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Doble ciego.

en Intercambios

              Estoy aquí, en la habitación, yo sola. Medio desnuda. Con los ojos tapados. Esperando a un desconocido.

          Todavía no me creo que he consentido llegar hasta aquí. Me convenció mi amiga Marian de que era una forma excitante de romper la monotonía sexual que aumenta con los años de matrimonio. La verdad es que no sé cómo me dejé llevar al final. Se lo conté a mi marido, medio en broma, y a  él le entusiasmó la idea. Él terminó de convencerme.  Es verdad que mi matrimonio estaba ya un poco aburrido en el terreno erótico, pero no sé yo si esto…

            Después de aceptar la propuesta de mi amiga, nos dio una fecha y una hora y una dirección para el GPS del coche. Mi esposo y yo llegamos a la dirección que nos habían dado y había un aparcacoches que, cuando cogió las llaves, nos dijo que cada uno debíamos dirigirnos a una puerta diferente. Las dos puertas estaban una junto a otra, pero una estaba pintada de rosa y la otra de azul. El simbolismo es un poco básico, pero claro…  

Llamamos a un timbre que había entre ambas puertas y las dos se abrieron. La rosa la abrió una mujer y la azul un hombre. El simbolismo volvía a ser casi infantil. Entramos cada uno por nuestra puerta. La mujer que había abierto la puerta, sin decir nada, me guió hasta un gran salón donde había ya varias mujeres. Todas ellas aparentaban estar entre treinta y cuarenta años, y tenían un cuerpo muy apetecible, según observé, aunque a mí no me atraen las mujeres.

La mujer que me había acompañado, de unos sesenta años, elegante, me explicó:

— Tenemos que esperar a que lleguen el resto de  nuestras invitadas. Mientras tanto puedes tomar uno de los cócteles que hemos servido en la barra del fondo. Los de la derecha no tienen alcohol. Los de la izquierda sí. Puedes elegir el que quieras.

            Me acerqué y cogí un coctel, con alcohol, naturalmente. Necesitaba ese estímulo para darme el ánimo que no tenía muy seguro. La mujer que me había acompañado salió del salón. Las demás mujeres estaban sentadas o de pie, en silencio. Como nos explicaron después, ninguna de nosotras conocía a las demás; y todas estábamos un poco cortadas. No hablamos entre nosotras.  Por fin, cuando llegó la última de nosotras, que era la octava, nuestra acompañante se situó en el centro del salón y nos habló a todas.

— Señoras, esta es la primera vez que jugáis al juego de nuestro club. Este club se llama Doble Ciego. Hemos tomado el nombre de los experimentos con medicamentos que se hacen con personas en las  que nadie sabe si el producto que le están dando es el medicamento o es simplemente azúcar. Se llaman de doble ciego cuando además de los pacientes, los médicos que lo siguen tampoco saben hasta el final del experimento quien toma cada cosa — y continuó:

— Aunque supongo que el miembro del club que les invitó les habrá indicado más o menos como funcionamos, les daré una pequeña explicación para asegurarme de que no existan malentendidos. Nosotros practicamos  un intercambio de parejas, pero con la particularidad, que hemos comprobado que añade más morbo a la situación, de que nadie puede elegir nunca la pareja que le toca. Nadie sabe con quién va a estar. Ni siquiera nosotros sabemos nada de los emparejamientos. Yo ahora os acercaré una bolsa y cada una de vosotras cogerá una llave de la bolsa. Cada llave lleva grabado un número de habitación.  Encontrareis la habitación que os haya tocado en el pasillo de ahí enfrente.

Y siguió explicando:

— Una vez en la habitación, sólo tenéis que poneros el antifaz ciego y la túnica que encontrareis allí, sin nada más, y esperar  en la cama a que llegue la pareja que os haya tocado. A partir de ahí, lo que los dos queráis. Ellos también entrarán con un antifaz ciego y una túnica, igual que los vuestros. Solo os podéis quitar el antifaz si estáis de acuerdo los dos. Y a disfrutar. Ellos también habrán elegido la llave por sorteo, igual que vosotras, así que puede ser cualquiera de los ocho. Incluso el vuestro. Si eso ocurre, no podéis pedir el cambio. Hacéis lo que queráis o no hagáis nada.

