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Las Muñecas (10)

en Grandes Relatos

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Los siguientes minutos, permanecimos los tres en silencio. Silvia sumida en un sueño plácido respirando profundamente contra mi cara, Laura, despierta pero con los ojos cerrados reposaba mientras con su mano acariciaba tiernamente la espalda de Silvia. Yo, boca arriba, con los ojos abiertos aproveche aquellos minutos para intentar recomponer un cuadro viable dentro de toda aquella locura, algo que pudiese explicarme el cómo y el por qué habían ido sucediendo las cosas.

 

Lo primero mi Don. Ya no estaba seguro de nada. Las mismas personas que habían seguido unas ordenes ahora las incumplían, aquellos limites que resistieran días atrás al control de la mente se habían derrumbado ahora de golpe y sin estimulo alguno por mi parte.

 

Ya no sabía que pensar ni que creer, pero tenía bastante claro que al menos la mitad de mis teorías eran una patraña. Era previsible que entender algo tan complejo no podía ser cuestión de unos días, pero la realidad era que cada paso que daba parecía alejarme del entendimiento, en beneficio de un caos que a estas alturas era casi total.

 

Después estaba Silvia. No voy a decir que a Silvia no le gustase el sexo, pero desde luego no era ni mucho menos una persona sexualmente intrépida. Su repentino despertar sexual y aquella completa y radical desinhibición difícilmente podían responder al hecho de que formalizásemos y profundizásemos nuestra relación a largo plazo.

 

Incluso en Laura, que claramente si era una maquina sexual, me parecía notar una evolución, una mayor entrega y la prueba evidente había sido aquella espontanea e inesperada mamada.

 

Necesitaba un descanso, dejar pasar un poco los días, ver como se iban asentando las cosas y no preocuparme por mi Don hasta que los demás cambios en mi vida estuviesen atendidos y asimilados, ya que, aunque estaba convencido de que, de algún modo, ambas cosas estaban relacionadas, no me sentía capaz de gobernar todo aquel caos de golpe, por lo que era mejor centrarse primero en los cambios y lo que suponían y tratar de entender después las causas.

 

También rondaba mi cabeza el intentar saber que haríamos ahora con Laura. El sexo había sido bueno, pero ni yo, ni creo que Silvia, íbamos a asumir una relación a tres si es que Laura la pretendía, aunque conociéndola, probablemente ella sería la primera interesada en poner tierra de por medio ante semejante berenjenal.

 

Como queriendo sacarme de mis reflexiones y dudas Laura se dirigió a mi mientras se incorporaba despacio de la cama.

 

- Manu, ¿te importa si me ducho aquí antes de irme? Y por cierto, ¿Puedes dejarme una camiseta para no subir con la mía llena de porquería?

 

Asentí y levantándome salí del cuarto para buscar en mis cajones una de mis camisetas lisas más nuevas. Cogí mi teléfono y regresé al cuarto de mis padres, donde Laura me esperaba de pie, desnuda, junto a la puerta. Le entregué la camiseta.

 

- Quédatela, yo también tengo prenda tuyas. - le dije sonriendo.

 

Ella, significativamente menos incomoda que yo, me sonrió y con un guiño recogió la camiseta para irse hacia el baño de mis padres con ella en una mano y sus pantalones y bragas en la otra. La seguí con la mirada hasta que desapareció. Yo decidí ducharme en el otro servicio y encendí la pantalla de mi móvil para comprobar la hora. La pantalla de bloqueo me indicaba que tenía 24 llamadas perdidas.

 

Extrañado abrí el menú de llamadas para descubrir que efectivamente tenía 6 llamadas de mi hermano, 14 de mi madre y otras 4 de Marta, mi cuñada. Aquello no era ni medio normal. Era evidente que algo había pasado.

 

Salí al pasillo y desde allí marque el número de mi hermano. Al segundo tono, mi hermano me descolgó saludándome con un improperio.

 

- ¿Dónde cojones andas? Llevamos desde ayer intentando llamarte. ¿Qué coño le pasa al teléfono de casa?

 

Miré hacia la mesita del recibidor. El teléfono, efectivamente estaba descolgado, probablemente víctima de una de las prendas lanzadas por mi novia en su estriptis de anoche.

 

- Me quedó descolgado. ¿Qué pasa?

 

Mi hermano cambió el tono, y muy serio se puso a explicarme.

 

- Ahora ya nada. Ayer papa se encontró mal y tuvieron que llevarlo a urgencias, lo ingresaron por una arritmia o una taquicardia o que se yo, pero parece que la cosa no es grave. Pasó la noche bien y ahora lleva media mañana de aquí para allá haciéndole pruebas. Van a dejarlo hasta el lunes ingresado, mamá quiere quedarse con él a la noche y yo reservé una habitación en un hotel aquí al lado para poder descansar y cambiarnos. ¿Quieres venir? - Aunque la noticia era tan terrible, el tono de control y calma de mi hermano me tranquilizaba.

 

- Claro, me ducho y busco manera de ir. - le dije.

