miprimita.com

Extorsionando a la profesora

en No Consentido

Hasta la fecha, lo único que podía hacer con la profesora de matemáticas, la señorita Dafne, era matarme a pajas. La tía era joven, alta, guapa, con estilo... Tenía todo lo que hay que tener para volver loco a un chaval hormonado y más salido que el pico de una plancha como yo. Pero el otro día pasó algo que me dio la esperanza de que aquello podía cambiar, y que la refinada y sensual profesora iba a acabar de rodillas comiéndome toda la polla.

 

Era un viernes a la hora del recreo, y yo tenía que entregar un trabajo atrasado al profe de Lengua. Me dirigí a Dirección para darle mi cuaderno (el tío era además el director), no sin antes asomarme a la ventana para ver si estaba allí. No era la primera vez que un profesor te decía de ir a su despacho en el recreo y luego estaban por ahí fumando o a saber. El director estaba allí, desde luego, y no estaba solo: también estaba la señorita Dafne, que se encontraba de rodillas atragantándose con su polla.

 
Mi primera reacción fue irme para que no me pillaran, pero eso duró un segundo y medio. Me segunda idea fue hacerme una paja allí mismo; semejante espectáculo no lo iba a poder presenciar en mi puta vida. Y mi tercer pensamiento, mucho más inteligente, fue sacar unos cuantos vídeos y fotos, para que aquello quedase inmortalizado de por vida. Me iba a servir para estar haciéndome pajas hasta que me jubilase.

 

Ya estaba sacando unos planos increíbles de la señorita Dafne dando arcadas sobre la polla del director, cuando recordé que ella tenía un novio con el que iba a casarse, supuestamente. Y entonces se me ocurrió una cuarta idea... ¿y si en lugar de cascarme yo la paja, en la soledad de mi habitación (como siempre), iba a la señorita y... bueno, le proponía una oferta para ver si a mí también me caía una mamada? Ahora tenía unos cuantos argumentos en formato de vídeo que podían conseguirme un buen acuerdo. La mera idea hizo que la polla se me pusiera con la consistencia del diamante y estuve apunto de correrme allí mismo. Así que saqué todas las fotos y vídeos que pude y me fui.

 

Nada más llegar a mi casa, después de clase, estuve toda la tarde encerrado en mi cuarto. Yo no sé cuántas pajas pudieron caer, pero acabé con la polla irritada y todo. Y lo mismo pasó durante los siguientes días. La verdad es que como fantasía, la idea de chantajear sexualmente a mi sexy profesora daba un morbo que lo flipas, pero una cosa era pensarlo y otra, hacerlo. Joder, es que me podía meter en un lío de cojones, y seguro que la tía ni de puta coña me la iba a chupar. Eso solo pasa en las películas porno.

 
Desde ese momento, todas mis interacciones con la señorita en clase fueron incómodas. Ella nunca me hacía mucho caso, ni para bien ni para mal, así que tampoco se daba cuenta de la tienda de campaña que me provocaba cada vez que entraba en clase. Intenté cotillear un poco a ver si había cortado con el novio o algo así, pero la gente parecía bastante segura de que seguían juntos y de que se casarían en la primavera. ¡Y yo aquí con pruebas de que le puso los cuernos! Parecía que mi material iba subiendo de valor por momentos. Cada vez que lo pensaba, tenía que irme al baño o a donde fuese a hacerme una paja.
 
Finalmente, me decidí. Como dije, la señorita Dafne nunca me había prestado mucha atención, así que en clase nunca interactuábamos mucho; jamás me había citado en su despacho para nada. Bueno, ahora sí que iba a ganarme su atención.
 
