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Nuestra tía

en Sexo con maduras

Gloria

Después de nuestro intenso encuentro con Teresa, la relación íntima con mi marido había mejorado aún más. Me buscaba por cada rincón de la casa, y apenas le importaba si Pedrito estaba o no en nuestro hogar. Yo disfrutaba mucho sintiéndome tan deseada y siendo cada vez más perra con él. Nunca habíamos tenido un sexo digamos… clásico, pero empezamos a explorar nuevas formas y lugares que nos ponían enormemente a los dos.

En esa época me bajó por primera vez las bragas en los servicios públicos de un centro comercial, y acabando casi en el suelo. Por entonces también introdujimos en nuestros juegos a un desconocido. Que Juan me viese con otro hombre era crucial para mi plan familiar.

En esos días la tía de mi marido, una señora que rondaba la sesentena, nos invitó a que pasaramos un par de días en su casa. Me mostré muy entusiasmada, tanto, que mi esposo no tuvo excusa para negarse. Yo tenía un interés muy morboso en ella. Parecía algo más joven de lo que era en realidad y su melena larga y negra (evidentemente teñida) le sentaba muy bien. Me atraía de ella el escote generoso que solía lucir, pues tenía unos pechos enormes y no se cortaba a la hora de vestirse. También me fascinaba cierto tic en la lengua que le hacía pasarla de lado a lado de la boca cada dos por tres, haciendo a la larga que sus interlocutores quedasen ensimismados esperando a ver cómo el húmedo músculo recorría sus brillantes labios. Tenía una voz grave, profunda, y miraba siempre a los ojos, haciendo más perturbador aún el reclamo visual de su escote y su lengua al aire. Porque, así lo había observado, su presencia nos fascinaba por igual a ellos y a nosotras.

El día que fuimos a visitarla, ya en su casa, Charo me enseñó unos trabajos de artesanía que estaba haciendo. Los tenía en varios libros, y sentadas en un diván íbamos pasando hoja tras hoja. Mi marido se mostró muy educado hasta que no aguantó más y se fue a dar un paseo por la ciudad, dejándonos a solas. Mientras ella hablaba y pasaba páginas, me fijé en su escote. Cada vez que movía los brazos, las enormes masas se movían dentro de él, manteniendo el canalillo suavemente apretado. Podía meter mi mano allí y aún quedaba mucho más pecho tapado. Calibré mentalmente el tamaño de sus pechos, y en ese momento me pareció que cada uno era tan grande como mi cabeza, pero quizás se me desbordó la imaginación.

— ¿Te puedo hacer una pregunta?

— Claro, mujer —se pasó la lengua y sentí cosquillas en mi garganta.

— Has tenido que ser muy guapa cuando eras más joven —se echó el pelo hacia atrás y se sonrojó—. Quiero decir que ahora eres muy atractiva, pero en tu plenitud has tenido que tener muchos novios.

— Me quedé viuda muy joven, y con dos niños no he tenido una vida muy romántica.

— No me refiero a eso —otra vez la lengua—. ¿Antes de casarte tuviste otros novios?

Se quedó callada, pues quizás fui muy agresiva con mi tercer grado. Cerró el libro de manualidades y se giró hacia mí, haciendo el que su escote también apuntase en mi dirección. No pude evitar mirarlo, y me llevé la mano que tenía en el respaldo del diván a la nuca, acariciándomela. Con parsimonia le miré a los ojos.

— Sí, claro que tuve novios —hizo una gran pausa mientras se miraba las rodillas—. Pero hace mucho tiempo que no hablo de eso.

Rebuscó en un pequeño álbum que estaba junto a nosotras y me enseñó una foto suya en blanco y negro. Tenía un tipazo, y unos pechos que ya eran grandes. Detrás de ella había una pareja y el hombre aparentemente le estaba mirando el culo.

— Tuviste que volverlos locos —dije con un dedo señalando sus caderas—. Entonces no era como ahora, con tantas libertades…

— Bueno, cada uno hace lo que puede, entonces y ahora. Claro, yo ahora ya no… pero cuando yo he podido, he hecho lo que me ha dado la gana —me gustaba esta mujer.

— Entonces el sexo… —volvió a sonrojarse, pero mantuvo la mirada seria sobre mí, pues no era de sonrisa fácil. Pasó la lengua otra vez y me llevé otra vez la mano a la nuca. Quería ponerla cachonda yo a ella, no al revés. ¿Estaría jugando conmigo?

