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Frases y dichos

en Confesiones

Frases y dichos

No hay que mezclar trabajo y placer, donde tengas la olla no metas la polla, ni en la cocina, ni en la oficina ni con la vecina… todos hemos oído este tipo de refranes, consejas de vieja, lugares comunes, frases hechas de supuesta sabiduría popular que nos previenen de tener sexo con compañeras y compañeros en donde trabajamos, en donde vivimos, con personas asalariadas a nuestro servicio y situaciones similares.

Siempre me han parecido tonterías. Sí, vale, en el sexo hay que tener cuidado en todo momento, en todas las situaciones —especialmente si eres casado o tienes pareja estable— pueden ser muchas las cosas a perder tanto en el trabajo como en casa si nos pillan fuera de juego, follando con quién supuestamente no se debe, pero siendo conscientes de ello, por qué no darse alegrías. A mí siempre me ha ido bien en el sexo con compañeras de trabajo, sin compromisos sentimentales, salvo amistad y buen rollo, divirtiéndome, follando, dando y recibiendo placer. Hasta ahora no he tenido problemas, y si surgen, pues ya veremos, pero tener oportunidad y quedarme sin mojar el churro… no, gracias.

El sexo para mí es importante, no es que yo sea un talibán devoto de esa frase tan utilizada de que solo hay dos cosas importantes en la vida, la primera es el sexo, y la segunda… no me acuerdo, pero soy soltero, atractivo según algunas mujeres, con buena polla, larga, gruesa, resistente... lo lógico y natural es interesarme en follar lo más que pueda, aunque no me tire a todo lo que vuela.

Me llamo Rafael, tengo treinta y cuatro años, licenciado en Derecho y Económicas, trabajo en una empresa internacional de outsourcing que da servicios combinados, de asesoría jurídica, gestión administrativa y de personal, asistencia informática, seguridad, publicidad y marketing, transporte especializado… a todo tipo de negocios y empresas, grandes, medianas y pequeñas, de la región castellana en la que vivo.

No me suele quedar más remedio que dormir una siesta cuando puedo, dado que a eso de las diez de la noche estoy casi todos los días en un bar de copas —más bien un bistró moderno en donde se puede desayunar, comer, cenar— de mi propiedad, situado en la zona turística del centro de la ciudad, en donde permanezco hasta la una de la madrugada, excepto los fines de semana, que cerramos pasadas las tres. Me va bien económicamente, en el bar no suelo trabajar —un cocinero, tres camareros o cuatro o más, según el día y la época del año— mi vida social es variada, entretenida, y mi vida sexual es abundante, placentera. No me puedo quejar en ningún sentido.

Sonia es hija del dueño de una afamada gestoría con la que trabajamos, es quién realmente lleva el negocio y con quién trato, profesionalmente hablando. Divorciada, con dos hijos que ya están saliendo de la edad del pavo, sus cuarenta y ocho años y el fracaso de su matrimonio con un piloto de líneas aéreas —le puso los cuernos tanto con mujeres como con hombres en casi todas las ciudades del mundo en las que hay aeropuerto, dejando claro que quizás sea cierto eso de que ser bisexual duplica las posibilidades de conseguir follar— son suficientes argumentos para no querer preocuparse de asuntos amorosos, aunque el sexo es otro cantar. Mujer caliente, me eligió a mí para follar de vez en cuando, y en ello estamos casi todos los martes del año, en su casa —a poco más de cincuenta metros de la gestoría— nunca antes de las nueve de la mañana, hora a la que comienzan las clases de sus hijos, ni después de las dos, dado que vuelven poco después.

No se puede decir que sea guapa, pero a mí me parece que está buena. No muy alta, cabello castaño claro, denso, que lleva ondulado hasta por debajo de los hombros, peinada siempre con raya en el medio y que suele teñir en función de su estado de ánimo en una amplia gama de colores —desde el rojo caoba que ahora lleva al negro ala de cuervo, solo excluye los tonos exageradamente rubios— de rostro redondo, destacan sus grandes ojos marrones, que bajo unas largas pobladas cejas oscuras le dan una expresión a la cara como de susto o de sorpresa, que se acompaña de pequeñas orejas redondeadas, frente ancha, descubierta, recta nariz de tamaño grande y una boca más bien pequeña, acorazonada, de finos labios que gusta pintar con rojo carmín. Su cuerpo es otro cantar, es el de una tía buena, delgada engañosa cuando está vestida que desnuda gana mucho.

Es una mujer curvilínea, con tetas de buen tamaño, altas, redondeadas, algo aplastadas, juntas, conformando un canalillo largo y estrecho, con pezones oscuros, cortos y gruesos, sin areola visible. Son dos tetas excitantes, que no parecen propias de una madre que ha dado de mamar a dos hijos y se acerca a la cincuentena. Que yo sepa, no se las ha arreglado quirúrgicamente.

Su espalda ancha, recta, termina en una cintura estrecha y alta que inmediatamente se abre en caderas grandes, parideras, que engloban un culo fuerte y duro con evidente forma de pera. Muslos anchos, musculados, se sustentan en piernas bien dibujadas, quizás algo gruesas. Es un perfecto ejemplo de lo que llaman una mujer con silueta de reloj de arena.

Su sexo de oscuros labios gruesos y anchos está protegido por una mata de rizado vello castaño que habitualmente arregla por los bordes —ni siquiera en verano, cuando va a la playa, lo rapa por completo— y que deja subir hasta casi el pequeño redondo ombligo. No es muy amiga de que le coma el coño —dice que los tíos lamerones le parecen maricones y le recuerdan demasiado a su exmarido— aunque se corre como loca cuando muy de vez en cuando le doy un buen tratamiento oral a su clítoris, y, aunque no lo quiere reconocer —me llama guarro pervertido al mismo tiempo que se ríe de manera histérica e intenta echarme a empujones— se excita como una yegua en celo si le como el culo e intento meterle la lengua lo más dentro posible.

Adora mi polla —y cualquiera que le guste, según sus propias palabras, aunque no le he conocido ningún otro rollo— y acariciar, lamer, besar, chupar, mamar, comérsela… con tranquilidad, sin ninguna prisa, en un orden aleatorio que va fijando en cada momento, según le apetece, es su manera de excitarse a tope —en ocasiones durante muchos, muchos minutos— antes de pedirme que se la meta.