—Señorita —le pregunté al acabar la clase, discretamente. Estaba esperando a que todo el mundo terminase de recoger e irse.
—¿Sí? —me preguntó, indiferente. Ella también estaba recogiendo sus cosas. Hoy iba muy recatada pero igualmente sexy. Vestía con jersey de cuello alto gris que, por ser bastante estrecho, no disimulaba precisamente sus grandes tetas, y una falda ajustada, con medias y tacones a juego, que le hacían unas piernas de escándalo y un culo hipnótico. Elegante y sensual. Estuve a punto de salir corriendo en ese instante a hacerme otra paja. 
—¿Podemos... podemos hablar en privado más tarde, después de las clases? —Dafne pareció molesta.
—¿Por qué no ahora? ¡Que todos queremos irnos a casa, José Luis!

—Ya... pero es que es importante, preferiría que... que fuese luego, más en... en privado...

Me escudriñó de arriba a abajo, intentando adivinar qué coño quería. Se estaría pensando que se metían conmigo o algo de eso. En parte era cierto, pero claro, no era por eso. Yo estaba muy nervioso y asustado, no podía creerme que al final lo fuese a hacer. Dudó un segundo y, finalmente, accedió.
—Está bien, luego después de clase pásate por mi despacho, ¿de acuerdo? Pero a ver si puede ser breve, ¿estamos, José Luis?
—¡Muy bien! ¡hasta ahora después, señorita! —dije, contento. Quizá se me escapó un poco de lascivia en mi voz, porque ella puso una cara mezcla de clara sospecha y temor. Yo de pronto no estaba nervioso, algo me decía que estaba todo controlado.
—Pero bueno Jose Luis, ¿de qué se trata? ¿No me lo dices ahora?
Sonreí de una forma un tanto... siniestra, no pude evitarlo. Ya tenía su interés, y noté que definitivamente estaba un poco asustada. Algo me decía que iba a acabar cediendo exactamente como yo quería que cediera.
—Es... una sorpresa —dije, mirándola de arriba a abajo, desnudándola con la mirada. Ya mismo sería mía. Durante un instante detecté un poco de pánico en los ojos de Dafne al escuchar mi respuesta, pero se recompuso rápidamente. Antes de que me contestase y pudiese contraatacar, salí de la clase, dejándola confusa y acojonada.

 

Las clases siguientes esperando a que terminase la jornada fueron... duras, y lo digo con doble sentido, por supuesto. Estuve pensando en cómo sería y tuve la polla dura durante todo el tiempo. Imaginaba que mi profesora estaría ahora dándole vueltas a lo que yo podría querer. Quizá sospechaba que yo sabía algo de los suyo con el director, quizá planeaba algo para recuperar el control de la situación y ponerme en mi sitio. Tendría que andarme con cuidado y estar muy fino. Si me lo montaba bien, la señorita Dafne iba a ser mi esclava sexual durante una buena temporada. Además, le estaba bien empleado, por ser una puta infiel. ¡Karma!

 

Finalmente, llegó la hora. Sonó el timbre y todo el mundo salió pitando del instituto, como de costumbre. Remoloneé un poco al recoger antes de dirigirme al despacho de la señorita, para asegurarme de que no quedaba nadie en las instalaciones. Cuando consideré que ya había pasado el tiempo suficiente, fui para el despacho de mi futura putita. No me encontré a nadie, aquello estaba desierto. Me acerqué a la puerta del despacho y pegué la oreja. Dentro no se oía nada. Toqué a la puerta. Silencio...

 
—Adelante, pasa —escuché finalmente. Había tardado un par de segundos en responder, y detecté un poco de nerviosismo en su voz. Estaba acojonada, seguro. Quizá había pensado en no decir nada en el último momento y por eso tardó en responder. Madre mía, estaba claro que era una presa acorralada.

 

Entré y cerré tras de mí. Dafne estaba sentada detrás de su mesa, con las manos entrelazadas e inclinada hacia delante. Su inquietud era más que obvia. No es por dármelas de nada, pero soy bastante bueno leyendo el lenguaje corporal.

