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El caballerango

en Confesiones

 

Durante toda mi vida, he sentido una gran admiración por la enorme belleza de los caballos. Sin ser ninguna experta, me impacta todo aquello relacionado con las cuestiones hípicas, y en particular, lo referente a los apareamientos entre estos animales; admirando con enorme curiosidad sexual, la pujanza del enorme pene del macho, y la gran resistencia de la hembra para soportar los embates; y al final, observar cuando el caballo extrae su enorme órgano sexual, chorreando una cantidad increíble de semen, fuera de la vagina de la yegua…

“Wow…”

No obstante, tal espectáculo, solo lo había observado en filmes de documentales ecuestres; hasta que cierta vez, tuve el impulso de buscar verlos tener sexo en vivo, presentándose la oportunidad circunstancialmente.

Esto ocurrió así: Cierta tarde de verano, mi esposo y yo, asistimos a un rancho a la celebración de una gran boda. Una vez en la reunión, que se llevaba a cabo en la hermosa residencia, tuve el impulso de salir a tomar un poco de aire, e invité a mi esposo; y sin pensarlo mucho, dirigimos nuestros pasos hacia las caballerizas, introduciéndonos dentro de ellas; y una vez ahí, observé a los preciosos ejemplares encerrados, tocándolos cariñosamente, a la vez que le decía a mi esposo:

-       Nunca he visto a estos animalitos tener sexo en vivo…

Lo expresé lo suficientemente alto, con la intención de ser escuchada por el encargado; quien amablemente, nos había permitido la entrada, sabedor de que éramos unas personas tenidas en alta estima por el dueño del rancho y de los caballos. Este hombre, el caballerango, se encontraba alrededor de los 35 años de edad, y casualmente, esa tarde-noche, se encontraba trabajando dentro de las caballerizas.

Mi esposo, se encontraba al tanto de cierta fantasía sexual secreta, que yo evocaba de manera frecuente; en donde imaginaba, ver coger a estos animalitos, para luego ser tomada por un imaginario trabajador, el cual tremendamente caliente por el espectáculo de los animalitos, y por mi presencia como observadora, me propinaba fuerte cogida similar a la que el caballo le pegaba a la yegua, todo en mi fantasía; siendo yo, luego penetrada por otros 3 o 4 empleados del imaginario lugar, los cuales, se aproximaban cerca, a presenciar la soberana cogida, atizada por el capataz, montado como una bestia sobre su hembra (yo), al igual que el caballo; solicitando ellos, el permiso pertinente para darme también, y concediéndoles yo tal favor, todo dentro de mi febril imaginación.

Cuando algunas noches, yo era poseída por mi esposo, procedía a imaginarme de nuevo todo aquello, explotando a gritos de los fuertes orgasmos; a la vez que le contaba todo a mi marido; quien disfrutaba intensamente ante lo ardiente de mi fantasía erótica.

No obstante, aquella noche en el rancho de la boda, mi esposo, a pesar de ser una persona liberal, se sintió un tanto preocupado por mi osadía, y quedamente dijo:

-Ya vámonos de regreso Sandra, de seguro nos están buscando.

Sin embargo, yo ya había llegado hasta ahí, y no pensaba regresarme tan rápido; aunque debo decirlo, que tampoco iba con la idea, en ese momento, de hacer nada sexual, y mucho menos nada con los animales; pero de alguna manera, me estaba gustando el emocionante juego, de ver la disimulada excitación nerviosa del caballerango, debido a mi deseo expresado en voz elevada, de observar a los caballos teniendo sexo. Mi atractiva y elegante vestimenta, ejercía un magnetismo sobre el hombre.

Después de deambular un rato entre las caballerizas, viendo y tocando a los caballos, mi esposo animado por mi fantasía, y ante la posibilidad de poderla llevar a cabo, discretamente le pregunto al caballerango, si acaso no estaban por aparear y preñar a alguna yegua; informándonos el trabajador, que cierto día lo iban a realizar, invitándonos tímidamente este hombre, a observar -si así lo deseábamos- dicho proceso. Me había dado cuenta, como el hombre, evitaba verme a los ojos; a pesar de que yo sabía perfectamente bien, que había escuchado toda la charla sostenida por nosotros acerca de ello.

La cita quedo concertada. Con solo pensar en la próxima visita al rancho, con el fin de ver a los caballos y ante la posibilidad de ser cogida por el caballerango (y quizá otros hombres también); constantemente, durante los días previos, mis bragas sufrían las acometidas de los fluidos vaginales empapándolas. El hombre aquel, el caballerango, había sido suficientemente de mi agrado físico, y durante las noches, imaginaba la posible escena a tener lugar, humedeciéndome de sudor; mientras era acometida por varios orgasmos. Yo comprendía, que para que tal fantasía pudiese convertirse en algo real, yo debería ser la que encendiera el cerillo, para iniciar los fuegos pirotécnicos sexuales.

