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Las Muñecas 12

en Grandes Relatos

XII

 

La noche y el profundo sueño causaron su efecto y recién estrenada la mañana abrí los ojos para chocar con los de Silvia clavados en los míos, velando mi sueño.

 

- Manu, tenemos que hablar de lo de ayer. - Me dijo a modo de Buenos días.

 

- Ya, imagino. ¿Tú qué opinas de todo esto?

 

- Sinceramente, estoy un poco asustada. No me reconozco a mí misma. Tengo ganas de follar todo el tiempo, y todo lo que me asustaba o me daba asco ahora me encanta. No sé qué me está pasando, pero, aunque algo dentro de mí me dice que debería sentirme mal, jamás he sido tan feliz.

 

- A mi me pasa lo mismo. - contesté – Nunca habíamos tenido una relación así, pero estoy convencido de que es lo mejor que nos ha pasado. Tú sabes lo que me gusta el sexo y que tú y yo tuvimos problemas en el pasado por nuestras diferentes formas de vivirlo y disfrutarlo, pero ahora también me veo sobrepasado. Joder, nos montamos dos tríos en un día, uno de ellos con mi hermano, y como dices estoy encantado de que pasase.

 

- Yo también. - Contestó ella mientras se incorporaba para quedarse sentada con las piernas a lo indio, completamente desnuda – Pero me da mucho miedo que esto pueda acabar separándonos. Vi como disfrutabas de Laura y aunque me excitaba mucho verte con ella también me asustó, y estoy aterrada con las sensaciones que me produjo tu hermano. Nunca había mirado para el de forma sexual.

 

Sentí que aquella conversación era tremendamente relevante. De que Silvia abandonase definitivamente sus miedos podía devenir un futuro totalmente nuevo, más aun cuando mi Don podía proporcionarme, ahora lo sabía, parejas prácticamente ilimitadas.

 

- Silvia. Si tuviese un trabajo, o un céntimo en el bolsillo me iría ahora mismo a vivir contigo sin dudarlo. Eres la mujer con la que quiero estar, y que disfrutemos juntos de una nueva experiencia, llena de sexo y de cosas buenas no hace más que reforzar este vínculo. Nunca haremos algo que alguno de los dos no queramos, y nos esperan muchos años por delante muy felices, te lo prometo.

 

A Silvia le caían las lágrimas por las mejillas, su sonrisa la hacía resplandecer. Se abalanzó sobre mí y se fundió conmigo en un largo beso.

 

- Te quiero, dijo al separarse de mis labios.

 

- Te quiero. - Contesté convencido.

 

Silvia estiró su mano derecha en busca de mi miembro. Yo la detuve impidiéndole alcanzarlo.

 

- Cielo, ahora no, estoy agotado.

 

- Esto es el mundo al revés. - Contesto ella entre risas – Mira que han pasado cosas raras estos días, pero desde luego nunca imaginé que me dirías que no tienes ganas de sexo. No sé si llamar a un médico o directamente a la prensa.

 

No pude contener la risa, lo cierto es que si alguien me hubiese dicho una semana antes que rechazaría un polvo lo trataría de demente. Aun así me sentí herido en mi hombría así que con un “vamos allá” mental me puse en marcha para, una vez más, aplacar a la bestia que mi Don había implantado en el deseo carnal de mi chica. Aprovechando su postura enterré mi mano en su sexo, penetrándola con dos dedos e iniciando una caricia. Ella intentó hacer lo mismo con mi miembro pero la detuve de nuevo.

 

- No, este rato es solo para tu placer. - Le dije.

 

Ella detuvo su mano y con una sonrisa se dejó hacer. Dejo caer su cuerpo un poco hacia atrás, se apoyó en ambos brazos y con los ojos cerrados se abandonó a mi caricia de forma sumisa.

 

- Voy a vendarte los ojos, - le dije – si te sientes incomoda dímelo.

 

Me levanté de la cama y busqué como vendarle los ojos. A falta de algo mejor usé para ello una cinta estrecha y roja con la que el hotel presentaba atadas las toallas. Le pasé la cinta por delante de los ojos, y la anudé por detrás por encima de su pelo negro. El simple hecho de vendarla despertó en ella un gemido ansioso, estaba claramente excitada, más que dispuesta a disfrutar de eso o de cualquier otra cosa que le pidiese.

 

Me alejé de la cama dejándola allí sola, ciega e inmóvil en aquella postura, totalmente expuesta mientras pensaba que podía hacer con ella, como disfrutarla una vez más. Entré en el baño y allí me hice con un par de tesoros. Cogí su cepillo para el pelo, ancho y de cerdas flexibles y suaves, mi cepillo de dientes eléctrico y el cinto de uno de los albornoces que nos ofrecía el hotel. Regresé a la estancia para comprobar que Silvia no se había movido. Parecía nerviosa intentando escuchar lo que sucedía a su alrededor y tratando sentirme llegar. 

