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Desde el portal, viendo la vida pasar (1)

en Amor filial

En algún lugar al oeste de Andalucía...

Hoy estoy especialmente emocionado y satisfecho, pues he publicado mi decimo primera novela: "Desde el portal, viendo la vida pasar"; Detrás de un título tan largo se encuentra una maravillosa historia que tiene literalmente de todo...

Me atrevería a decir que la presente es una de mis mejores novelas, aunque esa es sólo mi opinión, al final el lector o lectora es quien tiene la última palabra, por eso aquí os dejo el primer capítulo.

Espero que guste...

 

Capítulo 1

 

Hubo un tiempo en el que las preocupaciones eran pocas, las tardes largas y el tiempo corría más despacio. Un tiempo en el que nos podíamos permitir no hacer nada, simplemente dejarlo pasar, esperando algún acontecimiento que mereciese la pena nuestra atención. Un tiempo en el que el placer era un inmenso mar sin explorar, en el que nos adentrábamos tímidamente en cálidos momentos de intimidad.

Teófilo, que así se llamaba nuestro protagonista, y no es que sus padres no lo quisieran, es que su abuelo materno se llamaba así, al igual que su padre y por aquello de guardar las tradiciones, así fue como le pusieron al hijo. Aunque por suerte finalmente le llamaban Teo, que sonaba mejor, más familiar y más guay para los amigos.

Teo gustaba de sentarse en el portal de su bloque con su amigo más íntimo, Nicanor, nombre también peculiar, que finalmente se contrajo en Nica para los amigos.

Pues bien, Teo y Nica, pasaban las mañanas y las tardes de aquel caluroso verano en el portal, viendo la vida pasar. Vestidos con camisetas gastadas y bermudas igualmente desteñidas, con zapatillas de lona sin calcetines, veían a los caminantes deambular por la transitada callejuela del centro de una típica ciudad de los años ochenta, pues nuestra historia, forma parte de un pasado mejor, donde todo era más sencillo, menos acelerado, donde aún pervivía el añejo encanto de un país más inocente, tanto por sus gentes como por sus vidas en general.

A su edad, ambos disfrutaban del sexo en solitario, explorando el secreto e inhóspito, hasta a veces prohibido en su sociedad puritana, terreno del placer. Ambos gustaban de acariciar sus apéndices, los trataban con mimo mientras sus calenturientas imaginaciones los llevaban al campo de lo teórico aún, de lo incógnito, de las relaciones humanas con hembras, a ser posible mayores, más experimentadas, que les enseñaren el arte del sexo.

Con tanta afición lo hacían, que no había día que la cuenta bajase de cinco o seis: una por la mañana, en la duermevela, otra cuando ya se iban a levantar, luego salida a ver al amigo, almuerzo y sobremesa íntima, siesta con otra se estrenaba la tarde, para luego volver a salir en busca del amigo. Y una más por la noche, por aquello de que hacía calor y no se podía dormir. Y un nuevo ciclo empezaba por la mañana. Incluso había días de locura, donde el vicio se confundía con la obsesión, obsesión de placer y sexo desmedidas.

Bendita juventud, donde todo era más fácil y la más leve brisa, que movía una falda a media pierna inspiraban deseos e historias de coitos fugaces y lascivos, desatando la más febril imaginación y repitiendo una y otra vez las fantasías, tan ansiadas como anheladas, terminando en una pequeña implosión de estremecimiento personal y onanístico al revivir ese preciso momento.

Todo comenzó aquella mañana en la que vieron llegar. Cargada con bolsas con un lento caminar, iluminada por los rallos del Sol a su espalda, su rubia melena encendida como el oro centelleante, con sus caderas contoneándose a cada paso y su vestido trasluciéndose a causa de la contraluz, dibujando una sensual silueta, con caderas anchas y piernas fuertes.

Ya más cerca Teo la reconoció, era Florinda, su vecina, más concretamente su embarazadísima vecina, luciendo su enorme tripa, algo que no despertaba su emoción, pero aquellos grandes pechos, eso eran palabras mayores. Sin duda el niño o niña no tendría falta de alimento al nacer.

Tan alelados quedaron, contemplando aquella figura femenina, que no repararon en que la mujer esperaba que la dejaran pasar. De forma que cuando se dieron cuenta, Teo se levantó y pidió disculpas su vecina.

— ¡Oh Florinda perdone! Ya me aparto —dijo el joven levantándose como movido por un secreto resorte que lo hizo erguirse con gracia y rapidez.

— ¡Gracias Teo! —dijo su vecina mostrándole una encantadora sonrisa.

— ¿Quiere que la ayude con las bolsas? —dijo Teo servicialmente.

Teo, ante su imponente presencia, olió su perfume y se deleitó con la delicadeza del mismo, ¡estaba para comérsela!

— ¡Gracias, por el ofrecimiento! Ya me duelen los brazos —dijo su vecina y le entregó las dos pesadas bolsas al joven.

— ¡Vale, se las subiré! —dijo Teo, sintiéndose enormemente feliz, pues así tendría oportunidad de acompañarla.

— A cambio os invitaré a tomar algo fresco, ¿os apetece? —dijo Florinda pasando delante de ellos.

— ¡Oh, ya es tarde! Me tengo que ir —dijo Nica de repente.

