miprimita.com

La disoluta. Capítulo primero: tentempié y postre.

en Grandes Relatos

Laura: Te lo juro. Este va a ser mi último año. Vamos teniendo ya una edad y deberíamos poder encontrar otra cosa a la que dedicar nuestros veranos que cuidar y entretener a esta panda de mocosos.

Frank: Venga vamos, tampoco es para tanto. (Tocándole suavemente la mejilla haciendo gala de su ampliamente conocida amabilidad).  

Laura: (Con la mirada hacia el suelo sin responder en demasía al gesto de su novio). Además, no entiendo porqué tienes que dormir en ese estúpido cuarto en lugar de poder pasar las noches juntos en nuestra tiendita (guiñándole un ojo a Frank a la vez que le cogía sensualmente por la cintura).

Frank: Ya hemos hablado de esto… recuerda que esa era la condición para que Ana nos dejara este espacio para la acampada. Ese fue el trato y tú accediste entonces. Nos cede sus lavabos exteriores y este amplio espacio para las tiendas además de la zona de cocina a cambio que yo cuide de los animales y esté en la casa por las noches. Es una mujer mayor y no debe estar sola.

Laura: (A regañadientes). Si, si, lo sé. ¡Sé en qué consiste el maldito trato!

Frank: (Levantando el dedo con gravedad).

Laura: (Derrotada, con los hombros caídos) Si, y nadie más que tu puede estar en la casa o nos vamos todos de patitas a la calle. ¡¿Por qué se volverá tan estúpida la gente cuando envejece?! (Rebotando los dedos en los laterales de su cabeza).

Laura era una chica de instintos. Buscaba aquello que quería justo en el momento que lo quería y acostumbraba a conseguirlo.

Aún así, este año volvió a esfumársele ante las narices la oportunidad de trabajar en el Chiringuito que su tío regentaba en la playa. Según le aseguró infinidad de veces, no estaba dispuesto a jugarle una mala pasada a Rita, que llevaba ya 3 años trabajando allí el verano entero y este año contaba de nuevo con ello. Que no podía echarla a la calle ahora, que el verano estaba ya a la vuelta de la esquina, que estaba todo muy mal por esa zona para encontrar trabajo, …

Por mucho que su tío juntara las mejores intenciones en sus explicaciones, hacía ya tiempo que Laura se había percatado de cómo miraba a esa chica. Si bien ella tenía algunos años menos que él, eso no parecía ser un impedimento para que en ese Chiringuito reinara un clima que a ojos de Laura rebozaba de una densa sexualidad. Los largos turnos, el calor sofocante, y el estrecho espacio del establecimiento obligaban a quienes trabajaban allí prácticamente a frotarse para llegar de la cafetera a la caja, al surtidor de cerveza congelado o a esa enrome nevera de helados que ocupaba una quinta parte del espacio disponible y que tan buenos recuerdos de las vacaciones familiares le traía a Laura.

Frank: (Al penetrante grito de reclamo de Ana… ¡Franky!) ¡Ahora mismo voy! (Con cierta resignación)

A Laura la ponía enferma que Ana utilizase ese ridículo mote para dirigirse a su novio. Mientras su mente se recreaba de nuevo en el repelús que le despertaba esa desagradable mujer, Frank le dio un tierno beso y se despidió hasta la cena.

La tarde pasó entretenida. Llevaban ya un par de días con los chavales y poco a poco todos se iban conociendo. Este año, el campamento había ampliado el rango de edades y había 3 grupos de chicos y chicas de unos 8, 12 y 16 años respectivamente.

Aunque tuvo que cuadrarse con el resto, Laura consiguió ocuparse este año del grupo de mayor edad. A sus 24 años, cada vez le costaba más enfrentarse a los mocosos – como acostumbraba a llamarlos. En el caso de Frank, debido a sus quehaceres en la casa, aceptó de buen grato coordinar el campamento en lugar de ocuparse directamente del día a día con los chicos.

Así pues, su tiempo para verse se limitaba prácticamente a la cena, que compartían con los demás, y a las interminables reuniones de equipo al final del día.

Las cenas eran un completo alboroto. Gritos, juerga y un ruidoso estruendo de platos, cubiertos y algún que otro vaso que al romperse terminaba esparciéndose en el suelo de tierra batida del comedor. Todo un ceremonial recogido bajo un viejo toldo y presidido por la luz tenue de dos bombillas parpadeantes al paso de un caótico ejército de alocadas polillas.

Frank y Laura, sentados de costado, reían y gritaban según lo previsto en tan ritualizado evento. Mientras esperaban a que los últimos niños terminaran su eterno bocado, un par de las chicas del grupo de Laura se levantaron de golpe para proponer uno de esos juegos de sobremesa. Se trataba de repetir una serie de palabras. Cada uno debería repetir las de los anteriores participantes de la ronda y completar la serie con una nueva palabra. ¡Los cinco primeros que fallaran, se ocuparían de lavar los platos esa noche!

