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Los apartamentos

en Confesiones

LOS APARTAMENTOS

Hola, me llamo Ruth, tengo 30 años y vivo en Gran Canaria, en un barrio algo conflictivo: drogas, problemas económicos, peleas, etc. No soy guapa, más bien del montón; bajita (1,60 cm) y bastante delgada, pero con un cuerpo duro debido a mi trabajo (soy camarera en un bar con mucho trajín). Aunque casi no tengo tetas, destaca mi estrecha cinturita y un culo pequeño pero redondo y “tó pa arriba”, como dicen en Canarias. Tengo el pelo largo y ondulado, teñido de un llamativo rosa; llevo un piercing en el labio inferior y dos tatuajes, una enredadera a color que recorre mi brazo izquierdo y el conejito de Playboy a la derecha del vientre, justo en el hueso de la cadera. A todo esto hay que añadir un tono doradito de piel que me queda muy lindo. En definitiva, sin ser guapa, resulto bastante atractiva a los hombres.

 

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Lo que voy a relatar sucedió en 2010. Por entonces acababa de cumplir 22 años y, para celebrarlo, mi novio Alberto me regaló un fin de semana en unos apartamentos en Maspalomas, al sur de Gran Canaria. Era pleno julio y hacía un tiempo buenísimo, así que accedí muy contenta.

Al poco de instalarnos empezaron los problemas, ya que se juntaron varias cosas; una de ellas es que Alberto llevaba poco sin fumar porros y estaba insoportable, y además el apartamento no tenía casi nada que ver con las fotos de la web: la nevera enfriaba poco, el colchón de la única cama era grande pero duro y medio sucio, y la limpieza en general era mediocre.

Llegamos el viernes al mediodía y, después de hacer una pequeña compra y bañarnos en la piscina, dedicamos el resto del día a comer, dormir, follar como conejos (así desquitaba mi novio su mala leche) y yo a fumar porros, pues no conseguía quitarme el vicio. La verdad es que estaba relajada, dentro de lo que cabe.

Por la noche fui a bañarme y me di cuenta de que la manguera de la ducha estaba picada, así que se lo comenté a Alberto.

- Deberíamos decir que la arreglen - dije.

- Llamaré a recepción.

El recepcionista le dijo que al mediodía siguiente vendría el fontanero para poner una nueva pieza.

- Joder con el puto apartamento- dijo-, no se puede uno ni duchar.

- Ya cari, pero bueno mañana ya lo arreglan- mi novio estaba de un humor de perros, todo le molestaba.

El sábado nos levantamos temprano para aprovechar la mañana en la playa, que está a unos 500 metros. Como hacía bastante sol, le propuse a Alberto que lleváramos la sombrilla y unos sándwiches. Él accedió a regañadientes, y empezó a quejarse de que la sombrilla era un coñazo y que cargábamos con muchas cosas.

Ya en la playa, me quité la parte de arriba (aunque tengo pocas tetas, pero son duras) y me quedé solo con un tanga, color negro y finito, que marcaba mi culito; no lo hago por el hecho de que me miren los hombres, sino porque soy bastante liberal e independiente, pero esto no lo ha terminado de aceptar mi novio, ya que es muy celoso y siempre está mirando alrededor a ver si algún tío me echa el ojo. Pues justamente se dio algo así, ya que a unos metros de nosotros había tres chicos que no paraban de mirarme y hablaban entre ellos refiriéndose a mí con toda seguridad. Alberto se dio cuenta y empezó a cabrearse.

-Joder, cada vez que vamos a la playa te miran todos los tíos.

-Anda, no seas bobo- yo no le daba importancia, la verdad es que lo quería mucho por esa época y era fiel, aunque últimamente teníamos muchas discusiones y lo veía muy frío conmigo, de hecho no follábamos demasiado en general.

-Ya, tú siempre dices lo mismo.

-Venga cari, no te enfades y pon la sombrilla, que hace mucho calor.