— Vale tío, nos vemos esta tarde, ¿no?

— ¡Claro colega! —dijo Nica disparándole con un improvisado revolver formado con sus dedos y su mano.

De modo que Teo quedó con ambas bolsas y su amigo se marchó. Así subieron, las escaleras, primero la dama y luego el muchacho. La casualidad puso delante de sus ojos su hermoso culo y sus anchas caderas, moviéndose graciosos por aquellas escaleras, cubiertos por su vestido como de gasa color beige. Cuyos suntuosos movimientos lo hipnotizaban a cada paso.

No había ascensor en aquel bloque y eran muchos los peldaños hasta coronar la cuarta planta, así que la contemplación de sus caderas se convirtió en un deleite sin par, que poco duró para lo que él hubiese querido. Tiempo habría de recordar cada detalle y aumentarlo mil veces si hacía falta pensando en toda clase de guarrerías con su vecina que, aunque embarazada, ¡la tía estaba realmente buena!

Por fin llegaron a su puerta, ella con la respiración acelerada dado su avanzado estado de gestación, y él también, dado por su avanzado estado de excitación.

Introdujo la llave en la cerradura con soltura, y dando dos giros de muñeca a la izquierda, la abrió, invitándolo a pasar tras ella. Teo la siguió hasta la cocina y allí le dejó las bolsas en sobre la encimera.

—    Pasa al salón mientras guardo la compra, ¿vale? —dijo su vecina invitándole a pasar.

Tímidamente Teo se adentró en la penumbra del pasillo, ya que, para evitar el calor, las persianas se mantenían bajadas y sólo se subían por la tarde, cuando se levantaba el viento fresco de poniente.

Mientras tanto, Florinda tenía una urgencia que atender, la de su castigada vejiga. De modo que entró al baño que había entre antes de llegar al salón e hizo un ansiado pis.

Tal vez por costumbre de vivir sola, no cerró la puerta y el estruendo provocado por su potente chorro al caer, llegó hasta los oídos de Teo, desatando su febril imaginación, que visualizó su vagina desnuda, soltando su carga sobre el agua del inodoro. E intentó imaginarse cómo sería esta, lo que le provocó una erección al instante, por lo que deseó no tener que levantarse ahora, pues su anfitriona se percataría de tamaña osadía.

Entonces Teo la vio pasar, camino del dormitorio y ésta se limitó a sonreírle, ajena a sus calenturientos pensamientos.

—    ¡Voy a ponerme algo más fresco! —dijo sin detenerse.

En el dormitorio marital cambió su vestido por un camisón casero de tela manida, pero sin duda más fresca para estar en casa.

Finalmente volvió al salón y sonriendo al poco relajado muchacho caminó hasta la cocina y le sirvió y se sirvió ella misma un refresco de cola ‘on the rock’.

Finalmente tomó asiento en el tresillo donde Teo se había sentado en la parte más próxima al balcón junto al salón. Ubicado frente a una coqueta mesita de madera con cristal en el centro, que dejaba ver un mar de figurillas bajo él.

—    ¡Qué calor verdad! —dijo ella mientras se sentaba y dejaba la bandeja en la mesilla.

—    ¡Oh si, hace ya mucho calor! —dijo Teo sintiéndose estúpido nada más terminar aquella absurda frase según él.

Teo tomó el vaso y dio un largo trago dejándolo medio. Por su parte Florinda tomó unos cuantos sorbos cortos y le hizo gracia el largo trago que Teo dio.

— Tenías sed, ¿eh? —dijo su vecina sonriéndole.

— ¡Oh bueno si! —le devolvió la sonrisa.

Tomando un abanico estratégicamente colocado entre los cojines del tresillo, para tenerlo a mano, comenzó a abanicarse con fuerza.

— ¡No aguanto este calor en mi estado! —exclamó.

Entonces Teo vio como aleteaba parte de camisón y sintió que su entrepierna palpitaba allí abajo. E inmediatamente cruzó las piernas para evitar que su interlocutora notase su incipiente erección.

¿Te ha gustado mi culo subiendo las escaleras? —se imaginó que le preguntaba Teo en ese momento, aunque todo fue fruto de su imaginación. Pero tal cosa no ocurrió más allá de su mente calenturienta. ¡Qué más le hubiese gustado!

— Y tu madre, ¿cómo está? —dijo Florinda.

— ¡Oh bien, bien! En el trabajo, siempre vuelve a eso de las cuatro, pues tarda en cruzar la ciudad en el autobús.

— ¿Quieres quedarte a comer? —le interpeló.

— ¡Oh no, gracias! —dijo Teo acelerado—. ¡La esperaré! —lo último que deseaba es prolongar aquella tensa situación con su vecina y él empalmado allí abajo.

— ¡Bueno como quieras! Prometo no morderte —dijo Florinda cogiéndose graciosamente la inmensa barriga, demostrando una fina ironía.

Aunque Teo no entendió el mensaje, sumergido en un mar de inseguridades en ese momento.

— ¡Gracias por subirme las bolsas!

— ¡No ha de qué! —dijo Teo con una sonrisa nerviosa.

Un silencio algo incómodo se hizo entre ambos, mientras ella lo observaba y él le rehuía la mirada.

