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Un recuerdo hecho de estrellas (III)

en Amor filial

Nerea escucha el tráfico. De pronto ha desaparecido la calma del mirador y las estrellas. Está ahí, en la ruidosa avenida. Tiene la cara pegada a la entrepierna de su padre. Con la mano agarra la polla dura y se la introduce de nuevo en la boca.

—Te he dicho que te estés quieta, joder.

Ella sabe que eso sería lo más sensato. Pero ahora hace lo que le dicta el cuerpo, y su cuerpo pide a gritos que se la coma como una putita hambrienta. La devora mientras su padre le retuerce el pelo. Escucha el claxon de un coche que está muy cerca, justo al lado.

—Mierda, te he dicho que pararas.

Le da un tirón del cabello para incorporarla. Nerea lo mira con media sonrisa, se muerde un labio.

—¿Qué pasa, papá?

—Te ha visto.

—¿Qué?

—Te ha visto, joder.

—¿Pero quién?

Su padre señala con un gesto el coche del carril adyacente, a solo unos metros por delante.

—Un chaval. —Golpea el volante, niega con la cabeza—. Creo que nos ha grabado. 

—¿En serio?

La sonrisa le desaparece, siente que el corazón se ha vuelto loco en el pecho y le va a salir por la garganta. El malestar crece robando espacio a los pulmones. Traga saliva, le falta el aire.

—¡Joder, no es culpa mía, Nerea! ¡Te he dicho que pararas!

—¿Pero qué coño ha grabado?

—¡No lo sé!

—¿Entonces cómo sabes que nos ha grabado?

—Porque el muy imbécil ha pitado y lo he visto con el móvil apuntando hacia nosotros.

—¿Me ha visto?

—Es lo que te estoy diciendo, coño.

—¿La cara? ¿Me ha visto la cara?

—No lo sé, no creo.

Aprieta la mandíbula sin tenerlas todas consigo. Vuelve a negar con la cabeza, enfadado. Lo sorprendente es que sigue con la polla tan dura que apunta hacia su ombligo.

Nerea nota que el corazón vuelve a su sitio. Respira, sonríe colocándose el cabello detrás de la oreja. Se acerca a su padre para darle un beso en la mejilla.

—No te preocupes tanto, habrá pensado que soy una prostituta que has recogido en la calle.

Le pone una mano en el muslo y disimuladamente la mueve hasta agarrarle la polla de nuevo. Eso es lo que quiere ser: una puta, pero no una puta cualquiera, sino la de papá.

—¿Quieres que te la siga chupando?

Nota que la polla palpita entre sus dedos. La luz de la ciudad nocturna despierta brillos en la punta, húmeda de saliva. Sube la mano hasta el glande enrojecido. Baja la mano, despacio.

—Ah… joder…

—¿Te la chupo o no, papi?

—Pero aquí no —suspira—, hay demasiado tráfico.

Qué mono, después de todo lo que han hecho y aún le cuesta decir claramente que sí. Pasa el pulgar sobre el frenillo en tensión. Los suspiros se convierten en jadeos, en gruñidos. La polla torturada late como si estuviera a punto de correrse.

—Papi, quiero hacerte una mamada —insiste.

—Te he dicho que aquí no.

Pero Nerea no se siente obediente. En nada la tiene de nuevo en la boca. Mordisquea la punta, blandita. Y pasa la lengua por los pliegues de la piel bajada. Cierra los ojos mientras recorre su contorno. Rodea la punta con los labios, succiona. Agacha la cabeza hasta que nota la punta acariciando la entrada de la garganta.

—Joder, Nerea, hay muchos semáforos.

A ella le da igual, y tampoco podría contestar con tanta polla llenándole la boca. De pronto nota un acelerón. Las farolas parpadean en el interior del coche, una intermitente sucesión de luz y oscuridad. Dos, tres veces. Y un frenazo que hace rechinar los neumáticos.

—¡¡Mierda!!

La polla ha crecido, palpita. Nota algo caliente, algo líquido y espeso sobre la lengua, debajo de ella, algo que le inunda la boca. Hay tanta corrida que siente que se atraganta. No despega los labios hasta que exprime la última gota.

—Casi atropello a Christian —oye al cabo de unos segundos.

Pasan unos instantes de confusión. Todo lo ocupa un silencio vibrante, caliente. Nerea se esfuerza por no tragar todo ese semen. Alza la mirada hacia la carretera. Delante del capó está su exnovio.

—Joder… mierda… no me he dado cuenta de que el semáforo estaba en rojo —explica su padre con la voz agitada—. Casi lo atropello, por dios…

Christian está paralizado del sobresalto. Nerea ve que su padre se tapa la entrepierna con lo primero que agarra, el bolso de ella.

Siguen sin reaccionar cuando Christian rodea el coche. Con los nudillos golpea el cristal por el lado de Nerea.

—¿Qué cojones? —exclama con una risa nerviosa—. ¿Os habéis vuelto locos?

Baja la ventanilla. Nerea todavía está colgada de esa nube caliente, húmeda y espesa. Voces de hombres, ambas conocidas. Su padre se está inventando no sé qué mentira de algo que buscaba en el bolso, dice que no lo ha visto, que lo siente.   

Nerea está asustada pero no lo siente. Por fin, la oportunidad con la que ha soñado en sus fantasías más sucias. Con el corazón a punto de salírsele del pecho, sin aire, separa los labios y le muestra a Christian la prueba de que es una buena niña.