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Liliana (segunda parte y final)

en Lésbicos

Aprovechando que su coño rezumaba jugos y estaba hinchado hasta parecer terso como la piel de un tambor le separé con parsimonia las piernas para acomodarme entre ellas. Ella no pareció entender, ensimismada en asimilar el placer que acababa de sentir, al menos hasta que mi coño de vieja lesbiana se aposentó sobre el suyo.

Extrañada miró hacia abajo sin comprender del todo. Le sujetaba una pierna en alto y mi sexo disfrutaba de un contacto total con el suyo. No hay nada más placentero para una mujer que acoplar su coño con el de una pareja femenina. Le miré a los ojos y empecé a frotarme en lo que me parecieron las tijeras más perfectas que nunca hubiera hecho. Sus pupilas se dilataron y luego echó la cabeza hacia atrás, musitando de manera incesante "que placer" como si fuera un mantra que se ahoga en su mismo significado. Sus vulva me daba la silla de montar perfecta donde encajar mi coño, machacando cada pliegue del suyo, notando como su clítoris erecto se aplastaba bajos mis labios para aparecer más rabiosamente independiente y tumefacto entre las babas, arrancándole gemidos que debían escucharse en toda la ciudad. Mi propia cuca se excito hasta descapullar por si misma. Miré sorprendida aquel minúsculo pedacito de carne rabiosamente rojizo liberado de la piel que lo aprisionaba. Había adquirido la turgencia de una polla masculina y era tan sensible que mi cabalgada fue adquiriendo el deseo de penetrar porque ahora parecía posible. Mi tieso clítoris se perdió en su vagina sin conseguirlo pero resbalando por la cascada alcanzó su ano y por un momento entró unos milímetros en el orificio anal que palpitaba con cada acceso de placer. No creo que Liliana sintiera mi clítoris en su interior pero yo sí lo hice. Fuí plenamente consciente del roce y de que había entrado, la constatación de que por primera vez había penetrado a una mujer con los instrumentos que la naturaleza me había dado, sin prótesis de ningún tipo. Aquella construcción, más mental que fisicamente satisfactoria, hizo que me corriera con violencia, apretando con fuerza mi coño contra su canal del placer deseando repetir con voluntad brutal aquella maravillosa penetración. Luego, por un momento, perdí la conciencia para caer derrumbada sobre ella incapaz de controlar los espasmos de mis caderas. Sabía que para ella no había sido mas que una presión desmedida sobre su sexo, pero para mi había sido algo nuevo e indescriptible que deseaba repetir. Me acarició la cabeza, que ahora reposaba entre sus tetas, mientras me decía que nunca había sentido nada como aquello y que notaba que también había sido especial para mi. Le aseguré que aquello no había sido algo especial, había sido en realidad la follada de mi vida y Liliana, reconfortada, sonrió con ternura.

A la mañana siguiente escuché el roce en la puerta de mi habitación que me anunciaba que Liliana estaba allí. Abrí lanzándome hacia ella sin recordar que aquello volvía a ser el hotel donde ella trabajaba. No creo que ni siquiera me parara una milésima de segundo a comprobar que era mi amada. No pareció importarle tanta insensatez. Me arrastró hacia dentro mientras nuestras lenguas se enredaban en un beso apasionado. Habíamos regresado de madrugada y ella se había colado en el hotel a través de las cocinas. Por mi parte me había deslizado hasta mi habitación a través del jardín y aunque estaba cansada y falta de sueño, nada más llegar me tumbé en la cama para masturbarme tratando de recuperar aquella erección que tanto me había satisfecho. No lo había conseguido y tras mucho rato de intentos el sueño me venció.

Hasta que Liliana llamó a la puerta. Al final conseguimos separarnos y rauda me mostró una bolsa de la que extrajo un enorme arnés de color negro. Portaba una polla de latex gris oscuro que agarré antes de preguntar de dónde procedía. Parecía ser que había sido un objeto extraviado u olvidado por una pareja que se alojó en el hotel y que las azoradas limpiadoras habían llevado a la recepción entre risas y sofocos, como si hubieran pescado un tiburón bañándose en el jacuzzi de las suites. No era la primera vez que ocurría pero tampoco había ninguna posibilidad que nadie reclamara el artefacto. Dildos de medidas imposibles, vibradores que parecían bajar de una nave extraterreste, bolas chinas y otros artefactos de extraña manufactura pero claro uso sexual dormían en las estanterías con otros objetos perdidos. Pero así como los segundos casi siempre eran reclamados, los segundos nunca lo eran. Liliana me explicó que tiempo atrás un gerente muy bromista llamaba a los olvidadizos clientes y todos negaban haber perdido nada, y menos aún un material tan escabroso. Al final fue despedido porque los avergonzados clientes ya nunca más volvían al hotel.

