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Un historia contada duo I

en Sexo con maduros

Esa noche estaba especialmente cansada, mientras Luis acariciaba mis pechos, tras haberme despojado de mi camiseta, una de sus manos, abandonó mis tetas para perderse entre mis muslos, ante las miradas lascivas que no perdían detalle tras el cristal, porque Luis no me estaba haciendo el amor, estábamos trabajando, porque él no era mi amante sino mi cuñado, el marido de mi hermano. Os preguntareis como se llega a “nuestra oficina” como llamaba yo, esa habitación rodeada de espejos, tras los que había una cabina y desde ellas podían vernos. Pues la cosa es fácil, por la familia, mi única familia eran ellos dos y por dinero.

Desde que tengo uso de razón, mi hermano trece años mayor, siempre se encargó de mí, ya que mi madre, nos dejó cuando era un niña y nos quedamos con mi padre, cuando él también nos dejó, nos quedamos solos y luego apareció Luis, casi diez años mayor y formamos una familia de tres. Ellos se dedicaban a eso, con otra chica hacían un “trio” en directo, yo estudiaba y ellos se encargaban de todo, hasta compraron una casita, se casaron y nos mudamos, luego Dani, mi hermano tuvo un grave accidente, Laura la “socia” los abandonó y a pesar de costarme días convencerles, para sustituirles a ambos, terminé convenciéndoles de que haríamos un buen tándem y vendí bien la idea, del madurito y la colegiala, yo podía aparentar unos menos, Luis alguno más, y los más de veinte años que nos separaban, obraron el milagro y al jefe y a los “clientes” les gustó la idea, tanto que cuando mi hermano volvió, tres meses después, me quedé con la sesión de en medio los jueves, viernes, sábados y domingos, la primera y la última, así como el resto de la semana la hacían ellos y yo seguí estudiando. Y como la idea era montar algo, cuando acabara mis estudios, para que todos dejáramos “la casa del sexo”. Cuando me ofrecieron los bailes en privado, acepte hacerlo los sábados, ya que el dinero era más que jugoso y solo tenía que bailar en privado, para alguno sin que ellos pudieran tocarme. A los míos no les gustó demasiado, pero tenía 21 años, era mi decisión y me empeñé en probar.

El sábado teníamos un pase extra, en el piso de arriba había un salón y en él se celebraban fiestas privadas.

—Tu hermano, sigue enfadado por el bajón, que has dado en los estudios desde que empezaste con esto, quizás deberías plantearte dejarlo.

—Ya me voy centrando, me dispersé un poco cuando venia todos los días, dadme tiempo –discutía con Luis, mientras nos cambiábamos.

Cuando entramos la fiesta, estaba en pleno apogeo, había mesas y sillas rodeando la cama, en la que íbamos a hacer el espectáculo y en el fondo una mesa larga con comida y bebidas, que ya todos se habían servido.

Luis me llevó de la mano a la cama y me sentó en el borde de esta, captando la atención de todos. Esa noche había elegido un vestidito liviano blanco, de pequeñas florecitas azules por encima de mis rodillas, unas braguitas de algodón también blanco sin encaje, ni puntillas y me había hecho una trenza suelta de lado, sandalias planas y me había maquillado, para que pareciera que no iba maquillada, total aspecto de lo más puritano y virginal, por otro lado y como siempre, Luis se había añadido años, con su atuendo de pantalón de pana gruesa, camisa y chaquetilla de punto, con gafas de pasta y no se había afeitado.

De pie ante mí, me levantó la cara con dos dedos en la barbilla y se inclinó para besarme, mientras una de sus manos sobaba mis tetitas sobre el vestido, un par de segundos antes de colarse dentro por el escote.

Mientras yo le miraba con inocencia, él dejaba que un tirante resbalara, y desnudaba primero uno de mis pechos y luego el otro, dejando que el cuerpo del vestido bajara a mi cintura. Se oyó algún suspiro mientras sus manos amasaban mis pechos, se arrodillaba ante mí y mientras acercaba su boca a mis pezones, sus manos separaban mis muslos y subían la faldita del vestido. Sus nudillos friccionaban ahora mi sexo sobre mis braguitas, su boca mordisqueaba mis pezones… entonces, vi esos ojos por primera vez y durante todo el espectáculo, fui consciente de esa mirada y si bien, estaba más que acostumbrada a ser observada, esta vez era diferente, su mirada era distinta. Inquisidora, penetrante… desentonaba entre las miradas, simplemente lascivas que nos rodeaban, como si en el fondo quisiera estar en cualquier otro lugar y a pesar de ello algo le impidiera irse.

Cuando terminó el espectáculo, me sentí ridículamente nerviosa mientras volvía a ponerme el vestido tras un biombo y abandonaba la sala por la puerta de atrás, no sin antes buscarle entre la gente sin encontrarle y pensé que al fin hubo logrado escabullirse, como parecía desear en todo momento.

El lunes, volví clase después de una nueva charla en casa, mi hermano me había vuelto a regañar por haber dejado de lado mis estudios desde que trabajaba.

