miprimita.com

La Libertad_08

en Grandes Series

LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO I. PRIMER DÍA

cuenta de protección y minuto de descanso

Llegué a la cocina. Como suelo hacer cuando me veo superada por un problema, opté directamente por anularlo, por eliminarlo de mi mente, refugiándome en lo cotidiano, en las cosas pequeñitas. Para no pensar y no acabar agobiada por algo que no iba a ser capaz de solucionar. Esa mañana me entregué a los quehaceres del desayuno y, por un momento, olvidé todo el frenesí y la excitación sexual que acababa de vivir. Excitación que, para qué engañarme, todavía mantenía encendido mi cuerpo.

Como si nada hubiese pasado, traté de arreglar mi ropa, y mi cuerpo, lo mejor posible: me cerré los botoncitos del escote, bajé y estiré la faldita del camisón, y me eché agua por la cara, la nuca, las axilas, incluso por la ingle y los muslos.

Intentaba obviarlo, pero me sentía caliente. Sucia y caliente. No debía pensar. Así que comencé a trajinar con los cacharros, para tener la mente ocupada. Era eso y no otra cosa lo mi cuerpo necesitaba. No pensar. Obviar a Pablo, lo que habíamos hecho, lo que podríamos haber llegado a hacer. Sobre todo lo que podríamos haber llegado a hacer. Las dos intervenciones de Carlos habían sido providenciales. Y eso que de la segunda él no había sido ni siquiera consciente.

A esas alturas, por otra parte, confiaba en que la primera podía darla por olvidada, también. Al fin y al cabo hasta el propio Carlos tenía ciertas reacciones que ocultar, después de aquella noche. No tan graves como yo, pero lo que él sabía no era ni mucho menos lo peor y, en cualquier caso, nada que pudiera reprocharme con suficiente superioridad moral sobre mí. Bien, eso era bueno. Si podía dar a Carlos por neutralizado, podía dar a Pablo por olvidado. Más por prudencia que por deseo, claro. Pero no iba a dar mayor importancia a lo que, en el fondo, tampoco la había tenido. Vale, había sido un calentón de una noche. Tenía todo el día para salir de ésa, dormir una noche más (¡sola!), y todo habría pasado. ¿Qué podría hacer o decir Pablo si yo decidía ignorarle, sin más? Absolutamente nada. Sin testigos, y con mi negación, todo se reduciría a la fogosa imaginación de un adolescente precozmente caliente, exageradamente salido, como pudo incluso comprobar su hermano ayer. Y ya estaba.

Desde ese momento, era así de simple: para mí nada había pasado. Acababa de darle al botón de borrar de mi mente las caricias, los besos, los tocamientos de aquella noche. Desde siempre solía olvidar mis pequeños líos pasajeros, casos con poco brillo para contar siquiera a una amiga o confidente, que atesoraba en mi memoria, en el mejor de los casos y si había merecido la pena. Cuando no era así, directamente lo olvidaba. Y, respecto al tipo en cuestión, bueno, si era poco conocido, bastaba con no volver a verle. Para gente más cercana, les decía aquello de que era mejor no hablar del tema, y guardarlo sólo para nosotros como un momento especial. Rara vez lo era, casi siempre eran simples polvos y, la mayoría de las veces por aquella época, hasta malos polvos.

Cuando me lié con Meri y, sobre todo después con Nurita, y mi vida sexual se desató, bueno, las cosas empezaron a cambiar. Sencillamente me solía dar igual lo que pensaran mis parejas, cuando estaba claro que todos buscábamos sexo, y nada más. Luego, claro, quedaban los casos más comprometidos. Casos algo cercanos pero sin estar en mi circuito  sexual habitual… En esas ocasiones, volvía a recuperar mi vieja receta: “el momento especial sólo para nosotros…” O, directamente, lo ignoraba todo. Y siempre funcionaba.

Con Pablo no iba a ser distinto. Además, todo era cosa de tener claros mis deseos. Es cierto que el día anterior había conseguido olvidar a Carlos en brazos de Pablo. Pero aquella mañana constaté que Carlos me acababa de demostrar que merecía la pena no olvidarle jamás. Escucharle en el baño, con mis bragas, sirvió para dejarme claro que todo era aún posible. Y que no iba a tener problema alguno por lo que hubiese podido ver la noche anterior con Pablo.

Joder, hasta me resultaba difícil admitir algo tan obvio como eso: si yo deseaba a Carlos, él me deseaba a mí todavía más. Por lo que sólo era cuestión de tiempo...

Miré las cucharas que tenía entre mis manos. Llevaba un rato embobada, sin moverme. Había acabado de preparar todo, y me había quedado inmóvil. La verdad, estaba agotada. Casi no había dormido y la tensión había sido brutal. Y seguía sin saber qué demonios hacer...

En ese momento, le sentí, clavándose su mirada en mi espalda desnuda.

Al girarme vi de nuevo su cuerpo, su glorioso cuerpo en lo mejor de la juventud, casi en su máximo apogeo que, sin duda, le iba a llegar en pocos años. Carlos parecía muy precoz. En todo. Era cierto, nunca me había parado a pensarlo: al igual que Pablo demostraba una madurez acelerada en muchas cosas (sí, también físicas…), su hermano mayor tampoco tenía pinta de un niñato apenas salido de la adolescencia. La enorme polla, levemente empalmada, se le marcaba ostensiblemente en la toalla corta que envolvía su cintura, y que era lo único que cubría su desnudez. El torso al aire, húmedo, el agua todavía chorreando de su pelo por el largo y musculoso cuello. Ese pecho, duro, una delicia pidiendo ser recorrido por mis manos, cubierto de ese vello joven, recién nacido sin duda sobre su piel, los muslos como robles asomando bajo la breve toalla...

- ¡Huau!- la interjección de asombro, de pasmo, se me escapó junto a la cara de imbécil. Parecía una colegiala jugando tontear con los chicos en un campamento.

- ¡Has preparado todo!- me sonrió él desde la puerta... Con una naturalidad aplastante.

Y yo no supe qué decir. Muda e inmovilizada, sentí pánico ante la sensación de imbecilidad que me empezaba a atenazar. Después de lo de ayer, que se presentara así, casi desnudo, con la verga claramente aún medio erecta después de hacerse la paja… ¡Mierda, la paja! El repentino sonido de la puerta de la habitación de Pablo me sacó de mi embobamiento. ¡Mierda, mis bragas! ¿Sería posible? Pero no, no... y ¡Pablo!... no quería que él pudiera... si entraba en el baño y descubría allí lo que su hermano, lo que yo... lo que Carlos debía haber hecho con mis bragas... Mi cuerpo me pedía a gritos quedarme con Carlos, seducirle, ¡pero tenía que recuperar las bragas antes de que fuera demasiado tarde!

Afortunadamente,  Carlos había entrado en la cocina, con lo que la puerta había quedado libre. Salí corriendo de allí, rozando su cuerpo, sintiendo el calor de su piel desnuda.

-       Vete empezando ¿vale?