Y continuó:

— Si elegís una llave estáis aceptando mantener relaciones con el hombre que os toque en el sorteo. Si queréis dejarlo, decidlo antes de elegir la llave. Si la experiencia os resulta agradable, podéis pedir el ingreso en el club y volver de nuevo más adelante. Si no solicitáis el ingreso en el club, esta será vuestra única visita.

Y aquí estoy yo, nerviosa, expectante, esperando lo que venga sin saber muy bien si lo deseo o lo temo. Noto la piel erizada, pero no sé si es miedo, excitación, vergüenza o las tres cosas a la vez. Noto también un cosquilleo a la altura del bajo vientre. Pero eso sí que sé que no es excitación, sino nervios: un ¡qué sé yo lo que se avecina!

Al entrar en la habitación, antes de desvestirme y ponerme el antifaz y la túnica, he echado un vistazo a la habitación. Se trata de una sala de paredes blancas, decorada en estilo minimalista, con una cama grande y en conjunto bastante agradable. A los pies de la cama hay un arcón que abro y en el que me encuentro un surtido de juguetes sexuales muy variado. Vibradores, bolas chinas, cremas, paletas,  y un largo etcétera  que pueden contribuir a completar muchas fantasías. Al otro lado hay un aparador con bebidas que esconde un pequeño frigorífico también.

 La habitación tiene tres puertas: la puerta del pasillo por la que he entrado, otra puerta que conduce a un baño y una tercera puerta que da a una especie de vestidor con una percha y un estante que en este momento se encuentran vacíos con la excepción de un antifaz ciego como el que hay en mi mesita y una túnica igual que la mía. Comprendo que ahí es donde mi visitante podrá desnudarse y prepararse antes de entrar.

Por fin, tras cinco minutos de espera, oigo como se abre la puerta del vestidor. Escucho pasos y una voz que va guiando a otra persona hasta que llega a tocar la cama. Luego oigo como una persona vuelve atrás y se cierra la puerta del vestidor. Al  parecer alguien ha acompañado a mi invitado hasta mi cama.

Una  vez que ha salido el acompañante, se hace el silencio.

El hombre que ha entrado se apoya en el borde de la cama y noto como el colchón se hunde cuando el empieza a subirse. Su mano encuentra mi brazo.  El no se atreve a hablar y yo tampoco. Yo entiendo que los dos tememos hablar y meter la pata.

Al tocarme el brazo tiene que haber notado que tengo la piel erizada. Estoy un poco aterrada y, de alguna forma, al mismo tiempo, tremendamente excitada. Siento que la mano que me toca el brazo es una mano grande, fuerte, que abarca un buen trozo de mi piel.

Esa mano me recorre lentamente, con un cierto temblor involuntario. Sube por el brazo, llega hasta el hombro y acaricia suavemente mi cuello. A medida que recorre mi piel el vello del brazo se va erizando. Noto la electricidad estática que su mano va dejando detrás. Mi primer impulso es echarme hacia atrás, pero me obligo a mi misma a mantenerme quieta. Estoy a punto de entrar en pánico y saltar para retirarme, pero al mismo tiempo, siento una sensación en el bajo vientre que no había sentido nunca; un cosquilleo, una especie de pellizco de fuego que me quema las entrañas dulcemente. Nunca había reaccionado así, y mucho menos por una simple caricia por el brazo.

Su mano pasa a la parte trasera del cuello, por debajo del pelo, levantándolo suavemente. Mi espalda se estremece; se enerva. No entiendo esa intensidad por sin apenas motivo.  Luego sus dedos me acarician suavemente los lóbulos de las orejas, primero por detrás, apenas rozando la piel. Luego por delante, repasando las circunvoluciones de la oreja. En ese momento siento como si me estrujasen por dentro la matriz y además que el fuego sube hacia arriba hasta que llena a mi garganta y casi me corta la respiración. Tengo contracciones en la vagina. No puedo entender por qué siento todas esas cosas.

