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Jota (2)

en Hetero: General

Nota de la autora: Esta es la segunda entrega de una novela corta. Recomiendo leerla desde el principio para situar a cada personajes y su contexto.  (todos los derechos reservados, prohibido cualquier tipo de plagio, adaptación o difusión. Contenido registrado).

6

A diferencia del resto de los mortales, Javi luce su mejor cara al levantarse.

Se viste mientras se programa el día de la mañana a la noche.

Esta tarde ha quedado con alguien. Sonríe frente al espejo. Sabe que no debe hacerse ilusiones, pero a esas alturas es inevitable.

Sus ojos vivos y redondos, como aceitunas negras, se mueven de un lado a otro del cuarto de baño buscando una maquinilla de afeitar.

Al fin encuentra una, es de Jota, pero no le importa. Se afeita concienzudamente dejando su cara suave y limpia.

El pelo tiene poco trabajo. Lo lleva rapado al dos. Se pasa rápidamente la mano de adelante hacia atrás perfumándolo ligeramente con un poco de colonia.

            Javi tiene el rostro castigado. Antes debió ser inocente, ingenuo y aniñado, pero los últimos años le han pasado factura. Pese a todo hay un punto divertido en su serio rostro capaz de conmover al corazón más duro.

Físicamente es flaco como una caña de bambú, pero extraordinariamente fuerte. Su atuendo no realza precisamente las cualidades de su físico: Una cazadora preferiblemente oscura, vaqueros y deportivas forman la parte más extensa de su vestuario habitual.

En cambio, la naturaleza le ha dotado con otra cualidad más práctica que una protuberante musculatura; en la periferia, Javi es conocido como “el Patas”, le llaman así por su flexibilidad y por su rapidez. Incluso pudo haber sido un atleta de éxito si se lo hubiese propuesto. Algunos ojeadores acudieron al centro de menores donde había pasado gran parte de su adolescencia para verle correr. Pero todo aquello no quedó más que en un sueño inalcanzable cuando consiguió salir de ahí.

Jota es el único que le llama por su verdadero nombre. Para él es como un hermano. Ambos se encontraron hace años, en momentos difíciles de sus vidas y juntos decidieron volver a empezar. La inteligencia de Jota y la rapidez de Javi les sirvió de mucho para ganarse un respeto entre los delincuentes más jóvenes de la ciudad. A esas alturas cuentan con un buen número de seguidores, dispuestos a hacer cualquier cosa por ellos si se lo piden.

Javi extrae del cajón de la mesita un billete de cincuenta euros y se lo mete en el bolsillo.

            Mientras se encamina hacia la puerta, tiene tiempo de mirar de reojo a Jota.

Frunce el ceño extrañado al ver que ha vuelto desempolvar su vieja guitarra. Hace más de dos años que la había dejado aparcada, alegando que no es más que una mariconada absurda. Sin embargo, Javi sabe que tocar le hace ponerse sentimental, y si hay alguien que huye de demostrar públicamente sus sentimientos y emociones ese es Jota.

La avenida por la que se encamina está abarrotada de transeúntes. Es hora punta y el sol brilla con intensidad tras haber pasado dos días de incesantes lluvias.

Javi camina a paso ligero esquivando un grupo de japoneses que hace fotos frente a la casa Batlló. Cuando por fin llega a Plaza Cataluña, asciende por el pequeño montículo de césped y se coloca delante de la fuente, dejando El Corte Inglés a su izquierda.

Pamela luce un minivestido negro y unos leggings grises a juego con sus botas y su pañuelo.

Su cabello resplandece con intensidad y se alborota ligeramente cuando gira la cabeza buscándole.

Javi desciende dando un salto y silba para llamar su atención.

—¿Cómo estás, preciosa? —La rodea con los brazos y le da un espontáneo beso en la mejilla.

—¿Lo has traído? —pregunta Pamela con urgencia.

—Sabes que sí —saca una pequeña bolsa de marihuana del bolsillo de su cazadora y se la entrega.

—Ya que estamos aquí, podemos ir a tomar algo. ¿Te apetece?

Pamela arruga la nariz.

—¿Puedo escoger yo? —contesta al fin.

—¡Por supuesto!

—Pues acompáñame ―le incita―. Por cierto, ¿cómo está Jota? —continúa fingiendo un vago interés.

—Bien, supongo… bueno, ya conoces a Jota, tiene sus momentos.

Ella gira el rostro con desdén.

—¿Y en qué momento está ahora?

—Está en una de esas etapas suyas: ausente. Hace días que apenas habla conmigo y eso que vivimos bajo el mismo techo.

—¿Crees que está planeando algo?

Javi niega con la cabeza.

—Creo que está reflexionando sobre algo, pero ¡a saber! Estar en su mente es muy difícil.

Pamela cambia su expresión. Sus ojos brillan esperanzados.

Javi parece intuir por dónde van sus pensamientos y la hace bajar rápidamente de las nubes:

—No te hagas ilusiones… no creo que tú tengas algo que ver en su cambio de actitud.

Pamela le mira con severidad.

—No sé a qué te refieres… —comenta con indiferencia, pero sus mejillas la delatan al enrojecer.

—Creo que sí lo sabes… de todos modos, deberías centrarte un poco más en mí. Él es él y yo soy yo, y ahora estás conmigo.

Pamela alza su mirada azul para toparse con la de él; Javi no le pasa ni una, no es como la mayoría de chicos que conoce, él va de frente y no se anda por las ramas.

Entran en Ethniko, un moderno bar restaurante del centro conocido por la decoración atípica de sus platos y su excelente café.

Las robustas paredes de piedra, las mesas de madera tratada simulando cortezas de árbol y las lámparas de hierro forjado que cuelgan del techo, los traslada a otro lugar: un mundo mítico e inexplorado.

Se sientan en las sofisticadas sillas de madera y caña y piden un café.

—Estoy planeando una importante carrera en el descampado. Eres la primera a la que se lo digo. ¿Vendrás?

—¿Quién corre?

—Yo.

—¿En serio? —pregunta con incredulidad—. ¿Jota te deja el coche?

—¡Ni hablar! —Ríe—. Voy en mi propia chatarra.

Pamela sonríe. Javi piensa que es la sonrisa más bonita del mundo, pero no se lo dice.

—Seguramente estás pensando que mi coche es incapaz de recorrer tres metros sin que nadie lo empuje, y es verdad. Pero esa es la idea, que esos tíos se dejen guiar por las apariencias, tengo preparado un truco final para dejarlos a todos boquiabiertos.

—¿Qué es?

—No te lo pienso decir, ¿vendrás a verlo?

—¡Claro! ¿Por qué no? Tú avísame cuando sea el encuentro.

Javi ríe ilusionado. Ahora tiene un motivo más para ganar la carrera.

—Me gustaría que apostaras por mí, esta vez gano fijo.

—Si estás tan seguro… —arrastra las palabras, poco convencida de que pueda conseguir algún triunfo.

—¿Lo dudas?

—No sé, no he visto a tus contrincantes…

—Son unos pijos de la zona alta. Llevo picándome con ellos más de un mes.

Pamela resopla y da un pequeño sorbo a su café.

—Hacemos una cosa, apuesta por mí y si no gano, te devuelvo lo que hayas invertido.

—¿Eso en qué te beneficia a ti?

—Si gano la apuesta… —mira el profundo mar de sus ojos claros y sonríe para sí—, me conformo con un beso de recompensa y si la pierdo… ¿con uno de consolación?

Pamela ríe de nuevo y mira al chico de esa forma tan especial, que únicamente ella sabe.

—¿Aceptas? —insiste él, sintiéndose algo intimidado.

—Ya veremos…

Pero su apretada sonrisa demuestra que acepta sus condiciones.

La cita se prolonga más de lo que esperaban. El coqueteo entre ambos se hace cada vez más evidente y los temas de conversación, dispersos y amenos surgen con facilidad.

Con Javi es sencillo conversar. Si solo nos hubiésemos dejado llevar por su apariencia física, seguramente hubiésemos pasado por alto su habilidad para relacionarse con los demás.

Pamela se siente a gusto con él, pero el asunto de Jota sigue latente en sus pensamientos y no está dispuesta a abandonar. Establecer contacto con Javi no dejaba de ser más que una táctica para acercarse más a Jota. Hace semanas que no sabe nada de él y la intriga la reconcome por dentro.