 
—¿Y bien, Jose Luis? ¿Qué es lo que querías contarme? ¿Va todo bien con los chicos? —dijo ella, al ver que yo no hablaba.
—Pues verá... —dudé un momento. Estaba nervioso que te cagas, pero a la vez cachondo perdido—. Es que tengo algo que contarle...
—Ya, para eso estamos aquí. ¿Qué tienes que contarme? Venga, date prisa que tenemos que irnos a casa —me apremió. Se moría de ansia por saberlo.
Lentamente, saqué el teléfono móvil. Mientras lo hacía, Dafne desentrelazó las manos y agarró el escritorio. A saber lo que se le pasó por la cabeza. Por supuesto, había copia de todo en el disco duro de mi ordenador. Busqué una de las fotos, en las que sale ella más reconocible mamando polla, y se la enseñé.
—Es que tengo esto, señorita...
Dafne achinó un poco los ojos para verlo bien. Cuando vio lo que era, su cara cambió totalmente. Estaba aterrorizada.
—¡¿P-pero qué cojones...?! —exclamó, presa del miedo.
—Parecen los del director, ¿no? Los lamió usted bien, ¿eh? Mire, en esta foto sale lamiéndolos, mire, mire —dije, enseñándole otra foto.
Dafne estaba blanca y no decía nada, solo miraba el teléfono y a mí, alternativamente.
—Y tengo vídeos también, señorita. ¿Quiere que se los enseñe?
—N-no sé cómo... no sé qué... qué te crees que estás haciendo... Voy a... a informar a dirección y... y a la policía y...
—¿Y a su novio? —dije yo, sin ponerme nervioso con las amenazas. Ya sabía que intentaría exactamente eso y, como supuse, mencionar a su novio la amedrentó.
—Pero no se preocupe, señorita —añadí, al ver que se había quedado callada—. No se lo he enseñado a nadie. Solo yo tengo estas fotos.
Dafne entendió, finalmente. Podía casi oler sus neuronas funcionando a toda velocidad, estimuladas por la adrenalina.
—¿Y qué es lo que quieres por borrarlas? ¿Un sobresaliente?
Me carcajeé a pleno pulmón. Realmente me hizo gracia. ¡La señorita creía que iba a salir de aquella simplemente poniéndome una nota de mierda!
—No... es decir, sí. No rechazo el sobresaliente, claro. Pero yo lo que quiero principalmente es que me la chupes.
Dafne no dijo nada, pero tampoco pareció sorprenderle mucho, aunque su expresión seguía siendo de shock.

—¿C-cómo...?

—¡Una mamada! Como quieras llamarlo. Es decir, llevo haciéndome pajas pensando en usted desde siempre, y yo no aguanto más, señorita. Quiero que me hagas una mamada como la que le estabas haciendo al director, ¿estamos?
—Ni de coña, chaval. Vete de aquí antes de que llame a la policía, anda —dijo, intentando aparentar seguridad en sí misma.

—Muy bien, como quieras... —dije, guardándome el móvil en el bolsillo y dirigiéndome hacia la puerta. Estaba claro que era un farol. Ya tenía la mano en el picaporte cuando Dafne volvió a hablar.

—¡Espera!

—¿Sí? —dije, sonriendo macabramente. 

—Tiene que haber alguna forma de llegar a un acuerdo... ¿y si te toco un rato?

—Señorita... Ya estoy hasta los cojones de pajas. Yo quiero que me la chupes. Adiós. —respondí, agarrando el picaporte de nuevo.