Tumbada boca arriba en la cama, con expresión de deseo en su rostro, la boca abierta, respirando con fuerza, ya de manera agitada, los ojos fijos en mi polla, las tetas desplazadas hacia los lados, las piernas muy abiertas, los labios vaginales brillantes, evidentemente mojados, al igual que el comienzo de los muslos, los brazos dirigidos hacia mí, como si quisiera atraerme de una vez hacia su cuerpo… no es la mejor ni más bonita representación de la belleza femenina, ni falta que hace, pero sí del deseo, de una mujer cachonda que exige que me ocupe de ella.

Me encanta meterla en este coño bien mojado, suave, que desprende calor, que me acoge con ganas, apretando sus paredes vaginales el total del largo de la polla, que provoca que Sonia haga algún que otro comentario prácticamente inaudible, de aceptación, de excitación, y que en cuanto me tumbo sobre ella —me gusta que me aplaste con su cuerpo un tío grande como tú— me abraza la espalda con fuerza, mientras que sus piernas cruzadas por encima de mi culo empujan hacia abajo con ganas, presionando para que el pene llegue lo más dentro posible. Es una buena folladora, que acompasa sus movimientos de caderas, de pubis, al bombeo adelante y atrás que le estoy dando, con fuerza, profundamente, desde hace ya unos minutos, manteniendo un ritmo rápido, constante, que solo intento aumentar en función de lo que demanda mi polla.

Los ruidos propios de una follada han sido siempre música celestial para mis oídos. La cama de Sonia es muy grande y pesada, con el cabecero bien sujeto a la pared, así que no suena, pero nuestras respiraciones rápidas, agitadas, roncas, el golpeteo de nuestros pubis, y el sonido acuoso de la entrada de mi polla en su vagina encharcada, no son una sinfonía, pero sí una canción excitante que también ayuda a la búsqueda del orgasmo.

Habitualmente Sonia se corre primero, y poco después voy yo. Hoy no es la excepción, con la mano derecha masajea su clítoris con rapidez y corto recorrido durante dos o tres minutos, mientras me afano en mantener el alto ritmo del polvo. Un grito de volumen alto, agudo, corto, seguido de varias quejas mantenidas en voz baja, es la manifestación sonora de que ha llegado su orgasmo, sentido, profundo, aunque no demasiado largo de duración.

Queda tumbada boca arriba, jadeando, recuperando el resuello y empujándome con las manos para que me levante de encima de ella. Le saco la polla, me tumbo a su lado y me masajeo el cipote arriba y abajo, sin prisas, pero sin dejar que baje el nivel de mi excitación.

Tras un corto rato, sin hablar, ni decirnos nada, Sonia se vuelve hacia mí, me besa en los labios suavemente, como si diera las gracias, aparta mis manos del pene y toma el relevo, masturbándome con pericia durante un minuto, bajando rápidamente la cabeza y metiéndose la polla en la boca, centrándose en comerme el capullo, con mucha saliva, combinando la acción de su mano —ya con un rápido sube y baja, descapullando y ocultando el glande a buen ritmo— la lengua, los labios, de manera tal que duro muy poco más, corriéndome cojonudamente, descargando mi leche de hombre en su boca y teniendo la satisfacción de ver cómo se traga todo el semen, lo que no siempre hace a pesar de saber lo mucho que me gusta. Cojonudo.

Me doy cuenta de que cuando se describen estas situaciones todo queda relativizado, incluso estereotipado o artificioso. Podría dar la impresión de que las sesiones de sexo de los martes entre Sonia y yo son rutinarias, propias de una mecánica funcionarial, de un matrimonio largo y tedioso, aburrido. Ni mucho menos, pero no es lo mismo en el momento, en vivo y en directo, que contándolo en el teclado del ordenador. Hay mucha diferencia.

Nos duchamos, tomamos café —qué bueno lo prepara, solo, al estilo americano, de puchero, con una rama de canela y cáscara de naranja— con unos manolitos que suelo comprar en una cercana pastelería antes de ir a su casa porque le encantan, charlamos de distintos asuntos personales, nos reímos con anécdotas futboleras —es una encendida forofa madridista— y nos despedimos hasta dentro de unos minutos, dado que nos vamos a ver en su despacho para tratar cuestiones profesionales. Salimos por separado de su casa, yo doy la vuelta a la manzana y así le da tiempo a llegar a la gestoría.

A Montse me la presentaron el año pasado en unas jornadas de convivencia que organizó la empresa para las distintas delegaciones del norte de España, durante un fin de semana, puente incluido, en un bonito hotel situado en un castillo, cerca de Salamanca. Hace un par de meses ascendió y aceptó el traslado a esta ciudad, en donde se encarga del soporte informático que se solicita desde distintas empresas. Hola y adiós ha sido el trato habitual que hasta ahora hemos tenido, aunque muchos días coincidimos en el bar en el que desayunamos, a menudo nos vemos a la hora de comer en la cafetería de la empresa y algunos fines de semana se pasa junto con una amiga por el bistró, a cenar, tomar unas copas y vacilar un poco, no sé si ligar, supongo que sí. Le entran mucho los tíos porque son muy evidentes sus grandes tetas.

Hemos charlado varias veces. Agradable, educada, tiene sentido del humor, parece demasiado conservadora y un poco pija, pero una vez que te fijas bien en ella, parece claro que tiene un polvo. Medianamente alta, con el pelo castaño oscuro siempre corto, peinado con raya a un lado y con breve flequillo, se da hebras de colores más claros. Ojos grandes, bonitos, entre verdes y color caramelo, nariz un poco ganchuda, grande, boca también grande de labios chupones de color rosa oscuro. No es una mujer guapa, pero desde luego, desde el primer momento que la miras, la vista se va sola hacia sus llamativas tetas, siempre embutidas en sujetadores que se adivinan de gran tamaño, con aros, fuertes para poder sujetar esos grandes pechos. ¡Vaya mostrador! O como dicen los franceses: hay una multitud en el balcón.

Delgada, pero fuerte, con apenas algo de estómago cervecero, espalda sinuosa, caderas anchas, de esas que parecen tener un asa musculosa a cada lado para poder agarrarse al follar, culo redondo, alto, de buen tamaño, piernas bien torneadas, muslos que se adivinan musculados. Está buena, pero a pesar de ser discreta vistiendo —no suele llevar escotes ni ropa muy ajustada en los pechos— lo de esas tetas se adivina verdaderamente especial.

Sé que tiene cuarenta y cuatro años, soltera —tiene novio en Segovia, donde ha nacido y vivido siempre con sus padres— y aquí vive compartiendo piso con una amiga maestra en el mismo céntrico edificio —las casualidades sí existen— en donde yo tengo mi casa, así que coincidimos a menudo y, ahora que llega el duro invierno de esta zona, le he ofrecido que siempre que quiera se venga conmigo en el coche hasta nuestro lugar de trabajo, situado algo lejos del centro urbano.