Se puso a ello de mala gana, y como hacía bastante viento estaba teniendo problemas para ponerla.

-Vaya mierda, el palo no se clava bien en la arena y hace un puto viento de cojones.

Entonces me cabreé y le dije que ya estaba un poco harta de su actitud.

-Te quejas por todo, si no puedes ya busco yo a un “hombre” que lo haga.

Eso le jodió bastante y estalló:

-Sí, eso. Búscate un hombre que te ponga la sombrilla y de paso le enseñas el culo y las tetas.

-Mira Alberto, estoy hasta los cojones. Me voy al apartamento, tú haz lo que quieras.

-Venga vete, yo me quedo y no me esperes para comer, que me voy por ahí-seguro que iría a buscar hachís, porque toda esa mala ostia era por no fumar porros.

Ya en el apartamento, preparé algo de comer y me encendí un porro para relajarme. Con la discusión y todo eso se me había pasado la noción del tiempo, y di un brinco cuando oí el timbre de la puerta. Miré la hora y ya eran las 2 de la tarde, con lo que supuse que sería el conserje que venía a poner la ducha.

Al abrir la puerta me quedé helada, pues a ese tío lo conocía; era un antiguo vecino de mi barrio (ya comenté que vivo en una zona algo conflictiva), que además en su época traficaba con drogas y pasó un tiempo en la cárcel. Se llama Ramón, pero le apodaban “El bruto”. Es medio canario, medio moro, ya que sus padres eran marroquíes. Tiene una estatura media, aunque más alto que yo,  de unos 47 años en ese momento y de piel curtida por el sol, fornido de rasgos duros, con muchos tatuajes tipo marinero en los brazos y el cuello. Siempre fue un chulanga que me caía bastante mal, pues cuando curré en el bar de mi barrio una temporada, se metía conmigo diciéndome que estaba muy flaca y que tenía que comer más “carne”, y me jodía porque ponía cara de salido el cabrón. Yo le contestaba que le diera carne a su mujer y dejara de maltratarla, cosa que sabía todo el vecindario, pues estuvo una temporada en la cárcel por eso y por varias peleas que tuvo en el bar cuando bebía sin parar y me tocaba llamar a la policía en los turnos de noche. De hecho, la última vez que lo vi lo mandé a tomar por culo.

-Vaya, Ruth, qué sorpresa. ¿Cómo estás?-me  sorprendió tanta amabilidad, aunque me repasó rápidamente de arriba abajo. Entonces me di cuenta de que me había puesto la parte de arriba del bikini brasileño que usaba, pero abajo seguía con el tanga, no me había vestido. Levaba el pelo suelto y mojado, e iba descalza.

-Hombre, hola Ramón. Muy bien, gracias. Supongo que vienes a arreglar la ducha- me fijé en su ropa de trabajo y que llevaba una caja de herramientas en la mano.

-Así es.

-Pasa.

Intercambiamos unas impresiones del barrio y poco más, todo amable por ambas partes.

Fuimos al baño y le comenté el problema; dijo que tardaría poco y se dispuso a trabajar. Yo entretanto fui rápido a ponerme un short y me puse a lavar la loza; al terminar fui a la terraza y me fumé otro porro.

Estaba tan relajada, casi dormida, que me asustó con su voz grave cuando desde el baño Ramón me dijo, con esa voz grave, que había terminado. Me acerqué al baño para echar un vistazo y vi que se había quitado la camiseta; tenía el torso muy musculado para su edad, sin nada de grasa, y él debió notarlo.

-¿Has visto? Dejé el cigarro y la bebida y me puse a hacer deporte. Ahora estoy limpio y encontré trabajo aquí de mantenimiento. Hago “de todo”, la verdad- rió y percibí un doble sentido en esto último que dijo.

-Qué bien, eso es bueno- contesté.

-La verdad es que sí, ya no soy ese barrigudo del que “algunas” se reían en el barrio.

