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Mi prometida 9

en Sadomaso

El inicio de las clases me descolocó. Yo estaba allí aburrido de temas que ya me sabía mientras mi máscota estaba solita en casa, sin nadie que jugara con ella.

Pero no hay nada peor que una mente aburrida para desatar la imaginación. Habían un par de cuestiones que llevaban unos días rondando por mi cabeza.

Elena, o Peggy, era mía, pero no había nada en ella que reflejara ese dominío que tenía sobre su cuerpo y su mente. Estaba pensando en tatuarla, obligarla a llevar un collar de cuero o una alianza de esclava. Seguramente terminaría llevando las tres cosas. Y quizás ponerla anillas en diferentes partes de su cuerpo.

La segunda cuestión, tan importante o más que la primera, tenía que ver con que la historia que me habían contado no me cuadraba por ninguna parte, algo fallaba en ella. No lograba entender el motivo exacto por el qué el padre de mi cerda la había cedido tan fácilmente. Tenía que haber algo más que un calentón, aunque tampoco era tan descartable.

Y había una tercera cuestión, importante también. Tanto Susana como Laura iban a ir a la universidad dentro de quince días. A partir de entonces tendrá mucho menos tiempo para jugar con ellas. Y eso era un problema. En realidad no me importaba si encontraban algún rollete o algún novio, dudaba y mucho de que me abandonaran. Laura jugaría con los tíos sin encontrar a ninguno que se cumpliera sus expectativas, y Susana se seguiría tragando las pollas de dos en dos, pero Laura sabría ponerla en su sitio.

Y esas cosas tenía la cabeza cuando entró entró en la clase el viejo demonio acompañada de un ángel...

-Chicos, atended. Os presento a Silvia, vuestra nueva profesora

-Mucho gusto.

Pelirroja de ojos verdes, de medidas perfectas medidas a ojo, de unos veinticinco... Con tacones, medias, falda de tubo negra y camisa blanca. Era algo tímida también. Su atuendo y su actitud no iban en conco De cierta manera me recordaba a mi cerda..

-Os dejo con ella, así que portaros bien. En especial tú, Luis.

-Yo no he hecho nada.

-Y tanto. Nadie te ha visto tocar un libro en tu vida.

-¿En serio? ¿Y qué tal los estudios?

-No baja de dieces – Respondió un compañero con resignación.

-Pues este nuevo vurso vas a tener que estudiar mucho y muy duro.

-Es lo que le dicen siempre, y nunca lo necesita. Ya le digo, no toca ni un libro.

-Salvo los porno – soltó uno por ahí.

-Oh, vaya.

-Como si vosotros no lo hicieráis. A ver si voy a ser el único que esta noche se la reviente a pajas pensando en ella y...

-Luis.

-Sí, ya sé donde está la sala de castigo.

-Silvia, por favor, acompáñale.

-Y encima se queda con la chica, hay que joderse.

Yo me marqué una reverencia y salí por la puerta acompañado de la nueva proferora.

-Así que profesora.

-Sí

-De instituto.

-Sí.

-¿Por vocación?

-Si.

-¿Sigue pensando en responderme con monosílabos?

-No – Una sonrisa se dibujo en su cara.

-Son los nervios. Pero conozco un remedio casero infalible. Venga, entre aquí.

-Pero esto es... es...

-El servicio masculino, claro. No pretenderá que entre al servicio de chicas, ¿Verdad?

-No, claro que no.

-Pues entra de una vez.

Le tendí la mano y ella aceptó. Terminó entrando conmigo sin ningún esfuerzo.

-Y ahora entra ahí dentro y hágase un dedo. Mano de santo, te lo digo yo.

Ella no paraba de mirar a su alrededor, incrédula ante lo que acababa de hacer.

-Deje de mirar tanto, es igual al de las chicas. Y ahora hágame caso, entra ahí, y mastúrbese. Le vendrá bien.

Por un momento pensé que iba a salir corriendo como alma que lleva el diablo. Pero mi impresión sólo duró un momento.

-Yo vigiló.

Así que Silvia entró dentro y cerró la puerta.

Yo tenía un calentón tremendo. Era increíblemente morboso estar esperando fuera mientras ella hacía sus cositas dentro. Dominar a una profesora. Ja. Si no hubiera sido por Elena, jamás en la vida me hubiera lanzado de esta manera.

-¿Mejor?

Ella asintió con la cabeza.

-Pues vamos a la habitación de castigo antes de que nos echen en falta.

Silvia antes tenía que lavarse y...

-Sería mejor si se los chupará.

-¿Cómo dices?

Bueno, había metido la pata, ido demasiado lejos. No importaba.

-Los dedos, chúpeselos. - Repetí. - Te gustará, tanto como la paja que se acaba de hacer, o más.

