miprimita.com

Nunca seré una piedra en el camino de nadie

en Hetero: Infidelidad

NUNCA SERÉ UNA PIEDRA EN EL CAMINO DE NADIE

 

I.-Sara tenía 40 años, delgada, contenta con un cuerpo de ensueño, alegre hasta rabiar. Carlos, 43, de naturaleza melancólica, entregado en cuerpo y alma, siempre, a la persona que ama. Cristina, hija, su adorada niña, preciosa como ambos, alegre como su madre, pura dulzura como su padre.

Si echásemos la vista atrás encontraríamos a una pareja de jóvenes enamorados, tortolitos como dicen algunos. No hay palabras para describir lo que ambos sienten desde el primer momento en que comenzaron a salir. Ella quedó deslumbrada por la fuerte personalidad de él, él quedó impresionado por la jovialidad que desprendía ella, fuerte complemento para el amor que poco a poco fue surgiendo entre ellos. Era una tarde como otra cualquiera, nada indicaba que podría romper con la rutina y sin embargo aquella tarde marcó para siempre sus vidas.

Han pasado doce años desde que comenzaron una vida en común y cada día se sienten más unidos, más vivos en sus relaciones, en la mirada a un futuro común. Muchas veces él piensa que fueron esas simples reglas que ambos se impusieron, total sinceridad, todo se puede hablar, todo es posible si los dos lo queremos. De la vida anterior de ambos se conocía lo justo, del presente, se sabía todo, todo menos las claves de acceso a los móviles o al correo, pero ambos lo entendían como lo mínimo que se podía pedir para admitir como válido un poquito de intimidad.

Allí, sentado en aquel lugar apartado, mirando sus manos, clavando la mirada en el suelo, los pensamientos ya no acompañan, hasta en eso se hace el silencio. Mete la mano en el bolsillo de su chaqueta, algo saca y casi sin respirar y con los ojos cerrados se lo lleva a la boca. No pasaron muchos minutos cuando aquel cuerpo aun con vida era descubierto por unos chavales que jugaban con el perro; rápidamente sirenas y voces y sonidos que emulaban un sueño, ¿y después de eso…?

II.- En sus juegos de cama, las miradas insistentes, los roces desconcertantes, los besos húmedos, sexos incrustados. Ojos que querían salir de sus órbitas al contemplar lo bien que lucía esa ropa interior que le comprabas. Ay, Carlos, cuánto amor y cuánto deseo irradiabais, felicidad inimaginable para tantos.

Carlos y Sara tenían muchos amigos pero en especial había una pareja, amigos de ella, de los que casi no se separaban. Y fue precisamente en sus juegos de cama cuando ella comenzó a fantasear con otras personas, con situaciones morbosas que a los dos llegaban a agradar, y fue ella quien le puso nombre, Luisa y Juan, sus amigos del alma, para intentar hacer realidad lo que en esos momentos alguien pensó que podrían necesitar. Y ella le puso en la boca a Luisa y él lo disfrutaba imaginando como sorbía sus jugos, y Sara imaginó que otra polla taladraba sus entrañas. Pero pasado el momento Carlos volvía a la realidad, procuraba no hablar de lo que había ocurrido en la cama, ni tan siquiera como broma le agradaba, le producía una fuerte desazón que a la postre le llevaba a alejarse de Sara y eso no lo podía consentir. Pero Sara era feliz imaginándolo y él era consciente de ello aunque no le gustara pero por ella todo era capaz de darlo y lo dio. Cuando en una ocasión estando las dos parejas de fiesta, las copas corrieron más de la cuenta y las bocas se desbocaban, y así Sara bailó en aparente confianza con Juan mientras Carlos los observaba, Luisa, sonreía creyendo que detrás de esa imagen ellos dos podrían crear otra imagen parecida.

Se sintió incómodo, un nudo se formó en su estómago, intentó disimularlo de la mejor forma posible aunque Carlos era demasiado transparente como para ocultar nada, por lo que la velada terminó de forma incómoda y mira que Luisa procuró, por todos los medios, atraer la atención de Carlos, hasta el punto de insinuarse de forma continua y descarada, pero Carlos no le prestaba atención, su atención estaba centrada en su esposa.

Cuando se despidieron de sus amigos, Sara se mostró distante y fría, no llegaba a entender lo que podía haber ocurrido, o más bien sí. Ella llevaba tiempo intentando trabajar la cercanía sin éxito alguno y eso le preocupó pues no era capaz de comprender si en la cama lo vivían con tanto realismo cómo no era capaz Carlos de dejarse querer y mimar, mira que Luisa lo deseaba.

Carlos estaba muy triste porque se daba cuenta de que ella no era feliz, que algo le faltaba. Se fueron paseando hacia la casa, en el camino un tenso silencio los acompañó y las forzadas palabras, él deseaba coger su mano, ella la rechazó, duro cuchillo, ¡cómo cortaba!

