miprimita.com

BPN. Luchi (1). Una madura y un brownie a deshoras

en Sexo con maduras

Las cosas, a veces, cuando tienen que salir bien, salen bien.

Era un contrato cojonudo. Renovación completa de equipos, desde puestos de control a servidores, más el mantenimiento por cinco años. Nuevas tecnologías, nuevos tiempos, nuevos retos. Digitalizar definitivamente la empresa, que quería ofrecer sus productos online a toda la provincia (y puede que a toda España) desde su nave industrial de Malpica. Y lo había conseguido yo, con este pico de oro y mucha, mucha paciencia, casi tres meses de insistencia, un año de llevarles los asuntos.

Estaba claro que yo a Lucía le hice gracia desde el principio. Cuando nos conocimos hacía ya casi un año yo tenía veintisiete, y acaba de salir de una relación complicada, por lo que había decidido volver a casa de mis padres. Lucía tenía unos cuarenta, y estaba bastante rellenita, sobre todo por la zona del trasero. Recién divorciada, era la subdirectora de la empresa de suministros industriales en la que yo me encargaba del mantenimiento externo. Aunque lo de subdirectora sonaba bastante potente, en realidad era una empresa pequeña, estando ella al cargo de media docena de administrativos y comerciales. Al ser ella la que se encargaba de los temas informáticos y de gestión, inevitablemente hablábamos con regularidad. Fue una de las pocas personas, fuera de mi círculo más íntimo, que se enteró (sin muchos detalles, eso sí) de que mi situación sentimental era un poco caótica. Ella, que con su divorcio tampoco lo estaba pasando bien, se portó de forma cercana, dándome cierta confianza y apariencia de madurez, y fue así como trabamos amistad, de manera perfectamente inocente y casi natural.

El año fue pasando con visitas quincenales, o incluso más frecuentes si había algún problema. Una año, unos meses, en los que pude ver cómo Lucía (a la que ella insistía que yo llamara Luchi) superaba su divorcio, cambiaba la cara y se soltaba progresivamente la melena. Cierto, siempre había sido una mujer atractiva, alta, con una melena corta muy rizada y negra. Y pese a ser bastante caderona, (lo que estropeaba un poco su figura de piernas bien torneadas y pechos medianos) y estar un poco pasada de peso, llamaba la atención por ser bastante guapa de cara, de piel blanca, boca grande de labios carnosos, sonrisa fácil y unos almendrados ojos castaños con destellos verdes que siempre parecían chispear de alegría. Al parecer, ahora salía algo más, vestía algo más moderna y había empezado a ir al gimnasio, lo cual le iba fenomenal porque perdía peso a ojos vista. Un día llegué a la oficina de la empresa y me sorprendió ver a Luchi con un peinado de lo más atrevido, rapado por un costado y con sus rizos negros a un lado. Se había quitado cinco años de encima, o más.

-Holaaa .. ¡Qué guapa estás hoy, Luchi! – le dije, con una sonrisa amable. Levantó la vista de los papeles, se quitó las gafas y me sonrió.

Gracias majo! Serás tú qué me ves con buenos ojos…

-Qué va… el peinado te sienta genial. – me fui hacia la sala de servidores, sin darle mayor importancia, con un guiño cómplice. Estuve trabajando un rato, absorto en mis pensamientos, cuando escuché la puerta abrirse y vi entrar a Luchi con dos cafés.

No era solo el peinado. La ropa también le sentaba mejor, y habían dado un giro a su vestuario. Sin dejar de vestir de forma sería, sí que había incorporado cosillas modernas, pañuelos, cinturones, collares, colores vivos. Había perdido dos tallas por lo menos, y aunque seguía teniendo las caderas anchas su figura se había afinado y se había trazado en líneas más curvas, más vertiginosas. Se me acercó con los cafés.

-Descansa un poco anda… - me dejó el vaso humeante en el escritorio, y yo le di las gracias antes de dar un largo sorbo. Charlamos un poco sobre el trabajo, pero en una de las pausas ella me miró con aire casi infantil.

-¿De verdad te gusta el peinado? – me lo dijo con aire coqueto, mesándose los rizos.

-Te queda bien, es atrevido. Te favorece. – y era cierto. La melena le caía sobre el lado izquierdo y enmarcaba su lindo rostro de forma perfecta.

