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Mi prometida 6

en Sadomaso

Una fiesta del semen consiste en una multitud de hombres y una buena cerda dispuesta a tragar y ser salpicada con litros y litros de semen. La cerda la teníamos, pero de hombres andabamos escasos.

Por el momento eramos solo tres.

Elena estaba ya desnuda y arrodillada en el suelo, pero a nosotros nos daba corte. Aún estabamos vestidos.

-Tíos, ya la hemos meado, fuera miedos.

Era más fácil decirlo que hacerlo. Empecé a desnudarme delante de mis colegas, para dar ejemplo.

-Vamos, tíos, que no se diga.

Desnudos al fin nos acercamos a Elena. La idea era que uno de nosotros se la metiera en la boca para que se la follara, mientras ella pajeaba con sus manos a los otros dos. Como medida de precaución la había colocado la mordaza dental para impedir que cerrará la boca por cualquier ciscunstancia. Esta medida de seguridad con entrenamiento y tal, ya no nos hizo falta, pero en las primeras veces, tenía miedo de que ocurrierá un accidente.

Así que agarré su cabeza y se la metí hasta el fondo de su garganta. Mientras Elena alzó las manos y agarró las pollas de mis colegas poniendolas lo más cerca posible de su carita, empezando la masturbación de los dos al tiempo que yo bombeaba dentro de su boca.

La imagen era de lo más perturbadora.

Mis colegas no tardaron mucho en correrse, manchando su carita con grandes pegotes de lefa. Aún así pidieron que no se detuviera.

Si no se corrieron tres o cuatro veces cada uno durante el proceso, no se corrieron ninguna.

Por mi parte había decidido hacerlo en su carita, a ser posible con sus ojos abiertos. Sabía que escocía como el infierno, pero eso era una prueba más de su sumisión hacía mi.

Salió bien. Habíamos estado prácticando durante un tiempo con el flash de las fotos para acostumbrarla a que los mantuviera abiertos en cualquier circunstancia. Sobretodo durante las meadas, como por ejemplo, la que estaba utilizando para limpiarla la cara.

Uno detrás de otro mis dos colegas metieron sus pollas en su boca que no podía cerrar, y comenzaron a orinarse, como si de un unirario público se tratará... Mientras ella los miraba.

Y como era un retrete, había que limpiarla como tal.

Carlos sacó del aseo la escobilla del baño. Yo tuve mis dudas, pero me enseño un vídeo donde una tía se lo metía, y que por supuesto nuestra cerda, también.

Así que con la cabeza despejada de toda duda, la ordenamos que se tumbara y se abriera de piernas.

Elena no podía creerse lo que traíamos en nuestra mano. Una cosa sucia y maloliente, digna de una guarra sucia y maloliente como era ella.

Pero nos esperaba pacientemente, con todos los agujeros de su cuerpo a nuestro completo servicio.

-¿Boca o coño?- pregunté

Pero era pura formalidad, una mera excusa para ponerla en su carita y que la oliera.

Luego la bajamos a su coño y empezamos a metersela.

Y a moverla, a pajearla y a retorcerla. Sí, la estuvimos retorciendo pajeando con la escobilla del retrete su buena media hora

La cerda gimió como una loca durante todo el proceso.

-Hagámosla andar a cuatro patas con esta cosa dentro.

No sólo la ordenamos que se pusiera a cuatro, también la pinzamos los pezones. Nos íbamos a dar una vuelta por el campo.

La agarré fuertemente del pelo pues lo iba a usar como correa, y nos pusimos a caminar como amo y perra.

Nos pusimos a caminar por el cesped de la piscina. Era el mejor lugar para hacerlo, un entorno controlado donde no se podía lastimar la piel de las manos o de las rodillas.

Me detuve para contemplar a Elena y recordé el momento en el que me dijeron que esa mujer solo iba a vivir para darme placer...

Ahora toca explicar lo de los ojos.

