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Jota (1)

en Hetero: General

Nota de la autora: Queridos lectores, me he animado a publicar mi siguiente serie. Es una historia diferente con un inicio, nudo y desenlace que se extiende a lo largo de varias entregas. Estoy enfrascada en un proyecto nuevo y de tanto en tanto corrijo otros que quedaron olvidados hace mucho tiempo, como la historia de J. Es una novela corta juvenil, ya ven, me inicio en otro registro. Un beso a los que me dan una oportunidad y me leen.

Importante: Esta historia se está publicando en wattpad, mi pseudónimo es el mismo: Lepidóptera84, para todos aquellos que quieren ser los primeros en leer gratis el desarrollo de la historia. Hasta ahora publicados 22 capítulos.

“No sé si es importante, pero nunca es demasiado tarde para ser quienes queremos ser. No hay límite en el tiempo, puedes empezar cuando quieras. Puedes cambiar o seguir siendo el mismo. No hay reglas para tal cosa. Podemos aprovechar oportunidades o echar todo a perder. Espero que hagas lo mejor. Espero que veas cosas que te asombren. Espero que sientas cosas que nunca sentiste antes".

 

Brad Pitt; Benjamin Button.

 

 

 

 

 

          Prefacio          

 

  Tic-tac-tic-tac...

            En la habitación solo se podía apreciar el fino y constante sonido del segundero del reloj de pared. Dos personas la ocupaban, pero ambas permanecían en silencio hasta que el mayor de ellos rompió la quietud:

            —Cierra los ojos y concéntrate únicamente en las preguntas y el sonido de mi voz.

            Sus párpados se cerraron pesadamente aceptando las condiciones del psicólogo, al tiempo que era vencido por una fuerza superior que residía en algún lugar oculto de sí mismo.

            —Vuelve atrás y busca la raíz de tu aflicción, esta vez no estarás solo, irás conmigo y me dejarás ver a través de tus ojos.

            El eco de la voz del experto se disipó en el interior de su cabeza, era lo único que podía escuchar ya que todo lo demás permanecía en un inquebrantable silencio. Los recuerdos no tardaron en amontonarse presionando las paredes de su cráneo hasta hacerle doler la cabeza, permitiendo a su subconsciente viajar por el engranado neuronal y evocar todo aquello que, hace algún tiempo, quiso sin éxito poder olvidar.

            —Ahora dime lo que sientes.

            Él vaciló. Movió la cabeza de un lado a otro y luego susurró en tono bajo y pausado:

            Dolor

            —Bien. Ya es más de lo que reconociste la sesión pasada. Ahora define el término. Háblame de ese dolor... ¿Cómo es?

            —Leí en algún sitio que cada individuo aprende el significado de la palabra "dolor" a través de la experiencia personal; tiene múltiples causas, diversas características anatómicas y fisiopatológicas, y variadas interrelaciones con aspectos psicológicos y culturales. Supongo que si un experto ha escrito esto, debe ser verdad… También lo he leído en los clásicos: “El dolor es el principal alimento del amor, y todo amor que no es alimentado, muere.” M. Maeterlink. Es prácticamente imposible encontrar un poeta que no asocie dolor y amor en la misma frase. Esto, sin duda, da que pensar… Y según Javi, mi mejor amigo, “el dolor y sus derivados, como el dolor de cabeza y el dolor menstrual, es el anticonceptivo más utilizado por las mujeres a partir de los cuarenta". Hay que tener en cuenta que Javi no destaca precisamente por ser una persona profunda y reflexiva, eso ya lo habrás notado; sin embargo, a veces dice cosas apropiadas en el momento oportuno, tiene esa habilidad…

            —Pero no me has contestado. No me has dicho lo que significa para ti.

            —Importa una mierda que intente explicarte qué significa para mí  una palabra tan pequeña, tan solo cinco letras que pretenden definir tantísimo, y lo curioso del asunto es que cualquier definición, por elaborada que esté, es inútil. El dolor es algo diferente para cada uno de nosotros. Seguramente mi dolor no es equiparable al tuyo. Mi experiencia personal lo ha creado específicamente para mí y no es comparable a nada que tú hayas podido sentir antes. Aunque para referirnos a él utilicemos la misma palabra. Tampoco importa su clasificación, si es lo que intentas averiguar, si se trata de dolor agudo, crónico, somático, neurótico o psicológico. Podemos buscarle miles de categorías, y sin embargo, ninguna encerraría nuestra compleja realidad individual, pues el dolor es un sentimiento y como tal es indescriptible, y tan subjetivo que solo lo entiende quien verdaderamente lo padece.

            —Pero ese dolor ha sido provocado por una experiencia y ya sabemos que las experiencias son algo pasajero, vienen y se van, casi siempre con la misma facilidad, así que estás preparado para desprenderte también de los sentimientos negativos que han generado.

            Se produjo un breve silencio.

            Dicen que las experiencias que nos ofrece la vida nos cambian para siempre. Son las que nos hacen ser tal y como somos, ¿no? Pues bien, quizás esta sea la que cambió mi vida y no estoy tan seguro de que pueda dejar atrás todo el dolor que siento desde entonces.

—Pues solo nos queda esperar a que se produzcan nuevos cambios que alteren esa circunstancia.

            Suspiró una vez más oprimiendo sus sienes con los dedos. Empezaba a ceder, por primera vez en su terapia. 

—No creo que sea tan fácil.

—Eso ya lo veremos. Ahora háblame de ti, ¿cómo eras antes de que ocurriera?

Rió quedamente.

Yo siempre he sido el típico hipócrita que creía ser superior al resto por haberlo padecido todo. De hecho, me consideraba inmune a cualquier tropiezo o dificultad. “Ya nada puede afectarme”, ese era mi lema. Ahora me doy cuenta de lo equivocado que estaba, lo que me pasó cambió para siempre mi visión de las cosas y ahora me siento confundido, desubicado, no sé quién soy. Espero llegar a superar esto y volver a encauzar mi vida.

            —De eso no me cabe ninguna duda, aunque pienses que jamás vas a ser capaz de pasar página, al final te darás cuenta de que nada perdura eternamente: El dolor se estanca, deja de avanzar mientras tu vida sí lo hace, te guste o no.Pero antes de seguir hacia delante, debemos repasar punto por punto todos esos cambios que afirmas haberse producido en ti; reconocerlos, entenderlos y dominarlos para ser nosotros los únicos que podamos llevar las riendas de nuestra vida, y no ellos. ¿Estás preparado?

            —Lo estoy.

           

 

 

 

1

Meses atrás, Jan permanecía sentado en la cama con las manos entrelazadas y la mirada absorta en un viejo y decaído álamo que había frente a su ventana.

La densa niebla matutina había difuminado el contorno, por lo que resultaba imposible percibir el tamaño exacto de su robusto tronco. Aunque sí podía apreciar las innumerables y supurantes grietas de la corteza hinchada.

Las ramas más gruesas acariciaban ligeramente el suelo, desprendiendo hojas marrones y amarillas.

Desafortunadamente esa imagen le hizo revivir un recuerdo anterior:

            Dos enormes zafiros ovalados se alzaron para contemplarle. Las pestañas cerraron una décima de segundo las ventanas de su alma antes de volver a abrirlas y dejar sus palabras atascadas en algún lugar de su garganta; mirarla de cerca siempre le producía ese efecto.

De pronto abrió los ojos y miró a su alrededor. El psicólogo dejó de apuntar en su libreta para prestarle atención.

