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Lara continuación

en Trios

Si leéis el primer relato, este os sabrá mejor.

— (Parte primera de la continuación) —

Hace dos días me llamó por teléfono Carolina, la hermana veinteañera de Lara, quería que tomáramos café y que yo le contara los detalles del encuentro sexual que tuve con su hermana y con su cuñado; encuentro del cual ella presenció el final.

Ya me había dicho Lara que su hermana quería quedar conmigo, ella lo entendía, porque sabía lo morbosa que es su hermana Carolina. Me dijo Lara...

—Juan, ella es muy abierta con solo veinte años que tiene, puedes contárselo todo, total, nos vio a los tres allí liados.

—Lara, pero es posible que quiera otra cosa conmigo, no conociéndome de nada es raro que quiera que yo le cuente. Mi instinto me dice que quiere algo más... mejor que se lo cuentes tú, ¿no?

—Como te digo, ella es muy morbosa, y quiere saberlo desde tu punto de vista, conmigo no sería lo mismo. No creo que quiera otra cosa contigo, eres muy mayor para ella; tú con cincuenta y cuatro y ella con veinte, la verdad es que no creo que quiera nada más.

—Lara, tú tienes treinta y te gusto.

—Mucho Juan, pero ella tiene diez años menos que yo; y no creo. Aunque con el encanto que tienes no pondría la mano en el fuego. Juan, yo la he mandado contigo para que le cuentes, solamente, porque aunque es muy moderna y abierta de mente, no está rodada en el sexo, ¡vamos!, que me dijo hace poco que todavía no ha encontrado alguien apropiado para que "la estrene”. Por favor, si fuera como tú crees no la desvirgues, deja que el primero que se la meta en el chocho sea uno de su edad.

—Vale, Lara.

Quedé con Carolina en una cafetería de moda, un lugar con una estética elegante. Ella llegó a las cinco y media de la tarde, yo la esperaba desde las cinco y cuarto. No iba tan moderna en el vestir como cuando entró en el piso de su hermana y nos sorprendió en el trio. Al verla entrar en la cafetería quedé encantado con su desenvoltura, era foco de atención. Llevaba una minifalda y una blusa que le sentaban de escándalo, intentaba parecer mayor. No obstante, su cabeza afeitada en un lateral y el piercing en su nariz, delataban sus tendencias.

Nos sentamos en una mesa apartada. Ella olía a rosas y a recién duchada. Labios color rojo inglés, su juventud y su belleza me gustaban mucho.

Nos besamos en las mejillas, yo también iba perfumado y bien vestido. La diferencia de edad se notaba en el espejo que teníamos enfrente, mis cincuenta y cuatro años, aun bien llevados, no podían competir con la belleza de una jovencita de veinte años, es muy guapa.

Pedimos café, Carolina me miraba y sonreía, seguro que recordaba la escena que vio en casa de su hermana, cuando la pareja me la acicalaba.

No esperó mucho para preguntarme e iniciar una conversación que en un principio me hizo sentir incómodo, pero que en el transcurso de la misma, me hizo sentir muy excitado, mucho; la chica sabía llevar una conversación, por algo es universitaria. Comenzó preguntándome cosas normales...

—Juan, ¿yo te gusto?

—Mucho, eres preciosa.

—Gracias. Mi hermana y tú, ¿cómo surgió aquel encuentro?

—Yo vendo donde trabaja ella y nos traíamos desde que nos vimos la primera vez.

—Juan, dime, mi cuñado como llego a participar, ya sé que tuvo aventuras con hombres, ¿pero junto con mi hermana?, joder tío, que te la estaban jalando entre los dos.

—Tu hermana le dijo a su marido que lo haríamos allí. Él le había dicho a tu hermana que si quería tirarse a algún hombre en pago por las aventuras de él, que allí podía hacerlo allí mismo si quería, que no tenía que esconderse. Ese día Pedro, al saber que lo haríamos estando él en el piso, se fue caldeando y pidió tocármela. A tu hermana le hizo sentirse superior el hecho de que, ¡no solo lo hiciéramos con él allí como venganza y castigo!, sino que además él me la meneara.

