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Mi prometida 4 (bis)

en Sadomaso

-Menuda pedazo de hembra posees.

-No es mía. Podía haber dicho que no.

Javi, pues así se llamaba el taquillero, encargado del cesped, del bar y de todo lo demás, no estaba de acuerdo. Cogió una cerveza y se sentó a mi lado.

-Esa mujer no te va a decir que no a nada en su puta vida.

-Ya lo ha hecho – aseguré con toda la inocencia de mi edad – No quiere masturbarse para mi.

-Dale tiempo. La has prostituido con un viejo que podría ser su abuelo y ni ha protestado.

Sí, la había prostituido. Y eso me jodía, así que inconscientemente me puse a contar los billetes. Cuando llegué a los 400 me relaje. La playStation es realmente cara.

-No te preocupes por detalles, chaval. A estás putas hay que compartirlas.

Yo volví a contar los billetes...

Elena salía por la puerta del almacén con el bikini y las chanclas puestas. En su cuerpo se notaban perfectamente las marcas del polvo que acaba de echar. Arañazos, agarrones, chupetones se adivinaban perfectamente en su blanca y fina piel. Terminó sentándose con nosotros.

-Y no veas como le he dejado las tetas.

Pues claro que deseaba vérselas, joder. Así que la pedí amablemente que se quitará la parte superior del bikini.

Se las había trabajado pero bien. Tenía los pezones rojos e hinchados, marcas de mordiscos y de agarres...

-A Elenita le va lo duro.

Eso ni ella ni yo podíamos negarlo. Elena, por su parte, estaba roja de la vergüenza.

-Ya, pero yo no lo entiendo, javi. - Supongo que por conocerle de toda la vida y a la vez no conocerle de nada podía hablarle con tanta franqueza. -¿Es sumisa? ¿Soy su amo?

-Ya te digo yo a ti que sí.

-Pero la relación amo sumisa es algo consensuado, con reglas, límites... No te conviertes en la perra del primero que te encuentras en la calle.

-O del primero que la hace un hijo.

-Bueno, eso también.

Javi se rió de lo lindo mientras yo miraba a Elena preguntándome como se lo había dicho.

-Se entregó al primero que la dio placer. Ahora es tuya, para hacer con ella lo que te de la gana. Como envidio tu suerte.

Lo de hacer con ella lo que me diera la gana no lo terminaba de ver claro a pesar de todas las muestras que había recibido. El tercer hombre de la piscina, el socorrista vino curioso a ver que estaba ocurriendo.

-Atiza...

-Es muy cara, chaval.

Para Javi ambos éramos chavales. Pero ese chaval era alto, cachas, estaba bronceado y todo el pueblo sabía que iba detrás de Elena. Bueno, como todos los tíos del pueblo, para que engañarnos.

-Pero...

-Si no me crees, puedes ponerla a prueba.

Miré a Elena, no me gustaba como sonaba eso. Ella solo miraba la mesa.

-Yo quiero verla desnuda. Que se quite lo que lleva y nos muestre su chochito.

-Podemos hacer cosas mucho mejores que esa, chaval, como corrernos en su comida o meterle cosas por el coño. -Yo seguía mirando a Elena, que se seguía muda, sin mirarnos. - Y puedes incluso invitar a tus colegas para que se unan a la fiesta.

-No, se asustarían. No están hechos para esto. - Yo ya había cedido – Está bien, Ele...

-No, así no. - Me cortó Javi. -Antes de empezar, tienes que darla un nombre, bautizarla. Ahora va a empezar una nueva vida como tu mascota, para lo que tú quieras.

-¿Bautizarla? ¿Te refieres a correrme encima de ella o...?

Por la sonrisa de Javi adiviné lo que quería de mi, mearla.

-Pero habrá que desnudarla primero, vamos digo yo. - Se quejó el socorrista que sólo deseaba verla en cueros.

Yo susiré.

-Desnudate.

Como si le hubiera pegado un latigazo, Elena se levantó y se quitó la parte inferior del bikini, lo único que llevaba puesto. Los tres pudimos ver como la prenda y ella estaban empapados, y no era de agua.

Con ella únicamente con las chanclas puestas, los cuatro nos dirigimos al aparcamiento de la piscina. Era un lugar muy guarro usado habitualmente como picadero, lleno de preservativos usados, cagadas de perro y demás porquerías.

