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Me gustaría que le echaras un polvo a mi amiga

en Confesiones

Sé que sería el sueño erótico de muchos pero he de confesar que esta frase me la dijo una novia mía por sorpresa en el momento más inesperado y… desgraciadamente nunca volví a oírselo ni a ella ni a ninguna otra pareja que he tenido hasta hoy.

Ocurrió al inicio del primer verano que pasé después de empezar a trabajar en Madrid. Tenía por entonces 24 años y había conocido a una chica, Olga, con la que llevaba saliendo apenas unos meses. Vivíamos cada uno en pisos diferentes, ella con una compañera y yo con dos amigos.

No es que fuera una bomba sexual pero manteníamos relaciones con la frecuencia que nos permitía el trabajo, así que los fines de semana solía ser nuestra oportunidad, bien en su piso o en el mío.  Normalmente nos entraba el apretón y directamente la penetraba y punto, aunque en alguna ocasión habíamos tenido sesiones más tranquilas en las que disfrutaba con el sexo oral. A ella que se lo hiciera no llegaba a provocarle orgasmos pero a mí me encantaba notar mi polla acariciada por su lengua y verla dentro de boca. Eso sí, me hacía sacarla para correrme porque desde la primera vez que me corrí dentro, que casi la ahogo, no había querido volver a probarlo.

Cuento todo esto porque llegó el verano y por primera vez fuimos juntos a la playa, para disfrutar de un pequeño puente de tres días. Íbamos a la casa de una amiga suya, Marta, que había sido compañera de piso.

La primera noche fue previsible, llegamos tarde a Altea, en Alicante, lo justo para cenar con Marta y dormimos en el cuarto que era de los padres de Marta, en una cómoda cama doble en la que pudimos echar nuestro primer polvo veraniego antes de dormir y el segundo al despertarnos.

Pero al día siguiente fue cuando por sorpresa la tensión sexual se disparó. Y es que para pasar el día en la playa compramos algo de comida y Marta nos preguntó si queríamos ir a la playa más cercana, de piedras, o a una cala muy tranquila y con algo de arena que estaba más lejos, donde se podía hacer nudismo pero  en la que, aclaró, cada cual podía hacer lo que quisiera. Para mi decepción Olga dijo que le parecía bien ir a esta cala pero que ella no se desnudaría a lo que Marta respondió que ella tampoco, que le gustaba ir por lo bonita que era la playa pero que nunca había hecho nudismo. Así que la palabra nudismo me excitó pero sus comentarios de después me hicieron pensar que sería un día cualquiera de sol y baños.

Lo sorprendente fue que como era el primer día de playa que tenía con Olga, descubrí al cambiarnos en la habitación que usaba bikini, con la parte de arriba muy normalita pero con braga tipo tanga que dejaba al descubierto todo su culazo. También iba a llevar bikini Marta aquel día según adiviné por cómo se le marcaba en la camiseta que llevaba puesta al salir.

Por cierto he decir que las dos chicas tenían buenos cuerpos; Olga era de estatura mediana, delgada, rubita y con una silueta fina, pechos tirando a pequeños y una cintura un poco ancha que le hacía tener un culito ancho y fino, como ella. No era explosiva ni mucho menos pero su bonita sonrisa, sus bonitos labios y la forma que tenía de sacar partido a su cuerpo hacían que muchos chicos se la quedaran mirando por la calle y casi en cualquier sitio por el fuéramos.

Marta tenía desde luego una medidas bastante más exhuberantes, alta como yo, de pelo rizado, se notaba que le gustaba marcar sus buenos pechos y los pantalones ajustados mostraban un culo en que a cualquiera le gustaría perderse. No sé por qué nada más conocerla me dio por pensar que al ser muy morena sus pezones y su coño serían también muy oscuros…

En fin, que cogimos nuestro coche y allá que nos fuimos a la cala, una playita a la que había que bajar por un endemoniado camino de escaleras. Bajada que en seguida dí por buena tras encontrarnos al nivel de la playa de frente con un par de chicas totalmente en pelotas y depiladas tumbadas al sol, a las que miré con tanto descaro que ocasioné la primera mirada de reproche de mi chica aquel día, a la que seguirían otros muchas.