Le cogí suavemente de la mano y se lo lleve a la boca. Elena lo hacía por impulso, su meta era satisfacer, Laura con picardía, Susana con asco, y Silvia, como si llevará toda su vida deseando hacer semejante guarrada.

-No se lo dirás a nadie, ¿Verdad?

-Como si me fueran a creer. Oye tíos, he visto a la profe nueva, sí, esa que está que te cagas de buena, pues esa, se ha lamido la corrida de sus dedos. Venga ya hombre y deja lo porros.

Ella volvió a sonreír. Tenía una sonrisa preciosa.

La di la mano y la aceptó. Nos dirigimos a la habitación de castigo, que como era de suponer al ser el primer día y tal, estaba sola para nosotros dos.

-Debes firmar aquí y aquí – a indiqué como experto en la materia.

-Sí, ya veo, ya, muchas gracias por todo...

La besé. Con lengua. Hasta la garganta. Tenía gran experiencia gracias a Elena, Laura y Susana.

Cuando rompí el beso, me abofeteó, y yo volví a besarla de nuevo. Esta vez la pasé la mano por la cintura para acercarla aún más a mi. La di uno de estos besos que hacen hormiguear los dedos de los pies.

Volvió a abofetearme.

-¿Quién te has creído que eres?

-El puto amo. -Respondí y volví a besarla de nuevo.

Esta vez no me abofeteó. Tampoco podía mirarme a la cara. Se había agarrado fuertemente al borde la mesa con ambas manos.

-Eres una sumisa de libro. – Mencioné mientras la iba quitando los botones de la camisa. - ¿Has tenido amo o has pensado tener alguno?

-Eso es de machistas.

-Que tendrá que ver el machismo con hacer disfrutar a una mujer... ¡Guau! - exclame al ver su sostén negro. - ¿De verdad llevas esto en tu primer día de clase?

Ahora se podía ver que tenía los pezones duros como piedras. La agarré de la mandíbula y volví a besarla mientras deslizaba mi mano por su falda. Estaba increíblemente húmeda.

Pero no era follámela lo que quería hacer con ella realmente. Al menos, aún no. Mi cerda necesitaba una maestra para terminar de aprender a chupar pollas.

Ya le había pedido a mi madre que me dejará alguna de sus sumisas para tal tarea, pero se había negado en rotundo. Laura, por mucha picardía que tuviera era virgen hasta conocerme, y Sonia se tragaba muchas, pero le faltaba verdadero arte.

Además, que mierda, me ponía a mil sentarme en la silla mientras una profesora de escándalo me comía la polla, lo hiciera bien, mal o regular.

Así que tras tomar distancia, ne senté y me la saqué, dura como una roca.

Silvia entendió perfectamente lo que tenía que hacer. Se colocó a cuatro patas y salvo la distancia que había entre nosotros, metiéndose mi polla hasta el fondo de la garganta.

La mejor mamada que había recibido en mi vida. Mi cerda ya tenía maestra.

-No te lo tragues, retenlo.

Silvia, sin entender nada, me hizo caso. Abrió la boca y me mostró que aún lo tenía. Yo me levanté para ir a por su camisa.

-Vamos, demos una vuelta.

Silvia iba a abrir la boca, pero de pronto se dio cuenta de porque no podía hacerlo.

-No te lo tragués aún. - le recordé. - Vamos.

La di la mano para ayudarla a levantarse y comenzamos a caminar por el pasillo cogidos de la mano.

A pesar de ser el primer día, los pasillos estaban limpios de mirones y curiosos, lo que era una suerte. Me dirigía a la casa del conserje. Silvia no podía apartar los ojos del suelo.

-Vaya, ¿Es la nueva profesora?

-Sí.

-¿Y ya es tuya?

-Sí.

-¿Desde el primer día?

-Sí.

-Eres el puto amo.

-Sí.

-¿Me dejarás usarla?

-Sí... Mierda, acabo de cagarla. - dije resignado - En fin soy un hombre de palabra. Cincuenta pavos.

-¿Vas a cobrarme?

-No te quejés, mira que cuerpazo tiene, que caderas, que piernas, que pelo, que pechos, que todo. ¿Qué son cincuenta pavos por ella?

-Ya veo, ya, salta a la vista. Vale, trato hecho. 

Yo empecé a desabrocharle la camisa, dejando su sujetador sexy a la vista, mientras Silvia seguía con cara de que me está pasando y porque no me voy. A continuación bajé la cremallera de su falda y está cayó al suelo.

Llevaba liguero. Y bragas negras y muy sexys también. Era una visión absolutamente impresionante.

-Está de muerte.

Por vergüenza, la profesora se tapo con las manos.

-Vamos, vamos, Silvia. Estás demasiado buena para taparte y seguro que no somos los primeros hombres que te vemos así.