-Oye mira-le dije sin rodeos-, te metías bastante conmigo y yo no me callo las cosas, por eso te contestaba a la cara- nunca me cayó bien ese tío.

-Tranquila mujer, era broma. No te alteres. Pero sí es cierto que ahora tengo mucho “aguante”, para el deporte y para otras muchas cosas.

-Pues me alegro por ti, pero ya tienes una edad, ¿no?- dije, y empecé a reírme, también porque llevaba dos porros encima y estaba algo colocada.

Eso le cabreó y me contestó:

-Pues sí flaca, tengo mucho aguante y a lo mejor hasta te empacharías con esto- me molestó lo de flaca, y encima el guarro, para mi sorpresa, se bajó el sucio pantalón de trabajo y los calzoncillos, apareciendo un pedazo de cipote enorme, la polla más grande, fea y morena que he visto en mi vida; era supergorda y con una vena muy gruesa que parecía que iba a estallar, apuntando hacia mí. En mi interior se dio una excitación repentina, el hecho de estar en esa zona turística, el sol, la playa y la relajación llevaban poniéndome cachonda esos dos días y los polvos que había echado con mi novio no me dejaban satisfecha del todo. No quería reconocerlo conscientemente, pero en el fondo no me importaría montármelo con el cerdo pureta de Ramón. “Estás loca”, pensé para mis adentros. No le había sido infiel a mi novio y menos con un pureta como ese tipo, pero a la vez tenía una agitación interior que no era otra cosa que ganas de follar en general. Mi respuesta me sorprendió a mí misma:

-Eres un descarado, y perdona pero a mí pocas cosas me empachan, para eso me tienen que dar bastante caña; a mí lo que me gusta es que me follen bien follada, que me “remuevan” todos los hígados, y eso no creo que pudiera hacerlo un abuelo como tú, que te podría dar un infarto echándome un polvo, viejo salido. Así que mejor que te vayas a hacerte una paja si ya has terminado, anda corre- aunque le dijera todo eso, en el fondo le estaba incitando para ver cómo reaccionaba, y me dio cierta impresión de que pudiera ser un semental ese tipo, y llegar a reventarme bien si follaba con él, idea que  me ponía cachonda. Después de todo tenía muy buen físico y una polla tremenda, y el cabrón tenía su morbo.

-Las poligoneras como tú hablan mucho, pero después son unas blandas; van de listas y luego se asustan con un pollón así. ¿O no, cielo?

El trato ese de superioridad me estaba hartando y le contesté:

-A mí eso no me asusta, “cielo”- dije con retintín, pero realmente gastaba una tranca muy grande, era el doble que la de mi novio y ciertamente la miré varias veces.

-Pues a ver si es verdad que no te asusta.

Se me acercó y, tomándome fuerte de los hombros, me hizo sentarme en la taza del váter, poniéndose de pie enfrente de mí. Quería que se la mamara.

Agarré el cipote con una mano y no podía ni rodear la mitad del ancho; le di unos besos en el capullo y recorrí suavemente todo el tronco, para besar y lamerle los huevos.

-Vaya, si la niña tiene un piercing en la lengua- me lo había puesto hace poco, y me empeñé en mamársela con más intensidad para que notara el frío del acero.

Entonces me agarró de las orejas haciéndome daño y se puso a follarme la boca como un loco. Estuvo así mucho rato y ya me dolía la mandíbula de lo grueso que era su cipote.

-Mírame a los ojos, cariñito, que te lo vas a tragar todito- le miré a los ojos mientras dejaba escapar un gruñido y me echaba un lecherazo enorme directo a mi estómago. Me la sacó de la boca y siguió echando fuertes chorretones en mi ojo izquierdo, nariz y pelo.

-Lávate anda, que estás hecha un desastre y te queda “carne” para rato- el cabrón me estaba recordando aquellas palabras que me dijo años atrás en el bar.