Fui apenas capaz de poner la mejor de mis sonrisas, pero en absoluto pude desarrollar ni pizca de mi poder de seducción de puros nervios. Siempre me pasa, es cierto, me cuesta ligar cuando alguien me atrae demasiado. Pero sé que es algo que se puede solventar entregando el cuerpo por delante. En fin, ésa era mi mejor arma, no sería la más sutil, pero a esas alturas de mi vida me había vuelto muy práctica. Era una forma infalible de calentar, por lo menos a un tío. Siempre me ha funcionado mejor que intentar ligar, y ha sido mi tabla de salvación cuando alguien no intentaba ligar conmigo pero yo sí quería algo. Sé que hubo gente que me consideró una calienta en su momento, y eso llegó a molestarme… muy poco. Soy una calienta, sí. Y una puta. Si he ejercido de ello, no lo voy a negar. Y si caliento, lo cierto es que lo hago por algo. Siempre. Quiero decir, que lo que empiezo… ¡lo acabo! Pues sí, pero lo cierto es que con Carlos poco más podía hacer en ese momento. También era cierto que acababa de correrse en mis bragas, así que poca seducción más necesitaba, al menos por un rato. Y lo de mis bragas era más urgente.

Salí disparada. Justamente, Pablo estaba entrando en el baño. Vestido con su camiseta sin mangas y un calzoncillo slip apretado, que amenazaba como siempre con reventar de una brutal erección. Eso, y que ya estaba empapado por una corrida reciente. Joder, ¡mi primito se había vuelto a pajear mientras yo estaba en la cocina! La imagen de lo que hice en el pasillo golpeó mi mente como un relámpago. Sin duda había sido demasiado, pero fui incapaz de evitarlo evitarlo.

-       ¡Pablo, necesito entrar! – dije apartándole de un empujón sin mediar más explicación.

Sentí su camiseta empapada de semen (y de mis flujos, porque con ella me limpié yo antes), y pude ver su calzoncillo rezumando el esperma que aún estaba saliendo de su verga. Todo su cuerpo y su cara estaban cubiertos de líquidos más o menos secos, y apestaba a sexo, más aún de lo que había llegado a apestar yo antes. Aunque lo cierto es que apestaba a sexo suyo, pero también mío. Daba igual. Me negaba rotundamente a seguir pensando en él. Entré, cerrando de un portazo, y miré: joder, ¡qué poema! Menos mal que había evitado que Pablo entrara. Mis braguitas seguían en el suelo, aunque no donde las dejé, ni como las dejé (tiradas en el suelo, retorcidas y con el interior vuelto, enseñando claramente la plasta espesa de mi flujo reseco, con restos duros y largos pelos sudados enmarañados en aquella masa pastosa). Ahora descansaban perfectamente estiradas, sobre el váter... Mi primo Carlos se había tomado la molestia de cogerlas, desenrollarlas, ¡las había tocado con sus manos! y... ¿y con su polla?

Sí. Al acercarme un poco comprobé excitada cómo estaban literalmente cubiertas de espeso semen amarillento. Me arrodillé y empecé a lamerlas, a lamer aquella delicia, como una perra, como la auténtica perrita en celo que era en aquellos momentos... Nunca había estado más cerca de esa expresión que en aquellos momentos y, quizás, aún a pesar de todo lo que había pasado y lo que restaba por pasar esos días, ése fue uno de mis momentos álgidos de comportarme como una zorra emputecida.

Ni qué decir tiene que  dejé limpias mis braguitas, limpias y relucientes, y acabé mareada de puro éxtasis después de comer todo aquel lefazo de Carlos. Y es que su lefa estaba aún caliente cuando la lamí, no hacía un minuto que había salido del baño, y aquello acababa de manar de su polla, ¡tan copiosamente, además! Casi podría decir que no lo habría probado mucho más fresco prácticamente aunque le hubiera comido el rabo, directamente. ¡Ay! ...su polla, qué delicia, qué placer, qué exquisitez de semen, me  recordaba vagamente al de su hermano en su sabor aunque, desde luego, se le notaba la madurez. Era mucho más rudo, más fuerte, más ácido, rancio. Sabía a hombre. Pffff, reconozco que no me gusta esa expresión ni pensar a sí, pero en realidad he de asumir que en buena parte me pone. Eso me ponía mucho de Carlos: sabía a macho, a sexo masculino, viril, rotundo y potente. Y, sobre todo, su textura, ahí le daba mil vueltas a su hermano, que lo tenía aún muy ligero, con una densidad incomparable frente a Carlos, de una textura mucho más cremosa, espesa y rica en sustancia que la Pablito... Y estaba supercaliente... como yo, que frotaba mi cara contra la tela de mis propias braguitas, recogiendo hasta la última gota de humedad, porque aquello seguía húmedo, y no sólo de mi saliva. Así que seguí y seguí, hasta que no noté nada más que el áspero roce en mi lengua de la tela mojada; miré, nerviosa, manejando torpemente mis dedos, el interior de la prenda.

No quedaba ni rastro, y cuando digo ni rastro, quiero decir ni rastro, de mi íntimo producto. Y eso que había dejado allí un buen pastel, después de la nochecita con Pablo. Había comido en mi vida unas cuantas bragas de mis amigas y otras mujeres, claro, incluso alguna mía. Aunque, vaya por delante, jamás había visto nada parecido a la suciedad empegotada que había dejado yo aquel día. Pero, como decía, por propia experiencia sabía que, con esos pegotes de flujo, la única manera de sacar eso cuando lleva tiempo cocinándose, y está bien pegado a la tela, es rascando. Rascando con los dientes para arrancar toda esa costra, llenando de saliva y frotando con la lengua al mismo tiempo para ablandarla. Vamos, que lleva un trabajo y supone un trabajo a conciencia dejar la tela limpia. Yo había bebido todo el semen, pero ya. Debajo no había nada, la tela estaba limpia, como si la corrida fresca que acababa de beber se hubiera derramado sobre una tela nueva, impoluta.

Carlos tenía que haber limpiado mis restos. La lengua de Carlos tenía que haber hecho eso, su boca pegada en el interior de la tela de mis bragas, comiendo y saboreando mi eyaculación, de la misma manera que yo acababa de hacer con la suya... Como digo, no quedaba ni rastro de mí en esas braguitas, pero estaban empapadas aún. Al darles la vuelta y abrirlas del todo, comprobé que estaban llenas, por dentro, de un charco de semen más claro, más deshecho, sin duda anterior, que en buena parte había sido absorbido por la tela, e incluso había caído chorreando por la tapa del váter hasta el suelo.

Me imaginé la escena, Carlos enrollando esa tela, aún oliendo a mí, con restos de mi coño empantanándola, envolviéndose con ella el cipote; Carlos corriéndose con aquello en la punta de su polla, rodeando su capullo, mientras éste empezaba a escupir violentamente sus abundantes chorros de esperma. Sí, por lo que iba viendo  la increíble abundancia de líquido seminal era común a los dos hermanitos. Mmmmm… Sólo pensar en esa imagen, Carlos desnudo integral, empalmado, corriéndose con mis bragas en la punta de su polla... Loca, loca me volví loca, ni recuerdo cómo acabé abierta de piernas, dilatándome la vagina para meterme dentro aquellas bragas lubricadas hasta arriba por mi primo, para poder sentir la viscosidad de su semen deslizando por las paredes de mi sexo, penetrándome con mi propia mano hasta bien adentro, frotando la prenda con fuerza en mi interior... “otra razón más para hacerme una pruebita”, pensé mientras me corría violentamente.  

Llevaba ya demasiado semen de mis primos en el coño como para no preocuparme por ello, a pesar de que nunca me hubiera entrado directamente y hasta el fondo, como quien dice. Bueno, al menos que fuera consciente. ¿Sería posible que Pablo me hubiera follado dormida?