El ansiado día por fin llego…y como pretendíamos asistir a una fiesta cercana al rancho después del espectáculo previsto con los caballos, fui atractivamente vestida con una falda de fina tela, ampona y cortita, con crinolinas debajo, la cual se elevaba fácil, con la tenue brisa; dejando ver mis medias y liguero, cubriendo mis bellas piernas, así como unas incitantes bragas azul claro, muy trasparentes, que permitían la vista de mi depilado monte de venus por enfrente, y la partidura de mis nalgas por detrás; mientras yo, un tanto mortificada debido a ello, aplacaba el vuelo impetuoso de la falda, con mis manos; ora por enfrente, ora por la retaguardia, lográndolo parcialmente, ante el solaz de todos los ahí presentes, disfrutando de lo que el viento, generosamente les obsequiaba.

El caballerango, y otros tres empleados, se encontraban lívidos al ver la escena; pero no dijeron nada, y desviaban nerviosos su mirada, de mi persona, mientras mis fuertes muslos, como de yegua fina, eran expuestos por el vientecillo travieso. Los trabajadores sacaron a los caballos, y yo fingí con un tono de bendita inocencia, diciendo a mi marido en voz alta, jamás haber visto aquello a punto de ocurrir (y era cierto). Todos los empleados se comportaban muy corteses, advirtiéndome acerca de la posibilidad de disgustarme lo que me encontraba a minutos de atestiguar; mientras yo, sonriendo angelicalmente, me sujetaba del brazo de mi esposo, recargándome sobre su hombro, cual niña apenada quien busca protección, mientras agradecía sus atenciones.

La hermosa yegua, la cual se agitaba muy nerviosa, fue sujeta dentro del corral, a escasos dos metros de nosotros, que nos encontrábamos de pie, y por fuera; mediante una cuerda a ambos cuartos traseros (para evitar que pudiese patear al macho, y ocasionarle la muerte, según me explicaron); esta información que yo desconocía, me ocasiono cierta ansiedad y nerviosismo; además de que otro empleado, a su vez sujetaba a la hermosa hembra, con otra cuerda por su cuello, mientras que esta, se agitaba bufando, y expresando su molestia en contra de ello; tanta precaución, era con el fin de que la montara fácilmente el macho y pudiera resultar preñada.  El brioso corcel, resulto ser un negro zaino, dotado de gran hermosura; fuerte y poderoso, conducido mediante altivo caminar, por medio del caballerango.

El macho, ante la vista de la hembra, inició a relinchar; elevando su cabeza, y mostrando sus dientes frontales, en una especie de bizarra sonrisa, como adivinando lo que estaba servido para su disfrute sexual. En ese instante, observé, a corta distancia, y tragando saliva, la manera como le crecía la enorme verga, ante la vista y el olfato que despedía le hembra por su vagina; aquel miembro, era largo e impresionantemente grueso, y jugoso, destilando gotas de un líquido viscoso por su uretra. La cabeza del enorme pene, era algo similar a una trompa de elefante, y entonces, involuntariamente, deje escapar un leve gritito de la sorpresa y pena ante lo visto; pero lubricándose mi vagina por la imagen de tan poderosísima erección.

Esta verga vigorosa, se movía como si acaso tuviera vida propia, buscando como una boa hambrienta y ciega, el agujero vaginal de la yegua; la cual, segundos antes, había desperdigado su fuerte aroma femenino, mediante una abundante orinada sobre el suelo, mientras otro trabajador, le sujetaba la cola hacia un lado; montándose el poderoso corcel negro, encima de ella; y en eso ocurrió, que durante la fuerte y profundísima penetración, se dejara escuchar un enorme gas saliendo del ano de la yegua, como producto de la presión sobre el intestino a través de la vagina, del enorme falo; al sepultarse en las suaves carnes femeninas, de golpe y porrazo; retumbando el gas, cual bella e incitante tuba sexual, tal y como me había ocurrido a mí, en incontables y vergonzosas ocasiones.

Los hombres evitaron hacer comentario alguno, aunque los observé sonreír discretamente, y yo me enrojecí verdaderamente de la pena; mientras excitada veía, la descomunal “bombiza” propinada por el vigoroso macho a la hembra, a la vez que esta, producía una especie de quejidos, pensando yo, si acaso le dolería (o quizá lo disfrutara). Los chasquidos, producidos por los fluidos de ambos animales, extraídos de la vagina, a través de la intensa metedera y sacadera del monstruoso pito del caballo, representaban música sexual a mis oídos; y mi propio escurrimiento, ya había empapado mis pantaletas, amenazando con filtrarse corriendo entre mis muslos.