— ¿Te los follaste a los dos antes de llegar yo?

—Solo a tu hermana, mientras tu cuñado me cogía los, ya sabes, desde atrás.

Siguió preguntando más de media hora y yo le conté hasta el último detalle de aquellos dos encuentros con su hermana y su cuñado, el que fue mi primer relato y el segundo y último encuentro hasta entonces, que no he relatado. El final de la larga conversación fue este; me dijo Carolina...

—Juan, que fuerte me pareció ver de sopetón a mi cuñado, un tío tan serio en mi presencia, y a mi hermana, más poquita cosa que yo, ¡comiéndote la polla los dos a la vez!, y que polla. Tienes un buen rabo, tío, no por grande, que también, es por lo robusta que la vi, y proporcionada.

—Gracias Carolina, estaba muy excitado.

—Excitada me puse yo, que llegaba algo cansada de la universidad y, al ver la escena, me sentí muy húmeda, mucho. Me da algo de vergüenza decírtelo ahora, pero necesitaba verte desde aquel día, ¿sabes cuántas veces me he tocado y corrido desde ese día pensando en esa escena y en ti, y en tu garrote?, un montón.

—Ahora soy yo el que está avergonzado, Carolina confesarme que te has pajeado pensando en mí, imaginando estar conmigo, tu, una chica tan joven; que no querría nada en la vida real conmigo, me hace sentir más joven. Preciosa, gracias.

—Juan, y, ¿cómo sabes tú que no querría nada contigo en la vida real?, no eres tan viejo, y te miro la cara y es que estas muy bueno todavía, y muy interesante.

— ¿De verdad?, mira que te tomo la palabra.

—Jajaj, o puedes tomarme a mí ¿no Juan?, jajás. ¿Cuántos años tienes?, se te ve maduro, pero guapo, ¿cuarenta y siete?

—No Carolina, tengo cincuenta y cuatro.

—Joder tío, pues los llevas de puta madre. ¿Sabes?, siempre me han atraído los titis maduros, me siento frágil y excitada en presencia de los que me parecen atractivos y seductores, como contigo ahora.

—Estas excitada ahora, ¿aquí tomando café?

—Sí.

La verdad es que yo también lo estaba, pero no quise confesárselo, para que no me viera un viejo salido, aún. Acabamos el café y nuestras miradas llenas de deseo se cruzaron, Carolina carraspeo y me dijo...

—Juan, he quedado hoy en ir a casa de una amiga a estudiar, dormiré en su casa y pasaré mañana el día con ella. Tengo que coger dos autobuses, ¿me llevas tío?, y seguimos hablando por el camino.

—Sí, claro, digo por supuesto Carolina.

Saqué mi coche del parking y salimos. La dirección que me dio era a las afueras de la ciudad. Ya había anochecido, con el cambio de hora enseguida es de noche. Carolina empezó a contarme historias de la universidad, pero de pronto se calló unos minutos y me dijo después...

—Juan, el otro día quedé admirada de la erección tan potente a tu edad, y más tú allí de pie, y mi hermana y mi cuñado comiéndotela de rodillas; ¡fue bestial! además tu polla es muy atractiva. Desde ese día mi cuñado no es tan estricto conmigo como lo había sido desde que me vine a vivir con ellos para estar cerca de la universidad. Juan, ¿tomas algo para ya sabes?

—No tomo nada, de verdad, solo fue un subidón, chica guapa. Carolina, yo cuando me excito es como si me encendiera, y no he tomado nunca nada, porque si pienso en tomar alguna pastillita, me siento extraño y no lo hago.

—Juan, como te dije en la cafetería, me he metido el dedo muchas veces imaginándote.

No dije nada —ella siguió hablando.

Salimos del casco urbano, la urbanización está cerca de un parque natural donde empieza la montaña, teníamos aún diez minutos de carretera antes de llegar a casa de su amiga, me lo decía el GPS del móvil.

Carolina volvió a hacer un silencio, después me dijo...