Recuperándome aún de la corrida, traté de moderar mi jadeante respiración. Temí haber armado demasiado ruido, pero no es algo que pueda decir a ciencia cierta si hice o no. Me pareció oír roces en la puerta. Debía ser Pablo, espiando después de haberme visto entrar tan precipitada. Aunque no quería descartar la posibilidad de que pudiera incluso ser el propio Carlos. Bah, se podían ir a la mierda, lo cierto es que me daba exactamente igual, no podía ni quería reprimir los violentos gritos de placer que estaba dando. Sí ninguno de ellos se estaba molestando en disimular lo más mínimo, ¿por qué coño habría de hacerlo yo? ¿Me estaría oyendo Carlos correrme, sabiendo que había encontrado las braguitas que él había llenado de lefa? ¿Se podría imaginar que tenía ahora mi coño lleno de su semilla? Y, sin dejar de jugar con esas fantasías en mi cabeza, me corría, me seguía corriendo, me corría como una perra, mis piernas eran incapaces de sostenerme, y me venía en todo el suelo, agarrándome como podía a la taza del váter, gimiendo como una puta, pataleando, mientras sentía mis flujos desbordando la empapada tela que taponaba mi entrada, cayendo al suelo, chorreando por mis muslos.

Saqué mis manos, dejé caer las bragas, y  me froté el coño. Igual que me lo había frotado antes Pablo. Lo sentí empapado en sudor, que mezclé con mis dedos con el producto de mi corrida. Así, agarrada al váter, pasé unos minutos, intentando recuperarme y retomar el ritmo de mi respiración, centrar mi cabeza, sacar fuerzas para levantarme, recomponerme, colocarme el camisón, limpiar mis piernas y mi coño, mi cara sudorosa, limpiar el suelo y... y ponerme otra vez las braguitas, claro. Sí, no sólo había decidido ponérmelas, sino que estaba decidida a conseguir que Carlos me las viera, que me viera que las llevaba puestas. Quería que viese que llevaba puesta la prenda que acababa de follarse hacía tan sólo unos minutos, que lo que había estado en contacto con su polla, después de haber estado en contacto con mi coño, había vuelto una vez más a mi coño.

Que habíamos establecido ya, aunque a distancia, una secreta relación entre nuestros sexos. Que de nada servía seguir disimulando porque, a partir de ahora, ya nada sería igual entre nosotros: acabábamos de hacernos hermanos de fluidos, hermanos de sexo. Estábamos abocados a hacerlo sin remedio. Carlos y yo íbamos a acabar follando antes de que el fin de semana terminara. Sentí frío en el pubis, las braguitas estaban empapadas, pero seguí adelante, dispuesta a todo, según mi plan.

Absurdo plan, claro. Vamos, si no era ni siquiera un plan, tan solo una decisión… en el mejor de los casos. Pero igual la había tomado y ya iba a abrir la puerta, dispuesta a cumplir nuestro destino. Me paré un momento y escuché. No se oía nada al otro lado. Quien quiera que fuese que hubiese estado escuchando antes, ya no estaba allí. Me miré en el espejo: los pelos revueltos, quizás algo más aún que de costumbre al levantarme, pero en general una imagen bastante buena, pese al desaliño de mi camisón. Sólo los ojos levemente enrojecidos por el deseo o los nervios delataban mi agitación.

Abrí. Paso libre. Esperaba encontrar a alguno de los dos chicos justo al otro lado, por eso me costó un poco enfocar la situación, y la vista, para descubrir a Pablo, que estaba en el pasillo, sí, pero más adelante. Justo donde se ensanchaba en un vestíbulo para acceder tanto a la habitación de Carlos como al paso a la cocina. Avancé un poco. Pablo  no se enteró, ya que no miraba hacia el baño, sino más bien diría que hacia la puerta de la habitación de Carlos. Lo cierto es que desde donde estaba no le veía bien, se encontraba casi fuera del pasillo de hecho, acercándose hacia el fondo de ese distribuidor. Por eso no pude ver, hasta no llegar casi encima de él, que desde el principio se estaba tocando la entrepierna. La cual, una vez más, mostraba generosamente abultada.

Conocía a estas alturas ya demasiado bien esa polla como para saber que todavía le faltaba mucho recorrido, pero lo cierto es que pude considerar que tenía una buena trempada a esas alturas. Pero ¿por qué? ¿Si al final no había estado escuchando cómo me masturbaba yo? Es más, ¿qué demonios hacía delante de la puerta de Carlos? Avancé con sigilo, aunque tampoco fue muy necesario. El antiguo suelo de madera de la casa de mis tíos sonaba inevitablemente a cada pisada, pero mi primo estaba tan absorto masajeando su polla que no se dio en absoluto cuenta de mi presencia. Enseguida alcancé a ver por qué.

La puerta de Carlos estaba entreabierta. Considerablemente entreabierta. Desde el pasillo, sin ventanas que lo iluminasen directamente, condenado por ello a una leve penumbra incluso a esa hora del día, la habitación de mi primo mayor contrastaba al verse iluminada por una violenta luz. En fin, que desde el vestíbulo se tenían las condiciones perfectas para ver el interior de la habitación sin ser visto. ¿Era eso simple descuido, o podías ser algo intencionado por parte de Carlos? La puerta estaba demasiado abierta, y mi primo estaba completamente desnudo, de la cabeza a los pies, exhibiendo su desproporcionado rabo. Enorme como estaba, aún sin empalmar lo más mínimo, bamboleando de un lado a otro entre sus piernas, mientras se movía por la habitación buscando su ropa. Parecía el enorme badajo de una descomunal campana, algo tan desproporcionado, que dejaba pequeño hasta a sus muy generosos huevos, que se me mostraban también en todo su esplendor.

La imagen tan solo duró unas milésimas de segundo, pero fue brutal. Aunque, sin duda, Pablo lo había estado disfrutado bastante más de tiempo, a juzgar por su nivel de excitación. Ver así a Carlos me había puesto abiertamente cachonda de nuevo, cachonda igual que lo estaba Pablo, que seguía frotándose babeando al ver a su hermano desnudo. Era absurdo, grotesco, impensable… pero no había otra explicación. De todas formas, la imagen era tan absorbente que tampoco perdí ni lo más mínimo de mi capacidad perceptiva ni mental en el menor de mis primos: toda mi concentración iba para Carlos y su descomunal sexo. Y eso que le vi poco más de un segundo. Justo cuando llegué yo, se calzó unos calzoncillos boxer -completamente negros, y otra vez CK aunque no de slip como los del día anterior- que ocultaron la deliciosa visión. Lo que pudieron, claro, porque el paquete que se le marcaba, apretado al contener tanta carne en tan poca tela, también resultaba abiertamente apetitoso.

Pues ya estaba otra vez. Mi coño sudando y mis pezones clavándose contra la tela del camisón, que me apretaba los senos cuando llevaba cerrados todos los botones. Y Pablo acelerando el ritmo de su sobada, y ya se le notaba realmente cachondo, con un nivel de excitación creciente al mismo ritmo que su polla, que podía ver aumentando su tamaño sin tapujos delante de mi cara. Dudé sobre si empezar a tocarme yo también, que era lo que  realmente me apetecía. Y supongo que si Carlos hubiese seguido desnudo lo hubiese hecho, no porque ya no me cortara en eso, sino porque no habría sido capaz de evitarlo ni de hacer otra cosa distinta. Habría sido, sencillamente, algo obligado. Ahí, mi primo Pablo y yo majándonos el sexo mirando el rabo de su hermano mayor. Me enfadó que se hubiera vestido tan rápido, francamente.