Me quité la corrida en el lavabo ya asustada, ese tío era muy rudo y no me gustaba cómo se presentaban los acontecimientos, aunque estaba cachonda y quería follar. Lo que me molestaba era que me gustaba dominar en el sexo, y esta vez me daba que no iba a ser así.

-Escucha flaquita, ahora quiero que busques, que seguro que tienes, unos taconcitos bien altos en tu armarito, te los pones y te dejas solo eso y el tanga, que te voy a dar tralla en la mierda esa de cama en la que has follado con tu novio. ¿O te crees que no te he escuché anoche mientras limpiaba los pasillos de fuera? Lo que pasa es que me da que no te da mucha caña el maricón.

Hice  lo que me ordenó, ni yo misma me reconocía, el hijo de puta me estaba sometiendo (también iba colocada), pero reuní fuerzas y decidí que iba a ser yo la que mandara ahora. Después de ponerme unos tacones rojos de aguja que quería ponerme para salir esa noche con mi novio por ahí, y quedarme solo con el tanga, fui a la cama donde ya me estaba esperando en pelotas y agarrándose el animalón, dando una impresión brutal que me hizo abrir levemente la boca con impresión de asombro.

-¿Qué pasa? ¿Ahora te da miedo, cielito? Anda, si la nena tiene el conejito de Playboy tatuado y todo!

No me dejé intimidar y me senté sobre él, morreándole con lengua y notando el contraste de su áspera barba de tres días contra mi suave piel.

Bajé lamiéndole todo el torso hasta abajo, deteniéndome en el pecho para morderlo fuerte en un intento de autoridad, y seguí hasta su tranca, sin dejar de mirarlo a los ojos, para hacerle otra mamada más fuerte. Cuando la tuvo otra vez tiesa me levanté un poco, le cogí la gruesa polla a aquel tío y fui introduciéndola poco a poco en mi coño. Cuando entró toda empecé a cabalgarlo arañándole el pecho mientras él me acariciaba el clítoris mojándome toda. Mis pequeñas pero firmes tetas rebotaban con el polvazo, y me puse a gritar como una loca. Al fin nos corrimos a la vez y me recosté en su pecho, sudada por la follada y algo cansada.

Después de unos minutos me encendí un porro y él fue al baño. Desde la cama le dije:

-¿Ya está? ¿Eso es todo lo que aguanta el señor?- Quería devolverle el insultante trato que me había dado y me eché a reír

Salió del baño con algo en la mano que no alcanzaba a ver bien.

-Claro que no mi niña, eso era solo el aperitivo- dijo con una sonrisa maliciosa y la cara llena de vicio. La sonrisa se me desdibujó del rostro, ya que no pensaba que el tío quisiera seguir follando.

Se me acercó, yo estaba bocarriba, me quitó el porro de la mano y lo apagó sin decir palabra. Me subió las piernas a la altura de los hombros y se dispuso a rozar su capullo contra mi clítoris, pero sin meterlo; eso me estaba mojando muchísimo y empecé a tener espasmos de lo cachonda que estaba. Al rato noté que alargó la mano para coger algo de la mesilla de noche: era lo que traía del baño; cuando me fijé bien vi que era un bote de grasa. Cogió un poco con su gordo dedo y empezó a untarla por mi agujerito del culo.

-Eyyy, ¿Qué haces? Ni se te ocurra- le increpé con una expresión de preocupación en la cara

- Vaya vaya, la zorrita poligonera ahora es delicada. ¿No decías que no te asustaba nada, mi amorcito? ¿O te asusta que te follen el culo a lo misionero? Las zorritas como tú deberían hacerlo sin miedo.

Eso no me estaba gustando nada; solo el gordo dedo de ese hijo de puta me estaba doliendo, y no quería ni pensar en el destrozo que su pollón me haría si me enculaba. Pero me armé de valor y no quería hacerme la víctima, así que me quedé callada, cerrando los ojos y cogiendo aire para que ese cerdo me reventara el culo.