            —¿Sabe? Víctor Hugo decía que el amor se asemeja a un árbol: se inclina por su propio peso, arraiga profundamente en todo nuestro ser y a veces sigue verdeciendo en las ruinas de nuestro corazón. A día de hoy estoy de acuerdo con esa teoría, aunque hace un año hubiese calificado esa cita como pensamiento utópico de un  escritor loco, bohemio y soñador de un tiempo anterior. Sin embargo yo haría una matización importante: cuando ese amor ya se ha producido, y un corazón en ruinas ha conseguido revivir, si este acaba, se destruye cualquier posibilidad de amar de nuevo, el corazón se vuelve estéril, por así decirlo, y nada más puede florecer en él.

            —Cierra los ojos. Concéntrate y sigue pensando en tu vida, en cómo era antes de que todo esto ocurriera.

            Obedeció al experto y emitió un largo suspiro mientras se recolocaba en el diván. Su mente regresó a esa habitación lúgubre y carente de lujos y se vio nuevamente sentado en la cama, contemplando el exterior.  Era como si su psicólogo hubiese encendido un interruptor en su cabeza y todas las imágenes se hubieran agolpado dispuestas a salir.

           

Recordó con todo lujo de detalles cómo su cabello castaño oscuro estaba enredado en las puntas, que ascendían tiesas en todas direcciones. Dos protuberantes manchas negras sobre sus pómulos acentuaban las noches que había permanecido sin dormir. Por si eso fuera poco, sus mejillas estaban resecas tras haber derramado tantas lágrimas.

 Su semblante duro y seguro de meses anteriores, parecía ahora un extraño recuerdo de un tiempo muy lejano, tanto que a duras penas lograba recordar.

Sin darse cuenta, se veía sumido en un profundo y negro pozo del que no sabía salir. Se levantaba y volvía a caer preso de una profunda desolación y negatividad constante.

Como un ermitaño, se había refugiado en su guarida dominada por el caos. Apenas era capaz de encontrarse entre cajas vacías de pizza y pilas de ropa sucia amontonadas por todas partes. 

Se había visto obligado a romper con todo lo que le recordaba a su antigua vida, y aunque se  negara a admitir que necesitaba ayuda, desde el fondo de su ser la pedía a gritos.

Unos nudillos indiscretos aporrearon la puerta sin compasión.

—¡Largo, no quiero ver a nadie! —espetó irritado desde su cuarto.

—¡Ábreme! Soy Ignacio, hace varios días que te busco…

La inesperada visita de Ignacio agitó su corazón, que hasta ese momento parecía haberse quedado en pausa.

—¡Ya voy! —dijo mientras se peinaba con las manos y buscaba por el suelo una camiseta para cubrir su torso.

Abrió la puerta con rapidez y se topó con un ser descompuesto. El aspecto físico de Ignacio no indicaba precisamente que lo estuviera pasando mejor. Su delgadez extrema, casi enfermiza, y su cabello prácticamente blanco cohibieron cualquier iniciativa de entablar conversación.

—No pretendo entretenerte mucho, solo he venido a entregarte esto.

Depositó un paquete en sus manos.

—¿Qué es? —demandó extrañado.

—Es… es un paquete de ella —tartamudeó—. Me lo ha dado para ti.

—¿De ella? —preguntó extrañado, como si se tratase de una broma de mal gusto.

—Si… lo siento, ahora tengo que irme, no puedo perder más tiempo. Helena espera en el coche, nos mudamos.

—¿¡Qué?! —Su tono se elevó desolado—. ¿Ocurre algo? ¿Hay algo que yo pueda hacer para que…?

Ignacio colocó la mano sobre su hombro.

—Tranquilo, ya has hecho mucho por nosotros, no hay nada más que puedas hacer. Además, no iremos muy lejos, lo suficiente para que… —Ignacio cogió aire dejando la frase suspendida en la tensión del ambiente—. ¿Lo entiendes, verdad?

Jan asintió apenado.

—Tú deberías hacer lo mismo. No me gusta verte así, eres muy joven para estar tan hecho polvo…

—Lo intento de veras —admitió con pesar—, pero al final, siempre acaba ocurriendo algo que se encarga de recordarme lo desgraciado que soy...

—¡Basta! —le interrumpió enfadado—. Yo nunca te he tenido por un desgraciado, ¡jamás! Y sabes que no he sido el único que ha creído en ti. Deja por una vez de dar la razón a los que te tienen por un inútil y demuéstranos a todos los que hemos confiado en ti, lo que realmente vales.

—Tiene razón, es solo que… —Las lágrimas volvieron a nublar sus ojos avellana—. ¿Nos volveremos a ver?

Ignacio negó con la cabeza.

—¿Y para qué? No quiero que desaproveches tu tiempo viniendo a vernos. Sigue con tu vida, nosotros haremos lo posible por saber de ti, aunque tú nunca llegues a darte cuenta. Cuídate, muchacho, pasa página y se feliz. Te lo mereces.

Ignacio se fue. Su marcha solo sirvió para provocarle una nueva oleada de sentimientos que aún permanecían latentes bajo la superficie.

Volvió a llorar. Esta vez pronunció su nombre entre sollozos, ese nombre que jamás olvidaría, que permanecería candente en su corazón para siempre, como una profunda quemadura que jamás cicatrizaría.

Por fin logró recomponerse y dirigir su atención al paquete marrón que descansaba sobre la mesa del comedor.

Después de unos interminables minutos observando cada pliegue y protuberancia del paquete, no más grande que una caja de zapatos, decidió terminar con esa angustia y desenvolverlo.

Dejó al descubierto una caja blanca y finalmente se decidió a destaparla con cautela.

Dentro había una carta y dos sobres cerrados.

Desplegó rápidamente la nota y enseguida reconoció a quién pertenecía esa letra tan pulcra y elaborada.

 

 

2

Diez meses antes Jota se abrochó hasta el cuello su cazadora de cuero mientras dedicaba una fugaz mirada al espejo de su cuarto. El mismo espejo que hacía años se le había quedado pequeño y desde cierta distancia, no podía abarcar la amplitud de sus hombros y su metro ochenta y nueve de altura.

Su cabello castaño oscuro lo llevaba siempre despeinado, a veces con un poco de gel fijador para evitar que le cayera sobre sus ojos marrones.

Contempló su ceño fruncido y sus ojos rasgados, luego recorrió la habitación con la mirada, pasó de la estantería abarrotada de libros a la cama recién hecha y de esta a su amplio escritorio de madera aglomerada antes de regresar al pequeño espejo que colgaba de la pared.

Salió al comedor. Esa habitación, al igual que todas las demás, era fea. Vivía en una amplia y despejada nave industrial que había sido una carpintería tiempo atrás, ahora ya no quedaba nada de eso, pues había acondicionado el espacio para crear su hogar. 

La pared central estaba ocupada por un modesto sofá en tonos marrones, decorada a su vez con grafitis y dibujos pertenecientes a otra etapa de su vida. Sobre la pintura colorida se advertía el paso del tiempo por los enormes desconchones que se habían producido al ir cambiando la decoración del inmueble, adaptándose a sus nuevas necesidades.

En toda la estancia no había una planta, ni retrato, ni pintura, ni luz ambiental… nada que pudiera otorgar un atisbo de calidez. Aunque sí disponían de una enorme televisión en la pared central de la sala, una mesa de madera maciza, quizás el bien más valioso del que disponían, y cuatro sillas que rodeaban la mesa. 

Además de la habitación de Javi, a la que no se atrevía a entrar por el habitual caos que reinaba en ella, había un baño minúsculo que compartían y una cocina carente de lujos, pero que disponía de un amplio ventanal que daba a un patio interior sombrío y húmedo.  

Pese a vivir sin demasiadas comodidades, todo estaba estratégicamente acondicionado para ellos. No les hacía falta nada y juntos se compenetraban a la perfección para hacer de esa pequeña nave en ruinas, un lugar relativamente confortable.