-       ¡Pero! ¿Ya estás otra vez? - increpé a Pablo, tratando al hacerlo de contener mi tono de voz para no llamar la atención de Carlos - Joder, Pablo, estás salido como un mono  - decargué mi frustración con mi primo pequeño.

Solo entonces mi cabecita empezaba a caer en la cuenta de la inverosímil de Pablo excitándose con su propio hermano, y el potencial que tenía aquello para dejarle fuera de combate y sacármelo definitivamente de encima... Pero, aún así, esa faceta rayando lo homosexual no me la habría esperado jamás… Vale, quise pensar, el pobre niño debería estar desorientado después de todo lo que... en fin, de que yo... eso... Aunque, también era cierto que, de ahí a esa escenita… ¿Se me había ido todo de las manos? Mientras, Pablo me miraba con una mezcla de excitación, duda y horror. Pero no dejaba de sobarse.

- Será mejor que vayas al baño, Pablo, antes de que salga él y te vea así... - Me pareció ver una lágrima asomando a sus ojos, pero no puedo decirlo con seguridad. El caso es que, por una vez, él obedeció, corriendo directamente a encerrarse en el baño. Bien, no iba a perder el tiempo pensado en lo que había pasado allí. Tenía un buen rato, mientras se duchaba y se la meneaba. Tiempo para…

¡Justo a tiempo! Nada más desaparecer mi primo pequeño, Carlos salió de la habitación: completamente vestido ya, con su indumentaria deportiva. Recordé lo que me había dicho Pablo, que Carlos tenía un partido, o entrenamiento, o algo similar aquella mañana.

-¿Qué haces aquí, Laura?

Buena pregunta. Allí, de pie, inmóvil en medio del pasillo. Afortunadamente a las tías no se nos nota tanto la excitación sexual, bueno, al menos no tanto como se le había notado a Pablo. Lo que pueda pasar en nuestra vulva está demasiado escondido entre las piernas como para no poder ocultarlo (en una postura medianamente normal). Y lo de los pezones erectos, bueno… ¡Yo personalmente me paso más de media vida con los pezones duros! Lo normal para casi cualquier tía es empitonarse con relativa facilidad, así que... vale, puede que los tuviese como rocas en ese momento y, desde luego, mi camisón no era lo más indicado para disimular aquello. Pero, en realidad, no sería la primera ni la décima vez que Carlos me los veía así. Otra cosa sería que hubiese aprovechado esas oportunidades para fijarse en aquello, pero me había visto salir tantas veces en bikini del agua fría de la piscina o la playa, sin ir más lejos, que…

- Nada... – dije lo primero que me cruzó por la cabeza. Tampoco iba a forzarme a confesar nada. Básicamente, porque si lo hacía, tampoco me iba a tener jugando al gato y al ratón: en aquel instante estaba dispuesta a todo, y la más mínima señal la iba a aprovechar para llevármelo a la cama sin esperar medio segundo más. - Te estaba... te estaba esperando para... desayunar – sí, eso, ¡perfecto! - ¿quieres desayunar? - me di cuenta que, de manera imprevista, aquello me estaba sonando hasta ligeramente sugerente... Me gustó mi reacción, y el cariz que tomaban las cosas: te estaba viendo desnudo mi amor. Eso es lo que tenía que resonar en su cabeza después de mi pregunta...

- Es que... bueno, en realidad, ya he desayunado… - “mierda”, me dije - pero tengo hambre... – dijo atropelladamente, como intentando borrar las anteriores palabras, mientras sentía que mi corazón me subía hasta la boca - y todavía me queda un poco te tiempo antes de irme...

- ¡Entonces no podemos desaprovechar ni un segundo! - sin esperar un segundo, y sin cortarme un pelo, le cogí de la mano y tiré de él hacia la cocina.

Su mano estaba caliente, y el tacto era firme, sujetando mis dedos, tan sudorosos de calor y nervios, sin timidez y con determinación (lo que en él resultaba casi heroico). Me gustó esa forma de tocarme. Yo estaba abiertamente cachonda, claro. Y cuando digo abiertamente, lo digo por algo: mis labios vaginales se descolgaban de mi vulva, apretándose contra la lubricada tela de mis bragas, lo que en realidad no hacia sino aumentar mi excitación debido al inesperado pero eficaz frotamiento. Y notaba el clítoris empezando a hincharse y levantarse, libre de toda cobertura. Entré en la cocina. Sin reparar ni un segundo en lo que había preparado para el desayuno, me senté junto a la ventana, en una de las dos sillas de la mesita de la cocina, poniendo los pies en alto sobre la otra. No quería dejar que él se sentase. Y no lo hizo. Rebuscó rápidamente, para preparase un enorme tazón de cereales con leche fría. Todo lo cual lo hizo sin dirigirme ni un vistazo, ni un comentario. Cuando se dio la vuelta ya tenía la boca llena de leche y copos de maíz.

- Me tomo esto y me voy - dijo, engullendo con prisa.

Yo no contesté. Estaba nerviosa, y no entendía por qué tanta urgencia, de repente. Necesitaba tiempo, no podía actuar precipitadamente, eso sólo me dejaba saltar sobre él, sobre su paquete, sin más. Necesitaba algo de margen para jugar un poco antes de… No me gustaba el giro que acababa de dar, y no sabía que hacer. 

-       ¿Te ha dejado dormir el cerdo de mi hermano? – Y eso sí que no me lo esperaba.

¡Mierda y más mierda…! La cosa se complicaba. ¿A qué venía esa hostilidad? ¿...celos? Ahora sí que no sabía cómo actuar. Quizás por eso hice una de las cosas más estúpidas que he hecho nunca: no actúo así ni cuando estoy borracha, con lo cortada que soy casi siempre... En fin, nunca sabré si eso que hice fue bueno o malo, o sencillamente irrelevante (que es lo más probable, en el fondo). Bueno, tampoco debió ser tan irrelevante, al menos en ese momento y a juzgar por la expresión de Carlos, que a penas pudo contener un brutal ataque de tos al estar a punto de atragantarse con la leche, mientras no podía evitar que sus ojos, abiertos como platos, estuviesen a punto de saltar de sus órbitas.

Yo había decidido ya, como contaba, que él tenía que llegar a ver que llevaba puestas las braguitas en las que él mismo se había corrido. Pensé que la escenita de antes, que no podía estar más que preparada, y la pillada posterior, iban a facilitar las cosas, pero viendo que no… pues no me dejaba otra que volver a mi inverosímil plan inicial. Y, a falta de una manera mejor de hacerlo, se las enseñé directamente. Bueno, recuerdo ahora que algo parecido hice una vez con Guille... creo que ya hablé de eso antes, y de todas sus consecuencias. Aunque, naturalmente, nada que ver con esta vez: me encontré con las piernas encogidas, en alto sobre la silla, con el camisón levantado a la altura del ombligo, sacudiéndolo estúpidamente como para darme aire.

-       Sí, claro, la noche habría sido perfecta... si no es por el calor... - le contesté, obviando su impertinente pregunta y doblando su apuesta - Hace un calor de muerte ¿no? – Lo cual era bien cierto: como prueba palpable (ojalá me palpara), mi cuerpo chorreando de sudor, destilando gruesas gotas que tenían que resultar perfectamente visibles resbalando por la piel brillante de mi tripa... - no paro de sudar... mira, si hasta tengo las braguitas empapadas...