Me preguntaba cómo habían pasado aquellos instrumentos de placer a través de los rayos X de los aeropuertos y no habían sentido vergüenza. Tampoco entendía que los hubieran olvidado dado el alto precio que tenían. Aunque había agarrado el arnés por la polla de forma impulsiva casi a la misma vez lo había lanzado hacia la cama con un ataque de higiene, como si me repeliera. Liliana advirtió me aprensión explicando que lo había lavado a conciencia empleando incluso lejía. Pregunté qué quería hacer con él. Si era para mi o era para ella. Me respondió bajándome con brusquedad las bragas del bikini hasta las rodillas, dándome la vuelta y obligándome a inclinarme sobre el mismo brazo del sofá donde ella se había masturbado. Quise volverme para mirar lo que hacía pero entonces me hundió la cabeza en el asiento mientras con las rodillas me separaba las piernas. Le pregunté qué sucedía puesto que parecía enfadada. Me sentí incómoda mostrando mi bollito por atrás a alguien que parecía molesta conmigo. Liliana no dijo nada, solo que me callara con una voz sin sentimiento. Helada. Escuché que deslizaba el arnés por sus piernas y supe que iba a ser violada. Ya me estaba acostumbrando a los cambios en su comportamiento. Podía desear follar conmigo pero pedírmelo con una bofetada y ser tierna en la cama pero impedir que yo lo fuera con ella. El brazo del sillón me estaba haciendo daño en el vientre pero no osaba moverme. Me descubrí excitada. Me mojaba la espera que parecía eterna mientras ella se ajustaba las correas, ese molesto dolor en la barriga y saber que iba a ser violada. Sentí su mano sobre el hombro para impedir que me moviera. Y entonces supe que sentiría dolor verdadero. Supliqué que me pusiera lubricante, que al menos me pusiera saliva. No se si dudó o fue solo una espera morbosa deseando que mi frase finalizara. Tal vez para excitarse. Lo siguiente que recuerdo fue sentir un dolor enorme al ser sodomizada. La polla de latex atravesó mi esfinter cerrado por el miedo y penetró mis entrañas hasta un punto en donde el dolor era tan inmenso que las lágrimas brotaron incontrolables de mis ojos para cegarme la vista.

Intenté relajar mi ano pero no pude. Liliana había llegado hasta el fondo. Notaba los testículos de latex en mis nalgas. Eché mi mano hacia atrás y separé las nalgas, deseando que ahí acabara todo pero sabiendo que en realidad acababa de empezar. Liliana me empezó entonces a bombear con fuerza, como si mi culo fuera una vagina. Me dolía mucho y temía un desgarro. Después de un par de minutos eternos extrajo la polla y colocando la palma de su mano sobre mis riñones firmó la paz de una batalla que ella había empezado. Me acurruqué en el sillón, presionando con mi mano el ano para calmar el dolor. Lo toqué varias veces y vi que al menos no sangraba. Puse mi cabeza entre las rodillas y lloré. Ella seguía de pie frente a mi. La veía borrosa a través de las lágrimas con su polla tiesa aún apuntando hacia mi. Me aclaré los ojos y la vi mirar hacia el miembro, como si hubiera despertado de un sueño.

- Está sucia. - me dijo extrañada.

Miré la verga. En la punta había una mancha de mis heces. No iba a pedirle perdón por eso. Se acercó a mi e intentó abrirme las piernas. La rechacé. Me dijo que lo sentía, que se había excitado y perdido el control. Ni siquiera se había desnudado. Sentada en el suelo me besó las rodillas. Su boca bajó por las piernas repartiendo besos cariñosos y promesas de que jamás volvería a ocurrir. Pidiendo perdones intercalados en sus votos de arrepentimiento que se podría haber ahorrado. Luego lamió mi ano. Suavemente, con timidez. Sorbí los mocos y le pedí que no lo hiciera, que estaba sucio. Que tenía que ir al aseo. Ella detuvo mi movimiento y con la expresión más angelical de su hermosísimo rostro hundió su lengua en mi ano para empezarla a mover sin importarle lo que hubiera allí dentro. Sentir aquellas caricias tan íntimas calmaron el dolor y olvidando lo sucedido mi vagina se inundó en cascadas de placer.

