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Mara y Manuel

en Hetero: Infidelidad

Hola soy Manolo os voy a contar una historia que me ha pasado con Mara la mujer de un amigo me invito a comer porque el marido estaba por 3 días de viaje, yo tenía muchas ganas de follar con Mara, y estábamos en su casa estábamos en la cocina donde ella estaba preparando la comida. No pude resistir más la tentación verla con una camisa del marido y no llevaba nada debajo, la polla la tenía como un hierro dura y ardiendo y finalmente acabamos follando como animales en la cocina. No podíamos parar, nos llevábamos buscando mucho tiempo y al fin, el deseo pudo más que la razón, me senté en un taburete y le dije ven para acá, ella que tenia ya el chocho encharcado no dudo en subirse encima y metérsela de un solo golpe. ¡¡Qué polla… qué polla… está muy adentro que gorda esto es una polla y no la de mi marido ahhhh… ahhhh,

Era un sube y baja violento, se tocaba los pezones y luego los acariciaba sin bajar el ritmo de su galope.

                    No sé cuándo empezó. Solo puedo decir que fue lentamente que me pude dar cuenta que la miraba más detenidamente. Miraba su cuerpo bien contorneado, sus manos pequeñas, sus pies pequeños, sus labios más delgados que gruesos, pero muy delineados. Sus ojos oscuros, su perfecta nariz, su bello rostro. Su pequeño pero expresivo culo, los vellos del coño suaves como la seda sus piernas bien torneadas muy bien puestas y atléticas, viva expresión de la gimnasia. Claro, si solo tenía 38 años. Lo que más me atraía, eran sus tetas. No eran tan grandes como los de mi mujer en ese entonces, pero en ese cuerpecito resaltaban, con una caída preciosa, que se volvían a levantar para ofrecer sus pezones al cielo, o a aquel goloso que quisiese disfrutar de tamaña golosina.

Los primeros indicios de que algo estaba ocurriendo entre los dos, fueron las miradas cruzadas, en los almuerzos familiares, en la casa de mi amigo. Eran cortos segundos en que las miradas decían cosas, que sólo con el tiempo pudimos entender. Eso hizo que cada vez, mis pensamientos hacia ella, por la mujer atractiva, que francamente era.

Las miradas silenciosas y cómplices, empezaron a llenarse de pequeños, coquetos, nerviosos, juguetones: ¿Qué miras?, ¿En qué piensas?, ¿Me ibas a decir algo?, ¿Tengo algo en la cara? La respuesta era del mismo, nada, solo miraba; si, muchas cosas quiero decir, pero más adelante y se sonreía.

Empecé a conocer sus horarios de trabajo. Sus visitas, sus gustos, empecé a estudiarla, su número de móvil me lo aprendí de memoria. Empezamos la etapa de los roces. De las rodillas debajo de la mesa, en especial aquella vez en que fuimos a un pub, con su marido en una mesa pequeña y empecé a sentir que su rodilla empezó a quedarse en mi muslo, detenida y por momentos muy cálida… fue en ese mismo momento, cuando dijo a todos que le gustaba estar conmigo pues la hacía reír y relajarse. En esa noche, mis apetitos sexuales empezaron con Mara. Hasta el día de hoy.

Hubo dos hechos, que ya no dejaron dudas, de que algo ocurría entre los dos. El primero fue, cuando la fui a dejar un día en mi coche, a la casa de unos amigos para una reunión. Entre otras cosas, me explicó lo celoso que era su marido y que incluso tenía celos de mí ¿por qué? pregunté nervioso. Bueno, porque hablo mucho de ti. Incluso a mis amigas les comento como eres. En ese minuto, no quería dejar cabos sueltos. ¿Y cómo soy yo? -. Para mí eres simplemente simpático-, comentó.