“Mírame las braguitas, Carlos”, le estaba diciendo. Total, como si él no tuviera ya su mirada atónita completamente clavada allí. Y es que, en ese estado, con las braguitas blancas completamente mojadas de saliva y de mi corrida, sin contar que seguía chorreando todavía de lo caliente que estaba, era como si le estuviese diciendo directamente "Mírame el coño, Carlos".

Yo misma miré hacia abajo un momento para comprobar la magnitud de mis actos. El triángulo de espeso pelo negro, más selvático y rebelde que nunca, se marcaba horriblemente, sin misericordia, desbordando, incluso con largos pelos asomando por los lados y por la parte superior. Bueno, tengo el coño bajo, quiero decir, que mi vello púbico no es muy alargado, sino más bien ancho. Siguiendo el ejemplo de mis caderas, el coño, el pubis, se me dilata hacia los lados en lugar de en vertical (por ese motivo, creo que me quedan especialmente bien las braguitas bajas, además de que estoy acostumbrada a llevar la cintura de los pantalones también muy baja, cosa que mi madre siempre me protesta por ello, sé que suelo ir enseñando las braguitas y, a menudo, también la "huchita" por detrás, tanto mejor... jijiji, al fin y al cabo, es algo generacional, y no hacerlo también significa perder puntos comparativos con las demás, así que yo he optado, más bien, por ganarlos, siempre unos milímetros más abajo, siempre enseñando un poco más, siempre preocupándome por ocultarlo un poco menos... bueno, no soy de lo peor, tampoco, quizás entre mis amigas sí, pero se ve cada cosa por ahí... por ejemplo, tampoco he llegado a usar tanga por norma, solo en alguna ocasión especial, pero es que es la mejor manera de enseñar el culo sin complejo... y no creo que tenga tan buen culo como para eso... -bueno, mi cuñado se vuelve loco con él, tngo un par de amigos que también son muy defensores de mi culo, y parecía que también a Pablito le había gustado aquella noche- aunque he llegado a enseñarlo bastante, todo sea dicho).  

El caso es que, por lo que se refiere a la parte de delante, he ido poco a poco rebajando mis límites también respecto al tamaño de la ropa interior, así que es habitual que, a no ser que me haya recortado un poco el vello púbico, deje asomar algunos pelillos alegremente también por el borde superior de mis braguitas (siempre visible por encima de mis caídos pantalones y bastante por debajo de mis cortas camisetas o blusas, siempre dispuestas a trepar por mi cintura y mi vientre hasta dejar ver por lo menos mi ombligo cuando me estiro sin pudor...).

Resumiendo, que se me veía el coño: absolutamente transparentado, el vello púbico negro contrastaba en la casi invisible tela mojada y blanca de mis braguitas, asomando libremente y sin pudor por todo el perímetro. Espantosamente erótico. Y, si embargo, eso no era nada con lo que se dejaba ver un poquito más abajo: tenía la almeja abierta de par en par, apretada contra la tela mojada y mojándose, porque yo no dejaba de producir humedades, los labios mayores ya abiertos de tan hinchados, desbordando por los laterales de las braguitas justo donde empezaban a estrecharse para pasar a mis nalgas, solamente disimulados por la mata de vello que los cubría y que quedaba totalmente al exterior, empapada y pegada a los muslos y a las bragas. Pero, en el centro, se veía bien abierto el agujero negro de mi vagina entre el amasijo colgante de mis labios menores, generosos y totalmente salidos y, sobre todo, mi clítoris, por encima de todo, liberado, considerablemente empalmado ya, atrapado entre mi carne y mis braguitas. Y Carlos mirándolo aterrado, creo que no acertaba a entender qué era aquello, qué hacía allí aquella pequeña polla que parecía nacer de mi interior...

Estuve tentada de empezar a tocarme sin más en ese momento, pero lo cierto es que yo también me sentía paralizada de espanto por lo que estaba buscando hacer, era superior a mí... Y con ese pobre niño, bastante ennoviado desde hacía muy poco, algo que a su edad puede ser absurdamente intenso y de imprevisibles consecuencias. Aunque, precisamente, con esa intensidad y esa imprevisibilidad contaba yo, una faceta de la sexualidad adolescente que nunca conseguí quitarme de encima y que, de hecho, ha terminado por acabar determinando, en cierto modo, todo mi comportamiento erótico adulto.

Pero Carlos no era como yo, y yo no podía saber cómo iba a reaccionar. Le estaba enseñando las braguitas que él acababa de dejar empapadas de su semen hacía solo unos minutos. Pero él tragaba y tragaba, engullendo velozmente los cereales, aunque siempre sin apartar su vista ni por un momento de mi cuerpo. Sin disimular ni intentar ocultar que estaba escrutando mi sexo, grabando la imagen de mi coño abierto en su cabeza, alimentándose con esa visión lo mismo que de lo que su boca estaba tragando. Yo me moría de ganas de que empezase a alimentarse de mí directamente, a beber mi flujo y comer mi carne, mi fruta ya a punto de reventar, de lo madura que estaba.

Dudé si quitarme las braguitas, para dejar de lado cualquier duda, dudé si decirle que me lo hiciese, que tenía que hacérmelo, pero no era capaz de hablar. Sin darme cuenta, había seguido subiendo mi camisón hasta casi la base de mis tetas: la mitad inferior de mi cuerpo, desde mi vientre hacia abajo, estaba totalmente desnuda y disponible para él. Me apuntalé un poco más con las piernas en la silla, elevando mi culo para que tuviese una mejor visión de mi vagina, de lo más profundo de mi sexo, y no sólo de lo superficial del felpudo que cubría mi pubis.

Cuando terminó, siempre atento a mi sexo abierto, Carlos dejó el tazón de lado. Había acabado. No apartó la vista ni un segundo de mis braguitas. No intentó disimular, porque ni quería ni habría podido, la erección que velozmente se disparaba entre sus piernas: su rabo se había alargado todavía más, enrollándose en torno a su cintura, pegado al cuerpo, apretado por el ceñido pantaloncillo de deporte, que era casi como otro bóxer. Parecía de tela dura, además de que tenía los calzoncillos también debajo. Y, sin embargo, la erección se delineaba nítidamente entre sus piernas, apretando la tela con fuerza, una serpiente enroscada en su cuerpo, gruesa, palpitante, con una cabeza florecida en delicadas formas y unos huevos generosos. Todo, absolutamente todo, se le marcaba en la ropa ceñida. Sólo un enorme pollón bien excitado, bien lleno de sangre, podía hacerse visible de esa manera en tales condiciones. Todo era perfecto, menos el insoportable silencio.

 Por fin habló, y lo que dijo me dejó helada.

-       Bueno, ya acabé, tengo que irme. Seguramente no vendré a comer pero, si vengo, llamo antes ¿vale?

Sin levantar ni un segundo la cabeza, ni dignarse a mirarme a la cara, como si le estuviese hablando directamente a mi coño. Hasta que se giró, dándome la espalda. Yo ya había cerrado las piernas rápidamente, levantándome enfurecida, pasmada ante el hecho de que mi primo estuviera a punto de dejarme plantada una nueva vez...

No podía ser, ¡pero si estaba consintiendo ya! Incluso actuando, ¡su cuerpo había reaccionado! Y todo indicaba que… la abierta e intencionada exposición de su desnudez, su cálido pero, al mismo tiempo, indisimulado nerviosismo, su falta de pudor a la hora de mirarme el coño, a la hora de correrse en mi ropa interior... pero ya el deseado, joven, duro cuerpo de Carlos salía de la cocina, chocando con su versión más delicada e infantil, su hermano Pablo que, como siempre en el peor momento, volvía a hacer acto de presencia. 

