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Nosotros cuatro

en Intercambios

En las frías noches de invierno a mi pareja y a mí nos gustaba retozar al calor de la estufa. El color rojizo que iluminaba la habitación, y el tener que movernos alrededor de su calidez, creaban el ambiente perfecto para que nos dejáramos llevar por nuestros juegos. Ese día, tras un par de copas de champagne, comenzamos uno que me gustaba especialmente.

Llevaba un vestido de seda blanco que a él le ponía mucho, pues se ceñía a la cintura, era muy escotado y la falda subía más allá de las rodillas y se levantaba ligeramente por atrás. Debajo de él, llevaba un tanguita también blanco, con unas medias de malla del mismo color, sujetas por un liguero. Me excitaba mucho el contacto de esas mallas en mi piel,  pues cuando me las ponía me hacía sentir como la puta de un burdel esperando a un cliente anónimo. Unos zapatos de tacón blanco y una venda en los ojos coronaban el atuendo.

Estaba de pie, sin ver nada, esperando a sus movimientos. Durante un tiempo, que me pareció una eternidad, solo oía un pequeño roce de ropa lejano, hasta que pude notar su aliento cerca de mis pechos. Alzó ligeramente, y muy brevemente, la falda por atrás, sólo para mirar cómo quedaba mi trasero entre las ligas y las mallas. Pronto se puso ante mí, y acercó sus labios a los míos. Noté el frescor del champagne y su dulzura, él también notaría lo mismo en mi boca. Sus besos apenas rozaban mi piel, dándomelos de forma intermitente, de manera que no sabía cuándo me tocaría de nuevo. Oí cómo se agachó, otra vez sentí su aliento, esta vez delante de mis muslos, pero para mi desesperación y alivio no me subió la falda.

Se volvió a levantar y empezó a besarme el cuello, por atrás, haciéndome gemir. Sus labios iban de un lado a otro de mi cabeza, noté su lengua recorrer parte de la nuca, de abajo arriba, luego otro beso. Al fin sus manos se posaron en mis costillas, cerca del pecho, y bajaron a la cintura. Ya me tenía con las braguitas mojadas, pero fui buena y me mantuve quieta. Se desplazó hacia delante, sin soltarme la cintura, y siguió besándome el cuello, bajó para darme un mordisquito a la clavícula, y llegó al pecho, llevando su lengua al inicio de mi escote mientras sus manos fueron hacia atrás, agarrando fuerte mis nalgas. Abrí un poco las piernas, muy poco, por si él deseaba llevar su mano entre mis muslos. Mientras, sus besos cubrían cada centímetro de mi piel, recorriendo mis senos, y abrió el vestido por delante para seguir besándolos. Sentí mis pechos al aire y cómo entró un pezón en su boca, que chupó y lamió hasta endurecerlo. Lo soltó y tras otra pequeña eternidad, el otro recibió el mismo masaje. Era como si unos hilos invisibles tirasen de mis pezones y me mordí el labio para no gemir de placer.

Me excité al pensar cómo estaba en ese momento para él, cómo me vería, con los tacones realzando unas piernas algo abiertas que estiraban y subían la tela de la falda, la malla de puta, los pechos al aire, los pezones endurecidos... y mi boca deseando probar carne de macho. Una de las manos que tenían agarrado mi culo subió y me apretó uno de los pechos mientras lo besaba y mordía. La otra mano subió la falda y pudo tocar al fin la piel de mi trasero, que había quedado al aire. No aguanté más y tantee hasta llegar a su paquete, encontrando lo que quería encontrar: una buena polla dura. Le empecé a masajear el aparato por encima del pantalón. El seguía chupándome los pechos, pero la mano que estaba en mi trasero se deslizó hacia el chocho, introduciendo los dedos debajo del hilo del tanga, tocando mi vulva y mojando las yemas, que casi entraron solas en mi vagina. Ahí tuve que gemir y me quité la venda. Me agaché y le desabroché el pantalón, llevándome su gran verga a la boca.

Tenía el glande muy mojado, pues llevaba tiempo conteniendo la excitación. Llevé el rabo hacia arriba, pegando el capullo a su barriga con mis dedos. Pasé la lengua desde el escroto hacia ellos. Volví a los testículos, lamiéndolos y chupándolos, haciendo que doblara las piernas. Otra vez la lengua hacia arriba. Haciendo ventosa con mis labios, dejé caer el glande hacia dentro de mi boca, succionando, hasta que tocó el fondo de mi paladar. Moví la cabeza de esa manera, metiendo y sacando el falo mientras mis dedos iban abriendo mi rajita, preparándola para recibir su añorada verga. Sonó el timbre de la portería. Tenía que ser una broma. Pero sonó otra vez y nos miramos, dándonos cuenta de un pequeño error de cálculo. Contesté y era mi amiga, con su pareja. Habíamos cambiado tantas veces la invitación para que vinieran a cenar, demasiadas en los últimos días, que al final se nos pasó la cita. Fue un apuro. Mientras subían, nos volvimos a vestir, recogimos las velas, el champagne e intentamos que todo pareciese lo más normal posible.