Jota arrastró los pies por las abombadas lamas de madera desgastada y agujereada por algunas zonas, y se detuvo justo antes de abrir la puerta. Repasó mentalmente todo lo que llevaba, constatando que no le haría falta nada más. Finalmente salió al exterior, dejando a su espalda la confortable seguridad de su hogar para emprender rumbo hacia su siguiente desafío.   

Javi sintió un enorme alivio al verlo aparecer. Jota llevaba la etiqueta de “seguridad” fuertemente cosida al rostro y eso le hizo sentir mejor.  

—¿Lo tienes? —dijo a Javi nada más abrir la puerta del coche.

—Sí, lo he conseguido, tengo una réplica exacta de las llaves del edificio, ahora solo nos queda el asuntillo de la alarma… ―comentó mientras se acomodaba en el asiento del copiloto desde el interior del vehículo para dejar sitio a su amigo.

—No te preocupes por eso. Bueno, ¿salimos ya? —insistió impaciente.

—¡Adelante!

Las bajas temperaturas habían asomado precisamente aquella noche. La carretera rasgada por el desgaste de los neumáticos de los coches, parecía trazar el camino que les conducía hacia la universidad.

Las farolas parpadeaban sintiéndose presas de la inminente humedad, que había cubierto las aceras de un negro brillante.

Jota se puso los guantes al tiempo que movía el volante de su vehículo con toques de rodilla.

—¿Estás nervioso?

Javi asintió.

—No tienes por qué. Hemos hecho cosas peores…

—¿Estás seguro de que podrás desconectar la alarma a tiempo? Esto es algo nuevo…

—¡Por supuesto! —rió—. Deja ya de preocuparte, ¡solo vamos a una puta universidad de mierda, no a atracar el museo del Prado!

Llegaron al campus de la universidad acompañados por los coches de sus compañeros. Escondieron los vehículos en un lugar estratégico del aparcamiento de estudiantes que previamente habían visualizado en un mapa, y subieron por la amplia escalinata que llevaba hacia el edificio central.

—Una. Dos. Y tres. La puerta ya está abierta.

Jota corrió hasta llegar a la caja de la alarma y despegó la pletina rectangular con la ayuda de un destornillador. Tiró de un pequeño cable rojo y lo empalmó a un dispositivo acoplado a su ordenador portátil con rapidez.

En menos de cinco segundos un número parpadeó en la pantalla, volvió a unir el cable y colocó la carcasa rectangular para posteriormente, teclear el código de cuatro dígitos antes de que se agotara el tiempo.

Un pequeño pitido anunció que el dispositivo había sido desactivado correctamente; toda la tensión acumulada en el fondo del estómago se disipó como el aire de un globo al ser liberado de un apretado nudo.

—Será mejor que no tardemos mucho. Media hora como máximo. Cargamos los ordenadores más modernos y nos largamos.

Sus compañeros siguieron con obediencia las órdenes de Jota. Se dispersaron rápidamente hasta llegar a las oficinas del profesorado, una vez allí, arrancaron literalmente los ordenadores y empezaron a hacer viajes hacia los coches con el botín en las manos.

 Javi entró en el aula de informática, abrió su mochila y cogió algunos ordenadores portátiles y sus cargadores. Le llamó la atención un maletín negro situado al lado de un pupitre. Fue hacia él para mirar en su interior.

Vaya mierda…

Se colgó el maletín del hombro y corrió hacia el vestíbulo.

—¡¿Pero qué coño...?! ¡Os comportáis como animales! —reprochó Javi a sus compañeros.

Muchos de sus amigos estaban haciendo grafitis en las paredes. Uno de ellos se dirigió a la pared lateral, decorada por un antiguo mosaico de cuadros color beige, amarillo y marrón y escribió en letras grandes:

“Taquitos de queso”.

—¡Qué panda de gilipollas! —constató con asco.

Jota rió y empezó a silbar con dos dedos para llamar la atención del distraído grupo.

—Creo que ya podemos abrirnos, tenemos más que suficiente con lo que hemos cogido.

Salieron rápidamente de la universidad y se dirigieron hacia sus coches con la satisfacción de haber hecho un trabajo eficaz, rápido y sin imprevistos.

—¿Cuándo prevés vender el material? —preguntó Javi a Jota, que conducía con la mirada absorta.

—Primero tengo que chequear los ordenadores y limpiarlos. Además, revisaré a fondo el contenido, puede que podamos hacer negocio con los estudiantes si encuentro exámenes o algo así.

—¡Jo macho! —Javi asintió complacido—, lo tienes todo pensado.

Sin duda, la mejor recompensa tras un trabajo bien hecho, era reunirse a las afueras de la ciudad, en los enormes descampados de la zona industrial. Un lugar lo suficientemente retirado  como para celebrar sus fiestas privadas sin ser censurados.

Poco a poco, el público joven fue aglomerándose en el lugar de encuentro.

            La música proveniente de los coches abiertos retumbaba en el suelo haciendo vibrar sus cuerpos.

            El alcohol, también protagonista, fluía con rapidez entre una juventud sedienta de poder y ganas de hacer locuras.

            Jota avanzó en línea recta correspondiendo a los saludos y deshaciéndose de los brazos que tiraban de él con fuerza, intentando retenerle. 

Se giró exaltado tras percibir el estrepitoso sonido de un petardo en mitad del descampado. Dos coches hicieron girar las ruedas con brusquedad y avanzaron paralelamente inmersos en una nube de humo y polvo.

Algunos vehículos habían sido trucados, pues los coches corrían emitiendo extraños sonidos de un motor al límite de sus fuerzas.

A pocos metros de distancia se encontraba Javi. Jota se reunió con él.

—¡Toma una! —Javi le lanzo una botella de cerveza que Jota cogió al vuelo.

—¿Preparado? —Jota sonrió llevándose el morro de la botella a la boca.

—¡Ya!

El alcohol descendió rápidamente por su organismo. Cerró los ojos intentando obviar la quemazón que el líquido ingerido con tanta rapidez, ejercía sobre su irritada garganta.

—Jota, Jota, Jota, Jota…

Las voces le animaban únicamente a él.

Decenas de cabezas rapadas y brazos tatuados se agruparon dejando a los protagonistas en medio. Contrastaban fuertemente con el pelo revuelto de Jota, su cazadora de cuero negro y sus vaqueros azul claro algo holgados.

Miró de reojo a su contrincante para ver cuanta cerveza quedaba en su botella. Sonrió para sí al percibir que todavía había más de la mitad.

Inclinó más la suya para ingerirla con mayor facilidad hasta absorberla en su totalidad. Al terminar primero, eructó sonoramente antes de estallar en carcajadas.

—¡Cabrón! —gritó Javi apartándole de un codazo—. ¡Seguro que has hecho trampa!

Jota volvió a reír y arrastró los pies intentando ocultar la cerveza que, con tanta picardía, había vertido sobre la arena.

Pamela había estado observando la apuesta desde lejos, avanzó hacia el  grupo sin quitar ojo a su presa. Alzó el dedo índice y acarició la nuca de Jota con sutileza. Jota se volvió para estudiarla.

Pamela era explosiva. La clase de chica que se mira dos veces por miedo a que el primer contacto visual no haya sido más que una mera ilusión. Su larga y rizada melena rubia, sus ojos azules y esa expresión inocente y cruel a la vez, construían una mezcla felina que era capaz de poner nervioso a cualquiera, incluido a Jota.

Jota le dedicó una gran sonrisa y atrajo la estrecha cintura de Pamela hacia sí, mientras le plantaba un fuerte beso en los labios pintados con carmín violeta.

El gusto fresco y un tanto amargo de la cerveza fue bien recibido por Pamela, que alzó los brazos para rodear su cuello y no despegarse un milímetro de él.

—Creo que la fiesta se está volviendo un poco aburrida… —Pamela miró fijamente los ojos castaños de Jota antes de bajar, con timidez fingida, su mirada azul.

