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Piano a las seis

en Confesiones

Mi amiga Bibi vive en una gran casona de las afueras. Es una de las personas más humildes que conozco y, aunque no le falta el dinero y es muy chic, nunca ha dejado claro si posee algún título nobiliario. Una tarde me invitó a tomar café en la mansión y acudí encantada. Mientras disfrutábamos de la tranquilidad del jardín, vi a su hijo Guillermo estudiando en una mesa a la sombra de unas parras. Me sorprendió verlo tan concentrado, pues el chico había tenido un historial difícil.

— Qué formalito está tu hijo.

— ¡Ha dado un buen cambio este año! Está muy aplicado y ahora apenas nos da disgustos.

— ¡No me digas que está aprobando y todo!

— Y tanto, aprobando todo y con nota. Incluso le hemos devuelto su paga normal. Oye, y todo empezó con las clases de piano.

— La música amansa a las fieras —dije jocosa.

— No, no, qué va, Guillermo llevaba ya un tiempo en el conservatorio. Pero este año tiene clases particulares, para que apruebe el básico. Fue empezar y volverse muy responsable.

Nos miramos interrogándonos en silencio sin comprender el por qué del cambio. Bibi se acercó a mí y me habló susurrando.

— La mejoría es evidente y, como te digo, no sólo con el piano. Pero Elsa, la profesora, fue muy tajante en las clases: se encierran durante la hora y media que dura la lección —la miré extrañada—. Y no permite interrupciones, bajo ningún concepto. A mí me gustaría saber cómo doma a la fiera, qué hacen dentro. Y ya que estás aquí, quisiera pedirte un favor.

— Dime.

— Dentro de poco, a las seis, empezará la clase de los martes. El salón del piano se comunica con una salita sin otra salida. ¿Por qué no te escondes ahí y me cuentas qué hacen?

— ¿Quieres que haga de espía? ¿Y si me pillan?

— Dices que te echaste un rato y que te quedaste dormida, hay un diván ahí.

— ¿Y cómo miro? ¿Por una cerradura?

— Hay una cerradura, claro —contestó muy seria, sin captar la broma—. Pero también puedes dejar la puerta sin cerrar y mirar desde la oscuridad o a través de alguno de los espejos.

La curiosidad mató al gato, y media hora más tarde estaba en la salita, tumbada en el diván. Había dejado la habitación con la puerta entreabierta y con un pequeño haz de luz que entraba por la ventana. El respaldo del sofalito me hacía de parapeto por si alguien miraba hacia dentro. Tras esperar un poco, oí cómo entraron en la sala contigua y poco después, el ruido de la llave corriendo el cerrojo. Alguien se asomó a la sala en la que yo estaba y encajó la puerta.

Sin moverme del sofá, empecé a oír la lección. La clase empezó con un repaso de la lección del día anterior. Repetían una y otra vez la misma melodía, y me aburrí bastante. Luego revisaron la tarea pendiente y volvió a ser un martirio escuchar prácticamente lo mismo de forma reiterativa. Me decidí a mirar y me levanté. Guillermo estaba junto a Elsa en la banqueta del piano, muy juntos. Tocaba con la mano más pegada a la profesora, pero la otra la tenía en una posición muy extraña. En cambio, ella tocaba con la mano más alejada de él. Me tiré en el diván y no pude evitar que el tedio me hiciese dar una cabezadita.

Me desperté rodeada de un silencio absoluto. Me levanté sigilosamente y miré por la cerradura. Me encontré a Elsa con las manos apoyadas en el piano, dándome la espalda. La falda estaba subida del todo y medias y braguitas estaban enredadas en uno de sus pies. Solo veía de ella las piernas y las nalgas. No veía a Guillermo, pero la visión de sus muslos y el entrever su vulva, me estremeció. Pronto apareció el muchacho en mi campo de visión, se movía de un lado a otro mirándola, sin pantalones, el pene completamente erecto y masturbándose con una mano. De su verga destacaba el glande, pues su tamaño era algo desproporcionado respecto al resto del miembro. Y Elsa, inmóvil, mostraba su desnudez para estimular la masturbación del muchacho.

Así que ese era el secreto de la maestra de piano. La simpleza de su método para mantener al impertinente chico a raya me hizo sonreír. Pero él era tan joven... ella podía tener la edad de su madre, o la mía. No obstante, la desnudez parcial, entrever la vulva semi abierta, las piernas algo abiertas y la absoluta morbosidad de la escena hizo que mi respiración se entrecortase, y busqué mi sexo metiendo mi mano dentro del pantalón, pero tal y como estaba agazapada me fue imposible. El sonido de una tecla del piano hizo que Guillermo se acercase a su maestra, introduciendo sin preámbulos el pene dentro de la vagina. A continuación empezó a sonar el tic tac de un metrónomo y el chico adaptó el movimiento de su cadera al compás.

