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Fin de semana desenfrenado (IV)

en Trios

Después de verles masturbarse y chuparse la polla entre ellos, la verdad es que me quedé con una gran excitación. Ellos, por otro lado, estaban cansados y agotados y comentaron la idea de preparar la cena pronto para recuperarse.

Dado que ellos habían hecho el desayuno y la comida, les comenté que de la cena me encargaría yo y que ellos sólo tenían que descansar y recuperar fuerzas.

Me aseé y me cambié de ropa para cocinar. Busqué entre todas las cosas que habíamos comprado y decidí hacer una tortilla de patatas, ensalada y algunos platos de picoteo.

Me asomé al salón y vi a Juan y Gustavo sentados en el sillón, mirando la televisión. Me acerqué a ellos con unas cervezas, patatas fritas y aceitunas. Se sorprendieron que lo llevara sin haberlo pedido y lo agradecieron. Tengo que reconocer, que esa situación de servidumbre me estremeció y me resultó algo excitante, lo cual me extrañó, sobre todo porque estoy abiertamente en contra del papel de ama de casa que tenemos que desempeñar las mujeres. Pero esto era totalmente distinto y formaba parte del juego.

Seguí en la cocina mientras les escuchaba comentar entre ellos el programa que había en la televisión. Preparé la mesa y serví la cena. Ellos seguían sentados en el sofá y les tuve que llamar:

-          Venga, niños, la cena ya está en la mesa. Dejad ya la tele y a comer.

Ellos se lo tomaron a guasa y me dijeron si les iba a castigar. A lo que les dije que lo mismo les dejaba sin ‘postre’.

Se sentaron en la mesa y empezamos a cenar. Nuestra conversación era amena y basada en temas de actualidad, del trabajo, la familia…

Me costaba mucho hacer comentarios acerca de mi marido, sobre todo porque sigo muy enamorada de él y no iba a aprobar lo que estaba pasando en ese momento. Ellos también tenían algo de sentimiento de culpa, que tratamos de ir dejando a un lado con la cena y el vino que habíamos servido.

Una vez que terminamos, les comenté que volvieran al sofá, que me encargaba de recoger todo. No pusieron muchas pegas. Recogí la mesa, la cocina y les preparé una copa. A esas alturas sabía lo que bebían y quería tratarles bien.

Ellos volvieron a agradecer el detalle y a mi me volvió a subir un escalofrío por la espalda. Una vez que terminé de recoger todo, me preparé una copa y me senté entre ellos. Nos pusimos a ver la televisión y la conversación se centraba en lo que estábamos viendo.

Yo me había puesto un vestido negro, corto con bastante escote. No había descuidado nada, llevando medias y ropa interior a juego y vestía zapatos de tacón. Sabía lo que podía venir después de la cena y quería estar sexy para ellos.

Mientras nos centrábamos en la bebida, el programa y la conversación, las manos de Juan y Gustavo se iban deslizando arriba y abajo por mis piernas. Yo estaba de lo más a gusto, con dos hombres prácticamente a mi disposición y yo a la de ellos. Esa idea me excitaba cada vez más.

Decidí pasar a la acción y me tumbé encima de las piernas de ambos. La cabeza la tenía apoyada en las piernas de Gustavo, mientras que mis piernas estaban sobre las de Juan. Mi culo quedaba en medio de ambos, apoyado en el sofá.

Yo tenía la cabeza girada hacia la televisión y de vez en cuando la incorporaba para beber un poco. Ellos pusieron sus manos sobre mi cuerpo y lo fueron acariciando, por encima de mi ropa.

Las caricias parecían inocentes. De hecho, Gustavo acariciaba mis mejillas y mi cuello, como dibujándome con el dedo, mientras que Juan masajeaba mis piernas con gran delicadeza.

Esas inocentes caricias poco a poco fueron buscando otras zonas. De vez en cuando, Gustavo bajaba disimuladamente sus dedos hacia mi escote y Juan subía más hacia mis muslos sus manos en sus caricias.