-¿A que sí? Es cosa de Pili… - Pili era la mejor amiga de Luchi, separada también y un par de años más joven, por lo que me había dicho otras veces. Habían ido juntas de vacaciones en un oar de ocasiones a la playa, a Mallorca y a Cádiz. – Pues no es lo único que me he hecho. Mira… - se apartó el pelo del lado sin rapar, y me sorprendí al ver el discreto tatuaje. Tres estrellas, desde la oreja bajando por el cuello hasta el hombro. Eran pequeñas, pero bien visibles si no fuera por el pelo. – Hace tres semanas, en Formentera…

-Muy chulo… ¡Hay que ver qué moderna te estás poniendo! ¡Ni muchas veinteañeras! – me reí, junto con ella, y ahí parecía que iba a quedar la cosa, porque hablamos de otros temas, pero antes de irse, Luchi me miró con una gran sonrisa traviesa.

-Me he hecho otro tatuaje, pero no te lo puedo enseñar… - se marchó riéndose, mientras yo fingía escandalizarme, y seguí a lo mío.

Esas conversaciones se convirtieron en una tónica habitual, compartiendo confidencias inocentes, algún piropo bienintencionado y bromas pícaras, que no fueron a mayores y que a ambos nos parecían correctos. Así me fui enterando de que era catalana pero se había venido a Zaragoza por amor, que al final aunque el amor se esfumara quedó el trabajo, y que después de unos años ya no quiso irse. Se casó, no tuvo hijos, y hacía menos de un año se había separado de manera algo tormentosa. Así fue evolucionando el asunto, de amistad profesional a algo ya discretamente personal, y sería más o menos en febrero, al poco de firmar el contrato del que hablaba al principio, que me acerqué a la empresa de Luchi para mí visita quincenal.

La encontré especialmente guapa ese día. Los meses de gimnasio, las salidas a la costa, el giro que había dado a su imagen le habían sentado estupendamente. Más morena y delgada, maquillada de forma un poco más juvenil, vestida con prendas más entalladas y de corte más actual. Me recibió con su sonrisa de siempre.

Anda, mira quién está aquí! ¿Cómo estás, guapo?

-¿Preguntas, o afirmas? – le respondí con un guiño. Recibió la réplica con un par de carcajadas - Aquí me tienes, maja, a arreglar lo que estropeáis… - la red interna de la empresa sufría bastante, porque algunos empleados eran de la vieja escuela y no dominaban en absoluto el tema informático. Ahora parece impensable, pero hace quince años la transición al digital dio bastantes quebraderos de cabeza. – No todos tienen tus manos …

-No seas zalamero, tío… - me cortó, con su sonrisa, y su tono se volvió más profesional – Mira a ver qué pasa con la red que no va. Tenemos un lío entre almacenes que se ha ido la trazabilidad de las piezas a la puñeta.

-Desde luego… aquí algunos en vez de manos tienen zarpas…

-A callar y a trabajar, moreno. – Luchi se rió desde su escritorio, y cada uno nos enfrascamos en nuestro trabajo. Fui comprobando el funcionamiento de la red y del programa, testeándolo en diferentes estaciones y adecentando lo que algún torpe con más voluntad que conocimientos había desmadejado a base de trastear sin saber.

-¿Un café? – Luchi me dijo, de pie junto al escritorio que estaba ocupando yo. Asentí, porque llevaba como hora y media mirando la pantalla y necesitaba oxigenarme un poco, así que fuimos a la máquina charlando sobre cosas intrascendentes. Una vez allí me invitó a un capuchino no muy logrado, y seguimos hablando hasta que nos interrumpió el silbido de su móvil.

-Disculpa – sacó el teléfono y leyó el SMS, frunciendo el ceño al terminar.- Vaya.

-¿Qué ocurre? ¿Algo grave?

-No no, ésta, que me deja tirada…

-¿Quién? ¿Pili?

-Sí. Íbamos a ir a ver “Ciudad de Dios” esta tarde pero me acaba de decir que no puede.

-“Ciudad de Dios”, ¿la peli brasileña sobre la favela?

-Sí… tenía ganas de verla porque me la han recomendado, pero bueno, para ir sola, mejor me quedo en casa. Otra vez será.

-A mí también me apetece verla. ¿Por qué no vamos juntos?

La conversación fue exactamente así. No lo dije como algo más allá de la amistad, aunque mentiría si dijese que no había fantaseado con ello. Pero sencillamente pensaba que Luchi jugaba en otra liga, o a otro deporte, y mi proposición fue sin segundas intenciones.

-¿Cómo? ¿Tú y yo? – Luchi me miró sonriendo a medias. - ¿En serio?

-Claro… - bebí un sorbo de café y sonreí, quitándole hierro – No es como si fuéramos novios ni nada, ¿eh?