Allí, en una esquina sucia y maloliente, Elena se arrodillo al estilo japones, encima de sus pantorrillas.

-Yo te bautizo en nombre de nuestro señor Jesucristo. A partir de ahora tu nuevo nombre será Peggy.

Me saqué la polla y la mee. En su pelo, su cara, sus pechos, sus piernas...

-Bien hecho, chaval.

Me acerqué lentamente a ella y le puse la polla aún flacida y apestando a orina en la cara. Peggy abrió la boca y se la metí dentro.

Comenzó a chuparla como si no hubiera mañana, así que está creció hasta que terminé explotando dentro de ella.

No supé cuando se había ido, pero Javi tenía en la mano una correa de adiestramiento para perros.

La idea de hacerla caminar a cuatro patas por ese sitio asqueroso me excitaba y me revolvía el estómago a partes iguales. No deseaba que se lastimara las manos y las rodillas.

-No seas suave ahora con ella chaval, o te perdera el respeto y la perderas.

Sí, la coloqué el collar yla obligué a colocarse como lo que era.

El socorrista no podía más y me pidió amablemente que si podía mearse encima de ella.

Tanto Javi como él descargaron encima de su pelo.

Regresabamos caminando despacio. Mi corazón latía como loco por si alguien nos veía, mientras Javi iba tan tranquilamente y el socorrista se había largado cagando leches para que nadie le viera.

Aún y con todo, se me había ocurrido un par de perversiones. Estaba deseoso por saber hasta que extremo podía llevar a Peggy.

Cogí uno de los preservativos usados que había por el suelo, uno que contenía semen de vete tú a saber quien, y lo derramé en mi mano.

-Chupa.

Y allí, en el lugar más sucio del pueblo, una Elena totalmente desnuda, a cuatro patas y atada con correa, se dedicó a lamer el semen derramado en mi mano de vete a saber quien.

También se me pasó por la cabeza coger una mierda de perro para darsela de comer o rebozarla por su cuerpo, pero me contuve.

Yo quería volver a la piscina, pero Javi deseaba que la llevará hasta su casa para jugar con ella. No estaba lejos, aunque suponía esponerla aún más a la vista de la gente y al sol. Estaba preocupado de que se pudiera quemar.

-Vamos chaval, no la jodas ahora.

El cambio de rumbo suponía andar como medio kilómetro más al aire libre, algo que puede ser poco o un mundo, según se mire.

Pero lo hice.

Caminando despacio al fin llegamos hasta la casa de Javi.

-Átala en el jardín, no quiero que me apeste la casa a orines.

Yo deseaba examinarla para ver si tenía heridas o algo, pero...

-Vamos, ven conmigo chaval.

Así que tal y como me había dicho, la ate en el jardín interior, junto al perraco de Javi. Al menos, hacía sombra y estaba fresca en la hierba.

Sacó del cajón unos alicates, un destornillador y unas pinzas del ordenador. Las pinzas las reconocí en seguida. Eran muy fuertes y hacen mucho daño. Lo sé porque un día viendo porno duro se me ocurrió ponerme una en el pezón y joder que dolor.

-¿Sado?

-Verás como nos divertimos con ella.

Elena, o Peggy, esperaba a partes iguales entre asustada y excitada. No sabía exactamente que iban a hacer con ella y eso la excitaba. Creía saber que iban a hacer exactamente con ella y eso la asustaba.

-Toma, ten. -Mencionó Javi dándome las herramientas. – Debes hacerlo tú.

-¿Yo?

-Es tuya después de todo.

Si algo había aprendido es que un amo no duda de si mismo.

Lo primero que hice, y no porque creía que lo iba a necesitar, sino porque me excitaba, fue agarrarla suavemente de las muñecas y enrollarlas con cinta de embalar. También la tape la boca con la boca abierta para que no gritara al ser su primera vez.

Le ordené que abriera las piernas en forma de M e inmovilicé sus tobillos. Me senté delante suya. Agarré dos pinzas y me dirigí primero a sus pezones.

Elena soltó un quejido de dolor. A mi me parecía increíble que estuviera aguantando tan bien.

Le abrí el coño con los dedos.