A pocos kilómetros de ahí Jota limpia y afina su guitarra. Desde el momento que vuelve a tenerla entre las manos, no puede creer que haga más de dos años que no la toca. Ni siquiera recuerda por qué la escondió en el altillo del armario.  

Las horas pasan rápidas cuando se concentra en sacar acordes nuevos de sus canciones favoritas.

Desde su habitación escucha las llaves de Javi metiéndose en la cerradura y aparta rápidamente la guitarra para no ser descubierto. Sale discretamente al recibidor para saludar a su compañero.

—¿Cómo te ha ido? —pregunta como quien no quiere la cosa.

—Bastante bien, la verdad. He quedado con Pam.

Javi apenas se atreve a mirarle a los ojos por si percibe el más leve atisbo de reproche.

—¿Con Pam? ¿Nuestra Pam?

—Sí… —contesta con aspereza por su reacción—. ¿Te molesta?

Jota se encoge de hombros.

—No me molesta en absoluto, simplemente no sabía que te gustaba…

—Bueno, es que Pam… —hace un gesto de grandeza con ambas manos—, le gusta a todo el mundo.

Jota pone los ojos en blanco.

—Ten cuidado con ella —le advierte con seriedad—, no me gustaría que te ilusionaras y luego te llevaras el chasco.

Javi ríe.

—No te preocupes por mí, sé lo que hago… y también sé que está colada por ti, no soy estúpido. Pero es una chica que me gusta de verdad y quiero intentarlo, aunque soy consciente de que la cosa no pinta bien.

Jota asiente. No quiere desilusionarle diciendo lo que realmente piensa de ella.

—Porque… —continúa Javi—, ¿tú sientes algo por Pam?

Jota le dedica media sonrisa irónica.

—No, no te preocupes.

—Puedes decírmelo —insiste—, no quiero picarme contigo por una tía, así que deberías ser claro conmigo desde el principio.

Jota ríe con ganas y le da una ligera palmadita en la espalda.

—Jamás he sido tan claro como en este momento. Te aseguro que no siento nada por ella y que sepas que a partir de ahora, sabiendo que te gusta, no me interpondré en vuestro camino.

—Te lo agradezco de veras. Te parecerá una tontería pero estoy ilusionado, llevo varios días intentando que me dé una cita, hoy al fin lo he conseguido.

—Entonces ya has hecho lo más difícil, ahora te será pan comido volver a quedar.

—Quedar sí… pero hacer que deje de fijarse en otros hombres, incluyéndote a ti, será complicado.

Jota sonríe. Al menos Javi es realista y sabe de sobras a qué se enfrenta.

—Por mí no debes preocuparte. Me mantendré al margen.

—Ya lo sé —Javi asiente con picardía—. ¿Y qué me dices de ti? ¿No hay nada que quieras contarme?

Jota empieza a jugar con la cremallera de su cazadora, gesto que evidencia su nerviosismo. Teme que Javi haya visto su guitarra y piense que es un blandengue.

—No —contesta con toda la tranquilidad que puede—, en lo que respecta a mí, todo sigue igual…

—¿Estás seguro? —pregunta con desconfianza.

—Sí.

—Ya… —Javi percibe enseguida la mentira de su amigo, pero no dice nada.

—Bueno, será mejor que vaya a recoger un poco… y tú deberías hacer lo mismo, ya sabes lo mucho que me molesta que te dejes cosas tiradas por ahí. No lo soporto.

Javi resopla y se vuelve con hastío.

—¡Jo, macho! ¡Siempre estás igual! Deberías hacerte mirar tu delirio por el orden, pareces una puta vieja maniática de noventa y cinco años —masculla entre dientes con expresión sombría.

—¿Has dicho algo?

—¡No!—se apresura a responder y se aleja.

—Bien. Recuerda que si no fuera por mí tú no encontrarías ni tu propio culo en esta casa, así que ni se te ocurra quejarte.

 

7

Jota notó el aire frío en cuanto salió de casa. Aún era pronto para que las temperaturas fuesen tan bajas, e incluso las calles parecían haber adoptado el aspecto sombrío de una estación más avanzada.

Por suerte, el inesperado vendaval había provocado la insólita circunstancia de que la gente permaneciera refugiada en sus casas, por lo que la ciudad parecía desierta.

«Este podría ser un buen día para deambular con el coche en busca de un local que pudiera saquear más adelante».

A Jota le gustaba observar minuciosamente la zona antes de llamar a algunos de sus compañeros y poner en práctica cualquiera de sus planes.

Por el momento, no había tenido demasiada suerte en su particular búsqueda. Ninguna de las tiendas que había divisado parecían satisfacerle.

«Cómo han cambiado las cosas… esto ya no es lo que era…»

Después de varias vueltas a la manzana, llamó su atención un pequeño grupo de personas riéndose ruidosamente en medio de un retirado parque en obras. Disminuyó la velocidad de su automóvil por si reconocía a alguna de ellas.

Parecía un grupo joven, perteneciente a alguna tribu urbana moderna.

            Jota odiaba con todas sus fuerzas a esos muchachos volubles e influenciables que creían ser alguien por pertenecer a un grupo de estética llamativa. Por su experiencia, sabía que eran chicos cobardes y sumisos, incapaces de tener criterio y actuar por iniciativa propia, necesitaban la unidad grupal para hacer todo aquello que de forma individual, jamás se les ocurriría.

No quitó ojo a esos chicos mientras bordeaba lentamente las inmediaciones del parque.

De repente su rostro se contrajo y un sudor frio descendió por su nuca.

Puso segunda para continuar la marcha en dirección opuesta. Sus manos se aferraron fuertemente al volante y su espalda se tensó en el asiento.

—Debo regresar a casa. Es tarde y lo que hagan no me concierne —se dijo en voz baja.

 

Inspiró profundamente y exhaló el aire haciendo ruido.

De repente, giró las ruedas del coche bruscamente y retrocedió en dirección al parque.

Su intuición le advertía del peligro: acudir allí le traería problemas. Sin embargo, una diminuta parte de él, le pedía a gritos vivir una pequeña emoción.

Estacionó cerca del parque y se adentró en él sin dudarlo. Caminó a paso ligero sintiendo el cruel azote del viento ensañándose contra su rostro. Metió las manos en los bolsillos de la cazadora y escondió la cara resguardándose en las solapas. A medida que se acercaba al grupo, su corazón bombeaba de forma rítmica y constante en el interior de su cabeza, a modo de alarma. Inspiró profundamente para disminuir la tensión, pero no consiguió trasladar la calma a todo su cuerpo.

Sabía que no podía echarse atrás, menos después de haber tomado la decisión de intervenir y entrometerse en los asuntos de esos chicos porque sí.

La adrenalina recorrió sus venas en cuanto estuvo a escasos metros de su objetivo.  

—¿Qué pasa aquí? —preguntó a la defensiva, apretando los puños en el interior de los bolsillos.

El grupo se abrió un poco dejando al descubierto a una chica atemorizada en su interior. Las risas de los jóvenes aumentaron al ver a Jota en actitud vacilante. Uno de ellos, el mayor, cogió a la chica y la atrajo bruscamente hacia sí para impedir que esta aprovechara la distracción para huir, los otros dos se acercaron de forma amenazante a Jota y se colocaron a metro y medio de él.

—Que yo sepa a ti nadie te ha invitado, así que lárgate si no quieres que te pateemos esa cara de idiota que tienes.

Los chicos rieron.

—Vale —contestó Jota con serenidad en la voz, pero su mirada reflejaba lo contrario.

Hizo el amago de irse al tiempo que escuchaba las risas burlonas del grupo. Seguidamente, se volvió con rapidez y corrió la distancia que le separaba hasta llegar al chico que tenía retenida a la joven. Sin mediar palabra, le asestó un puñetazo en la cara y este cayó al suelo sin dejar de sangrar por el labio inferior.

Jota se colocó estratégicamente frente a la chica, ofreciéndole la espalda para interponerse entre ella y esos tres vándalos, que no tardaron en abalanzarse sobre él y moler su cuerpo a puñetazos.