-Qué más quisieras tú, moreno… - Luchi se rió también, y ahí lo dejamos. Volvimos a nuestros asuntos, hasta que se hizo la hora de comer. La oficina se fue vaciando, y cuando terminé miré el reloj. Eran casi las dos de la tarde, y reprimí los bostezos mientras recogía mis cosas. Luchi seguía trabajando, aunque ya no quedaba nadie, y me acerqué.

-Yo me voy ya Luchi. ¿A qué hora quedamos?

Levantó la vista.

-¿Qué? – me miraba a través de las gafas sin montura que llevaba, distraída con el trabajo.

-Que a qué hora quedamos. ¿La sesión es a la siete y media? ¿Quedamos a las siete en la puerta del cine?

-¿Me lo estás diciendo en serio? – Luchi titubeó, al parecer confundida, mirando alrededor como comprobando que no hubiera nadie.

- ¿Pensabas que no?

-Creí que estabas de coña…

-Pues no, me apetece ir a ver la película y no tengo planes, si tú quieres venir...

-Pues… - Se lo pensó un poco, mientras se apartaba el pelo que le caía sobre la cara colocándolo tras su oreja, antes de contestar. – Venga, vale. A las siete en la puerta del Palafox.

-Allí nos vemos entonces.

-Si no quieres ver Ciudad de Dios podemos ir a ver una de dibujos animados… va a parecer que llevo a mi hijo al cine... – Luchi añadió una risilla, y yo le sonreí a mi vez, con un guiño divertido.

-Seguro que sí… si tú fueras mi madre, mi padre dormiría en el sofá, maja...

Ambos nos reímos al unísono y nos despedimos hasta las siete.

A las siete en punto de la tarde estaba yo en la puerta de los cines Palafox, mirando la cartelera que anunciaba un buen puñado de películas (Solaris, recuerdo, y también la de Mortadelo y Filemón) cuyos carteles estudié antes de que Luchi llegara con unos minutos de retraso.

-Perdón perdón perdón… - me dijo, sonriente. Llevaba unos vaqueros de color negro y una abrigo largo gris, ceñido a la cintura, además de un gorro de lana bastante simpático. Estaba realmente atractiva, y creo que fue entonces por primera vez cuando comencé a verla como algo más que una clienta amiga cuarentona y me empecé a interesar por ella desde otro punto de vista. Nos saludamos con dos besos, y entramos a ver las desventuras de Buscapé y Ze Pequenho.

Esa tarde no pasó absolutamente nada. Éramos dos amigos viendo una película, y asì seguimos siéndolo durante las siguientes semanas, que volvimos a ir al cine juntos un par de veces más. Es cierto que hacía bromas conmigo, acerca de que debería invitar al cine a chicas de mi edad, haciendo referencias a sus cuarenta y dos años, a que le daba vergüenza que le vieran con un chico tan joven, pero era todo en un tono tan jocoso, tan de risas, que era complicado interpretarlo como algo más que el flirteo de una mujer con un amigo al que ve como eso, como un simple acompañante.

 

Un día, hasta me invitó a comer a su casa.

Estuvimos hablando unos días antes, en la oficina, acerca de recetas de cocina. A mí nunca se me han dado muy bien los fogones, fuera de las recetas más típicas que todo el mundo domina, pasta, arroces, fritos, ensaladas… sólo había vuelto a comer decentemente desde mi regreso a casa de mis padres, y dado que Luchi presumía de su capacidad culinaria y su pericia entre las ollas, yo le tomé el pelo y fingí no creérmelo, lo cual terminó desembocando en una invitación a comer. Que acepté.

Botella de vino y media docena de pasteles en la mano, llamé a su puerta hacia las dos de la tarde, un sábado de abril. Me abrió vestida de forma casual, con unos leggins y una camiseta enorme color morado. Una bandana del mismo color en la frente le mantenía el pelo hacia atrás y le otorgaba un aire bohemio. Iba casi sin maquillar, y creo que era la primera vez que la veía tan informal.

-Hola morenooo – me saludó efusivamente, con dos besos, y me invitó a pasar.

-Hoola… he traído vino. – le enseñé la botella, y ella lo festejó con una exclamación. Era un tinto del Somontano que había escamoteado a mi padre, porque yo no entiendo mucho de vinos pero le había escuchado alabar esa marca. -… y postre.