— ¿Pareces un poco nervioso, Teo? ¿Te incomodo?

— ¡Oh no! —dijo Teo mientras que en realidad lo que pensaba era un: ¡Oh si!

— No pasa nada, soy tu vecina Flori, Te conozco desde que llegaste de pequeño al bloque.

— ¡Si, claro! Flori rio de nuevo de forma que a él le pareció estúpida.

— ¿Te puedo preguntar si tienes novia? —dijo Florinda divertida con el nerviosismo de su vecino.

— ¿Novia, yo? ¡No! —exclamó Teo como si fuese un chiste.

— Bueno, aún eres joven —sonrió Florinda.

— Y, ¿cuándo va a tenerlo? —le preguntó Teo intentando salir de la incómoda pregunta, con otra incómoda pregunta para ella.

— ¡Ah, pues aún me quedan unas 8 semanas espero, ¡ojalá fuese mañana! —exclamó divertida acariciándose la barriga—. Pero no, aún tengo que esperar.

— ¿Y es niño o niña?

— Niño, sonrió ella feliz. ¡Oh, me ha dado una patada! —exclamó tocándose un costado. Ven, ¿quieres poner la mano?

Ni corta ni perezosa Flori, tomó su mano y la colocó sobre su abultada barriga.

Teo sintió escalofríos al tocar su curvado abdomen aunque no sintió nada moverse bajo su mano.

— ¿No lo notas?

— Pues no, no noto nada —dijo tímidamente.

— ¡Si, mira por aquí! —exclamó ella moviéndola más abajo, cerca de sus ingles.

Ahora Teo si sintió algo vagamente, aunque lo cierto era que estaba más pendiente de la posición en que se encontraba su mano que de si el niño daba pataditas o no.

— Parece que le gustas

Florinda dejando ya su mano libre, lo que permitió a Teo retirarla rápidamente por la vergüenza que le provocaba la situación.

— ¿Y el padre, no lo veo últimamente? —dijo Teo.

— No, ahora hace viajes más largos, sube a Francia, Bélgica y pasa muchos días fuera últimamente. Cualquier día me pongo de parto y él está a mil kilómetros —sonrió ella.

— ¡Ah! —asintió Teo —sin nada más que añadir.

De nuevo otro silencio, mientras el refresco ya se había terminado en su vaso.

— ¿Quieres más, sírvete tú mismo, la nevera está en la botella? ¡Vamos, no tengas miedo! —dijo para animarlo.

Teo se levantó despacio, preocupado por si ella notaría su erección, y disimuladamente metió su mano en el bolsillo, un truco que ya le había salvado de alguna incómoda situación en el pasado.

Allí se sirvió un nuevo vaso y volvió al salón y tomó asiento en el otro extremo del sofa.

— ¿Los pies me están matando? ¿Te importa que me tumbe y coloque los pies sobre tus piernas?

El joven no supo qué decir y ante todo no iba a decir que no. Así que se dejó hacer y su vecina terminó con sus tobillos apoyados sobre los muslos de él.

El joven no sabía bien qué hacer y se le veía nervioso, Flori lo notaba y trataba de que se relajase.

— Con el embarazo tengo la circulación muy mal. ¿Me darías un masaje en las pantorrilas? — dijo Flori para más inri.

— ¡No sé si sabré! —dijo Teo nevioso.

— ¡Claro que sí, tú sólo pon tus manos sobre los tobillos y muévelas hasta la rodilla, eso ayuda a circular la sangre! ¡Adelante no seas tímido! —dijo a modo de arenga.

Así que mientras posaba sus manos en aquellas piernas blancas y suaves, rezaba para que ella no se diese cuenta de su erección. Pues acariciar aquellas piernas implicaba un subidón sin igual para el joven e inexperto muchacho.

Con las manos casi temblando, comenzó sus caricias, primero por arriba y luego por abajo, por las pantorrillas, mientras Florinda mantenía los tobillos sobre sus muslos.

— ¡Qué bien, que gustito!

— ¿Lo hago bien? — dijo Teo nervioso

— ¡Muy bien, ya te dije que era fácil! ¿No te interesaría un trabajo de masajista particular?

Florinda rio, mientras que a Teo únicamente le salió una mueca en al comisura de sus labios.

Siguió con el masaje, mientras ésta se relajaba cada vez más. Abriendo sus muslos inadvertidamente para ella, pero no para el chaval que la masajeaba y que secretamente miraba entre sus columnas de carne, esperando ver entre ellas unas braguitas blancas al final.

Y lo mejor de todo es que, ¡las vio! Y tan pasmado quedó que su vecina advirtió su descuido y cerró el espectáculo visual para el joven.

— ¡Uy, creo que me descuidé! —sonrió sin darle mayor importancia.

El chico se sonrojó y apartó la vista mientras su erección instantánea fue patente para él, aunque no es que ella lo advirtiera en el momento.

— Perdona, pero es que tu masaje me está gustando mucho y me he descuidado un momento. ¡No quería incomodarte!

— ¡Oh, no pasa nada! —dijo nervioso Teo con risita nerviosa incluida.

De repente Florinda fue consciente de la erección del muchacho y lejos de escandalizarse, esto la divirtió y decidió picarlo un poquito más.

— ¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo Flori.