Mierda. ¿Habría oído venir a Pablo y por eso había salido corriendo? Quise pensar eso, pero temía que no fuera más que una excusa que me fabricaba a mí misma con ánimo de apartar de mí, nuevamente, aquella insoportable sensación de amargo rechazo.

- ¡Espera! - acerté a gritar por fin, o en realidad no, no lo grité, no sé, seguramente es que ni siquiera lo dije... sólo intenté salir detrás de él, apartando a empujones a Pablo, lo justo para poder ver a Carlos abriendo la puerta de la calle, sin dignarse siquiera a mirarme de reojo...

¡BLAM!

Carlos y su erección habían abandonado, implacablemente, la casa. Me habían abandonado a mí. Sola, vulnerable. Mojada. Perdida.

Con el portazo se derrumbaron los muros que contenían mi angustia. Me di cuenta de que tenía los nervios a flor de piel. La falsa coraza de seguridad que había intentado fabricarme nuevamente con la escena de la cocina no había funcionado en absoluto, y aquello no había hecho sino demostrar mi absoluta fragilidad en aquel momento: me encontraba absolutamente expuesta a las voluntades de aquellos dos sátiros, que no hacían sino jugar conmigo. Pero estaba tan emputecida, que empezaba a constatar mi absoluta incapacidad de lidiar con ello. Nunca había estado tan nerviosa durante tanto tiempo seguido por una relación sexual. Estaba convencida que el juego a dos con los hermanos no era una buena idea. Bueno, tampoco era algo que yo desease, estaba buscando a Carlos y me había encontrado a Pablo... lo malo es que luego fuera incapaz de negar mi cuerpo al pequeño, pero también que, al hacerlo, tampoco hubiera sido capaz de no seguir deseando al mayor.

Me vi expulsada  bruscamente de mis oscuros pensamientos:  me estaban tocando el culo. Por encima de las braguitas, pero por debajo del camisón, una mano recorría lentamente y con firmeza mi anatomía íntima. Pegué un salto brutal.

-¡Pablo!

-Perdona, Laura… - contestó mi más que asombrado primo.

Sí, asombrado. Yo alucinaba con su expresión de pasmo total ¿Pero qué cojones se creía? ¿Que me podía meter mano así, tan tranquilo? ¡Mierda! Pero no podía decirle eso, si es que... ya me había estado metiendo mano toda la noche, así… y peor... me había hecho correrme... y yo a él, le había tocado el sexo, ¡le había masturbado varias veces! Había estado a punto de comerle la polla, había bebido su semen y le había besado... sentí que me mareaba.

- Pero, Pablo, no puedes... – era imposible explicar razonablemente lo que yo esperaba de aquél momento después de todo lo que había cedido por la noche. Creía que lo tenía todo controlado, pero Pablo podía pasar por encima de mí si de verdad se lo proponía, ya que no tenía argumento alguno para enfrentarle más allá de la negación absoluta y sin miramientos. Como había hecho Carlos conmigo…

- No puedo dejar de pensar en ti, prima... - mi primo estaba precioso, recién duchado, el pelo mojado, liberando su cara del flequillo que normalmente tapaba sus preciosos ojos azules, cálidos, atentos, siempre interrogantes. Su piel blanca, su cuerpo delgado, respirando nervioso.

Mierda. No me hacía ningún bien esa respuesta. Me había gustado. Me había tocado, y yo quería follar, lo deseaba por encima de todas la cosas. Lo habría hecho con cualquiera, en ese momento. Menos con él. Con él no podía…

Estábamos solos. Todo era posible en ese momento.

¡Mierda! ¡Mierda y más mierda! ¿Quién coño se había creído su estúpido hermano que era?

- Pero Pablo, tienes que pensar que... olvida lo que ha pasado ¿vale? Bueno, supongo que no te puedo pedir que lo olvides, pero tampoco quiero que vayas a pensar en ninguna otra cosa... lo pasado, pasado; por extraño que haya sido, no creo que hayamos hecho nada malo, pero lo mejor será dejarlo así, guárdalo en tu cabeza si quieres, o si quieres no volver a pensar nunca en ello mejor. – Mi discurso más sobado me sonaba absolutamente prefabricado y absurdo. - Seguramente, a pesar de todo, lo mejor seguiría siendo que lo olvidaras. – Quizás era mejor apretar un poco. Cortar definitivamente, a las claras. - Y lo que tampoco puedes hacer es estar haciéndote pajas sin parar... Si es cierto que no te habías corrido nunca hasta ayer, creo que en una noche llevas ya adelanto de varios meses - exageré. O no tanto: lo cierto es que, para ser su primera vez, era asombroso la cantidad de veces que se había corrido, y en qué cantidades... “¡Para! No conviene que sigas pensando en eso, Laurita”, me dije. - Así que, deja de tocarte como un mono y, sobre todo, que no se te pase por la cabeza volverme a poner la mano encima, ni mirarme raro. En realidad no me importa tanto que lo hagas, podría gustarme incluso, pero creo que no es algo que podamos hacer siempre, y me da miedo que lo que para mí no es más que un juego absurdo para ti sea algo más – me mentía a mí misma y le mentía a él diciéndole eso, lo cierto es que había conseguido volverme loca y que le deseaba, pero no estaba dispuesta a que un niñato como él me manejara a su antojo… y, lo cierto es que mi mentira parecía afectarle, ya que sus ojos y labios se echaron a temblar al oírme aquello, así que continué: - y sería un desastre si alguien nos viese, y hoy Carlos ha estado a punto de pillarnos varias veces - .. sí, y “Pablo de pillarme a mí insinuándome a Carlos...”, me recordé a mí misma una vez más. En fin. Mi primo me miraba sin saber qué decir, completamente atónito.

Menos mal. Parecía que había funcionado. Respiré hondo. Tenía unas ganas tan increíbles de follar en ese momento que cualquier intento suyo de persuadirme, por pequeño que fuese, habría sido bien recibido.

-       Voy a ducharme ahora, ¿vale? Y me gustaría que me dejases tranquila - no tuve más remedio que continuar la mentira...

Fui hacia el baño, luchando por no volverme. No oí ni medio ruido a mis espaldas. “Por favor, primito, fuérzame, viólame si es necesario, pero necesito sentir tu polla, necesito que alguien como tú me haga profundamente el amor, ya que el maricón de tu hermano no ha sido capaz de...” No sé qué hizo mientras Pablo pero, aún sumida en esos pensamientos, conseguí llegar a salvo al baño.

Estuve allí un buen rato, tranquilizándome primero, y luego poniendo mi cuerpo a enfriar bajo la ducha. No quería hacerlo, pero no pude evitar pajearme un par de veces, largo y hondo. Aunque intenté primero no pensar, y luego pensar en otras personas, como Guille o mer, acabé pensando en Carlos. En Carlos follándome. Bueno. Lo cierto es que me relajé, y disfruté bastante. Fueron buenas pajas, supongo que tan a tono como estaba, era más que fácil llegar a una relativa autosatisfacción sexual. Pero cuando me decidí a salir, estaba otra vez muerta de miedo. Me di cuenta de que la ropa que llevaba, camisón y braguitas, estaban casi inutilizables. Me había metido tan rápidamente en el baño que no había pensado en coger ropa limpia para salir vestida, así que tuve que salir envuelta en la toalla.