-¿Para qué te has molestado? ¡Si tengo postre casero, he hecho un brownie! – Llevamos todo a la cocina, que olía realmente bien. En los fogones borboteaba muy suave una paella de marisco, y en otro una cazuela de lo que Luchi me comentó que era redondo relleno en salsa. Me enseñó la casa, un piso pequeño de dos habitaciones con un gran salón, y nos sentamos en la cocina mientras se terminaba de cocinar el arroz.

-Huele genial…

-Te dije que era buena cocinera C***…

La miré mientras terminaba la comida, parloteando. Sus caderas seguían siendo demasiado amplias, descompensando su silueta, pero por lo demás estaba realmente bien, incluso muy bien para su edad. Muchas chicas de mi quinta querrían esas piernas, ese vientre sin barriguita, ese aspecto moderno y pizpireto. Sirvió la comida, y ambos comimos con apetito y bebimos el Somontano sin cortarnos un pelo, con bromas e intercambiándonos pullas.

- Esto está buenísimo, Luchi, de verdad. No me puedo creer que lo hayas cocinado tú. En serio no me lo creo. ¿En qué restaurante lo has encargado?

-Jaja, muy gracioso… ya te dije que ibas a comer muy bien…

-Yo no lo puse en duda, lo que dije es que el cocinero te iba a salir por un pico…

-Calla y come, anda… que estás en los huesos.

-Hala que frase más de madre te ha salido… o de abuela...

-¡Oye tú! Madre, bueno, pero ¿abuela? No te pases ni un pelo, yogurín….

Así nos pasamos toda la comida, bebiendo, brindando y yo alabando su buen hacer. Claramente había algo más en el ambiente, un coqueteo apenas disimulado, pero ninguno de los dos nos estábamos atreviendo a pasar a mayores. Comimos los pasteles, y con educación rechacé el brownie porque estaba más que repleto. Hicimos una corta sobremesa para tomar el café, y nos fuimos al salón. Yo curioseé entre las películas y encontré una que me llamó la atención.

-¡Hey! ¡Dentro del laberinto! Vaya peliculón… ¡me encanta! – le enseñé la carátula, y Luchi se sentó en el sofá.

-¿Te apetece verla? - me preguntó con voz insinuante.

-Claro... - dije al momento. La coloqué en el reproductor, y me fui a sentar junto a ella. La cinta empezó y Luchi se acurrucó a mi lado, cogiéndome del brazo, y no sé si fue el vino, si la buena comida, o el olor y el tacto de la madurita que sentí un calor abrasador en la entrepierna amenazando con quemar todo el salón. No sé si ella se dio cuenta, pero el caso es se fue arrimando cada vez un poco más, y no habían pasado ni diez minutos de película que al final nuestras bocas se encontraron en un muerdo interminable.

A Sarah todavía le quedaban horas para llegar al castillo más allá de la ciudad de los goblins.

* * *

 

 

Nuestra ropa desapareció de nuestros cuerpos en un visto y no visto. Primero la mía, ayudado por sus caricias ansiosas y urgentes, y después, algo más despacio, la suya. La camiseta me reveló el tatuaje que no me quería enseñar, una especie de diseño celta en su costado . Me pareció algo chabacano, pero sus pechos reclamaron enseguida mi atención, mis manos atrapando las tetas de Luchi, unos globos medianos con pezones marrones, algo caídas, a punto de perder la batalla contra la gravedad. Las sopesé apretándolas con suavidad. Al quitarse las mallas y las bragas mi madurita reveló un pubis totalmente depilado y bien cuidado, y un coño rosado por fuera con labios hinchados y colgantes. No me dio tregua Sus manos acudieron a mi polla sin perder un momento, frotándola con ganas, tantas que hasta que hacía un poco de daño.

-Cómo me pones… - me cogió el lóbulo de la oreja y me lo mordió. Cogió una de mis manos y la dirigió hacia su entrepierna, caliente como el infierno, y mis dedos buscaron la humedad entre esos dos bultos de carne, despertando los suspiros y gemidos de Luchi, que redobló las atenciones en mi rabo, pajeándolo como si quisiera batir mantequilla.

-¿Condones? – logré balbucear, pero Luchi negó con la cabeza.

-Tranquilo…- me susurró en la oreja, dándome un apretón en la polla que me hizo por un lado ver las estrellas, y por otro ponerme burrísimo. – tomo precauciones… - Cierto, no debería haberlo hecho, pero cuando uno está en celo pierde el oremus con facilidad, así que la recliné sobre el sofá, boca arriba debajo de mí, y sin más preámbulos dirigí mi nabo hacia su coño, que se abrió de par en par para recibirme, a pelo, empapándomelo de flujo.