Vaya tardecita la de hoy, cae una aguanieve constante que las rachas de viento del norte se ocupan de que nos empape a todos en cuanto pisamos la calle. Al salir del trabajo, camino del coche, nos hemos puesto bajo el paraguas de Montse, pero a pesar de cogernos del brazo y apretarnos, nos hemos mojado los dos a modo. Por cierto, mi brazo derecho se ha percatado de que estaba firmemente apoyado contra un pecho de talla XXL, y que su dueña en ningún momento se ha separado —ni se ha quejado— de la presión y del leve movimiento arriba-abajo que, intentando ser discreto, he empezado a hacer contra el abrigo. Esto promete, o ni se ha dado cuenta y me estoy montando una película sin sentido.

Dentro del coche hace calor en cuanto enciendo la calefacción, por lo que antes de ponerme en marcha me quito la parka, igual que hace Montse. El habitáculo del coche no es pequeño, pero dos personas adultas quitándose al mismo tiempo gruesas prendas de abrigo no lo tienen fácil, así que nos rozamos, empujamos y entrechocamos varias veces y ella tiene que ayudarme con una manga que se ha enganchado en algún sitio. Al quitarse su abrigo, la blusa blanca que lleva se desabrocha, por lo que queda a la vista un bonito sujetador blanco poblado de encajes, de esos que llaman de balcón, que junta, levanta y exhibe un par de tetas muy grandes, descubiertas hasta la mitad, dejando ver parte de una areola difuminada, grande, de color rosa muy oscuro.

Montse se ríe, pero no se abrocha, simplemente coloca la blusa de manera que no me oculte nada en mi afán de ver esos pechos tremendos.

—¿Te gustan las tetas grandes? He observado que disimuladamente me las miras de vez en cuando

—Sí, bueno, espero no haberte molestado, pero es que me parecen espectaculares

—No me molesta que tú me mires, me gusta. Vámonos fuera de la zona de la oficina, aparca, y te las enseño

Antes de cruzar el río, a la derecha del puente nuevo, hay un largo paseo arbolado que recorre la ribera hasta salir de la ciudad y en donde es habitual ver por las noches automóviles aparcados con parejas dentro. A esta hora de la tarde, con el frío que hace y la que está cayendo, no hay ni un coche ni mamás con carrito de niño ni paseantes de perro ni deportistas haciendo footing ni abuelos jugando a la petanca mientras fuman disimuladamente.

Apago el motor, me quito el cinturón y me vuelvo hacia Montse, quien sonriente le echa mano a mi paquete, acaricia amasando con ganas varias veces, y sin decir nada, me besa rápidamente, con intensidad, de manera que me mete la lengua hasta la garganta. Respondo al guarro beso de tornillo, quizás algo sorprendido, pero con ganas de comerme esas tetas que he empezado a acariciar por encima del sostén y que me muero por ver.

Tras un penúltimo beso ensalivado, muy goloso, Montse se echa hacia atrás, me mira a los ojos y con las dos manos desabrocha el cierre del suty —lo he oído pocas veces, pero me entero por Montse que suty lo dicen los pijos que no quieren llamarle bra ni suje al sostén— que está en la parte delantera. ¡Guau!, surgen dos tetas increíbles, grandes, separadas, apuntando cada una a un lado, de forma ovalada, gruesas, duras, morenas de sol sin marca alguna, y en su centro, unos pezonazos largos y gruesos, de color rosa oscuro, ya erectos, en el medio de areolas grandes como una galleta maría, difuminadas, del mismo color… Observo apenas unos pocos segundos y me lanzo a por ellos con la boca por delante, acariciando al mismo tiempo esas tetas fabulosas que no abarco enteras con las manos.

Qué gustazo da tener en la boca estos pezones del tamaño del dedo gordo de mi mano. Tiesos y duros, son a la vez suaves, acogedores, como si fueran de mágica plastilina, maleables en función de la actuación de mis labios, la lengua, los dientes… son cojonudos. Creo que nunca me he comido unos que me hayan gustado tanto, y eso que se me puede llamar pezonadicto, me excito como un verraco besando, chupando, mamando y mordisqueando —en ocasiones, un poco más de la cuenta— unos buenos pezones de mujer.

Desde el primer momento en que me he estado ocupando de sus tetas, Montse ha empezado a respirar fuerte, profiriendo sonidos roncos, cortos, en voz baja, con un ronroneo como de gata excitada —nunca he tenido ni gato ni gata— sin hablar, dejándose hacer, mirándome fijamente, entornando los párpados, con las manos ocupadas en mantener abierta la blusa para que no moleste, hasta que se quita la prenda, me desabrocha el cinturón y el pantalón, rápidamente los baja hasta mis tobillos junto con el eslip, y acaricia mi crecida polla con las dos manos, en realidad con los dedos, muy suavemente, sin apenas apretar, pero logrando enervarme, tanto a mí como a mi capullo, que luce rojo, inflamado, acampanado, tirante, tenso... Parece mentira, pero esa extraordinariamente suave caricia es muy excitante, al menos así me está resultando.

Se quita las bragas con decisión, baja la cremallera de la falda de punto que lleva hasta por debajo de las rodillas y se la sube hasta la cintura, dejando al aire su peludo coño, protegido por una densa gran mata de color castaño amarronado que cubre todo su pubis y le llega cerca del gran achinado ombligo. No sé por qué recuerdo aquello de que donde hay mata hay patata.

—No vamos a follar, es la primera vez que estamos juntos, no soy tan puta, pero tócame, por favor, hace mucho que no estoy con un hombre

No es el momento de preguntarle qué entiende ella por puta, así que le toco el coño. Más que mojada está encharcada, emite una gran cantidad de jugos oleosos —me hace pensar en que debería haber puesto una toalla, recuerdo que hay una muy grande doblada en el asiento trasero, así que me detengo unos instantes y la extiendo como puedo intentando salvar la tapicería— que empapan el denso vello púbico de manera que los pelos se pegan y permite que se vean los labios vaginales, anchos, hinchados, gruesos, de un rosado muy oscuro. Noto que está verdaderamente cachonda.

Le meto un dedo en el coño y enseguida, otro, da un respingo de excitación según comienzo a moverlos a derecha e izquierda, como si atornillara con ellos. Prefiero hacerle un lento metisaca y con la otra mano acariciar su clítoris, llevándome una tremenda sorpresa. El clítoris es de un tamaño muy grande, parece una polla pequeña o uno de sus pezonazos —como después se lo he medido, sé que en erección pasa de los cuatro centímetros— y es muy sensible, por lo que hay que masajearlo con rapidez, pero sin demasiada dureza, cuanto más suave mejor.