—Juan, ¿te la puedo tocar?

—No sé, eres tan joven que creo que no lo merezco, aunque sería estupendo, pero voy conduciendo.

—Solo acariciarla.

—Bueno, si solo es eso, muchas gracias Carolina, eres una joven tan especial.

Dije bueno por no decir estupendo. Una chica de veinte años, preciosa, moderna; tan moderna que llevaba un piercing en la nariz y la cabeza rapada a un lado, esa chica joven quería acariciar mi pene, un pene de cincuenta y cuatro años. Mi pene empezó a desperezarse.

Carolina bajó la cremallera de mi pantalón de tergal, alargando las manos para no estorbarme mientras conducía. Como una ratita ágil, metió su mano en mi bragueta, dentro de los calzoncillos; y sin sacarla al fresco, empezó a acariciar pene y testículos muy suavemente. Cuando ella empezó mi pene estaba inflamado, pero no duró. Le daba pasadas como si este fuera el lomo de un perrillo, ¡joder que gustazo! Sus manos son muy suaves. Mi pene estaba ya "embutido al vacío" dentro de los calzoncillos, con la mano de ella aplastada dentro, por la presión de una erección creciente. Carolina sacó mi miembro fuera del pantalón y este se alzó firme, pero peligrosamente cerca del volante, el cual me gusta llevarlo bajo.

Vi un camino junto a la carretera, ya era noche cerrada, con la luz larga alumbrándome buscaba un hueco donde parar. Carolina mientras tanto ya había empezado a meneármela. El camino acababa a escasos cien metros de una casa semiderruida. Aparqué en la puerta sin parar el motor y puse más fuerte la calefacción, al tiempo que apagaba las luces del coche. Eché el cierre centralizado y desplacé mi asiento hacia atrás para dejarla hacer. Vi sobre nuestras cabezas, a través del parabrisas, una luna creciente que nos alumbraba, nuestros cuerpos se veían en tonos azulados.

Carolina estaba como loca, me la meneaba compulsivamente, con fuerza, su mano, no muy grande; apenas podía rodear mi pene, duro ya como un espinazo. Carolina soltó "la captura" y con las dos manos se quitó las braguitas y la minifalda, desabrochó su blusa y se la quitó también, luego hizo lo mismo con el sostén.

Su cuerpo era una escultura griega, ¡perfecto!, su cintura se podría coger con una mano, casi como la base de una copa de vino. Sus pechos, aun siendo pequeños, eran redondeados y con pezones marcados. Su chochito era de un vello espeso pero centrado, no tenía vello en las inglés. La forma de su coñito era parecido a un de tulipán. Ella agachó la cabeza y me lamió el glande con su lengua, rodeándolo despacio.

Me sentía el hombre más feliz del mundo, no pensé nunca tener tanta suerte. Los amigos no me creerían y mi mujer, que me engañó con uno de mi misma edad, se quedaría muda... pero no diría nada.

Con sus manos había agarrado mis huevos, uno con cada una. Cada vez que su lengua daba un lametón, de abajo a arriba; al frenillo de mi pene, sus manos tiraban hacia abajo de mis huevos, ¡como haciendo hincapié! Mi polla ardía, me temblaba. Carolina, abriendo mucho la boca, se tragó mi glande. Después su lengua lo trabajó desde dentro, mientras que sus labios se apretaban por fuera, más abajo del engrosamiento de mi glande. ¡Ahí mismo apretó sus dientes!, moviendo su cabeza a los lados como imitando a una perrita cuando atrapa un hueso y juega con él; mirándome a los ojos, como diciéndome que era suyo.

Puse mis manos sobre su cabeza, acariciando la parte rapada, que raspaba como una lija. Apreté su cabeza hacia abajo un poco, pidiéndole con ese movimiento que se tragara también el resto. Haciendo un esfuerzo se tragó medio tronco, pero no pudo con más, porque al dar mi gordo glande con su campanilla, a ella le daba tos. Siguió moviendo su cabeza rítmicamente, con media polla dentro y media polla fuera de su boca.