Teo asintió con la cabeza mientras continuaba con el masaje, ahora por iniciativa propia.

— Si no quieres no la contestes, ¿vale? —añadió Flori dándole más intriga con su retardo.

Teo asintió de nuevo.

— ¿Tú te masturbas ya no? —dijo Flori a bocajarro al joven.

— ¿Masturbarme?

Teo carraspeó intentando mantener la calma.

— ¡Perdona, no tenía que haberte preguntado eso! —dijo Flori antes de que el chico rectificara—. ¿Qué edad tienes ya?

— ¡Ah pues! Dieciocho —dijo un Teo que para nada aparentaba tal edad.

— ¿Entonces ya pensarás en chicas, no?

— Bueno si, a veces —dijo Teo sin ser más específico.

— ¿Y no hay ninguna que te guste especialmente?

— Pues bueno, alguna hay —volvió a responder Teo sin ser muy específico.

— Y no piensas en ellas cuando estás solo en la cama, ya me entiendes —le insinuó Flori.

Teo dudó, pero finalmente decidió entrar en la pícara conversación.

— Si, soy un chico mayor y pienso en esas cosas, ¿sabe?

— ¡Oh claro Teo, es muy normal! Las mujeres también lo hacemos y yo también lo hago, ¿sabes?

El joven no sabía muy bien donde llevaría aquella íntima conversación y se mostraba cauteloso.

— ¿Antes me has visto las bragas, verdad?

— Si —dijo Teo tras pensarlo unos segundos y darle cierta emoción a su respuesta sin sospecharlo.

— ¿Te masturbarás pensando en mi hoy? Recordando tal vez mis bragas, ¿eh?

— Es que, ¡me da vergüenza! —sonrió Teo.

Flori le sonrió, en el fondo le gustaba la inocencia que demostraba aquel jovencito con ella. Y disfrutaba de la conversación.

— ¿Sabes una cosa? Es un secreto, ¿vale? Yo también lo hago y hoy pensaré en ti mirándome las bragas —le confesó de repente.

Teo no supo qué decir ante tal confesión así que no dijo nada.

— ¡Me has puesto cachonda con el masaje y con el descuido! No debería decírtelo pero me caes bien, te ves tan inocente —dijo Florinda poniéndose de pie.

— ¿En serio? —preguntó Teo muy sorprendido por la íntima confesión de su vecina.

— ¡Si! —dijo en un susurro, como si las paredes estuviesen oyendo—. Pero creo que es mejor que no sigamos esta conversación, soy una mujer casada y tengo una reputación, de modo que te tengo que pedir amablemente que te marches.

Entonces Florinda retiró sus piernas del sofá y puso los pies en el suelo y levantándose terminó la conversación.

Teo se levantó también y en lo último que pensó fue en su patente erección, aunque Florinda sí que reparó en ella.

— ¡Oh Teo! Veo que también te gusto —exclamó Florinda viendo su erección.

— ¡Yo, no he podido! ¡No he podido evitarlo! —balbuceó Teo que pensaba que Flori se sentiría ofendida por el hecho.

— ¡No pasa nada Teo! Era de esperar, ha sido culpa mía por provocarte.

— Entonces, ¿no te has enfadado?

— ¡No que va Teo, todo lo contrario, me ha encantado conversar contigo! Sólo te pido que te marches, porque si te quedas, puede que hagamos algo de lo que luego nos arrepentiremos—dijo Flori mirándole su erección con descaro mientras discretamente se mordía la uña del dedo índice.

El pasó delante y ella lo acompañó detrás por el pasillo hasta la puerta. Entonces, cuando este fue a abrir, ella se abrazó por detrás y mientras con un brazo rodeaba su pecho, con el otro le metía la mano en el elástico de las bermudas y deslizándola con rapidez le cogía su vástago erecto, sintiéndolo palpitar en su mano.

— ¡No te muevas! — le ordenó con un susurro en la oreja.

La meneó con fuerza y empujó al chico desde atrás, hasta que éste se apoyó en la puerta cerrada.

Cuando él quedó a su merced, ella tiró de sus bermudas y sus calzoncillos y volvió a empuñar de nuevo su verga erecta desde atrás. Masturbándole con rapidez a su espalda, pegándole su barriga, mientras le abrazaba con la otra mano y le acariciaba su pecho barbilampiño y luego sus glúteos desnudos, Jadeándole desde atrás, muy sensualmente, con su boca muy cerca de su oreja. En un frenesí delicioso, que no duraría más allá de treinta o cuarenta segundos.

Unos segundos inenarrables para Teo. Confundido y aturdido por la violenta pero placentera explosión del deseo de su vecina que, cuán mantis religiosa, abrazó al macho y lo estrujó hasta sacar de él la última gota de su semen.

El chico explotó y su leche regó la puerta cerrada, cada andanada salió con gran potencia de su punta y fue a impactar en ella y luego comenzó a caer chorreando al suelo.

Mientras aún estaba en el éxtasis del orgasmo, Florinda lo giró y lo besó metiéndole la lengua en la boca, al tiempo que ella se tocaba bajo las bragas y un emocionado Teo era testigo de su calentura. Pero en un impulso, abrió la puerta y lo empujó fuera.

— ¡Vete, esto no ha estado bien!

