miprimita.com

Mis viajes de placer

en MicroRelatos

Esta historia comienza como cualquier otra, con un hombre que quiere aventuras. Quizás, en mi mente, las únicas experiencias que buscaba en el viaje que me llevó a Burgos fueron las culturales, puesto que nunca había estado en esta ciudad y me habían hablado maravillas de ella, aparte de lo que ya conocía de lo que había visto en diferentes guías de viaje por internet. Pero todo cambió cuando ella apareció en mi vida. A veces el destino nos juega unas cartas que cuando las tenemos en las manos, lo único que tenemos que hacer es jugarlas, y en ocasiones, la partida está prácticamente ganada. Uno de los mayores misterios que he vivido y viviré será la relación que tuve con esta mujer, una fuera de serie en la cama, y donde fuese, porque creedme, cuando una persona está deseosa de placer y de pasión, no hay nada que la pare, ni una calle, ni un coche, ni el pequeño pasillo que pueda haber desde el salón a la cama. El sexo es el sexo y si llama a tu puerta, ¿qué vas a hacer?, ¿dejarlo esperando a que llegue a viejo y la fruta deje de estar sabrosa? Que va, para nada, lo que apetece es quedarse saciado de ella, disfrutarla hasta sacarle el máximo jugo y una vez entonces, después de recuperar el tiempo perdido, volver a la normalidad, la cual, cuando uno desea con pasión a alguien, vuelve pronto, pero igual de pronto que se va, viene de nuevo y todo se vuelve una rutina de orgasmos y placer mutuo que te hace sonreír nada más pensándolo. A la chica en cuestión, a Miriam, la conocí aquí y es que las compañías siempre me han gustado, sobre todo cuando voy a viajar a otras ciudades. Soy de los que les gusta tomar un billete de tren, de avión o de autobús, colarme en una ciudad o país, pero una vez que estoy allí me gusta que me lo enseñen todo. Ahora bien, cuando vuelvo, lo hago sin ataduras, con muchos recuerdos y buenos momentos a las espaldas y con la pistola descargada. No hay nada mejor que llegar a casa y recordar todo lo que has sido capaz de hacer con una mujer en tan solo un fin de semana.

Miriam era puro fuego, incansable, y eso que desde siempre me he considerado un caballo ganador, uno de los que resisten una y otra vez hasta quedar agotado después de las horas, sin embargo, me había encontrado con una yegua de pura sangre, una hembra que era capaz de montarme con tanta rapidez, viendo como sus caderas se movían de un lado a otro, acompañada por sus pechos, firmes, perfectos, de esos que puedes coger con las manos, suaves, tersos, con un sabor afrutado delicioso, de los que puedes morder y saborear durante horas, algo que hice, incluso cuando no estábamos los dos jadeando y en el acto. Ella sabía lo que hacía, no me cabe duda que su experiencia le hacía disfrutar del sexo más que a nadie, uniéndose sus ansias de poseerme, de intentar controlar mi cuerpo, un cuerpo que deseaba de ella, que notaba su cuerpo debajo del mío agitándose, no contenta con mis embestidas, que también intentaba hacerme notar como ella también sabia moverse, algo que hacía de maravilla. Esta mujer era capaz de exprimir mi jugo con sus manos como quien intenta exprimir una naranja en un vaso, con fuerza, pero también con cuidado ya que no quería que ni una gota que saliese de mi fuese a parar fuera de su boca. Toda una delicia que hacia siempre mirándome a los ojos, directa, juguetona, buscando alguna debilidad en mi interior para utilizarla y seguir disfrutando del sexo mientras saciaba su sed con lo que había conseguido después de la exprimida. Caricias y mimos no iban con ella, pues prefería desfogar toda la pasión que tenía en su cuerpo hacía mí. Aún tengo algunas marcas en la espalda de sus arañazos, y de lo que hablo hace ya más de dos semanas que ocurrió.

Durante mis vacaciones en Burgos he disfrutado como nunca, aunque bien es cierto que me he perdido mucho de su encanto, de lo que puede mostrar una ciudad al público en general, sin embargo, he vivido otras aventuras, otras experiencias carnales que no llegan a compararse con ninguna de las aventuras de alcoba que he tenido con antelación. Noto el cuerpo dolorido, aunque no se lo he reconocido a ella. No quiero que sienta que me ha ganado, aunque algo en su rostro cuando se despidió de mí me hace pensar que en el fondo ella lo sabe, por su sonrisa pícara, por su hasta luego. Quizás alguna vez vuelva a ir a esta tierra, quizás vuelva a llamarla para la revancha, pues, como he dicho, me siento un caballo ganador, y no acepto nunca una derrota.