Ahora sus dedos recorren mi mejilla hasta llegar a los labios. Intuyo el roce más que notarlo, por lo suave que es. Siento que mis labios están resecos. Pero no me había dado cuenta hasta ahora. Pasa rozando el borde de los labios, tanto el superior como el inferior. Al pasar bajo la nariz recibo de pronto un olor que me arrebata. No es un olor desagradable, pero si es un olor intenso, dulce, como a tabaco de pipa, pero distinto. Sin yo pretenderlo mis fosas nasales se dilatan y aspiran como si hubiera estado aguantado la respiración. Y seguramente lo había hecho. Al aspirar, los olores se diversifican y concretan. Sigue estando el olor que había percibido antes, pero ahora, de pronto, descubro muchos más matices. Matices de madera y frutos rojos, de roble y arándanos y fresas y frambuesas, de especias, de nuez moscada, de canela y vainilla, de frutos tropicales, de papaya y de mango y de guayaba…

De pronto me recuerda un vino de rioja de 2008 que probé una vez, una añada que empezó fuerte y fue mejorando poco a poco hasta constituir una de las mejores de la historia.

Parece como si el olor se introdujese por mi nariz y recorriese mi cuerpo hasta los dedos de mis pies, embriagándome. Era como si se hubiese abierto de golpe la entrada a una selva tropical. Ese olor me evoca el trópico, me provoca  calor y un sudor húmedo y pastoso que empieza en mi frente y que se canaliza entre mis pechos corriendo en arroyo desbocado y bordeando mi ombligo hasta alcanzar la entrada de mi vulva. Ese arroyo de sudor que me recorre hierve sobre mi piel, quemándola mientras baja, hasta que siento la quemazón en la vulva. No puedo creerlo. Apenas me ha rozado y ya mi cuerpo se estremece y se acalora.

Siento su aliento que se va acercando a mi cara.  Ahora es licor lo que percibo en su boca. Cuando sus labios rozan los míos me invade el aroma intenso del brandy. Primero notas muy fuertes de madera de roble americano y café. Va rozando mis labios hacia las comisuras, suavemente, y el olor se va transformando. Ahora percibo aromas de frutas frescas, cacao ligero, un toque de hierba fresca. Por fin, mientras aleja sus labios hacia mi cuello, me invade todavía un último aroma a pasas y ciruelas. Me parece que el brandy lo saboreo yo misma de la copa, lentamente.

El roce en de sus labios en mi piel provoca una descarga eléctrica en mi  cuerpo. Un rayo me atraviesa desde los labios y la piel de mi cuello hasta mi útero y mi vagina, que se contraen sin que yo pueda evitarlo. Siento el espasmo de placer como una explosión de luz cegadora. Pese a no haber llegado al orgasmo ni de lejos, tengo sensaciones que no había tenido nunca. Jadeo involuntario. Cuando noto que sus labios bajan de mi cuello por la parte delantera de mi cuerpo, en dirección a mis pechos, un nuevo latigazo de electricidad me recorre. Se me eriza la piel de los pechos. En ese momento soy consciente de que mis pezones se encuentran completamente erectos. No sé cuando ha pasado, pero ahora me doy cuenta. Noto que la segunda corriente golpea en la vagina, con una sensación de placer casi doloroso.

No puedo resistir el impulso. Tomo los bordes de la túnica y tiro de ellos hacia arriba hasta sacármela por la cabeza y la arrojo lejos. No sé qué ha pasado, pero no he podido aguantar el impulso de poner mi cuerpo entero a su disposición. Al notar mi gesto él se ha retirado un poco, pero en cuanto dejo de moverme acerca sus labios de nuevo.

Sudo cada vez con más abundancia, tengo miedo de que el sudor que corre por mi pecho lo haga retraerse, pero atraviesa con sus labios el rio que corre entre mis pechos y en lugar de retirarse, una lengua tímida, apenas presentida, saborea el cálido río que me recorre.

Sus labios recorren el canal entre mis pechos. Mi piel entera se estremece. Responde como un órgano único y complejo. Como parte de esa piel, mi vulva se estremece y palpita. No puedo verla, pero siento el calor que genera. Siento que debe estar roja e hinchada. Bordea el pecho izquierdo. En mi interior suplico que me bese el pezón, que me muerda, que lo estire, que lo maltrate, pero mis labios permanecen sellados por el acuerdo tácito de no hablar y apenas se me escapa un suspiro. Pasa a rodear el otro pecho sin tocar el pezón. Mi vagina se contrae hasta dolerme. Respiro hondo y me relajo.