Al despedirnos, me abrazó y el beso fue en la comisura de mis labios. Pensé en tomarla y besarla, pero antes de hacer cualquier movimiento, ya se había bajado del coche. El segundo acto de este inicio, fue en casa de mi amigo y de ella. Ella se preparaba para salir y nosotros nos quedaríamos con su hijo (cada vez que lo hacía, mis celos subían. Bueno pues, en un momento, sin pensar, subí al baño del segundo piso, estaba la puerta abierta y ella en braguitas, un exquisito tanga celeste. Sus glúteos hermosos y sus piernas firmes hicieron que mi mirada y mi rostro, se llenara de deseo, amor por tocarla y saborearla, puro sexo.

Ella, de espaldas a mí, me miraba por el espejo. Empezó a sonreír, con complicidad, de esas que te calientan más. Me acerqué y le dije: «Estás muy buena, se mire por donde se mire». Soltó una carcajada y luego corrió a su cuarto y cerró la puerta.

Recuerdo unas vacaciones que ambos matrimonios compartimos.

Las coqueterías fueron cada vez de mayor. No recuerdo fechas, tan solo momentos. Como aquel en que me levanté a mear y dejé la puerta entreabierta y luego de sentir una extraña sensación de sentirme observado, veo como me estaba mirando, al principio, con una mirada de extravío, para continuar con una leve sonrisa pícara y su rápida mirada a mi polla. Sus paseos en ropa interior o con pequeños pijamas, se hacían frecuentes.

Cada vez hablábamos más rato. Salíamos a comprar cosas para casa. Nos llamábamos más seguido, desde nuestros trabajos. Empezaron los e-mails. Los WhatsApp también. El tema lo sola y lo mal follada que estaba, a pesar de tener marido.

Me acercaba a temas calientes. Como cuando mencionaba su insatisfacción sexual. Que cada vez tenía menos sexo, con su marido. La inducía a que se relajara, que jugara con su cuerpo, que se masturbara. Me decía que ya lo hacía desde los 15 años. ¿Cómo?, Le preguntaba. Bueno, de varias formas. Algunas veces, me pongo un cojín entre las piernas, en otras, juego con objetos sobre mi pipa, me tiro los pezones a más no poder. También, me divierto en la ducha, con mis dedos y el jabón, penetrándome. Pero lo que quiero es una buena polla dentro me respondió, mientras nos reímos a carcajadas.

En un WhatsApp, me preguntó, si yo me pajeaba. Le dije que sí, pero los detalles se los contaba en vivo y en directo.

De eso no pasó mucho tiempo, pues me lo preguntó varias veces. Le relaté: «Bueno… comienzo a pensar en cosas guarras, sin límites, sexo prohibido, con personas prohibidas, con imágenes que llegan a mi mente de recuerdos, pero las más excitantes son aquellas de cosas que quiero hacer y no he hecho. De toquetear a una compañera de trabajo. De pedirle a mi secretaria que se saque sus bragas y que se empiece a tocar su coño en la esquina de mi oficina, acercarme a su escritorio y que me abra la cremallera, saque mi polla y vea mi capullo mojado, que lo empiece a chupar, a saborear, que raspe sus dientes en mis huevos y sus ojos se llenen de deseo.

De decirle a  Carmen (mi mujer), que se acerque y coquetee con el vecino o a un señor en el metro, que la manosee encima de su jeans y que le enseñe sus tetas, y luego me cuente los detalles jugosos de cómo la follaron , o sorprenderla llegando a casa, chupándole la polla otro y yo escondido mirando todo aquello.

Me excito pensando en una mujer madura con jóvenes manoseándola. Esas imágenes hacen que mi polla quede muy tiesa, que presione por salir de su atadura, de su camisa de fuerza y empiezo a tocarlo, a escuchar el ruido de su envoltura sobre su rojo y brillante capullo. Luego me controlo, espero un rato y veo como sale el preseminal, como las gotas de ese líquido empiezan a lubricar más, mi polla y mi mano.