Y con esta críptica frase, cerró la puerta tras ella y dejó allí a Teo con las bermudas y los calzoncillos aún bajados.

 PD: La novela está en preventa en amazon, saldrá a la luz el próximo 6 de diciembre, si te interesa búscala con el código: B081VTY42R. Y como siempre, muchas gracias a mis fieles lectores y lectoras, estoy casi seguro de que esta nueva obra os defraudará. 

 

Capítulo 1

Hubo un tiempo en el que las preocupaciones eran pocas, las tardes largas y el tiempo corría más despacio. Un tiempo en el que nos podíamos permitir no hacer nada, simplemente dejarlo pasar, esperando algún acontecimiento que mereciese la pena nuestra atención. Un tiempo en el que el placer era un inmenso mar sin explorar, en el que nos adentrábamos tímidamente en cálidos momentos de intimidad.

Teófilo, que así se llamaba nuestro protagonista, y no es que sus padres no lo quisieran, es que su abuelo materno se llamaba así, al igual que su padre y por aquello de guardar las tradiciones, así fue como le pusieron al hijo. Aunque por suerte finalmente le llamaban Teo, que sonaba mejor, más familiar y más guay para los amigos.

Teo gustaba de sentarse en el portal de su bloque con su amigo más íntimo, Nicanor, nombre también peculiar, que finalmente se contrajo en Nica para los amigos.

Pues bien, Teo y Nica, pasaban las mañanas y las tardes de aquel caluroso verano en el portal, viendo la vida pasar. Vestidos con camisetas gastadas y bermudas igualmente desteñidas, con zapatillas de lona sin calcetines, veían a los caminantes deambular por la transitada callejuela del centro de una típica ciudad de los años ochenta, pues nuestra historia, forma parte de un pasado mejor, donde todo era más sencillo, menos acelerado, donde aún pervivía el añejo encanto de un país más inocente, tanto por sus gentes como por sus vidas en general.

A su edad, ambos disfrutaban del sexo en solitario, explorando el secreto e inhóspito, hasta a veces prohibido en su sociedad puritana, terreno del placer. Ambos gustaban de acariciar sus apéndices, los trataban con mimo mientras sus calenturientas imaginaciones los llevaban al campo de lo teórico aún, de lo incógnito, de las relaciones humanas con hembras, a ser posible mayores, más experimentadas, que les enseñaren el arte del sexo.

Con tanta afición lo hacían, que no había día que la cuenta bajase de cinco o seis: una por la mañana, en la duermevela, otra cuando ya se iban a levantar, luego salida a ver al amigo, almuerzo y sobremesa íntima, siesta con otra se estrenaba la tarde, para luego volver a salir en busca del amigo. Y una más por la noche, por aquello de que hacía calor y no se podía dormir. Y un nuevo ciclo empezaba por la mañana. Incluso había días de locura, donde el vicio se confundía con la obsesión, obsesión de placer y sexo desmedidas.

Bendita juventud, donde todo era más fácil y la más leve brisa, que movía una falda a media pierna inspiraban deseos e historias de coitos fugaces y lascivos, desatando la más febril imaginación y repitiendo una y otra vez las fantasías, tan ansiadas como anheladas, terminando en una pequeña implosión de estremecimiento personal y onanístico al revivir ese preciso momento.

Todo comenzó aquella mañana en la que vieron llegar. Cargada con bolsas con un lento caminar, iluminada por los rallos del Sol a su espalda, su rubia melena encendida como el oro centelleante, con sus caderas contoneándose a cada paso y su vestido trasluciéndose a causa de la contraluz, dibujando una sensual silueta, con caderas anchas y piernas fuertes.

Ya más cerca Teo la reconoció, era Florinda, su vecina, más concretamente su embarazadísima vecina, luciendo su enorme tripa, algo que no despertaba su emoción, pero aquellos grandes pechos, eso eran palabras mayores. Sin duda el niño o niña no tendría falta de alimento al nacer.

Tan alelados quedaron, contemplando aquella figura femenina, que no repararon en que la mujer esperaba que la dejaran pasar. De forma que cuando se dieron cuenta, Teo se levantó y pidió disculpas su vecina.

— ¡Oh Florinda perdone! Ya me aparto —dijo el joven levantándose como movido por un secreto resorte que lo hizo erguirse con gracia y rapidez.

— ¡Gracias Teo! —dijo su vecina mostrándole una encantadora sonrisa.

— ¿Quiere que la ayude con las bolsas? —dijo Teo servicialmente.

Teo, ante su imponente presencia, olió su perfume y se deleitó con la delicadeza del mismo, ¡estaba para comérsela!

— ¡Gracias, por el ofrecimiento! Ya me duelen los brazos —dijo su vecina y le entregó las dos pesadas bolsas al joven.

— ¡Vale, se las subiré! —dijo Teo, sintiéndose enormemente feliz, pues así tendría oportunidad de acompañarla.

— A cambio os invitaré a tomar algo fresco, ¿os apetece? —dijo Florinda pasando delante de ellos.

— ¡Oh, ya es tarde! Me tengo que ir —dijo Nica de repente.

— Vale tío, nos vemos esta tarde, ¿no?

— ¡Claro colega! —dijo Nica disparándole con un improvisado revolver formado con sus dedos y su mano.

