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Una jovencita con necesidad de atención. (Parte 3)

en Amor filial

Pero lo cierto es que no tenía novio y la urbanización escaseaba de chicos con los que coquetear y en esa soledad,y las malas pulgas de mi madre hizo que mis potenciales amantes no se atrevieran a tocarme un pelo y a veces ni acerarse a casa. Yo, tenía ganas de hombre, que me poseyera un buen macho… creo que lo llevo en la sangre, pues ya desde pequeña sentía picor en la almeja, y no dudaba en darme algunos frotes, para alboroto de los padres y de las profesoras de primaria… ahora era mucho más comedida en esas lides. Metida más allá de la adolescencia atesoraba cuantos CD porno podía robarle a mis padres y procuraba darme cuanta satisfacción podía, me servía igual la mano que las hortalizas…. Pero necesitaba un hombre, quería saber qué se sentía cuando a una le introducen un buen rabo como el de Raúl o mi padre…, un cipote caliente y venoso que te parte en dos el coño, y a juzgar por las caras de las actrices porno, aquello debía ser grandioso. Pero la ocasión no se presentaba fácil y más desde no estaba mi padre en su negocio en la ciudad que me valía de excusa para ver a algunos chicos, ahora apenas si no me podía despistarme del chalet.

La ocasión se llegó cuando a mi vecino Samuel se le murió su mujer, tras algunos meses en solitario atendiendo al negocio dejando de lado los cuidados de la casa, terminó acudiendo a mi madre para que nuestra sirvienta se acercara de vez en cuando a hacer lo más urgente de las tareas domésticas, mi madre trató con Samuel, que iría María dos veces a la semana, para darle una “vuelta” a la casa. María empezó a ir al chalet del vecino…, durante las primeras semanas veía que subía renegando y no deseando volver, luego observé que iba más veces de las concertadas haciendo horas extras, y que venía con cierta chispa en los ojos y que sus colorados mofletes de serrana cántabra siempre venían como encandilados de color. Así que intrigada por aquél cambio comencé a espiarla. Normalmente estaba sola en la casa del vecino, pero a media mañana aparecía éste y como que no quería la cosa, estaban su buen rato dentro los dos, lo que me hizo fantasear y sospechar.

No me equivocaba ni un pelo, María una mocetona de carnes macizas y bien puestas, con un par de tetas imponentes de grandioso volumen, que desde que había muerto su marido se encontraba cabizbaja y con tratamiento a base de pastillas para dormir, luego pasó a una fase donde andaba “salida perdida” y yo creo que se lo hacía con el perro de casa, porque sultán, un gran danés dormía todas las noche en la habitación de ella y en algunas ocasiones lo vi posado sobre las mantas al lado, y aunque nada de ello puedo asegurar, al animal se le veía muy contento y dócil en compañía de María, cuando siempre había sido el perro de compañía de mi padre y nada más, ahora tenía una nueva ama y tal vez una amante.

La verdad que el perro poseía una verga equiparable a la de un buen macho humano, yo diría que incluso mayor que muchos hombres con unos 17 cm de rabo y grueso equiparable a algunos pepinos que se jala mi coñito a menudo. Aquel día comenzó a bajar a la Linde, como llamábamos la casa de Samuel, algo ocurrió para que María recobrara el color de su cara, eso era pura excitación de una perra en celo que quiere ser montada. Aquel martes, la sirvienta bajó bien de mañana, a eso de las once, hora del almuerzo, me acerqué hasta La Linde y desde el gran seto de cipreses vi que Samuel se dirigía también hacia la casa. Una vez ellos dentro, yo me dirigí a un ventanuco que daba al desván, desde donde podía ver parte de las casa por las distintas rendijas de la madera. La puta de mi María estaba haciendo la limpieza de las habitaciones y sacando las alfombras de debajo de la cama, en eso que llegó Samuel y como si fuera natural ya entre ellos, levantó la falda a la mi madre y le sobó largamente el culo, alabándola por no llevar las bragas puestas. La sirvienta se arrodilló y sacó de la bragueta del tipo de un 1’8 m de altura, robusto de brazos enormes y cuerpo como el de un armario empotrado, un gordo cipotón, no muy largo pero oscuro como el de un burro, que se puso a oler y a lamer desenfrenada. Samuel de piel más bien blanca hacía resaltar sus genitales morenos, y en especial sus dos orondos cojones casi negros que colgaban como dos brevas maduras, unas pelotas que apenas le cabían en una mano a María… le rebosaban al sopesarlas, tanteando su peso por la carga de leche que deberían llevar.

