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Nuevos amigos

en Confesiones

Ya había caído la noche y volvía a casa andando por la playa muy frustrada, colérica, intentando digerir lo sucedido. Con el vestido corto, sin ropa interior, y el chocho aún húmedo, daba pasos rápidos hundiendo los pies en la arena. "Al primero que se me cruce, me lo follo", pensé. Luego reflexioné si eso podía acabar siendo un castigo más para mí que para ella. Así que tal y como se me ocurrió la idea, la deseché como venganza, pero no como alivio al deseo desatado y despreciado.

Todo empezó poco antes, en una fiesta en la casa de una amiga. Entre todos los invitados destacaba como una perla una chica que ya conocía de vista por haberla visto en la playa. Siempre en bikini de dos piezas, su forma de mirar, los labios siempre juntos y sus pequeños pechos, que se me antojaban duros como piedras, habían llamado mi atención cada vez que pasaba cerca de mi sombrilla. Llevaba un pelo negro corto y tenía cierta elegancia al andar.

En medio del jardín de mi amiga, la chica bailaba, hablaba con sus amigos, y seducía con la mirada a todo aquel que osase mirarla. Fue la primera señal de que se trataba de una seductora exhibicionista, pero me tenía atrapada y no hice caso a mi instinto. Entre tanto hombre, yo tendría que ser de las pocas en mirarla con cierto apetito, así que capté su atención bastante pronto. Me acerqué a ella y bailé cerca, para que me mirara y para que me mirara mirándola. Me presenté, y al hablar con ella, fui consciente de que era más joven de lo que me había parecido, fue otra señal que no quise ver para que me alejara de ella.

Me dijo que mi amiga le había hablado mucho de mí, y me miró con los ojos encendidos. No sabía qué le había contado de mí, pero pensé que si que mi fama llegaba antes que yo, es que debería ser aún más discreta en mis cosas. Me invitó a fumar un poco más apartadas y allá que nos fuimos. Nos sentamos en unos escalones y dejé mis piernas bien a la vista. No acepté el cigarro que me dio, pero le daba caladas al suyo, sujetando su mano y acercándolo a mi boca. Pronto nos dimos el primer beso, primero un piquito, luego uno con lengua, saboreando el tabaco una de la otra. Me dijo que no se lo había imaginado así, lo de besar a otra mujer. Nos besamos otra vez, esta vez una eternidad mientras mi mano cogía la suya. Cuando nos separamos me miraba con un deseo voraz y yo abrí las piernas, en una invitación silenciosa. Detrás nuestro se oía la fiesta y aún estábamos a la vista de cualquiera que cogiese ese sendero. Llevé su mano a mi muslo, para excitarla más por si nos pillaban, y ella apenas se atrevió a moverla, no obstante me gustó sentir su contacto. Para relajarla me la llevé a un rincón aún más apartado. Allí nos devoramos a besos, le besé el cuello, la oreja, le levanté la camiseta y le quité el sujetador, mordiendo sus pechos. Ella gemía silenciosamente. Dios, qué duros estaban. Me quité las braguitas, arrojándolas hacia el otro lado del jardín, a la arena de la playa, e hice que saboreara mi sexo. Fue un poco torpe, realmente era su primera vez, pero sabía cómo trabajarlo para obtener placer de él. Pronto la lengua empezó a sentirse cómoda en mi humedad y me puso a cien. La hice ponerse en pie y le bajé los shorts, y empecé a lamerle el clítoris, abriéndole con los dedos los labios de la vulva. Se corrió muy pronto, pero dejó que siguiese. A esa perra le gustaba la sesión continua.

Entonces sonó el maldito móvil y ella lo cogió. Era su novio, que la estaba buscando. Se vistió rápidamente, me dijo que esperara y fue a buscarlo. Esperé y esperé. Vi cómo volvían a unos metros más allá, en la penumbra. Mirándolos desde mi posición, comprendí que ella iba a follárselo. Se puso de rodillas ante él y se llevó su pene a la boca, lo justo para que él quisiese correr el riesgo de exponerse a la vista de algún invitado a la fiesta. Mientras lo hacía, la muy zorra miraba hacia donde estaba yo. Se puso de pie y se quitó los pantalones, e hizo que su novio la montase sobre un banco. Yo me estaba haciendo un dedo, esperando la señal para intervenir, pero no la recibí. Al poco tiempo el chico no tardó en eyacular y se fueron. ¡Se fueron! Se fueron de la fiesta. Nunca me había pasado eso. Me quedé literalmente con la miel en los labios, así que me fui, ya de noche y muy frustrada, colérica, intentando digerir lo sucedido. Con el vestido muy corto y sin ropa interior, hundía los pies en la arena sintiendo cómo el chocho seguía húmedo.