Cuando me hubo dilatado el ano, puso la enorme cabeza de su polla en la entrada de mi culo y empezó a penetrarlo despacio pero sin pausa. Apreté los dientes y agarré las sábanas, intentando no gritar del dolor, pero se dio cuenta.

-¿Te duele mi amor? Si solo ha entrado la mitad mi vida- dijo acariciándome la mejilla.

-Ahhhh para, sácala y métemela por delante, me está doliendo.

De repente dio un fuerte empujón y la enterró toda, yo lo miraba con la boca entreabierta medio en estado de shock.

Entonces empezó a encularme a un ritmo mucho más fuerte; mi cuerpo se movía con cada embestida y mi cabeza golpeaba contra el cabecero de la cama. Parecía que me iba a matar y dije con la voz entrecortada:

-Más despacio joder….aghhhh, ayyyyy, ufffghhh,  me estás rompiendo joderhhhh ayyyyyy! Para un poco por favor!

Siguió tallándome el culo sin decir nada, a mí se me estaba yendo la cabeza del dolor, y después de 10 minutos así la sacó de golpe, haciéndome soltar un grito.

-AaaaAAAAAAghhhhhhh!

- Uy mi cielo, ¿no te gustaba que te removieran los hígados?- dijo burlándose.

-Nnnooohh, déjalo ya por favorrrr! Ya bastaaa! Me has hecho daño payaso!

Me dio bruscamente la vuelta poniéndome bocabajo y me puso la almohada debajo del vientre.

Me hizo juntar las piernas para tener el culo más subido y sin cuidado me enterró la polla de golpe de nuevo.

-Aaayyyyyyyy! Dale más suave por favor te lo pido! Uffff, aaaaghhjjh!! - un sudor frío bañaba todo mi cuerpo, estaba literalmente empapada e intentaba coger el poco aire que había en el apartamento.

Contrario a mis súplicas me enculó con más velocidad todavía, gruñendo como una bestia mientras me tiraba del pelo como queriendo arrancármelo.

-Uyyyy que rico, nunca le había roto el culo a una putita con el pelo rosa!

 Yo pensaba que me iba a descoyuntar y notaba hilos de su saliva en mi espalda. Entretanto se escuchaban, aparte de mis chillidos, los ruidos secos de sus huevos contra mi culito: “plop, plop, plop” y los muelles de la cama que parecía que iba a partirse. Seguro que se estaban enterando todos los inquilinos en el pasillo entero de semejante salvajada.

Estuvo así como 20 minutos, no sé cómo podía aguantar tanto ese tío de 40 y largos, y en una de estas que yo ya estaba sin reacción, pensando que me iba a partir en dos, con los ojos llenos de lágrimas, me apretó con una mano fuerte en el centro de los lumbares y empezó a vaciar su corrida en mi agujerito, que recibí con la boca abierta.

-Ohgggggggggggg toma zorra, hija de putaaaaa, toma la leche de un macho de verdad!

Sacó su cipote y me dio una nalgada fuerte; me quedé un poco en la cama recobrando un poco la respiración. Vi que por mi culo salía una mezcla de semen y sangre, y me limpié con una toallita. Él se vistió y dijo:

-Muy bien Ruth, te has portado como una mujercita. Espero que tu novio no se dé cuenta de que te he dejado el culo como un bostezo- y empezó a descojonarse.

-Mi novio nunca se enterará- dije mientras me levantaba y caminé como podía a vestirme, secándome las lágrimas con el dorso de la mano con disimulo.

Le dije que se fuera y que no quería volver a verlo nunca. Se volvió a descojonar y se largó.

Un buen rato después regresó mi novio diciéndome que lo perdonara por todo, que me quería muchísimo y que si quería salir a dar una vuelta por la noche. Le contesté que no se preocupara, que lo quería mucho también pero que estaba muy cansada y me dolía todo el cuerpo, que prefería acostarme pronto, y además al día siguiente teníamos que irnos temprano de vuelta a casa para no coger caravana. Nunca más volví a ver al hijo de puta de Ramón.