— Claro. No es fácil hablar del tema, pero contigo es distinto —ahora la lengua pasó al otro lado, desapareciendo, y me quedé mirando la boca esperando que volviese a aparecer. Creo que ella me tenía donde quería—. Hubo otros hombres antes de mi Antonio. Yo empecé joven, con 16, pues tenía un noviete algo mayor que yo. Lo hacíamos en la escalera de mi casa, hasta que nos pillaron y se acabó todo. Pero a mí me había gustado aquello —al fin empezó a sonreír. Pareció que iba a decirme algo pero hizo una pausa—. Después tuve otros, además de jóvenes también algunos maduros o casados. Era complicado entonces, pues la reputación se podía perder muy fácilmente.

— Tuviste una buena experiencia prematrimonial.

— Sí… —colocó una mano sobre su escote, de forma casual. Pero a mí no se me escapaba que Charo era una seductora nata. Lo que no sabía era hasta dónde estaba dispuesta a llegar.

— ¿Qué significa ese sí? —aquí había algo más.

— Bueno, que seguí con mis citas hasta poco antes de la boda —la mano que no tenía en mi nuca, la puse sobre mi rodilla—. Antonio era fantástico, pero el sexo con otros hombres… —ya me había puesto cachonda la muy jodida— Eso, que me gustaba.

— ¿Y después de casarte?

No contestó, se limitó a mirarme y a mover ligeramente la mano sobre su pecho. ¿Me estaba vacilando?

— ¿También? —la miraba asombrada.

— Esto no puede salir de aquí, cariño.

— Me parece genial, Charo. Tú te lo llevas —moví la falda y mostré un poco de mis muslos. Ella mantuvo su mirada en mis ojos. Si estaba jugando, era una experta.

— Cuando enviudé mantuve un duelo real, quería mucho a mi Antonio. Al cabo del tiempo volví a mis andadas. Pero claro, conforme pasa el tiempo se hace más complicado atraer a los hombres. Al menos a los que merece la pena meter en tu cama.

— ¿Cómo hacías para…?

— Usaba los clasificados de los periódicos, pero ahí veías de todo. Más de una vez me he llevado un buen susto. También me hice de un par de alcahuetas que hicieron todo más fácil —me tenía ensimismada, pero moví la pierna para dejar más muslo a la vista.

— ¡Entonces te gustaba mucho el sexo!

— ¡Y me gusta, guapa! —nos reímos.

— A mí también me gusta mucho follar —fui conscientemente soez, pero su mirada no cambió, no se perturbó, decididamente era una gran jugadora de póker—. Antes, cuando dijiste que os pillaron en la escalera con tu primer novio, ¿qué pasó exactamente?

— Mmm… nos descubrió una vecina. Echó al pobre a escobazos y a mí me tiró de los pelos, pero no le dijo nada a mis padres…

— ¿Y…?

— Esto no lo he contado nunca. A los pocos días, volví de la compra a mi casa y ella estaba barriendo su rellano. Me hizo pasar. Entré porque la pillada me había dado mucha vergüenza y quería pedirle perdón, cosa que hice. Me dijo que no me preocupara, que eran las calores de la juventud, y me puso una mano en la mejilla para tranquilizarme. Pero sentí algo muy especial. Cogí su muñeca y besé la palma de su mano. Esperaba una buena cachetada, pero dejó que le diese otro beso, y otro… hasta que nos besamos en la boca. Créete que fue el primer beso con lengua que me dieron.

— Qué bonito ¿no? —mis braguitas estaban mojadas y apenas me salía la voz. Charo era una artista.

— Me enseñó muchas cosas.

— Muchas cosas… —repetí.

Nos quedamos mirandonos en silencio. Me levanté del diván y me volví a sentar, con el cuerpo hacia ella y la falda de forma que mi culo tocaba la tapicería. Mis piernas, de lado, quedaron muy expuestas a su vista. Esta vez las miró unos segundos.

— Me preguntaba si no te importaría… tienes un busto muy generoso, Charo, y me preguntaba si… ya se que no están tan firmes como en la foto, pero…

— ¿Quieres verlas? —sin dar importancia a nuestras palabras, de desabrochó la camisola, completamente, mostrando un enorme sujetador de encaje que guardaba sus senos y una barriga redonda, con algunos pliegues. Se quitó la camisa y se desprendió del sujetador. Me pareció alucinante ver cómo la gravedad y el tiempo mantenían una relativa firmeza de sus pechos. La naturaleza le había sido propicia a la mujer, pues con ese volumen y a su edad, lo normal es que le llegaran a la ingle. Las sostuvo con ambas manos—. No están mal, verdad.