Cuando llegaron, en su desesperación, Carlos le pidió mil disculpas, ella le echó en cara su actitud para con Juan; él, sin pedir explicaciones sí que le dijo que no se había sentido cómodo viendo la forma tan descarada de entrarle él a ella y de su mujer a él. Ella le quitó importancia y se limitó a decir, que era confianza, que ella no había visto el descaro que él manifestaba. Al final ella se dio cuenta de que era absurdo estar enfadados cuando en realidad le quería con locura, quizá se había obsesionado por nada pero ese nada les había hecho ya mucho daño.

Sí se dio cuenta Carlos de que cada vez ellas hablaban más entre semana, suponía que era algo normal, eran muy buenas amigas. Y volvieron a surgir nuevos fines de semana y nuevas salidas, él pidió disculpas por su fea actitud de aquella noche, alegando que algo le había sentado mal y que sólo deseaba irse a su casa, ellos las admitieron aunque eran conscientes de que en absoluto eso respondía a la realidad.

Pero fue Carlos el que dio el siguiente paso, aduciendo de que la niña necesitaba de su presencia pues comenzaba a estar en esos delicados momentos que anuncian el final de la infancia, le dijo a Sara que saliera ella, que no se preocupara por nada pues él estaba bien y no deseaba por nada del mundo alejarla de sus poquitas distracciones, que en este caso era salir con Juan y Luisa y algunos otros amigos que prácticamente sólo conocía de oídas. Sara se negó en rotundo pero fue Carlos quien con su insistencia consiguió que Sara volviera a disfrutar con ellos. Y así pasaron muchas semanas, muchos meses, muchas salidas. Sara siempre le pedía a Carlos que saliera con ella, si al menos fueran solos, pensaba él, pero no había forma, así que siempre se excusaba, ella se sentía tremendamente feliz con Carlos, él era feliz cuanto más feliz la veía.

Fue el primer viernes de marzo, hacía frío en la Sierra, el viento aún llegaba helado a las casas, aquel día como tantos otros, Sara quedó en salir con Luisa y Juan y…, y como tantas veces le dijo a Carlos que se fuera con ellos, supongo que ella sabía que él no iría y supongo que en ella se produjo una dualidad, por una parte le entristeció pero al mismo tiempo fue una liberación, que extraño es a veces el amor, porque a pesar de todo era auténtico amor lo que sentía ella y lo que sentía él.

Carlos vio partir a Sara, iba preciosa, parecía que la baba iba a escurrir sobre su pecho. Se encontraba sentado en el sofá, abrazado a su hija, era el hombre más feliz del mundo, le esperaba una larga noche de conversación, de juegos y risas con ella, con su adorada niña, con su estrella; no le importaba que Sara llegara ya de madrugada pues eso le permitiría dormir con Cristina, era consciente de que le quedaba muy poquitas oportunidades para hacerlo.

Serían las diez de la noche, cuando llamaron a la puerta, ¡sorpresa! Se había presentado su suegra con la intención de quedarse a cuidar de la niña durante esa noche y por la mañana llevársela a su casa para todo el fin de semana. Él protestó pero no le sirvió de nada, era terca como una mula y buena como su hija, no faltaba día en el que no se lo demostrara. Y otra cosa, como sabía que su hija estaba tomando una copa con unos amigos, le animó a que saliera a buscarla y que se lo pasaran bien, se lo merecían. Ahora no tenía excusa, al menos ella no lo entendería, así que no tuvo más remedio que intentarlo, por eso llamó a Sara para ver dónde se encontraban. No quiso decirle nada de la presencia de su madre, ni tan siquiera que le había exigido que saliera, en el fondo lo que deseaba era darle una sorpresa. Se sentía como un niño con zapatos nuevos en busca de su chica soñada.

Sabía por qué lugares se movían así que sin más dilación, serían las once y media cuando Carlos comenzó a recorrer los que suponía que frecuentaba, sin encontrar nada, estaba, en el fondo bastante desilusionado y presto a regresar a su casa cuando entró en un pub en el que no había estado nunca, era la última oportunidad y al mismo tiempo se sentía cansado. Se acercó a la barra, pidió una copa y al volverse hacia la sala se quedó sin respiración, sin respiración quizá fuera poco al definir lo que sentía en aquel momento: boca abierta, ojos sin parpadear, pulmones que se negaban a recibir el aire, corazón que luchaba por no parar su marcha. Frente a él se encontraban dos parejas sentadas en una mesa algo apartada: Juan y Luisa, Sara y Alberto. Juan acariciaba y besaba tanto a Luisa como a Sara, Alberto miraba divertido y dicharachero tanto con Luisa como con Sara. Sí, no eran besos castos de amigos, eran auténticos morreos de adolescentes, sólo que en este caso ni eran adolescentes para mostrarse como se mostraban ni en el caso de Sara era su pareja quien lo hacía.

Rabia era poco para describir lo que sintió, coraje, furia, cólera. Si en ese momento hubiera tenido un cuchillo en sus manos. Diossssssssssssssssss, menos mal que no lo tenía.