 

Me acerqué sigiloso a ella, por detrás, sin hacer ruido y soplé suavemente sobre su espalda. Ella se estremeció dando un pequeño respingo, mientras dejaba escapar un pequeño jadeo de placer y tensión. Repetí el soplido, esta vez sobre su cuello y la reacción fue más intensa si cabe. Silvia disfrutaba de su entrega y yo, a pesar de mi cansancio, me sentía cada vez más poderoso.

 

Me coloqué delante de ella y esta vez fue su frente la que recibió mi suave soplido. Silvia arqueó la cabeza para atrás, ofreciéndome su boca, con su cara ruborizada y una expresión de placer que la hacía parecer una Diosa.

 

Acerqué mi boca a la suya que, sintiéndola cerca, intentó salir a su encuentro. Me separé de ella y la corregí.

 

- Quieta. Puedes disfrutar cuanto quieras, pero no quiero que intentes hacer nada. Yo te guio.

 

Ella asintió como respuesta, mientras jadeaba con la boca abierta, ansiosa por ese beso que no había llegado. Acerqué nuevamente mi boca a la suya y esta vez ella no se movió, me esperaba con la boca entreabierta, con la punta de su lengua acostada en su húmedo labio inferior. Mantuve mi boca a apenas un centímetro de la suya. Sabía que ella podía sentir el calor de mis labios al igual que yo sentía los suyos. Con cada inspiración bebía sus jadeos igual que ella podía saborear mi aliento caliente. Permanecí así unos segundos hasta que ni yo mismo podía resistir más la urgencia de dos cuerpos que se exigen y se necesitan. Saque mi lengua y con la punta recorrí el contorno de su boca, al borde de sus labios, despacio, muy despacio, hasta dar una vuelta completa a aquel volcán encendido y palpitante mientras este arrojaba su fuego en forma de jadeos enfermizos.

 

Abandoné su boca y sin separar mi lengua de su piel busqué una de sus orejas. Escondí mi lengua debajo de su lóbulo. Para luego rodearlo con mis labios, aprisionándolo en mi boca mientras mi lengua jugaba con la pequeña bolita que lucía como pendiente. Sus jadeos poco a poco se transformaban en gemidos, dejando claro que Silvia, con aquellas simples caricias, corría ya hacia su primer orgasmo de forma inevitable. Cuando mi lengua siguió su camino sorteando el pelo alcanzando su nuca para descargar en ella una lluvia de besos carnosos, suaves y lentos, el cuerpo de Silvia claudicó a toda aquella tensión acumulada estallando en un orgasmo lleno de espasmos y pequeñas contracciones de los músculos de sus brazos y piernas, que mi chica disfrutó completamente inmóvil más allá de su estéril intento de aprisionar su sexo contra las sabanas, movimiento que impedía casi totalmente su postura.

 

Dejé que Silvia se debatiese en su dulce agonía hasta que poco a poco regresó la calma al cuerpo de mi niña.  Una vez calmada me separé de ella y me alejé nuevamente para iniciar un segundo asalto. Me pareció que Silvia podría estar incomoda por su postura largamente mantenida así que la autoricé a que se recolocara.

 

- Ponte cómoda, te quiero sentada y con las piernas abiertas, pero busca una postura mejor si quieres.

 

- Estoy bien así - Contestó ella solícita – pero quiero más. - Se la veía encantada con el juego.

 

- No hables – le contesté – te has ganado un pequeño castigo.

 

Me acerqué a ella y sin mediar palabra le propiné sendos pellizcos en los pezones, lo suficientemente fuerte como para que ella lanzase un grito de dolor.

 

- AYY! Me duele!!! - Dijo entre el enfado y la sorpresa

 

- No hables. - Fue mi respuesta calmada mientras nuevamente pellizcaba sus pezones hasta provocar otro grito.

 

Ella guardo silencio esta vez pero cambió el gesto frunciendo el ceño, pero casi al instante aceptó nuevamente la situación volviendo a esa expectativa ciega que de alguna extraña manera la volvía loca de pasión. La castigué con mi ausencia durante más de tres minutos, dejándola a merced de las punzadas de dolor de sus pezones y de su propia inmovilidad. Cuando consideré que ya era suficiente castigo me acerqué a ella nuevamente con el cepillo del pelo en la mano.