—¡Espera joder! —exclamó Dafne, desesperada y a la vez enfurecida—. Está bien, niñato de mierda. Siéntate ahí y bájate los pantalones. Pero cuando acabe lo borras todo, ¿entendido? O te mato, ¿me oyes?
—Madre mía, qué carácter. Está bien, está bien. ¿Dónde me siento? ¿Aquí está bien? —dije mientras me desabrochaba los pantalones y me sentaba en una de las sillas.
Dafne no dijo nada y se levantó. Se recogió su melena rubia en una coleta y se me acercó. Más que acojonada estaba hecha una furia, pero se contenía.
—Pero quiero tener algo a lo que mirar, cariño —dije. No le sentó bien lo de cariño, por la mueca que hizo. Estaba apunto de explotar de ira y mandarme a la mierda, lo sentía. Aun así, no me importó—. Las tetas por fuera y súbete la falda, anda.
En lugar de protestar mi nueva bravata, accedió, aunque con cara de muy pocos amigos. Curiosamente, estaba mucho más atractiva así, enfurruñada. ¿Hasta dónde podría llevarla hasta que reventase? Estaba dispuesto a averiguarlo. Se levantó el jersey y se abrió la camisa de debajo, dejando el escote al aire libre. Tenía un par de tetas enormes, apretadas la una contra la otra por el sujetador, formando un canalillo muy sensual. Acto seguido, se subió la falda, revelando unas bragas de encaje con transparencias. ¡Vaya con la profesora, qué ropa interior más sexy para venir a trabajar!
—Venga, de rodillas, guapa —le ordené, subiendo una vez más el tono. ¡Y la muy puta obedeció! Menudas vistas: la profesora medio desnuda de rodillas frente a mí, con la polla por fuera. Esto es mucho más de lo que había soñado en mis pajas más salvajes.

—Vamos, ¿a qué esperas? Ponte a chupar, monina.

Aun dudando y claramente odiándose a sí misma por verse en esa situación, Dafne agarró con sus frías manos mi falo ardiente; el contraste de temperatura era increíble. Todavía dudaba de si chupármela o no. Finalmente, aunque con cara de odio profundo, abrió la boca y se la metió dentro.
—Oooh... ¡Madre mía! —tenía la boca bien húmeda y caliente, y la chupaba con mucha gentileza y cuidado. Seré sincero: era la primera vez que nadie me la chupaba, nunca fui muy afortunado con las chicas. Sin embargo, la mamada era un poco suave, y yo quería que me diese caña, como en las películas. Sin miramientos, agarré su coleta y tiré hacia arriba, haciendo que me mirase directamente a los ojos.
—Más fuerte, ¿entendido, perra? —dije. Y le di un guantazo en la cara. La hostia la dejó en shock durante un segundo: estaba claro que no se la esperaba y le había pillado con la guardia baja, pero asintió haciendo conteniendo un pucherito y volvió al pilón, esta vez chupando con más intensidad, llegando más hondo. Notaba la punta de mi glande contra el fondo de su garganta. La muy perra tenía práctica, y no sufrió ni una sola arcada. ¡Vaya mamada, joder! Las putas de mi clase seguro que no las dan así ni de coña.
 
Dejándome llevar por el momento, la agarré de la cabeza y empecé a follarle la cara yo. Ella al principio opuso un poco de resistencia, pero pronto dejó de hacerlo, al ver que yo no paraba, y simplemente se conformó con la taladrada que le estaba dando. Los ruidos que hacía, como de atragantarse, me estaban poniendo cachondísimo. Glop-glop-glop. Igual que las estrellas porno de los vídeos.
—A ver, guarra, dame tus bragas, que quiero olerlas —ordené, soltando mi agarre y dejándola libre. A duras penas cogió aire, estaba roja, con el pelo revuelto y el rímel corrido. Empezó a toser, recomponiéndose del abuso al que la había sometido mientras obedeció y se quitó las bragas. Debajo había un chocho precioso: tenía hechas las ingles brasileñas, con una pequeña franja de pelo en el medio. ¡Menuda mujer! Según los rumores, las putillas de mi clase no se depilaban el chocho, y las pocas que lo hacían lo tenían llenos de granos por la irritación, y se quedaba áspero. En cuanto me las dio, les di una esnifada profunda. Olía delicioso, y estaban un poco húmedas. Parecía que se había puesto un poco cachonda... Y mira que seguía poniéndome cara de siesa... Qué falsa.
—Déjame ver una cosa —dije, yendo a echar mano de su coño para comprobar si estaba húmedo. 
—Eh, qué coño haces, chaval —me dijo, apartándome el brazo. Mi respuesta fue otro guantazo en su cara.
—Cállate, como sigas poniendo pegas le envío todo el set a tu noviete, ¿estamos?
Dafne volvió a hacer contener otro puchero, pero asintió con la cabeza y agachó la mirada, derrotada. Yo eché mano de su coño. La muy puta lo tenía empapado. Seré de nuevo honesto y reconoceré que es la primera vez que toco un coño, y la sensación al tacto fue increíble. Húmedo, irradiando calor... Estuve hurgando un poco, explorando sus pliegues y recovecos. Ella miraba hacia otro lado, claramente enfadada.

