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La escritora (12)

en Amor filial

12

—Hijo, no quiero que nos enfademos, pero tenemos que tener cuidado con estas cosas, pues estoy disfrutando mucho de la intimidad que tenemos juntos en estas vacaciones, de la sinceridad en torno al sexo y todo eso, pero no debemos pasar ciertos límites, ¿comprendes?

—Sí, lo entiendo, yo también tuve mis dudas esta tarde cuando me hiciste aquello...

—Guille, tienes que comprender que tal vez me haya equivocado y en un arrebato de pasión haya hecho algo que no debía, como eso. Así que dame tiempo y mientras tanto vamos a seguir como hasta ahora, ¿vale?

—Está bien mami, procuraré no entusiasmarme de nuevo.

De este modo nos despedimos y nos vamos a la cama.

 

A la mañana siguiente continuamos con nuestras tareas en el cortijo y decidimos pintar una de las fachadas exteriores del mismo. Tras un copioso desayuno en el que apenas hemos mediado palabra comenzamos la pinta de la fachada norte de la casa.

El trabajo discurre monótono y los pensamientos se agolpan en mi mente:

— ¿Estará enfadada conmigo? No debí hacer lo que hice anoche, ¿por qué lo hice? ¿Por qué me atrevía a ir tan lejos? —me digo a mi mismo mientras trabajo.

Lo cierto es que aunque estoy algo confuso un sentimiento claro de deseo se ha arraigado en mi mente hacia mi madre. Deseo su cuerpo, deseo acariciarla, besarla y tocarla, aunque me siento culpable por ello. Me pregunto si ella opinará lo mismo que yo.

Tan absorto estoy en mis pensamientos que al oír un chorrito no me percato de lo que pasa hasta que la veo agachada en el suelo haciendo un pis furtivo.

—Por favor Guille, no mires, es que me ha entrado gana y no me apetecía ir a la casa para hacerlo.

Instintivamente giro la cabeza y sigo pintando aunque la imagen de su coño y del chorrito va a quedárseme grabada en mi mente el resto de la mañana.

En silencio pesa en mi alma y un sentimiento de culpabilidad comienza a inundarla, con lo bien que lo estábamos pasando en los últimos días. Decido probar suerte e intento disculparme de nuevo.

—Perdona lo de anoche, mami, no sé en qué estaba pensando para hacer lo que hice.

Mi madre ser sorprende por mi arrebato de arrepentimiento y piensa unos segundos antes de contestar.

—No le des mas vueltas hijo, lo hecho, hecho está. Yo creo que también tengo la culpa, por no darme cuenta de lo que estaba pasando y creo que te incité un poco al dejarme acariciar por ti, a lo mejor por eso malinterpretaste la situación.

Espontáneamente se acerca hacia mí y me repite que no pasa nada que intente olvidar el asunto y ya está. Me estampa un par de besos y cuando ve que estoy bien me invita a seguir pintando. Aunque ahora parece querer continuar charlando y comienza una conversación sobre si me gustaría hacer algo distinto esta tarde.

—Pues no sé, supongo que a bañarnos como siempre —asiento yo mostrando mi aburrimiento por las alternativas.

Mi madre parece contrariada, es cierto que la rutina diaria comienza a cansar. Pero entonces le surge una idea.

—Ya lo tengo, ¡nos iremos a la playa!

—¿A la playa? —pregunto yo extrañado por la idea.

—¡Sí, exacto! En una hora podremos estar en la playa, si quieres cogemos el coche y nos vamos. Cuando lleguemos buscamos un hotel y nos quedamos unos días.

—Pero, ¿y esta casa? —la interrogo ante su improvisada propuesta.

—Serán unos días, como mucho una semana, supongo, y el cortijo nos estará esperando. ¡Venga vamos a recoger antes de que se nos haga más tarde.

En apenas una hora cogemos lo justo para pasar unos días fuera, y emprendemos la marcha a eso de la una de la tarde. Menos mal que el coche tiene aire acondicionado porque sino nos derretíamos por el camino.

 

En apenas hora y media estamos ya divisando la costa y conforme nos adentramos en la turística ciudad observamos como sus habitantes hacen honor a este adjetivo. Rubios y rubias, pelirojos y pelirojas, mulatos y mulatas denotan su procedencia extranjera en este pueblo antaño repleto de pescadores que malvivían con lo que arrancaban del mar todos los días.

Lo primero es comer, así que mi madre localiza un restaurante, por supuesto abarrotado de gente, y descansamos un poco tras el repentino viaje mientras reponemos fuerzas. Entre el bullicio de gente me deleito con las jovencitas y no tan jóvenes en bañador. Mi madre parece darse cuenta y sonríe con picardía.

—Qué, por ahí el ambiente está mejor que en el pueblo, ¿verdad? —sugiere mi madre sonriéndome.

—Bueno, un poco —afirmo yo quitándole hierro al tema.

Tras la larga comida por fin pedimos la cuenta y pagamos. Ahora comienza un nuevo reto, buscar hotel.

 

Quién lo diría, ya es el cuarto que visitamos en una hora y nos dicen que está completo. Empiezo a verme de vuelta por la noche al pueblo, aunque mi madre está tranquila y me dice que no me preocupe, que ya encontraremos algo.

Al final le comentan que en pueden quedarles habitaciones en un cinco estrellas a las afueras del pueblo, eso si, nos saldrá algo más caro, pero mi madre acepta sin dudarlo y nos dirigimos al mismo.

Sorprendentemente también está lleno, a pesar de que son casi 300€ por noche. El encargado reconoce enseguida a mi madre y se acerca a la recepción saludándola y felicitándola por su último libro. Desde luego no hay nada como ser famoso para que te atiendan bien. Se pone manos a la obra y tras un par de consultas en el ordenador nos ofrece una habitación de matrimonio con una cama, aunque añade que no habría problema en poner una cama más para mi en la habitación.

Mi madre acepta encantada, aunque rechaza la oferta de la cama supletoria, “podemos dormir juntos” asiente, “es mi pequeño” concluye poniéndome colorado delante del encargado. Así que por fin subimos y nos instalamos cómodamente. Descansamos un rato y con impaciencia mi madre me apremia para que me ponga el bañador y vayamos a la playa para aprovechar lo que queda de tarde.

 

El mar está espléndido, con suaves olas y una luz radiante, ya no hace tanto calor como al medio día. Hemos venido en un minibús que el hotel posee para cubrir los aproximadamente dos kilómetros que nos separan esta fina arena amarilla.

Mi madre extiende su toalla y se libera de la ropa con presteza. Para mi sorpresa se quita la parte superior del bikini y se dispone ha hacer top-less como cualquier mujer liberada. Tras la untura de cremitas de rigor comenzamos a descansar y tomar el sol encima de la toalla. Ella lee y yo, escondido tras mis gafas de sol observo el paisaje...

Hay muy buen ganado en esta playa, concluyo tras unos minutos de observación. Y así apuramos los últimos rayos de sol. Definitivamente esto sí es vida.

PD.: Si te gusta lo filial, Caluroso verano (B072Q4YM6H) es una deliciosa novela que cuenta las corredurías de una madre y su hijo, como en esta novela, en un inolvidable verano, puedes leerla en amazon a través del código entre paréntesis.

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