— ¿Puedo?

— Claro.

Soltó sus pechos y dejó que mis dedos los recorriesen. Me acordé de mi amiga tetona de juventud, de nuestros juegos, y busqué los pezones. Tiré de ellos y, joder, los pechos eran más firmes que los de mi joven amiga. Charo me miraba imperturbable, fijamente, pero los colores en la cara la delataban. Pasó la lengua de un lado a otro. Cuando la tuvo en la comisura de los labios grité.

— ¡Párate!¡No muevas la lengua!

Me acerqué a ella y pasé la mía por la punta de la suya, luego recorrí sus labios cerrados hasta que introduje mi lengua en un largo beso.

— Cuando pones la lengua así parece un chocho.

Se volvió a pasar la lengua muy lentamente. Le cogí de los pezones y la sobé como pude. Nos mirábamos y ella no hizo ningún ademán de tocarme. Pero gemía profundamente. Quería meter mi lengua otra vez en su boca.

— ¿Sabes que Juan se hizo su primera paja pensando en ti? —se puso algo incómoda, pero no apartó mis manos—. Tendría unos 15, y por lo que veo, tú eras una hembra de bandera. Por la casa más de una vez irías algo más descocada. No solos tus pechos, es que sigues teniendo unas piernas preciosas, al menos tus rodillas lo son.

— ¿El te cuenta esas cosas?

— Yo le pregunto y él me contesta.

— Eres muy morbosa, Gloria —su mano cogió su pecho, muy cerca de donde estaba la mía—. No sé cómo tomarme eso. Prácticamente lo crié yo, su madre apenas estaba en casa. Más de una vez Juanito se equivocaba y me decía mamá. Eso de la masturbación…

— Cosas de hormonas, no tiene importancia, Charo. Eras la mujer que veía más a menudo, y eras un arquetipo sexual de primer orden para cualquier hombre —ahora su mano dirigía la mía en el sobeteo—. Para él solo eras una fantasía, después vinieron muchas más.

Nos volvimos a besar. Esta vez su lengua se metió en mi boca. Era enorme y casi me ahoga. Empezó a moverla de arriba abajo y quise tenerla dentro de mi vagina haciendo lo mismo. La chupé, sorbiéndola en mi boca, y dejó de moverla. Empezé a chuparla como si fuese una polla erecta. Levantó mi falda, dejando mis braguitas a la vista, y subió las manos a mis pechos. Se tiró sobre mí y no besamos, con su mano en mi culo. Aparté su cara de mi.

— Quiero que Juan te folle —no respondió—. Esta noche.

Se separó y se sentó.

— Pero Juanito… ¡qué cosas tienes, Gloria! ¿o es cosa de Juan? —se estaba volviendo a incomodar y tuve que reconducirla a lo que en realidad importaba.

— Es cosa mía, Juan no sabe nada —le cogí las manos—. Digamos que de un tiempo a esta parte estoy explorando con él ciertas cosas que él usaba para sus… autosatisfacciones… íntimas.

— Quieres decir en sus…

— En sus pajas —me miró como si no comprendiera—. Te pongo un ejemplo. A veces mientras se masturbaba había imaginado que me follaba otro hombre. Cosas así.

Charo mantuvo un prudencial silencio mientras digería lo que oía.

— Quieres decir que tú te has… tirado a otro hombre y Juan lo ha consentido…

— Y tanto, estaba delante mía, viéndome gozar.

— Mmm, Gloria, no tengo nada en contra, pero usarme a mí en vuestros juegos, no sé. Soy su tía, está conmigo desde que nació… ni siquiera creo creo que él esté de acuerdo, a pesar de haberse… masturbado conmigo cuando era un muchacho… creo que estás llevando vuestros juegos demasiado lejos.

— Ya hemos tenido una experiencia parecida. Con alguien muy cercano —se me quedó mirando, tuve que contárselo—. Teresa.

— ¿Tu… tu Teresa? —tenía los ojos como platos.

— Fue todo muy raro, sin premeditación —casi mentí en eso—. Quise ponerle a cien usándola como cebo, pero ella nos descubrió y aquello se nos fue de las manos. Fue tan extraño y tan excitante… —quería ver cómo reaccionaba Charo.

— Teresa es muy guapa —me gustó su forma de ver el asunto y respiré aliviada.

— Y muy apasionada en la cama…

— Pero no entiendo cómo ella pudo prestarse a eso. Vosotros estáis en una espiral que vaya tela, pero… ¿ella?