EL

No podía creer que me hubiera dejado convencer por Luisa para sustituirla un mes y dar sus clases, pero no había podido negarme cuando me expuso sus motivos personales.

Llegué antes de lo que había quedado con el director en nuestra reunión del viernes pasado y me preparé, para recibir a los veinte alumnos, que poco a poco empezaron llegar y a ocupar sus sitios.

—Gabriel, va sustituir a Luisa lo que resta de mes, ya que ella ha tenido que ausentarse por motivos personales. Os dejo con él –dijo el director, a los que serían mis nuevos alumnos

Me levanté, dispuesto a presentarme y cuando eché un vistazo a los que iban a ser mis alumnos, me quedé helado; parado en mi recorrido de caras al verla y reconocer a la chica que me miraba igual de alucinada.

Esa boca, esos ojazos…joder, era la chica del espectáculo, unos minutos antes de verla, estuve tentado a irme de ese antro y al verla, no solo me mantuvo clavado en mi silla, sino que hizo que cada célula de mi cuerpo deseara poseerla, hasta el punto que terminé, masturbándome en el baño, como un estúpido colegial, para poder salir de allí andando y pensando con claridad.

No me podía creer que ese hombre, fuera mi nuevo profesor, siempre había mantenido mi “otra vida” lejos de la universidad, ni siquiera mis amigas sabían a que me dedicaba, incluso optaba por vestir con vaqueros y camisetas holgadas, con botas militares para pasar lo más inadvertida posible y ahora nada menos, que lo sabía el profesor…aunque también barajé la posibilidad remota, de que no me hubiera reconocido. Eso me relajó e intenté concentrarme en la clase, puesto que él no demostró ni dijo nada.

En los pasillos, no era míster popularidad ya que era más bien hosco con todo el mundo, alumnos y profesores, por supuesto también conmigo.

Llevaba dos semanas dándonos clase, cuando me di cuenta que una de mis profesoras más insufribles, le hacía ojillos y le perseguía por los pasillos dándole conversación. Yo que ya no podía verla, le cogí aún más manía al verla tontear con él y cuando un día en su clase hubo un problema con un de mis amigas, terminé metiéndome y acabamos ambas en dirección.

La cosa fue a más y otro día en una discusión entre ambas, él pasaba por el pasillo y para mi cabreo el salió en su defensa y yo le insulté, con lo que me gané otra visita dirección y cuando ella que seguro que se tiraba al director se quejó, me expulsaron un par de días.

Cuando volví clase, él estaba aún más irascible que de costumbre, distante y frio como siempre, pero en especial conmigo y cuando regañó a mi amiga volví a meterme, justo en ese instante la bruja, nos vio y volvió quejarse, esta vez me expulsaron una semana.

—Es una bruja, me tiene manía –le grité a mi hermano mientras me cambiaba esa noche

—Céntrate o vas a tener que dejar esto nena, quiero que termines tus estudios

—Sabes que tu hermano, tiene razón pequeña –dijo Luis, conciliador mientras salíamos a hacer el espectáculo.

Cuando ya terminaba el espectáculo, un rápido movimiento en la sombra, tras el último cristal llamó mi atención, todas las luces de las cabinas estaban encendidas, a los mirones no les importaba que les vieran, es más les ponía que lo hiciéramos, pero esa luz había estado apagada todo el tiempo y la había creído vacía hasta ver una sombra y me hizo preguntarme quien se escondería en la oscuridad, pero era tarde y la sala me esperaba.

Cruce la casa, pasé por el salón donde había parejas liberales, que iban intercambios, salí a otro pasillo y entré en la sala, donde había una barra y un escenario, donde había chicas bailando y sobre todo, hombres tomando algo. Me acerqué a la barra y pedí un refresco, mientras esperaba, a ver si esa noche tenía algún baile privado, siempre se acercaba alguno, sobre todo de los que antes había estado en las cabinas y volví a pensar en la que estaba a oscuras…

— ¿Podemos hablar un momento?

Supe en ese instante, quien estaba a oscuras, era Gabriel, mi profesor.

—Podemos, si acepta las reglas del juego

—Alguien ya me ha informado que usted baila en privado, que puedo mirar pero no tocar, la cuestión es que yo quería hablar de lo que paso ayer, la cosa se desmadró

— ¿Y? ¿Acepta las reglas? –quería picarle un poco, hacerle salir corriendo

Y entonces, para mi sorpresa se metió la mano al bolsillo y puso dos billetes de cincuenta sobre la barra.

—Si así lo quiere Sara, que así sea.

Tardé unos segundos en reaccionar, tan nerviosa como excitada, aunque quisiera negarlo, cogí el dinero con una mano, su mano con la otra y cruzamos la sala. Recogí la cortina de cristalitos y entramos a una diminuta salita, en la que había en el fondo de esta un cómodo sillón plaza y media, donde le pedí que se sentara y una mesita donde dejé mi bebida y él la suya.

La música de fuera, se colaba aunque más floja. Había ido allí para echarle una mano, en el fondo me sentía en deuda con ella, por no haber frenado a esa estúpida profesora, cuando se metió donde no la llamaban, pero también porque esa criatura del demonio, que empezaba a contonearse frente a mí, necesitaba centrarse en sus estudios, retomarlos donde hacía meses los había dejado, para ir descendiendo poco hasta la traca final sino quería echarlo todo al traste.