—¿Eso crees? Debes ser la única que se aburre…

Ella rió y empezó a jugar con la cremallera de su cazadora.

—Quizá lo pasaríamos mejor en otro lugar…

Ya no hubo lugar a réplica. Jota sujetó su mano con firmeza y la condujo con rapidez hacia su coche, un Toyota Supra de segunda mano de color negro.

Una hora después Pamela yacía aferrada al cuerpo inmóvil de Jota, todavía acelerada. Pasó su pequeña mano por sus definidos abdominales para sentir la piel tersa y suave deslizándose, una vez más, bajo sus finos dedos. Sonrió sintiendo una inmensa calma a su alrededor y mordió su labio inferior mientras se incorporaba levemente.

—He estado pensando…

—Eso es mala señal… —Jota rió y colocó un brazo tras su nuca para mantener la cabeza erguida.

—¡No seas tonto! —Pamela golpeó con gracia el vientre de él.

—No digo ninguna tontería. Cuando una mujer empieza la frase con: “he estado pensando…” significa que ha invertido más tiempo del habitual ingeniando algo que alguien tendrá que cumplir, o de lo contrario... ¡aténgase a las consecuencias!

—¡Deja ya de analizar cada una de mis palabras! —protestó devolviéndole la sonrisa.

—Está bien… a ver, dime, ¿qué has estado pensando? —remarcó la pregunta con humor.

—Hace mucho que nos conocemos, ¿no? Y es evidente que a estas alturas sentimos algo más que una amistad el uno por el otro. Podríamos subir un escalón más en nuestra relación, ¿Qué te parecería si saliéramos juntos?

—¿En plan pareja? —preguntó sorprendido.

—Sí.

Jota se aguantó la risa e intentó ponerse serio para no ofenderla.

—¿Por qué quieres eso?

—Me gustas. ¿Se necesita algo más?

Sus ojos se desplazaron instintivamente hacia la puerta del coche antes de volver a encontrarse con ella.

—En realidad no —reconoció aturdido—. ¿Qué cosas te gustan de mí?

Pamela alzó la mirada para encontrarse con la de él. Su expresión indiferente la dejó momentáneamente helada.

—Me gusta tu pelo —rió mientras se lo revolvía cariñosamente.

—Mi pelo… —aceptó sin mucho entusiasmo—. ¿Y qué más?

—Tus ojos, tu mentón, y esa barba de dos días que te hace tan sumamente sexy...

—¿Qué más?

—Tu cuerpo, tu forma de caminar… —dijo garabateando circulitos con sus dedos sobre su abdomen.

—¿Y…?

—¿Necesitas más adulaciones?

Jota rió.

—No. Aunque no está mal que una chica como tú me diga esas cosas… me has hecho sentir guapo y todo.

—¿Dudas que lo eres? —Pamela rió con incredulidad—. No te tengo por uno de esos chicos con baja autoestima, así que no me tomes el pelo. Tú eres guapo, yo lo soy. Tenemos gustos similares y nos movemos en los mismos círculos. ¿Qué más necesitas?

—Pam, Pam, Pam… —Jota chasqueó la lengua indignado—, no has hablado del amor en tu discurso, ni una sola vez.

—¿Ahora eres un romántico?

Pamela alzó su largo cuello y se topó con la expresión irónica de Jota.

—La cuestión es que todo lo que me has dicho se reduce meramente a una atracción física. No has mencionado nada que me haga pensar que has visto algo más en mí que un cuerpo bien dotado —se señaló con mofa.

—¿Qué intentas decirme?

—Oye, no te enfades, ¿quieres? Solo intento explicarte que sexualmente nos lo pasamos bien, pero no me pidas más que eso. Además, tú has sido la primera en admitir que únicamente te atraía mi cuerpo.

—¿Me estás rechazando?

—No. Solo te estoy diciendo que no hace falta que salgamos juntos para poder hacer realidad nuestras fantasías. Si eso es lo único que te atrae de mí, me dejo utilizar, pero no nos atemos. Así si algún día queremos cambiar o probar con otras personas, podemos hacerlo sin nada que nos lo impida.

Pamela se incorporó como pudo en el asiento y empezó a abrocharse el sujetador con los labios apretados.

No estaba acostumbrada a recibir un “no” como respuesta por parte de un hombre.

—Te has enfadado…

—No, no me he enfadado. Me ha quedado muy clara cuál es tu postura. Gracias.

—Pam... —Jota le separó la melena alborotada y le besó tiernamente el cuello. Beso que ella no tardó en rechazar—, no ves que lo hago por ti, eres demasiado guapa para quedarme contigo, sería un egoísta si lo hiciera.

—¡Eres un capullo! ¡Eso es lo que eres! —le gritó empujándole furiosamente contra el cristal de la ventanilla.

Abatida, salió del coche hecha una furia y Jota empezó a abrocharse los pantalones con toda la tranquilidad del mundo. Resopló al ver como ella se alejaba dirigiéndose hacia el descampado sin mirar atrás. Luego, se ajustó las deportivas y alcanzó su camiseta para cubrirse el torso.


 

 

3

—Hemos recaudado para nosotros cinco mil ciento cuarenta y seis euros.

—¿Bromeas?

—En absoluto.

—¡Genial! ¿Y cuánto le has dado a cada uno?

—Se han conformado con doscientos euros. No está mal.

Javi cogió su parte del dinero y lo guardó apresuradamente entre las páginas de su cómic favorito de Spiderman.

Jota, en cambio, lo esparció sobre el escritorio de su cuarto y apiló los billetes por cantidades, poniendo en primer lugar los billetes más desgastados y de mayor valor.

—Aún te queda uno por vender, ¿no? ¿Qué hay de ese?

—¿Ese? —Jota señaló el maletín negro que descansaba contra la pata de su escritorio.

—Sí.

—La verdad es que no vale nada. No sé ni por qué te has molestado en traértelo.

—Era fácil de llevar, no pensé más.

—Suponiendo que encuentre un comprador, no creo que me den mucho por él.

—Es igual. ¡Por cierto! Se me olvidaba decirte que he quedado con Mario en el Atri, ¿vienes?

—¿En el gimnasio viejo?

—Sí, vamos a boxear un poco.

—No se hable más, ¡vamos! —aceptó con gusto.

El gimnasio permanecía cerrado por reformas. Los albañiles estaban habilitando las diferentes salas, colocando parquet y acabando de pintar las habitaciones.

Mario escuchó el timbre y abrió la puerta del garaje para dejar entrar a Javi.

—¡Qué pasa, tío! —Golpearon sus nudillos a modo de saludo—. Te presento a Jota.

Mario sonrió y saludó efusivamente al susodicho.

—Sé quién es. Me alegro de conocerte.

Jota asintió.

—¡Qué guapo te está quedando todo! ¡Es una pasada! —Javi se alejó y fue a inspeccionar por su cuenta.

—Sí… estoy invirtiendo todos mis ahorros así que por la cuenta que me trae ya puede quedar bien.

Mario se colocó delante de Javi y le guió hacia la única habitación que estaba acabada.

—Y este es el ring. ¿Qué os parece?

—¿Pero qué…? ¡Es asombroso!

Jota silbó y tocó las cuerdas azules que delimitaban el perímetro de boxeo.

—Es un buen espacio para entrenar —admitió.

—Bueno, ya sabéis que cuando esté acabado esta es vuestra casa, podéis venir siempre que queráis —hizo su oferta sin dejar de mirar a Jota, con la esperanza de verle aparecer con regularidad en su gimnasio.

—Bueno —Javi se quitó los pantalones largos y los colocó en un rincón de la habitación—, hemos venido a lo que hemos venido… ¿quién empieza?

Comenzó a dar saltitos de un lado a otro a modo de calentamiento.