— Supongo que ella también tenía ciertas fantasías íntimas.

Charo volvió a jugar con su lengua, mientras se pasaba los dedos por los pechos mirándome fijamente, se me hizo el chocho agua viendo cómo desafiaba mi deseo. Me levanté y me puse tras ella. Me recliné de forma que mi cara estaba junto a la suya. Llevé una mano a uno de sus pechos y con la otra me metí unos dedos en el chocho. Empapados, los llevé a su boca, y los chupó con ganas.

— Estoy deseando ver la polla de Juan en tu boca —solté su pecho y eché su cabeza hacia atrás, agarrándola del pelo—. ¿Lo harás por mí? —afirmó con la cabeza—. Has comido muchas pollas, ¿verdad? —con mis dedos en su boca, volvió a afirmar— ¿te tragas el semen? —gimió— yo también, y se me moja mucho el chocho cada vez que me como un buen rabo —volvió a afirmar, y su mano impedía que la mía sacase los dedos de su boca— ¿follarás con él? ¿los tres juntos?

— Sí, pero lo conozco y no creo que él esté dispuesto ¿pero cómo haremos para que él quiera?

— Estará encantado, créeme. Eso sí, tienes que ser una buena… puta. Perdona que lo diga así, pero no hay otra palabra mejor. Me gusta hacer las cosas a mi manera, y creo que estarás a la altura.

Buscó mi mano y volvió a chupar los dedos.

— A la putita le gustaría saborearte otra vez.

— La puta esperará a esta noche y entonces meterá su lengua en mi coño.

Quise ver qué clase de mujer tenía entre manos y le tiré de los pezones hacia mí, apretando fuerte. Lo único que conseguí fue oír un gemido de placer. Esa noche lo pasaríamos bien.

Más tarde, cuando terminamos de cenar, nos tomamos un digestivo en el salón. Charo y yo estábamos sentadas en el sofá y Juan en un sillón muy pegado a mi lado. De vez en cuando me inclinaba hacia delante y apoyaba mi mano en su rodilla, a veces subía un poco al muslo. Juan se ponía rígido y Charo, tahúr, hacía como si no nos viese.

— ¡Me encantan tus escotes! —le solté a Charo ante el asombro de Juan.

— ¡Muchas gracias!

Habíamos convenido usar nuestra reunión anterior como ensayo general. Iríamos al grano, sin darle a Juan ninguna posibilidad de reacción.

— Tienes mucho busto, pero sabes llevarlo muy bien.

— Es una lucha continua porque el peso tiende a producir chepa. Desde los 16 que ando muy tiesa, fue el mejor consejo que me dio mi abuela. Y oye, que creo que para mi edad, no están mal.

— ¿Las puedo ver? —moví la mano que estaba sobre el muslo de mi marido un poco más arriba—. Juan, a ti no te importa, ¿no? —Juan arqueó las cejas.

— ¡Claro que no! —dijo Charo.

Juan no tenía tiempo de intervenir, todo iba muy rápido, pues su tía se desnudó lentamente de cintura para arriba y se acercó a mí, colocando los pechos casi en mi cara. Juan no se esperaba la función que le había preparado, pero en ese momento ya tenía que saber la encerrona en la que estaba.

— Tócalos, no me importa —dijo mientras los sostenía en sus manos.

Se los cogí, los sobé, los alabé, la felicité. Con una mano sosteniendo una de sus inmensas tetas, la otra la llevé otra vez a la pierna de Juan, que dio un respingo.

— ¡Son enormes! ¡Anda, tócalas!

Charo cogió el otro pecho y se giró hacia él. Juan lo tocó tímidamente. Pasé la palma de la mano sobre el pezón y lo acaricié sintiendo cosquillas. La tetilla se puso bien gorda. Cogí la mano de Juan y llevé sus dedos al pezón de su tía.

— ¡Mira qué gordo!

Charo cogió la mano de Juan, para que mantuviese sus dedos entrelazados a su tetilla. Yo cogí la otra y empecé a pellizcarla ostentosamente. Juan me siguió.

— Me las puedes chupar —me dijo Charo, acercándose más aún.