"Al primero que se me cruce, me lo follo", pensé. Pero en realidad lo que quería era llegar a casa y no tener que hablar con nadie más. Llegué pronto a una zona en la que vivían residentes de todo el año, y ahí el silencio se hace dueño del entorno. Por eso pude escuchar unos pasos tras de mí, parecían de varias personas. Me paré y distinguí el ruido de unas patas, de un chucho. Pronto llegó hasta mí y lo vi, un pastor alemán relativamente grande. Se acercó a mí gimiendo y dando breves ladridos, parecía perdido y también contento de verme. De chica tuve un perro y me hizo recordar los buenos tiempos. Después de acariciarlo seguí mi camino, pero el animalito se me ponía delante. Lo acariciaba tranquilizándolo e intentaba andar, pero él insistía colocándose delante e impidiéndome el paso. Seguramente pensó que la que me había perdido era yo. Así que le seguí el juego y dejé que me guiara, pues su casa no debía estar muy lejos.

Pronto llegamos a la puerta de la verja trasera de un chalet. Me asomé y me caí. Más bien el perro me empujó y perdí el equilibrio. Se vino hacia mí y entre gemidos empezó a pasarme la lengua por la cara, el pobre. Me hizo recordar a mi Bobi, pero no era él y no me hizo gracia tanto lametón. Se apartó y empezó a lamerme las piernas. No supe reaccionar. Aquella lengua enorme estaba pasando por el interior de mis muslos, rozando mi sexo. No comprendía nada, pero cuando su lengua tocó mi ano reaccioné e intenté apartarlo, pero el animal tenía mucha fuerza y me puse muy nerviosa. En un pequeño movimiento de su cabeza, la lengua alcanzó mi clítoris, dando breves y certeros toques con la punta. Intentaba sujetar el cuello, pero esa lengua cada vez estaba más cerca y ya pasaba libremente desde un extremo a otro de mi vulva. No me lo podía creer, pero me estaba comiendo el chocho un perro, y lo hacía muy bien.

La lengua era simultáneamente dura y blanda, cada vez que la llevaba a contrapelo del clítoris, sentía una mezcla brutal de dolor y placer, y cuando la bajaba, todo era placer. Quería que me diese asco, pero no podía. El perro tenía que estar entrenado, porque estuvo así hasta que llegué a un orgasmo colosal, haciendo que él diese un breve ladrido y buscase un inexistente premio en la palma de mi mano.

Pensé en que tendría que lavarme a fondo en cuanto llegase a casa. Pero no iba a ser en ese momento, porque el cánido volvió a mi sexo, esta vez buscando mi vagina, olisqueándola y metiendo la punta de la lengua. Asustada, intenté apartarlo otra vez, pero me abandoné pronto en cuanto sentí toda esa masa en movimiento dentro de mí. La metía y la sacaba entera, de golpe, haciéndome gemir, sin darme descanso. Según le daba en gana, la dejaba dentro pero sin dejar de moverla. Me masturbé con la lengua moviéndose dentro de mí, y aún ahora me estremezco al recordar esos lugares de los que desconocía su existencia. Y me volví a correr.

El perro fue otra vez a buscar mi mano, y al no encontrar nada, gimió. Yo ya tenía la certeza de que su ama era una buena adiestradora, y de que éste era su muy mejor amigo. Lo que no me esperaba era que se pusiese sobre mí con el pene claramente erecto. Eso ya era más de lo que podía soportar. El chucho encogía las patas traseras, buscando mi sexo y yo me arrastraba hacia atrás, evitando desesperadamente el contacto. En ese momento se oyó un silbido. Ambos miramos hacia la casa y allí vi al contraluz la silueta de una mujer. El perro me miró confuso, me dio un pequeño ladrido y corrió hacia su dueña, que se dejó lamer la cara y le dio un par de galletitas. Entraron en la casa y cerraron la puerta.

Me quedé estupefacta, respirando profundamente, siendo consciente de lo literalmente mojado que tenía mi sexo y mis piernas. Pensé en las dos galletas que le dio la mujer y comprendí que ella lo había visto todo desde el principio, arriesgándose a que mi reacción hubiese sido más violenta con el animal. Al llegar a casa fui directa al cuarto de bañe y me duché frotándome mucho, muy confusa. En los días siguientes, en mis paseos al atardecer, pasaba por aquella casa, y nunca vi a nadie ni a ningún animal en su jardín. No obstante, varios días más tarde me acerqué y llamé a la puerta. Me abrió aquella mujer, mirándome desconfiada. Le enseñé los dulces que llevaba y le dije que pensé que le gustaría probarlos. Me dejó pasar y mientras tomábamos café, me volvió a presentar a su perro.