Cuando llegaron nos reímos por la situación, aunque sólo les contamos la parte en que se nos olvidó la cena. Pedimos unas pizzas y abrimos una botella de vino. La falda del vestido se me subía bastante al estar sentada, y mi pareja no paraba de pasar su mano por las medias. Caí entonces en lo poco apropiadas que eran para ese momento y miré de soslayo al novio de mi amiga, que parecía absorto en una interminable conversación sobre el tenis. Luego miré a mi amiga y noté que me miraba de forma especial, algo picarona. Estaba segura que ella sí se había dado cuenta desde el principio que habíamos estado haciendo el amor, y ahora me se estaba mofando silenciosamente. Miré a mi esposo y me sorprendió viendo cómo miraba fijamente los labios de mi amiga, pero en vez de molestarme, me puso muy cachonda ver lo bravo que seguía. Y he de reconocer que mi amiga es muy guapa, no lo puedo negar. Le cogí la mano a mi chico y la subí por mi falda, todo ello debajo de la mesa, ajenos a la mirada de los invitados.

Llegados a los postres, estiré un poco las piernas, dándole una pequeña patada a mi amiga, que dio un respingo. Nos reímos y le pedí perdón, volviendo a recoger los míos. Al momento, su pie descalzo lo tenía rozando mi tobillo, y luego su otro pie terminó de rodearlo, bajo su mirada picarona, y yo le sonreí amablemente. Cuando llegaron los postres, y mientras ellos estaban con el dichoso tenis y la televisión puesta con un partido, vi cómo nuestra invitada relamía la cuchara del postre, pasando la lengua de una forma muy poco recatada, mirándome. El vino había hecho estragos en nosotras. Algo mareada, tomé la cuchara de su mano, cogí un poco del postre de mi esposo, y me lo llevé a la boca, dejando la cucharilla tan limpia como ella la había dejado. Las chicas decidimos recoger la mesa mientras ellos se tomaban un combinado, y decidimos quedarnoss en la cocina, hablando con unas copas de vino.

—No quiero ser indiscreta, ¿pero te sueles poner esas mallas para vestirte? te lo digo porque parece que son para ocasiones más especiales —dijo con toda la maldad.

Me subí la falda un poco, para que viese los ligueros también, y le expliqué lo que habíamos estado haciendo antes de que llegaran. Le hablé de la venda, de los besos, de lo que tenía en la boca en el momento que llamaron al telefonillo. Entre risas, le dije que estaba deseando poder terminar lo que se había interrumpido de esa manera tan accidental.

—¡Pues no pinta nada mal lo que cuentas! ¿Y si me uno a la fiesta? —dijo bromeando.

El alcohol y la excitación acumulada en la cena hizo que no me lo pensara y que la besara en los labios. Se puso seria y me devolvió el beso, a lo que siguió otro con lengua. Ella estaba apoyada en la mesa de la cocina y la cogí de la cintura, entrelazando nuestras piernas, besándonos con ganas. Me encendió mucho saborear su lengua, el vino, el no poder respirar. Llevé sus manos a mis pechos, para que viese que no llevaba sujetador, aunque supuse que ella se habría dado cuenta de eso por mis pezones, que permanecieron duros mucho tiempo, de hecho fue a por ellos para pellizcarmelos. Bajé la mano por su falda y llegué al tanga, que hice a un lado para ver lo mojada que estaba. Pude tocar su clítoris tieso, duro, preparado para ser masturbado.

Pero ella empezó a desabrocharme el vestido, descubriendo los pechos, y yo terminé por abrirlo entero. Se puso como loca y metió la mano por dentro de mis braguitas, buscando directamente mi vagina, e introdujo el medio y el corazón. Me estuvo penetrando con rapidez, haciendo un ruido de chapoteo que podía delatarnos, a la vez que chupaba mis pechos. Yo intentaba mantener el silencio, gimiendo apenas, oyendo la televisión a lo lejos. El riesgo de ser pilladas nos excitaba aún más. Me iba a venir, y para ahogar el grito, me llevé su boca a la mía mientras agarraba su culo clavándole las uñas. Me corrí en sus dedos mientras su boca me chupaba la lengua.

Cuando acabé de correrme, se agachó, y sin sacar los dedos me besó la vulva. Pasó la lengua por el clítoris, y la introdujo lo que pudo en mi rajita. Me acababa de venir, pero su lengua hizo que el orgasmo no acabara de desaparecer, haciéndome convulsionar mientras me mordía otra vez el labio para no gritar. No quise mirar hacia la puerta porque estaba segura de que uno de nuestros chicos estaba mirando, pero como éste no intervenía, me lancé a por mi amiga.