Luchi me cogía la cara con las manos, besándome, me arañaba la espalda, me envolvía el culo con las piernas y se mordía los labios cuando mi amiguito llegaba hasta muy dentro de aquel coño madurito e insondable, pero no decía una palabra, ni un gemido, ni un suspiro, ni un resoplido. David Bowie cantaba “what kind of magic spell to use” y yo bombeaba despacio el cuerpo de una morena muy apasionada pero silenciosa, como si estuviese atrapada debajo del agua. Sus tetas y su piel con algunos lunares me atraías poderosamente, y atrapé con mi boca sus pezones, alternándome en chuparlos y lamerlos, mientras las manos de Luchi me cogían los cachetes del culo y los apretaban muy fuerte con los dedos, empujándome a penetrarla más fuerte, más dentro, más rápido. Así lo hice, notando sus jugos resbalar desde mi polla hasta mis huevos y sintiendo llegar mi orgasmo. Aumenté el ritmo, chapoteando en su coño, sacando la polla casi por completo y volviendo a embestir con furiosa violencia, Luchi todavía en silencio sacudiendo la cabeza con los ojos cerrados, y notando el cosquilleo de la eyaculación propagarse por sus huevos como un calambrazo. La madura empujaba a su vez, desde abajo, pegando su pelvis con la mía cuando la taladraba a tope, siguiendo el movimiento de mi cadera al retroceder como si no quisiera que mi polla se escapase. Me la follé, o nos follamos, alargando el placer todo lo posible, pero nada en la vida dura para siempre, y acabé percibiendo que temblaba, que contraía sus músculos vaginales, y no puedo evitar por mucho más tiempo que mi polla cobrase vida propia y empezase a escupir una, dos, seis, diez veces mientras se hinchaba dentro de su coño. Luchi se abrazó a mí, apretando su pubis contra el mío con todas sus fuerzas, y me mordió el hombro, haciéndome daño, pero todo lo superó el inenarrable gustazo de mi corrida acompasada a los espasmódicos apretones de su vagina, que ordeñaron mi rabo hasta la última gota, y un poco más.

Nos miramos a los ojos, recobrando el aliento, y nos besamos con pasión no exenta de ternura.

-Me encantas… - las primeras palabras de Luchi. Yo sonreì y la besé por toda la cara.

-Y tú a mí. – le respondí al rato. Salí de su interior, empapado, y me incorporé hasta sentarme, dejando caer mi cabeza hasta apoyarla en el cojín del respaldo, los ojos hacia el techo. En la televisión, Sarah y Jareth bailaban dentro de una burbuja de cristal.

Luchi se levantó al baño, y mi mirada la siguió. Debo decir que su culo me defraudó un poco. Ya he dicho que tenía caderas anchas, y algo de cartucheras, pero además al perder peso sus nalgas se hacían vaciado y escurrido, sin conservar casi forma y como escondiéndose hacia dentro, con algo de celulitis que se extendía por sus muslos. Los pantalones lo disimulaban, pero desnuda, sin artificios, su trasero perdía gran parte de su magnetismo.

Volvió al poco, con una toalla mojada con la que me limpió primorosamente, sin ahorrarnos besos ni carantoñas. Sus maniobras de limpieza pronto pasaron a ser directamente sobeteos, caricias y apretujones en mis huevos, en mi polla y en mis glúteos, que puse a su disposición al ponerme de rodillas sobre el sofá. Para mí vanidad, diré que mi rabo respondió con gallardía a su desafío.

-Cómo se nota que eres joven… - me dijo, entre beso y beso, repartiendo sus atenciones por toda mi entrepierna. – Ven conmigo...

Me cogió de la mano y me llevó por el pasillo, dándome otra perspectiva de su retaguardia, que ya no me parecía tan carente de atractivo. Atrapé una de sus nalgas, decepcionantemente fofa pero que aún así me excitó sobremanera al ir dándole caricias hasta llegar a su cuarto. Mi polla volvió a ponerse en guardia y Luchi la miró con aprobación, metiéndome su lengua hasta el esófago antes de susurrarme de nuevo al oído.

-¿Me lo vas a hacer ahora a cuatro patitas, yogurín? ¿Sí? – sin esperar respuesta se subió a la cama a gatas, meneando su culete como una perrita en celo. Quizá los hubiera más atrayentes, más turgentes o más respingones, pero a mí me bastaba y me sobraba. Subí tras ella y sin gran ceremonia volví a colocársela a las puertas de su coño, mojado con un flujo espeso y de olor algo fuerte.