No tardaron en rodar juntos por la habitación desaparecían de mi campo de observación hasta que cayeron en la cama rodando pecho con pecho, ensartados sin que yo pudiera ver nada de la coyunda, aunque esta posición no parecía gustarles, a una invitación de la dama se deslió la madeja y ésta cogió por aquel hermoso nabo al vikingo…, un nabo como digo recio un tanto flácido que parecía darle mucho gusto a María con la lengua, recorría su glande desprovisto del prepucio y se deslizaba por todo el tallo hasta que su lengua lamía completamente extendida, todo el gran pelotón que formaban sus huevos ciclópeos. Los castigaba duramente, y Samuel no se inmutaba ante tal ataque salvaje sobre los delicados y sensible testículos del macho…, se los tragó uno a uno con glotonería, alternándoles chupones con fuertes succiones y de nuevo recorriendo todo el badajo hasta el gordo glande… circundó toda la corona del capullo un par de veces hasta que se lo introdujo todo lo que podía hasta el galillo y sacaba la polla impregnada de saliva gelatinosa. Era espectacular como le fue creciendo a un tamaño por encima de 8 cm de diámetro que la zorra de la sirvienta no podía abrazar con sus dedos cerrando la mano sobre ella.

Una vez endurecida, la puta creyó que ya era el momento de la acción, así cogidos de tan peculiar manera ella se inclinó sobre el tablero trasero de la cama, levantó el culo del colchón dejando todo su fundamento a merced del semental, tanto su culo como la raja partida de su coño e invitó a Samuel a proceder con la inserción…un fuerte escupitajo entre aquellas dos moyas blanquecinas, un rasposo pase de mano, y aquél chochazo de madona tragona parecía estar en condiciones para darle el castigo torturador de aquel cipote, que más parecía un bote de cerveza por ser corto y de gran grosor, empalando a la señora “recatada y decente” de la resignada sirvienta. El vikingo levantó pues su gordo zurriagazo, le echó otro buen escupitajo, – de buena gana yo se la hubiera lubricado. Enfiló el mazo para mi sorpresa y el de ella, no al coño sino a su ojete…, tras el primer sobresalto colaboró ésta, abriéndose las nalgas con ambas manos para que el señor rabo de Samuel, entrara en toda su anchura. Busqué pues un mejor punto de observación y fui a dar con uno justo encima del ariete que abría a la señora en dos, para goce de ella y de Samuel que se recreaba sacando todo aquel tronco de carne trémula, y cuando la rosada cabezota estaba a punto de salirse, empujaba con todo brío hasta el fondo otra vez hundiéndola de nuevo hasta que las grandes pelotas rebotaban en su coño…, la corrida de ambos aunque descompasada debía ser de órdago a la grande por el griterío y las obscenidades que allí se decían.

Tras ver aquella sesión, yo estaba empeñada que aquella polla tendría que probarla, aunque temía las reacciones de mi madre, María y del propio Samuel, y por tanto conociendo el carácter de ambos y la carencia mutua, me era difícil meterme en medio de aquel trío. Pero quiso pues la providencia que la sirvienta tuviera que bajar al médico a la capital y a realizar papeles de herencias. Entonces llegó a mi cuarto para decirme que tenía que limpiar la casa de Samuel porque María no podría hacerlo… me dejara al cargo de la casa de La Linde durante los días de esa semana que ella no podría, con la recomendación de “ojito con lo que hacía”. Estaba claro, mi madre en plan celosa era de temer la atracción que mis curvas podían hacer en el macho vikingo, al tener a una mujercita tan tierna con falta de afecto como era yo, con lo cual apenas si tenía confianza en mí y sobre todo en un hombre al que no le pondría ninguna pega de hacerme suya sin más. Un hombre acostumbrado a follarse semanalmente a la sirvienta, en complicidad con mi madre, dos o tres veces y esa semana se hallaba en plena abstinencia al no haber metido su orondo cipote en el conejo hambriento de “María la cachonda”.