Fue buscando la pared, tuvo que apoyarse. Mientras, sus ojos no abandonaban aquella mesa, necesitaba saber qué era realmente lo que ocurría antes de tomar una decisión, cosa que haría. Lo primero fue tomar imágenes, grabó y fotografió a los cuatro y para evitar perderlo, se lo envió a su correo.

Media hora más tarde abandonaron el pub, Luisa abrazada a Alberto y Juan tonteando con Sara. Carlos se ocultó como pudo para que no lo descubrieran y ahora qué más podría hacer, no se le ocurría nada. Sara miró el móvil, se dio cuenta de que Carlos la había llamado, ella le respondió con un wasa

-Cariño, cuánto siento no haberlo escuchado, había demasiado ruido en donde estamos. Es muy tarde y por eso no te devuelvo ahora la llamada pero si necesitas algo, llámame o envíame un wasa. Te quiero.

Ellos subieron a un coche, él no había traído el suyo por lo que no le quedó más remedio que coger un taxi, y como en las películas, le pidió que siguiera al coche que iba delante.

Conocía a Alberto, al fin y al cabo Sara lo presentó como su ex, desconocía que aún mantenía contacto con él, y menos aún que fuera tan íntima. De lo de Juan, no tiene nombre, en la vida se hubiera imaginado lo que sus ojos veían. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿A qué respondía todo esto? Y de Luisa, ¿qué decir?

Entraron en un pueblo cercano a la ciudad, el taxi tomó su precaución, actuaba como un auténtico profesional, cuántas películas debió de ver en su juventud aquel taxista, yo no estaba para bromas, en el fondo no era consciente de mi forma de actuar. Era una casa de pueblo, sola, aunque cercana a otras, le dije al taxista que me quedaba allí, que se cobrara. Me dio su número de teléfono por si tenía que volver a llamarlo para que me llevara de regreso cuando esto terminara o cualquier otra cosa que necesitara. Bajé como sonámbulo, podía llamar la atención pues apenas si había movimiento de gente en el pueblo, lo que me hizo sacar el móvil y actuar como si nada fuera conmigo. Menos mal que la iluminación era tan escasa que permitía mantener el anonimato aun sin pretenderlo.

Entraron riendo en aquella casa, el golpe que indicó que la puerta se cerraba para mí fue como golpear mi conciencia, despertar de mi letargo, de ese maldito estado de shock en el que por tanto tiempo permanecí.

Miré por todos lados, nada llamaba ni mi atención ni seguramente lo llamaría para los demás, así que con todo el sigilo del que fui capaz rodee la casa buscando un punto de luz que me indicara que allí dentro estaba mi mujer, la persona a la que más quería, a veces hasta dudaba de que fuera capaz de hacerlo más que con mi hija. Y como en la películas, sólo que ésta era fiel reflejo de la realidad, había una ventana cuya persiana estaba bajada prácticamente en su totalidad pero para mi mala suerte el cristal de la misma estaba cerrado. Por las rendijas de la persiana podía ver lo que sucedía dentro, con dificultad, pero se veía. Estaban los cuatro en el centro de la estancia, Juan metía mano con fiereza a Sara, Luisa ayudaba a Alberto a preparar las copas que les esperaban, pero no podía oír nada.

Fue Luisa quien se acercó a la ventana, quien corrió el cristal y con total nitidez se comencé a oír toda la conversación.

-Jooooooooooooo, por fin podemos respirar algo que con tanto tabaco esto ya era irrespirable. Era Luisa, acérrima defensora de la pureza del aire. Siempre estaba echándole en cara a su marido que no fuera capaz de dejar el tabaco. Sara también era empedernida fumadora aunque cuando estaba en casa procuraba no hacerlo.

-Cuánto tiempo sin estar contigo Alberto, ya era hora de que quisieras estar con los amigos, Sara te echa de menos, decía que quería tener otra polla distinta a la de Juan para llevarse a la boca, y si Sara ya estaba deseosa de otra no te quiero decir yo que la tengo fija, jejejej…

Todos rieron, a mí por el contrario la amargura expulsaba la bilis por la boca. Si en esos momentos hubiera tenido a alguien cerca, no respondo de lo que fuera capaz de hacer con ella. Sólo se me ocurrió hacer una maldad de niño tonto, la volví a llamar por teléfono como si con aquella acción pretendiera despertarla y despertarme de mi pesadilla, ella miró y lo volvió a meter en su bolso, corté, corté no sólo la llamada, corté el cordón umbilical que me unía a ella.

Pasaron los minutos, aquello terminó por desmadrarse, Sara terminó desnuda, ensartada por la polla de Juan y por la de Alberto. No podía grabar por la dificultad de la persiana pero por el contrario la conversación de lo que ocurría dentro, se oía con una extrema claridad, mi móvil lo gravaba.

¿Debería de haber entrado? ¿Debería de haber roto la cara o dejar que me la rompan? No lo sé, todo es posible, sólo digo que ojalá nadie y nunca tenga que presenciar lo que yo veía ni de tener que tomar una decisión como la que a la postré tomé. ¿Entonces por qué no me fui? ¿Qué me hacía permanecer impasible, quieto como una estatua? No lo sé, pero esa es la realidad que viví.

