-La hubiera seguido de vuelta al infierno, pero sólo me pidió que nos coláramos en aquel cementerio-. El paciente había comenzado a hablar de forma espontánea, ya cuando el equipo médico abandonaba la habitación. El doctor Martín se detiene, sus residentes le imitan, y con un gesto de la mano les pide que se queden ahí, en silencio, evitando cualquier movimiento que pudiese distraer al enfermo ahora que ha conseguido hilvanar una frase tras días soltando palabras inconexas.
-Era un demonio, era mi demonio, - continúa diciendo el joven tendido en la cama con una media sonrisa asomando a su boca -aunque cuando la conocí pareciera un ángel. Bastó que girara la cabeza y me mirara de aquella forma para comprender que era la encarnación del mal. Sus ojos eran puro fuego, su cuerpo era pecado, y su mente…- la frase queda suspendida durante varios segundos en las que el psiquiatra y sus tres jóvenes aprendices no saben si ese es el final del inesperado monólogo o van a tener derecho a conocer toda la historia. Al equipo médico, tan acostumbrado a desentrañar los misterios de la mente humana, quizás le hubiera gustado conocer como veía aquella mente enferma al resto de las mentes, pero cuando el interno retomó la palabra sus frases tomaron otros derroteros: Eva, Eva, Eva…, yo ya he cumplido mi parte, ¿cuándo vas a venir a buscarme? -. El joven se mira el brazo, lleva unos números tatuados en un color encarnado, podría ser la combinación de un número telefónico, desde la posición de los doctores apenas se pueden distinguir, pero han aprovechado las horas de sedación para apuntarlo: 666 792 … .Marta ha hecho un mínimo movimiento, apenas si se ha recolocado un mechón de pelo por detrás de la oreja, pero ha sido suficiente para captar la atención del paciente que, girando la cabeza, la única parte del cuerpo que puede mover pues sus muñecas y tobillos permanecen atados, interrumpe su discurso y la mira de una forma que asusta; asustan sus ojos negros, su manera de abrirlos, de subir las cejas hasta hacerlos parecer enormes. Marta siente como si esos ojos tan oscuros pudieran traspasarla, como si con una sola mirada pudiera conocer todos sus secretos, sus miedos más profundos. Ella retrocede un paso, hasta situarse tras el hombro de su compañero Alberto, mientras el paciente esboza una sonrisa en la que resalta el brillo de un colmillo partido: tienes un aire a Eva- dice antes de volver a mirar al techo.
Cuando vuelve a tomar la palabra a los doctores les cuesta unos instantes ubicar la acción. - El muro era alto, más de dos metros, aunque lo hubiéramos podido saltar con ayuda, no hizo falta, las cadenas que cerraban la puerta no estaban lo suficientemente apretadas y bastaron un par de golpes con el hombro para que cedieran, el espacio justo para colarnos dentro. Esta noche será especial, verás, me dijo Eva, como si todas las noches con ella no fueran ya especiales. Me tomó de la mano y yo la seguí, echó a correr y yo corrí, rio y yo reí. De pronto se paró en seco, haciendo volar la gravilla con sus pies, me acerqué y me besó. Me inoculó el veneno de su saliva, me envenenó con su saliva, me envenenó con su saliva… - repite varias veces bajando en cada una el tono de su voz. -La luna también quería marcharse, pero la noche tenía la luz justa para poder ver todo el mal que escondía Eva. Cuando mi lengua recorría su cuello ella levantaba la cabeza y parecía aullar al cielo. Me empujó, yo trastabillé hasta ir a caer contra una losa, Eva vino a mí y se sentó en mi regazo. Sus manos guiaban las mías por su cuerpo, hacían que me quemase en su piel, que abrazase sus pechos. Decía que las sombras también la abrazaban y que mis manos tenían que esforzarse más si quería ser el elegido. Era el mal, era el mal…- repite como una letanía de vez en cuando antes de continuar con su inesperado discurso: levantó mi camiseta y me mordió- su mirada busca su pecho, tratando de ubicar el recuerdo bajo la bata de hospital- yo grité y la maldije, pero