 

- Tranquilo, no pasa nada. Ayer te llamamos por la noche para que lo supieras -explicó - y como no te dimos localizado lo intentamos ahora a la mañana. Ya estaba preocupado, así que pedí a Marta que pasase por casa antes de dejar a la peque y venirse para aquí. Tiene que estar al caer, así que ya te trae ella. Ya me encargo yo de pillar otro cuarto en el hotel para ti.

 

La imagen de mi cuñada y mi sobrina entrando en casa y descubriendo mi trío amoroso en la cama de mis padres me sacudió el cuerpo con un escalofrío. Tenía que colgar y poner las cosas en su sitio antes de que llegasen. Iba a intentar librarme de mi hermano cuando el teléfono de casa, recién colgado, despertó en sonoros timbrazos que me dieron la excusa para finalizar la llamada.

 

- Llaman a casa – le dije- seguro que es mamá. Te llamo en cuanto esté listo. - y colgué el móvil sin esperar respuesta.

 

Descolgué el teléfono para descubrir, al otro lado de la línea, la voz de mi cuñada.

 

- Hola dormilón! - me dijo con un tono tan jovial como forzado. ¿Hablaste con tu hermano? - Estaba claro que no quería ser ella la que me diese la noticia.

 

- Si, - le contesté apesadumbrado - Menuda mierda, y yo de fiesta.

 

- Tranquilo, - dijo ella consolándome – Estás en la edad de aprovechar las escasas salidas de tus padres para divertirte. Iba a pasar por casa a avisarte, pero me pareció más oportuno esperar a que cogieses. A lo mejor ni siquiera estás solo.

 

- Pues no, Silvia pasó la noche conmigo - confesé a medias - Ayer hicimos algo así como comprometernos y pasamos la noche juntos.

 

- ¿Que me cuentas? Enhorabuena! - dijo Marta en tono feliz - Quiero detalles, y no solo los “para todos los públicos” - Hizo una pausa y con voz más seria prosiguió. - Casi es mejor que te quedes, tu padre está bien, no dejes tirada a tu novia al día siguiente de semejante cambio.

 

- No, prefiero ir. Seguro que lo entiende – dije convencido.

 

- Ok, pues llevo a la niña con mis padres y te recojo en una hora. ¿Te da tiempo?

 

Le pedí algo más de tiempo y quedamos para hora y media más tarde, en casa. Comeríamos algo fuera y luego saldríamos hacia Vigo. Entré en la habitación donde Laura, ya duchada y vestida acababa de calzarse mientras conversaba con Silvia que estaba sentada en la cama cubierta con las sábanas.

 

- ¿Qué pasó? Preguntó Silvia asustada por lo que habían podido escuchar de mi llamada y probablemente por mi cara de espanto.

 

Les conté lo sucedido y, después de abrazarse a mí para consolarme ambas chicas se hicieron cargo de la situación. Mientras Silvia y yo nos duchábamos, cada uno en un baño, Laura levantó las sabanas de la cama y las puso a lavar. Luego ordenó un poco el desastre que habíamos montado y para cuando Silvia y yo terminamos de vestirnos la casa estaba ya perfectamente ordenada.

 

- Bueno chicos, me voy – nos dijo – Manu, déjame si quieres una llave y yo te extiendo las sabanas para que sequen y vuelvo a hacer la cama para que no te descubran al volver.

 

Asentí y le di un juego extra de llaves que guardábamos en el cajón.

 

- Gracias. - Contesté.

 

- De nada. Me ha encantado pasar esta mañana con vosotros, pena que tenga que acabar así. Bueno, que no sea nada, os dejo ya tranquilos.

 

Se acercó a mí dándome un abrazo y un casto beso en la mejilla. Luego repitió el gesto con Silvia y sin añadir palabra salió por la puerta cerrándola a sus espaldas.

 

- Me voy contigo. - Dijo Silvia decidida – No pienso dejarte solo en un momento así.

 

- ¿Seguro? - Pregunté, - Estoy bien, y voy para allá con Marta.

 

- Segurísima. - Me contestó como toda explicación. Voy corriendo a casa a por algo más adecuado y nos vemos aquí en 30 minutos.

 

- Gracias. - Le contesté embargado por la emoción acumulada.

 

Se acercó a mí, buscó mis labios y me regaló un beso suave y dulce, lleno de amor y ternura.

 

- Te quiero! - Me dijo antes de separarse de mi sin esperar respuesta saliendo con su mochila por la puerta donde segundos antes saliera Laura.

 

Una vez solo, cedí el control a mis emociones y lloré amargamente superado por las circunstancias, las emociones y mis remordimientos por no haber estado con mi padre cuando me necesitó.

 

El encuentro con mi cuñada devolvió la calma y la normalidad a la situación. Marta, siempre alegre, nos abrazó y nos felicitó por nuestro “compromiso” y se encargó de que la comida fuese un momento tranquilo y feliz en el que fui capaz de olvidarme de la imperiosa y urgente necesidad que sentía de ver y abrazar a mi padre.