Estaba a punto de irme cuando hubo un hecho que me desconcertó aún más si cabe en aquella situación tan kafkiana, en un momento dado Juan comenzó a burlarse del cornudo; sí, de mí, sí, yo soy el cornudo, ¿qué pasa? Sara reaccionó como una fiera, se desenganchó de todos, con un rictus que daba miedo les dijo que ya los había avisado en más de una ocasión de que yo era intocable, que fuera la última vez que hablaban así de mí. ¿Qué sentido tenía aquello? Si hasta ese momento no entendía nada, aquello ¿cómo debería de encuadrarlo?

De la cara de Juan y especialmente de Alberto se dibujaba una sonrisa

-Pero bueno, Sara, cómo quieres que le llamemos, ¿eres consciente de lo que dices y de lo que haces?

-Como yo viva mi sexualidad es cosa mía, de lo que yo sienta por Carlos, en ese terreno nadie entra. Carlos es lo máximo para mí, daría mi vida por él, mi única pena es que él no comparta mi amor por el sexo y por consiguiente que no esté aquí.

Era como un jarro de agua fría para todos los presentes, quiso Alberto quitarle tensión a la cosa, la acarició, la cubrió entre sus brazos, la acuno a besos. Entre ellos había algo más que deseo, era química, supongo que nada nuevo, actuaba más como su novio que como su ex, nada entendía.

Consideré que ya nada me retenía allí, era el momento de volver y de tomar una decisión y así lo haría.

Llamé al mi ya casi amigo taxista, qué ironía de la vida, que no tardó mucho en llegar, me miró con una interrogación en sus ojos, pregunta a la que no respondí.

Paró frente a mi casa y en el banco, en el que tantas veces había visto sentarse a los viejecitos tomé la decisión más dura de toda mi vida. Ya no había vuelta atrás, solía ser paciente, mi aguante no tenía límites pero cuando decidía algo, lo cumplía hasta la muerte. Sí otra ironía.

Con mucho sigilo, casi sin respirar para evitar que mi suegra se despertara, entré en mi casa, entré como si de un ladrón se tratara, era la última vez que mis pies, mis dedos, mis ojos, mis oídos… pasaran por ella. Entré en mi habitación cogí las maletas de que disponíamos y las llené con toda mi ropa. Por último y antes de volver a llamar al taxista que me acompañó toda la noche, entré en la habitación de mi hija, la contemplé, la acaricié, la besé. Era el momento de partir y las lágrimas no daban tregua. No lo hubiera deseado pero ocurrió, se despertó, y sorprendida me miraba.

-¿Qué ocurre papá?

-Nada, que me tengo que ir de viaje y me cuesta separarme de ti. Fue lo único que se me ocurrió decir, en su cara se dibujó una sonrisa preciosa.

Cuando cargué las maletas en el taxi le envié a Sara un último mensaje

“NUNCA SERÉ UNA PIEDRA EN EL CAMINO DE NADIE”

Inmediatamente la bloqueé en el móvil

III.- Cuando conocí a Carlos, yo tenía una relación muy peculiar con Alberto. Ya hacía tiempo que el deslumbramiento que me produjo Alberto se había convertido simple y llanamente en un irrefrenable deseo sexual. Es lo que se puede decir, que hacia conmigo lo que quería. Un cuerpo atlético y bien formado, una polla que asustaba por su tamaño, unas manos y una boca que te transportaban al paraíso. Él era amante de los ambientes liberales y poco a poco me fue introduciendo en ellos hasta el punto que al final era yo la que le pedía más.

Nunca me sentía saciada, pero si verme sometida a los caprichos de un macho bien dotado era una imagen de ensueño, ver a mi pareja disfrutar con el cuerpo de otra mujer, era algo que me llevaba al paraíso.

Entre Alberto y yo se estableció casi un código secreto, con sólo la mirada éramos capaces de transmitir más que con mil palabras. A todas luces, Alberto, era mi pareja.

Sin embargo Carlos se cruzó en mi camino, su fuerte personalidad y la lucha por sus convicciones hicieron que por un momento mi semblante se endureciera, era otra realidad, era lo que siempre había buscado en un hombre, sólo faltaba que también supiera rendir a una mujer con su mirada y con lo que escondía entre las piernas.

Yo estaba acostumbrada a que los hombres quedaran entregados a mis pies, Carlos se me resistía, mostraba un interés certero por mí pero al mismo tiempo se mantenía distante, no veía el momento de coger sus labios con los míos. Hasta que llegó el momento de hacer realidad lo que en un principio era deseo y así en la fiesta de un amigo común terminamos saliendo.