Intentando mantener la vista al frente, cruzamos la cala aunque adivinando por el rabillo del ojo que la mayoría de los bañistas con los que nos cruzamos, no creo que llegaran a veinte, eran gente joven como nosotros y casi todos también desnudos por completo. Apenas ví algún tanga y desde luego ningún chico vestido.

Con este panorama llegamos a las rocas y nos instalamos; dejamos las toallas, sombrillas y bolsas a cubierto y con tranquilidad me quedé en bañador y me tumbé. Mi sorpresa fue cuando observé que las dos chicas, con naturalidad, se habían quitado no solo las camisetas sino las partes de arriba del bikini, dejando sus pechos al aire. Y es que resultó que Olga habitualmente hacía topless, al igual que Marta. Además esta última, como me imaginaba, tenía unos preciosos pezones negros muy puntiagudos, siendo sus pechos, gruesos y apretados, formando un canalillo me hizo imaginarme lo apetecible que sería que me hiciera una paja cubana.

Ese día fue todo un espectáculo de cuerpos desnudos y de mis dos chicas luciendo casi todo su cuerpo. Las dos llevaban tanga tipo hilo dental, así que realmente disfruté de toda su anatomía excepto sus coños, que eran de los pocos que no se paseaban por aquella playa. Había chicas depiladas por completo, otras con su triangulito bien recortado y un par de chicas perroflautas que no solo tenían barbas en los bajos sino que también lucían pelos en los sobacos.

Aunque en más de un momento me empalmé, el único rato de excitación auténtica fue durante la siesta, cuando Marta se echó a dormir y yo, con el apretón de ver tanta chica desnuda, cogí una mano a Olga y se la metí en mi paquete para que me aliviara. Sólo una vez lo habíamos hecho en un lugar público, en un parque, en el que notándome empalmado me había metido la mano en el pantalón hasta hacerme que me corriera mientras no muy lejos paseaba gente alrededor. Esta vez fue más excitante, ya que al no estar viéndonos Marta y encontrarnos en un rincón me bajó el bañador y con todo el paquete al aire me masturbó lentamente hasta hacer soltar un buen chorro sobre la toalla. Me subí el bañador, nos bañamos para lavarnos y ahí quedó la cosa que, aparentemente, habíamos hecho sin que Marta lo notara.

Estuvimos de playa hasta la caída del sol, cuando recogimos todo y nos volvimos al apartamento para descansar. A la noche, salimos a cenar a una pizzería cercana y después nos metimos en una pequeña discoteca donde nos vinimos arriba y con las copas empezamos a hablar de lo que habíamos visto en la playa. De si las chicas estaban mejor depiladas o peludas, del chico que tenía un pollón enorme y que las dos habían visto y habían disimulado no ver… Hasta que por sorpresa Marta nos preguntó si habíamos disfrutado con la paja de media tarde. Nos confesó que se había mantenido con los ojos casi cerrados pero que la despertamos con el “mambo” y que se había excitado mucho viéndonos. Es más, nos confesó que había descubierto aquella playa con un novio nudista al que le encantaba ir y con el que más de una vez había follado allí mismo y que era una experiencia que nos recomendaba hacer. Pero sexo de verdad, nada de pajoteos.

En el camino de vuelta a casa aún seguimos hablando de sexo hasta el punto de que Marta nos dijo que llevaba ya tiempo sin follar y que le resultaba insoportable, que no quería polvos con desconocidos pero que realmente se moría de ganas por tener un revolcón. Fue en aquel momento, para mi sorpresa, cuando a Olga se le ocurrió decirme con toda normalidad que como era tan buen chico “me gustaría que le echaras un polvo a mi amiga”.

Sorprendidos por la frase, los tres nos echamos a reir, pero mi chica siguió insistiendo con el curioso argumento de que ya que estábamos en su casa, que qué mejor regalo podíamos hacerle. Marta y yo nos mirábamos con cara de incredulidad, pero lo tenía tan claro Olga que cuando llegamos al piso directamente nos llevó al dormitorio y nos dijo que aunque ella no lo había hecho nunca, que quería que hiciéramos un trío y, sobre todo, que tenía que dejar bien follada a su amiga Marta.