Yo me dejaba hacer y las caricias me parecían de lo más agradables. Juan subía cada vez más su manos hasta el punto de darse cuenta de que llevaba unas braguitas minúsculas que apenas tapaban mi coño. Es pareció llamarle la atención y poco a poco fue jugando con sus dedos a apartarlas y al tiempo, a acariciarme.

Gustavo se dio cuenta de lo que hacía Juan y de mi reacción, por lo que él también decidió pasar a la acción. Sus manos entraban por mi escote y acariciaban mis pechos, entreteniéndose en pellizcar mis pezones. Eso cada vez me excitaba más y era imposible disimularlo. Gustavo metió unos dedos en mi boca y me dediqué a mamarlos, como si se tratara de una polla.

Juan metía sus dedos en mi coño y yo cada vez trataba de abrir más mis piernas para facilitarle el acceso. No tardó mucho en llegar un enorme orgasmo, acompañado por un pequeño grito mío.

Una vez que se me pasó, me puse de pie, me quité las braguitas y liberé la polla de Gustavo, que estaba sentado en el sofá. Estaba durísima y me senté sobre ella, metiéndola en mi coño. Juan aprovechó para acariciar mi culo y dilatarlo. No pasó mucho cuando tenía su polla follándome el culo.

¡Buffff! Ahí estaba yo, siendo doblemente penetrada por dos tíos. Muy excitada y dispuesta a no parar. Liberé mis pechos y se los ofrecí a Gustavo para que los lamiera y jugara con ellos, cosa que hizo. Me corrí varias veces antes de que ellos, prácticamente al unísono, se apartaran de mi para tener un orgasmo acompañado de una enorme corrida que lanzaron contra mi cuerpo.

Caí rendida en el sofá. Ellos también estaban agotados. No sé cuántas corridas habían tenido en un solo día. Lo que no me explico, es cómo eran capaces de aguantar. Estuvimos unos minutos tirados en el sofá, me levanté y les dije que me iba a dar una ducha y a dormir. Me despedí de ellos con un beso y me marché al cuarto.

Mientras me estaba duchando, pensaba que ya era la última noche y que al día siguiente había que volver a casa y dejar esta vida de lujuria a un lado. Habría que volver a ser la fiel esposa que se había dado un capricho de un fin de semana, pero que no podría volver a repetirse. Pero por otro lado, ese fin de semana había despertado en mi un deseo sexual que anteriormente no había experimentado.

Una vez que terminé de ducharme, me metí en la cama y me quedé dormida casi al instante.

Al día siguiente había que volver. Evidentemente, nos despedimos follando, pero no hicimos nada distinto a lo hecho anteriormente.

Cuando llegué a mi casa, me entró algo de sentimiento de culpabilidad. Mi marido pensaba que yo me había ido a una terapia anti-estrés, y yo había estado despendolada con dos tíos en una casa rural. Él estaba deseando verme y se mostró muy cariñoso, me había preparado la comida y me colmaba de atenciones. Yo trataba de corresponderle con normalidad, aunque tengo que reconocer que me agobiaba un poco tanto halago.

Varias semanas después, seguía con mi mente en el fin de semana. Trataba de volver a la rutina, pero poco a poco me iba dando cuenta que mis hábitos estaban cambiando. Mi atracción por el sexo y el morbo aumentaban y sin querer lo iba manifestando. Mi forma de vestir cambiaba para que se mostrara más mi feminidad, aunque, al principio, de forma sutil. Me gustaba coquetear con los hombres, incluso con mis compañeros de trabajo. Empecé a frecuentar salas de chat en internet, donde dejaba (y dejo) volar mi imaginación, hablando con hombres y mujeres, y en la mayoría de las ocasiones, masturbándome. También me había ido comprando un buen arsenal de juguetes sexuales, algunos guardados donde mi marido no pueda verlos, porque…, en fin, no son simples consoladores.

En definitiva, acababa de descubrir mi lado más morboso y excitante y esto, no es más que el principio …