miprimita.com

La de 65 II

en Sexo con maduras

La misma noche del día que nos conocimos nos enviamos varios mensajes subiditos de tono porque, según me dijo, se pone cerdísima cuando zorrea con alguien y tiene a su marido cerca. Eso me puso muy cachondo y le dije que teníamos que volver a quedar, que se notaba que aún necesitaba una polla como la mía. Y la idea le encantó. Quedamos, finalmente, en que me recogería el viernes en su coche y me llevaría a un hotel donde suele follar con sus amantes.

Cuando llegué  al punto donde me esperaba la vieja puta, estaba muy cachondo pensando en las posibilidades que nos daría el tener tiempo y espacio en un hotel para follar sin preocupaciones, pues según me había dicho Mar, su marido no la esperaba hasta bien entrada la noche.

Me subí a su coche, el mismo de la última vez, y nos empezamos a liar como adolescentes, pero paramos a tiempo de que alguien nos viera e iniciamos la marcha al hotel de parejas donde se la suelen follar todo tipo de hombres, la muy puta me fue contando algunas de sus aventuras extramatrimoniales, que puede que os cuente algún día, de camino. Esto me puso más perro de lo que ya estaba, y a punto de follármela en cualquier semáforo. Disfruté mucho de sus historias en el trayecto, alternando mi mirada entre su boca según hablaba y sus carnosos muslos, que me ponían muy caliente, y a punto estuve de sacarme la polla y empezar a pajearme a su lado. Me contuve de hacerlo para poder disfrutar tranquilamente de todas las guarradas que se nos ocurriera hacer en la habitación del hotel. Mi cabeza ya maquinaba cómo poder sorprender a esa zorra, que, por lo que contaba, había hecho casi de todo en el sexo a sus 65 años, con alguna aportación novedosa por parte de mi lado más morboso y perverso.

Llegamos al hotel y subimos directos a la habitación, donde nada más entrar la empujé para tirarla sobre la cama boca abajo, se quejó un poco, y algo fingidamente, por mi rudeza. Pero no me importó, estaba cachondo y me apetecía mucho dar rienda suelta a todo lo cabrón que puedo ser, con esa guarrona que sé que aguantaría y disfrutaría como ninguna chica que había conocido antes.

Sus quejidos se disiparon en cuanto empecé a desnudarla entre besos y caricias por todo su cuerpo. Ronroneaba como una gatita en celo.

Cuando estuvo desnuda saqué mi móvil del bolsillo y le hice una foto, de recuerdo, a su flácido y viejo culo de puta, sin que se enterara. Después, guardé el móvil como si nada y le di la vuelta para abalanzarme sobre su boca y sus tetas.

Estuvimos un rato comiéndonos mutuamente en esta posición mientras me desnudaba y yo apretaba mi paquete, cada vez más duro, contra su denudo pubis.

Me puse de pie para quitarme el pantalón y ella se colocó a mi lado para sobarme el cuerpo.

“Qué cuerpo más bonito tienes” me decía, entre otras agradables afirmaciones que me gustaba escuchar de los labios de una madura como ella.

“Los calzoncillos quiero quitártelos yo” dijo, melosa, mientras se arrodillaba para besar y sobar mi marcada verga sobre la tela.

“Lléname los calzoncillos de babas cerda”, y así lo hizo mientras me pajeaba, con los labios, aun sin quitarme la prenda. Cuando hubo cumplido mi orden de babear mi ropa interior, cogí a Mar por el pelo y la eché hacia atrás para sacar mi dura polla y dirigirla hacia su boca entreabierta, que, al ver lo que se aproximaba, abrió por completo.

“Ahora voy a follarte la boquita como mereces zorra mamona”

Los minutos que estuve dándole este tratamiento a la vieja puta, con tirones de pelo y cachetes en su cara de viciosa incluidos, consiguieron que se le corriera el rimmel entre lágrimas por lo forzado y salvaje de mi follada a su garganta. Para nada se quejó, simplemente pudo gemir y bufar toda cerda como estaba, en ocasiones levantaba la mirada y podía ver que sus ojos pedían más y más. Se la notaba muy hambrienta.

Inesperadamente su móvil empezó a sonar dentro de su bolso, en principio no le hizo caso y siguió jugando con sus babas en mi rabo, hasta una segunda vez que volvió a sonar y se giró para sacar el móvil del bolso y comentarme:

M: “Es mi marido otra vez.”

Y: “Joder, qué pesado. Siempre nos quiere interrumpir el puto envidioso” dije riéndome porque se repetía la situación.

Mar contestó al teléfono y yo aproveché que había abierto su bolso para sacar el lubricante que siempre decía llevar para que pudieran follar bien, en cualquier momento y lugar, su viejo coño.

Entonces me separé de ella y observé la escena. Estaba desnuda y abierta de piernas, mostrándome su coño, mientras miraba al techo hablando con su marido. Seguramente mintiendo sobre lo que estaba haciendo, ya que se encontraba sobre la cama de un hotel a punto de ser reventaba por la enorme polla de un chaval que hace un par de días conoció por internet.

Ante esto no pude evitar empezar a pajear mi polla con mi mano libre, que con las babas de la madura esposa que hablaba con su marido deslizaba a la perfección.