No se si fue porque le apetecía o porque sentía remordimientos por la violación pero después de comer me comentó que había arreglado un transporte para que fuéramos a una playa nudista de no se qué parque nacional. Le pregunté si ella también se desnudaría y sin pensarlo me dijo que sí. No me apetecía estar desnuda mientras ella expresaba algún tipo de reparo a hacerlo. Por esa razón le dije que al día siguiente la acompañaría siempre y cuando no llevara ni bikini ni ropa interior. Accedió a ir solo con un vestido.

Salimos del hotel a horas distintas. Ella había cambiado el turno con un compañero. Me esperaba apoyada en un avejentado coche americano que parecía muy antiguo. Me saludó con efusión como si no me viera desde hacía semanas y entonces me di cuenta que a pocos metros había otra muchacha muy bonita vestida con una blusa anudada bajo las tetas y un pantaloncito corto de color rojo. Poseía las exhuberantes hechuras de todas las colombianas, algo que me había dejado de extrañar. Se llamaba Daniela y el coche era suyo. También trabajaba en el hotel pero estaba de vacaciones porque aquella era la temporada baja. En un susurro pregunté a Liliana si sabía a dónde íbamos y ella asintió pidiéndome tranquilidad. También quería saber si ella se desnudaría porque tenía un cuerpo de escándalo y era preciosa, pero me abstuve de preguntar para no levantar los celos de Liliana. Si se desnudaba ya lo vería.

Daniela estaba casada y tenía un niño de dos años. Como todo el mundo tenía sueños aún por concretar. Quería irse a los Estados Unidos o fundar un restaurante de especialidades colombianas en Santa Marta, a pesar de que no sabía inglés ni tampoco mucho de cocina. Es lo que tienen los sueños, que no se deben sustentar en nada tangible, pero tenía una conversación agradable y parecía más abierta que Liliana. A medio camino soltó :

- ¿Qué, cochinas? a desnudarse al sol, ¿no?

Supe entonces que estaba al corriente del propósito del viaje y también supe a renglón seguido que ni por asomo se atrevería jamás a desnudarse en una playa pública.

Que si su marido era celoso, que si le daba vergüenza. Le pregunté que pensaba hacer mientras estábamos en la playa. Divertida me aclaró que se quedaría en el coche a dormir, que con un revoltoso niño de dos años lo que le faltaba era sueño no que le vieran el coño unos desconocidos. Hubiera insistido pero no quise que Liliana se enfadara. Daniela me parecía más descomplicada que mi amante pero tal vez era eso lo que me atraía de Liliana. Durante el viaje me preguntaba, y al hacerlo me excitaba, si llevaba bikini o ropa interior. Yo desde luego no llevaba. Mi vestido playero, marcando pezones y sin costuras reveladoras, así lo indicaban.

Llegamos a un lugar donde olía a mar pero donde no se veía el agua pues nos separaba de la misma una cortina impenetrable de bosque. Daniela aparcó el coche bajo una sombra y nos indicó un camino que se adentraba por la jungla. Nos hizo saber que podíamos volver cuando quisiéramos que ella estaría durmiendo en el coche y que por favor no fuéramos bruscas al despertarla. Le dimos un par de besos y nos dirigimos hacia el camino que nos había indicado. Me hubiera encantado que nos acompañara pero Liliana, que se suponía su amiga, no hizo ningún gesto de invitarla así que me abstuve.

A mitad del recorrido le pregunté a Liliana si llevaba algo bajo la ropa y por toda respuesta se subió la camiseta para mostrarme las tetas mientras sonreía. Por mi parte me subí el vestido para mostrarle el culo con el que había sido tan ruda el día anterior. Llegamos por fin a la playa tras una caminata de diez minutos. Era una de aquellas playas de belleza inmaculada con que ilustran los catálogos de viaje el apartado dedicado al Caribe. Arena blanca, agua transparente, palmeras de troncos desmayados sobre la orilla.