De modo que Teo quedó con ambas bolsas y su amigo se marchó. Así subieron, las escaleras, primero la dama y luego el muchacho. La casualidad puso delante de sus ojos su hermoso culo y sus anchas caderas, moviéndose graciosos por aquellas escaleras, cubiertos por su vestido como de gasa color beige. Cuyos suntuosos movimientos lo hipnotizaban a cada paso.

No había ascensor en aquel bloque y eran muchos los peldaños hasta coronar la cuarta planta, así que la contemplación de sus caderas se convirtió en un deleite sin par, que poco duró para lo que él hubiese querido. Tiempo habría de recordar cada detalle y aumentarlo mil veces si hacía falta pensando en toda clase de guarrerías con su vecina que, aunque embarazada, ¡la tía estaba realmente buena!

Por fin llegaron a su puerta, ella con la respiración acelerada dado su avanzado estado de gestación, y él también, dado por su avanzado estado de excitación.

Introdujo la llave en la cerradura con soltura, y dando dos giros de muñeca a la izquierda, la abrió, invitándolo a pasar tras ella. Teo la siguió hasta la cocina y allí le dejó las bolsas en sobre la encimera.

    Pasa al salón mientras guardo la compra, ¿vale? —dijo su vecina invitándole a pasar.

Tímidamente Teo se adentró en la penumbra del pasillo, ya que, para evitar el calor, las persianas se mantenían bajadas y sólo se subían por la tarde, cuando se levantaba el viento fresco de poniente.

Mientras tanto, Florinda tenía una urgencia que atender, la de su castigada vejiga. De modo que entró al baño que había entre antes de llegar al salón e hizo un ansiado pis.

Tal vez por costumbre de vivir sola, no cerró la puerta y el estruendo provocado por su potente chorro al caer, llegó hasta los oídos de Teo, desatando su febril imaginación, que visualizó su vagina desnuda, soltando su carga sobre el agua del inodoro. E intentó imaginarse cómo sería esta, lo que le provocó una erección al instante, por lo que deseó no tener que levantarse ahora, pues su anfitriona se percataría de tamaña osadía.

Entonces Teo la vio pasar, camino del dormitorio y ésta se limitó a sonreírle, ajena a sus calenturientos pensamientos.

    ¡Voy a ponerme algo más fresco! —dijo sin detenerse.

En el dormitorio marital cambió su vestido por un camisón casero de tela manida, pero sin duda más fresca para estar en casa.

Finalmente volvió al salón y sonriendo al poco relajado muchacho caminó hasta la cocina y le sirvió y se sirvió ella misma un refresco de cola ‘on the rock’.

Finalmente tomó asiento en el tresillo donde Teo se había sentado en la parte más próxima al balcón junto al salón. Ubicado frente a una coqueta mesita de madera con cristal en el centro, que dejaba ver un mar de figurillas bajo él.

    ¡Qué calor verdad! —dijo ella mientras se sentaba y dejaba la bandeja en la mesilla.

    ¡Oh si, hace ya mucho calor! —dijo Teo sintiéndose estúpido nada más terminar aquella absurda frase según él.

Teo tomó el vaso y dio un largo trago dejándolo medio. Por su parte Florinda tomó unos cuantos sorbos cortos y le hizo gracia el largo trago que Teo dio.

— Tenías sed, ¿eh? —dijo su vecina sonriéndole.

— ¡Oh bueno si! —le devolvió la sonrisa.

Tomando un abanico estratégicamente colocado entre los cojines del tresillo, para tenerlo a mano, comenzó a abanicarse con fuerza.

— ¡No aguanto este calor en mi estado! —exclamó.

Entonces Teo vio como aleteaba parte de camisón y sintió que su entrepierna palpitaba allí abajo. E inmediatamente cruzó las piernas para evitar que su interlocutora notase su incipiente erección.

¿Te ha gustado mi culo subiendo las escaleras? —se imaginó que le preguntaba Teo en ese momento, aunque todo fue fruto de su imaginación. Pero tal cosa no ocurrió más allá de su mente calenturienta. ¡Qué más le hubiese gustado!

— Y tu madre, ¿cómo está? —dijo Florinda.

— ¡Oh bien, bien! En el trabajo, siempre vuelve a eso de las cuatro, pues tarda en cruzar la ciudad en el autobús.

— ¿Quieres quedarte a comer? —le interpeló.

— ¡Oh no, gracias! —dijo Teo acelerado—. ¡La esperaré! —lo último que deseaba es prolongar aquella tensa situación con su vecina y él empalmado allí abajo.

— ¡Bueno como quieras! Prometo no morderte —dijo Florinda cogiéndose graciosamente la inmensa barriga, demostrando una fina ironía.

Aunque Teo no entendió el mensaje, sumergido en un mar de inseguridades en ese momento.

— ¡Gracias por subirme las bolsas!

— ¡No ha de qué! —dijo Teo con una sonrisa nerviosa.

Un silencio algo incómodo se hizo entre ambos, mientras ella lo observaba y él le rehuía la mirada.

— ¿Pareces un poco nervioso, Teo? ¿Te incomodo?

— ¡Oh no! —dijo Teo mientras que en realidad lo que pensaba era un: ¡Oh si!