Pedí a Alberto mi espacio, él supo dármelo en un principio pero cuando vio que aquello iba en serio puso todas sus poderosas armas a disposición de una batalla que no estaba dispuesto a perder ni él ni yo; quedé prendida, enamorada hasta las trancas de Carlos pero había un algo que no terminaba de llegar, demasiadas veces cuando me entregaba a él en la cama eran las manos, los labios y la polla de Alberto quien me hacía suya. Echaba tanto de menos nuestros encuentros amorosos, nuestras fiestas, la entrega que hacía de mí a otros. Y así fue como volví a él, una vez tras otra, mientras me negaba a dejar a Carlos pues él se había convertido en mi amor, mi gran pasión.

Nos casamos e iniciamos una vida en común, él no era muy fiestero pero siempre le agradecí la enorme confianza que tenía en mí por eso en infinidad de ocasiones me rogaba que saliera con mis amigos, que me divirtiera y que cuando ya no pudiera más, que volviera a su lado, que él me estaría esperando para acurrucarme entre sus brazos.

Era la mujer más feliz del mundo, sólo me faltaba tenerlo cerca en ese otro mundo de la noche en donde los cuerpos se funden junto a la luna para descubrir los entresijos del placer sin líneas rojas, en donde el amor por la persona que tienes a tu lado es lo más importante.

De esa forma comencé a meter en nuestras fantasías de alcoba a terceras personas, jolinnnnnnnn cómo lo disfrutábamos. Primero eran desconocidos, después lo fui acercando a los que nos rodeaban, nunca lo hice con Alberto, al que él conocía pero del que desconocía todo. Todo esto fue labor lenta, muy lenta pues apenas si dábamos un paso hacia adelante luego serían dos hacia atrás. Y aquello en el fondo me obsesionó.

De aquella primera época loca mantenía a Alberto, del que en el fondo me había distanciado un poco para evitar un posible choque de trenes entre mis dos hombres, pero por el contrario me había acercado aún más a Juan y a Luisa. Juan no tenía un atractivo especial sin embargo sí que sabía tratar a una mujer y sobre todo sabía manejar con auténtica maestría su polla. Cuando estaba con él conseguía infinitas cadenas de orgasmos, Luisa, sin yo considerarme amante de las mujeres, era la más puta en la cama y una auténtica dama fuera de ella. Y así, los fui introduciendo además de en mi mundo público, en mi mundo privado, convirtiéndose en imprescindibles en mi día a día.

Carlos los aceptó de muy bien agrado, también es cierto que ellos eran exquisitos en el trato y de que yo les pedí que se mantuvieran al margen con él. Pero Luisa era persistente y perspicaz por lo que no cejaba en su empeño de atraer a Carlos a su lado y con las artes más finas y exquisitas encandilarlo. Pero qué equivocados estaban o quizá mejor dicho, estábamos. Carlos sólo tenía ojos para mí, su amor por mí crecía, al igual que el mío a pasos agigantados. Y fruto de ese amor nació nuestra hija. Lo malo, que nunca supe si realmente era de él, de Juan o de Alberto, tampoco quise saberlo.

Lo mismo que Carlos derrochaba amor por mí, lo multiplicó por cien en su hija. Eran incansables el uno al lado del otro y el otro al lado del uno. Cuando llegaba a la cama, a mi lado, no había Carlos, Carlos se había quedado en la alfombra con su hija, en la cama con su hija, en el sillón con su hija. Y a mí eso me hacía tremendamente feliz y tremendamente desdichada pero no fui capaz nunca de confirmar la paternidad de mi hija.

Por el contrario yo tenía mis pequeñas escapadas con la bendición de él y de la mano de Alberto o de Juan o de Luisa, o de otros, recibía mi baño de placer, pero cuánto deseaba siempre que estuviera Carlos a mi lado, más aún en esos momentos.

En las últimas salidas con nuestros amigos, y cuando ya había corrido el alcohol, Luisa intentaba acercarse a mi marido como yo lo hacía al suyo, quería que lo que tanto disfrutábamos en la cama, fuera ya una realidad, lo que nunca imaginé es que él lo rechazó de plano, lo que nos llevó a una de las más fuertes crisis que habíamos tenido. Y como siempre él me deseo lo mejor y como siempre el fue capaz de pedir perdón, sólo quería verme feliz.

No fui consciente de que estaba asumiendo un grandísimo riesgo, del que al final terminaría quemándome.

Cuando ví aquel mensaje de wasa en el móvil, el mundo se me cayó encima. Estaba volviendo a casa, a la que había sido nuestra casa, el hogar más feliz del mundo. La sonrisa que traía desapareció de forma fulminante, una angustia se apoderó de lo más profundo de mí. Subí corriendo las escaleras, no atinaba a meter la llave en la cerradura, corrí hasta nuestro cuarto, lo que llevaba en las manos cayó al suelo como fulminado, las puertas del armario estaban abiertas y su parte vacía.

Caí de rodillas sobre el suelo, no sentí el daño del impacto, mis ojos se inundaron, mis manos tiraron con fuerzas de mi pelo, un grito asustó a la noche y a los pájaros. Mi madre vino corriendo hacia mí, mi hija se levantó llorando

-¿Qué sucede? ¿Qué te ha pasado?

-¿Dónde está Carlos?