Pudo esquivar unos cuantos golpes. Tenía la suerte de que por cada golpe que le asestaban él devolvía dos. Aun así, eran demasiados para poder enfrentarse a ellos solo.

Los chicos formaron medio círculo para impedir que huyeran.

Jota percibió el sonido de la inquietante respiración de la chica a su espalda. Sus pequeñas manos se aferraron a ambos lados de su cazadora dejándola tirante y sus pies tropezaban continuamente con sus talones.

Volvió a coger aire y se obligó a permanecer erguido un rato más.  

Involuntariamente, había ido retrocediendo hasta topar con un alto muro grafiteado.

Su cuerpo aplastó el de la joven y se resistió a doblegar su espalda y dejar a la chica al descubierto.

Se cubrió el estómago con ambas manos y pidió en su fuero interno que un milagro alejara a esas personas.

Al fin, en respuesta a su plegaria interna, divisaron las luces azules de un coche policial que se aproximaba lentamente por la carretera. Esto alertó al grupo, que se dispersó enseguida hasta perderse entre la frondosidad de los pinos del parque.

Jota tosió unas cuantas veces y tocó su palpitante ceja cubierta de una sustancia viscosa y húmeda; tardó un tiempo en advertir que se había manchado con su propia sangre.

La chica, sintiéndose segura, decidió salir de detrás de su espalda. Se colocó delante de él y con expresión solemne sostuvo su cara con ambas manos.

—Déjame ver… —examinó cuidadosamente su rostro con el ceño fruncido. Tragó saliva ruidosamente e incluso mantuvo la respiración mientras evaluaba el corte de su ceja derecha—. Tenemos que ir al hospital a que te echen un vistazo.

Jota apartó las manos de la joven de su rostro.

—¡Ni hablar! Esto se cura solo —dijo mientras reanudaba la marcha hacia su coche.

—¿Estás seguro de que te encuentras bien? —insistió—. Caminas raro.

Jota se detuvo en seco para mirar bien a la joven que le seguía de cerca. Su fina vocecilla irritante le resultaba vagamente familiar.

—Digamos que he estado mejor… —sus pupilas se dilataron y el aire salió despedido de su boca con resentimiento—. ¡Joder! Ya es tener mala suerte…

—¿A qué te refieres?

—De todas las personas de esta ciudad… has tenido que ser tú —rió de la irónica situación.

—¡Me alegra que me recuerdes!

—Lo cierto es que no me extraña. Tienes pinta de ser una de esas chicas que no hacen más que meterse en líos, de atraerlos como un imán.

—Será que me conoces mucho para confirmar eso.

Jota la miró y le dedicó media sonrisa que le dolió al instante.

—No me hace falta conocerte más para saber eso. Lo curioso es que sigas con vida. ¿Cuántos años tienes, dieciocho? ¿Veinte?

—Veintidós —se apresuró a corregirle.

—En tu caso es toda una proeza haber llegado a los  veintidós años. ¿Acaso nunca te han dicho que las zonas retiradas y oscuras no son un buen lugar para que una chica camine sola?

Claudia suspiró.

—Me he perdido… —se excusó ruborizándose—, se me hizo tarde en la biblioteca y claro, por la noche no me oriento demasiado bien.

Jota se detuvo frente a la ventanilla de su coche.

—¡Joder! ¡Esos desgraciados me han dejado la cara como un puto zombi!

—¿Puedes hacer una frase seguida sin soltar un solo taco?

—Podría —respondió con indiferencia—, pero no me da la puta gana —le dedicó una sonrisa fingida.

Claudia negó con la cabeza y subió al asiento del copiloto, tal y como él le había indicado con un movimiento de mano.

—Por cierto… ¿cómo te llamas?

—Jota.

—¡Eso no es un nombre!

—Sí que lo es.

Jota solo es una letra.

Jota la miró con actitud vacilante.

—¿Realmente importa? Tal y como expuso Gustav Meyrink "Eso que consideras tu propio nombre no es más que una palabra hueca inventada por tus padres. Cuando duermes lo olvidas".Llámame como te dé la gana, seguiré siendo yo de todas formas.

Claudia le sonrió emocionada.

—Me ha impresionado que citaras a Gustav Meyrink. Realmente eres una caja de sorpresas…

—Aunque no te lo creas, sé leer —anunció como si estuviera revelando un profundo secreto.

—¿Intuyo por eso que has leído "Murciélagos"?

Jota le dedicó una mirada fulminante.

—Está bien, está bien… no te enfades —Claudia alzó las palmas de las manos hacia arriba a modo de disculpa—, a lo que iba: me gustaría saber tu verdadero nombre.

—¿Por qué insistes tanto?

—Porque yo sí creo que el nombre te define. Te lo pusieron por algo, tal vez tus padres soñaron que ese nombre predeciría a alguien importante. O simplemente les gustaba porque lo asociaban a algo bueno. ¡A saber! La cuestión es que alguien, en un momento decisivo de su vida, escogió un nombre para ti por algún motivo. Deberías estar orgulloso y no ocultarlo tras un insustancial mote que seguramente se aleja de lo que tus padres querrían para ti.

—Me trae sin cuidado lo que mis padres quisieran para mí —contestó con aspereza.

Claudia mordió su labio inferior frustrada.

—Tú sabes cómo me llamo yo… no es justo.

—¡Has etiquetado tu cartera con tu nombre, ¿qué quieres que haga?!

Pasaron unos largos minutos en silencio.

—No me lo vas a decir… ¿no?

Jota se giró boquiabierto.

—Pero ¿es que todavía estás dándole vueltas a lo del nombre? ¡Qué pesada!

Claudia le miró presionándole con las cejas prácticamente juntas y los ojos vidriosos.

—Me llamo Jan —respondió con indiferencia.

—Jan… curioso nombre —repitió orgullosa por habérselo sonsacado.

Él se encogió de hombros.

—Pero todo el mundo me reconoce como Jota. ¿Satisfecha?

—A decir verdad sí —sonrió.

—Bueno, niña, ya hemos llegado.

Jota aparcó frente a la puerta de su casa, esperando a que ella bajara.

—No vas a ir al médico, ¿me equivoco?

Jota suspiró sonoramente.

—Adiós Claudia… ―dijo con voz cansada mientras se inclinaba cuidadosamente sobre ella para abrir la puerta del copiloto desde el interior del coche.

—Si no vas a ir al médico, al menos deja que te ponga algo en esa ceja. Estás estropeando la tapicería del coche… además, es lo mínimo que puedo hacer, teniendo en cuenta que acabas de ayudarme a deshacerme de esos tíos.

—Oye, mira, te lo agradezco de veras, pero no hace falta que…

—¡Insisto!

Jota sonrió por lo bajo y negó con la cabeza.

—¿Y tus padres, qué?

—¡No te preocupes por eso! Es viernes, noche de cine y palomitas, así que vamos, ¡entra!

—¿No te das cuenta? ¡Ya lo vuelves a hacer!

—¿El qué? —preguntó irritada.

—¿Vas a meter a un extraño en tu casa estando sola? ¿Pero es que no te han enseñado nada en ese colegio de pijos al que has ido toda tu vida?

—¡Oh, vamos! Tú y yo ya nos conocemos, además, no creo que después de haberme librado de esos tres vayas a hacerme daño, no tiene ningún sentido.

Jota se apeó del coche con indignación y la siguió hacia la entrada.

—Ahora en serio; deberías ser más prudente… eres demasiado confiada. Eso no está bien.

—¡Deja de regañarme! —rió—. He descubierto que el ser desconfiada ha hecho que me perdiera cosas en el pasado, que hiciera menos amigos, que no me atreviera a hacer ciertas cosas… en este momento estoy intentando dar un vuelco a mi vida.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo llevas?

—Ya lo ves… —ladeó la cabeza—, unas veces mejor que otras.

Ambos rieron.

Claudia acompañó a Jota por las escaleras hacia su habitación. Se ausentó un segundo para coger el botiquín que guardaba en el baño y enseguida regresó a su lado.

—Puedes ponerte cómodo —le sugirió señalándole la cama.

Jota hizo una mueca de dolor mientras se tumbaba lentamente sobre la colcha de color fucsia y topos blancos.