A primera vista no había nadie pero luego pude ver a la lejanía una pareja desnuda. Parecían extranjeros, con aspecto de hippies. La muchacha nos saludó con un amplio gesto de los brazos y respondimos sin muchas ganas de acercarnos o de que se aproximaran a nosotras. Hubiéramos preferido estar solas. Por suerte siguieron jugando con las olas en la rompiente y no nos importunaron. Tendimos las toallas en la arena y nos quitamos de la ropa. Seguía sin acostumbrarme a las infinitas curvas de mi amante, desprendidas ahora del erotismo de sus micro bikinis, y sin poder evitarlo me acerqué a ella para abrazarla y besarla con fuerza. Luego bajé la mano hasta su sexo pero me detuvo. Me pidió no hacerlo en público. Le daba vergüenza ser vista. Cerré los ojos y asentí. Me había acostumbrado a los avances y retiradas que tenía que poner en práctica con Liliana. Nos tumbamos sobre las toallas y al menos me dejó ponerle crema en todo el cuerpo sin prohibirme mis lugares favoritos. Hizo lo mismo conmigo, acariciando mi dolorido ano después de comprobar que la pareja de extranjeros se iban alejando en dirección contraria. Era su manera de pedir perdón. El sol era inclemente. Nos teníamos que bañar cada diez minutos hasta que finalmente movimos nuestra posición a un lugar cercano a la línea del bosque para protegernos con la sombra de los árboles. Entonces me pidió que fuera dulce con ella y la besara. Era difícil mantener cierta decencia con semejante cuerpo a mi alcance pero accedí a sus peticiones aunque mis manos se iban a lugares que ella rectificaba una y otra vez.

Al salir del agua me pareció ver a alguien entre los arbustos que había a nuestras espaldas. Estaba segura de haber visto un rostro esconderse entre la maleza y enseguida pensé en un mirón que disfrutaba de nuestros cuerpos. Como asidua a las playas nudistas ya estaba aconstumbrada. Hice como que no lo veía y me acomodé de nuevo junto a Liliana que tomaba el sol en estado de coma. Le besé un pezón de forma distraída para darme la vuelta y fingir que leía el libro que nunca leía y así observar, de soslayo, a la persona que nos espiaba. Pude distinguir una figura acompañada de unos ojos que nos miraban. Algo más abajo se distinguía una prenda de color rojo y entonces me di cuenta que era Daniela la que nos observaba. Fue una agradable sorpresa. Si me había visto desnuda al salir del agua lo habría disfrutado yo más que ella. Sería el calor, la cercanía de mi cuerpo, lo cierto es que en ese momento en que realmente éramos observadas Liliana despertó para volverse muy activa. Se subió sobre mi cuerpo y simuló que me follaba clavando sus caderas entre las mías. Yo misma perdí la noción de la vergüenza y accedí a todo lo que me pidió con una amplitud dedicada a la que suponía era Daniela. En un momento en que entrelazadas por la pasión rodamos sobre la arena mis ojos se volvieron hacia la espesura de la selva y entonces ya no albergué duda alguna. Pude ver a la muchacha con los shorts y las braguitas bajadas masturbándose casi con violencia mientras no dejaba de mirarnos. Tampoco parecía demasiado preocupada por si la veía porque mis ojos se cruzaron con los suyos y no por eso paró de tocarse. Cuando saciamos nuestro deseo regresamos al agua y al volver Daniela ya no estaba allí. Ella también había quedado satisfecha.

Le pedí a Liliana que regresáramos. Habíamos pasado más de tres horas en la playa y seguir allí era abusar de Daniela. Accedió. Desandamos el camino del bosque y entonces le expliqué lo que acababa de presenciar. Se mostró extrañada. Preguntó varias veces si estaba segura de que era ella. Era su mejor amiga desde que había llegado a la costa caribeña. Había dormido en su casa e incluso alguna vez habían compartido cama. Nunca había dado ningún indicio de que le gustaban las mujeres. Le pedí que por favor no le dijera nada. Tal vez era de aquellas heterosexuales que miran porno lésbico pero nunca se atreverían a ponerlo en práctica.

Llegamos a la carretera y allí estaba la muchacha, apoyada contra su desvencijado automóvil como si no hubiera ocurrido nada. Dijo que no había dormido nada y las nudistas nos miramos con cierta complicidad. Fue durante el camino de vuelta cuando Liliana tomó la iniciativa proponiendo que acabáramos el día en el jacuzzi de la suite. Daniela se negó. Debía ir a recoger al niño a cada de su suegra y además no llevaba bikini aparte que desde luego no tenía intención de practicar el nudismo.