—Sí, sí, sigue

Noto cercana su corrida, ha dejado de tocarme la polla, se sujeta con las manos en mis hombros, con fuerza, mientras su cuerpo sube y baja a compás de la paja que le hago. Tiene los ojos entrecerrados, respira con el ruido de una cafetera italiana, aletean sus fosas nasales, la boca abierta transmite un ronco jadeo constante, sus grandes tetas se mueven con un lento movimiento prácticamente imperceptible que me resulta muy sugestivo, e intento lamer los tiesos pezones a pesar del obstáculo de sus brazos.

Casi me hace daño en los hombros cuando le llega el orgasmo por la fuerza con la que aprieta. Grita en voz baja de manera que más parece de agonía que de éxtasis, y le dura muchos segundos, muchos, hasta que me pide que pare, se gira hacia su lado derecho y queda desmadejada recuperándose de la intensidad de la corrida. Me ha parecido que la corrida le provoca una riada de líquidos vaginales, o quizás es que se ha meado. Bendita toalla.

—Acábate, no puedo hacerte nada ahora mismo

Joder, a mí me parece que el sexo es fácil, la mayoría de las veces es un intercambio: dar placer, recibir placer, o por lo menos intentarlo, así que me toca a mí ahora. Le cojo una mano y la llevo hasta la polla, que sigue con una erección cojonuda, e intento que se gire y baje la cabeza para que me haga una mamada.

—No, Rafa, te lo debo, no puedo

Por unos instantes pienso en ponerme borde y obligarla con mala leche, pero me lo pienso mejor, dejo que se me vaya pasando el calentón, lo consigo, y termino guardándome la polla ya medio morcillona.

Unos instantes después estamos recomponiendo la vestimenta antes de marcharnos. No puedo dejar de decirle que no me ha gustado su falta de colaboración para que pudiera lograr mi corrida.

—Lo siento, pero es que he tenido un orgasmo muy bueno, sentido, profundo, y después ya no me daban ganas ni de tocarte. Yo quiero practicar muchas cosas que jamás he hecho. Nunca me he metido una polla en la boca, y es lo que tú querías en ese momento. Quizás quieras tú enseñarme todo lo que necesito aprender

Yo, alucinando. Una mujer en mitad de la cuarentena, pija, sí, pero acostumbrada al trato con hombres y a la vida de empresa, con novio, que está buena, con unas tetas increíbles que le hacen ser foco de atención sexual de muchos tíos en cuanto le echan la mirada encima, que se reconoce caliente, que cuando sale le tiran los tejos a menudo y seguro que ella aprovecha para, entre col y col, lechuga… ¿nunca ha chupado una polla?

—¿Me estás vacilando?

—No, de verdad. Ya te contaré. Tú me gustas mucho y yo quiero aprender. ¿Qué te parece si quedamos de vez en cuando y practicamos?

Han pasado cuatro días desde que se dio la situación que acabo de contar. El temporal ha ido en aumento, nieve, hielo, muy bajas temperaturas. De hecho, este fin de semana no abrimos el bar —la previsión meteorológica no es favorable— que estará cerrado unos días.

He acercado al centro de la ciudad a varios compañeros, no solo a Montse, por lo que no hablamos de nada personal. Al llegar al edificio en el que vivimos no se baja en la puerta, sino que me acompaña al garaje. Camino del ascensor se acerca sonriendo, me coge de la cintura, se empina y sube su cabeza para intentar llega a mi boca, nos besamos suavemente, pero rápidamente me introduce la lengua y nos damos un besazo de tornillo, largo, guarro, ensalivado, como le gustan a ella.

—Sube a mi piso. Quiero darte gusto, pero tienes que entenderme y ayudarme

Nada más cerrar la puerta de su casa —María, su amiga y compañera de piso, parece estar ausente— me vuelve a besar apasionadamente mientras acaricia mi paquete de manera intensa. Nos separamos para desnudarnos, compruebo que lleva un conjunto negro de sujetador y braga muy sexy, lleno de trasparencias, y que no se quita las medias negras que le llegan muy arriba, casi al final de los muslos.

—Tienes que perdonarme el calentón del otro día, pero no te mentía, tengo mucho que aprender

No contesto, me acerco, sorpresivamente me arrodillo para quitarle las bragas de manera agresiva, lo que le provoca dar un gritito y que comience a respirar con fuerza, y le pido que me quite el calzoncillo, única prenda que me queda puesta.

—Arrodíllate ante mí y quítamelo

Eso hace, de manera cuidadosa, respirando agitadamente, los ojos abiertos como platos, sin apenas tocar mi crecida polla. Quiere levantarse, pero pongo una mano en su cabeza y empujo hacia abajo para evitarlo, le planto la polla en su cara, pegada en paralelo a la nariz, apretando, haciendo un movimiento de vaivén como si me la fuera a follar, subiendo y bajando, midiéndole la cara con mis veintidós centímetros de largo por cinco de ancho, dándole algún que otro golpecito, llevando el capullo hasta su frente, hasta el cabello, e inmediatamente hacia abajo, hasta llegar a la boca y la barbilla. Da varias exclamaciones de excitación, no cierra los ojos en ningún momento y ha puesto las manos en la parte trasera de mis muslos, para sujetarse o para que no me escape, no sé.

—¿No te follan la cara tus hombres?

—No

—Saca las tetas, vamos, quítate ese sostén tan bonito

Es un espectáculo ver a Montse completamente desnuda, con esas grandes tetas que me resultan tan excitantes. Hago que gire sobre sí misma varias veces, despacio y más deprisa, apenas se mueven, así que le pido —le ordeno, con voz que intenta ser distante, poco cariñosa, quizás dura— que se doble por la cintura, para que le cuelguen un poco.Cómo me gustan.

—Debería castigarte por las dos pajas que me tuve que hacer el otro día, yo solo, pensando en esas maravillas y en tu coño peludo

No dice nada, jadea, está tremendamente excitada y ya se le notan mojados los pelos del vello púbico. Me parece que a esta tetona le va la marcha y que la traten con dureza verbal.

—Arrodíllate otra vez y tócame la polla como hiciste el otro día

—¿Lo hice bien, te gustó?

—No te he pedido que hables

—Me entiendes muy bien, Rafa, sabes lo que me gusta

Sonríe y se afana en acariciar muy suavemente todo el largo del pene, deteniéndose a cada poco en el capullo, apenas tocándolo con las yemas de los dedos. Estoy palote a tope.