Mario y Jota le observaron largo rato antes de reír al unísono.

—¿De dónde has sacado esos pantalones de deporte? —preguntó Jota, acercándose para verlos mejor.

—Estaban de oferta en el mercadillo —se excusó Javi.

—Joder tío, ¿Dulce & Galáctico?, no me extraña que estuvieran de oferta, es la imitación de Dolce & Gabanna más triste que he visto en mi vida.

—La marca no es lo importante, es que sean cómodos.

Jota volvió a mirar una vez más los pantalones de imitación y estalló nuevamente en carcajadas.

—Sinceramente, Javi, no creo que sea una pelea justa si llevas esos pantalones puestos.

Mario rió y negó con la cabeza tratando de volver al punto de partida.

—¡Vamos a empezar, chicos! Jota… ¿Te importaría pelear conmigo primero? Me han hablado mucho de ti y me muero de ganas de…

—Está bien —le interrumpió—, pero no creas todo lo que dicen por ahí…

Jota subió al ring y se colocó los guantes. Mario le miró sin perder detalle, estaba emocionado ante el reto que se le proponía. Jota no había recibido una instrucción, ni siquiera había demostrado una preferencia en particular por el boxeo, sin embargo, había ganado todas y cada una de las apuestas del polígono. En un uno contra uno, Jota siempre salía airoso. Era inevitable que algunos aficionados a ese deporte, cansados de escuchar mitos sobre él, acudieran en su busca para corroborar si era cierto todo lo que se decía. Hasta la fecha, nadie había conseguido desmentir el mito que precedía a su nombre.

Una vez dentro del ring y con las protecciones puestas, se retaron mutuamente a la vez que giraban en círculo buscando una brecha por la que entrar. Mario, algo impaciente, fue el primero en atacar. Lanzó un primer puñetazo al casco de Jota, pero él esquivó el golpe con rapidez y en respuesta, le golpeó el abdomen.

Mario retrocedió. No le había dolido, pues estaban luchando de forma amistosa, pero sí le había molestado profundamente el haber cometido un error de principiante. Al alzar el brazo para golpearle dejó un claro flanco que Jota había sabido aprovechar con rapidez.

Sorprendido por su destreza, continuó. Volvió a atacar. Otra vez lanzó el puño e inclinó su cuerpo para no cometer el mismo error que antes. Pero nuevamente su asalto fue esquivado, y esta vez, Jota le asestó un puñetazo en la cabeza.

Las contemplaciones se esfumaron.

La pelea comenzó a adoptar un matiz más duro, los puñetazos llovían por todas partes y no todos podían ser esquivados.

Jota recibió un golpe en la mandíbula. Su cuerpo retrocedió y aprovechando la inercia del movimiento, cogió impulso y embistió a Mario dejándole acorralado entre las cuerdas. Este último movimiento había sido decisivo para bloquear a su adversario, que pese a seguir peleando, había perdido posición y apenas podía moverse.

Quince minutos más tarde, Mario se arrodilló abatido por el enorme esfuerzo invertido. Alzó la mano derecha indicando su rendición.

—Eres muy bueno —admitió respirando agitadamente—, no tienes cuerpo de boxeador pero eres rápido y preciso, dime solo una cosa: ¿Es cierto lo que dicen, que has aprendido a pelear así viendo los combates por televisión?

Jota se quedó en blanco unos segundos. Su mente retrocedió unos cuantos años, los suficientes como para verse en el salón de su casa con nueve años.

Su madre estaba en la cocina preparando la comida. Casi podía volver a oler la carne con patatas y oír los pequeños ruidos del aceite al chisporrotear en la sartén, o los platos al ser depositados sobre el mármol mientras esperaba en el sofá a que su madre le avisara para preparar la mesa. Le encantaba ver en la televisión campeonatos americanos de boxeo, lucha libre e incluso kick-boxing. Sin quererlo, analizaba cada movimiento y lo archivaba en su mente para, más tarde, practicar con sus muñecos todo lo aprendido.

No era una simple pasión la que le unía a la lucha. A diferencia de los niños de su edad, que jugaban a peleas en el recreo imitando a los héroes del momento, él solo quería aprender por un motivo: sentía la constante necesidad de defenderse. Pensaba que, tal vez, el boxeo le ayudaría en caso de que alguien viniese a por él.

Jota se quitó el casco y contestó con un simple a la pregunta de su compañero.

Estaba cansado. El sudor salpicó la tarima de madera mientras se retiraba el pelo mojado de la frente.

—Necesito una ducha —espetó mirando a Mario.

—¿Es que no vas a pelear conmigo? —preguntó Javi, ofendido.

—Creo que por hoy ya he tenido bastante… de todas formas con Mario vas a tener más que suficiente.

—¿Insinúas que no puedo contigo?

—No, no lo insinúo. Es un hecho —remarcó sonriente.

Mario rió y animó a Javi para que subiera al ring, pero Jota no se quedó a observar, se dirigió al vestuario arrastrando los pies. Sus cejas prácticamente se tocaron y como acto reflejo, cubrió su pecho con la mano, reproduciendo una mueca de infinito dolor.

Se quedó varios minutos remojándose bajo el agua de la ducha, sintiendo un hormigueo reconfortante en la punta de los dedos de las manos y los pies.

            Durante el camino de regreso a casa, Jota no dijo ni una sola palabra. Su silencio no era algo desconocido para Javi, que ya entendía las ausencias de su amigo y sabía que formaban parte de él. Su mayor virtud era la consideración y el respeto que sentía hacia los demás. Él siempre aceptaba la compleja personalidad de las personas y jamás las sometía a constantes preguntas ni les exigía más de lo que estaban dispuestas a dar por voluntad propia.

Después de unos minutos, Javi decidió intervenir; quería desviar su atención, hacerle salir de su ensoñación transitoria y devolverle a la realidad para así recuperarle.

—El otro día recibí un mensaje de Pam en mi móvil. Olvidé comentártelo ―se excusó—, decía que no le coges el teléfono.

Jota cubrió su frente con la mano.

—Pam… —susurró con una nota de cansancio en la voz—. Mira que puede llegar a ser pesada…

Javi le miró con incredulidad.

—¿Me he perdido algo?

Jota rió.

El plan de Javi había funcionado, su amigo había vuelto a centrarse en el presente.

—Lo de Pam es algo complicado… he tenido que alejarme un poco, ya sabes, ha intentado dar un paso decisivo en nuestra “relación” —dijo entrecomillando la palabra con los dedos—, al parecer lo que teníamos no le bastaba…

Ambos se bajaron del coche y subieron las escaleras del taller hasta llegar a su vivienda.

—¡¿Cómo?! ¿Pam te ha propuesto una relación estable? —La sola mención de ese hecho le produjo un retortijón. La reacción de su amigo fue similar.

—Sí —admitió—. ¿Te lo puedes creer?

—Y… ¿Qué le has dicho exactamente?

Jota miró muy serio a su amigo, culpándole por atreverse a dudar la respuesta.

—Pues... que no.

Javi abrió mucho los ojos.

—No lo entiendo —respondió al fin.

Jota rió despreocupado.

—Siempre pasa igual, es la clásica castración masculina.

—¿Qué? —preguntó extrañado.