— No pasa nada, soy tu vecina Flori, Te conozco desde que llegaste de pequeño al bloque.

— ¡Si, claro! Flori rio de nuevo de forma que a él le pareció estúpida.

— ¿Te puedo preguntar si tienes novia? —dijo Florinda divertida con el nerviosismo de su vecino.

— ¿Novia, yo? ¡No! —exclamó Teo como si fuese un chiste.

— Bueno, aún eres joven —sonrió Florinda.

— Y, ¿cuándo va a tenerlo? —le preguntó Teo intentando salir de la incómoda pregunta, con otra incómoda pregunta para ella.

— ¡Ah, pues aún me quedan unas 8 semanas espero, ¡ojalá fuese mañana! —exclamó divertida acariciándose la barriga—. Pero no, aún tengo que esperar.

— ¿Y es niño o niña?

— Niño, sonrió ella feliz. ¡Oh, me ha dado una patada! —exclamó tocándose un costado. Ven, ¿quieres poner la mano?

Ni corta ni perezosa Flori, tomó su mano y la colocó sobre su abultada barriga.

Teo sintió escalofríos al tocar su curvado abdomen aunque no sintió nada moverse bajo su mano.

— ¿No lo notas?

— Pues no, no noto nada —dijo tímidamente.

— ¡Si, mira por aquí! —exclamó ella moviéndola más abajo, cerca de sus ingles.

Ahora Teo si sintió algo vagamente, aunque lo cierto era que estaba más pendiente de la posición en que se encontraba su mano que de si el niño daba pataditas o no.

— Parece que le gustas

Florinda dejando ya su mano libre, lo que permitió a Teo retirarla rápidamente por la vergüenza que le provocaba la situación.

— ¿Y el padre, no lo veo últimamente? —dijo Teo.

— No, ahora hace viajes más largos, sube a Francia, Bélgica y pasa muchos días fuera últimamente. Cualquier día me pongo de parto y él está a mil kilómetros —sonrió ella.

— ¡Ah! —asintió Teo —sin nada más que añadir.

De nuevo otro silencio, mientras el refresco ya se había terminado en su vaso.

— ¿Quieres más, sírvete tú mismo, la nevera está en la botella? ¡Vamos, no tengas miedo! —dijo para animarlo.

Teo se levantó despacio, preocupado por si ella notaría su erección, y disimuladamente metió su mano en el bolsillo, un truco que ya le había salvado de alguna incómoda situación en el pasado.

Allí se sirvió un nuevo vaso y volvió al salón y tomó asiento en el otro extremo del sofa.

— ¿Los pies me están matando? ¿Te importa que me tumbe y coloque los pies sobre tus piernas?

El joven no supo qué decir y ante todo no iba a decir que no. Así que se dejó hacer y su vecina terminó con sus tobillos apoyados sobre los muslos de él.

El joven no sabía bien qué hacer y se le veía nervioso, Flori lo notaba y trataba de que se relajase.

— Con el embarazo tengo la circulación muy mal. ¿Me darías un masaje en las pantorrilas? — dijo Flori para más inri.

— ¡No sé si sabré! —dijo Teo nevioso.

— ¡Claro que sí, tú sólo pon tus manos sobre los tobillos y muévelas hasta la rodilla, eso ayuda a circular la sangre! ¡Adelante no seas tímido! —dijo a modo de arenga.

Así que mientras posaba sus manos en aquellas piernas blancas y suaves, rezaba para que ella no se diese cuenta de su erección. Pues acariciar aquellas piernas implicaba un subidón sin igual para el joven e inexperto muchacho.

Con las manos casi temblando, comenzó sus caricias, primero por arriba y luego por abajo, por las pantorrillas, mientras Florinda mantenía los tobillos sobre sus muslos.

— ¡Qué bien, que gustito!

— ¿Lo hago bien? — dijo Teo nervioso

— ¡Muy bien, ya te dije que era fácil! ¿No te interesaría un trabajo de masajista particular?

Florinda rio, mientras que a Teo únicamente le salió una mueca en al comisura de sus labios.

Siguió con el masaje, mientras ésta se relajaba cada vez más. Abriendo sus muslos inadvertidamente para ella, pero no para el chaval que la masajeaba y que secretamente miraba entre sus columnas de carne, esperando ver entre ellas unas braguitas blancas al final.

Y lo mejor de todo es que, ¡las vio! Y tan pasmado quedó que su vecina advirtió su descuido y cerró el espectáculo visual para el joven.

— ¡Uy, creo que me descuidé! —sonrió sin darle mayor importancia.

El chico se sonrojó y apartó la vista mientras su erección instantánea fue patente para él, aunque no es que ella lo advirtiera en el momento.

— Perdona, pero es que tu masaje me está gustando mucho y me he descuidado un momento. ¡No quería incomodarte!

— ¡Oh, no pasa nada! —dijo nervioso Teo con risita nerviosa incluida.

De repente Florinda fue consciente de la erección del muchacho y lejos de escandalizarse, esto la divirtió y decidió picarlo un poquito más.

— ¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo Flori.

Teo asintió con la cabeza mientras continuaba con el masaje, ahora por iniciativa propia.

— Si no quieres no la contestes, ¿vale? —añadió Flori dándole más intriga con su retardo.