-No lo sé, yo le pedí que te buscara para que pasarais juntos la noche.

-El me ha dicho con lágrimas en los ojos, que tenía que irse de viaje, aunque se resistía a ello, gritaba mi hija.

No sé si fui consciente de lo que significaba todo aquello, lo único cierto es que yo ya no existía para él, no respondió nunca más a mis llamadas ni a mis mensajes, tardé en volver a verlo una última vez, mi última vez en la que fui feliz.

IV.- Es difícil entender por qué sentimos una atracción tan especial por determinadas personas y por qué no sentimos lo mismo por otras. Cuando conocí a Sara sentí un impacto tan fuerte en mis sentidos que ya nada de lo que me rodeaba significaba lo mismo para mí. Alegre, jovial, extrovertida…, una persona que se hacía notar. Yo consideré que no llamaba su atención de la misma forma que ella lo hacía para mí, así que procuré mantenerme un poquitín al margen, casi escondido diría yo, quería pasar desapercibido, me sentía apabullado por su presencia.

Sin embargo, qué curiosa es la vida, ella se fijó en mí y no paró hasta que terminé entre sus brazos. Era el hombre más feliz y dichoso del mundo. Y para colmo el sexo entre nosotros era alucinante, yo desconocía que se podían hacer tantas cosas y tan placenteras, ella fue una gran maestra y yo un buen estudiante, jejej… ¿Cómo las aprendió? Qué más daba, todos tenemos un pasado y yo no era responsable de él ni ella me debía explicación alguna. Lo que tenía muy claro es que estaba enamorado de ella hasta las trancas y que los dos juntos éramos responsables de nuestro presente y de nuestro futuro.

El día que comenzó a meter a terceros en nuestros juegos de cama, casi me corro al instante, nunca imaginé que pudiera llegar a ser tan placentero, pero lo fue. Y aún me seguía sorprendiendo que al ponerle nombres tan cercanos, como los de nuestros amigos, mi excitación no tenía límites, ella lo notaba y acentuaba su presencia, parecía que era verdad que se la estaba follando Juan o que Luisa me cabalgaba. Pero cuando ese punto máximo, ese culmen del momento pasaba, qué extraño bajón experimentaba hasta el punto que llegaba a producirme una angustia y desazón extraña, evitaba los comentarios o referencias a lo ocurrido en la cama.

Si nuestros momentos de intimidad me llenaban en todo, nuestra vida social, que casi se reducía a nuestros amigos que eran primero de ella, hacía que nuestra felicidad fuera completa. Con mucha frecuencia salíamos de fiesta, copas, baile… y muchas confidencias. Era su mejor amiga, espectacular mujer, bella hasta el extremo sin tener la gracia y la soltura de Sara, sin embargo era atractiva y llamativa para cualquier hombre; sin embargo, aunque tengo ojos y reconozco lo buena que estaba, era la mejor amiga de mi mujer y procuré respetarla hasta con el pensamiento, salvo cuando Sara me la ponía encima de mí en nuestros sueños y fantasías.

Yo venía observando que cada vez con más descaro ella se me insinuaba o con la excusa de comentar algo y la dificultad de la música, los roces eran muy atrevidos. Que síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, que mi polla también reaccionaba, que no soy de piedra, por ello siempre buscaba la excusa para alejarme de ella. Sara y Juan, quizá por la confianza y porque ella era muy bailona, iban por libres, me sentía feliz de verla tan alegre, de saber que se lo estaba pasando tan bien. Pero una noche observé o quise observar una extraña conducta, que el acercamiento y los juegos entre ellos eran tan cercanos o más que los que pretendía tener Luisa conmigo, la única diferencia es que ella no se alejaba y él aún menos. Así que comencé a sentir lo que nunca había sentido, CELOS, unos tremendo celos, ella era mía, nunca pensé que alguien pudiera querer arrebatármela y eso es lo que sentí en esos momentos y esa es la angustia y desazón que me atenazaba. Mi rostro cambio desapareciendo la sonrisa que siempre me acompañaba, no fui consciente pero la copa que sostenía desapareció de un trago, arrancando la rabia que sentía, desde mi garganta.

Luisa se dio cuenta y decidió intervenir, se puso a bailar con ellos, al poco terminaron, vinieron hacia mí, Sara seria, Juan distante, alejado hasta en lo físico. Continuó la noche pero ya se vio que aquello había sido un punto de inflexión y que era forzado, así que con la excusa de no encontrarme bien, decidimos irnos a casa. El camino de regreso fue eterno, en muy pocas ocasiones Sara y yo habíamos discutido, en muy poquitas ocasiones nos habíamos alejado el uno del otro, en ese instante ella se negó incluso a coger mi mano que la buscaba con insistencia, con auténtica necesidad de sentirla.

Llegamos a casa y saltó con una fiera herida sobre mí

-Carlos, esta noche he sentido vergüenza, ¿qué te ha ocurrido? ¿a qué ha respondido tu actitud?

