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Mi prometida 7

en Sadomaso

Una fantasía muy básica que todo adolescente tiene consiste en tirarse a la diosa del instituto en el instituto. Nosotros también la teníamos.

Elena y yo nos dirigíamos para allá cogidos de la mano. Ese detalle la encantaba y yo no tenía sufiente fuerza para negárselo. Resplandecía como una mujer enamorada.

En una bolsa llevaba su antiguo uniforme escolar con el que nos volvía locos a todos. No quería que lo llevará puesto por el camino para evitar llamar más la atención de lo que ya lo estábamos haciendo.

La idea es que Elena se cambiara en un edificio abandonado que había en las cercanías. No era muy limpio, pero si que resultaba discreto.

Notar la facilidad con la que Elena se despredía de su ropa me sorprendio. ¿Cuánto tiempo hacía que estábamos juntos? El Otoño se estaba acercando, pero no llevábamos ni un mes juntos aún. Y ya se había acostumbrado a desnudarse delante de mi.

Esperaba que le entregase la ropa. O que no. Pasearla desnuda hasta el instituto se me pasó por la cabeza.

La di el uniforme, era parte de la diversión. Consistía en medias negras, falda a cuadros, camisa blanca con corbata y unas zapatillas de tela.

-Al fin llegas.

-No llego tarde, sois vosotros los que habéis venido pronto.

-No habréis estado haciendo cochinadas, ¿Verdad?

-No

-No sé, muy acaramelados os veo yo. Recuerda que es una guarra, no una mujer.

Ignore el comentario del experto y me puse a caminar.

-¿Y cómo vamos a entrar?

-Tenemos una llave maestra. - Comenté.

El edificio escolar estaba cerrado para todos salvo para el conserje, un hombre mayor que se encargaba de mantenerlo limpio y en funcionamiento. Un hombre al que le gustaba el dinero. Y las colegiadas.

Cuando nos vio a los cuatro llamando al timbre, ni sospechaba lo que queríamos.

-Solo dime cuanto.

-Quiero participar – dijo al fin.

-No, no. Puedo darte dinero. Solo di el precio.

-O me dejas participar o vosotros cuatro os vais a hacer vuestras guarradas a otra parte.

-Dejalo tío, ¿Qué nos importa lo que haga con el saco de semen?

Iba a replicar que a mi sí que me importaba, pero no quise dar una imagen de débil.

-De acuerdo. - Cedí al fin. - La tendrás cuando hayamos terminado.

-Es un trato.

Nos dejó entrar en las aulas sin más incidentes.

-¿La tenéis tan dura como yo? Vamos cerda, contra la mesa.

Elena se colocó aplastando su pecho contra la mesa del profesor. La bajamos las bragas y subimos su falda.

La quitaron el tapón anal que la obligaba recientemente a llevar y comenzaron a darla por culo.

-Joder tíos, esto es una gozada.

Primero uno, luego el otro y tal y como habíamos pactado, la terminó el conserje. Tenía algún recelo por como iba a entrar la polla de un adulto por ese agujero, pero todo fue bien. La diferencia estaba en que era más fuerte y sus empujones más bruscos.

Tras terminar de correrse, pasé mis dedos por su muslo recogiendo el semen que se le escapaba del culo y se lo acerqué a la boca.

Elena comenzó a lamerme la mano.

-Que guarra es – comentó el conserje.

-No has visto nada. No veas como se traga las meadas.

-O como disfruta con una escobilla del vater metido en su coño.

-Eso tengo que verlo.

-Lo primero es lo primero – asegué.

Saqué la fusta que mi madre me había prestado, la agarré con fuerza de su largo cabello, y di comienzó a la primera ronda de azotes que iba a recibir en su vida.

Mi madre me había recomendado hacerlo delante de los que consideraba como sus amos y en un lugar familiar, para humillarla más. Nada mejor que el insituto, donde era la reina.

Elena gemía de dolor y de placer por cada toque del cuero en su piel. La pegué hasta que su blanca piel adquirió un tono rojizo y a mi se me cansó el brazo.

-¿Alguno quiere seguir?

Al principio dudosos, fue Carlos el que tomó la fusta de mi mano, la agarró del pelo, y la dio con todas sus fuerzas. Una y otra vez.

-¡Toma, puta, toma, que sé que te gusta!

Carlos fue mucho más modesto en sus gritos, pero la azotó igualmente.

La llevamos al servicio haciéndole caminar a cuatro patas.

A los tres se nos aceleró el corazón cuando entramos con Elena en los servicios masculinos que también conocíamos.

El uniforme ya no hacía ninguna falta. Ahora la cerda estaba desnuda, tumbada en el suelo con las piernas abiertas.

Íbamos a repetir la escena que tanto morbo nos había dado hacía un par de noches.

Era una escobilla más gorda y nueva, lista para el nuevo curso. Eso significaba que pinchaba más.

Entró con cierto esfuerzo y la moví como ya lo había hecho antes.

Elena genía de placer y de dolor tal y como nos tenía acostumbrados.

-Correos dentro del retrete, tíos. La obligaré a limpiarlo con la lengua.

Dichó y hecho.

Tras las descargas escasas de mis compañeros, llegó la mía. Elena, aún con esa cosa dentro de ella, metió su cabeza dentro de la taza y comenzó a lamer el semen que había dentro.

-¿Podemos mearla?

-Claro tíos, solo es una esclava.

Los dos chicos y el hombre que me acompañaban sacaron sus pollas y se pusieron a orinar encima de su cabeza, empapándola el cabello

En un arranqué la agarre de los pelos y la hundí la cabeza en el retrete.