Teo asintió de nuevo.

— ¿Tú te masturbas ya no? —dijo Flori a bocajarro al joven.

— ¿Masturbarme?

Teo carraspeó intentando mantener la calma.

— ¡Perdona, no tenía que haberte preguntado eso! —dijo Flori antes de que el chico rectificara—. ¿Qué edad tienes ya?

— ¡Ah pues! Dieciocho —dijo un Teo que para nada aparentaba tal edad.

— ¿Entonces ya pensarás en chicas, no?

— Bueno si, a veces —dijo Teo sin ser más específico.

— ¿Y no hay ninguna que te guste especialmente?

— Pues bueno, alguna hay —volvió a responder Teo sin ser muy específico.

— Y no piensas en ellas cuando estás solo en la cama, ya me entiendes —le insinuó Flori.

Teo dudó, pero finalmente decidió entrar en la pícara conversación.

— Si, soy un chico mayor y pienso en esas cosas, ¿sabe?

— ¡Oh claro Teo, es muy normal! Las mujeres también lo hacemos y yo también lo hago, ¿sabes?

El joven no sabía muy bien donde llevaría aquella íntima conversación y se mostraba cauteloso.

— ¿Antes me has visto las bragas, verdad?

— Si —dijo Teo tras pensarlo unos segundos y darle cierta emoción a su respuesta sin sospecharlo.

— ¿Te masturbarás pensando en mi hoy? Recordando tal vez mis bragas, ¿eh?

— Es que, ¡me da vergüenza! —sonrió Teo.

Flori le sonrió, en el fondo le gustaba la inocencia que demostraba aquel jovencito con ella. Y disfrutaba de la conversación.

— ¿Sabes una cosa? Es un secreto, ¿vale? Yo también lo hago y hoy pensaré en ti mirándome las bragas —le confesó de repente.

Teo no supo qué decir ante tal confesión así que no dijo nada.

— ¡Me has puesto cachonda con el masaje y con el descuido! No debería decírtelo pero me caes bien, te ves tan inocente —dijo Florinda poniéndose de pie.

— ¿En serio? —preguntó Teo muy sorprendido por la íntima confesión de su vecina.

— ¡Si! —dijo en un susurro, como si las paredes estuviesen oyendo—. Pero creo que es mejor que no sigamos esta conversación, soy una mujer casada y tengo una reputación, de modo que te tengo que pedir amablemente que te marches.

Entonces Florinda retiró sus piernas del sofá y puso los pies en el suelo y levantándose terminó la conversación.

Teo se levantó también y en lo último que pensó fue en su patente erección, aunque Florinda sí que reparó en ella.

— ¡Oh Teo! Veo que también te gusto —exclamó Florinda viendo su erección.

— ¡Yo, no he podido! ¡No he podido evitarlo! —balbuceó Teo que pensaba que Flori se sentiría ofendida por el hecho.

— ¡No pasa nada Teo! Era de esperar, ha sido culpa mía por provocarte.

— Entonces, ¿no te has enfadado?

— ¡No que va Teo, todo lo contrario, me ha encantado conversar contigo! Sólo te pido que te marches, porque si te quedas, puede que hagamos algo de lo que luego nos arrepentiremos—dijo Flori mirándole su erección con descaro mientras discretamente se mordía la uña del dedo índice.

El pasó delante y ella lo acompañó detrás por el pasillo hasta la puerta. Entonces, cuando este fue a abrir, ella se abrazó por detrás y mientras con un brazo rodeaba su pecho, con el otro le metía la mano en el elástico de las bermudas y deslizándola con rapidez le cogía su vástago erecto, sintiéndolo palpitar en su mano.

— ¡No te muevas! — le ordenó con un susurro en la oreja.

La meneó con fuerza y empujó al chico desde atrás, hasta que éste se apoyó en la puerta cerrada.

Cuando él quedó a su merced, ella tiró de sus bermudas y sus calzoncillos y volvió a empuñar de nuevo su verga erecta desde atrás. Masturbándole con rapidez a su espalda, pegándole su barriga, mientras le abrazaba con la otra mano y le acariciaba su pecho barbilampiño y luego sus glúteos desnudos, Jadeándole desde atrás, muy sensualmente, con su boca muy cerca de su oreja. En un frenesí delicioso, que no duraría más allá de treinta o cuarenta segundos.

Unos segundos inenarrables para Teo. Confundido y aturdido por la violenta pero placentera explosión del deseo de su vecina que, cuán mantis religiosa, abrazó al macho y lo estrujó hasta sacar de él la última gota de su semen.

El chico explotó y su leche regó la puerta cerrada, cada andanada salió con gran potencia de su punta y fue a impactar en ella y luego comenzó a caer chorreando al suelo.

Mientras aún estaba en el éxtasis del orgasmo, Florinda lo giró y lo besó metiéndole la lengua en la boca, al tiempo que ella se tocaba bajo las bragas y un emocionado Teo era testigo de su calentura. Pero en un impulso, abrió la puerta y lo empujó fuera.

— ¡Vete, esto no ha estado bien!

Y con esta críptica frase, cerró la puerta tras ella y dejó allí a Teo con las bermudas y los calzoncillos aún bajados.

 

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