Sus labios bajan por mi vientre hasta el ombligo, saca la lengua, la introduce en el hueco, me acaricia con la lengua muy  sutilmente. Yo no paro de estremecerme. El tiene que notar en sus labios que mi piel se contrae continuamente. Tiene que saber que estoy al borde del orgasmo. Y, efectivamente, parece que lo sabe.

De pronto, su cabeza se despega de mi piel y sus labios saltan a mi pezón izquierdo, sujetándolo entre ambos y estirándolo suavemente. Al mismo tiempo su mano rodea el otro pecho cogiendo a la vez el pezón con dos dedos y apretando con cuidado.

Lo  que siento ya no es una corriente eléctrica. Lo que siento es una explosión que recorre mis entrañas sin encontrar obstáculo. Mi vulva palpita. Mi útero y mi vagina se contraen y se dilatan a velocidad de vértigo. El placer es tan grande que me duele. Tengo la impresión de que en una de las contracciones se va a quedar encogida, pero no es así. Acaba relajándose tras un último espasmo que me deja agotada, sin fuerzas. Casi me desmayo. Mi cuerpo se relaja, pero el al notar que me quedo sin fuerzas, se incorpora y me sujeta contra su cuerpo. Mi cabeza queda apoyada sobre su pecho. No sé cuando lo ha hecho, pero ya no tiene tampoco la túnica puesta. Noto como palpita su pecho. Su corazón late acelerado pese a que me abraza dulcemente y me acaricia el pelo con suavidad.

Tengo la impresión de que me respeta, de que sabe lo vulnerable que estoy en ese momento y que espera  a que me recupere. Ahora he perdido su aroma. Ese aroma que me embriagaba. Me quedan solo los olores primordiales, a bosque, a jungla, a umbría, a tierra húmeda, a mar revuelto por las olas. Percibo el sabor de la sal en mis labios. Seguramente por el sudor que resbala por mi cara. Creo que los olores que recibo ahora son más de mi propio cuerpo que del suyo.

Estamos los dos quietos un tiempo. Ninguno de los dos habla. Ninguno se mueve, pero yo me voy volviendo más consciente de su contacto. Mi pierna apoyada en la suya, mi cuerpo apoyado sobre su vientre, con mi pecho presionando su abdomen. Mi oído recostado sobre su corazón, oyendo los latidos. Esos latidos son cada vez más rápidos. A pesar de su inmovilidad, nuestra posición lo está excitando.

No puedo resistir la tentación de volver la cara y darle un besito en el pecho, donde cae la boca, cerca de su pezón izquierdo. Siento estremecerse la piel cercana. Su pezón se erecta. Sigo besando muy lentamente su pecho hasta llegar al otro lado. No sé cuánto he tardado, pero ha sido muy lento. Empecé con cariño, pero vuelvo a notar el calorcillo, al menos en la cara.

Me pregunto qué hago besando el pecho de un desconocido, pero al mismo tiempo, después de lo que me ha hecho sentir hoy, ya nunca será para mí un desconocido. Vuelvo a colocar el oído un instante para sentir su corazón. Ahora corre totalmente desbocado. Aunque no se mueve, está muy excitado. Supongo que el todavía no ha tenido ningún orgasmo y me siento culpable. He tenido la mejor corrida de mi vida y el sigue tan excitado como un adolescente.

Siento que mis fuerzas se están recuperando lentamente. Comienzo a besar de nuevo. Esta vez su vientre. Los besos van bajando lentamente. Muy lentamente. Mi mano se adelanta hasta abajo y antes de llegar abajo del todo choca con algo muy duro. Bajo un poco más la mano mientras sigo besando y bajando los labios hacia el pubis. Con la mano rodeo su pene. Esta duro hasta parecer una barra de metal, pero no está frio como el metal, sino ardiente y un poco húmedo. Es evidente que no se ha corrido, pero lo que lubrica su glande es líquido preseminal. Ha faltado poco. Me concentro en el tacto. Creo que me quema la mano que lo rodea. Mi mano se desliza hacia abajo lentamente, acariciándolo a lo largo y dándome la sensación de que era muy larga, pero no sé si es cierto o sólo una impresión. Al mismo tiempo mis labios han llegado al final del vientre y también tropiezan con ese falo divino que me obnubila. Sigo con los besos por el glande. Lentamente.