La habitación era grande y por la situación, en pleno día debía ser luminosa. Había ascendentes pilas de libros sobre el suelo, como aparatosas columnas carentes de sentido, ropa doblada encima del escritorio y fotos, centenares de fotos invadiendo gran parte de las paredes rosas.

 Jota barrió el espacio con la mirada e imaginó estar inmerso en un enorme pastel de frambuesa con nata. La selección de colores y la aparatosa decoración le empalagaba. Luego rió por lo bajo, pensando que tal vez ese recargado lugar era el vivo reflejo de su inquilina, por eso ambos le cansaban por igual.

—La verdad es que todo esto es innecesario.

—Deja que vea eso bien… —encendió la lamparita de la mesita y la enfocó directamente sobre su cara, él apartó rápidamente la mirada de la cegadora luz.

Su ceja estaba hinchada y la nariz algo roja, por lo demás, todo parecía estar en su sitio. Claudia cogió un algodoncito con un poco de Betadine y lo aplicó suavemente sobre la abultada herida. La sangre había formado una fina costra granate y al pasar el algodón por la superficie, pequeñas partículas de sangre seca se desprendieron y volvió a brotar sangre nueva.

—¿Te duele mucho?

—Puedo soportarlo —masculló entre dientes.

—Por cierto… aún no he tenido oportunidad de darte las gracias…

—De nada.

—Pero tengo curiosidad por saber por qué has actuado así… en fin, podrías haberte limitado a llamar a la policía y en cambio te has dejado dar una paliza por mí, aún sabiendo que no podías ganarles, no lo entiendo…

—En primer lugar… digamos que no soy muy amigo de la policía. No es que tenga asuntos pendientes con la justicia, simplemente prefiero evitarles. En segundo lugar, el actuar así no ha sido por ti… en realidad lo hubiera hecho por cualquiera. Hay pocas cosas que no soporto en la vida, una de ellas es que hagan daño a una mujer en mi presencia —resopló intentando contener el dolor—. Por muy estúpida que esta sea —matizó.

Claudia ejerció más fuerza de la debida sobre la brecha y Jota profirió un pequeño gruñido.

—No soy estúpida —respondió convencida.

—Lo que tú digas…

Una vez desinfectada la herida, Claudia extrajo del botiquín tres puntos de sutura y los colocó cuidadosamente para cerrar la pequeña brecha. No era muy profunda, pero seguramente le quedaría cicatriz.

—También te he traído esto —le ofreció un vaso de agua con una pastilla—. Es Ibuprofeno, te aliviará…

Jota se tomó la cápsula y automáticamente se incorporó con torpeza. Su cuerpo se tambaleó y un súbito mareo le obligó a apoyarse contra la pared.

—¿Te duele algo más?

Negó con la cabeza, pero ella reparó en que se tocaba el costado sin cesar.

—¿Qué tienes?

—No es nada.

—Déjame ver…

Se acercó rápidamente a él y levantó su camiseta. Un feo hematoma purpúreo se abría paso de la cintura al pecho.

—¿Y esto?

Claudia lo tocó tímidamente palpando sus costillas.

—No es nada grave.

—Puede que no tengas nada roto, pero no me gusta nada el color que tiene esto… —acarició su cintura con lentitud—. ¿Seguro que no quieres ir al médico?

—Seguro. Nunca me han gustado esos matasanos.

—Hablas como mi abuelo —espetó Claudia—. Túmbate, tengo una pomada que va genial para los golpes.

—Tengo que irme…

—¡De eso nada! Tienes que ponerte algo ahí —señaló su hematoma con el dedo.

Él suspiró con resignación.

Se quitó la camiseta y se tumbó nuevamente sobre la cama repleta de peluches y enormes almohadones.

Claudia puso pomada en la yema de los dedos y aplicó el bálsamo suavemente sobre la herida, ascendiendo en pequeños circulitos de la cintura al pecho.

Jota percibió la suave caricia de sus dedos y se revolvió inquieto en la cama.

—Ya continúo yo —intervino al tiempo que le arrebataba el tubo de crema de las manos.

Y sin saber exactamente cómo, su cuerpo se relajó abandonándose en esa cama tan cómoda y confortable. Su cabeza se recostó sobre la almohada y sus párpados se cerraron como por arte de magia; estaba literalmente agotado.

 

8

Claudia se acercó lentamente al rostro indefenso de Jota.

La boca permanecía entreabierta, emitiendo un fino y constante ronquido y esos bonitos ojos, ahora cerrados, mostraban un conjunto tranquilo y relajado. Claudia no pudo más que sonreír al verle ahí tumbado como un niño, ajeno a cualquier problema o perturbación.

Sus labios apenas le rozaron el lóbulo de la oreja al reproducir con una voz dulce y baja su nombre:

—Jan…

Jota reaccionó automáticamente a la claridad de su nombre. Se incorporó sobresaltado y en un movimiento veloz, cogió a Claudia por el cuello tumbándola de espaldas sobre la cama.

Al darse cuenta de dónde estaba y contra quién se defendía se retiró rápidamente.

—Lo siento —se disculpó apartándose todo lo posible de ella—, no sabía dónde estaba, yo…yo... —tartamudeó.

—¡Vaya! ¡Menudos reflejos! —reconoció Claudia mientras se masajeaba el cuello de arriba abajo.

—No sé qué me ha pasado… ¿cuánto tiempo llevo durmiendo? —preguntó aturdido.

—Pues, va a hacer doce horas.

—¿Tanto? —la miró con incredulidad—. ¡Tengo que irme! —confirmó con prisa.

—¡Tranquilo, es sábado!

Jota se levantó y buscó su camiseta debajo de la cama. En cuanto la encontró se dio cuenta de que estaba manchada de sangre. Un vago recuerdo de la noche anterior reapareció en su mente y se tocó la ceja para corroborarlo. Aún le dolía e incluso le producía un dolor punzante, como si una diminuta máquina taladradora tratara de perforarle el cráneo.

—Te he preparado el desayuno. No sé lo que te apetece, así que te he traído un café y unos bollos. Luego será mejor que te tomes una pastilla, aunque por lo que veo, la ceja no está tan hinchada…

Jota miró inquieto a su alrededor, cambiando el peso de una pierna a otra como si el suelo quemara bajo sus pies.

—Puedes darte una ducha si quieres… —le ofreció Claudia.

—¿En serio?

—¡Claro! Además, no tienes por qué preocuparte, hace rato que mis padres han ido a pasear.

—Gracias —respondió con dificultad.

Claudia le acompañó al baño y le dio toallas limpias y una camiseta vieja para sustituir la suya.

La ducha fue un gran alivio. El agua espumosa resbaló por su cuerpo llevándose restos de sangre y tierra que aun permanecían adheridos a su piel.

Se secó deteniéndose en los hematomas rosáceos y examinó con detenimiento las facciones de su rostro. A excepción de la ceja, todo estaba bien.

Se peinó con los dedos y antes de enfundarse la camiseta se la llevó a la nariz y cerró los ojos mientras su cerebro procesaba la información que el olfato le proporcionaba. No había ni una pizca de colonia en el tejido, ni cualquier otro producto químico, el embriagador aroma se quedó grabado en su mente proporcionándole una agradable sensación de déjà vu.

Finalmente se enfundó la camiseta. Le quedaba algo ajustada pero al menos, estaba limpia.

Claudia sonrió nada más verlo entrar en la habitación.

—Te sienta bien —aprobó dedicándole su mejor sonrisa.

Jota le devolvió forzosamente la sonrisa. Se sentó en la silla del escritorio y bebió de golpe el café que tenía preparado.

—Tienes una casa muy bonita —dijo mientras engullía un bollo.

—Sí… está bien. Quizá queda algo alejada del centro, pero es grande. ¿Dónde vives tú?

—En el polígono.

Claudia mostró indiferencia, no conocía lo suficiente la ciudad como para saber dónde se encontraba ese lugar.

—¿A qué se dedican tus padres? ―continuó él.

Vaciló unos segundos antes de contestar.

—Mi padre es profesor. Mi madre ama de casa.

Jota se encogió de hombros y dio otro bocado al bollo.

—Y tú estudiante de filosofía… deben de estar muy orgullosos… —comentó sin alzar la vista del desayuno.

Claudia arrugó el entrecejo y desvió la mirada.