—Pon las manos atrás, en tu espalda

Sin ningún miramiento le cojo del pelo y acerco su cabeza hasta mi pubis. De nuevo le planto la polla en la cara —mi recompensa son dos exclamaciones roncas, cortas, en voz muy baja— y le pido que saque la lengua.

—Empieza a lamer, primero la tranca, con suavidad, el capullo y los huevos ya vendrán luego

Tras unos instantes de duda por su parte, comienza a lamer y enseguida me queda claro que no ha chupado nunca una polla. Sí, parece poner ganas, pero lo único que consigue es anegarla en saliva, guarrearla —incluso tose porque se atraganta con su propia saliva— pero no lo hace de manera que suponga un verdadero estímulo sexual capaz de ponerme más cachondo y cercano al orgasmo.

—Para, para, tranquila, no por ir más deprisa la vas a chupar mejor. Si te da asco, te aguantas, ya se pasará. A cada tío nos gusta de una manera, pero a todos nos gusta que resulte excitante, así que maneja tu lengua sin descontrolarte, paséala por todo el largo de la polla, arriba y abajo, hasta llegar a los huevos, un poco en el capullo, y vuelve a empezar una y otra vez hasta que te ordene cambiar

Poco a poco le va cogiendo el truco y el ritmo, así que le digo que se centre en el glande, que use toda la lengua y lo ensalive, para después puntearlo y recorrerlo entero. Bueno, le falta mucha práctica —tal y como repite a menudo— pero va mejor, más tranquila, dándose cuenta de que no es nada que no pueda hacer.

Lo que de verdad me está poniendo es ver cómo se afana, cómo me hace caso sin dudar, cómo sigue con las manos a la espalda de la manera más natural, moviendo y colocando la cabeza para chupar como le pido. Así que voy a subir un poco el nivel, quiero comprobar algo, aunque realmente sea el primer día que nos lo montamos juntos.

—Me gusta que seas guarra, mucho, eso me excita. ¿Te molesta que te lo llame?, eh, guarra

Cierra los ojos durante unos instantes, nada dice, no se queja, asiente con la cabeza varias veces, sonríe y sigue chupando. Vamos bien.

—Levanta, guarra. Ponte a cuatro patas en la cama, vamos, dobla la cintura, ponte de perra, quiero follarte

Lo hace, poniendo las rodillas cerca del borde del colchón, dejando colgar las tetas, respirando de manera sonora, echando constantes miradas al gran espejo de pared que preside el dormitorio, y excitada, mucho. Estoy convencido de que el verdadero punto G de una mujer está en el oído, ponerse a buscarlo en cualquier otro lugar suele ser una pérdida de tiempo. Con Montse funciona, o quizás sea que tanto para hombres como para mujeres, la jodienda no tiene enmienda.

Paso mi mano derecha por todo el chocho, con todos los dedos juntos, notando la tremenda mojadura y sorprendiéndome de nuevo con el tamaño de su clítoris erecto.

—¿Te pones perra conmigo?

—Sí, me gusta lo que me haces

—¿Vas a ser mi perra?

—Sí

Ayudándome con la mano derecha llevo la punta de la polla hasta la entrada de su coño. Allí me entretengo un ratito jugando a meter apenas la punta y sacarla de nuevo, la restriego por todo el exterior del chocho dándole golpecitos en su crecido clítoris, todo ello aderezado de comentarios que no llegan a ser insultos, pero que le hacen boquear de excitación, dar algún que otro gritito y hacer intención de llevar su mano hacia el clítoris.

—Ni se te ocurra, mi perra solo se toca cuando yo se lo pido

Me está gustando mi papel de malote, estoy cachondo de verdad, ya necesitado, así que me agarro a las buenas caderas de la entregada hembra y de un único golpe de riñones se la meto con fuerza lo más profundamente que puedo. Me encanta el excitante largo quejido que da y cómo intenta verse reflejada en el espejo.

Buen coño, empapado a tope, calentito, suave, apretado, confortable, hospitalario, me saluda con algunos movimientos incontrolados, suaves convulsiones y apretones que me dan idea de lo cachonda que está la hembra.

Adelante y atrás con ritmo constante, sin prisas, buscando mi placer, por supuesto, pero temiendo que en cualquier momento ella se corra y pase lo mismo del otro día. No se lo quiero permitir, además, me queda poco, noto que va llegando.

También me gusta verme en el espejo, no sé, me siento dominador, poderoso, mientras Montse está totalmente entregada, cercana al orgasmo.

Lo ha vuelto a hacer, aunque yo tengo buena parte de culpa. Grita en voz baja de manera continuada, con voz ronca, intensa, durante muchos segundos, los mismos que mi polla nota los espasmos incontrolados de las paredes vaginales. Si al final se ha estado tocando el clítoris, no lo he visto, pero se ha corrido con ganas, y desde luego que el flujo de jugos vaginales ha aumentado como para pensar que se orina de gusto o que se corre teniendo algún tipo de abundante líquida eyaculación femenina.

Ha liberado su coño de mi polla, queda tumbada en la cama con los ojos cerrados, boqueando a la búsqueda de recuperar el resuello —ni siquiera así se le mueven demasiado las tetas— y yo me veo en el espejo con la polla tiesa y dura y, me parece a mí, con cara de tonto.

—Lo has vuelto a hacer, cabrona

—Espera un minuto, por favor

Me subo a la cama —la sábana debe ser para evitar la mojadura, porque raspa las rodillas más de la cuenta— repto de rodillas hasta que la polla queda al alcance de su boca y Montse se incorpora quedando entre sentada y arrodillada. No dice nada, aunque detecto cierta expresión de preocupación, no sé si de disgusto.

—Abre la boca y no dejes de chupar mientras me la meneo

La muevo un poco cogiéndola de los hombros, para colocarla.

—Ponte aquí, que puedas verte en el espejo cuando te dé mi leche de hombre

Muy abiertos los ojos y la boca, usa su lengua para chupar el glande. Está en tensión, atenta al mismo tiempo al espejo y al posible momento de mi eyaculación. Me estoy cascando un pajote tremendo mientras intento mantener el capullo dentro de la boca de Montse, por lo que le doy más de un golpe en el cielo de la boca, en los labios y en los dientes. Duro poco.

—Traga, guarra, traga

Le he tenido que sujetar la cabeza con la mano izquierda porque la quería retirar cuando he empezado a eyacular. Traga, más o menos, porque echa por las comisuras de los labios una parte de los muchos chorros del blanco semen, se atraganta, escupe parte de mi leche, le meto la polla muy dentro, vuelve a tragar y a toser… Al final parece que se le ha quitado la cara de preocupación y está más tranquila.