Conteniendo la respiración, Luchi se fue ensartando ella solita, dando pasitos hacia atrás, hasta que sus nalgas hicieron tope en mis muslos, y toda mi polla estuvo enfundada entre los pliegues de su chocho, que hervía y babeaba.

El segundo fue mejor que el primero. Mi polla se perdía entre sus labios vaginales con un sonido viscoso y excitante, que rimaba con los chirridos metálicos de su somier, protestón ante mis embestidas. Separé sus nalgas blandas con mis manos para contemplar su ojete oscuro, con unas cuantas hemorroides estropeando su simetría, y más abajo mi polla reluciente de fluido entrar y salir sin llamar hasta el fondo de Luchi que ahora si emitía algún sonido, unos bufidos abogados y roncos cada vez que notaba mi capullo percutir en busca del fondo de su vagina, sin conseguirlo pero sin cejar en el empeño.

No sé ni cuánto estuve follándomela en esa postura. Le abría el culo, le daba cachetes en las nalgas y en los muslos, me agachaba sobre ella y cogía los melones maduros de sus tetas, pulsando sus pezones como diales de radio sintonizando un canal inexistente; me incorporaba de nuevo, acariciando su espalda, y vi como ella se masturbaba el clítoris con la mano a la vez que yo la penetraba. Mojé mi dedo meñique con saliva, y bajé hasta su ano para penetrarlo, palpando el blando tacto de sus venitas inflamadas y separando el cierre de su culito para perder mi dedo en sus profundidades.

Fue como pulsar un resorte. En silencio, su respiración se agitó, sus movimientos en su entrepierna se hicieron más violentos, y hundió su cabeza en las mantas para ahogar un gemido, mientras su coño me exprimía con la fuerza de un cepo y su esfínter se cerraba en torno a mi dedo como si quisiera amputármelo.

Su orgasmo duró como un minuto, en el que se quedó muy quieta, para después empezar a mover sus caderas adelante y atrás, clavándose ella misma en mi polla y provocando mis gruñidos.

-Joder Luchi… me voy a correr otra vez… - hablé, seguramente para romper aquel silencio que me parecía tan antinatural. La madura entonces se libero de mi polla y se dio la vuelta con pasos torpes, para darme un autentica sorpresa. Se metió mi rabo en la boca, lleno de su propio flujo, y empezó a follarme con la boca con un vaivén enérgico, los labios bien cerrados, y tras unos cuantas chupadas su mano empezó a pajearme al mismo tiempo. El gustazo de su lengua, de su boca, y sobre todo la sensación de esa madurita, la subdirectora de una empresa, ahí arrodillada comiéndome el rabo fue demasiado para mí.

-Me corro Luchi… me voy a correr… - No hubo más reacción que pajearme más rápido, acariciando mis huevos con la otra mano, y paró la mamada dejando solo el capullo dentro de su boca, con su lengua saboreándolo en toda su superficie. No duré más que unos segundos más, volví a eyacular unos buenos chispazos de lefa, que Luchi recogió con su lengua cosquilleando el agujerito de mi polla, subiendo y bajando su mano cerrada queriendo aprovechar toda la cosecha, y yo me sometí a sus deseos temblando de placer y vaciando del todo mis depósitos en su boca cerrada.

Me la siguió chupando por un rato, dejando que se fuese deshinchando, hasta que con un churrupeteo húmedo la dejó escapar. Un hilito de baba unía su boca con mi glande, y se lo limpió con el dorso de la mano antes de incorporarse y darme un beso largo, sensual, entregado, en el que yo noté un sabor en su boca que no quise identificar.

Nos dejamos caer en la cama. Mis dedos jugaban con su ombligo y el lampiño tacto de su monte de Venus, y dejamos pasar un rato en silencio, respirando, asimilando las sensaciones. Fue Luchi quien habló primero.

-No sé si esto está bien, pero tenía muchas ganas… - se giró hacia mí, quedando boca abajo, con la cabeza apoyada es brazo. Yo no contesté inmediatamente, sino que enteré mis dedos en los rizos negros de su cabeza, peinándolos.

-¿Por qué no va a estar bien?

-Porque te saco quince años, porque tú eres un pipiolo y yo… ya ves… - hizo un gesto como abarcando su cuerpo, mientras hacía una mueca de desdén. La besé muy despacio en su mejilla, después en su boca, y después fui besando cada una las estrellas de su tatuaje desde la oreja hasta su cuello, donde la punta de mi lengua trazó un dibujo secreto. Luchi respiraba fuerte y se mordía los labios.