—¡Pero sigue chupando mientras te toco, joder! —dije con impaciencia. Dafne retomó la mamada... qué puto gusto, joder. Mientras me la chupaba, yo seguí jugando con su coño. No sabía que aquello podía ponerse tan húmedo, parecía que iba a empezar a gotear. Cuando me aburrí de los tocamientos, le mostré mis dedos empapados y se los pasé por debajo de la nariz.

—¿Y esto, guapa? ¿Te pone cachonda esto que te estoy haciendo o qué?
Dafne puso una mueca de asco y se apartó lo que pudo cuando le restregué los dedos por debajo de la nariz, pero no contestó.
—Ven, que me vas a comer el ojete —dije. Dafne puso más cara de asco todavía—. ¿Qué pasa? ¿A tu novio o al director no les comes el culo?
—Qué asco... Vaya puto pajillero enfermo estás hecho...
—Venga —dije, levantando las piernas y dejando al descubierto mi ojete e ignorando sus insultos—. A lamer, guapita.
Como aun dudaba un poco y seguía con la mueca de disgusto, le agarré la cara y se la enterré entre mis nalgas. Al poco, sentí su lengua recorriendo los pliegues de mi ano tímidamente.
—Con más ganas, cariño, que casi no me estoy enterando. ¡Mete ahí la lengua, no te hagas la digna!
Poco a poco fue animándose más. Mientras ella me comía el ano, yo me pajeaba. Estaba a punto de correrme. Nunca me habían comido el culo tampoco, claro, pero era una puta gozada. Había mil cosas de los vídeos que quería probar.
—Venga, quítate el resto de la ropa, que aun no te he visto el cuerpo del todo. Quédate completamente desnuda, anda.
Paró de comerme el culo y obedeció lentamente. Ya ni protestaba: comerle el ojete a su alumno había terminado de demoler los últimos resquicios de su orgullo. Se quitó el jersey, la camisa y el sujetador, dejando a la vista unas tetas perfectas, con los pezones oscuros y preciosos. Luego se quitó la falda, quedando solo con las medias y los tacones.
—Eso no te lo quites —dije, señalándole las piernas—, que me pone más así. Pareces como más puta, ¿no crees?
Dafne no dijo nada. Le hice un gesto con el dedo para que se arrodillase delante de mí. 
—¿No crees? —repetí, dándole un guantazo más.
—Sí... —dijo finalmente.
—¿Sí qué?
—Que sí que parezco una puta...
—Buena chica... —respondí, guiándola de nuevo hacia mi polla. Estaba a punto de correrme.

Siguió comiendo la polla, aunque de nuevo sin mucho entusiasmo. De todas formas, igualmente se sentía increíble. Yo me recosté hacia atrás en la silla y puse las manos detrás de mi cabeza, en plan triunfador. Podía acostumbrarme a aquello, desde luego que sí.