A Laura le entusiasmó la idea y se lo hizo saber a Frank apretándole su rodilla en un impulso, a lo que este sonrió animado prestando atención a las múltiples explicaciones y ejemplos de las chicas.

Aquél instintivo gesto hizo nacer en Laura las ganas de darle un poco de diversión extra al juego. El contacto con la pierna de Frank, el ambiente de semioscuridad y los chillidos excitados de los mocosos habían hecho que algo despertara en su interior. Entre los gritos, profundizó traviesamente la caricia en la pierna de Frank. Deslizaba su mano desde la rodilla hacia la parte interior del muslo, rasgando levemente sus tejanos con las uñas y dedicándole una pícara mirada de reojo. 

Frank se sobresaltó, pero no pudo apenas protestar. Una de las chicas se dirigió a él para uno de los ejemplos, a lo que Laura aprovecho para intensificar sus caricias. Reseguía el muslo con las puntas de los dedos deslizándose en zigzag desde su extremo hacia la entrepierna. Sabía perfectamente que él no aprobaba ese comportamiento y disfrutaba especialmente con la situación. Hacía días que se veía privada de toda intimidad con su novio y sentía como sus necesidades exclamaban en su interior pidiendo su parte.

Obcecada con esa idea en la cabeza y a pesar de la resistencia de Frank que entrecerraba sus piernas y le apartaba repetidamente la mano, se las apañaba para acariciar sus muslos con maliciosa suavidad. Transitaba de una pierna a la otra con sus caricias, sin prestar más atención que una sutil pausa sobre su miembro rozando ocasionalmente el pantalón en cada cambio. Así fue haciendo mella en las defensas del chico, que se fue viendo incapaz de gestionar aquella embarazosa situación.

Laura no tardó en aprovechar otro estallido de risas para mover sus ágiles dedos hasta posarse sobre la cremallera del pantalón de Frank. Su dedo salvó hábilmente el redoblado de ropa que la cubría para deslizarlo justo debajo haciendo sonar las piezas metálicas con sus uñas. Frank se veía cada vez con mayores dificultades para resistirse a aquellos cuidados. Sentía como cada uno de esos clics le martilleaba la cabeza y ya apenas tenía voluntad para mantener cierta compostura, tratando de no llamar la atención.

Mientras tanto, Laura atacaba de nuevo sin ningún pudor, tomando parte en la ejemplificación del juego.

Laura: (Remolona, hacia el grupo) Así que, si Cristina a mi izquierda dice Noche, por ejemplo, yo debería seguir Noche-Pantalón (fingidamente despistada, gesticulando con su mano libre), y luego Frank a mi derecha debería continuar Noche-Pantalón-Leche-... Es así, ¿verdad?

Al tiempo que pronunció leche, la palma de la mano de Laura se abrió y se hundió hasta recubrir todo el bulto de su compañero. A Frank le pilló desprevenido. Con la guardia baja y sin tiempo de reaccionar, se quedó paralizado con la boca a medio cerrar mientras su miembro y su espalda se tensaban en un acto reflejo.

Estaba metiéndole mano con cerca de treinta chicos y chicas a su alrededor sin que nadie sospechara nada y eso la estaba excitando. Hacía ya demasiados días que Frank estaba lejos de ella y empezaba a sentirse desatendida. Solo la idea de ver a todos esos mocosos completamente ajenos a la misma idea del sexo, hacia que sintiera que dominaba la situación a su merced. Ese pensamiento de poder, de salirse con la suya, hacía que el calor que nacía en su entrepierna fuera volviéndose húmedo e instigara sus fantasías.

El juego había empezado y todo el mundo estaba ahora pendiente de los primeros participantes. Eso pareció tranquilizar a Frank, pues ya no oponía resistencia alguna a los cuidados de Laura. Su miembro había empezado ya a crecer en su mano, a lo que ella respondió soltándolo de pronto para jugar maliciosamente con su dedo índice en el punto exacto donde el prepucio de Frank empezaba a engrosarse. Daba círculos a su alrededor, centrada en percibir los golpes de su miembro abriéndose paso dentro del estrecho pantalón. A su vez, con las piernas cruzadas, apretaba intermitentemente sus muslos tratando de presionar su sexo que había empezado también a despertar.

No tardó mucho en producirse el primer error en la secuencia de palabras, ante lo que todo el mundo dio un salto entre risas, gritos y jaleo, apuntando al perdedor con el dedo y haciéndole saber que esa noche le tocaría lavar los platos.