-Sara, no he podido evitar sentirme tremendamente desplazado al ver los extraños juegos que teníais Juan y tú…

-Pero tú eres tonto, de qué juegos estás hablando.

No me dejó replicar, ella no cejó en su argumento hasta hacerme sentir mal, muy mal, aún peor.

Así que no tuve más remedio que disculparme ante ellos, aunque a partir de ese día no me sentía a gusto por lo que llegado el momento busqué la excusa perfecta para alejarme algo de ellos, sabía que todo era mentira, que era mi mente la que había creado esa situación tan embarazosa y por consiguiente no deseaba que volviera a suceder. Animé a Sara a que saliera con ellos siempre que lo quisiera, soy sincero, era tremendamente feliz viendo que ella lo era. Y lo era especialmente cuando ella volvía de divertirse.

Cuando aquella noche se presentó mi suegra por sorpresa, cuando casi me exigió que me fuera a buscarla y que no volviéramos hasta el amanecer, me sonreí, volví a sentir la necesidad de estar con Sara, de abrazarla, de bailar pegados, de beber una copa, de chisparnos si era preciso, de llegar a casa y no parar de hacer el amor hasta quedar exhaustos.

Quise darle la sorpresa, por eso no le dije nada aunque sí busqué sonsacarle dónde estaban para sorprenderla. Pero no respondió. Así que busqué por la zona, nada, por ningún lado. Ya había decidido volverme a casa, jooooooooooooo con lo ilusionado que estaba por estar con ella, bueno, solo con ella no pero bueno, ese era el mal menor.

Vi el anuncio de un pub que estaba en una calle anexa, no lo conocía pero si no estaban me tomaría una copa y volvería a casa. Joooooooooooo, no era tanta la gente que había como la oscuridad que dominaba el local, diossssssssss ¿qué hacía yo allí???????? jejejej… Bueno, como la barra estaba cercana me decidí por tomarme la copa que tanto necesitaba aunque fuera solo.

Casi la escupí, frente a mí se divisaba a dos parejas en estado más que amoroso, desvergonzado. A Sara se la comían a besos. Describir lo que sentí en aquel momento es difícil, tan difícil como que me niego a hacerlo. Me acerqué, quería comprobar, quería saber si era real o era un mal sueño, pero no era una fantasía, a la que vi era ella.

En aquel momento sentí la necesidad, sentí el impulso casi irrefrenable de presentarme y de montar en cólera. Pero no lo hice, en décimas de segundo me quedé quieto y helado como un témpano, además de lo que veía, sentí la necesidad de saber qué más había, qué estaba sucediendo a mis espaldas. Lo único cierto es que la persona por la que daría mi vida, me había traicionado, la palabra infidelidad era demasiado suave para definir.

Lo que ocurrió aquella noche ya fue un volcán de emociones, de absurdos planteamientos, tierra en los ojos para los muertos.

Descubrir esa infidelidad no se reduce a lo que estoy diciendo, descubrir esa traición hizo desangrarme en vida, verla follando como una vulgar ramera no consiguió, como dicen en los relatos, que me empalmara; no, lo único que consiguió es destrozar mi maltrecho corazón, como dice la canción.

Al volver a casa, una vez que no tenía sentido permanecer allí, tuve que tomar una decisión: hablar con ella, romper con ella, matarla, matarme, no hacer nada…

Fue tremendamente duro volver a entrar en mi casa, la que había sido mi casa, la que consideré como mi templo sagrado e inviolable. Recogí toda la ropa que pude, miré por última vez lo que consideré como la fábrica de la felicidad, mi hogar. Al posar la vista en la puerta de la habitación de mi hija eran dos ríos los que manaban de mis ojos, las lágrimas por dejar allí a lo que más quería. ¿Y por qué la dejé con ella en vez de llevármela? Tenía que responder en décimas de segundo a tantas preguntas que sin esperarlo se estaban planteando, no tenía a nadie, si me la llevaba, lo primero es que tendría que responder ante la justicia como un presunto secuestro y lo segundo era tan incierto el futuro para mí que lo único que faltaba es que también a ella le amargara su vida. Cuando entré, cuando acaricié su cara, cuando besé su mejilla, cuando despertó y clavó sus ojos en los míos, cuando no pude contener las lágrimas, cuando tuve que partir…

V.- Quizá habríamos podido reinventarnos como pareja, en cambio lo único que conseguimos fue romper para siempre nuestra vida en común.

Lo más terrible de todo, ojalá nadie lo viva en sus propias carnes, es el silencio, encontrarte ante un muro infranqueable. No conseguí, por más que lo intenté, no pude conseguir que me dijera qué había ocurrido, aunque pudiera intuirlo; y sobre todo, cómo podíamos arreglarlo o al menos, aunque sólo fuera por la niña, que nos viéramos, con eso, aunque fuera poco, me conformaba.

Jugué con fuego, estaba demasiado segura de él y de mí, de su amor tan incondicional y del mío. Sin embargo su amor se acabó, quizá no sea justo decirlo así; su amor quedó roto en mil pedazo por mí, eso estoy segura, pero ¿qué era?