Siento los latidos de mi polla, pensando en meterla alguna boca, un culito o una rosado coño y empiezo nuevamente a moverlo, a masajearlo cada vez con mayor fuerza, más desordenado, menos acompasado, abro mi boca para expresar mi calentura, muevo mi pelvis buscando el cuerpo caliente de una mujer y no lo encuentro, hasta que emerge como un volcán toda mi leche, tibia y caliente, espesa y viva, que cae sobre mi vientre hasta la última gota, que empieza a recorrer las sábanas mientras me retuerzo en ellas y disfruto de mi propio líquido, deseando buscar con ansias un momento de mis sueños puramente sexuales, con quien esté más cercana».

Cuando termino de contarle, la miré y su rostro era otro, estaba sonrojado, con los labios semiabiertos, los ojos semicerrados, sus manos entre sus piernas… y en silencio… absoluto silencio. Le pregunto: – ¿Te ha gustado? -. Me dice: Manolo ¿piensas en mí? Sonrió y abrió los ojos en un gesto de admiración y sorpresa.  Eso lo dejo a tu imaginación -, le dije.

Continuaron con mayor frecuencia sus paseos de fin de semana o en las tardes, en short recortado que dejaban asomar sus cachetes encantadores. Eso me mantenía a mil. Todos esos días de fin de semana, en que ya cada vez salía menos con mi amigo su marido, hablábamos, nos buscábamos, nos mirábamos, pero, sobre todo, nos acercábamos, tocando nuestras manos, brazos, cuerpos, con roces suaves, calientes. Eran toqueteos tenues, pero eléctricos. Ella miraba con una mirada de cariño, cada vez más, a veces hasta con angustia, y deseo.

Hasta que ocurrió lo inevitable. Esa mañana, desperté con mucha modorra. La casa estaba en silencio.  Mi mujer al parecer, no estaba. Me levanté, bajé al primer piso y entré a la cocina. Mi sorpresa hizo que definitivamente, despertara. Allí estaba, Mara arriba con su pijama-short, mostrando sus bonitas piernas y revisando una repisa que estaba alta. ¡¡Sujétame, que me puedo caer!! Me dice casi gritando. Levanto los brazos levemente y la cojo de la cintura. Su culo me queda a la altura de mi cara. Me comenta algo que no presto atención, luego me enteré que le dijo mi mujer que ella no vendría que si podía hacerme de comer. El mundo para mí, era ese trozo de ricura, entre su cintura que palpaba, sus glúteos y sus piernas.

Pero todo eso acompañado de un olor exquisito, indescriptible, hormonal, de hembra en celo. Con cada movimiento que hacía, le apretaba su cintura cada vez más y pude apreciar al menos la sombra de los pelitos de su coño. Ya no aguanté más.

Acerqué mi boca a sus piernas, a la altura de sus muslos y empecé a besarlos. Esperé su reacción unos momentos y no escuché el ruido de los tarros que movía, sólo noté la mayor tensión de su cuerpo. La seguí besando e inicié unos mordisqueos al inicio de sus nalgas. La tomé de la cintura con más fuerza y le dije: ¡Bájate!, con un tono de orden.

Nos miramos a los ojos y sin más, empezamos a besarnos tímidamente, como probando nuestros labios, luego fue más intenso, enredando nuestras lenguas, sintiendo nuestro aliento expelido por una cada vez, una más agitada respiración, la abracé, la traje hacia mí, la apreté, quería que sintiera mi arma, mi polla, lo dura que ya estaba, y que le quedaba a altura de su abdomen.

Empecé a palpar su espalda, a levantarle su camisa, me doblé levemente para empezar a gozar de sus tetas, sus pezones, esas dos cosas ricas que hacían descontrolar mi cuerpo, pues ya la estaba empujando con mucha fuerza sobre el mueble de la cocina. Sentí sus quejidos, mientras le sacaba la parte superior de la camisa y a la vez, me bajé la parte inferior del mío. Tomé su mano y la puse sobre mi polla. Sin más, me empezó a pajear. -¿Te gusta?, es todo tuyo, ¡quiero que te lo comas!-, le dije.