-Tú .. tú eres una mujer estupenda que está buenísima y haría las delicias de cualquier hombre con ojos en la cara.

-Eres un mentiroso, pero tus mentiras son cojonudas… - Luchi se rió, apartándose un poco. - ¿Cuánto vas a tardar en cansarte de mí?

-¿Qué clase de pregunta es esa? – la miré a los ojos, repentinamente serios los dos.

-La que has oído.

Por unos momentos titubeé, sin saber muy bien qué decir.

-¿Los hombres se cansan de ti? Porque no entiendo a santo de qué viene eso

-No puede durar. ¿Nos has mirado bien? Casi podría ser tu madre…

-Y dale… Yo qué sé lo que durará… lo que nosotros queramos, supongo…

Luchi se dio la vuelta, dándome la espalda, y yo me acerqué a ella, pegando nuestros cuerpos desnudos. Acaricie con un dedo su brazo, mientras le susurraba halagos y todo lo bueno que se me ocurrió. No sé si le bastó, pero al menos si fue suficiente para quedarnos dormidos.

*

Cuando me desperté, era de noche, y algo en mi interior me decía que era tardísmo, pero me daba exactamente igual. Estaba abrazado a la espalda de Luchi, desnudos los dos. Ella respiraba acompasadamente, dormida, con su culo bien pegado a mi entrepierna. Ese pensamiento, junto con el tacto cálido de su piel contra la mía, hizo que la sangre comenzase a fluir y fuese llenando los cuerpos cavernosos de mi miembro, que fue en muy poco tiempo pasando del reposo al perfecto estado de revista. Encastrado en la raja de su nalgas, un deseo libidinoso me fue invadiendo, y con el capullo fue separando su carne, tentativamente, buscando con la punta de mi espada su orificio posterior.

No tardé en encontrarlo, y fue posicionando mi tronco a la entrada del aserradero. Estaba muy cerrado, y no cedió lo más mínimo a mis intentonas, así que humedecí mis dedos con saliva, para proceder a lubricar mi capullo y facilitar la entrada. No tuve más éxito que antes, porque su ano rechazó mis acometidas sin ceder un milímetro, y alertando al cuartel general.

-¿Qué andas…? – Luchi se sacudió un poco, echando la cadera hacia delante. – ¿ya estás cómo mi ex marido? – Se volvió hacia mi sin dejar de darme la espalda, con una expresión que no era ni sonrisa ni enfado, sino un paso intermedio – En cuanto se descuida una, buscáis el culo a la mínima. ¿Qué tenéis los tíos con el anal, joder…?

Acaricié su cuerpo, bajando hasta sus caderas y sus muslos, perdiendo mis manos en esa piel caliente y mullida.

-Pues que me he despertado, he notado este culazo y me he vuelto un poco loco… - la besé intentando apagar su risa.

-Claro claro… y mejor pedir perdón que pedir permiso, ¿no, granuja?

-Tú los has dicho… pero si quieres pido permiso. ¿Puedo…? – no completé la frase, sino que busqué su ano con mis dedos. Me sorprendió que ella me diese un manotazo en ellos, abortando la maniobra.

-Pues no, no puedes.

-¿Por qué? ¿Lo has probado?

Luchi se giró hacia mí, negándome su trasero, y me miró muy seria aunque con un bello divertido y juguetón en sus ojos castaños de reflejos verdes.-

-Pues sí, y no me llama especialmente la atención. Así que contente, chaval, porque no me lo vas a petar…

Nos besamos, haciéndonos cosquillas.

-Pero es que yo quiero…

-¿Quieres qué? – se hizo la tonta, enarcando la ceja derecha.

-Petarte. Petarte el culo.

-Aaah… así que el niño quiere hacerlo por el culo, ¿eh? – Asentí, y le apreté una nalga con fuerza – Pues lo siento pero no está en el menú. Igual otro día, si me pillas de humor y te portas muy muy bien…

Nos comimos la boca primero despacio, luego con hambre, como si quisiera la madurita compensar su negativa a entregar el culo. Creo que esta vez me follo ella a mí, cabalgándome y controlando a su antojo el ritmo y la profundidad de la penetración, girando el culo en círculos como descorchando mi polla. Dejó que le pellizcara los pezones, estirándoselos, y que le masajeara las tetas bien a gusto, abarcándolas apenas con cada una de mis manos, jugando con ellas. Pero era Luchi quien marcan los tiempos y las reglas, deteniéndose para recuperar aire, siempre en silencio, demostrando el placer solo con gestos, con miradas, la la humedad de su boca entreabierta, con su lengua que buscaba mi cuello, mis hombros o mi boca a la mínima ocasión. Era como si se hubiese convertido en dueña de mi polla, embistiendo con las caderas, utilizándola como un consolador.