Le quité la camista y el sujetador, chupándole los pequeños pechos. Mientras le quitaba la falda y el tanga, mordía sus diminutos pezones, rodeada de sus jadeos. Pasé toda la lengua por su cuello y bajé a su sexo. Lamí con energía el clítoris, haciéndola estremecer, y ella misma llevó la mano que yo tenía en su muslo hacia su vagina, introduciendo varios dedos mientras la hacía gozar. Miré hacia arriba y vi cómo miraba hacia la puerta de la cocina, con la mirada perdida. Miré de reojo y reconocí la polla de mi marido mientras se masturbaba. Mi amiga se corrió inmediatamente en mi boca.

Nada más recomponerse le hizo una señal a mi esposo para no se quedase en la puerta. Entró masturbándose y éste me hizo recostar en el suelo, metiendo su cabeza entre mis piernas, lamiendo mi sexo. Mi amiga se sentó sobre mi cabeza, haciendo que mi lengua entrase en su vagina mientras mi nariz pugnaba por no entrar en su ano. No me cansaba de saborear ese coño, y menos teniendo a mi marido ahí abajo.

De pronto se levantó, dejando mi lengua en el aire, y, cogiéndome de los pelos, llevó mi boca a la verga de mi esposo. Este se puso de pie y yo me metí todo lo que pude. Movía la cabeza y notaba cómo mi amiga cada vez empujaba mi cabeza más adentro, casi ahogándome. Hacía un ruido enorme intentando tragar la verga, babeando enormemente cuando conseguía sacarla. Mi amiga se puso junto a mí y se apoderó de ella. Intentaba llevársela al fondo, pero no llegaba tan lejos como yo. Se sacaba el rabo y le escupía, para volvérselo a meter. Me excitó verla hacer eso, y la siguiente vez que escupió me tragué yo la verga. Ella se llevó la mano a su sexo, para masturbarse mientras veía cómo glande pugnaba por meterse en mi garganta. Mi marido pasó las manos por los pechos de nuestra amiga y casi me corro viéndolos juntos, así que empecé a pasar mi dedo a un ritmo frenético por mi clítoris.

Quería verlos follar y la puse a cuatro patas. Mi marido no pudo evitar palmearle las nalgas, recibiendo como respuesta que ella empinara aún más el culo y que lo mirara desafiante, recibiendo un par de cachetadas más. Al subir el trasero, el coño quedó a nuestra vista, casi abierto, así que escupí en él e introduje la verga de mi esposo, que la metió hasta el fondo. Nuestra amiga gritó de placer. Para entonces, a ninguno de los tres se le escapaba que nuestro invitado había dejado de ver la televisión y que nos miraba mientras se masturbaba.

—¡Dame fuerte! ¡No pares! —gritaba la perra — ¡Dame duro, cabrón!

Saqué mis dedos de mi chocho y tiré de su pelo, mojándolos y haciéndola chillar más. Me fui delante de ella y con las piernas abiertas, me masturbé frente a su cara, recibiendo algún que otro lametazo por su parte.

—Eres una pedazo de puta —le dije a mi amiga y ella, cegada por la excitación, metió su lengua en mi coño, moviéndola mientras gemía.

Me estaba viniendo otra vez, pero no quería acabar así. Me veía a mí con las piernas abiertas metidas en la malla de puta, con el coño rojo de tanto frotamiento. Veía a mi esposo dándole muy fuerte y muy rápido a nuestra invitada, que ya ni podía gemir. Veía detrás de ellos al otro con un buen rabo entre las manos. Y yo quería acabarme comiendo aquella verga nueva, desconocida. Fui hacia él y me puse de rodillas mientras lamía el capullo. Miré a mi marido y vi que él se había colocado de forma que pudiese verme hacer la felación. Masturbé aquel rabo con la mano y los labios, mirando a mi esposo, deseando que me viese tragar la leche de nuestro invitado.

La primera en correrse fue nuestra amiga, en un sonoro grito. A mi marido le quedaba poco, y entre el grito de la otra y las contracciones que tuvo que sentir en su verga, y verme con ese rabo bien dentro de la boca, también acabó eyaculando. Sacó la polla goteando y se terminó entre las nalgas de la invitada. Entonces sentí cómo se me llenó la boca de semen, y apenas pude tragar. Fui tirando lo que recibía, para llenarme el cuerpo con el líquido pringoso, para deleite de los otros tres. Mi amiga me terminó besando, lamiéndome, y así acabó nuestra cena sorpresa. Aquella noche la pasamos juntos hasta el amanecer, y fue el inicio de una serie de encuentros muy intensos.