-Eso que ves ahí son sus labios mayores, los menores y el clítoris, chaval. Cuando una sumisa se te entrega de verdad, te deja jugar con ello.

-Tengo entendido que esto duele.

-Como el puto infierno, chaval.

Y aún así mi mano ya había agarrado una de las pinzas y se dirigía a su clítoris. Está vez fue todo su cuerpo el que se estremeció de dolor.

-Bien hecho, chaval. Y ahora, a por su parte más sensible.

Pinzarla los labios inferiores no tenía ni punto de comparación con lo anterior. Elena estaba retorciendose de dolor.

-No te preocupes por ella, el único objetivo en su vida es darte placer. Dime, ¿Cómo la tienes?

-Durísima. - Respondí.

Cogí el cutex e hice un agujero en la cinta de embalar dejando expuesto el interior de su boca. No estaba muy seguro de que me iba a salir, pero tras introducir mi polla en el agujero que acababa de hacer, empecé a pajearme. Al final salió una mezcla de semen y orina que obligué a Elena a tragarse hasta la última gotita.

Hecho eso, volví a taparla la boca con cinta de embalar.

Javi y yo nos retiramos al interior de la casa. Allí tomé mi primera cerveza.

-Has estado genial.

-El perro no la hará nada, ¿verdad? - Dije echando un tragó.

-Si no se la folla en la posición en la que esta es que es gay.

Estuve de acuerdo. Deseaba aparearla con los chuchos, sí, pero con los míos. Salí para y la penetré con un destornillador de mango bien gordo en el coño para completar mi obra y para impedir que el perro se la follará.

-Lo siento, amigo, pero no es para ti.

Como me pareció divertido, decidí meterla algo por el culo. Sólo tenía a mano el botellín de cerveza, así que fue el cuello de la misma lo que la metí.

Eché unos cuantos tragos más de la cuenta y me entraron ganar de mear. Sabía exactamente donde deseaba hacerlo.

Así que salí fuera, rajé la cinta y metí la polla.

Mi primera meada de borracho fue en la boca de una chica sólo porque pensé que tendría sed. No me olvidé de volver a taparla la boca.

Me fui a dormir la mona y no me levanté hasta bien entrada la tarde.

Elena seguía donde la deje. Lo primero que me di cuenta con cierto alivió es que el destornillador seguía donde estaba. La verdad es que era una idiotez, porque el perro podía perfectamente haber sacado el destornillador con la boca, pero no lo hizo. Lo segundo que me di cuenta, es que el perro no era un perro, era una perra.

Luego examiné su cuerpo.

Pude reconocer tres picaduras de avispa. Una en la planta de su pie, otra en su pecho y una tercera en su hermoso vientre.

Su bello cuerpo había sido pasto de los insectos. Las mencionadas avispas, mosquitos, hormigas y seguramente alguna cosa más repugnante aún.

Retiré la pinzas de sus pezones. Los tenía hinchados y rojizos, también tremendamente sensibles. Comencé a juguetear con ellos golpeándolos con los dedos.

Me hacía gracia el ruído que hacía la botella que tenía clavada en el culo cuando golpeaba al suelo debido a sus movimientos provocados por el dolor.

Sí así estaban sus pezones, no podía ni imaginar como debía estar su coño. La retiré el destornillador y... si esa cosa había cabido en su coño, seguro que cabía mi mano también.

Poco a poco, pero con decisión, fui metiendo mi pequeña mano en su coñito.

Nunca la había sentido tan mía como en ese momento.

-Vaya, veo que te lo estás pasando bien.

-Sí – mencioné. – Muy bien.

Terminé de retirar las pinzas a Elena así como el botellín de cerveza y la permití tomarse una ducha.

El camino de vuelta a casa fue largo y silencioso. Esta sesión de sado, dura, pero de principiantes, nos había cambiado un poco a los dos.

Elena se retiró a mi habitación como era costumbre en ella sin decir palabra. Yo no tardé en acompañarla.

En la misma cama, no me atrevía ni a tocarla ni a abrazarla. Tenía la sensación de que me había pasado de frenada.

Fue ella la que apoyó su cabeza en mi pecho...

Cuando esa noche mi madre abrió la puerta, me encontró haciéndola dulcemente el amor.