—Verás, te lo resumiré todo para que lo entiendas:

Chico conoce a chica. Ambos se caen bien, se gustan, es solo amistad y eso es precisamente lo que lo hace perfecto. Siguen adelante sin miedo porque ambos caminan en la misma dirección, pero de pronto, sin darse cuenta, el chico empieza a notar cierta presión y ese es el momento exacto de la relación en la que está a punto de meter la pata hasta el fondo. Progresivamente la chica le va engullendo con su visión idílica de las cosas y empieza a exigir. No se conforma únicamente con lo que hay y quiere más y más. Si él no acata sus órdenes se convertirá en un mal tipo que no piensa por el bien de la pareja, ya sabes, que no es capaz de sentar la cabeza  y comprometerse para que todo marche bien. Ella, con su manipulación típicamente femenina, le convencerá de que es eso lo que realmente quiere y el pobre sentirá la necesidad de caminar siguiendo sus pasos para no defraudarla. Es justo en ese momento cuando acaba de desprenderse de una parte de sí mismo por el camino, convirtiéndose en un hombre castrado, un títere en manos de una mujer y jamás volverá a ser el mismo; no nos engañemos, estas cosas suceden. La relación perfecta es echar un polvo con una tía y que se largue por iniciativa propia antes del amanecer. Créeme, es mejor tomar el café solo, porque si accedes a que pase la noche contigo y te prepare el desayuno... estás bien jodido.

Javi permaneció impasible durante todo el discurso.

—Joder, visto así... ―hizo una mueca.

Jota se encogió de hombros.

—Real como la vida misma.

—Lo único bueno de todo esto, es que algún día te enamorarás y tendrás que morderte la lengua; suerte si no te envenenas…

—¡No seas tonto, Javi!, ¿Quién quiere enamorarse cuando se es tan feliz estando libre y sin ataduras?

—En fin… puede que tengas razón, yo ya no sé nada… pero contéstame a una pregunta: ¿Nunca has pensado que renunciar a ciertas cosas no significa dejar de ser libre?

Jota le miró confuso.

—Si renuncias a algo por otra persona no únicamente dejas de ser libre, sino que automáticamente te conviertes en un calzonazos.

—Interesante conclusión… —asintió Javi poco convencido.

Jota rió de la cara de su amigo y se encerró en su habitación mientras Javi seguía con el rostro desencajado tras la conversación.

 


 

 

4

Había empezado a lloviznar. El informativo predijo que vendrían días de incesantes lluvias y ventiscas, por lo que decidió quedarse en casa.

Sus ojos se apartaron de la ventana y regresaron a su ordenador. Se estiró perezosamente contra el respaldo haciendo chirriar su silla, luego, se deslizó sobre las ruedas para guardar en el cajón de latón del escritorio una bobina de cable. Cayó en la cuenta de que uno de sus bolígrafos estaba destapado y buscó rápidamente el tapón para colocárselo. Lo guardó depositándolo paralelamente y a un centímetro exacto de distancia de sus lápices. Con cuidado, volvió a cerrar el cajón sin hacer el menor ruido.

Javi acabó de recoger el baño y de camino a la cocina se detuvo en la habitación de su amigo.

—¿Todavía estás así?

Jota se giró despreocupado.

—¿Así cómo?

—Con esa ropa y esos pelos… ¡por Dios, pareces un indígena!

—¿Realmente quieres decir indígena: originario del país, o querías llamarme indigente: persona con falta de medios para alimentarse, vestirse, peinarse, etcétera? Porque son cosas bien distintas…

— ¿Qué te parece vagabundo?

—Vagabundo: persona que anda errante de un lugar para otro, sin oficio ni domicilio. No sé yo si ese apelativo me define demasiado...

—¡Oye no me líes! ¿Quieres? Ya sabes lo que quiero decir.

—Lo que no entiendo es qué tiene de malo mi aspecto. ¿Qué más te da si llevo el pelo a lo afro o la raya en medio?

—No te acuerdas, ¿verdad?

Jota enarcó las cejas.

—Realmente me molesta que seas tan despistado…

Jota se levantó para estirarse y mientras bostezaba, añadió:

—Eres un auténtico coñazo, ¿lo sabías?

—Sí, bueno… di lo que quieras, pero tienes diez minutos para intentar adecentarte un poco.

Jota volvió a mirarle, esta vez como si su compañero estuviera loco.

—Hemos quedado, ¿recuerdas? ¡Joder! Esta tarde nos van a presentar a unas tías, así que por una vez, y te lo pido como favor personal, intenta no parecer un estúpido bicho raro. Solo por esta vez: relájate, suéltate y haz este enorme esfuerzo que te pido.

—¡Yo no me he comportado nunca como un bicho raro!

—Ya sabes a lo que me refiero…

—No, la verdad es que no te sigo… —añadió provocándole.

—Pues que no te las des de inteligente y juegues con la ironía de las palabras y ese tipo de cosas… entre tú y yo, queda repelente y además, asusta a las tías.

—Sinceramente, Javi, yo no me las doy de nada. Solo me pone enfermo que la gente sea ignorante e incoherente.

—Sí, vale, en cualquier caso… intenta controlarte un poco, ¿quieres?

—¿Y por qué tendría que hacerlo?

—Pues por el bien de tu amigo —dijo señalándose el pecho—, que lleva ya casi dos meses sin mojar. ¿Te parece poco?

Jota le sonrió con malicia.

—No, la verdad es que esa es una razón de peso —hizo un gesto con ambas manos para mostrar la grandeza de sus partes bajas.

—¡Pues ya está! —aceptó Javi dejándolo solo.

Jota se quitó la camiseta e inspiró el peculiar efluvio que desprendían sus axilas, a continuación se puso desodorante para disimular el olor; ya no tenía tiempo de darse una ducha.

—Y dime —dijo a gritos para que Javi pudiera oírle desde la otra habitación—, ¿cómo son esas tías?

—Pues no lo sé. Boras me ha dicho que son muy simpáticas.

—¿¿¿Qué???

Jota rió mientras desenredaba con el peine varios nudos de su cabello revuelto.

—Que son simpáticas —repitió Javi.

—¡Sí, ya lo he oído! Pero la verdad, me sorprendes, no te creía tan idiota.

—¿Por qué me llamas idiota?

—¿Te quieren presentar a unas tías de las que no sabes nada y la única información que te han dado de ellas es que son simpáticas?

—¿Qué tiene eso de malo? La simpatía es una cualidad que tú no tienes.

—No, si eso no te lo discuto —rió por lo bajo—, pero quiero saber por qué te has dejado enredar de esta manera. ¿Tan desesperado estás?

Javi suspiró y reapareció en la habitación de Jota con las manos a modo de jarra sobre la cintura.

—Está bien, desembucha. ¿Qué problema tienes con las simpáticas?

—¿Yo?, ninguno. Al parecer lo tienes tú. A ver, aclárame una cosa: dos tíos hablan de chicas y si lo único que pueden decir de ellas es que son simpáticas, eso significa que…

—¿Qué?

—¡Que son unos cardos!

Javi se deshinchó.

—No me digas eso…

Jota se encogió de hombros en el momento justo que llamaban al timbre.

—¿Qué hago ahora? ¡Me has puesto nervioso, joder!

—Abre la puerta y… ya sabes… intenta mirarlas lo menos posible.

Jota soltó una carcajada y Javi le golpeó el hombro con rabia.

—Más te vale que no tengas razón. Mis pobres huevos no podrán aguantar un día más sin…

Volvieron a llamar.

—¡Ya voy! —gritó Javi desde la habitación—. Te espero en dos minutos. No hagas que venga a buscarte.

Jota le respondió llevando su mano derecha hacia la frente a modo de saludo militar y se enfundó rápidamente la camiseta.

Mientras, Javi corrió por el pasillo apresurándose para abrir la puerta.

Unas cuantas cervezas, algo para picar y una densa nube de humo de porro  recargaba el ambiente. Apenas se podía distinguir el cenicero enterrado en colillas encima de la mesa, algunas habían salido disparadas fuera, cubriendo de ceniza y hierba seca la superficie de madera.

 Boras, Javi y Jota contra Lorena, Emma y Susana… a Jota le dio por reír. Quizá fuese el efecto de los porros, aunque él apenas fumaba, el mismo humo de la habitación podía llegar a colocar.