Se la sacó de la boca, del tirón; trepó por el habitáculo hasta subirse encima de mí, me beso en la boca, yo le comí la suya, sorbiendo sus labios. Ascendió más, mi pene se paseó por su raja, siguió subiendo. Puso sus muslos apretando cada uno una de mis orejas, esa parte interior de sus muslos era tan suave que me hizo suspirar. Sus pies se colaban por ambos lados, reposando sobre el asiento de atrás, allá a mis espaldas. Situó su chocho sobre mi boca y se restregó de un lado a otro. Sus labios externos se doblaban y se arrastraban contra mis mejillas. Olía a limpio, a frescura de mujer joven, le chupé los pliegues internos, los sorbía; le metí la lengua en su rajita. Alcé la lengua y rocé su clítoris, que estaba henchido como una perla rosada. Mi lengua siguió recorriendo su sexo, su vello púbico era tan suave que más que pelos parecían plumas.

Carolina comenzó a jadear sonoramente. Yo necesitaba penetrarla, pero recordé lo que me dijo su hermana y tiré de la palanca de mi asiento y lo lleve hasta chocar contra el asiento de atrás. Le dije a Carolina...

—Por favor, date la vuelta Carolina, y pon tu culo en pompa sobre mi boca.

—Lo que tú digas, Juan, soy tan feliz. Eres tan, tan; unnnn. Como me has comido el chochito, ¡que boca!

Estaba tan guapa: sudando, delgada, en tonos azulados su cuerpo por la luz de la Luna. Su culo es tan firme que cuesta pellizcarle un cachete. Sus posaderas descansaron sobre mi cara, sus pechos sobre el volante, sus brazos sobre el salpicadero. Me dijo...

— ¡Cómeme el culo, cabrón!

Le metí la lengua en el agujero del culo y, para poderlo conseguir, tiré de sus cachetes firmes hacia los lados, dándole con la lengua en el ojito trasero, apretando con la punta de mi lengua y comprobando que su ano se estaba abriendo y dilatando como la flor de un charco.

Le di un azote en ese firme culo, y le dije...

—Vámonos al asiento de atrás que, si me das permiso, te voy a follar el culo, que no tengo preservativos y, hoy, te voy a respetar el coño, muchacha; ¿te parece bien Carolina?

—Me parece estupendo, yo tampoco quiero sin globo; además; lo tengo abierto para tu polla, tu robusta polla, ¡fóllame el culo, cabrito!

Dándonos golpes con los asientos, la palanca de cambios y el freno de mano, llegamos hasta atrás. Carolina puso su culo en pompa, pero sus rodillas en cuclillas, para que mi espalda no diera con el techo del coche. Me pegue detrás de ella, le puse la punta en la entrada del ano y apreté, le entró a la primera, casi sin presión. Apreté de un modo soez al sentir su dilatación alrededor de mi miembro, con el firme pensamiento de metérsela hasta el fondo. Quería sentir mi pubis chocar contra sus posaderas y, en tres movimientos, se la metí hasta el fondo, después me moví dentro de ella como un animal, intensamente. Haberla follado por detrás me puso a tope, un cuerpo tan bonito para mí.

Mientras mis embestidas la hacían gritar de gusto, ella apretaba de vez en cuando los músculos de su ano, para sentir la robustez de mi miembro, ya que su extrema dilatación no le permitía sentir mi dureza sin tensar sus carnes.

Sentí como un chorro de flujo proveniente de su coño se derramaba sobre mis muslos, ella cayó derrumbada sobre el asiento trasero; a la vez que se le salía mi polla del culo. Yo no me había corrido todavía, pero la tensión era tan intensa que estaba a punto. Carolina se dio la vuelta sobre el asiento y me dijo con una voz tan tierna y suave como cariñosa...

—Juan, no te quedes así, quiero tragarme tu leche, córrete, aquí en mi boca.

Dicho esto y, tendida sobre el asiento, abrió mucho la boca y alzó un poco la cabeza.