—Toma, que esto necesita una buena lamida —dije al rato, agarrándome los huevos y arrimándoselos a la boca. Ella sacó la lengua y le dio un poco con la puntita. No me pareció suficiente: con la mano que tenía libre, la agarré de los pelos y le metí los huevos en la boca. Luego, llenos de babas, los saqué y se los restregué por su cara y su boca. Tras esa reafirmación de dominio, volví a enterrarle la polla en la boca y procedí a follársela sin piedad. Ya se acabó de tanta mamada de princesa. Ella intentaba retirarse, sorprendida por mi ímpetu, pero yo me levanté y la fui siguiendo dándole pollazos. Pronto ella se encontró sentada con la espalda en la pared, sin más sitio al que retroceder, y yo no detuve el frenesí. El ruido de mis huevos chocando violentamente contra su barbilla y su glo-glo-glo fue demasiado: finalmente y sin avisar, me corrí como un puto condenado. Noté como mi lefa caliente se vertió directamente en el fondo de la faringe de mi profesora de matemáticas, como una erupción volcánica. Un chorro, otro, otro más. Mi polla bombeaba leche como nunca antes lo había hecho. Ella intentó zafarse, atragantándose con la espontánea inundación de espeso y caliente semen que estaba recibiendo. Con un poco de esfuerzo acabó zafarse de mi agarre, y tosió y escupió gran parte de la corrida en el suelo Mientras, yo a lo mío: el resto de grumos que me faltaba por echar se los vertí directamente en el pelo y en la cara. Un par de chorros más, que terminaron de poner la guinda al pastel.

—¡Uff...! —exclamé, triunfal. Me sentía el más macho alfa de la tierra— ¡Eso ha estado muy bien! ¿Menuda boquita tienes, eh? ¡Tu novio y el director tienen que estar contentos!

Ella aun estaba limpiándose la lefa que tenía por la cara y que amenazaba con entrarle en un ojo, así que tardó en contestar.

—Bueno niñato... Ahora te toca cumplir a ti. Borra esa mierda.
Yo la miré un poco antes de responder, en silencio. Lo había dicho sin mucha convicción. Todo esto había sido demasiado fácil.
—Me parece que no lo voy a hacer, señorita...
Ella me miró, cabreadísima.
—¡¿Cómo que no?! ¡Teníamos un acuerdo, hijo de puta!

Ella misma se dio cuenta de que no estaba en una situación de gritar y llamar la atención, así que se calló. Estaría bueno que entrara el conserje o quien fuese y se la encontrase así, cubierta de mi corrida, completamente desnuda, y un frikazo como yo al lado suyo con los pantalones por los tobillos.

—Ahora eres mi puta, señorita —respondí. No iba a negociar, estaba claro—. Mañana ven con ligueros y la lencería más sexy que tengas, que tengo planes para ti, ¿estamos? Y tranquila, que si te portas bien, las borraré. Promesa.
—¡¿Pero qué coño te crees, niñato de mierda?! ¡¿Crees que voy a caer otra vez?! ¡Te voy a meter una denuncia que te voy a arruinar la vida! ¡Te vas a enterar!
—¿Seguro? —dije. Parecía que había que recordarle otra vez quién tenía la sartén por el mango—. A mí no me va a pasar nada, pero tú serás la puta que le comió el culo a un alumno y la polla al director, todo eso mientras tenía un prometido. ¿Acaso crees que te van a creer? Y es que aunque te crean, todos sabrán lo que has hecho. Así que tú verás lo que haces, listilla. Pero yo que tú, me portaría bien. Venga, despídete de mí como es debido y dame un besito en el culo.

Tras soltarle el discursito me di media vuelta y me abrí de par en par las nalgas, revelando el todavía babeado ano. Dafne se mostró reticente, pero sabía que tenía razón; no podía hacer nada más que sucumbir. Tras unos segundos en los que temí que siguiera poniéndose valiente, me besó el ojete. Era mía, mi puta.

Me carcajeé en toda su cara.
—¡Así me gusta, señorita! Y mañana más, ¿estamos?
Antes de vestirme, froté mi polla con restos de semen por su pelo, terminando de limpiarme. Dafne no se apartó: seguía sentada en el suelo, desnuda y con el pelo y la cara llenos de mi corrida, seguramente preguntándose como uno de los más pringados de su clase acababa de usarla a ella, Doña Profesora Buenorra, como a un clínex.
—¡Hasta mañana, cariño! —dije, subiéndome los pantalones y saliendo de la habitación.

Mañana iba a ser un gran día...