Fue solo un momento, pero suficiente para que Laura pasara la mano por debajo del pantalón de Frank y con un gesto ágil, ayudado por un leve empuje instintivo de las caderas del chico, le cogió su pene ya erecto estirándolo hasta que su húmeda cabeza salió apuntando hacia su ombligo.

Superada la maniobra, Laura no dudó en acercarse la mano a su rostro para disfrutar por un instante del fuerte olor a sexo, dispuesta a eliminar cualquier prueba comprometedora. Lamió las puntas humedecidas y brillantes de sus dedos, prestando especial atención en ofrecerle una imagen a su compañero que estaba segura que sabría apreciar. En efecto, y muy a pesar de los chavales y su dichoso juego de sobremesa, Frank apresó fuertemente la mano de Laura contra su hinchadísimo pene el tiempo suficiente como para que ella pudiera sentir nítidamente sus palpitaciones. 

En ese momento, la luz exterior de la casa de Ana se abrió sobresaltando a Frank. Ipso facto y preso de los nervios, cogió torpemente su jersey para cubrir su engrosado pene y disculpando su marcha ante el grupo, dio la espalda a la tenue luz que fácilmente hubiera podido delatar aquello que escondía bajo el borde humedecido de su camiseta.

Mientras se alejaba, Laura se entretenía viendo como trataba de recolocar de nuevo todo aquello en su sitio gesticulando graciosamente.

Habían sido unos postres divertidos, pensó, a la vez que intentaba concentrarse en el juego del grupo de nuevo. Le era difícil, pues seguía notando su ropa interior un tanto humedecida y sólo esa idea hacía que sus piernas siguieran jugueteando discretamente con su sexo.

El juego no tardó mucho en terminar y para entonces ya había cinco personas adjudicadas para lavar los platos esa noche. Debido a la naturaleza del juego, 4 de los cinco eran lo que Laura acostumbraba a inquirir bajo el ancho paraguas mocosos, junto con Alberto, un chico bastante tímido del grupo de mayor edad.

Se encontraba con Alberto fregando los platos a la vez que el torpe ejército de menor edad aclaraba i secaba animoso los cacharros, recién incorporadas las salpicaduras a su festival de gritos.

Se ve que el agua templada corriendo y sus manos envueltas en jabón la despistarían, pues Laura se sorprendió a sí misma desviándose hacia un costado, acercando discretamente su sexo con el borde redondeado del fregadero. Aprovechaba cualquier pretexto, ya fuera coger el jabón, ajustar el grifo o alargar el brazo para alcanzar los platos del montón, para reclinarse ajustando su entrepierna con ese glorioso ángulo.

Aquello se estaba volviendo insostenible. Se le estaba escapando de las manos. Lo que había empezado como un juego estúpido con Frank estaba consiguiendo ponerla cachonda de verdad. Los contactos ocasionales con el borde pasaron a ser cada vez más habituales hasta el punto que valiéndose del pretexto de una salpicada, consiguió que Alberto se desplazara unos pocos centímetros a su derecha, lo que a su vez le permitió posarse directamente sobre aquel improvisado masturbador. Hacía esfuerzos para contener la respiración y sentía como su blusa, a pesar de ser bien holgada, marcaba y rozaba gloriosamente sus pezones erguidos por el fresco de la noche que caía y su notable y creciente de excitación.

Aquella nueva posición era terrible y casi sin darse cuenta, se vio jadeando. Movía sus caderas en micro-círculos concéntricos para regalarse, cada 3 o 4 repeticiones, un ágil movimiento de su pelvis primero hacia adelante y luego hacia atrás que abría sus ya empapados labios vaginales, dejando expuesto su indefenso clítoris frente a ese redondeado soporte que su propia entrepierna había ido calentando. A pesar de que detestaba lavar los platos, lo estaba disfrutando como nunca y miraba con desespero el montón de platos deseando que esos cacharros nunca terminaran.

De repente, en medio de su particular jauría, al desplazar la mirada hacia Alberto se le heló la sangre al ver que este estaba cabizbajo y sonrojado mirando nerviosamente de reojo a su derecha.

¡¿Se había percatado de sus movimientos?! Se quedó inmóvil, con el agua cayendo a borbotones sobre sus manos ahora paralizadas preguntándose si seria consciente de lo que era aquello.

Reaccionó de pronto, desplazándose de nuevo hacia su izquierda y consiguió retomar el enjuague de los últimos platos. Aún con la sangre helada, sentía como su clítoris andaba para otro lado. Seguía palpitando, pudiendo notar como su corazón latía en sus partes.

¡Había estado masturbándose a menos de un metro de un menor de edad! ¡Estando el chico bajo su responsabilidad, aquello incluso podía suponer un problema a nivel legal! La sangre le volvió de nuevo a su cerebro evaluando las posibles – y quién sabe si graves – consecuencias que podía tener aquello.