Lo hice inmediatamente, primero me llevé la corona a los labios y chupé un poco. Luego pasé la lengua muy rápidamente para deleite de Juan y su tía. Me metí todo lo que pude en la boca, sabiendo que era una mínima parte de lo que podía besar. Mi lengua trabajaba sepultada en su pecho. Llevé la mano hacia la polla de Juan, que estaba muy dura dentro del pantalón, para empezar a masturbarlo. Me acordé de esa tarde y de que a Charo le gustaban las emociones fuertes, y mordí su pezón hasta que oí su gemido. Se apartó y me metió el otro entre los dientes. Estaba algo blando, pues los pellizcos de Juan habían sido timoratos. Empecé a morderlo con suavidad y a chuparlo, aumentando la intensidad hasta que los noté duros. Volvió a gemir.

— Juan, enséñanos tu rabo —había esperado a que estuviese bien dura para que le enseñara la verga a Charo, de esa forma él se sentiría más seguro.

Juan se puso de pie y se bajó los pantalones. Le hice un gesto y se desnudó completamente. Charo, después de mirar detenidamente la polla, me miró, comprendiendo lo que significaba hacer las cosas a mi manera, pues sabía que si fuese por Juan éste ya se hubiese abalanzado sobre sus pechos hacía un rato. Mirándome, le cogió la verga y empezó a masturbarlo.

— Tenías esto muy bien escondido cuando vivías en casa… me hubiera gustado haberlo visto antes —Lo que yo me había dicho, era una jugadora nata—. Con lo sola que estaba tu tía, y lo que le gusta vaciar estas pollas cuando están tan gordas.

Era una artista. Me acerqué a ella y la besé. Añoraba esa lengua en mi boca. Puse mi mano sobre la de ella, la que estaba masturbando a Juan, y fui acercando el capullo a nuestras bocas. Lo chupé un poco y Charo se quedó expectante. Lo metí en su boca y miré la cara de satisfacción de Juan. Me miró y me acarició la nuca, más que con pasión, con mucho amor, muy agradecido, y le sonreí, satisfecha.

Charo hacía bastante ruido chupando. Movía mucho la cabeza y cuando paraba se entretenía con el glande. No podía imaginarme lo que su lengua hacía ahí dentro. Saqué la polla y besé a la mujer. Tragué su lengua, y volví a chuparla como si fuese una verga. Juan pudo ver lo grande que era esa lengua y lo que yo deseaba tenerla en mí. También nos quedó claro que Charo se prestaba a hacer cualquier cosa que se le pidiera.

Me puse de pie y me desnudé. Cuando volví a ellos, Charo tenía toda la polla de Juan dentro de la boca, en una profundidad solo apta para buenas gargantas entrenadas. Sacó parcialmente la verga con la cara muy colorada, pero animada a seguir. Puse una pierna sobre el sofá y aparté la polla de la boca para poder llevar esa lengua descomunal a mi vulva. Empezó a lamerme rápidamente, haciendo el mismo ruido que cuando tenía el rabo en la boca. Me hizo gemir. Pasaba rápidamente la punta de la lengua de mi vagina a mi clítoris, en movimientos vertiginosos, haciéndome temblar la pierna que sostenía mi peso. Me agarré al rabo de Juan y busqué su boca. Mientras lo besaba, uno de los dedos de Charo se fue introduciendo en mi culo, haciendo que masturbara a Juan salvajemente. Charo se puso de pie, chupándose el dedo sodomita y también se desnudó. Me cogió de la mano y fuimos a su dormitorio. Se puso bocarriba en la cama y abrió las piernas. Se abrió los labios menores con los dedos y me hizo un gesto con los dedos para que le cogiera la mano. Lo hice y me acercó a ella, llevando mi boca a su sexo. Al contrario que sus pechos, el coño de Charo reflejaba la edad que tenía. Tenía los pliegues muy elásticos, y algo amorfos. Pasé la lengua por su clítoris, y ella lo acompañó con un suspiro. Luego, ayudándome con los dedos, abrí sus labios pellizcando sus pliegues, de esa forma pude ver su vagina semi abierta. Tras lamerla brevemente, llevé el anular hacia dentro y empecé a masajearla internamente mientras lamía su clítoris. Sentí el rabo de mi marido abriéndose paso por mi chocho. Estaba a cuatro patas ofreciéndole mi trasero, así que no me sorprendió. Mientras me follaba dejé de chupar la pipa de su tía, pero mantuve el índice y el anular dentro de ella, a un ritmo mayor que el que me estaba dando Juan. Ella sustituyó mi lengua por sus dedos en un frotamiento muy rápido de su pipa.