 

También fue agradable el viaje de dos horas hasta Vigo, donde tuvimos que contarle con pelos y señales nuestra romántica cita, incluyendo el vergonzoso episodio de fin de cena con el cocinero Pavarotti. Marta escuchaba impresionada sonreía, me miraba y reía divertida ante los graciosos detalles que le contamos.

 

- Me da a mí que me equivoqué de hermano. - Dijo Marta - David no hace algo así ni pensándolo 20 años. Que suerte tienes chica - le dijo a mi novia que asintió entre risas desde el asiento de atrás.

 

- Y claro, - siguió preguntando - Luego iríais a celebrarlo.

 

- Y tanto - Contestó Silvia entusiasmada con lo que ella entendía era la primera comunicación oficial a mi familia de nuestro compromiso - llegamos a las tantas y yo en un estado lamentable.

 

- Ya será menos – Rio Marta divertida. - No me pareces tú una chica de perder los papeles.

 

- Vaya si los perdí – contestó divertida – hasta le hice un estriptis en la escalera. No veas a este pardillo recogiendo mi ropa del suelo. - Dijo entre risas.

 

Marta clavó los ojos en mí, sorprendidísima, y busco a Silvia en el retrovisor para luego estallar en una sonora carcajada.

 

- Me parto! - Se reía con ganas – Y usted señorito, tan caballero. Como tiene que ser.

 

- Bueno, caballero caballero… - dijo Silvia divertida - al final esa buena obra tuvo su premio. - Silvia calló dejando que el silencio cruzase el aire como bálsamo para buenos entendedores.

 

- Hacéis muy bien. - Sentenció Marta – Con vuestra edad ni os podéis imaginar las locuras que hacíamos David y yo. Bueno, aún seguimos haciéndolas. ¿A qué sí, Manuel?

 

Lanzó la pregunta mientras clavaba su mirada en mí, y dejó que una vez más fuese el silencio el que reclamase la respuesta. Yo, que las palabras de Marta me habían devuelto a la mente el video casero, encajé esa pregunta como un puñetazo en el estómago. No sabía a qué se refería Marta, era imposible que supiese lo del video, pero si no lo sabía ¿Qué quería decir con aquella pregunta? Decidí escapar por la calle del medio y contesté.

 

- No sé, pero la verdad es que siempre estáis felices y riendo, sobre todo tú.

 

Marta me miró todo lo fijamente que le permitía la carretera, y dando por buena la respuesta dio por cerrada la conversación diciendo.

 

- Pues eso. Las cosas que pasan en una pareja si hacen felices a los dos siempre están bien.

 

Tras lo que la conversación giró a otros asuntos hasta que llegamos a las puertas del Hospital.

 

Ya en la habitación mi padre y yo nos fundimos en un largo e intenso abrazo mientras mi madre lloraba emocionada. Luego me contaron los pormenores de la noche pasada y el susto que se habían llevado.

 

Mi padre estaba en la habitación en el balneario cuando se encontró indispuesto. El médico del balneario decidió trasladarlo y una vez ingresado pasó la noche en una unidad especial para a la mañana realizar una serie de pruebas de Urgencia que llevaron a categoría de susto lo que mi madre creía un infarto.

 

Mi hermano había pasado la noche con mi madre en la sala de espera y, con mi padre ya en planta habían decidido que uno, mi madre, pasaría esta noche con el mientras el otro descansaría en el hotel para luego relevarse durante el día.

 

Después de la charla de rigor mi madre se retiró al Hotel a descansar, acompañada de Marta, y Silvia, David y yo nos quedamos con mi padre. Allí, entre tantas otras cosas, les pusimos a ambos al día de nuestro avance en la relación, que mi padre recibió con enorme alegría abrazando a Silvia mientras le pedía que me mantuviese “a raya” que no me vendría mal.

 

Así, entre charlas y risas se nos fue la tarde enseguida hasta que bien pasadas las 11, Marta y mi madre regresaron del Hotel para relevar a mi hermano.

 

- No quise dejarla sola, - dijo a modo de explicación por su ausencia. - Suegro, espero que no me desheredes - le dijo con risa pícara.

 

- Cariño - contestó mi padre - mientras no me devuelvas a este . - dijo señalando a mi hermano - te permito lo que quieras.

 

Todos reímos de buena gana a costa de David que lanzó un puñetazo simulado al hombro de mi padre mientras le decía entre risas.

 

- La próxima vez que venga tu favorito a cuidarte – dijo señalándome entre risas - viejo desagradecido.

 

Unos minutos más tarde los besos y abrazos marcaron el final de la reunión en torno a mi padre. Insistí en quedarme y, ante la negativa de mi madre a irse, maldije las normas del hospital y me ofrecí a velar a mi padre desde el pasillo, pero todos me convencieron de que no, que ahí no hacía nada y me prometieron que en la noche del domingo, si así lo quería podría quedarme yo para que descansase mi madre. Contrariado acepté de mala gana y los cuatro salimos dejando a mi madre a cargo de su marido.