—¿Lo he hecho bien?

—Practicando vas a mejorar. ¿Te gusta el semen?

—No sé, pensaba que era peor por los comentarios de otras mujeres. ¿He sido una buena guarra para ti?

—Sí, pero no creas que se me han pasado las ganas de castigarte

—Me parece bien, si practicamos a menudo

Se acerca, me besa en los labios, mete un poquito la punta de la lengua entre ellos, de manera que percibo el olor y sabor de mi semen, me acaricia el paquete tres o cuatro veces, suavemente, masajeándolo, y se va camino del cuarto de baño, sonriendo. Yo marcho a mi casa a ducharme y cenar algo. Antes de salir del piso de Montse me sorprende que esté María, su amiga, sentada en el salón, en bata de casa, ante una copa y la televisión sin sonido. Me saluda sonriente, dice algo parecido a me gusta lo que he visto, lo habéis pasado bien, me ha dado mucha envidia y me marcho sin decir nada más que buenas noches.

A Sonia no le comento nada sobre Montse, ni es necesario ni tenemos acordada una relación de exclusividad, simplemente somos buenos amigos. Le he regalado por su cumpleaños un moderno succionador de clítoris, de esos que están tan de moda. Su respuesta ha sido no quedar conmigo el siguiente martes, porque me dice que ese juguetito ya le da suficientes corridas. Menos mal que era una simple broma y seguimos a lo nuestro, follando casi todos los martes del año.

Marcos es el camarero encargado del bar de copas. Su marido, Sergio, es el cocinero. Buenos amigos, excelentes profesionales, trabajadores de confianza y con un buen sentido comercial. Estamos dando los pasos legales para asociarnos y abrir en el mismo barrio un bar de copas de ambiente gay, con pista de baile los fines de semana y animación de distintos tipos. Cuando últimamente hablamos me dicen, en broma y en serio, que debo tener cuidado por si me da una indigestión de higos secos, dado que me gustan demasiado los coños de más edad que mí polla, que quizás debería montármelo con alguna de las mujeres jóvenes que van por el local y me ponen ojitos de querer. Sí, por supuesto, pero les contesto que hay que tener en cuenta que si es cierto que los hombres alcanzan su máxima potencia sexual a los dieciocho años y las mujeres alcanzan la suya pasados los treintaicinco, me parece inteligente follar con cuarentonas, si además me dan placer a tope, como sucede con Sonia y Montse, pues mejor que mejor. Siempre se ha dicho que gallina vieja da mejor caldo.

Lo de Montse sigue adelante y ha dado un pequeño giro, o dos. Me contó la historia acerca de la relación que mantiene con su novio, en donde queda meridianamente claro que él es homosexual y ella una tapadera social —sin dejar de lado la amistad, la confianza y el cariño que se tienen— para un hombre adinerado, profesional liberal reconocido, metido en política, que no puede permitirse salir del armario así como así. Nosotros seguimos quedando al menos una vez por semana —si por ella fuera, a todas horas estaríamos dándole al asunto, es más caliente que el pico de una plancha— ha cogido seguridad practicando, y hace poco me confesó que lo que le excita mucho, pero mucho, es que la observen mientras está follando. Varias veces hemos estado en una zona del paseo arbolado —conocida en argot popular como el Parque de los mancos— en donde la falta de luces propicia que por las noches haya mirones, y sí, se pone muy cachonda en cuanto sabe que hay uno o dos tíos mirando por las ventanillas del coche, con la polla tiesa y meneándosela gracias a ella. En esos momentos es cuando tengo que sacar todo mi repertorio de palabras soeces, de insultos consentidos por su parte, porque así se pone loca de contenta y tiene unos orgasmos tremendos, fáciles de lograr. Llevo un par de gruesas toallas y una manta siempre dispuestas para salvar la tapicería del coche.

Por supuesto, se suele olvidar de darme gusto con el argumento de que una vez que se ha corrido ya no puede ni tocarme. Así me da oportunidad de ponerme duro, de castigarla y de hacerme el malote dominador. Llevamos bien la historieta y lo pasamos cojonudamente.

El segundo giro tiene que ver con María, la amiga compañera de piso de Montse. Le gusta mirar, es una voyeur que no tiene fácil practicar lo que le excita, además, con mucho miedo a ser descubierta por su condición de maestra en el colegio más famoso y conservador de la ciudad.

Hace pocas semanas, con la polla bien erecta deseando metérsela a una Montse tumbada boca arriba, despatarrada, completamente entregada, me dice que mantenga abierta la puerta y encendida la lamparita de la mesilla de noche para que María pueda vernos follar. Según le estoy dando un metisaca a buen ritmo, me fijo en el espejo de la pared y veo a María apoyada en el marco de la puerta, completamente desnuda, mirándonos sin perder ni un detalle y tocándose, masturbándose de manera tranquila.

Vestida siempre de manera conservadora, con estética propia de maestra de colegio de monjas, sin evidenciar las curvas de su anatomía, desnuda me llama la atención, gana bastante. Mujer guapa no es, de estatura mediana, piel siempre levemente tostada, morena de cabello muy negro, corto, cejas también negras, ojos grandes, oscuros y brillantes —quedan opacados porque utiliza gafas para todo— nariz recta, boca pequeña de labios finos amarronados, siempre mantiene en su rostro una expresión agradable, de empatía, de mujer simpática.

Tiene tetas de buen tamaño, juntas, pitonudas —todavía se mantienen altas y tersas— como si fueran dos melones medianos que acaban en pezones cortos, muy gruesos, de color marrón, al igual que sus areolas circulares, grandecitas, levemente granuladas. No especialmente gruesa, le sobra un pequeño michelín en el estómago. El vello púbico, ni en mucha cantidad ni demasiado rizado —es tan negro como el cabello y las anchas cejas— permite ver fácilmente sus labios vaginales anchos, abultados, del mismo color marrón de los pezones y las areolas. Culo grande, ancho, fuerte, muy redondo, con las nalgas separadas por una oscura ancha raja, que se abre hacia el final mostrando el gran redondeado ojete, apretado, oscuro. Muslos algo gruesos, anchos, continuados en piernas de un estilo similar. Me parece que tiene un polvo, sí señor.