Ella continuó pajeándome, mientras lo miraba con toda la calentura de su cara, que jamás imaginé. -Estamos locos-, me dijo. Se sentó en el mueble de la cocina, a la vez que se bajó su short y pude ver su coño, mientras separaba su pierna derecha y ponía su pie sobre un taburete. Sin más, besé sus muslos, no tengo descripción para ese olor a sexo puro, fuerte olor, exquisito de sus jugos. Pero oler no me bastó, pues como un animal mordí sus labios: ¡¡¡AYYY!!!

Cálmate, loco… por favor… ¡chúpame.fuerrrrte!. Metí mi nariz, hasta que no pude más y unas primeras succiones a su pipa que no me costó nada encontrarlo. Ahí estaba, dura, mojada, rosada y disponible. No sabía a esa altura si era el olor, el sabor o lo que estaba viendo lo que me tenía transformado en un animal. Pero tenía unas ganas locas de follarla, metérsela sin importar si ella estuviese preparada. Era una excitación acumulada de hace tiempo.

-Vamos arriba, a mi cama-, me dijo. Mientras subíamos, nos fuimos tocando, ella, mi polla y yo, su trasero. Corrió a su cama, hundió su cabeza en su almohada, levantó su culo y me dijo: Ahora, te lo ruego, métemela. -Todavía no, Mara-. Acto seguido, metí mi lengua en ese culo y coño de vicio. Le pasé la lengua por su culo, mientras con mis manos separaba sus cachetes, Recorrí con mi lengua desde sus muslos hasta su agujero, varias veces, sentía sus jugos vaginales en mi mejilla, su olor era un perfume de sexo. Sus quejidos eran intensos, los míos también. Se movía de lado a lado.

-¿Dónde aprendiste a hacer eso?-. No contesté, y seguí en mi faena, claro que me ayudé con dos de mis dedos, quería por momentos hasta que le doliera. Uno se lo metí en su coño, el otro, ¡¡¡se encargó de su culo Ahggg!!! Exclamaba, con su cara perdida entre sus dos almohadones y su culo cada vez más expuesto, más mojado. Seguí con un mete-saca con mis dedos, mientras con mi otra mano busqué coger una de sus tetas, que ya se movían locas al compás de ese vaivén de entrega. Juro que si en ese momento, entraba mi esposa, no habría cambiado un ápice mi concentración y calentura con Mara. Ella era el sentido de mi vida. Hasta que sentí el primer momento de su orgasmo, acompañado de quejidos y gritos cortos Ah… Ah… Ah… así…Sigue… sigue… ¡¡¡Me corro, me corro!!! ¡¡¡Me revientas hijo de puta!!! ¡¡¡Me matas!!! ¡¡¡¡¡Vamos Manolo clávame tu polla!!!! AAAHHHHGGGGGG!!!!!!!!!

Sin esperar, recogí con mi boca y mis manos, la mayor cantidad de sus jugos y se los llevé a sus labios, a sus tetas, la besé mientras le metía las manos en el pelo, estirándoselo con fuerza.

Intentamos un breve reposo, pero mi polla pedía su cuerpo. Le hice caricias suaves en sus pezones, mientras nos besábamos con mucha ternura y con una mirada cómplice de esta gran atracción pecaminosa, desordenada, culpable pero inevitable. Seguí masajeando sus nalgas, abriéndolas, buscando el hueso de su cadera con firmeza. Mordí su cuello.

Me puse de pie, la contemplé y acerqué mi polla sus tetas extraordinarias y mi capullo se posicionó en sus pezones, en su cuello, mientras me pajeaba y lo dirigía bruscamente a su pecho, hasta que lo atrapó en su boca y fue el inicio de frases entrecortadas porque estaba con mi polla en su juego fálico: -Cada vez que te miraba el paquete, pensaba en chuparte como ahora-. -Me gusta tu polla, no dejé de pensar en ella, desde que te lo vi en el baño-.