Tropezando contra el techo con mi cabeza, y poniendo mis rodillas contra el asiento, a ambos lados de sus pechos; comencé a meneármela frente a su cara, muy rápido. Su rostro joven y bello frente a mí, me dejó temblando... ¡Mi semen escapó de mi pene en un chorro tan intenso y abundante que me impresionó incluso a mí mismo!, y, como había mantenido el pulso firme; dicho chorro, haciendo una curva en el aire, se depositó ¡entero!, directamente dentro de la boca de Carolina. Era espeso, un arco de semen de una longitud de unos veinticinco centímetros, que entró con rotundidad en su boca. Mi semen pasó sobre el centro de su lengua, estrellándose contra su paladar y tumbando su campanilla hacia adentro de su garganta. Carolina tosió un poco salpicándome con mi propio semen. Luego tragó y beso la punta de mi pene, me dijo la chica...

—Juan, está muy dulce, me encanta, ¿cómo has podido echarme tanto?, ¡lo siento caliente en mi estómago!

—Tenía tantas ganas de ti, acumuladas desde que te vi entrar esta tarde en la cafetería.

Me dejé caer sobre ella, la bese en la boca y descansamos unos minutos. Luego nos pusimos la ropa y, cuando nos disponíamos a salir, sonó mi teléfono, era Lara, su voz denotaba ansiedad. Me dijo...

—Juan, cómo ha ido con mi hermana, ¿habéis hablado mucho?

—Bastante, Lara, le he contado todo.

—Juan, ¿te ha dicho Carolina que te esperamos a cenar?

—Sí, "nada más vernos" (Mentira, se le había olvidado por completo).

—Juan, he preparado una cena muy buena para ti y Pedro te ha comprado un regalo.

Carolina me quitó el móvil y puso el manos libres, para que yo oyera todo lo que ella hablara con su hermana...

—Lara, hola.

— ¿Carolina, Sigues con él?, creía que dormías con una amiga hoy, como me dijiste.

—Sí, si voy, pero he quedado más tarde, ahora me dejará Juan en casa de Lorena y él irá con vosotros, y mañana no me esperéis, que me quedo con Lorena y volveré pasado mañana.

—Vale, no trasnoches Carolina, que tienes exámenes en la facultad.

—Si hermanita, que pareces mamá.

Nos montamos en el coche camino de la casa de su amiga, en el trayecto me dijo Carolina...

—Juan, gracias por decirle a mi hermana que te había dicho lo de la cena, se me había olvidado. Lara y Pedro te esperan en casa, han preparado una cena muy buena en tu honor, no los desaires tío, por no acordarme yo. También me dieron el encargo de decirte que solo quieren que Cenes con ellos, que si no quieres nada más que lo entenderán.

—Vale Carolina, así sí, es que no tengo claro lo de hacérselo a tu cuñado.

—Te entiendo Juan, una cosa es jugar con él y otra; "eso", vamos, lo que me acabas de hacer a mí, ¿no Juan?, jajaj…

—No es lo mismo, el culo de un hombre lleno de pelos, que esos cachetes tan suaves que tienes tú.

—Lo sé, tonto; me ha gustado mucho, me sentía llena; es la primera vez que me lo hacen, pero ahora me duele el culo, ¡me lo has torneado bien cabrón! Pero no pasaría nada que te follaras a mi cuñado, total, te pones un globo y lo haces feliz.

—No sabes cuánto bien me has hecho Carolina, me he sentido rejuvenecer junto a ti, preciosa jovencita. Pensaré lo de tu cuñado, pero no te prometo nada.

—Anda madurito, fóllate a Pedro, aunque solo sea una vez, hazlo por mí. Si lo haces luego dímelo por wasap, ¡me correré solo de saber que el mismo hombre que me ha abierto el culo se lo ha abierto también a mi estirado cuñado!

—Ya veremos Carolina, que eres un bicho.

La dejé en casa de su amiga y, al despedirnos, la abrace muy fuerte y le besé las mejillas y la boca después. Cuando vi que entraba en casa de su amiga, me encaminé a casa de Lara y Pedro.