Por un momento pensé que el salido de mi primo seguiría esperando fuera, con la polla tiesa en la mano. Bueno, sólo con que hubiese estado fuera, esperando a ver cómo salía envuelta solamente en una pequeña toalla, sin nada debajo... hoy día me cuesta, pero tengo asumido que en el fondo estaba convencida de que eso iba a pasar, bueno, en realidad tengo asumido que era yo quien deseaba que pasara. Deseando que me saltara encima, forzándome a hacer el amor, metiéndome su verga en el coño a la fuerza. En realidad, estaba casi segura de que no habría tenido fuerza física para forzarme, soy bastante más corpulenta que él, a pesar de que es alto para su edad, pero no está tan fuerte como su hermano, ni mucho menos. Aunque claro, es posible que el miedo hubiese jugado de su parte. Mi miedo y sobre todo mi deseo. Es que no quería que me hiciera el amor, lo que quería era ser violada, ser tomada a la fuerza. No pensar, no decidir, ser obligada, sin opción ni salida.

El caso es que no estaba en la puerta, claro, ni tan siquiera en su cuarto. La casa parecía desierta, a no ser por el ruido de la tele que se oía de fondo desde el salón. Supuse que estaría en el despacho haciendo deberes, con la tele encendida para hacerse compañía. Así que aproveché, y entré rápidamente en su habitación. Allí estaba mi maletita, de donde saqué mi ropa: unas braguitas limpias, ¡por fin! sujetador, una holgada blusa azul con dibujitos bordados, unos pantalones pirata que me quedaban bastante prietos y mis sandalias hawaianas negras. Lista para salir corriendo. 

Mierda.

Mierda.

Mierda…

Acababa de ver unos calzoncillos tirados en el suelo. Los reconocí sin problema. A pesar de que en las últimas horas había visto a Pablo más tiempo desnudo por completo que vestido, ese calzoncillo lo tenía grabado a fuego en mi cabeza. Slip azul claro y rayas finas verticales azul oscuro. Cubierto de manchas de semen seco y pastoso hasta donde una se puede imaginar. Y más allá. 

Mierda.

Cuando me quise dar cuenta, estaba andando muy despacio por el pasillo, tratando de no hacer ruido. Cada paso me costaba horas, tratando de evitar que crujiese la tarima del suelo. Afortunadamente, Pablo tenía cerrada la puerta del despacho que daba al pasillo, así que no pudo verme cuando pasé por delante. El sonido de la tele le impidió oírme también. Así, no se enteró cuando me encerré en el cuarto de Carlos. Rebusqué. No me costó encontrar el montón de ropa del día anterior. Evidentemente, mi primo mayor no se había ocupado tampoco de recogerlo. Tomé su el pantalón, miré dentro de las perneras. Nada. ¿Dónde demonios? La cama desecha. Nada... sí, ¡sí! a los pies, un trapo blanco, lo cogí... ¡estaba empapado! Slip blanco, Calvin Klein, con la cintura negra, en mi cabeza relampagueaba la visión de su rabo saliendo la noche anterior de ese slip, desbordándolo brutalmente al salir toda esa carne contenida como una cascada. Se podía notar la tela mucho más dada de sí en el centro del calzoncillo que en los de su hermano pequeño. Se diría que la prenda era de su talla para la cintura, pero no precisamente para su paquete...

“Laura, no deberías estar haciendo esto…” me repetía mientras avanzaba por el pasillo, de vuelta, con aquello entre mis manos. Avanzaba más confiada, sabiendo que Pablo  no me iba a oír. Pasé nuevamente a su habitación, recogí como un rayo su calzoncillo, que había dejado a mano, y entré disparada de nuevo al baño, armada con las dos prendas íntimas de mis primos, bañadas en sus respectivos fluidos corporales. Olían a su sudor, a su semen y a sus culos. Distintos, pero ambos igualmente seductores. Sin duda el de Carlos era más deseable, más fuerte, más salvaje. Empezando por la propia prenda en sí, ruda, deformada por su potencia, por su desbordante masculinidad, pero además, desde luego que estaba claro que aquellos calzoncillos habían recibido más de una corrida y puede que más de dos. Estaban mucho más sucios que los del propio Pablo, y eso que había visto cuánto y cuántas veces se corría en ellos el menor de los hermanos.

No pude evitar imaginar a Carlos eyaculando litros de leche desde su descomunal verga. ¿Se habría hecho alguna más esa noche además de las dos que le había pillado en los baños? Me excité sobremanera imaginándole en su cuarto, pensando en mí después de haberme ofrecido a él como una puta, mientras su polla se le iba poniendo dura y se iba imaginando todo lo que deseaba hacer conmigo hasta explotar por fin en un violento orgasmo. Esa es la imagen con la que me fui calentando otra vez, alimentado mi excitación, junto con el efecto estimulante producido por el afrodisíaco olor de aquellas prendas.

Algún día debería sacar tiempo para contar detenidamente la paja que me hice con esas dos prendas en la mano, comiendo los pelos que encontré atrapados en ellas, entre sus restos, pegados a la tela, sobre todo en los de Carlos, ya que en los de Pablo casi no había, ya que su propio sexo apenas estaba cubierto por ese incipiente y delicado vello, como ya comenté. Disfrutando de aquellos manjares, no me quedó ni media duda de que Pablo había alcanzado la madurez sexual completa. Pasé unos instantes en la gloria, tratando de asumir mi ya irreversible condición de fetichista. Siempre había intentado negarme a ella, pero lo que estaba haciendo en ese momento desmentía todo. Como desmentía mi intento de negar la brutal atracción que ya me producía, sin paliativos, mi primo Carlos.

Con Pablo era distinto. Con Pablo todavía intentaba auto convencerme de que la estimulación sexual que me estaba produciendo su hermano era la que me había llevado a perder la cabeza. Por supuesto que me excitaba beber su lefa, comer los restos de sus calzoncillos, pero no lo haría de no ser por el calentón que llevaba con su hermano. Puede que aquel convencimiento no fuese más que un mecanismo de protección, para evitar que saliese en ese mismo momento y le propusiese sexo sin más disimulos. Estaba aquí, en la misma casa que yo, por fin solos, y los dos con ganas. Aunque no sé qué valor se le puede dar a estos pensamientos, cuando te estás masturbando, frotando tu sexo con la imagen de su cuerpo desnudo, su joven cuerpo desnudo eyaculando... junto al cuerpo desnudo de su hermano, con aquel enorme sexo que, pese a no haberlo visto nunca en esa situación, me imaginaba ya siempre empalmado por completo...

Tras la paja, dejé que se me calmasen los ánimos un poco antes de salir. La sensación de limpieza que me había proporcionado el largo rato pasado bajo la ducha se había borrado por completo. Me sentía sucia de nuevo, por fuera y por dentro. Y, cómo no, sexualmente hambrienta. Y, también, tremendamente nerviosa por el hecho de haber cogido los calzoncillos de Pablo; no quería que se diera cuenta de que había hecho algo así. Desde luego, muy tranquila tampoco podía salir, con aquellas dos prendas en la mano. Tenía que devolverlas a su sitio antes de que Pablo... espera... jiji ¿y si?

¿Qué demonios pasaba con Pablo? De golpe vino a mi cabeza la imagen, mientras seguía imaginando a los dos desnudos y juntos para excitarme, la imagen de Pablo espiando a Carlos, acariciándose la verga mientras se iba excitando él mismo al contemplar la desnudez robada de su hermano mayor... pero además... me vino como un flash, entre los mil recuerdos de anoche, su comentario, hablando de sus sueños eróticos, de sus corridas nocturnas, que según dijo él todavía pensaba que eran pis, "normalmente siento que me hago pis cuando salgo de la piscina y tú, o Carlos, me envolvéis en una toalla y me frotáis para secarme..." había dicho, “tú o Carlos”, y luego aquella pillada delante del cuarto de su hermano frotándose la polla dura, espiándole mientras se vestía, poniéndose de lo más cachondo con su desnudez...