—¿Qué te hace tanta gracia? —demandó Emma con curiosidad.

Jota volvió a reír, esta vez con más fuerza. Incluso se llevó la mano a los ojos para enjugar un par de lágrimas.

—Debe ser esta mierda —respondió exhibiendo el porro entre los dedos, antes de darle la última calada y aplastarlo sobre restos de colillas anteriores en el cenicero.

Las chicas acompañaron sus risas mientras se recostaban en el hombro de Javi y Boras.

—La verdad es que no sé si será por esta maría o qué, pero me recordáis un montón a una obra de arte.

—¿En serio? —Emma se acercó a Jota complacida—. ¿A cuál?

—¡Eh, chicas! ¿Unos nachos? —interrumpió Javi ofreciendo la bandeja que descansaba olvidada sobre la mesa. La súbita intervención de Jota le había dado un mal pálpito. Pero ellas tenían curiosidad por escucharle, ya que había permanecido callado gran parte de la tarde.

—¿Alguna de vosotras ha oído hablar de Rubens?

Ellas se miraron arrugando el ceño.

—No. ¿Quién es?

Era un pintor barroco —remarcó Jota.

—¿Y bien, qué tiene que ver él con nosotras?

Jota volvió a reír, esta vez recostó la cabeza sobre el respaldo del sofá.

—Sois el vivo retrato de una de sus obras más populares: Las tres gracias. En serio, me fascináis.

—Suena bien… —dijo Emma, que evidentemente no conocía autor y obra—, ese tal Rubén… ¿pinta desnudos?

Jota carraspeó un par de veces intentando disimular y  contener la risa.

—Sí… eran su especialidad.

—Y dime, Jota, ¿todo este tema del arte es porque te gustaría vernos desnudas?

Esta vez fueron Boras y Javi quienes empezaron a reír.

Emma no aguantó más las ganas que tenía de abalanzarse sobre el joven. La sensación de embriaguez propició que un impulso incontrolable creciera en el interior de sus entrañas y emergiera colocándose encima de él para besarle el cuello, las mejillas y aterrizar torpemente sobre sus sensuales labios con apremiante frenesí.

Jota retiró el brazo de la muchacha y aprovechó su confusión para escabullirse deslizándose debajo de esta, que parecía haberse fundido como goma quemada encima de él. 

Automáticamente buscó ayuda entre sus compañeros, pero al parecer, estos también estaban ocupados.

Emma no percibió su sutil rechazo y volvió a colocarse sobre sus rodillas, aplastando nuevamente sus labios contra los suyos.

Él intentó hacerla a un lado, pero era como intentar levantar una pesada losa de su cuerpo aprisionado. Así que volvió a reír de lo absurdo de la situación y esto le hizo recuperar la curiosidad de la chica, que se separó unos milímetros para volver a mirarle.

—Será mejor que me vaya a la habitación, la verdad es que tengo jaqueca.

—¿Quieres que te acompañe? —insistió Emma poniéndose en actitud cariñosa.

—No, quédate aquí y pásalo bien.

Jota se despidió omitiendo la mirada de reproche que le lanzó Javi.

Se encerró en su habitación y puso algo de música para no oír a sus compañeros en el salón. Volvió a reír recordando a esas tres chicas y su acertada definición de “simpáticas”; eso no lo podía negar, eran muy sociables además de predispuestas, pero a diferencia de Javi, él no estaba tan necesitado y nada podía bajar más su libido que Las tres gracias de Rubens sobre el sofá del comedor. Así que, dadas las circunstancias, no lamentaba haber salido de ahí, aunque seguramente después de esa noche, Javi le echaría una gran bronca por haberle dejado solo.

Empezó a dar vueltas sobre la cama. Sus pies no tardaron en abandonar el calor de las sábanas. Se levantó y miró una sola vez por la ventana. Era tarde pero no lo suficiente como para poder abandonarse al sueño sin más.

Se enfundó las zapatillas y tropezó casualmente con un maletín negro que había quedado olvidado bajo el escritorio.

Lo cogió y lo abrió.

Recordó ese viejo ordenador y decidió que era momento de volver a intentar descubrir quién era el propietario de esa antigualla.

—Veamos que tenemos aquí…

Jota indagó exhaustivamente en busca de fotos, archivos personales o algo que pudiera ofrecerle una pequeña información del propietario, pero como la primera vez que lo abrió, no encontró absolutamente nada.

Así que rebuscó entre sus cajones un CD con un programa que días antes había diseñado y lo introdujo en el ordenador. Su intención era descubrir los lugares más frecuentes desde los que se había conectado a la red en el último mes,  de esta forma, podría obtener una dirección.

Media hora más tarde, el programa se encargó de facilitarle la dirección exacta. Jota sonrió satisfecho y la apuntó rápidamente en un trozo de papel.

Acto seguido, escribió esa misma dirección en Google, pero las páginas amarillas no le ofrecieron ningún nombre que pudiera ayudarle.

Después de mucha búsqueda, dio el tema por zanjado; con esa dirección ya tenía suficiente por el momento.

Decidió guardar el ordenador en su maletín y fue justo entonces, cuando se dio cuenta de que en el interior de la bolsa había una etiqueta con un nombre claramente escrito.

—¿Seré capullo?

Añadió ese nombre al trozo de papel y lo dejó sobre la mesa del escritorio.

Dentro de poco tendría que hacer una visita a la zona alta de la ciudad.

 

 

 

 

5

Ella peinó frente al espejo de su cuarto su larga melena oscura, que como piel de foca, invadía la totalidad de su fina espalda. Sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas y sus ojos de un tono gris azulado parecían mucho más brillantes que de costumbre.

Su rostro inocente y delicado mejoraba cuando sonreía, una sonrisa tan llena de vida daba alegría a quien la recibía.

 Su padre la observó largo rato desde la puerta, cuando al fin se decidió a interrumpirla. Caminó lentamente hacia ella y le levantó el rostro para besar tiernamente su frente.

—¿Cómo estás, cariño?

—¡Perfectamente! —contestó con energía—. Además, hoy parece que va a hacer un día maravilloso.

—Me alegro. ¿Quieres que te acerque a la universidad?

—No, cogeré el transporte público.

Su padre asintió.

—Está bien, preciosa, ve con cuidado.

Se colgó la mochila al hombro y recolocó un poco más su cabello con los dedos antes de salir de la habitación.

—¡Claudia Pérez! —El grito provenía desde el otro lado de la verja—. ¿Esto es tuyo, por casualidad?

Su maletín negro asomó entre los barrotes de la verja.

—¡Sí! ¡Increíble, has encontrado mi ordenador!

Claudia hizo ademán de querer cogerlo cuando Jota lo retiró súbitamente de su alcance.

—No tan rápido… —sonrió con autosuficiencia—. Este viejo ordenador tiene un precio… Deduzco que aparte de su valor sentimental, dentro tendrá información importante para ti.

—La verdad es que me has salvado la vida —admitió—, pensaba que tendría que volver a empezar todos los trabajos. Verás, tengo la mala costumbre de no guardar nada en otros dispositivos, mi padre es el primero que siempre me dice que…

—No he venido aquí para que me cuentes tu vida —le interrumpió—. Si lo quieres son trescientos euros, no hay nada más que hablar.

—¿Trescientos euros? —preguntó con horror en la mirada.

—Todo depende de lo importantes que sean para ti esos trabajos…

—Está bien —aceptó Claudia—, veré qué es lo que tengo…

Abrió su monedero y rebuscó en su interior bajo la extraña mirada de Jota.

—No… no llevo tanto dinero… —sacó un billete de veinte euros y se lo mostró—. Esto es lo único que tengo.

—¿Veinte euros? ¿Estás de broma? ¡Tan solo el maletín vale más!

