piquillos de enamorados mezclados a continuación con los besos apasionados y llenos de sensualidad que cualquier pareja de nuevos amantes puede dedicarse. Le di la lengua y él la atrapó en un beso largo y profundo con el que dejarme sin respiración. Luego fueron el cuello y la oreja quienes recibieron sus atenciones en forma de grueso chupetón y aliento cálido. Vibré toda yo sintiéndome plena y feliz.

-          ¿Me dará el culo otro día señora Justa? –le escuché preguntar con sonrisa aviesa.

-          Ummm ya veremos y por favor no vuelvas a llamarme señora, ya te lo dije –respondí separándome y echándome a un lado al abandonar tan agradable compañía.

Pepe se vistió con rapidez dejándome allí tirada como un guiñapo. Tumbada en el sofá saboreando aún el calor de sus jugos, escuché la puerta cerrarse tras él al quedar sola en la casa con el cuerpo baldado y aquel recuerdo delicioso entre los labios…

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