La imagen me gustaba tanto que mis ganas de pajearme casi me pueden, pero pude sacar un momento de lucidez para coger mi móvil y, aprovechando que no me veía mientras le contaba a su marido alguna chorrada, inmortalicé con un par de fotos tan morbosa escena. Incluso empecé un vídeo de unos escasos segundos en los que se la oía conversar con su marido ajena a lo que estaba haciendo su joven y cerdo amante.

Dejé el móvil en la mesilla y volví a coger el bote de lubricante que había cogido de su bolso para echarme una gota en los dedos y acercarme a su vagina.

Estuve jugando con mis manos en su coñito, a la vez que me pajeaba para no perder la erección. Ella lo intentó evitar cerrando las piernas, pero mi cuerpo entre ellas se lo impidió. Empezó a suspirar más fuerte, ya resignada a lo que tenía planeado. Introduje mi lengua en su chocho y a la madura se le escapó un gemido que llamó la atención de su cornudo marido, a lo que ella se excusaba mintiendo.

“Es que me he asustado un momento porque he escuchado un ruido. No te preocupes cariño que no ha sido nada.”

Y siguió la conversación como si nada, esta vez más concentrada en acallar sus gemidos y suspiros, por mi trabajo oral en su coñito, que en engañar a su marido con alguna trola. Colgó y, suspirando más relajada y libre de la tensión de que se diera cuenta su marido, me soltó:

“Eres un nene muy malo, casi haces que me corra hablando con mi marido, cabrón.”

Yo me reí y continué trabajando su coño, esta vez metiendo los dedos índice y corazón en su interior y acaricié con el pulgar su clítoris mientras me incorporaba para besar sus tetas y comerle la boca a esa zorra casada que tan caliente me tenía.

Cuando creía que estaba a punto de correrse en mi boca paré y me agarré la polla para clavársela de un golpe hasta el fondo. Mar gritó de dolor y me insultó, pero no me importaba. Es más, me divertía verla así.

Tras varios minutos en los que estuve encima de ella disfrutando de las caras de placer que ponía con cada pollazo que le daba y de mamar sus tetazas mientras la conejeaba muy rápido y duro, decidí cambiar de postura, y la puse de perrito.

Me agarraba en sus hombros o su pelo para follármela más duramente, o la azotaba fuerte, dejándole el culo rojo, bien apoyado en sus caderas de abuela. Se corrió un par de veces en mi polla, en la última las contracturas y espasmos de su coño provocaron que derramara varios chorros potentes de semen en el interior de su maduro chocho que me dejaron sin aliento. Me tumbé a su lado en la cama y cuando hubimos recuperado el aliento nos empezamos a acariciar y besar como enamorados.

Entonces me dijo que nos fuéramos a duchar que estábamos muy sucios y sudados.  La ducha fue muy caliente. Empezamos con caricias y besos como los que nos dimos en la cama, pero en un rato mi polla se levantó pidiendo guerra. Mar me la enjabonó y se puso de espaldas dispuesta a que la reventara de nuevo, esta vez por el culo. Se lo masajeé y aproveché el jabón como hizo ella. Le dilataba a la perfección, por lo que no tardé mucho en empezar a follarle el ojete a la zorra casada.

Le daba polla por el culo que tragaba entera y sin dificultades ni casi dolor para ella, era la primera vez que con el rabo que calzo conseguía tener sexo anal de manera tan placentera para mi amante. Mientras el agua de la ducha caía sobre nuestros cuerpos entregados totalmente a la lujuria y el desenfreno. Ella me decía que le encantaba como resbalaba mi leche de su coño por sus muslos mientras le besaba el cuello y su ano recibía mi verga.

Llegó un momento en el que se corrió con mi polla en el culo, y ahí decidí descansar, pues, aunque no me había llegado a correr mi cuerpo no aguantaba más el ritmo que le estaba imprimiendo a la follada. Me tomé unos minutos de descanso que ella aprovechó para chuparme la polla y que no perdiera dureza y enjabonarme el cuerpo.

Salimos de la ducha con los albornoces puestos y nos secamos mutuamente, lo que causó que mi polla siguiera dura. La coloqué a 4 patas sobre la cama de matrimonio de la habitación y levanté ligeramente el albornoz que llevaba puesto, lo justo para ver que su viejo culazo seguía abierto pidiendo que lo llenara de leche.

Esta vez se la pude meter de un golpe, cosa que ella gozó como una perra. Volví a darle caña a su ojete como si fuera la última vez que lo fuera a hacer (lo que, por suerte, no iba a ser así). Aunque estaba totalmente concentrado en la follada tuve una grandiosa idea para domar a esa potra que se retorcía de placer con mis embestidas, aproveché que aun llevaba puesto el albornoz para coger la tira que lo ata y pasársela por el cuello, de manera que quedara como una correa para montar a mi perrita, cogí los 2 extremos con una mano y con la otra empujé su espalda para que le costara respirar mientras se corría conmigo, justo cuando yo no pude más y descargué todo lo que me quedaba en mis huevos en su culo. Dejé caer la cuerda le di un beso a mi amante y un azote en ese culo que tan bien se había portado conmigo y me tumbé para descansar unos minutos antes de irnos en su coche.

Cuando me dejó ceca de mi casa se bajó del coche me dio las gracias con un besazo de esos que no se olvidan fácilmente, y nos despedimos hasta la próxima.