Si a todo ello le añadimos las necesidades de mi coñito, que quería un disfrute largo para compensar así la falta de un macho de carne y hueso que me hiciera sentir de verdad una follada con un buen chorretón de leche que me llenase por completo y me hiciera una mujer completa por primera vez. Me fui a La Linde con el frasco de somníferos de mamá, y allá se los eché al gin tonic que solía tomar Samuel antes de almorzar, por aquello de tener tiempo y no se descubriera el pastel. Vino pues muy azorado el señor y se tomó casi de un trago la bebida y quedó viendo la tele un rato, cuando salió del baño, comentó que se sentía muy raro y que se iba a la cama que si veía que empeoraba, que avisara a su madre o al médico. Cuando llegué a la habitación, estaba ya completamente dormido y echado en la cama con la camiseta y los calzoncillos, no me atrevía acercarme pero el picor bajero era intenso, me acerqué mopa en mano como que no quiere la cosa, le hice medias cosquillas en los pies, pero aparte de babear no hacía otra cosa. Así lo quería, fui pues a por un trapo para vendarle los ojos, no fuera a abrirlos y se armara la gorda…, por primera vez en mi vida tendría para mí un hombre durante unas horas.

Centré aquel mostrenco vikingo en la cama y le saqué como pude la camiseta y los calzoncillos, allí apareció un tronco gordo oscuro a medio descapullar, cuando le tiré del pellejo hacia abajo, pronto vino un olor profundo a macho… me gustó aquél olor, me unté con él la cara y sobre las bragas, el sostén… Tenía por delante la tarea de poner aquella polla en condiciones, y dudaba si con aquella cantidad de somníferos que le había dado podría lograrse, lo cierto es que me quité las bragas y empecé a sobarme por encima del aquel pollón que daba respingos como de querer despertarse, aquello no iba como yo quería. Opté por reanimarlo a base de chupársela, parece que eso a los hombres les gusta no hay nada más que ver lo de la Lewinsky y el Clinton, no sé si al tal Samuel le gustaba o no pero a su polla pareció que sí pues se empezó a empinarse adquiriendo tamaño y grosor, la sangre comenzaba a bombear hinchando el bajado de aquel animal postrado dentro de lo que se puede hacer en estado casi inconsciente.

Aquél mástil cogió rigidez y anchura, seguí pajeándole con una mano a base de lengua en su capullo descomunal y frotarle los huevazos que no le cabían entre las piernas… también me atrevía a acercarle un dedito a su rosado ojete. Fue matemático, un fuerte espasmo fue la señal de que había acertado con el resorte, seguí pues bajando mi mano por el mango y absorbiendo cuanto podía aquella oblonga cabeza ya descapullada que apenas me cabía en mi boquita, quería una sensación mayor y para ello me subí encima de mi paciente amante, le enchufé el chumino directamente a la cara y seguí mamando mientras Samuel me babeaba y chupaba tontamente el coño, su polla pronto empezó a derramar un blanquecino líquido de sabor dulzón con tientes amargos, y que salía a pequeños borbotones, me levanté y restregué toda aquella especie de almizcle por el coño, pues me hacía mucha ilusión que aquél característico olor se quedara allí prendado en mi coñito anhelante.

Dejé pues descansar a mi querido amante, durante un buen rato, luego volví a las maniobras de levantar aquel vigoroso mástil de más de 8 cm de grosor y con una largura suficiente para darme mucho placer, no debía de medir más de 15 cm, cuando lo tenía levantado me desnudé y le puse las manos al dócil Samuel en mis grandes tetas, me arrodille encima de él y me dispuse a auto clavarme todo aquel zurriagazo en mi querida almejita, enjuta y virgen, pese a que el himen ya me lo había roto con mis verduritas incansables… Era una delicia ver cómo me entraba poco a poco, como la ancha polla se hacía con mis curvas interiores y como aquella verga que comenzó con una medio flacidez, ahora era un tallo robusto y recio completamente tieso que me dada un gusto muy especial, sobremanera cuando la sacaba lentamente para volver a meterla expandiendo como nunca la boca de mi coñito. Me hallaba muy excitada, no razonaba con deseos de sentir aquel bálano en lo más profundo de mi ser… entonces me dejé caer y me ensarté hasta los mismos huevos, la sensación fue como si me hubieran taladrado con una barra de acero incandescente, y más cuando aquél vergajo chocó con algo en mi interior partiéndome en dos por dentro.