—Supongo… aunque no recuerdo haberte mencionado nunca que estudio filosofía.

—No lo has hecho —reconoció encogiéndose de hombros.

—¿Entonces, cómo lo sabes? —preguntó intimidada por su gran astucia.

—He visto tus trabajos en el ordenador… están bastante bien. No obstante he sentido la necesidad de corregir algún que otro párrafo. Nunca está de más poner referencias y citas de autor para complementar tus teorías.

—¿Entiendes de filosofía? —preguntó alucinada.

—He leído algo de Descartes, Platón, Sócrates… los clásicos, vaya.

Claudia sonrió ilusionada.

—¡No me mires así!, no es para tanto. Todo el mundo ha oído hablar alguna vez de ellos…

Claudia volvió a mirarle con fascinación. Abrió su boca para formular una pregunta pero Jota intervino interrumpiendo en el acto el hilo de sus pensamientos.

—Bueno… ha sido una agradable charla pero… tengo que irme ya.

—Lo comprendo  —aceptó ella con resignación—, pero nos vemos mañana, ¿no?

Jota rió al tiempo que se ponía su cazadora de cuero negra y se recolocaba el cuello.

—Ni hablar. Tengo cosas que hacer.

—¿Durante todo el día?

—Durante toda la vida, para ser exactos.

Claudia sonrió y se colocó divertida delante de él impidiéndole el paso.

—Te espero por la mañana. A eso de las nueve, ¿vale? Tienes que llevarme al centro a recoger un vestido.

—Oye, mira, te agradezco mucho que me dejaras tu cama, la ducha, el desayuno y todo eso. Pero aquí se acaban nuestros encuentros. Procura no meterte en demasiados líos.

La apartó sutilmente de su camino y abrió la puerta de la habitación.

—A las nueve en la gasolinera de abajo —le recordó sin darse por vencida.

—Te he dicho que no. No me levanto a las nueve de la mañana un lunes, lo voy a hacer un domingo… pídeselo a alguno de tus amigos, seguro que estarán impacientes por acompañarte a donde tú les digas.

—No conozco a nadie que tenga coche —suspiró—. Eres mi única opción.

—Mira, niña, no me marees, ¿quieres? —Sus ojos duros le advirtieron de su irritación.

Antes de salir de casa, Jota reconoció el monedero de Claudia sobre el recibidor.

Lo abrió sin preguntar.

—¿Solo tienes diez euros? ¡Con esto no tengo ni para gasolina!

—Si te lo llevas voy a quedarme sin nada.

Jota la miró dedicándole media sonrisa diabólica.

—Qué pena me das…

Cogió los diez euros y salió apresuradamente de la casa. Claudia lo observó mientras se alejaba en su coche negro a toda velocidad. Sonrió, pues estaba convencida de que el domingo volvería a verle.

Y no se equivocaba.

9

La fiesta se prolongó hasta altas horas de la madrugada.

A Jota aún le dolía la cabeza, esta vez no había sido por la ingesta desmesurada de alcohol, pero las secuelas del día anterior en el parque, aún permanecían recientes.

—Jota…

Se revolvió en la cama, ignorando a Javi.

—¡Oye! ¡Levanta! Tengo ganas de una hamburguesa.

Jota abrió un ojo y miró por la ventana. El cielo estaba gris oscuro y una densa cortina de lluvia no le dejaba ver los edificios colindantes.

—¿Pero qué hora es?

—Son las once de la mañana.

Soltó un gruñido.

—¡Vete a la mierda Javi! ¿Has visto el día que hace?

Javi miró por la ventana.

—Tormenta —contestó como si fuera lo más normal del mundo.

—¿Y pretendes que me despierte un domingo, a las once de la mañana, con el temporal que hace, para ir a comprar una hamburguesa? ¡Estás loco! —Escondió la cabeza bajo la sábana, dándole a entender que no pensaba levantarse.

Javi luchó con él hasta descubrir su cara.

—Me gusta comer hamburguesa cuando llueve, es casi como una tradición, ¡así que vamos! —Presionó la nariz de Jota con los dedos para que no pudiera respirar y así espabilarlo.

—¿Quieres dejar de hacer eso? ¡Ve tú solo a por la tradicional hamburguesa! ¡A mí déjame en paz!

—Comer solo es muy triste, ¡vaaaaaamos! —Javi insistió, destapando nuevamente a su amigo.

—¡Eres un cabrón! —espetó irritado—. Déjame solo diez minutos más.

Fuera caía lluvia como chuzos. La corriente había formado improvisados ríos que arrastraban basura y hojas por la carretera. Realmente no era un buen día para coger el coche, pero tras escuchar varias veces a Javi describir la hamburguesa perfecta, le había entrado hambre.

—Ayer vi a tu padre… —empezó Javi dentro del vehículo—, parece que ha encontrado trabajo.

—Mira qué bien —respondió sin mostrar emoción alguna.

—¿Realmente no hay marcha atrás? ¿No podéis reconciliaros?

Jota mordió su labio inferior intentando contener la ira. Javi captó por su expresión que jamás podrían perdonarse el daño que se habían hecho mutuamente.

—No es que quiera entrometerme en tu vida ―continuó sin mirarle―, pero lo mío es inevitable porque mis padres están muertos. Ya no hay vuelta atrás, en cambio tú aún tienes la oportunidad de…

—¡Javi, por favor! No insistas. No se trata de una discusión sin más… tú no podrías entenderlo. Preferiría que mi padre hubiera muerto a que hiciera todo lo que ha hecho. Así que no, no hay vuelta atrás.

Javi prefirió callar a discutir con Jota.

El coche se detuvo frente a la luz roja de un semáforo.

Sus labios se apretaron con fuerza tensando la expresión de su rostro. Se aferró fuertemente al volante con ambas manos y rascó con las uñas de los pulgares el revestimiento de cuero.

Javi percibió su tensión y buscó en el desolador paisaje algún elemento que pudiera utilizar para desviar su atención.

—¡Es increíble! Con el temporal que hace y todavía hay gente que se atreve a salir sin paraguas.

Jota miró distraído por la ventanilla y tras la densa cortina de lluvia vislumbró a Claudia resguardándose bajo el toldo de la gasolinera.

—¡Pero qué coño…!

—¿Qué pasa? —demandó Javi siguiendo la mirada de Jota.

—¿Ves esa loca? —Señaló hacia la gasolinera—. No me puedo creer que siga ahí. ¡Esto es increíble! —comentó indignado.

—¿El qué? ¿Qué pasa con esa tía?

—Ayer me dijo que me esperaría ahí para que la acompañara a por un vestido o algo así. Quería ir al centro. Naturalmente le dije que no. Pero ahí está, esperándome…

—¿En serio?

El coche de detrás le hizo luces para que reanudara la marcha, ya que el semáforo se había puesto en verde. Jota puso primera y continuó hacia delante.

—¡Esto es increíble! ¡Pues ya se puede quedar ahí todo el día si le da la gana! Yo no pienso ni acercarme.

—Pero ¿quién es?

—Déjalo, Javi, es una larga y patética historia… ¡qué fuerte me parece! ¡Está para que la encierren!

Diez minutos más tarde llegaron a McDonald’s. Javi escogió el menú gigante, pero a Jota se le había cerrado el estómago. Esperaron a que la trabajadora les entregara la bolsa de cartón por la ventanilla y reanudaron la marcha.

—¡No me lo puedo creer! —espetó Jota incapaz de continuar con la rutina.

—¿El qué? —Javi se llevó una grasienta patata a la boca mientras se giraba para escucharle.

—¡Lleva esperando desde las nueve! ¿No es capaz de captar las indirectas o qué?

—Pero ¿aún estás con eso?

—Está loca. ¿Qué otra explicación podría haber para su comportamiento?

—¿Dónde la has conocido? Nunca me has hablado de ella, siempre te callas las mejores cosas…

—Nunca te he hablado de ella porque para mí no es nadie importante, tan solo una loca de personalidad versátil.

—Bueno… ya habló el intelectual…

—No, en serio, debe tener algún desequilibrio mental grave para ser así.

—¿Así, cómo?

—Tan... tan insistente y confiada. Me desquicia.

—Está bien, para un momento —le ordenó Javi.

—¡¿Qué?!