Me corrí dando un largo gemido, mientras ella atendía a su propio orgasmo, subiendo y bajando sobre mi rabo, extrayendo cada gotita de leche con su coño prieto a más no poder. Se quedó sobre mí, sudorosa, jadeante, y me fue dando cortos besos como aleteos de insecto por todo el pecho, hasta llegar a mis labios.

-Me vuelves loca… - murmuró, apartándome el pelo empapado de la cara, rozando apenas mi pómulos. – No sé lo que me haces que me vuelves loca.

*

Me levanté de madrugada, todavía a medio gas, y fui hasta la cocina a beber un vaso de agua. Allí, sobre la encimera, estaba el brownie de mediodía, incitante, tentador, y mis tripas sonaron con un gruñido de protesta ante el prolongado ayuno. No me encomendé ni a Dios ni al diablo, y con un cuchillo corté rebanadas del compacto bizcocho de cacao y nueces. Allí, distraídamente, fui cortando y comiendo, saboreando la dulce miga chocolatada y el crujiente tostado de los frutos secos, dando tragos de agua para ir pasando el dulce.

-Sí que tenías tú hambre… - la voz de Luchi me sobresaltó, y apagué un grito antes de volverme.

Qué susto me has dado!

-Eso es porque no tenías la conciencia limpia… porque estabas haciendo algo que no debías… - la madura se rió en voz baja, antes de coger una rebanada de brownie y mordisquearla con curiosidad – Hmmm… me ha salido rico.

-Todo te sale rico – le dije, sonriendo, antes de darle una palmadita en el trasero. Ella volvió a reír.

-¡Esas manos… que luego van al pan…!

-O al brownie… - repuse, agarrándola de las nalgas y tirando de ella hacia mí, para besarla. Sabía a chocolate. Mis manos enredaban con la piel de sus cachetes, abriéndolos y cerrándolos, apretándolos, recorriendo su raja desde el final de su espalda hasta los labios de su chocho y vuelta hacia arriba, acariciando de paso el santuario de su entrada trasera. Reconozco que era un doble sentido algo burdo, pero era muy de madrugada.

-Que no insistas… - Luchi me dijo al oído, agarrándome a su vez los huevos y la polla, manipulándolos sin cuidado, y provocándome un dolor leve hasta que retiré mis tímidos avances – Te he dicho que por ahí no…

Levanté las manos, en gesto de rendición, y ante su sonrisa las planté en sus pechos, notando cómo sus pezones se endurecían, al mismo tiempo que lo hacía mi polla ante la divertida aprobación de Luchi.

-Madre mía… hay que ver qué energía.

-Eso es mérito tuyo… mira cómo me pones…

La madura me fue acariciando, masturbándome muy lentamente, sus ojos en los míos. Me agarró por mi rabo como si fuera un mango, y me arrastró contra la mesa. Se recostó, pero yo no iba a dejar que llevara otra vez el control. La cogí con un poco más de brusquedad de la necesaria, y la giré hasta ponerla de espaldas a mi. Abrí sus piernas con las mías y la empujé hasta que su pecho tocó la madera, y con un solo gestó se la metí por el coño hasta hacer tope en su trasero con una especie de palmada.

Allí, en la penumbra, me la follé contra la mesa metiendo y sacando la polla como un pistón, agarrándola por la cintura y haciendo fuerza, como si quisiera atravesarla y remacharla contra la mesa, que golpeaba la pared al ritmo de mi galope. En el silencio de la noche parecía un diapasón, golpes secos de la mesa en la pared, golpes secos de mis muslos en los suyos, y como contrapunto mis propios jadeos. Luchi agarraba el borde la mesa y bufaba muy de vez en cuando, su coño empapado de jugos que resbalaban por sus muslos.

Por cuarta vez descargué mi leche en la madurita. Mi polla latía en el interior de su coño, me encantaba. Cogí el cuello de Luchi y la fui levantando, pegando su espalda contra mi pecho y comiéndole la boca. Ella me devolvió los besos, todavía con sabor a brownie, hasta que mi verga se desinfló y abandonó sus labios vaginales.

-Tú también me vuelves loco… - le dije, entre beso y beso.