—Lo sé… —se encogió de hombros—, soy estudiante, no tengo ingresos.

Jota la miró de arriba abajo arrugando el entrecejo.

«¿Me está vacilando? ¿Realmente piensa que está en condiciones de negociar conmigo? ¡¿Pero de qué va esta estúpida niñata mimada?!»

—¡Pues ya puedes volver a empezar los trabajos, no hay trato!

—Es una lástima… —sus ojos se entristecieron súbitamente—, he invertido tanto tiempo en ellos…

—A mi no me engañas —volvió a interrumpir Jota—. Llevas unos Levi’s y vives en un adosado, seguro que puedes reunir esa cantidad pidiéndosela a papi, así que no intentes quedarte conmigo.

—No puedo pedirle a mi padre ese dinero sin más. No acostumbro a hacerlo y lo vería raro.

—Pues entonces ya sabes lo que hay.

Jota zanjó el tema dando media vuelta y dirigiéndose hacia su vehículo con el ordenador en la mano.

—¡Te puedo invitar a comer! —gritó Claudia desde la distancia—. Así ambos saldríamos ganando.

Jota se detuvo. Achinó los ojos y se acercó a la chica mordiendo su labio inferior.

—¿Tan estúpido me crees? ¿Cuál es tu problema, niña?

—No te creo estúpido —le corrigió enseguida—. Tendrías que haber visto cómo está la universidad… la policía nos ha interrogado a todos en busca de un culpable… yo no puedo darles un nombre, pero podría hacer un buen retrato robot del sospechoso. ¿Eso es lo que hacen en las películas, no?

Jota empalideció repentinamente. Su mandíbula se desencajó mientras observaba a Claudia con incredulidad y dureza.  

«Quizá he cometido un error presentándome aquí sin más, ¿Pero qué iba a hacer? ¿Ofrecer un rescate anónimo por el ordenador? Ahora entiendo por qué esta tía está tan tranquila».

—¿Me estás amenazando? —espetó a la defensiva.

Claudia se encogió de hombros con indiferencia y Jota prosiguió:

—Creo que no sabes con quién estás tratando, niña. Si intentas joderme, aunque sea lo más mínimo, recuerda una cosa: sé quién eres y dónde vives. Conozco a gente que podría hacerte una visita en cualquier momento si yo se lo pidiera, así que dadas las circunstancias, yo pagaría quinientos euros por esta mierda de ordenador y olvidaría para siempre que nos hemos visto.

—¿Ahora son quinientos? ¿Qué pasa, que mientras hablamos aumenta su valor? ¡Ni que estuviéramos subastándolo por e-bay!

Jota volvió a arrugar el entrecejo. Estaba convencido de que Claudia bromeaba; sin embargo, no entendía qué oscuros motivos podría tener para ello.

—¡Buena idea! —reconoció irónicamente—. Puede que me haya equivocado de medio para deshacerme de este trasto.

—¡Está bien! —Claudia suspiró—. Vamos a tratar este asunto con calma, antes de que se nos vaya de las manos…

—¡No hay nada qué tratar! ¿Lo quieres o no? —resumió Jota.

En ese preciso instante el padre de Claudia salió al porche y se quedó perplejo al ver a Jota hablando con su hija. Su semblante serio y crispado no le inspiró confianza alguna.

—Claudia, ¿ocurre algo?

Jota retrocedió. Quiso salir corriendo, pero en lugar de ello, se quedó petrificado. Si las cosas se ponían peor no le temblaría el puño para golpear al viejo, e incluso tendría tiempo de robarle la cartera si lo tumbaba en el primer asalto.

—No —Claudia sonrió—. Estábamos hablando de un trabajo de clase y no nos ponemos de acuerdo. Será mejor que continuemos esta conversación dentro.

Jota se quedó bloqueado. Pero más se sorprendió cuando Claudia cogió su mano sin temblar y le condujo hacia el interior de la casa.

—¡¿Pero te has vuelto completamente loca?!

Sus ojos se dilataron y recorrieron el cuerpo de la joven de arriba abajo.

—Ponte cómodo —le ordenó ella.

Jota se sentó frente a la mesa del comedor; ya no tenía nada que perder.

Se quedó un buen rato observando la casa. Era espaciosa, pero estaba toda revuelta, llena de cajas y libros por todas partes. Posiblemente estaban en plena mudanza.

—¿Quieres tomar algo? —le ofreció la joven.

Él negó con la cabeza.

—Yo sí tomaré un poco de agua. ¿Seguro que no quieres nada? —insistió.

Volvió a negar sin articular palabra.

La muchacha se dirigió a la cocina y reapareció tres minutos más tarde con un vaso de agua en la mano.

—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —Se atrevió a preguntar—. Dejas entrar a un extraño en tu casa, uno que te ha robado y quiere seguir haciéndolo. Definitivamente tienes algún tipo de problema mental. ¡Y luego pasan las cosas que pasan! Con gente tan confiada como tú, no me extraña…

Claudia se encogió de hombros.

—Créeme, si hubiésemos seguido fuera, el interrogatorio de mi padre hubiese sido peor, además, no quiero meterle a él en esto. Quiero solucionar este problema yo sola.

—Me parece bien —aprobó Jota—. ¿Y cómo piensas conseguir el dinero sin contar con él?

Ella le miró muy seria.

—Podría robarlo.

Tras ver la cara de pocos amigos de Jota se echó a reír.

—Es broma. —Rectificó levantándose animadamente de la silla. Se dirigió a una de las cajas que había sobre el sofá y sacó una cajita de nácar de su interior―. Toma ―dijo depositando una pequeña cadena de oro sobre la mesa—, es todo lo que tengo, bueno, esto y veinte euros.

Jota cogió la pulsera y la observó dándole varias vueltas.

—Tiene una inscripción.

—Me la regalaron el día que cumplí dieciséis años, pone mi nombre. Supongo que al ser de oro te darán algo por ella…

—¿Vas a darme una pulsera de hace años a cambio de este ordenador?

—No tengo nada más —se encogió de hombros—. ¿Aceptas?

Jota la miró una vez más, solo para asegurarse de que hablaba en serio. Y ese pequeño gesto de sus ojos grises consiguió desviarle de su objetivo momentáneamente. Quería dejar en aquella mesa el ordenador y la pulsera para largarse de ahí cuanto antes, pero por otro lado, no era su estilo dejar pasar esa oportunidad e irse de ahí con las manos vacías, y menos después de todo lo que había tenido que soportar.

—Está bien —aceptó—. Acabemos ya con esto.

Cogió la pulsera y se la metió en el bolsillo. Luego, sin vacilar, se dirigió a la cartera de Claudia, que estaba sobre la mesa, y sacó veinte euros de su interior.

—Ha sido un placer hacer negocios contigo. Por cierto, si me permites un consejo… te recomiendo que vayas a un psiquiatra.

Claudia rió y acompañó al chico hacia la salida.

—Adiós.

Jota salió corriendo de la urbanización mirando por el espejo retrovisor. Era la anécdota más curiosa que le había sucedido jamás. Y mira que había tenido la oportunidad de ver cosas curiosas en sus veintiocho años de vida…

De camino a su hogar, encontró una tienda donde empeñaban oro. Aparcó en doble fila y entró en el establecimiento.

—¿En qué puedo ayudarle? —dijo el dependiente a través de un cristal blindado.

—Quiero saber cuánto me daría por esto…

Sacó la pulsera del bolsillo trasero de su pantalón y justo en el momento en el que iba a depositarla sobre el mostrador, se echó atrás. Decidió volver a guardarla y deshacerse de ella más adelante, al fin y al cabo, la reciente venta de los ordenadores de la facultad le había hecho ganar bastante dinero, no necesitaba más por el momento.

Continuará...

 

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