—He dicho que pares un momento, ¡detén el coche, joder!

—¿Para qué?

—Ahí está la casa de Mario. Así que para.

—¿Pero qué dices? ¿Quieres que vayamos a hacerle una visita precisamente ahora?

—No —contestó con calma al ver que Jota había reducido la velocidad considerablemente—. Yo voy a hacerle una visita, tú vas a recoger a esa chica y solucionar lo que tengas que solucionar con ella.

—¿Pero es que hoy todo el mundo se ha vuelto loco? ¡No tengo nada que solucionar con ella! ¡No me importa lo más mínimo! ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?

—Sí, sí, sí… lo he escuchado y ya he tenido suficiente. Para no importarte nada llevas media hora hablando de esa tía sin parar, y la verdad, no creo que pueda seguir aguantándolo todo el camino de regreso a casa, así que si tienes algo que aclarar o reprocharle, este es el momento. Yo iré a ver a Mario.

Jota detuvo el coche y miró a su amigo con expresión pasmosa.

—¿Estás seguro de lo que estás diciendo?

Javi se giró antes de abrir la puerta del copiloto.

—Pocas veces he estado tan seguro de algo. Por cierto, no apareceré hasta las nueve o así. Lo digo por si quieres llevarla a casa y reconciliarte con ella, ya sabes…

—¡Pero qué dices! Yo no… no tenemos ese tipo de relación, ella no… —se puso nervioso.

—Shhh… lo que tú digas, a mí no tienes que darme explicaciones de nada.

Salió del coche y corrió para refugiarse bajo los balcones de los edificios con la bolsa de McDonald’s bajo el brazo.

Jota miró su reloj. Eran las doce de la mañana y se encontraba frente a un gran dilema moral: irse a casa y refugiarse nuevamente bajo sus sábanas, o ir al reencuentro de Claudia, aunque solo fuera por no dejarla tirada bajo la lluvia.

Y aunque parezca mentira, la última imagen que guardaba de ella había conseguido conmover su corazón de hierro.

Claudia corrió hacia el coche negro y cerró la puerta apresuradamente para que no entrara demasiada agua.

Estaba empapada. Jota la reprendió con la mirada nada más subirse al coche y puso la calefacción al máximo para que entrara en calor lo antes posible.

—¡Ya era hora! ¿No? —gruñó enfadada—. ¡Ya creía que no ibas a aparecer! Deberías ser más responsable y cumplir los horarios que acordamos…

Jota la miró con severidad.

—¿Crees que estás en condiciones de obligarme a hacer lo que te viene en gana? ¿Y encima te atreves a echarme la bronca? —gritó alterado—. ¡Yo no soy uno de esos peleles a los que posiblemente estás acostumbrada! ¡Yo hago lo que quiero y cuando quiero! ¿Te queda claro, niña?

—¡Que sepas que por mucho que grites no me intimidas ni lo más mínimo! ―contestó elevando la voz y frotando frenéticamente las manos para calentarlas—. Además, eres un incoherente.

—¡Esto es demasiado!

Jota giró bruscamente el volante y detuvo el coche en un aparcamiento para minusválidos.

—¿Qué me has llamado?

—Incoherente —respondió Claudia con serenidad.

—¿Me estás insultando? —preguntó incrédulo.

—No. Simplemente estoy constatando un hecho: eres-un-incoherente  —remarcó acentuando cada palabra con las manos.

—A ver, quiero oírlo. ¿A santo de qué me llamas eso?

Sus cejas prácticamente se juntaron por la ira. Había elegido precisamente una palabra que dañaba profundamente su ego. En el primer asalto ya había conseguido encontrar su punto débil, pues él odiaba la incoherencia y la irracionalidad por encima de todas las cosas.

Su pulso se aceleró y aumentó la presión hasta enrojecer sus mejillas. Desvió la mirada hacia la puerta del copiloto y luego la centró nuevamente en Claudia, seguidamente, inspiró profundamente obligándose a mantener la calma.

Claudia sonrió y miró a Jota con ternura, eso solo sirvió para enfurecerle más.

—¿Te consideras una persona coherente y lógica? —preguntó con una gran sonrisa en los labios.

—Sí —contestó confuso—. ¿Dónde quieres llegar?

—Pues verás… antes has dicho que haces lo que quieres y cuando quieres; si no eres un incoherente… ¿debo interpretar que ahora estás donde quieres estar, conmigo?

Jota arrugó el entrecejo y solo pudo soltar un pequeño gruñido gutural en respuesta.

—Dime la verdad —consiguió decir transcurridos unos segundos—, ¿te estás quedando conmigo, no? ¡Admítelo!

—¡Para nada! Simplemente analizo todo lo que dices. ¿Sabes que en más de una ocasión tu lenguaje facial no va acorde con el verbal?

—¿Qué estás diciendo?

—Pues… que dices muchas cosas y si únicamente me quedara ahí, pensaría que no eres más que un capullo integral, sin embargo, tus ojos a menudo dicen lo contrario. Ese es el motivo por el cual hoy estamos aquí.

—Realmente estás loca —concluyó enfadado—, y no, no pienso dejar que me conviertas a mí también en un desquiciado. Así que voy a llevarte a casa y por mi propia salud mental, olvidaré para siempre que te he conocido.

Volvió a la carretera haciendo rechinar los neumáticos contra el asfalto.

Claudia rió y se recostó en el asiento del copiloto dando la espalda a la ventanilla para obtener un primer plano de Jota. Ahora más que nunca, no quería perder detalle de sus expresiones.

—Vuelves a mentir otra vez —añadió risueña.

—¡Oye, deja de intentar psicoanalizarme de una vez, además, no tienes ni idea!

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—No.

—Si tan loca estoy, si tanto te desquicio y te desespero, ¿por qué has venido a buscarme?

Jota sonrió maliciosamente mirándola de soslayo.

—Buena pregunta —admitió satisfecho—, lo que ocurre es que te he visto por casualidad en esa gasolinera y, como un perro al que acaban de abandonar, me has dado lástima.  Nada más que eso.

Claudia borró en el acto la sonrisa de sus labios.

—¿En serio?

—¿Qué otra cosa iba a ser si no?

Los dos permanecieron en silencio.

—Está bien… para el coche.

—¿Por qué?

—Me bajo aquí.

Jota detuvo su vehículo invadiendo parte de la acera.

—¿Estás segura?

Claudia asintió con frialdad. Lo que realmente la consumía era haberse quemado con su propio juego. Presumía de leer en los ojos de Jota todo lo que omitía, pero justo en ese momento, sus ojos confirmaron que sus sentimientos eran ciertos: él no mentía.

—No necesito que nadie sienta lástima de mí —aclaró.

Hizo ademán de abrir la puerta pero él se lo impidió.

—Deja al menos que te acompañe hasta tu casa. Está lloviendo muchísimo.

—No. Gracias. Ya me las apañaré.

Jota estuvo a punto de desbloquear el cierre centralizado para dejarla salir.

La única cosa que frenó sus intenciones fue el hecho de haber realizado el viaje en vano y volver a dejarla bajo la lluvia. Aun sin saber muy bien cómo, le mereció más la pena Claudia que su propio orgullo.

—¿Te ha sentado mal algo de lo que te he dicho?

Ella se encogió de hombros y clavó su mirada al frente, enfurruñada.

—¿Puedes abrir el coche, por favor? —pidió intentando mantener las formas.

—A ver… vamos a recapitular…. —se colocó la mano en la barbilla a modo de reflexión—. Entonces tú puedes decirme todo tipo de cosas desagradables, tienes derecho a reprocharme, evaluarme y hacerme sentir incómodo constantemente, pero yo me permito el lujo de hacer una simple e inofensiva observación ¿y ya soy el malo? No me parece demasiado justo, la verdad.

Claudia se giró y le contempló con dureza.

—En fin... tú ganas. Déjame bajar y prometo no volver a molestarte nunca.

Jota evaluó su expresión, curvó irónicamente sus labios hacia abajo y asintió a modo de aprobación.

—Tentador… pero no hay trato. Te llevo a casa y luego puedes hacer lo que quieras.

Arrancó el coche observando cómo ella cruzaba los brazos sobre el pecho de mala gana.