—Tenemos que hablar

—Puedes hacer lo que quieras, menos tocarme –le dije, sentándome en sus muslos a horcajadas

—Esta tarde, en la reunión todos los profesores han coincidido en que tu nivel ha bajado muchísimo…tu comportamiento… –no paraba de menear su redondo culo sobre mi sexo

— ¿Siempre que regaña a sus alumnas, se le pone así de dura profesor? ¿Quieres que crea, que está aquí para reprenderme? Si quisieras solo eso, habría esperado a hacerlo en su despacho, además no fue culpa mía esa zorra no puede verme, entre otras cosas porque querría ser ella quien te la pusiera así profesor…

—Sara, estate quieta joder –le dije, con la respiración entrecortada

— ¿De verdad quiere que paré profesor? Su polla no miente –le dije, acariciando el bulto que mantenía la tela del pantalón tirante entre ambos.

Aproveché que cerró un momento los ojos, para quitarme la camiseta y quedarme solo con el minúsculo pantaloncito, que apenas cubrían del todo los cachetes de mi culo y llevé sus manos precisamente a la carne que estos no cubrían.

—Mírame, dime que no me deseas profesor y volveré a ponerme la camiseta y nos veremos el miércoles en clase.

Joder era fácil, solo tenía que apartar mis manos de esas redondeces perfectas y duras, solo tenía que dejar de admirar ese par de tetitas desafiantes, con esos pezones puntiagudos que apuntaban al frente… el camino más corto era siempre la línea más recta, porque dar más vueltas, para terminar en lo inevitable…la deseaba y los dos lo sabíamos incluso antes de que mis dedos aferraran con más fuerza su carne, antes de que mi boca bajara a devorar las pequeñas cimas que coronaban sus preciosas tetas…

Enfebrecida desabroché su pantalón, liberé su erección mientras él devoraba mis pechos, sus manos amasaban mi culo mientras yo tallaba su polla.

—Fóllame profe –susurre doblando ligeramente su falo

Totalmente fuera de mí, aparté a un lado la tela de su pantaloncito y ella guio mi mástil, recorrió su rajita húmeda y colocándolo en la entrada se aferró a mi cuello y mi polla resbaló lentamente en su prieta y calienta cueva, mientras ambos aullábamos como posesos disfrutando de cada centímetro ganado en su interior, hasta que volvió sentarse sobre mis huevos, terminando de quitarme el pantalón, que le molestaba para frotarse con mi pubis. Apenas se movía, solo se balanceaba, pero su vagina me apretaba y me soltaba matándome de placer. Tras un gemido gutural, gritó que se corría y un torrente de lava, bañó mi polla en su interior, mientras los espasmos de su orgasmo la apretaban más, lamió mi boca y mordió mis labios, haciendo que devolviera cada gesto, encendiéndome, derritiéndome… Dios esa niña era lo más salvaje, morboso y excitante que me había pasado en la vida…

—joder Sara, joder…

Me besó suavemente parando unos segundo y después arqueándose hacia atrás, con mi sexo aun dentro, apoyó las manos en mis rodillas, subió los pies apoyándolos cada lado de mi cuerpo en el sofá y abriéndose bien, me enseñó como mi falo, desaparecía dentro de ella mientras su culo, frotaba mis pelotas…

—Tócame, Gabriel

Y estiré la mano para frotar su clítoris como un poseso, mientras ella frotaba su culito…y de nuevo el calor, la succión de su orgasmo…

—Sara –supliqué agónico

Agarró mi mano y se incorporó mientras liberaba mi polla, la agarraba fuerte por la base y mientras la humedad de su coñito resbalaba por mis huevos, su mano tallaba con dureza mi polla, un segundo después el primer trallazo de semen mancho sus tetas, aullé con el segundo y jadeé con el tercero sin que dejara de masturbarme con dureza, sacando hasta la última gotita, dejando su cuerpecito lleno de semen.

—Vaya profesor, creí que dar clases era lo mejor que sabía hacer, pero me equivoqué…madre mío que rico follas Gabriel. Tenemos que salir o nos llamaran la atención. Ve al baño aquí al lado si quieres asearte –quería seguir pareciendo frívola, seguir en mi papel de “chica experimentada” que era lo que suponía le había atraído a ese local.

Joder me sentía tan estúpido, viendo a esa chiquilla salir entre las cortinas tintineantes, como si nada, cuando yo apenas podía respirar con normalidad, después del mejor polvo de mi existencia. Salí de allí sintiéndome un idiota, con una sonrisa de satisfacción en la cara y un hueco considerable en mi autoestima, por haberme dejado embaucar por esa chiquilla, que solo había jugado, a demostrarme el poder que su cuerpo juvenil ejercía sobre mí, consiguiendo hacer que perdiera la cabeza… yo al que mis amigos llamaban iceman y del que ahora se reirían a carcajadas, al verme salir de ese chiringuito con la cabeza baja.

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