Lloré y supliqué a Dios por él, porque, al menos me permitiera verlo, tener una última conversación, decirle cuánto lo había querido y cuánto lo quería; para mí, aunque haya demasiada gente que no lo entienda, para mí era lo más importante de mi existencia, lo demás era sólo diversión y sexo, y con una pena, que no estuviera él siempre a mi lado.

Vagué por la ciudad buscándolo, era casi un imposible, pero necesitaba de su presencia, mi infelicidad hacía que me arrastrara como mendiga pidiendo su perdón allá donde fuera necesario, pero nada conseguí. Y así me arrastré hasta el punto de coger el móvil de mi hija y llamarlo como si fuera ella. Qué ilusión descubrí en ese precioso

-Hola nena. Él creyó que se estaba dirigiendo a su hija, lo único que le quedaba como propio, aun sin saber si lo era.

-Carlos, por el amor de tu hija, permíteme sólo diez minutos.

Las últimas palabras no le llegaron, ya hacia un instante que había colgado. Apoyé el móvil sobre mi pecho con la esperanza de que pudiera oír mi corazón aunque no estuviera al otro lado, seguro que estaría con él cerca.

Así fueron pasando los días, me tuvieron que dar la baja médica para el trabajo, mi madre vino a vivir con nosotras para atender a mi hija, la comida no me entraba, perdí tanto peso que todos se asustaron.

Mi relación con Luisa y Juan prácticamente quedó anulada, no los podía culpar de nada puesto que la culpa era mía, pero su presencia producía en mí un profundo rechazo; a pesar de todo, alguna conversación telefónica mantenía con ella y fue precisamente ella la que me dijo que le habían dicho que Carlos se asomaba a ver a su hija a lo lejos cuando salía del colegio o cuando estaba en el descanso. Por fin, Diossssssssssss, por fin llega una brisa de esperanza, Carlos aún sigue aquí.

La noche se me hizo eterna, esa mañana, al amanecer ya estaba levantada, preparé el desayuno para mi hija y hasta comimos juntas y hasta mi hija se sorprendió, pero le agradó como no os podéis ni imaginar. La acompañé hasta el colegio con la excusa de que me pillaba de camino antes de hacer unas cosas que tenía pendiente. Ay, esos nervios, hasta se me escapó un poquitín de pipí, jejej…., estaba ilusionada como una adolescente esperando su cita.

Me escondo a la espera de mi presa. Noooooooooo, no es justa esa forma de expresar lo que hacía. Lo que hacía era esperar a la persona que había dado un sentido a mi vida, a la persona que me hizo feliz como nadie, a la que realmente quería.

A lo lejos lo divisé, más descuidado, había perdido mucho peso, se le veía en su rostro los signos más claros de la soledad y del sufrimiento, y por primera vez me sentí demasiado débil, demasiado insignificante a su lado, su fuerte personalidad sobresalía por encima de sus miserias. Ahora era a mí a quien se le caía la baba viendo, admirando como miraba Carlos hacia el patio en busca de su hija, cuánto amor en aquella triste mirada, y cuánta admiración me producía.

Me acerqué con pasos débiles e inseguros, un miedo incontrolable se apoderaba de mi voluntad, la mano temblorosa la alcé para posarla en su hombro, de mi garganta broto un apenas audible pero sincero

-Hola Carlos!!!!!!!!!!!!!!!!!!

No sabría decir si se sorprendió o no, no lo sabría. De hecho ni tan siquiera volvió la cara, sólo cuando quise iniciar una reconciliadora conversación cuyas primeras palabras fueron pedir perdón.

-Carlos, soy consciente de que no merezco tu perdón, sé qué no me crees cuando te digo que te quiero más que a nada en el mundo pero…

No pude continuar, justo en ese momento él volvió la mirada hacia mí, una cálida mirada, acompañada de una forzada sonrisa.

-Disculpa, no tengo tiempo, sólo he venido a despedirme.

Cogió la mano que estaba apoyada sobre su hombro, se la llevó a la boca donde la acarició con el más dulce de los besos, e inició su partida

-Carlos, ¿a dónde vas? Te lo ruego, dame sólo unos minutos.

Él no volvió la vista atrás ni detuvo su cansino paso, poco a poco se alejó en busca de su destino……………..

 

“sirenas y voces y sonidos que emulaban un sueño, ¿y después de eso…? LA MUERTE”.

 

VI.- Llamó la policía preguntando por familiares de D Carlos………………., recibieron la sobrecogedora noticia, Carlos había muerto como consecuencia de………………., todo apunta a un suicidio.

Aquella tarde recibía cristiana sepultura.

Cristina cogió un puñado de tierra, lo acercó a su boca, bañándolo en lágrimas, lo echó sobre la caja. Y mirando a su madre le dijo

 

-Algún día me tendrás que contar la verdad.

Bajó la cabeza y salió de allí buscando una mano que quisiera acogerla entre las suyas.

En ………………….., a 29 de noviembre de 2019