ella repitió la operación riendo cada vez más fuerte. Reptó hasta colarse entre mis piernas, desabrochó mi pantalón y tiró de él. Mi sexo fue siempre un juguete entre sus manos, lamió, mamó, hasta conseguirlo todo de mí. Cuando le dio todo su esplendor, lo hundió en sus fauces. Yo me incorporé, ella se arrodilló, mis manos en su nuca retenían con fuerza su cara contra mi vientre, por unos instantes me creí más poderoso que el mal. Pero Eva siempre gana- dice bajando el tono de voz hasta resultar casi pesaroso- Eva siempre gana, y revolviéndose me mordió el pene, tres, cuatro veces, hasta arrancármelo a trozos. El dolor era insoportable, pero yo reía como un loco, sangraba y reía porque Eva me hacía suyo, me incorporaba a su ser. Ahora te toca a ti, me dijo. Obedecí, pues ya mi cuerpo y mi mente eran suyos. Comencé lamiendo los restos de mi sangre que caían por la comisura de sus labios. Descendí por su cuerpo, Eva me iba marcando el camino desvistiéndose al ritmo que yo debía seguir. Quise entretenerme en sus pechos, pero una fuerza extraña me obligó a seguir bajando. Al llegar a su sexo, tenía un olor intenso, especial, estaba menstruando. Levanté la cabeza buscando la mirada de Eva, me estaba sonriendo. Mi boca comenzó a saciar su sed, era mi alimento. Cuanto más jugaba mi lengua en su coño más se retorcía Eva. Gemía, gritaba y sus gritos provocaban el aullido de todos los perros del pueblo. Yo seguía arrodillado a sus pies, deslizando mi lengua por su sexo, dibujando sus formas con los dedos, Eva orinaba sangre, se corría sangre… Yo continué, bebiendo de ella, jugando con mi boca en su sexo, hasta llevarla al orgasmo, hasta que sus párpados cayeron y en el blanco de sus ojos sólo se veían llamas. Eva siempre gana, el mal siempre gana…-. Sus palabras no están dirigidas a nadie, como si la presencia inmóvil del doctor y los tres estudiantes fuesen igual de fantasmagóricas que las sombras del cementerio.
- Quise asir mi polla, pero sólo encontré una masa sanguinolenta e informe. Miré a Eva desesperado, y ella rio como un demonio, estruendosamente, antes de comenzar a vomitar los trozos de mi pene. Los recogía del suelo, la sangre y su saliva venenosa mojaban mis dedos y rápidamente los metía en el sexo de Eva. Pero ella necesitaba más, toda mi carne vomitada no le provocaba ningún efecto, pese a que yo hundía mis dedos en su vagina para enterrarlos más adentro, para procurarle placer. Era inútil, Eva exigía más y yo no sabía cómo hacerlo. Prueba con eso, dijo señalando con la cabeza algún punto detrás de mí en la noche. Me volví presuroso, buscando la manera de satisfacer sus necesidades. Encontré un hueso largo y amarillento, lo agarré y deprisa volví la cabeza, pero Eva ya no estaba, me pareció que un murciélago surcaba el cielo…-. No puede resistirlo más, con una mano protegiendo su boca de la arcada, Marta corre hacia la puerta.
- ¿Estás bien? - le pregunta su compañera. Marta asiente con la cabeza; sabe que no es más que un delirio más de un enfermo cualquiera, pero en la carpeta que sujeta bajo su brazo está detallado el informe, conoce los datos, las heridas que presenta el cuerpo… Y ahora, ha bastado escuchar el relato para que su mente cruzase datos y le ganase la náusea. Mientras, a su lado, su compañero Alberto pregunta al doctor: ¿Se sabe algo de la chica?
El doctor tarda unos instantes en contestar, su mirada sigue vuelta hacia la habitación, tratando de comprobar a través del pequeño óculo la reacción del paciente ante los últimos acontecimientos. Luego se vuelve y dice: seguramente nunca haya existido la tal Eva, el atestado policial sólo habla de él, y la vecina que denunció haberlo encontrado desnudo y rodeado de huesos exhumados de la fosa común en el cementerio cuando fue a adecentar las tumbas en las vísperas de Todos los Santos, tampoco hacía mención a ninguna mujer. Han comprobado los números por si fuera un número de teléfono y no corresponde con ningún usuario actual… Siguen investigándolo.