En escasos minutos, el macho dejo de moverse; deslizándose la gigantesca macana de carne de lo profundo de las entrañas de la fina yegua, y una tremenda cantidad de semen chorreó fuera de la vagina. Yo, para ese entonces, ya no cabía de excitación; y tomada de los maderos de la cerca, apretaba mis rodillas para estimular mi clítoris, masturbándome, y quejándome de manera leve, al igual que lo había hecho la hermosa yegua.

Para entonces, mi rostro centelleando finos alfileres de sudor sobre la superficie, al igual que por mis depiladas axilas, ya eran evidentes; y los hombres del rancho, me observaban preocupados, suponiendo que algo me estaba afectando, menos mi marido, quien ya sabía lo que me estaba ocurriendo: La presencia de múltiples orgasmos, sin ser tocada por nada ni nadie; proeza que yo dominaba desde hacía algunos años. Mediante esta habilidad, en ocasiones me masturbaba en lugares inusitados, como son mercados, reuniones enfadosas, viajes en avión, salones de clase, y definitivamente: conduciendo un auto, sin que nadie se percatara de ello.

El amable caballerango, se acercó conmigo, agachándose, debido a que yo, por la intensidad de la descarga orgásmica, me encontraba doblada un poco sobre mi abdomen, preguntando apurado si me encontraba bien; mientras yo movía la cabeza afirmativamente, a la vez que le respondía jadeante, y sin esperar más tiempo, girando mi mirada agónica hacia el hombre:

-       “Si…pero cójame usted por favor…se lo suplico”.

El hombre pegó un reparo hacia atrás sorprendido, quedando petrificado por lo que dije, sin saber que hacer o decir, al instante en que yo me flexionaba tocando el ultimo madero atravesado de la cerca, resguardando a los caballos, pronunciando con esta posición mi atractivo trasero hacia él; permitiendo aflorar la parte de mis muslos descubiertas, entre la suave tela de las medias, y de las finísimas bragas, mostrando las tersas nalgas a través de la trasparencia de las pantaletas. Mi esposo, y los otros tres hombres empleados del rancho, observaban aquello; mientras la excitación iba “in crescendo” en todos ellos.

El caballerango, se prendió de mis labios, mediante un ansioso beso, que casi me los revienta; introduciendo su lengua de reptil, dentro de mi boca, hasta casi llegarme a la campanilla, ocasionándome un poco de reflejo nauseoso; para luego, de nuevo girarme de nalgas hacia su persona, dándome picones con su gran erección, sobre mis calzones con la faldita levantada.

Rápido me bajó las pantaletas, mientras mis enormes suspiros eróticos, invadían el ambiente; y me la introdujo tan fuerte, como el hermoso caballo a la yegua, estando yo colocada, con las nalgas para arriba. Debido a la pujanza de los embates del caballerango, mi cuerpo casi se estrellaba contra la cerca, teniendo que sujetarme fuertemente a dos manos para evitarlo; provocándome intensos orgasmos en dos ocasiones seguidas, explotando el individuo, en un mar de leche tibia dentro de mi vagina; a la vez que, para entonces, mis tremendos gritos de excitación, cubrían la quietud de la tarde, llegando quizá muy lejos. Todo mi ser erótico, clamaba por más…

Todos estaban transformados en unos energúmenos sexuales, con sus monumentales penes segregando moco uretral en cantidades considerables, mientras el hombre continuaba cogiéndome, a la vez que me besaba desesperado por donde era capaz, y de pronto sentí las manos de otro sobre mis dulces y grandes tetas, retirándome la blusa y mi fino brassier. Como pudo, este hombre, se dio a la tarea de mamar mis erectos pezones a punto de reventar de la excitación; era cual hermoso cachorrillo, chupando las tetas.

Mientras tanto, otro de ellos, manoseaba ansioso mis paradas nalgas, y un tercero succionaba ávidamente mi clítoris hincado sobre el pasto, y yo sostenida con mis manos temblorosas, a la cerca; mientras que yo, no atinaba de que manera responder de tan rápido y rabioso encuentro, con varios machos vigorosamente calientes; penetrándome uno y otro con cierta violencia, tirando ellos de mi cabello al igual que hicieran en su momento, con la cola de la yegua; besándome a diestra y siniestra, embadurnándome toda. Miles de besos vestían para entonces mi cuerpo desnudo, por todos los flancos. Mi cuerpo, destilaba baba humana, desde los cabellos, hasta las rodillas, despegándose un hilillo, hasta casi llegar a mis botitas de color rosa.