Por no hablar de que le daba cierto reparo regresar al hotel y ser vista por sus compañeros. Liliana fue extirpando todos sus peros con la habilidad de un cirujano. Su suegra estaría encantada de quedarse con el niño durante todo el día. No importaba que no llevara bikini porque las braguitas y el brassier harían la función. Y no hacía falta indicarle lo fácil que era alcanzar las suites de los bungalows a través del jardín sin ser vistas por nadie. Liliana se sentaba en el asiento del copiloto y hablaba a Daniela con ese tono monocorde que tanto me excitaba, pero a mi no me engañaba. Veía en sus ojos ese brillo de la primera vez que nos vimos en la playa frente al hotel y supe que se la quería follar. Igual que me había follado a mi. Me preguntaba si le haría oler su sexo o si me permitiría contemplar como la seducía envolviéndola en la seda que urdía con tanta eficacia. Sentí la punzada de los celos pero también sabía que todo aquello tendría que acabar. Los días pasaban inexorablemente y ya tenía que pensar en regresar a Londres. Prefería dejarla emparejada, en una pareja donde yo fuera bienvenida de tanto en tanto, antes de imaginarla con otras viejas y egoístas  lesbianas de rostro y maneras desconocidas.

Nos colamos en la suite a través del jardín. Nadie nos vio. Liliana hizo uso de su tarjeta maestra para abrir el paraíso. Salimos a la terraza y accionamos las burbujas del jacuzzi. Daniela quería hacerlo rápido y se quedó en ropa interior para sumergirse en el agua entre expresiones de contenido placer. Llevaba un brassier de encaje que apenas podía contener sus tetas y un tanga que se hundía hasta desaparecer entre sus redondedas nalgas. Liliana y yo nos miramos compartiendo un plan que no habíamos acordado verbalmente pero en que coincidíamos en todo. No se si ella estaba mojada, pero mi coño chorreaba como una bañera llena hasta el borde. Fui yo la que se desnudó por completo para acompañar a Daniela. La muchacha me miró con la boca abierta, protestando débilmente. Dije que lo sentía, que no llevaba bikini - era lógico que fuera así - y me coloqué en el otro extremo de la bañera, cubierta púdicamente por el burbujeo del agua. Me siguió Liliana también como vino al mundo. Daniela estaba pálida pero no dejaba de mirarla mientras descendía los escalones para colocarse a mi lado. Decía "lo siento, mi amor, lo siento mi amor" como si se excusara por su desnudez pero su sonrisa era pícara mientras mostraba su cuerpo con todo el descaro posible.

- Son ustedes dos bien cochinas. - dijo Daniela ocultando el rostro tras sus manos.

- No, esto es ser cochinas.- respondió Liliana agarrándome por la nuca para acercar mis labios a los suyos y estamparme un beso con mucha lengua. Luego su mano me agarró la teta y yo hice lo mismo con la suya.

No recuerdo haber visto una expresión más descolocada en alguien jamás. Por un momento temí que Daniela saliera huyendo pero no hizo nada de eso. Estaba muy tensa, con el rostro enrojecido y la boca entreabierta mostrando una expresión de total incredulidad pero no se movió. Cuando acabamos el beso lascivo comenzó a parlotear diciendo que ella era moderna y comprendía esas cosas, que conocía a una chica en Bogotá que también era lésbiana y no por eso dejaba de ser amiga, y así continuó durante minutos en que parecía utilizar las palabras para construir una muralla alrededor suyo.

- Te he visto en la playa, mirándonos entre los arbustos. - dije con una sonrisa amistosa llena de deseo.