— Bien Guillermo, eso es, sigue el ritmo —dijo Elsa en voz alta.

Hablar en ese tono me pareció una osadía inmensa, pero eso me puso aún más cachonda. El único contacto entre ellos era el rabo en su perfecto movimiento rítmico. El glande tan gordo tenía que estar haciendo gozar a Elsa, pero ella mantenía un silencio sepulcral, al igual que él. Estuvieron dos o tres minutos perreando así hasta que sonó la misma nota de antes y el metrónomo aumentó la cadencia. Guillermo se adaptó a la misma. El chico no se cansaba, y con el sudor y la velocidad, el choque de sus cuerpos hacía que sonara un ruido de palmas.

— Ese es el ritmo, Guillermo ¡bravo!

Volvió a hablar alzando la voz. Me froté él clítoris con los dedos, dándome fuerte a través de la costura de los vaqueros, y descubrí pronto que las uñas me daban más placer que las yemas. El chico tenía aguante, muchísimo. Sonó una nota más grave y Guillermo sacó el pene. La vulva quedó a mi vista, más abierta aún, cayendo una gota de ella y quedando otra en suspensión. Pensé en el flujo generado en ella y cómo estaría yo tras una follada así. Fue un desperdicio dejar esa gota huérfana de una lengua que la recogiese. Guillermo reapareció y pasó el dedo por el ano de Elsa, que quedó más brillante. Parecía evidente que le había puesto algo de vaselina, pues extendió el resto en su propio capullo. Sonó la misma nota y la penetró por el lubricado orificio. Desde donde estaba sólo veía que el muchacho se movía en pequeños movimientos hasta que aparentemente consiguió meterla hasta el fondo. Elsa, con una mano en el teclado y la otra apoyada a un lateral del piano, hincó los dedos en éste, en el único gesto de estremecimiento que pude captar en ella. Guillermo se adaptó pronto al ritmo acelerado marcado por su maestra, haciendo que me corriese haciéndome recordar las pocas veces que me han dado así por detrás. Estoy convencida que Elsa también llegó al clímax, al menos dos veces. De pronto, el chico dijo "ya" en voz baja y poco después sus convulsiones delataron la eyaculación. Se apartó pude ver el ano de la maestra abriéndose y cerrándose ligera e involuntariamente.

— Limpia —susurró la profesora.

Guillermo se agachó y lamió el ano de su maestra. Desde la cerradura, vi cómo ésta se iba incorporando y cómo el chico mantenía la cabeza a la altura del culo, moviéndola ligeramente. A los pocos minutos, dos notas dieron la señal para que el chico se apartase definitivamente. La profesora se dio la vuelta, bajándose la falda, y con un pañuelo limpió el pene de su pupilo. A partir de entonces la lección de piano transcurrió con normalidad, al menos para ellos, pues yo estaba más excitada que cuando inicié mi masturbación.

Una vez acabada la clase esperé hasta que Bibi vino a recogerme. Le dije que me había quedado dormida por lo aburrida que estaba, y que todo era normal, demasiado normal. Intenté ser convincente, pero me dio la impresión de que no terminó de creerme.

Aquella noche soñé con las piernas de Elsa. Estaba desnuda, dándome la espalda e inclinada como la había visto por la tarde. Lamí el tobillo que no estaba sujetando sus medias y luego pasé la lengua por la planta de su pie, haciendo que se estremeciera. Chupé los muslos mientras miraba hacia arriba, contemplando la vulva abierta, oliendo su fino aroma. Entonces la penetré, porque yo era Guillermo, pero esta vez gimió. Me corrí follándomela, pero seguí erecto y ya no era Guillermo, era su pene, que dentro de ella, abriéndola, le hacía gemir más. Era una verga dentro de ella, pero la parte de mí que quedaba fuera estaba siendo penetrada por Guillermo. Así que yo estaba dentro de Elsa y Guillermo dentro de mí. Ahí me di cuenta que estaba en duermevela y me terminé con un dedo dentro del culo, dos en la vagina y el pulgar en el clítoris.

A los pocos meses dieron un concierto en casa de Bibi para celebrar que Guillermo había pasado con nota el siguiente curso. Con bastantes invitados vestidos de gala, la velada fue maravillosa. Cuando acabó la exhibición, me dio la impresión de que el chico estaba empalmado. Miré a Bibi y vi que también se había dado cuenta, me miró y me hizo un gesto de resignación. Tras los saludos, conseguimos hablar en privado. Me dijo que no había quedado muy convencida de mi informe de espionaje y que se las había arreglado para curiosear personalmente. Me dio mucho apuro el sentirme descubierta en mi engaño.