La cogí suavemente de las muñecas y se las llevé a la espalda.

-Yo la hubiera dado una buena hostia.

-Cuando tengas tu propia sumisa, la tratarás como te de la gana. Y ahora arrodíllate.

Posé mi mano en su hombro y la guié para que se arrodillara. Miguel sacó la cartera y me dio los cincuenta pavos.

-Bien, ¿Has entendido que esta tarde tienes que ser suya?

Ella asintió con la cabeza.

-Puedes hablar.

Se señaló la boca timidamente...

-Es, verdad, joder, se me había olvidado. Abre la boca y déjalo caer.

Mi semen un montón de babas cayeron al suelo.

-¿Llevaba eso todo el tiempo dentro?

-Por eso no hablaba. Lámelo, vamos.

Agachó la cabeza y sacó la lengua.

-Eres el puto amo.

-Ya, ya. Ahora cuando acabe, que vuelva a clases y luego vuelves aquí. ¿Queda claro?

Ella dejó de lamer.

-Sí, sí señor.

-Puedes hacerla de todo, Miguel, pero no la pegues.

La eche un último vistazo antes de irme. Estaba puff, tremendísima. Y no, no me dolía que el primero que se la tirará fuera el portero, un tío que podría ser su abuelo, me interesaba tenerlo como aliado. ¿Qué para qué? Pues necesitaba un sitio para cierta fiesta donde tenía previsto que la nueva profe fuera la protagonista principal.

Cuando las clases se terminaron, vi con agradado como Silvia se retiraba discretamente para cumplir con sus obligaciones...

-Venga tío, cuéntanos que has hecho con la nuev profe en la sala de castigo.

-Nada. Ha sido una hora de lo más aburrida.

-Ya, claro. La has tenido para ti solita.

-Y no he hecho nada. Tiene 25 años, tíos. No sé ni como entrarla.

-Pero si la tenías comiendo en la palma de tu mano. Que nos hemos dado cuenta.

-Que no hemos hecho nada – repetí.

-Y ahora vas con Elena para no hacerla nada. ¿Sabes que ahí rumores corriendo por ahí sobre ella y tú?

-¿En serio?

-Sí, porque mientras tú estabas haciendo nada, a nosotros que somos tus colegas nos han preguntado. ¿O qué te crees, que no saben en el pueblo que paseáis por ahí cogidos de la mano?

-¿O con Laura?

-La pregunta es cuando te vas a enrollar y dejarnosla.

-¿A Laura? Nunca, os devoraría vivos y esupiría vuestros trozos. Pero a la profe...

-Con la que no has hecho nada...

-No veáis como la chupa...

-Serás cabronazo.

En casa me estaba esperando Elena vestida de criada. Pensé que me estaba acostumbrando demasiado a verla así. Tendría que cambiarla.

-Te he encontrado una buena maestra para que aprendas a mamar pollas como es debido.

Ella no dijo nada. Por norma general, siempre era así de callada.

-Y también he pensado que te voy a tatuar. Peggy, mi cerdita, aquí atrás.

-Como desee mi amo.

Eso no le había hecho gracia. Se iba a dejar, pero no le había hecho ninguna gracia.

No me importaba. La metí mano por debajo de la falda y palpe su coño, que llevaba al aire libre. Estaba empapada.

-¿Está mamá? -pregunté sin dejar de sobarla.

-Aún no ha llegado, mi señor.

-Pues vamos a la mazmorra.

La mazmorra, la habitación secreta que había en mi propia casa y de cuya existencia nadie conocía hasta hace menos de un mes, con todo tipo de objetos de sadomadoquismo.

Había uno que me había llamado la atención. Se trataba de una simple barra horizontal con cuatro enganches que me permitía disponer del cuerpo de mi cerda en una posición de total dominación.

Sobre una mesa y una poste, abrí sus piernas hacía arriba y las ate formando una V, así como sus brazos en lo alto.

Pince sus pezones y la coloqué la mordaza dental.

Comencé a follarmela con dureza....

-Hola, hijo. Veo que estás en tus cosas.

-Hola, mamá. Pues aquí me ves. Por cierto, mamá, debo preguntarte una cosa... ¿Los padres de mi cerda son tus sumisos?

Mi madre miró a Elena.

-Sí, lo son.

-¿Y fue casual nuetro encuentro?

-No hijo, no tuvo nada de casual. Antes para ti que para cualquier desconocido. Lo que pasará después es cosa tuya. Y has hecho un gran trabajo.

-Gracias. ¿Hay alguna posibilidad de que me dejes, bueno, usar a su padre con ella?

-Quiero humillarla delante de sus pades, y bueno, luego quiero que la usen.

Mi madre suspiró.

-Está bien hijo, está bien.

Yo volví con mi cerda, la cogí de los pelos, y se la metí hasta el fondo de la garganta.