—Si no me dejas bajar porque te doy pena —pronunció las últimas palabras con asco—, puedes ahorrártela. Te aseguro que me las apaño muy bien sola.

—Está bien, está bien… no lo dudo —la miró de soslayo—. ¿En serio te ha molestado tanto ese desafortunado comentario mío?

Claudia se encogió de hombros con indiferencia pero su expresión le hizo entender que él también había asestado el primer golpe en su talón de Aquiles.

Sintiéndose ahora empatado en el combate dialéctico, su cuerpo entero se relajó, pero sin embargo, no logró hallar la paz completa.

El incómodo silencio que había en el interior del coche le molestaba más que la voz taladrante y aniñada de la joven. Así que de sus labios salió una propuesta. No provenía de él, sino de una parte oculta de su subconsciente:

—Por cierto, ¿no tenías que ir a por un vestido o algo así?

Claudia le miró escéptica.

—¿Quieres que vayamos…?

No había acabado de formular la pregunta cuando la parte más racional de él le había dado un pellizco.

—Pues si vamos a por el vestido —comentó Claudia con indiferencia—, te has equivocado de camino.

Ella sonrió fugazmente y Jota se sintió extrañamente aliviado, la comisura de sus labios se curvó mostrando una sonrisa a medias.  

—Bueno y cuéntame, ¿por qué vamos a recoger un vestido un domingo por la mañana?

Ella miró su reloj.

—Ya es mediodía, pero estamos de suerte, he llamado a la modista y me ha dicho que me esperaría. Lo del vestido… damos una fiesta de Navidad en mi casa. ¿Quieres venir?

Jota rió ignorando su pregunta.

—Vestidos, modista… suena muy distinguido.

—Sí, bueno… es una ocasión especial.

La lluvia empezó a cesar y Barcelona volvió a cobrar vida. Aparcaron el coche en zona azul y caminaron hacia la casa de la modista, amiga de la familia.

Tras la puerta del edificio 36 piso 3º-1ª apareció una mujer mayor con gafas muy gruesas. Jota aguantó la risa.

—¿La señora topo es la que te ha cosido el vestido? —susurró en el oído de la joven con maldad—. Eso tengo que verlo.

Claudia le dio un discreto codazo y abrazó cariñosamente a la mujer.

—¡Cariño! ¿Cómo estás?

—¡Muy bien! —contestó apresuradamente—. Siento mucho haber llegado tan tarde…

—No te preocupes, es normal en un día como hoy.

Jota las siguió mientras se encaminaban hacia una pequeña salita llena de manteles bordados a punto de cruz.

—Espéranos aquí, muchacho.

Él se sentó en el sofá intentado ocupar la menor superficie posible.

Miró hacia un reloj de péndulo que colgaba de la pared, luego se fijó en la televisión del siglo pasado y posteriormente en esas estanterías llenas de polvo y fotos de otra época. Se alzó del sofá con expresión sombría y caminó por la habitación, trazando líneas perpendiculares que le conducían a cada rincón.

Metió las manos en los bolsillos de la cazadora de forma ruda e inspiró profundamente mientras se perdía entre el penetrante olor a añejo y el papel floreado que revestía las paredes de la sala.

De detrás de una gruesa cortina granate irrumpió Claudia. Dio un divertido salto hacia delante para colocarse delante de él.

—¿Qué te parece? —preguntó mientras se giraba con gracia para que pudiera verla bien—. ¿Te gusta?

Jota la contempló unos segundos. El vestido era simple: de color azul, palabra de honor, se ajustaba a su cintura y luego caía con un poco de vuelo hasta los pies.

Finalmente carraspeó y asintió con seriedad, volviendo rápidamente la vista a sus grandes ojos azules.

—Te queda bien —reconoció secamente sin mucho entusiasmo.

—Yo diría que más que bien. ¡Mira qué culo me hace, no parece que todo esto sea mío! —dijo para volver a captar su atención.

Pero no obtuvo respuesta. El rostro de Jota pareció crisparse mientras se resistía a mirar cualquier otra parte del cuerpo de Claudia que no fuese el mar de sus ojos claros.  

A ella le divirtió su expresión. Empezó a reír a carcajadas al tiempo que caminaba hacia el otro extremo de la habitación y desaparecía tras la cortina de terciopelo.

Jota respiró aliviado.

Se despidieron de la modista.

Claudia sonreía sin parar. Era tan fácil hacerla feliz… hace un momento parecía que iba a bajarse de un coche en marcha, sin embargo ahora, un simple vestido lo había cambiado todo.

Jota la miraba y correspondía tímidamente a sus sonrisas. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, le daba miedo estropear el momento diciendo algo que pudiera deshincharla lo más mínimo, por lo que prefirió permanecer callado mientras ella hablaba sin parar de su familia y lo importante que eran sus tíos y primos para ella.

—Bueno, ¿qué te parece si ahora me invitas a comer? —preguntó la chica sin dejar de sonreír.

—¡¿Cómo?!

—Te has llevado mi paga de la semana. Dos veces —le recordó—, así que no te queda otra.

Jota la miró pasmado. Últimamente tenía la sensación que no hacía más que sorprenderse por todo cuánto le sucedía.

—Jamás he invitado a una chica a comer y ten por seguro que tú no serás la primera. ¿Por quién me tomas?

—¡Está bien! ¡No te lo tomes así, hombre! Algo barato, ¿una pizza?

Él también tenía hambre, no podía negarlo, pero su orgullo no le permitía flaquear en esto.

—Solo si pagas tú.

Claudia asintió con un suspiro y ya no hubo nada más que hablar. Se encaminaron hacia la pizzería más cercana como si fueran amigos de toda la vida. Por un instante, podían aparcar sus diferencias y centrarse únicamente en las conversaciones amenas y dispares.

—Pues yo creo que un chico lo tiene mucho más fácil. Físicamente un chico feo pero extrovertido y gracioso puede conquistar a cualquier chica que se proponga. En cambio, si esa conquista proviene de una chica, si no tiene un cuerpo impresionante, solo pierde el tiempo.

Como punto final a su argumento, Claudia dio un bocado a su porción de pizza.

—Creo que te equivocas —discrepó Jota—. Verás, en lo referente al físico tienes razón, si la chica en cuestión es un clon de Irina Shayk lo tiene todo ganado, al menos sexualmente hablando; sin embargo, si ese chico busca una relación seria, alguien afín con quien compartir su vida, no elige al clon de Irina; esa clase de chicas, a la larga, traen problemas.

—¿Me estás diciendo que en el caso de que decidieras apostar por una relación, elegirías a una chica del montón?

Jota vaciló.

—En primer lugar, yo jamás apostaré por una relación, no soy “hombre de una sola mujer” —alegó entrecomillando con los dedos—, en segundo… sí podría estar satisfecho con una chica normal y que reuniera otro tipo de cualidades personales… no sé si me entiendes….

—No del todo —confesó—. Pero lo primero que has dicho me intriga; ¿Nunca has tenido novia?

Él negó con la cabeza.

—¿En serio? —Quiso asegurarse.

—No te miento.

—Pero sí relaciones…

Jota se echó a reír.

—La duda ofende.

Claudia asintió y volvió a dar un mordisco a su porción de pizza.

—¿Y qué hay de ti? ¿A cuántos tíos has roto el corazón?

—A ver, déjame que piense… —Claudia empezó a contar con los dedos—, a ninguno —bufó repentinamente triste.

—¿Bromeas?

—Bueno, sí he estado con chicos… pero en fin… la cuestión es que no soy una de esas chicas que a primera vista lo tienen todo ganado.

Jota la miró con incredulidad.

—Me sorprendes. Te considero una persona muy observadora, al menos a mí eso me has demostrado, sin embargo, acabo de darme cuenta de que se te pasan cosas importantes por alto.

—¿Cómo qué?

—Si fueses más observadora, habrías advertido que en la tercera mesa empezando por la izquierda, hay un grupo de tres chicos. Uno de ellos se ha girado y casi se desnuca viéndote pasar, luego ha llamado la atención de su amigo, el calvo de la camisa a cuadros, para que confirme su teoría y, posteriormente, ambos te han mirado y han asentido.

Claudia se echó a reír, esta vez con ganas.

—Me estás tomando el pelo.

—Créeme, no lo hago.