Mientras me afano en darle gusto a Montse, su voyeur amiga entra por completo en la habitación y se detiene junto a la cama, con la boca abierta, fosas nasales aleteando, los ojos como si fueran carbones encendidos, con la mano izquierda sobándose las tetas, apretando y estirando los pezones, la mano derecha en su sexo, masajeándose deprisa, más o menos al mismo ritmo con el que estamos follando su amiga y yo. Se está haciendo una paja de las buenas, con tres o cuatro dedos en la zona del clítoris.

Que esté ahí mirando no me molesta, y a Montse le gusta, está claro. Estoy juguetón, así que quiero hacerme notar ante María, hago que Montse se levante a pesar de estar ya muy cachonda —se queja, no le gusta nada, quiere correrse, así que le digo que se parece a la gata Flora, si se la meten grita, si se la sacan llora— y se dé la vuelta para ponerse de perra. Luzco un poco la polla, tiesa y dura como en las grandes ocasiones, y enseguida un par de azotes sonoros —es una manera de dejar sentado quién manda— para que abra bien las piernas, baje el torso hasta que las tetas tocan con la sábana y humille la cabeza, también posada sobre la cama. Ese culazo en su máximo esplendor, asomando entre los muslos el vello púbico que prácticamente tapa los labios vaginales, y la entrada del ano, apretada, de un rosa muy oscuro… Uf, uf, uf.

Ya he conseguido que cuando quedamos para follar en su casa, la sábana antihumedad esté por debajo de una sábana normal, de manera que no nos raspe las rodillas, así que me agarro muy fuerte a sus nalgas, empujo con las caderas dando un golpe de riñón hacia delante y hacia arriba, y ahí está, toda la polla dentro de ese empapado chocho.

Es bueno tener la polla dentro de un coño en el que te sientes como en casa, quizás sea porque la costumbre de saber lo que hay que hacer y lo que va a pasar da seguridad y ayuda a lograr un buen orgasmo, el propio y el de la pareja.

Quiero cambiar un poco el guion habitual y busco con prisas que Montse se corra. Una follada a ritmo alto, apretando las manos en sus caderas como si fueran pinzas, acercando mi boca al oído —lo suficientemente alto para que también lo oiga María— para llamarle lo que le gusta oír: perra, guarra, zorra, puta… con distintos sinónimos y variaciones, la mano derecha la pongo sobre su mano y la conduzco hasta su extraordinario clítoris para que lo masajee al mismo ritmo del metisaca, o casi, sin apretar demasiado, como más le gusta.

En cuanto Montse da un grito en voz baja, intenso, ronco, largo, saco la polla rápidamente. No quiero que sus espasmos vaginales me hagan eyacular. Objetivo cumplido. Se tumba en la cama boca abajo como si se desplomara, cierra los ojos e intenta recuperar el resuello.

María sigue tocándose, apretando con una mano sus tetas y la otra en el sexo, muy deprisa.

—Ven, me vas a dar gusto; ni se te ocurra correrte sin que yo goce o me cabrearé

Me pongo de pie y hago que se arrodille en el suelo ante mí. No tengo que decirle nada, primero me coge la polla con la mano, la acaricia suavemente media docena de veces e inmediatamente la introduce en su boca, entera, sin mover la lengua ni los labios ni los dientes… es como si la estuviera reconociendo sin tocarla o estuviera tomando las medidas. Pasados unos segundos pone sus manos en mi culo, para sujetarse, empieza a mover la cabeza adelante y atrás, recorriendo todo el largo del pene con los labios y utilizando la lengua muy ensalivada en el glande siempre que la tengo casi toda fuera. Lo está haciendo muy bien, no sé si tiene práctica en el sexo oral —me parece contradictorio llamar oral al sexo en el que menos se puede hablar— pero la chupa cojonudamente, a buen ritmo, bien atenta a la faena, con sus ojos abiertos, pendiente de mis reacciones o posibles peticiones.

Nada le pido, solo que siga, que no pare, quiero correrme ya mismo. Me está haciendo una mamada estupenda, centrada ya por completo en el capullo, al que le da un tratamiento de categoría. Pongo mi mano sobre su cabeza y quito la suya de mi tranca, porque quiero darme yo los últimos achuchones a la polla, a la velocidad y ritmo que más me gustan, sintiendo al mismo tiempo la lengua y los labios de María.

—¡Qué bueno, joder!

Una corrida larga, sentida, profunda, acrecentada al ver los churretones de semen en la cara de la mujer y su avidez por mi leche de hombre, acercándola a la boca con sus dedos y tragándola sin que tenga que decírselo, chupando suavemente el glande y todo el largo del pene, limpiando y tranquilizando los últimos estertores de la polla. Acabo de encontrar una comepollas cojonuda, golosa del semen, que sigue arrodillada pajeándose el clítoris a una velocidad endiablada, jadeando y respirando como una máquina de vapor.

De repente, se detiene por completo, da un ayayay en voz alta, largo, muy largo, sin altibajos de sonido, hasta que se levanta, sonríe y va hasta la cama, en donde se tumba junto a Montse, y tras darse ambas un cariñoso beso en los labios, la tetona segoviana me mira con cara de cachondeo, antes de preguntar:

—Mi amiga es guarra, verdad. ¿Te hemos gustado?

Creo que hoy se me han abierto algunas posibilidades sexuales de las que quiero gozar. Me doy cuenta de que verdaderamente nunca he participado en un trío —salvo algunas ocasiones de darme el lote con una pareja amiga hace años, en la universidad, cosas del exceso de gintonics, pero apenas tocando pelo y sin llegar a nada distinto de darle a la zambomba, ni montándomelo con el tío, cosa que ni se me pasa por la cabeza, ni ahora ni entonces— y estoy seguro de que no me va a costar mucho convencer a estas dos mujeres de que nos lo hagamos juntos los tres. Dabuti.

He leído por ahí que todos participamos en tríos porque en todo encuentro sexual hay alguien invisible: la imaginación, porque si no está presente, malo… es como si no hubiera sexo y solo estuviéramos en una clase de gimnasia. Escrita la chorrada anterior —bastante opinable, según y cómo— lo de Montse y María es una bendición para mí, eso de que tres son excesiva compañía, lo dijo un capullo que probablemente actuaba como sujetavelas a la hora de estar presente en un trío.

Son las cuatro de la mañana del sábado. La tarde anterior llegó Fernando, el novio de Montse —un rubio cuarentón mucho más moderno de aspecto, guapo, simpático y afable de lo que yo pensaba, eso sí, tan pijo como su novia— y tras cenar se han pasado por el local a tomar unas copas, unas cuantas. Han estado hasta la hora de cierre y, como si tal cosa, Fernando se ha ido con Marcos y Sergio a conocer la noche —más bien la madrugada— loca de la ciudad. Su novia me ha llevado inmediatamente a su casa para tener sexo.