— (Parte segunda de la continuación) —

Al abrirme Lara la puerta de su casa me dio dos besos y Pedro un abrazo muy fuerte, demasiado fuerte. Ella estaba radiante, nuestras miradas se buscaron, la atracción entre los dos seguía igual de fuerte, su deseo hacia mí se veía en su ansiedad. La cena fue digna de un príncipe: había langosta, perdices al horno, vino caro, postre muy elaborado. Yo estuve algo incómodo, estaba sudando por el "atracón" de sexo con Carolina, pero guardé la compostura. En los postres me dio Pedro una caja, el regalo que me dijo Lara. Al ver lo que contenía la emoción me embargó. Él podía permitirse cualquier regalo; agradecido le dije...

—Muchas gracias Pedro, no esperaba algo así, me has emocionado.

—Nada Juan, me agrada que te guste. Y gracias a ti, el otro día me sentí muy feliz cuando me dejaste estar con vosotros dos mientras se lo hacías a Lara, ella y yo ahora estamos muy bien. Después de haber compartido mi dualidad reprimida tanto tiempo con mi mujer y contigo hemos vuelto a hacer el amor, gracias a ti. Además has sido a un tiempo potente y educado con nosotros y con nuestra situación sentimental.

—Me alegro mucho por vosotros dos.

Lara me dijo que si me quería quedar con ellos a dormir...

—Juan, hay camas de sobra y, como es sábado mañana, ninguno tendríamos que madrugar. Por si quieres quedarte yo te he preparado una habitación.

Estaba claro que quería que me la tirara otra vez o algo más, pero yo no quería engañarme a mí mismo ni a ellos tampoco. Mi pene había retrocedido "a sus aposentos", y con cincuenta y cuatro años a mis espaldas lo que yo necesitaba es dormir, ni conducir de noche, harto de comer y cansado de follar con Carolina, hacía un rato, ni hacerlo con ella, o con ellos, me gusta ser sincero...

—Lara, te lo agradezco mucho y te tomo la palabra, estoy agotado, he tenido un día tan intenso “que no quieras saber” y no tengo ganas de conducir. Necesito dormir, pero antes necesito ducharme con vuestro permiso; y para qué engañarte Lara, esta noche no tendría fuerzas para hacer lo del otro día. Me respondió Lara...

—Te entiendo Juan, además de encantador, eres sincero; me encanta que seas así y no un prepotente; como serian otros en esta situación. Juan, La segunda puerta es tu dormitorio, he puesto sábanas limpias y lleva la calefacción encendida toda la tarde; tenía tantas ganas de verte que lo había preparado todo por si querías quedarte, siéntete como en tu casa.

Pedro apostilló...

—Digo lo mismo que Lara, Relájate y descansa, no dudes en pedirnos cualquier cosa que necesites, ya eres nuestro mejor amigo, Juan.

—Gracias a los dos por todo, y por vuestro cariño.

Cogí mi móvil delante de ellos y llamé a mi mujer, le dije que se me había hecho tarde y que me quedaría en un hotel, y que al día siguiente tenía un viaje muy importante; por último le dije...

—Cariño, el domingo comeremos juntos, prepara para entonces un arroz de ese que te sale tan bien, ¿quieres?

—Claro que si Juan, no te preocupes y descansa, nos vemos el domingo, besos.

—Besos, querida.

Lara salió del comedor y volvió al poco trayendo para mí, una manta de baño y una toalla pequeña, y un pijama planchado de invierno. También trajo unos calzoncillos nuevos en su envoltorio original. Mientras Lara estuvo cogiendo la ropa para el baño me preguntó Pedro...

—Y con tu mujer que tal, no quisiéramos que tuvieras problemas.

—Pedro, no te preocupes, mi mujer me da toda la libertad que desee. Ella se siente en deuda conmigo, porque me engañó no hace mucho tiempo con otro hombre, y después me lo confesó. Está muy arrepentida y yo la he perdonado, pero el sexo entre nosotros está muy apagado. Necesito vivir, salir y entrar pero nunca le contaré nada de lo que haga fuera de casa.