Quiero hacerlo disfrutar tanto como me ha hecho disfrutar él sin tocarme siquiera. Saco la lengua y lamo con suavidad. Noto en la lengua cada punto. El final de la uretra se me asemeja a un canal abierto sobre el glande. Sé que apenas se puede notar, pero en ese momento yo lo siento como un abismo sobre el que se apoyan mis labios, uno a cada lado. Cuando bajo noto el reborde de la parte inferior del glande.  Me parece una montaña que salvar. Sigo sintiendo los aromas a tierra mojada y hierba recién cortada.  Al parecer no era mi olor, sino el nuestro. La mezcla de nuestro sudor y nuestros sexos chorreantes.

Abro la boca y rodeo la parte superior. Me doy cuenta de que tengo la boca llena de saliva, así que el glande se queda también lubricado por ella. No me gusta tener sexo oral con mi marido. Lo hago poco y sin mucho interés. Sólo cuando quiero darle algo muy especial para él, un regalo casi irrepetible, pero hoy tengo la impresión de que esto es lo que quiero, de que haré lo que sea para sentirlo gozar. Quiero sentir palpitar ese pene que me ha vuelto a excitar con sólo besarlo.

Saco el glande de mi boca y acaricio el falo a todo lo largo. Mi lengua lo recorre, golosa, disfrutando del relieve de cada vena que se tropieza. No puedo verlo, pero soy totalmente consciente de su aspecto. Lo he recorrido con la parte más sensible de mi cuerpo. Lo lleno de saliva y vuelvo a metérmelo en la boca. Empiezo a subir y bajar, intentando llegar hasta la base, pero no lo consigo. Me dan arcadas si me introduzco demasiado. No sé si con más experiencia se puede hacer, como dicen los libros, pero yo decido que no voy a comprobarlo. Empiezo a chupar y al tiempo masturbo la parte a la que no llega mi boca con la mano.

Siento que empieza a palpitar. Me toca en el hombro e intenta retirar mi cabeza, pero yo aparto su mano y mantengo la succión. No lo he hecho nunca, pero hoy quiero que se vuelque en mi boca. Increíblemente, noto que vuelvo a estar al borde del orgasmo. Me doy cuenta de que mientras estoy chupando y lamiendo, y ayudándome con una mano, la otra se ha ido sola a mi vulva y me está acariciando el clítoris. No era consciente hasta ahora de que me estaba tocando.

Noto dos espasmos más violentos y empieza a salir el semen a mi boca. Se lo que es ese momento para él, así que no paro de chupar, sino que por el contrario, sigo subiendo y bajando hasta que noto que sus espasmos han acabado. Mi boca está tan llena que apenas puedo tragar, pero hago un esfuerzo y poco a poco me lo voy tragando. Al parar de chupar, me invade una explosión de sensaciones. Vuelve el olor primitivo, a pantano, a calor, a excitación. Mis papilas gustativas recogen una sinfonía de sabores. Predominan sabores de tierra húmeda, de setas, de champiñones, de caldo primordial. Predomina el toque salado, pero hay también un puntito amargo que me encanta, y un punto agrio que me molestaría si no acabara de correrme por segunda vez.  Ahora mismo, el punto agrio también me encanta. La textura evoca el roce de un velo. Un velo que se desliza por la garganta sin esfuerzo. Me recreo sintiendo todo esto y, finalmente, acabo de lamer todo lo que se salió de mi boca y se deslizó por su tronco.

Me he corrido al sentir el golpe de leche en mi garganta. Los dos estamos agotados. Él no se mueve y a mí no me apetece sacarla de mi boca, así que apoyo la cabeza en su vientre dejando su pene dentro de mi boca, ya sin lamer ni chupar. Solo dándole el calor de mi cuerpo. Va bajando poco a poco su erección. La voy notando como se reduce, pero me niego a sacarla de la boca. Sin saber bien por qué, se ha convertido para mí en una cuestión de honor mantenerla en mi boca.