Yo no me había dado cuenta del detalle de que cerraba los ojos mientras la estábamos meando, ocupado como estaba en pasármelo bien, pero uno de mis colegas si que se dio cuenta durante su bautizo.

Y fue vergonzoso.

El tío, sin ningún miramiento, lo soltó cuando estábamos los cuatro reunidos camino a la piscina para divertirnos con nuestra cerda.

Yo no sabía si debía castigarla por un detalle en el que no había caído o si simplemente debía dejar pasar la falta y mencionar como lo quería a partir de entonces.

Para el lector puede parecer una tontería, pero para mí era un asunto de vital importancia. Lo primero me parecía ser un amo cruel e injusto, que ni siquiera reconoce sus propios errores. Pero lo segundo me parecía de tío acomplejado, de que aquí no pasa nada, y si que había pasado algo...

Javi, mi maestro Yoda, me aconsejo sabiamente.

-No hay forma correcta o incorrecta de tratar a esta clase de sumisas, chaval. Eres el amo, tu decides, y ella lo aceptara como bueno. ¿Qué es lo que te pide el cuerpo?

-Castigarla – aseguré

-Pues hazlo, chaval.

-Pero...

-No hay peros que valgan, chaval. Si quieres follártela, fóllatela. Si quieres azotarla, azótala. Si quieres castigarla, castigala. Ni si quiera tiene que haber un motivo válido para esto último. Es una sumisa esclava, chaval. Tratala como te salga del rabo y ella será feliz así, chaval.

-¿Y en qué clase de hombre me convierte esto?

-En el hombre adecuado para ella, chaval.

Reflexioné sobre ello.

Elena estaba siendo utilizada por sus dos nuevos amos en el almacén del bar. Es fácil de imaginar lo que estaban haciendo. La cerda tumbada en el colchón mugriento mientras uno detrás de otro se la follaban hasta correrse.

-Si mis padres supieran lo que acabo de hacer...

Eso me dio una idea, así que entré en el almacén. Me gustó ver como una Elena desnuda y sudorosa se insinuaba ligeramente para que me la follará.

-No vengo a eso. -Creo que es la cosa más gay que había dicho en toda mi vida. – Vas a contarle tu nueva situación a dos de tus amigas. - Se quedó de piedra cuando lo escuchó.- Y escoge con cuidado, porque te van a usar.

Porque, ¿A qué clase de hombre hetero no le apetece ver un buen lésbico en directo?

A continuación, me coloqué sobre y metí mi polla en su usado y húmedo coño, y la hice gemir como una guarra.

Para facilitarle la tarea, lo primero era que contará su condición de cerda sumisa a mi familia.

Allí, el sofá de mi casa, debidamente vestida y con nuestras manos entrelazadas, Elena debía proclamar lo que en realidad era un secreto a voces.

-Su puta madre, hermanito.

-Joder hijo, quien tuviera tu suerte.

-Ni se te ocurra traerla a la cama con nosotros. ¿Te queda claro, Manolo?

-Vamos, mujer, ¿Un trio? ¿Pero al menos puedo usarla para qué me hagas cosas que tú no me haces?

-No. -Papá me daba mucha pena. - Y a vosotros dos, tampoco. Se acabo el acostarse con ella. Es la prometida de vuestro hermano.

Y yo pensando en hacer una fiesta del semen con mi padre y mis dos hermanos.

-Y nada de zoofilia. Al menos con los perros de la casa. ¿Queda claro?

-Como el agua. Papá no puede usarla, mis hermanos tampoco y los perros menos. Mamá, las sumisas son para usarlas. Obtienen placer a partir del uso y del abuso que se las da, cumpliendo los deseos de su amo por más salvajes que sean estos.

-Sé perfectamente como funcionan las sumisas, hijo. Yo tengo tres.

-¿Qué tú tienes que cosa? - Preguntó mi padre.

-Tres. - Suspiró. – El padre de Elena y yo somos los amos de su secretaria personal y...

-¿Y por qué nunca me has dejado usarlas?