— Perdóname, Bibi, pero ¿cómo podía decirte lo que estaban haciendo...? Me pediste un favor y te he fallado.

— No te disculpes, lo entiendo, yo no fui capaz de digerirlo al principio. Mi primera idea fue cancelar las clases, pero luego me lo pensé. La mejora de Guillermo ha sido innegable, se ha vuelto muy responsable, y respecto a lo otro, en realidad, si se ve objetivamente...

— Ahórratelo, guapa. A su edad, otros chicos estarían masturbándose como monos, y el tuyo, la verdad, va a hacer feliz a muchas chicas. Eso no quita que la actitud de Elsa sea muy perturbadora.

— Y tanto. ¿Viste lo de la taza y el pene? —me quedé en silencio intentando asimilar las dos cosas juntas—, o lo del diapasón, o los juegos con las medias. Bueno, olvídalo. Por cierto, no sé si te has fijado, pero no han venido otros alumnos de Elsa, pero sí sus padres.

— ¡No me digas!

— Y me refiero a alumnos y alumnas.

— Alumnas...

Nos reímos por los celos ajenos y rebajamos la tensión.

— El jueves que viene tienen una última clase de despedida. ¿Por qué no te vienes y la vemos juntas?

— Cuenta conmigo —le cogí de las manos—. No te volveré a fallar.

Ese jueves me presentó formalmente a Elsa y esperamos a que entrasen y que se encerrasen en el salón del piano. Este no era el mismo que había conocido yo, y pronto comprendí por qué. Entramos en un despacho adjunto y Bibi abrió un armario. El suelo estaba cubierto por varias alfombras para amortiguar el crujir de las maderas y dentro había una silla, que ocupó mi anfitriona. Miré alrededor y vi que habían platos y tazas en las esquinas. Estaba claro que Bibi había pasado más de una tarde ahí dentro y que siempre había salido de allí descuidando su rastro. Delante de ella había una placa de madera que deslizó, y me indicó otra que estaba a mi altura. La deslicé también y al acercarme pude ver a través de una ranura lo que ocurría en el la sala del piano. Fue así como presenciamos la última lección.

Mientras miraba, no tuve más remedio que rozar con mi vientre la nuca de Bibi, y ésta me utilizó para reposar su cabeza. En el silencio de ese espacio tan mínimo, pude distinguir el sonido de un leve roce de ropa, mínimo y continuo. Pensé en las horas que había pasado mi amiga ahí sola, mirando por la ranura, sin otra compañía que la obscena relación entre maestra y alumno. Puse mi mano sobre el hombro de Bibi y comprobé que, efectivamente, el movimiento provenía de su brazo: el armario era su rincón privado y ahí solía desahogar sus íntimos impulsos. Mientras, al otro lado, Elsa y Guillermo estaban en una intimidad más convencional de lo que esperábamos, pero muy apasionada al ser su despedida.

La mano del hombro la llevé a su cara, acercando el índice a su boca, para tantear el deseo de Bibi. Esperé en silencio a su reacción, hasta que sentí su lengua humedecer mi dedo, para finalmente llevárselo dentro de su boca haciendo mojar instantáneamente mis braguitas.

Hice que se levantara y que mirase por mi punto de observación y me coloqué detrás de ella, bajándole las braguitas. Mientras ella miraba masturbándose en silencio, yo renuncié al espectáculo de Elsa, que en aquel momento se había sacado el pene de Guillermo y lo estaba llevando hasta la profundidad de su boca, y lamí el ano de mi amiga. Envuelta por la oscuridad de la estancia, estuve mucho tiempo con la lengua metida en su culo, alternándolo con lametones y la introducción de mis dedos, mientras los suyos aparecían y desaparecían por mi barbilla, en una masturbación loca de su vulva, momento que yo aprovechaba para chuparlos brevemente.

Bibi estuvo una hora masturbándose sin parar, y yo tuve que dar un descanso a mi lengua. Me masturbé junto a ella y esperé al final de la clase, que fue cuando mi amiga terminó en seco su masaje. Cerramos las ventanitas de nuestro observatorio y abrimos la puerta del armario, haciendo que la luz del despacho diese por finalizada esa hora y media tan mágicamente intensa. Una vez que se subió las bragas, lamí su mano como gesto de solidaridad entre amigas mirándola a los ojos. Me besó intensamente y salimos del armario. Antes, volví y recogí el muestrario de tazas y platos que había repartido por el suelo, para hacerle saber que era consciente de sus momentos de solitaria observación.