Estamos así durante bastante tiempo. Al menos a mi me lo parece. Yo no me he movido y él tampoco. Pero para mi asombro, al cabo de unos minutos el falo vuelve a crecer dentro de mi boca. El coge ahora mi cabeza por el pelo y la retira con cierta fuerza. No puedo negarme porque me haría daño en el pelo.

Me besa de nuevo, pero la suavidad se ha acabado. Me besa con fiereza, mordiendo y chupando con fruición mis labios. No entiendo muy bien el cambio de actitud, pero no me molesta. Por el contrario, siento de nuevo como si acabara de llegar. El escalofrío inicial vuelve a mí. A medida que me va besando con fuerza, metiendo su lengua en mi boca y explorando todo su interior, mis entrañas se van calentando. Vuelvo a sentir el calor en la vulva y la contracción de la vagina.

No parece el mismo hombre. Acaba de correrse y en lugar de ser más suave y tranquilo, parece que sólo ha servido para despertar a la bestia. Sus manos recorren mi espalda, vuelven a mi pecho, mis nalgas, mis glúteos, impacientes. Parece como si no tuviesen suficiente tiempo para todo lo que quieren conocer y disfrutar. Eso, que debería preocuparme o inhibirme, por el contrario, para lo único que sirve es para excitarme de una forma salvaje. Cada roce, cada presión de sus manos, cada apretón de sus dedos alimenta la tormenta de fuego que me recorre.

Parece que tiene cuatro manos en lugar de dos, y al mismo tiempo deseo que tenga un centenar de manos para que toque toda mi piel al mismo tiempo.

Por fin noto que se tumba en la cama y toma mi brazo y me empuja para que me coloque encima. Le sigo y quedo sentada sobre sus rodillas. El levanta las piernas y me abraza. Mi cuerpo resbala sobre sus muslos y acaba cayendo sobre su verga. La noto dura y caliente sobre mi pubis y mi vulva. No puedo resistirme y empiezo a mover la pelvis adelante y atrás para rozar con ella. Mientras tanto el me abraza, acariciando mi espalda y mi nuca con las manos.

Estoy completamente excitada. No tengo suficiente con rozarla. La quiero dentro, así que me aparto de él y cogiéndola con la mano, la coloco a la entrada de mi vagina y me dejo caer, empalándome con fuerza. Por un momento temo que me duela, pero nada más lejos de la realidad.  Estoy perfectamente lubricada. Noto como si una barra de hierro ardiente me atravesase las entrañas, pero no es un dolor, es un fuego que me abrasa.

Él ha soltado un gemido al empalarme. Yo empiezo un movimiento de vaivén, adelante y atrás, sintiendo como sale un poco y vuelve a entrar golpeando mi vagina. Mi cuerpo ha tomado las riendas y se mueve por su cuenta, sin que yo pueda evitarlo.  Sus manos recorren ahora mi cuerpo por delante. Sobre todo se centran en mi pecho. Un instante lo acaricia y al siguiente lo aprieta hasta con cierta brutalidad. Mis pezones pasan de la caricia al pellizco y vuelven a la caricia.

Cada vez estoy más excitada. Siento que mis paredes se contraen y se dilatan, apretando esa barra que me ensarta. Me parece que no está hecha de carne, sino de metal ardiente. Pasa las manos por mi espalda. Me siento poderosa al estar arriba. Baja hasta mi trasero. Me lo acaricia. Es una sensación extraña. La suavidad de la caricia apenas la siento, comparada con la barra de fuego que me atraviesa en ese momento, pero el contraste entre la suavidad y la fuerza es precisamente lo que más me excita. Una bola de fuego me recorre las entrañas y sube hasta mi garganta, asfixiándome. Tira de mi espalda hacia abajo hasta que nuestros pechos se tocan. Siento el roce de los pezones. Ahora sus manos me aprietan. Casi me estrujan. La sensación es intensa, casi dolorosa. Estoy segura de que si no estuviese tan excitada me dolería ese apretón, pero estoy tan excitada que las endorfinas recorren mi cuerpo convirtiendo todo lo que siento en placer. Mientras su pene entra y sale cada vez más rápido, el me estruja, me masajea con fuerza la espalda e incluso siento que me araña con sus uñas.