-¿Por qué nunca nos has dejado usarlas a nosotros?

-Silencio. -Y se hizo el silencio. – Como decía, Joaquín y yo somos amigos y compartimos sumisas. No son esclavas como lo es Elena, ellas deciden. Él, bueno, ya había visto signos de que su hija se iba a entregar al primer macho dominante que apareciera en su vida.

-Pero si los rechazaba a todos.

-He dicho un macho dominante, hijo.

Me llenó de orgullo la afirmación de mi madre. Elena agarró mi mano aún con más fuerza. Luego recordé que mi madre me había impedido compartirla con mi padre o mis hermanos y me dio algo de bajón.

-Así que cuando volvió al día siguiente de estar contigo, Joaquín supó que había encontrado a su macho. Lo hablamos con ella y bueno, se nos ocurrió lo del embarazo. La muy guarra estaba tan cachonda de entregarse a ti que se depilaba completamente el coño todos los días antes de venir.

Vale, ¿Cómo un padre es capaz de afrontar que su hija es una sumisa completa? ¿Incluso cederla para mi uso y disfrute? Solo sé me ocurrió una única razón, y es que a su padre se la ponía durísima lo que estaba haciendo con su hija.

-Entonces, ¿No estaba embarazada?

-No puede quedarse embarazada, es una de las razones de que sea como es.

Esto último me cayó como una bomba, pero, siendo sinceros, ¿Había pensado alguna vez en el bebé que llevaba dentro? No. Ni una sola vez.

Eso exigía un severo castigo por mi parte. Me había mentido y ocultado la verdad.

En una habitación aparte, que yo ni me imaginaba que estaba en la casa, tras atarla y amordazarla en un potro, le enseñé los alicates que iba a utilizar en su cuerpo bajo la orgullosa mirada de mi madre.

Empecé con los pezones, se los apreté y retorcí hasta el punto de que pensé que los iba a revetar o arrancar.

Luego bajé a su coño. Este había sido previamente pinzado en su clítoris y labios para encontrarmelos enrojecidos e hinchados, lo que me facilitaba la tarea de agarre y aumentaba el dolor.

La sesión de tortura duró hasta altas horas de la noche. Como petición personal, le pedí a mi madre que dejará a mis hermanos y a mi padre correrse en su boca y cara. Todos juntos.

El resto de los hombres de mi familia entraron asustados, porque descubrir de pronto que a la que llamas mamá es en realidad una sádica de mucho cuidado, tiene su aquel.

Les expliqué la situación y estuvieron de acuerdo en hacerlo.

A Elena la había colocado una mordaza bucal, no porque creyerá que iba a cerrar la boca, era asegurarme de que cayerá la mayor cantidad posible dentro de ella.

También había pegado sus párpados con cinta aislante para que no se perdiera detalle de lo que estaba a punto de suceder.

Empezaron a pajearse y derramaron grandes cantidades de semen dentro de su cavidad bucal.

La cerda tenía órdenes de no tragar por el momento, así que está empezó a llenarse de un caldo con aspecto blanquecino inconfundible.

Pasando el dedo por su carita suavemente, terminé de limpiar los pegotes pegados y los arrojé dentro de la boca.

-Puedes tragar ahora.

-No os acostumbréis. Era una ocasión especial

-Vamos, mamá, es mía – me quejé amargamente.

-Mi casa, mis reglas.

-¿Y fuera de ella?

-Ni tu padre ni tus hermanos están hechos para esto. Si tienen algo de sentido común, no volverán a hacerlo. Tampoco tus colegas lo están, pero eso es asunto tuyo y de nadie más.

Viendo la expresión en la cara de mis padres y mis hermanos, solo pude estar de acuerdo con mi madre. Recordé como el socorrista se había largado corriendo y nunca más había participado en ningún juego.

El día siguiente fue como si nada de eso hubiera pasado. Elena vestía su uniforme de criada que tan bien la sentaba y cuando nos quedamos solos en la casa, le recordé su castigo.