Miró hacia la tercera mesa de la izquierda y vio a los tres chicos de los que hablaba Jota. Miró uno a uno y en cuanto cruzó la mirada con uno de ellos se echó a reír de nuevo.

—Serán imaginaciones tuyas. Es imposible que esos chicos hayan reparado mínimamente en mí. Fíjate, voy contigo, seguramente les has intimidado y te señalaban a ti…

—Está bien, si no me crees, ve a comprobarlo.

—¿Qué quieres que haga?

—Acércate a ellos, coquetea un poco a ver qué pasa.

—¡Pero qué dices! ¡No digas tonterías!

—Es una apuesta. Apostémonos algo —intervino de repente más animado.

Claudia se lo pensó. Sus ojos iban de su plato a Jota y de Jota a la mesa de los tres chicos. No se veía capaz de hacer algo así, pero por otro lado, el asunto de la apuesta llamaba su atención.

—Vale —aceptó—. ¿Qué nos apostamos?

Jota miró a su alrededor.

—Si yo tengo razón… me das tu paga semanal durante todo un mes.

—¿Todo un mes?

—Sí.

—¿Y si gano yo?

—¿Qué quieres?

—Asistirás a la fiesta de Navidad en mi casa.

—¡Ni hablar! Eso es demasiado…

—No tienes nada que perder, confías mucho en tu criterio, ¿no?

—Sí, pero…

—¡Pues ya está! Trato cerrado. Ahora concentrémonos en cómo voy a hacerlo…

Jota volvió a mirarla sorprendido.

—¿Es que no sabes coquetear? Serías la única mujer en la faz de la tierra que no supiera.

—Pues creo que en mi caso… —arrugó la nariz por la incomodidad que le suponía admitir su torpeza frente a las relaciones amorosas. Jota rió de su expresión—. ¿Vas a darme unas pequeñas instrucciones o no?

—¿Hablas en serio? —rió de nuevo—. Me gustaría ver cómo te desenvuelves tú solita…

            —¡Oh, vamos! Podrías echarme un cable, seguro que tienes experiencia de sobra en esta materia… además, teniendo en cuenta que tendré que darte mi paga del mes…

—¡Está bien! —Jota carraspeó—. Vamos a ver… podrías acercarte con sutileza, sentarte en la silla vacía y mirar directamente al chico que te gusta.

Claudia miró a la mesa de la izquierda y arrugó la nariz.

—¿Y cuál de ellos se supone que me gusta?

—¡Y yo que sé! ¡No me hagas decidir eso también, por Dios!

—Pero es que no sé cuál… a ver, ¿cuál de ellos es quien me miró primero, según tú?

—El de la camisa azul.

—Bien, entonces le miro fijamente y luego, qué.

—Pues luego le hablas.

—¿Y qué le digo?

—¡A mí qué me cuentas, no sabes nada de él! Pregúntale cualquier cosa.

—Vale. Enseguida vuelvo —se levantó y se arregló un poco la camiseta—. ¿Estoy presentable?

—Quítate la goma del pelo.

—¡Claro!

Se quitó la goma y sacudió un poco su cabello con los dedos, intentando recolocárselo.

—Mejor —confirmó Jota guiñándole un ojo—. ¡A por ellos tigre!

Claudia rió.

—No te vayas, ¿eh?

—Tranquila —Jota bebió un poco de Lambrusco de su copa—, esto no pienso perdérmelo por nada del mundo…

Claudia se encaminó hacia la mesa de la izquierda con paso lento y seguro. No avanzó más de tres metros cuando ya había encontrado algo con lo que tropezar. Jota rió de su torpeza pero se contuvo para indicarle con la mano que continuara, que nadie salvo él había notado nada.

—Hola… —saludó Claudia tan pronto llegó a su destino—. ¿Os molestaría que me sentara un momento?

Se sentó y empezó a hablar con el grupo, parecían intrigados por que ella estuviera ahí.

Jota la observaba desde la distancia. Vio como se retiraba el pelo con la mano hacia un lado mientras se esforzaba, sin mucho éxito, en sostener la persistente mirada del chico de la camisa azul. Su rostro de porcelana se contrajo en una extraña mueca y estalló en carcajadas. Las amortiguó con la palma de la mano mientras sus mejillas se tornaban carmesí.

Sus manos parecían haber adquirido vida propia, pues las movía de un lado a otro con cierto nerviosismo. En uno de sus irrefrenables impulsos, colocó su mano derecha sobre el brazo del chico que, en un acto de inmensa confianza, la cubrió con la que le quedaba libre.

Jota no quitó ojo al incesante movimiento de sus labios, pero le resultó imposible descifrar la conversación.

Pasaron diez largos y arduos minutos para Jota, cuando al fin Claudia se despidió de esos chicos y regresó risueña a su mesa.

—¿Y bien? —empezó Jota mientras su pierna izquierda se movía de arriba abajo con impaciencia.

Claudia no dijo nada y bebió un poco de su copa.

—¿No vas a decir quién ha ganado la apuesta? —insistió, al ver la tranquilidad con la que había regresado.

Claudia sonrió y sacó de su bolsillo un pequeño trozo de servilleta para dejarlo en la mesa frente a él.

—¿Te ha dado su número de teléfono?

—¡Sí! ¿Te lo puedes creer? —Sus ojos se abrieron desmesuradamente por la sorpresa—. ¡Es más! Mañana hemos quedado en el centro comercial de Castelldefels.

Jota lo examinó y volvió a depositarlo sobre la mesa.

—¿Y crees que es buena idea?

—Has sido tú el que me ha animado a hacerlo, yo jamás me hubiera atrevido.

—Me refiero a que no le conoces de nada. ¿No te has preguntado si podría ser un asesino en serie?

Claudia negó risueña.

—No tiene pinta de eso…

—Tú verás… lo único bueno de todo esto es que me debes… unos ochenta euros, más o menos, ¿no?

—Pues espero que él me invite mañana o de lo contrario haré un ridículo espantoso; no me queda ni un céntimo.

—No te preocupes, seguro que mister gominitas tiene dinero —sonrió con malicia.

—¿Mister gominitas? —preguntó sin parar de reír.

—¿Te has fijado en su pelo? ¡Parece de plástico!

—¿Es que vas a empezar a meterte con él?

Él se encogió de hombros.

—Por cierto, ¿no te ha preguntado por mí?

—Sí.

—¿Y qué le has dicho?

—Que eras mi hermano, obviamente. Lo de un amigo no iba a colar…

Jota le dedicó una mirada escéptica.

—Siento ser yo quien te lo recuerde pero ni siquiera somos amigos.

—¿Y qué somos?

—Yo soy el atracador y tú la víctima, no olvides eso. No soy tu amigo, ni tu consejero, ni tu chófer. Solo estoy aquí para sacarte todo lo que pueda y luego largarme.

—¡Jo! Suena fatal. —Claudia estalló en carcajadas—. ¿No será que estás un pelín molesto?

—¿Molesto, yo? ¡¿Por quién me tomas?!

—Estábamos la mar de bien charlando de las armas de seducción y todo eso hasta que… ha sido comentar que he quedado mañana con él y tu actitud ha cambiado —Claudia rió de nuevo—. Aunque la verdad es que te pones muy atractivo cuando te enfadas.

—Bueno, ¡ya está bien! —Jota se levantó de la silla—. Paga esto que nos largamos. Por cierto, que sepas que no me he enfadado, si lo hubiese hecho lo habrías notado, te lo aseguro. ¡Así que venga!, vámonos que tengo prisa.

—¡Vale! Cuánta prisa de repente… —sonrió—, definitivamente: muy sexy —le susurró por la espalda.

Mientras se encaminaban hacia la barra, Jota tuvo tiempo de lanzar una mirada fulminante al chico engominado de la camisa azul. No tenía nada en contra de él, tal vez fue su sonrisa de autosuficiencia la que le sacó de sus casillas; si estuviesen en la calle, no hubiera dudado en borrársela de un solo golpe por el mero hecho de existir.

Continuará...

Gracias por leer, opinar y valorar, es como un regalo para mí. Si queréis leer más sobre Jota me encontraréis en Wattpad (Lepidóptera84), también podréis disfrutar de otras obras completas.

Un beso!!