Juan hizo que me corriese, y como se dio cuenta, acercó su boca para besarme. Aproveché y le dije que se la chupara su tía. Sacó bien pronto la polla de mi chocho y la metió en la boca de ella, que tragó con ganas. Yo seguía con mis dedos dentro de ella. Pronto cambiamos nuestra posición, metiendo la verga en su vagina y mis dedos en su boca. Charo tenía una elasticidad enorme, pues abrió las piernas completamente y las subió. Después se puso a cuatro patas, hasta que Juan amenazó con eyacular. Sin dilación, se metió el rabo en la boca, hasta el fondo, esperando la corrida. Le hizo una felación memorable y se tragó todo, besándome después para que comprobara su limpieza.

Entonces empezó su auténtico turno. Abrió un cajón del armario y sacó un arnés con una buena polla de silicona. Pasó vaselina por ella y se ajustó la correa. Se puso sobre mí, yo estaba echada en la cama, y empezó a follarme. Mi experiencia con mujeres era muy limitada, y nunca me habían hecho eso. Me puse a cien y, ayudada por mi masaje clitoriano, no tardé en correrme. Una vez que acabé, me dio la vuelta y, poniendo un poco más de vaselina, me la metió por el culo. No me lo podía creer. Esa señora era una máquina del amor. Intentaba mirar a Juan, pero los ojos se me ponían en blanco y en el fondo de mi consciencia me oía jadear, muy fuerte, a lo lejos. Me corrí, me corrí mucho, un líquido transparente me caía del coño a las rodillas, jamás me había pasado eso. Charo paró y me puse, agotada, boca arriba. Los tres probamos mis jugos, ellos lamiendo mis piernas, y yo mis dedos, que pasaba antes por el interior del chocho.

Charo fue bajando la boca hasta que metió la lengua dentro de él. Esa mujer era incansable. Hacía con ella maravillas dentro de mí. Se apartó y volvió a la vaselina, que se puso en los dedos. Vi como se los llevó hacia atrás mientras seguía con la lengua en mi vagina. Mi marido estaba detrás de ella y estaba colorado como un tomate. Yo dejé que me trabajara bien, pero acabé levantándome para mirar, presa de la curiosidad. Charo tenía metido en el culo todos sus dedos, hasta los nudillos, e intentaba meter más. Decidí ayudarla. Me unté y me abrí paso. Su ano apretaba mi mano, pero ésta pudo entrar hasta la muñeca. Ahora sentía la presión que el esfínter producía en ella. Giré un poco el brazo y pude sacarlo. Repetí la operación varias veces y ella empezó a gemir fuerte. Miré a Juan, que estaba otra vez empalmado. Charo consiguió cogerme la otra mano y lamió mis dedos, en una invitación muy clara. Pronto fueron mis dos manos las que recorrían su culo, más allá de mis muñecas. Metía y sacaba los brazos, algunas veces juntos, otras alternándolos, sin sacarlos del todo. Ella se masturbaba frenética, hasta que se corrió.

A pesar de lo salida que estaba, no tuve más remedio que lavarme las manos en cuanto acabó. Al volver. Juan tenía el rabo otra vez en la boca de la mujer, pero en cuanto me vio Charo se vino hacia mí y me tiró en la cama. Se puso vaselina en la mano y me fue introduciendo varios dedos en la vagina. Juan se vino a mí y empecé a chuparle la verga. Charo movía la palma de la mano girándola, amasando mis paredes. A pesar de mi excitación, no quería que me hiciera lo que le había hecho yo, pues me daba algo de miedo. Como veía el pulgar asomando por mi rajita, me dejé hacer. Chupaba y lamía la polla de mi marido en sintonía con la mano de Charo, pero pronto perdí el compás. Sentí la eyaculación de Juan en la boca, pero estaba otra vez gozando en una órbita desconocida, sintiendo los nudillos de la vieja en mi vagina. Me corrí en un grito sonoro.

Al día siguiente volvimos a casa. Al despedirnos, Charo me regaló el arnés con la verga, por si lo necesitaba alguna vez. Por el camino, comentando cómo me había sentido en el último orgasmo, le confesé a Juan que temí por si a su tía le hubiera dado por meter las dos manos en mi vagina.

— Me excitó mucho hacérselo, pero jamás permitiría que me lo hiciesen a mí.

— Pues te lo pasaste muy bien.

— Sí, pero haciéndoselo. Me da un respingo nada más de pensar haciendomelo. ¡Puag!

— No, no. Quiero decir que te lo pasaste muy bien. Que te metió las dos manos bien dentro. Ni te diste cuenta ¿no? Estabas como una perra en celo.

“Como una perra en celo”, pensé, mientras mis braguitas se humedecían.