-He estado pensando en ello, mi señor. Creo que Susana y Laura serían perfectas.

-¿Por qué razón?

-Son muy guapas y me odian mucho, mi señor.

Tras dar el visto bueno, Elena las llamó para quedar en mi casa.

A ellas les extraño el sitio elegido, pero habían oído rumores de que su amiga andaba agarrada de la mano con un chico más joven.

Elena salió a recibirlas vestida como la criada de la casa.

-Vaya con Elenita. Así que era verdad que necesitaba un amo. ¿Y bien, qué quieres de nosotras?

-Que la uséis.

-¿Mientras tu miras, pervertido?

-Esa es la idea, sí. Pero si no queréis...

-Claro que quiero, llevo un tiempo queriendo hacer ciertas cosas con ella.

-¿Laura, qué está pasando aquí?

-Que vamos a disfrutar de lo lindo con Elenita, Susana.

Laura, la más lanzada de las dos, entró en la casa, se bajó las bragas sin enseñar nada, y se abrió de piernas.

-Vamos, ¿A qué estás esperando?

A que la diera permiso, por su puesto.

Tras mi señal, Elena, como una perra bien entrenada, se pusó a cuatro patas y comenzó a andar en su dirección. Metió su cabeza en la falda de su amiga y comenzó a comarle el coño.

-Es repugnante.

Sí, pero no quitaba ojo de la escena.

Laura terminó por correrse manchando con sus flujos vaginales la carita de Elena.

-Te toca, Susana.

Mucho más duditativa y tímida que su amiga, no lo veía nada claro.

-Claro, es verdad, a ti lo que te gusta es comerte las pollas de dos en dos.

-Eso no es verdad.

Había venido en zapatillas, camiseta y pantalón corto. Laura, en cambio, falda y tacones. Una sabía a lo que venía y la otra, no.

Iba a desabrocharse los pantalones. Luego recordó que estaba allí, pero lo hizo igualmente. Y se quitó y arrojó las bragas a un lado.

Tenía un coño muy peludo, pero a mi eso no me importaba. No era yo quien se lo iba a comer.

-¿Te diviertes?

-Pues sí.

Mosqueada, se sentó en el sofá y se abrió de piernas.

-Vamos, Cerda, haz tu trabajo.

Elena metió su lengua en él y comenzó a lamerlo. Por la forma en la que Susana se retorcía de placer, adiviné que era su primera vez recibiendo un oral.

-Deberías depilarte para que los chicos no les de asco meter la lengua...

-Cállate.

Agarró la cabeza de Elena y la apretó contra su cuerpo.

-¿Tienes perro?

-Dos machos.

-¿Y mermelada?

-Y una cuchilla y espuma de afeitar.

Susana estaba tan distraida disfrutando que no se daba cuenta de lo que se la venía encima.

Me presenté con la cuchilla, la espuma, el bote de mermelada, una toalla. La íbamos depilar y luego, convencerla de que el perro daba mucho más placer aún.

Susana ya se había corrido y por la expresión de su rostro, varias veces además.

-Puedes ponerte de pie, Elena. Bien, bien. Vamos a trabajar.

-No, yo estoy bien.

-No tengas miedo, si es como pintarse las uñas.

Susana se dejó hacer a manos de su amiga. La depiló el coño con esmero, y luego me lo mostró.

-Bien.

Le pase el bote de mermelada.

-¿Qué vas a hacer conmigo?

-Cosas buenas, no te preocupes.

Yo tenía el semental conmigo.

Que te coma el coño un chucho es muy agradable. Dan muchos más lametones que cualquier chico y tienen la lengua más rugosa. Ni punto de comparación. Así que Susana disfrutaba como loca mientras el chucho lamía sus intimidades.

Y luego, la montó.

-Oh, vaya.

Bueno, mi madre me había prohibido la zoo con Elena, pero Susana no era Elena. Tampoco era lo que tenía previsto, pero las cosas salen como salen, no como uno desea que salgan.