Realmente a mí me parecía cojonudo el panorama y aunque ponía cara de asombro, no me opuse en absoluto y creo que a Marta le pasaba igual. Sin más historias, los tres nos desnudamos alrededor de la cama y, sin saber muy bien cómo hacerlo nos tumbamos para hacer el trío. En su papel de amiga atenta, recuerdo que lo primero que pasó fue que Olga sacó un condón de uno de los cajones y me lo puso en mi pene, ya en aquel momento tieso ya como un mástil. Sin más, y me dijo literalmente que empezara por Marta. Y así hicimos, lo primero que hice fue besarla, nos acariciamos el cuerpo y ella decidió darse media vuelta, ponerse a cuatro patas y arrimárseme de culo para que la penetrara. En aquel momento ví su ojete, bien negro y los labios también muy oscuros. No me costó nada metérsela y estuve follándola un buen rato mientras me besaba con Olga y le intentaba masturbar, aunque lo que más me apetecía en aquel momento era disfrutar de los apretones que daba contra el precioso culo moreno de Marta.

Deseando ver el resto de su cuerpo, saqué la polla y le dije que me iba a tumbar y que me montara y así hizo, fue un espectáculo verla abrirse de piernas y cogerme la polla con su mano para hacer que entrase en el coño. Ya encima y ensartada, empezó a subir y bajar sus caderas haciendo que las tetas se movieran como flanes.

Supongo que hay supertíos que pueden follar bien a dos mujeres a la vez, pero yo aquel día aguanté poco más, viendo que me iba a correr la empujé para que se saliera, me quité el condón y en seguida noté la mano de Olga, que me conocía bien, que me pajeó hasta que eyaculé sobre mi barriga. Y ahí acabó el trío en el que realmente lo que hice fue follar a Marta y tener a Olga casi de espectadora.

Marta se fue a dormir a su cuarto y yo pude ponerme al día con Olga a la mañana siguiente esmerándome por hacerle un buen misionero que la puso a tono para que luego me montara y se corriera sobre mí, que era como más le gustaba hacerlo.

Aquel día nos levantamos y nos comportamos como si nada hubiera pasado entre los tres la noche anterior, callejeamos por Altea de compras y al caer la tarde fuimos a la playa cercana, llena de bañistas, la mayoría familias, donde las dos usaron el bikini completo. Noche tranquila, sin copas y retirada temprana a casa.

Y finalmente llegó el lunes, día en que nos íbamos. Desayunamos en pijama y al acabar Olga se fue a la ducha. Apenas había empezado a sonar el agua cuando Marta, que sólo llevaba puesta una camiseta, se me acercó y me quiso dar las gracias a su manera por lo de la noche anterior. Me susurró que lo había disfrutado mucho y, mientras me daba un muerdo, noté que deslizaba una mano dentro de mi pantalón y que me estaba sacando la polla para pajearme. No lo dudé, la paré y le hice quitarse la camiseta para hacer que la paja fuera entre sus tetas. Debió resultar un poco cómico, porque con la tensión de tener a mi novia en el baño aquello ocurrió entre nervios y prisas. Pero lo cierto es que apenas empecé a frotar el miembro entre sus apretadas tetas me excité de tal forma que empecé a bombear lefa sobre ella como si fuera el último polvo de mi vida... Ver los chorros de semen repartidos entre los pechos y acabar refregando la punta de la polla, húmeda, entre sus pezones, fue glorioso.

Pringada y goteando la corrida que le había disparado, Marta cogió un trozo de papel de cocina, se secó las tetas y los goterones que habían caido al suelo y en un momento se volvió a poner la camiseta como si nada hubiera pasado.

Una hora después nos montábamos en el coche y nos volvíamos a Madrid. No puedo decir que aquello fuera un trío en el sentido estricto, pero sí que ha sido lo más cerca que he estado de hacerlo y que las dos corridas con Marta fueron bestiales y que aún siguen excitándome con solo recordarlas.