 

Las suaves cerdas del cepillo buscaron y encontraron primero uno y luego otro de sus castigados pezones. Pasé el cepillo suavemente por ellos, maximizando el recorrido. Cada uno de sus trayectos reinflamaba a mi chica que se contoneaba buscando alargar cada caricia, mientras sus pezones se erguían aún más firmes de lo que el dolor los había levantado.

 

Con mi mano libre busque su coño, que estaba literalmente en un charco de sus propios jugos. Las sabanas mojadas me descubrieron otra novedad en Silvia: había eyaculado, por primera vez en su vida. Era imposible que aquel charco fuese el resultado de un orgasmo de los habituales en mi chica, y no iba a conformarme con menos que provocarle un nuevo orgasmo mojado antes de acabar aquella peculiar sesión de sexo.

 

Enterré mis dedos entre su sexo y la sabana, buceando por aquel mar de zumo de hembra y en cuanto las yemas de mis dedos encontraron el camino dos de ellos penetraron en la gruta inundada a la busca de la fuente que había originado tan dulce desastre. Los arqueé bien dentro de su cuerpo, buscando aquella zona rugosa que sabía que la volvía loca y al localizarlo comencé una profunda caricia con ellos a la que Silvia respondió intentando contraer su vagina, apretando con ella mis dedos mientras sus gemidos indicaban que nuevamente se aproximaba a la locura.

 

Detuve la caricia sobre sus pechos y dando la vuelta al cepillo acerqué el frio metal del reverso a uno de sus pezones. Silvia se arqueó y gimió ante la sensación helada que mantuve en su pecho durante un par de segundos. Luego, todavía con la parte metálica, golpeé repetidamente con cierta fuerza su otro pezón para luego volver a las cerdas, pero esta vez con caricias más firmes y profundas que multiplicaban el rozamiento. Silvia se corría, se corría sin remisión, un nuevo chorro de sus entrañas empapó mi mano, su eyaculación era incluso más intensa que la de Laura, y mientras lo hacia su cuerpo temblaba, a punto de un colapso que parecía inminente.

 

No quería que mi chica se bajase de aquel caballo. En cuanto pararon los espasmos le pedí que se colocara a cuatro patas, tomé mi cepillo eléctrico y encendiéndolo la penetré con la empuñadura. Silvia se sobresaltó con aquel objeto duro y frio, pero la salvaje vibración dentro de su cuerpo la mantuvo en ese estado de meseta que a veces disfrutan las mujeres en el que el fin de un orgasmo da pie a una placentera pausa que antecede al siguiente.  Moví suave pero profundamente el aparato, de un calibre considerable, mientras Silvia movía las caderas a ritmo de un silencioso Reguetón imaginario.

 

- Sujétalo tú! - Le dije, a lo que ella respondió apoyando hombros y cabeza en la cama para liberar una mano con la que asió el cepillo, palpando primero para identificarlo, dejándolo bien enterrado dentro de su coño. Pase el cinto por debajo de su cuello, dejándolo luego recorrer su espalda por ambos lados hasta casi sus nalgas y una vez colocadas aquellas improvisadas riendas me arrodillé en la cama detrás de ella y con mi polla, ya ennegrecida por tan larga erección, busque primero y destrocé después la entrada de su culo, hundiéndome en el sin piedad, de un solo golpe, arrancando de Silvia un grito de dolor, que enseguida devino en otros muchos, en los que este dolor se debatía, peleaba y perdía contra un ejército de oleadas de placer que arrasaron a mi yegua mientras riendas en mano la atraía con fuerza una y otra vez hacia mi polla que en cada embestida desaparecía por completo en el ano de Silvia aplastando sus pequeñas nalgas incapaces de defenderse ante tales embates.

 

Silvia entretanto, se masturbaba furiosamente con el cepillo, que entraba y salía de su coño rozando con dureza mi pene y castigándolo con una vibración caliente y apretada que en solo unos segundos provocó en mi un orgasmo profundo y casi seco, depositando en el recto de mi chica los escasos jugos que mi cuerpo exhausto había podido fabricar.

 

Me enteré en ese culo mientras tiraba de aquellas riendas hasta hacer levantar a Silvia sobre su mano libre, peleando por respirar mientras se consumía en su último orgasmo, luego solté el cinto, dejándola caer de nuevo desplomada mientras yo mismo caía sobre ella  y así nos quedamos ambos,  jadeando, exhaustos, vencidos por el calor de un sexo inexplorado y quietos, muy quietos, mientras recuperábamos el aliento, mi polla encogía aun clavada en el culo de mi novia y mi cepillo de dientes, enterrado en su coño, continuaba su temblor infinito mientras las cerdas del cepillo rozaban y enmarañaban el vello de mis testículos.