Finalmente, permanecí descobijada, ya que alguno de aquellos excitados hombres, me retiro las medias, botándolas a las manos de mi esposo, y solo quedo el liguero fijo; volando los elásticos negros al lado de mis muslos y nalgas durante las violentas metidas. Mi ropa estaba desperdigada sobre el verde pasto cercano, y uno de los hombres me ensartó enloquecido por mi vagina, recostados ambos sobre la yerba, mientras este mismo, separaba mis nalgas con violencia, y yo era atravesada simultáneamente por la verga de otro por el agujero trasero. Ambos actuaban como pistones de un motor de auto: Mientras un pene retrocedía, otro se introducía a una velocidad increíble y frenética; llevándome a un estado de orgasmos permanentes. El de atrás en mi cola, ufanándose del grosor de su pito, lo extraía de vez en cuando, observando orgulloso, como mantenía mi hermoso culo abierto cual jarro atolero. Este jadeando decía:

-       Ay amorcito…que culito tan hermoso tienes…

Y así mero fue como me dejó el ano: Escurriendo atole abundante y calientito; después de convulsionar, terminando intensamente, sobre de mi espalda; con lo cual, aplastó levemente al hombre de abajo, quien: a pesar de sostener el peso de ambos, tampoco cejó en su tarea de darme por mi aporreada vagina.

Otro de ellos, había introducido su parada longaniza dentro de mi boca, y en el proceso casi me asfixia, pero encontré la forma de seguirlo mamando, sin que me llegara tan profundo; mientras que mi primer cogedor, el caballerango y patrón de estos enardecidos caballos humanos, observaba la escena; apreciando yo, de soslayo, y llena de placer, como su gran verga se iba parando de nuevo, seguramente preparándose para atizarme un segundo palo. A él, era a quien yo deseaba más que a ninguno.

Así fue, cuando aquel individuo que me estaba dando por el culo se vino dentro de mis tripitas fuertemente castigadas, el caballerango inmediatamente metió de nuevo su gran palo, al instante cuando el anterior, se retirara, brotando un gran remante de leche espumosa fuera del trasero. El caballerango, provoco que yo gritara como una desequilibrada, mientras que su enormidad se deslizaba suavemente hasta topar sus ingurgitados huevos, debido a toda la leche que el otro había aventado dentro. Suavemente tiraba de mi cabello hacia atrás, a la vez que gritaba:

-       Ándele yegua…buscaba verga ¿verdad?

Mientras que yo, sin ser capaz de contenerme, jadeando, gritaba enviándole besos al caballerango detrás de mí:

-       ¡Si mi macho cabrón…dame más…reviéntame el culo…!

Esa noche, su hombría toco rincones como nadie, todas las fibras de mi ser, se sacudían mientras que su hirviente leche empapaba cada célula vaginal y rectal. Locamente, ambos girábamos abrazados rodando sobre la yerba:  unas veces yo encima, y otras el, atizándome duro, trenzados como dos hormigas luchando ferozmente; en uno de sus arranques, me sentó sobre unas pacas de heno, cuidando mediante una manta debajo de mis nalgas, que esta no me fuera a molestar, mientras sostenía mis hermosos muslos sobre sus hombros, acometiéndome en forma brutal, rebotando sus huevos en mi sartén; combinando su salvajismo con besos y arrumacos, diciendo palabras de amor hacia mi persona.

Minutos antes, del segundo ataque de mi amado caballerango, el hombre que antes se posesionara de mi vagina, también reventó en abundante leche dentro, y el que estaba en mi boca, tomo su lugar, metiendo y sacando su palo, provocando que yo me revolcara loca de placer, gritando enloquecedoramente.

Al ocaso del sol, durante esa tarde candente de verano, incrementado por el intenso calor de nuestros cuerpos, quede tirada sobre el pasto, con una enorme cantidad de semen brotando tanto de mi vagina como de mi floreado trasero. Lentamente me fui colocando de pie, totalmente desgreñada y cubierta de saliva y semen por doquier, limpiándome algunos vestigios de tierra, desparramados por todo el cuerpo y pelo; y sin importarme nada, me bañé con agua fría mediante una manguera, cerca del corral, en donde minutos antes, observara a los caballos coger, y luego de también hacerlo yo; junto con todos estos animales salvajes. Antes de vestirme, y de arreglar mi cabello, llegaron de nuevo los cuatro hombres, y sin mediar solicitud alguna, dio inicio una nueva rebatinga sexual; terminando todos arrojándome la leche al unísono sobre mi rostro angelical, cubriendo también parte del cabello alborotado.

Mi esposo y yo, cogimos como desquiciados en casa, una vez que llegamos de la fiesta a la que fuimos después de la aventura en el rancho, recordando cada detalle de tanta verga recibida, primero por mi amiga la yegua, y luego yo. Esa noche, y una vez perfectamente arreglada de nuevo, todavía tuve la fortaleza de bailar y bailar hasta la madrugada. Solo falto que yo saliera preñada también, de alguno de todos los machos aquellos, al igual que la fina y bella hembra.    

FIN.