Como yo, igual que me pasó a mí, sí... pero es que él es él, es Pablo, es su hermano… y es un chico... un chico que ayer se volvía loco con mi cuerpo, un cuerpo femenino, -"la más perfecta encarnación del cuerpo de mujer" como me dice siempre Guille, no puedo creerle jamás, pero me gusta tanto que me lo diga… aunque lo encuentre una exageración que me resulta odiosa casi siempre... - No pude evitarlo, la maldad estaba hecha: dejé el slip blanco de Carlos en la habitación de Pablo, en el lugar donde encontré el suyo, en la misma posición, según era capaz de recordar, como si realmente fuese el que ayer había llevado Pablo... y, sigilosamente, hice lo mismo con el suyo, moviéndome con cuidado hasta la habitación de Carlos. Como no recordaba cómo estaba su calzoncillo, simplemente lo dejé tirado en el mismo sitio: su slip blanco convertido ahora en azul con rayas, y algo más pequeño.

Escapé disparada de allí, al oír, por fin, un ruido amortiguado en el salón. Para evitar que me encontrara por allí, corrí yo primero por el pasillo hasta el recibidor, y desde allí entré al salón antes de que él pudiera abandonarlo. Vi a mi primo de pie, de espaldas a mí, pasando los canales e la tele con el mando a distancia. Su joven cuerpo. Vestido como un joven: pantalones, no muy anchos, pero sí muy caídos. Caidísimos. Hacía tiempo que no se los veía llevar así. No fui capaz de  evitar fijarme. Nadie puede nunca dejar de mirar eso. Bueno, en mi caso, quiero decir que con él ya se lo había mirado muchas veces, recreándome la visión. No había sido consciente de ello antes. Un juego absurdo, que ahora se había vuelto contra mí. Evidentemente, le deseaba desde mucho antes de aquella noche fatal. Y, en ese momento, le miraba el culo y se lo deseaba más que nunca.  

Conocía ya bien ese culo. Se lo había tocado. Y me había gustado, y mucho; podía reconocer perfectamente su anatomía bajo la fina tela blanca de sus calzoncillos al aire, por encima de la cintura del caído pantalón. Sentí, claro, ese deseo brutal de tocárselo, como nunca antes había sentido al vérselo. Dudé. Dudé mucho. Dudé si quedarme. Pero no. No podía ser. No con él. Ya me lo había dicho tantas veces. ¿Por qué más dudas? Y el puto Carlos me había rechazado. No. Yo no quería estar con Pablo, bueno, no podía más bien. Había decidido que no podía. Por mucho que lo deseara. Y no. No lo deseaba, me repetía ahí una y otra vez. No deseaba a Pablo. Deseaba a Carlos. Pero Carlos no quería nada conmigo. Quizás él sí que era un auténtico marica, no como su hermanito, que no era más que un salido sin calificativos. Así que bastaba.

Si al menos Carlos fuera a volver pronto... Pero no me podía arriesgar a que no viniera a comer. No si aquello significaba quedarme sola con Pablo. ¿Realmente deseaba tanto tener algo con Carlos? Pero no iba a pasar nada, y menos aún con Pablo merodeando por en medio. Y claro, a solas con ese sátiro… Tenía que salir de allí. Cuanto antes.

- Pablo, me voy a ir, y creo que, al final, no vendré a comer...- joder, ¿y qué iba a hacer? Había quedado hoy para trabajar en un proyecto con una amiga, sin hora definida, pero se suponía que sería después de comer... No tenía ni idea de dónde coño iba a ir si salía tan pronto de casa de mis primos, ni qué podía hacer para comer...

- ¿Te vas?

- Sí, tengo cosas que hacer y...

- Bueno, le toca a Carlos preparar la comida así que...

-¿Carlos? Dijo que tampoco iba a venir, casi seguro...

- Sí, acaba de llamar ahora para decir que sí y... ¿significa eso que te quedas entonces?

- ehhh... - ¡mierda...! creo que había metido la pata... ¿iba a perder aquella oportunidad? bueno, siempre podía llamar luego diciendo que cambio de opinión... no, no, sería peor, eso sería una declaración de intenciones... ¡maldita sea! si hasta este niñato me estaba poniendo el caramelo de su hermano para conseguir liarme - no, no, intentaré llegar pronto, ¿vale?, por la tarde... - así al menos, quién sabe... ¡ay dios!... la cabeza me daba vueltas, mi cerebro y mi coño corrían desenfrenados en sentidos totalmente opuestos.

- genial, porque me dijo Carlos que luego iba a salir otra vez, por la noche, seguramente se irá pronto, así podemos cenar tú y yo, y ver una peli, como ayer... - ¿como ayer? ¡oh no! ¡peligro!

- Pero, Pablo, como ayer...

- ¿De verdad te vas a ir? Me gustaría tanto que te quedaras… Pensé que si venía Carlos ahora te quedarías -  me soltó, con una melancólica sonrisa marcando su lindo rostro...

¿Otra vez con lo mismo? ¿Qué podía hacer con este niño? Era tan adorable pero... ¿realmente me estaba diciendo, con tanta tranquilidad, que yo andaba detrás de su hermano? Joder... bueno, supongo que motivos tenía para pensar eso de mí. ¿Sería verdad que Carlos iba a venir a comer y que se iba a volver a ir por la noche? Si justamente yo era por la tarde cuando no iba a estar, y eso Carlos lo tenía que saber, mi tía le avisó de que al menos tendría que estar hoy desde después de comer hasta última hora de la tarde fuera, porque tenía que trabajar... Sí, claro, no tenía sentido lo que decía Pablo, el enano me estaba liando, puede que Carlos al final viniera un poco antes, e incluso que llegase a comer, pero no se iría por la noche, no dejando a su hermano sólo en casa... ¡Mierda!

Pero si era yo la que le iba a dejar solo, y le había prometido a mi tía… estaba allí para cuidar de él… estaba para cuidarle, y me lo había follado… no… bueno, casi... ¡joder! ¿era una mal pensada, o realmente este crío me había propuesto repetir aquella noche nuestro numerito del día anterior? “cenar tu y yo, y ver una peli, como ayer”... me miraba con una cara de salido que es que era imposible para su edad. Lo sentía por él, lo sentía por mi tía. Lo sentía por mí. Por perder la posibilidad… No, Carlos no era ninguna posibilidad. Era mejor así. No quería quedarme a solas con aquel pervertido... aunque solo fuera porque sabía que no estaba, ni mucho menos, en condiciones de pararle los pies, y era consciente del peligro cierto de dejarme llevar y acabar entregándole mi cuerpo en bandeja.

- Bueno, ya veremos, no sé si podremos repetir lo de ayer… ¡la película, digo!... ehhh... ¡joder, Pablo!  la verdad es que estoy bastante cansada... hoy hemos dormido poco… no sé qué hacer… Bueno, luego os llamo ¿vale? Muac, precioso – le lancé un beso. No me atreví a dárselo directamente en la cara. No quería tocarle, ni seguir viéndole más. Cogí mi bolso y salí corriendo, bajando a saltos las escaleras hasta la calle.