Samuel, se retorcía de dolor y de placer en su ensoñación, y llamaba casi sin entenderse a Fátima, su esposa fallecida. Recordando que ahora era yo quien le daba placer y no su esposa, me excitaba al extremo, en esto me acariciaba las tetas, sentía como de nuevo su cipote me iba adentrando, le acerqué a Samuel mis tetas que chupó goloso como un bebé, yo creo que estaba regresando a esa época por cómo se tomaba la mamada de su madre. Tenía pensado dejarlo descansar pero, aquellos chupetones y el flujo de mi coño bajándome a raudales, hicieron de mí una auténtica posesa, saqué aquel inmenso rabo poco a poco, para no perder tan bonita sensación y con todo aquel embadurnamiento lo dirigí a mi parte trasera, como había visto hacer a María en más de una ocasión…

Empujé pero aquel mostrenco se resistía a entrar, demasiado grueso para una agujerito tan ceñido… bajé a la cocina y busqué mantequilla y eché un buen montón al ojete, restregué y ablandé el agüerito de mi anillo. Luego me dirigí al zurriagazo que aún mostraba buen aspecto, y volví a intentarlo, ahora notaba como mi culito se abría para dejar paso aquella oronda cabezota, y el resto fue culebreando por mi conducto hasta no sé sabe dónde, pues perdía ya el sentido por el dolor y por el placer de notar como todo me inundaba, y así permanecí un buen rato sintiendo aquello crecer y decrecer. Samuel iba volviendo de su inconsciente viaje, y era hora de volver a la normalidad, fui sacando todo aquel mostrenco de polla de mi ahuecado agujerito, despacito para saborear cada centímetro y sentir como me inundaba el placer y el orgasmo de haberme sentida llena de carne humana. No había sido nada espectacular, pero para ser la primera vez que temía una polla en mi interior me sentí muy excitada y satisfecha…, limpie todo con buen cuidado y arropé al buenazo de Samuel… me fui dejándolo allí acurrucado en medio de sus sueños pidiendo más guerra a su Fátima. Yo había descubierto el sexo y había tomado una decisión, no podía perder más tiempo, los años pasaban en balde y yo era mujer de polla. No podía esperar a tener 16 años para dedicarme a la caza de pollas extraordinarias… las necesitaba ahora, creo que lo llevo en la sangre el carácter heredado de mi madre, ¡¡LA DE SER PUTA!!

La desgracia se ciño en casa cuando sin avisar de su llegada, mi padre se encontró con mi madre follando con su amante, María no quiso darle la explicaciones oportunas de donde se hallaba mi madre al comprobar que no estaba en casa cuando ella juraba estar, llamándola desde nuestra propia vivienda. Todo aquello liberó una cadena de mentiras que me salpicaron a mí teniendo que decir la verdad a mi padre, y entregando la llave del adosado donde mamá fue pillada por su marido. Entró con cautela, los amantes no se percataron del ruido al abrir la puerta principal al estar completamente entregados a la vorágine del sexo sin control, a base de pollazos profundos que tenían a ambos obnubilados en el frenesí orgásmico. Cuando mi padre se presentó ante ellos, se encontró a Raúl sobre su esposa clavándola hasta el corvejón… viendo como solo quedaban los huevos del susodicho fuera de coño de mamá, mi padre no pudo reprimirse y le agarró de las pelotas hasta ponérselas moradas y de un ostión lo mandó contra la pared, el individuo viéndose en desventaja, aprovechó un momento de discusión entre el matrimonio para salir por patas de allí. Cuando mi madre volvió a casa, se encontró con todas sus cosas fuera de casa y la sirvienta despedida. No he vuelto a saber de mi madre, ni yo he querido comunicarme con ella… aquello cambió por completo mi mundo poniéndolo a mi favor, olvidándome de marcharme de casa y centrándome en mi padre…

Continua...

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