—Me da morbo saber que está mi novio y que igual aparece mientras follamos tú y yo. No sé si se atreverá a ligar y traerse aquí a algún tío

—¿Te molestaría?

—No, ya le he visto varias veces follar con hombres. Me pongo muy cachonda

—¿Y él te ha visto hacerlo?

—No

Los dos desnudos, agarra mi mano y rápidamente la lleva hasta el caliente surco de entre los muslos, aprieta las piernas como para encerrármela y noto lo muy mojada que está. Le meto dos dedos y empiezo a moverlos lentamente, sin recorrido apenas, a derecha e izquierda, arriba y abajo. La voz ronca y la respiración sibilante de Montse me confirman que tiene el coño en llamas.

—¿A Fernando qué le gusta, dar o tomar?

—Las dos cosas, aunque yo creo que lo que le excita es que le penetren

—¿Nunca has hecho intención de follarte su culo poniéndote un arnés?

—Lo he visto en las webs porno, lo he pensado, pero no me he atrevido a hablarlo con él

—Pues yo sí que te voy a dar por el culo

Da un respingo de excitación. Agarra mi polla con una mano, para menearla, y pone la otra en mi culo, tal y como le he enseñado, recorriendo la raja arriba y abajo, deteniéndose levemente en el ano a cada poco rato, empujando lo suficiente como para meter un par de centímetros de su dedo ensalivado… y volviendo a empezar hasta que le ordeno que cambie. No me olvido de sus pezones, por supuesto, es un manjar único, maravilloso, excitante a tope.

Las primeras veces que intente follarme el culo de Montse no hubo manera. Se ponía muy nerviosa, tensa, con miedo al dolor, y no me dejaba meterle ni tan siquiera la punta del capullo, por mucho aceite lubricante que usáramos o aunque estuviera varios minutos comiéndole el culo, abriendo su esfínter suavemente con la lengua o masajeándoselo con mis dedos lubricados. De repente, una noche en la que María se lo hace con nosotros, le pido que sujete a Montse contra su cuerpo, paso de hacerle caso a las quejas y se la meto de golpe, apretando con fuerza, de manera constante hacia arriba y hacia adelante, bien agarrado a sus caderas, sin dejar de hablarle, de decirle lo que le gusta, apretando con ganas hasta metérsela entera. Mano de santo. Enseguida empieza a notar una mayor excitación, y a pesar de decir que le quema mucho la entrada del culo, también reconoce que le gusta, que se pone muy cachonda.

Ahora es una de nuestras prácticas habituales, nos gusta a los dos y nos corremos ambos sin problema alguno. Hay una segunda parte: María. En cuanto vio que le daba por el culo a su amiga, ella también lo exigió. Perfecto, ningún problema.

Vega es francesa, arquitecta cuyo estudio —y de su hermano menor, conocido homosexual que levanta pasiones por donde va porque es guapo de la hostia— es el que hemos elegido para las reformas y para realizar la decoración del local de ambiente gay que mis socios y yo queremos abrir lo antes posible, cuando llegue el buen tiempo.

La guapa morena francesa —y varios pasaportes más, dado que es de madre libanesa y padre alemán— es una mujer de acreditada profesionalidad que lleva años trabajando por todo el norte de España. Marcos y Sergio me han comentado que tiene treinta y tres años, divorciada sin hijos de un español, sin pareja estable y, al parecer, bisexual. Desde luego resulta guapa, incluso llamativa, siempre seria, pero educada, amable y, con respecto a mí, con un trato estrictamente profesional cuando hablamos de los asuntos relacionados con el local. No sé si me voy a atrever a tirarle los tejos, a intentar intimar con ella. Me gusta mucho, pero, no sé el motivo, creo que me intimida.

Ya ha pasado un año desde que abrimos el local de ambiente gay, con gran éxito desde el primer día, tanto que ya hemos tenido que ampliar, y yo me estoy pensando seriamente dejar la empresa de outsourcing. El pasado fin de semana celebramos el primer aniversario con una fiesta de tres noches de duración, además de algún que otro acontecimiento más personal, como por ejemplo, la próxima boda de Montse y Fernando —la ceremonia religiosa y el posterior banquete nupcial será en Segovia— quienes hacen la primera parada de su viaje de bodas en nuestra ciudad, para celebrarlo con nosotros, en un ambiente más natural y relajado.

Fernando se ha integrado aquí perfectamente, tanto que ha abierto una sucursal de su bufete en la ciudad y se ha trasladado a vivir con Montse y María, alquilando un piso en el mismo edificio junto con Gerry. Este último es un joven escocés, pelirrojo rabioso, con una increíble planta de semental, relaciones públicas del local gay, que ha hecho buenas migas sentimentales —y sexuales— con el novio de Montse. El asunto se parece un poco al hotel de los líos o el camarote de los hermanos Marx, pero yo sigo follando como siempre con las dos mujeres, yendo de vez en cuando por el Parque de los mancos, vicio que desde distintos lados de la barrera ambas comparten.

Fernando ya ha visto en varias ocasiones a Montse follar conmigo y con María —qué animal sexual más fabuloso, es algo así como la esclava perfecta— y Montse ya se atrevió a probar el culo de su novio penetrándolo con una polla de silicona. Al parecer, todos contentos, porque el próximo nuevo matrimonio —los dos— me ha dejado claro por activa y por pasiva, juntos y por separado, que no va a cambiar nada en lo que a lo nuestro se refiere. Mola.

Lo de Vega, un imposible, tiene como pareja a una guapísima joven, pintora de paisajes, profesora en la Escuela de Bellas artes y activista cultural de la ciudad, de hecho, prepara una exposición en nuestro local. Qué pena.

Sonia se parte de la risa conmigo y el grupo de amigos. Nunca ha querido integrarse con nosotros, de vez en cuando viene por el bistró, toma unas copas, con todos tiene buen trato, pero pasa de mayores amistades o intimidades. Los martes por la mañana siguen siendo nuestros.

Hace unos días le dije a Marga, una compañera de trabajo con la que de vez en cuando salgo —desde hace pocos meses— y tengo sexo: que me perdonen los amores viejos por considerarte a ti como el primero. Le gustó la chorrada. No le he mentido, me gusta, mucho, y quizás ya ha llegado el momento de hacerle más caso al corazón que a la polla. No sé.

Seguro que hay alternativas, no voy a precipitarme, no se pueden tomar decisiones drásticas en lo que a follar se refiere. Es una cosa muy seria.

 

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