Calló por un instante. No lo podía negar, sus ojos se habían cruzado con los míos en pleno machaque de su coño. Tragó saliva y se lanzó de nuevo a una orgía de palabras explicando de forma atropellada que ella era muy pajillera y que había ido a la playa para decir que marchábamos y que entonces nos había visto follando y no había sabido qué hacer, y se había calentado y no había podido resistirse a tocarse. Antes de que terminara el discurso Liliana ya se había sentado a su lado y a cada cosa que decía emitía un "ajá" que era casi una burla, sin dejar de mirarla a los ojos por mucho que Daniela no la mirara. Me acerqué también y la encerramos entre nosotras. Le pregunté si era eso lo que le excitaba - y di entonces un beso a Liliana a pocos centímetros de su cara - y ella dijo que sí pero que otras cosas también, como cuando nos tocábamos. Entonces Liliana y yo comenzamos a meternos mano olvidando que su cuerpo estaba entre nosotras, como si no existiera pero sabiendo muy bien que estaba allí mirándonos con los ojos como platos. Primero fue un beso en la mejilla al que respondió con un "no soy lesbiana" pero sin evitarlo. Luego le rozamos las tetas con las nuestras y tampoco lo evitó. La invitamos a quitarse la ropa interior que mostraba mucho más de lo que ella hubiera deseado pero se aferró a ella como si los encajes no dejaran entrever los pezones erectos y el pubis. Quiso marchar y dejarnos a solas pero no era eso lo que nos apetecía. Liliana le cogió la mano y la llevó a su propio coño, invitándola a masturbarse igual que había hecho en la playa nudista. "¿No eras una pajillera?" le espetó con sarcasmo. Dijo que no le apetecía pero a medida que nos fuimos besando y tocando con más vehemencia Daniela debió pensar que aquello era mucho mejor que mirar una película porno en una pantalla de ordenador o a dos lesbianas retozando en la playa. Primero metió la mano entre la prieta braguita y su sexo. Luego se desprendió de la pieza de ropa sin desear todavía entrar en nuestro juego. Con cierta tristeza preguntó a Liliana "cómo vamos a mirarnos a la cara a partir de ahora" y entonces mi amada, abandonando mi beso, besó sus labios con ternura para decir que a partir de ese momento se iban a mirar mucho mejor que nunca. Y mi marido, y mi familia, y todas aquellas excusas se fueron diluyendo en un beso que pasó a ser una lengua proyectada hasta el fondo de su boca. Aproveché entonces para deshacer su brassier y extasiarme chupando y amasando unas tetas que parecían diseñadas para ser parte de algún sueño erótico. Miró a lado y lado, con las dos entregadas a chupar sus pezones y se declaró vencida. Aún pudo pedir debilmente que no la folláramos pero era tarde porque tanto Liliana como yo pugnábamos por llevar nuestras manos a su coño y mis dedos ganaron penetrando en aquella cuca que tanto machacaba con su vicio secreto. A partir de ahí lo quiso probar todo. Le chupamos el coño y el culo a la vez. Nunca se lo habían hecho, ni hombre ni mujer, así que se corrió con una cadena de temblores que me excitaron sobremanera. Cuando la lengua de Liliana penetró mi coño y la de Daniena entró en mi culo también me corrí con espasmos incontrolables. Finalmento follamos a Liliana ya sobre la tarima de la terraza y para entonces Daniela nos hacía prometer, entre jadeos, que follaríamos cada día de aquella manera.

Pasamos los siguiente días metidas en mi habitación. Dormíamos - es un decir - las tres juntas y probamos todo lo que sabíamos. Daniela se declaró oficialmente bien follada porque hasta entonces su marido no le había hecho nada de lo que aprendió con nosotras. Se volvió la más osada, la que más disfrutaba con cualquier perversión que ideábamos. Nos declaró su amor y cuando anuncié que marchaba se sintió desconsolada. Liliana también mostró su decepción. Les dije que regresaría a Colombia siempre que fuera posible y mientras las consolé diciendo que se tenían la una a la otra. En un acceso de locura oficiamos una especie de boda. Con tela de uno de mis vestidos confeccioné una especie de velo de novia - había que ponerle mucha imaginación - y luego hice con flores del jardín dos pequeño ramilletes. Las puse desnudas en el salón de aquella suite, frente a frente, adornadas con el estúpido velo y sujetando el ramillete, para que pronunciaran sus votos. Luego las conminé a besarse y junté sus caderas para que frotaran sus coños en estúpida señal de compromiso. Las tres reíamos como locas para finalmente acabar en un beso a tres en el que oficiantes y la sacerdotisa nos fundimos en un beso sucio mientras entrelazábamos manos que acariciaban nalgas y muslos.

Las dejé durmiendo en mi cama que ya no era mi cama. Cada una en un extremo, con el embozo de la cama descubriendo sus enormes tetas. Me iba, muy a mi pesar. Ya iba a cerrar la puerta tras de mi con el sigilo del que teme despertar la Felicidad cuando una mano detuvo el cierre de la puerta. Era Liliana. Se había puesto una camiseta ajustada pero iba desnuda de cintura hacia abajo. Mi miró en silencio y cogiendo mi mano la llevó a su húmedo coño. Acercó la boca a mi oreja y murmuró que me esperaría y que ya sabía que "eso" era mío para siempre. Lo apreté con cariño mientras le besaba en los labios. Prometí volver y desde entonces, mi vida se divide en el tiempo que paso en Colombia y el tiempo que descuento para volver allí.