Estuvo saboreando su golosina un buen rato, alternaba sus succiones con pequeños mordiscos en mis huevos. Sigue así, así me gusta, mmmhhhhh, que bien lo haces… hasta el fondo… métetelo… quiero correrme en tu cara. Hubo momentos en que creí que explotaba, pero hábilmente se dio cuenta y se levantó. Quiero montarte, me dijo. Se inició una carrera loca de lujuria, ella arriba, con sus tetas moviéndose y su pelo sobre su cara, sus ojos estaban blancos, me apretaba los hombros hasta provocarme dolor, era un sube y baja violento, se tiraba los pezones y luego los acariciaba sin bajar el ritmo de su galope.

¡¡Qué polla… qué polla… está muy adentro… ahhhh… ahhhh…

¡¡Te gusta, Mara, ¿¿Estás caliente como yo??!!

¡¡Siiií, toda caliente… quiero tu leche en todo mi cuerpo!!… ayyy.

En ese momento, su cabeza comenzó a moverla de lado a lado, su pelo se movía como en un baile de rock y terminó con quejidos guturales, su cabeza hacia atrás y cayendo sobre mí, con su cuerpo mojado de sudor de hembra caliente, su respiración alterada, casi asmática y su dedo metido en su boca.

Luego de unos segundos, inicié nuevas caricias, eligiendo nuevamente sus tetas y su espalda, su cuello y besos apasionados. Me levanté y le dije que mirara. Me puse de rodillas sobre ella, acerqué mi polla a su pecho y empecé a pajearme, a lo que ella respondió sacando mi mano y reemplazándola por la de ella. No me dio tregua, fue tan extremadamente bueno, que mi polla se hinchó como nunca, especialmente con sus buenos lengüetazos y su mirada de entrega. Sentí un escalofrío en mi espalda: -Ya me corro… y es para ti… todo para ti -.

No pude más, mi leche saltó, caliente, espesa, con olor a hormonas sobre su rostro, su pelo, su cuello y sus tetas y sobre los mismos jadeos, usamos nuestras manos y nuestras bocas para compartir la leche de esta relación clandestina.

Mara no se conformaba con eso, tenía el coño chorreando y lo que quería es follar, por lo que se agarró mi polla y empezó a chuparme el capullo como si fuera un helado, diciéndome” Manolin tu no me dejas así jeje”.

Con los chupetones que me estaba dando y todavía tragándose la leche que me salía, se me estaba poniendo otra vez dura, hasta que ya vio, que estaba otra vez dura, y se puso a lo perrito diciéndome venga al ataque métela ya hasta los cojones.

Se la puse en la entrada y solo con empujarla un poco entro entera y entonces le dije. Estás bien, si estoy en la gloria. No pares por favor. ¿Te gusta? -Siiii… no pares, no pares por favor. ¿Cuánto te gusta? ¿Mucho? ¿Poco? Mucho, muchísimo, que polla madre mía, me llenas todo el coño y me llega hasta la matriz, aprieta fuerte.

Mi polla se perdía en aquel jugoso y caliente coño y podía notar como los flujos de ella la iban empapando. Se iba a correr en dos minutos yo aguantaba más porque mi había corrido antes. Me voy a correr…no aguanto más. Me voy a correr que ganas de polla tengo.

Con sus movidas de culo a mí me estaban haciendo también efecto y estando ella corriéndose le dije Me voy a correr yo también y me dijo ¿A qué esperas cabrón? Es lo que estoy esperando los dos a la vez suelta toda tu leche dentro de mí, cerdo. Suéltala que es mía, quiero que me inundes que me preñes si quieres, que va a llevar tu amigo unos cuernos gigantes. Eso provocó que yo dejara ir hasta la última gota dentro de ella, Nos corrimos los dos juntos, quedando exhaustos y disfrutando de haber pegado un buen polvo.

 

 

 

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