-Abre la boca y traga, cerda.

Y la cerda se pusó a tragar el agua del retrete...

-La próxima vez invitar a vuestros amigos. Yo la haría tragar el semen de todos ellos.

-Podemos prepararlo para el Viernes. Llamar a todos y...

-Y contra más gente lo sepa, peor. Todo el pueblo se la quiere tirar, joder.

-Oye, nosotros también somos tan amos como tú, recuerda.

-Vale, ahora imagina que llega a oídos de Mario. ¿Qué hacemos nosotros tres contra él?

-Joder, es verdad, no había pensado en ello.

-Yo sí. Es algo que se me ha pasado por la cabeza, pero tíos, hay que ser realistas.

Mis colegas se marcharon y el conserje fue tan amable de que Elena se limpiara en su casa.

Tras realizar una fantasía que al menos para mi había sido mucho menos intensa de lo que esperaba, se me ocurrió una burrada de las gordas.

Elena se iba a pasar la noche fuera, a la intemperie.

La coloqué una de las máscaras de sado que tenía mi madre en la mazmorra secreta recién descubierta por la familia. Además de privarla del sentido de la vista y del oído, tenía una mordaza que impedía al sumiso cerrar la boca.

La coloqué el collar de perra, ate sus manos entre si y ate sus correa a un poste.

Me parecía increíble la facilidad con la que Elena se dejaba inmovilizar de este modo.

Para mi había terminado.

Ella en cambio quedaba expuesta al tiempo, a las picaduras de los insectos, a la que la diera cualquier cosa para comer o beber, o la metiera cualquier cosa en su boca en sus agujeros.

Me vino a la mente cuando la deje en el patio de Javi y la picaron tres avispas o cuando en mis delirios quería meterla hormigas en el coño.

Ahora podía hacerlo.

Convencí a mi madre para que mis hermanos y mi padre pudieran correrse encima del cuerpo mi cerda.

Deseaba derramar el máximo de semen posible sobre ella, así que pedí permiso para poder usar a los perros también.

-Haz que descarguen en esta jarra y luego dásela de beber – dijo mi madre.

-Mamá – me qujé

-Haz lo que te digo.

-Por cierto, mamá, ¿Alguna de tus sumisas es zoo? Porque de la forma en la que se folló a Susana...

-Alguna.

-Oh.

Volví con mi cerda con la jarra llena. Y se me ocurrió una de las mayores asqueriosidades de mi vida. Ni corto ni perezoso, me mee en ella.

Si una jarra llena de semen humano y canino sa asco, imaginad si añadís una buena meada.

La agarré del pelo para posicionar la cabeza hacía arriba y comencé a vertir esa asquerosidad en su boca. Despacito. Poco a poco.

El olor era repugnante y no quería ni imaginarme el sabor.

Y la cerda se lo estaba tragando. Se tragó hasta la última gota sin rechistar. Yo estaba entre fascinado y acojonado.

La tumbé y empecé a darla por culo. Me la había puesto durísima. El poder que sentía era sencillamente indescriptible.

Me fui a la cama dejándola allí, como estaba previsto.

Por la mañana había quedado con Laura, la chica dominante que había conocido hace unos días, para una sesión.

-No te preocupes, no puede verte ni oírte.

-Puff, como huele ¿Se ha meado encima?

-Lleva aquí sus buenas horas, así que seguramente. Y sólo tiene en su estómago meados y semen desde ayer por la noche.

-¿Y qué quieres que haga?

-Quiero que la uses como retrete y la metas el pie en el coño.

-¿De verdad pretendes que meta el coño ahí?

-Sí

-¿Y que meta el pie ahí abajo?

-Sí.

-Está muy guarra para hacer eso.

-Mantengo sus agujeros límpios, pasó la escobilla del retrete todos los días. - me defendí.

-Oh, Dios, ¿Qué la masturbas con qué cosa?

-Con la escobilla de limpiar el vater.

-Estás loco – dijo riendo.

-Pero, ¿Lo vas a hacer o no?

-Ni loca. Pero tengo una idea. Voy a dejar que me folles delante de ella.

-Eso la va a joder viva.

-Por eso lo digo.

Cogímos a Elena y, tras limpiarla para quitarla el hedor, la llevamos a la habitación. Allí la ate en la silla y la quité la máscara que llevaba puesta.

Miraba sin entender nada. O entendiendolo todo.

Laura comenzó a desnudarse completamente y se tumbó en la cama. Yo me situé encima y comenzó el sexo.

Elena no pudo resistirlo y comenzó a llorar.

-Que la jodan. Dale una buena hostia.

-Solo los mierdas pegan a las mujeres.

Me levanté de la cama y abracé a Elena.

-Tu existencia solo sirve para darme placer. Y ahora quiero que hagas esto. - Dije limpiando las lágrimas de sus mejillas.

-Pero que mierda de amo. Métela un hostión.

Ya con Elena más tranquila me dirigí a Laura.

-Sigamos donde lo dejamos.

-Se me han quitado las manos de follar con un quinceañero.

-Tú harás lo que yo diga aquí, ahora y mañana. Y ahora te digo que te abras de piernas.

El juego de la dominación y la sumisión en realidad es muy sencillo. Tu voluntad contra la suya. Y mi voluntad era increíblemente fuerte.

-Tu ganas – me dijo tumbándose de nuevo – Pero que no se te suba a la cabeza.

-Claro que no, nena. Sólo soy el puto amo.