Me di una ducha caliente de más de quince minutos, puse a adrede la alcachofa de la ducha mirando hacia arriba, a la altura de mis muslos; dejando que el agua caliente espurreada elevara y zarandeara mis testículos como huevos en una fuente. Cogí una maquinilla nueva de afeitar del armario de Pedro y me afeité la barba, después me afeité también la zona íntima, desde el pubis hasta la parte baja de mi escroto, todo, como hago habitualmente. Pasé junto a ellos enfundado en el pijama que me prestó Lara y les di las buenas noches antes de meterme en mi cuarto. Me acosté y me arropé, las sábanas olían a limpio, a suavizante de la banda. Me quedé dormido enseguida, al principio me escuchaba roncar a mí mismo, después no sentía nada.

Me había acostado a las once y media de la noche y me desperté a las nueve de la mañana. Cuando miré mi reloj me reía solo diciendo para mis adentros... ¡Pero donde te metes con tu edad! Y es que me siento rejuvenecer siendo querido y deseado, y deseando también. A esa hora me sentía fenomenal, tenía una erección matutina tan intensa que deseaba que alguien me la chupara. La sensación de deseo me invadía, no sabía que sería de aquel sábado, pero tenía que intentar empezarlo por todo lo alto.

El dormitorio de ellos estaba junto al mío, los escuchaba murmurar desde donde yo estaba, mi puerta y la de ellos estaban abiertas. Carraspeé, y alzando la voz llamé...

— ¡Laraaa!, ¿Puedes venir por favor?

Antes de que Lara acudiera a mi llamada, bajé la sábana superior que me cubría, me desprendí de la parte inferior del pijama y de los calzoncillos y quedé expuesto: Desnudo, obsceno, impertinente; pero tan excitado de saber que estaban allí al lado y que me deseaban, que tenía el miembro brillante por la erección tan intensa.

Mi pene grueso y robusto fue lo primero que vieron al entrar en mi cuarto, digo vieron porque a mi llamada a Lara, acudieron sobresaltados los dos.

Separé las piernas y dije...

—Lara, ¿me la puedes chupar?, me gustaría mucho ahora, si no te importa.

—De eso hablábamos ahora mismo en nuestra habitación, de no desperdiciar tu visita. Por supuesto que puedo chupártela Juan, ¡si pudiera me la comería!

Ella se desprendió de su pijama y de su ropa interior, su cuerpo es casi perfecto, el cuerpo de una mujer joven de treinta años. Su cabello castaño suelto cayó sobre mi vientre y sus labios besaron mi pene. Me besó el miembro más de cincuenta veces, cincuenta besos repartidos, desde la base de mi pene hasta el glande. Después se tragó mi polla entera, poco a poco, como devorándola despacio como haría una serpiente.

Luego su cabeza subía y bajaba con un ritmo lento pero constante, ella estaba situada a la izquierda de la cama y mis huevos distendidos y engordados por el deseo se extendían sueltos y desparramados sobre la sábana inferior, muy grandes. Pedro me los observaba. Él estaba de pie, me miraba desde el marco de la puerta; sus ojos eran puro deseo, sus cabellos pelirrojos brillaban con la luz de la mañana. Me dio cosa verlo de espectador en su propia casa y le dije, al mismo tiempo que yo me agarraba los huevos y los alzaba...

—Pedro, anda, no te cortes y chúpamelos si lo deseas.

—Muchas gracias Juan, lo deseo mucho, no sabes cuanto.

Se abalanzó sobre la cama desde los pies de esta y, de un sorbetón, se tragó uno de mis testículos nada más comenzar a chupármelo. Jugó con él dentro de su boca, dio tirones suaves, después, y gracias a la gran distensión de mi bolsa escrotal, ¡se tragó también mi otro testículo!

Sin apretarlos mucho, cerró un poco sus dientes, atrapando dentro de su boca mis dos huevos, embutidos en mi bolsa escrotal. Me miró a los ojos, como diciéndome que mi virilidad estaba en sus manos, bueno, en su boca. Se quedó quieto como el perro que atrapa su hueso. Lara me la chupaba con más intensidad al ver a su marido con mi tajada en la boca. ¡Yo estaba que me corría!