Su ritmo de penetración va subiendo poco a poco. Mi vagina se contrae cada pocos segundos, enviándome una oleada de placer que recorre mi cuerpo hasta que parece explotar en mi cabeza. No sé cómo llamar a esta sensación. No le puedo llamar orgasmo porque no es una explosión definitiva, sino una serie de latigazos de placer consecutivos, cada uno mejor que el anterior. Siento que me estoy volviendo loca.

De repente, una palmada en el trasero. Fuerte. Dolorosa. Se me escapa un jadeo. Mi cerebro la ha convertido en otra explosión más de placer intenso. Sigue azotándome los dos cachetes de vez en cuando, y mi cerebro cada vez está más cerca de estallar. Finalmente me vuelve a apretar contra su pecho mientras noto que descarga su pene y me inunda por completo. Mi vagina reacciona contrayéndose cada vez más en un orgasmo final increíble. Tan increíble que no puedo resistirlo. Siento que el placer está a punto de dejarme inconsciente. Por fin él da unas pocas sacudidas más y se queda quieto. Agotado. Yo he caído sobre su pecho, sin fuerzas. El ya no me aprieta. Sus manos están sobre mi espalda, pero sin fuerzas. Yo a duras penas consigo respirar.

No sé cuánto tiempo hemos estado así. Al final me he dormido, todavía ensartada en un pene que va bajando de tamaño pero no llega a salirse porque ninguno de los dos tenemos fuerzas para mover un músculo. Poco a poco el empieza a acariciarme el pelo. La suavidad ha vuelto. Ahora siento cariño. No violencia. Finalmente me quedo dormida y tengo la impresión de que el también.

Me despierta una música suave que va creciendo paulatinamente. Al final, por el sistema de megafonía se oye una voz que dice:

—     Estimados visitantes, la sesión ha terminado. A los que se han destapado los ojos les rogamos que se los vuelvan a tapar. En primer lugar entrarán nuestras empleadas para acompañar a los hombres fuera de la habitación. Una vez en el vestido podrán ponerse sus propias ropas.

A continuación notamos que se abría la puerta y yo sentí como alguien acompañaba al que había sido mi pareja esa noche hacia el vestidor. Luego volvió a oírse la voz:

—     La señoras ya pueden también vestirse y salir por la puerta por la que entraron.

Al salir, volvimos a coincidir todas las mujeres que había a la entrada. Yo me sentía un poco avergonzada, así que apenas miré a las demás. La que nos había recibido nos entregó una tarjeta del club con un teléfono y nos dijo:

—     Este es el teléfono de contacto del club. No volváis a esta mansión porque no habrá nadie aquí. Tenéis una semana para decidir si queréis pertenecer al club o no. Si queréis pertenecer, durante la próxima semana llamad a ese teléfono e informadnos. Si no queréis, simplemente no hagáis nada. Quien no llame en la primera semana, ya nunca podrá pertenecer a este club.

A continuación nos fue avisando una a una en el orden en que habíamos llegado para que fuésemos saliendo. Cuando llegué fuera mi marido me estaba esperando. Yo estaba un poco avergonzada, pero el parecía muy satisfecho. Volvimos a casa.

Desde entonces hemos hablado mucho de lo que pasó, aunque no contando los detalles, sí sobre lo que habíamos sentido, tanto en nuestra experiencia como en relación con el hecho de saber que el otro había tenido sexo con otra persona. A mí, por un lado, eso me molestaba mucho, pero por otro lado, me excitaba recordando que había tenido sensaciones como nunca las había conocido, precisamente por el morbo de ser consciente de lo que hacíamos los dos en ese momento.

El día antes de cumplirse el plazo no hemos decidido aún si queremos entrar en el club o no. Si no decidimos como muy tarde mañana, ya no tendremos que decidir. Será que  no. Ya os contaré…