Acaricié la cabeza de Pedro, de cabellos pelirrojos intensos; situada allá abajo, junto a mis huevos, atrapados por su boca. Me excitaba saber que Pedro podría castrarme solo con apretar los dientes.

Lara soltó mi polla, saltó de la cama y se puso en pompa sobre el suelo del dormitorio, diciéndome…

—Juan, fóllame, ¡fóllame fuerte!; ¡como si nunca hubieras follado!

Al escucharla Pedro soltó el bocado liberándome.

Me apeé de la cama y me puse el preservativo que llevaba en la cartera (ese que le dije a Carolina que no llevaba), después me situé detrás de Lara, de rodillas como ella. Se la metí en el coño de golpe, me zarandeé dentro de ella hasta que me dolían los músculos del culo, mi polla hacia el mismo ruido que los pistones de un motor.

Pedro se desnudó de espaldas a mí, se agachó también de espaldas y se puso de rodillas, alzando un culo totalmente depilado a la cera. Sus muslos estaban muy juntos, escondiendo sus atributos a mi vista. Solo se veía algo de vello pelirrojo alrededor del ojete de su culo. Cogió un pequeño bote de crema que acababa él de traer y de dejar junto a sus piernas; depósito un poco de crema de ese bote sobre su mano derecha y se unto el ano; después me dijo…

—Si me dices que no, te querré lo mismo, pero por favor Juan, penétrame un poco, me harías el hombre más feliz del mundo.

Mientras él me decía esto yo seguía follándome a Lara intensamente, ella quiso terciar y dijo sin dejar de recibir polla…

—Juan, aaaa, lo que tú quieras, aaa, nadie, aaa, te obliga a nada, pero me gustaría tanto ver cómo te lo follas, aaa, sería mi venganza cariñosa.

Pensé en el regalo que me había hecho Pedro, en las palabras de Lara, y en las de Carolina aquella tarde, dudé, pero lo recordé con mis dos huevos mordidos por sus dientes, mirándome desafiante y todo el conjunto de pensamientos hicieron que me apeara de Lara y me acercara a Pedro por detrás.

Mi pene se alzó inhiesto en el frío aire de la mañana, me sentía poderoso, habiendo penetrado en el mismo día a una mujer de veinte años y a su hermana, ahora, con treinta años y a punto de follarme al marido de esta última con treinta y cinco años en su pito, que por cierto, digo pito porque en un momento que se la vi, la tenía tan encogida que solo se veía un centímetro de tamaño. Le puse mi polla dura como el cemento en el ojete, lo cogí por la cintura; metí la punta (enfundada, por supuesto, en el mismo preservativo con el que me había follado a su esposa Lara), solo la punta, y cuando le conseguí meter el glande entero y sentí como los músculos de su culo rodeaban mi glande como un anillo, ¡de un empujón!, ¡le metí la polla hasta los huevos! Lo penetré un rato, ¡muy fuerte!, se la metía y sacaba como si él fuera mi marioneta… Apunto de correrme se la saqué y les dije a los dos que se pusieran de rodillas delante de mí.

Yo estaba como loco por la excitación y por el extraño poder que me llevaba.

Lara me quitó el preservativo y me limpió el miembro con una toalla húmeda y después con una seca. Ya perfecta me la meneé frente a sus rostros, soltando un pegote espeso en el rostro de pedro y un chorro en la cara de Lara, que le llegaba desde la frente hasta la boca. Después me limpiaron los restos y se limpiaron mi leche de sus rostros el uno al otro. Luego oriné en el baño una larga meada, la que llevaba esperando desde que me levanté esa mañana fría de sábado.

No debería haberlo hecho, pero lo hice; y, cada vez que lo recuerdo; desde hace dos días que sucedió, donde quiera que esté, mi pene se pone erecto y me siento muy bien.

(Todos los nombres del relato menos el mío están cambiados, los que aparecen aquí no son los reales).

Final