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Andrea sale a correrse (1)

en Autosatisfacción

Hoy era un día cualquiera. Andrea se había levantado de la cama después de haber luchado contra el despertador durante dos cortas prorrogas de 5 minutos programadas en el móvil. Sin embargo no fue el despertador, lo que consiguió sacarla de la cama, sino su compañera de piso y de cama, Maria, quien de una patada le indicó cariñosamente que había que despertarse. 

Era jueves. La semana había transcurrido sin grandes acontecimientos. Llevaba varios meses viviendo en un pequeño piso en un pueblo costero cerca de Sidney. Había decidido irse un año a Australia con su inseparable amiga para, con la excusa de aprender inglés, tratar de evitar quedarse atrapada en una vida normal. No eran pocas las amistades que habían “sentado la cabeza” y al mismo tiempo exigían de cierta manera que ella siguiera el mismo camino.

Cuando abrió los ojos se encontraba de repente sentada en el WC. Automáticamente rompió un trozo de papel higiénico y se limpió antes de desecharlo. Seguía aún dormida mientras se levantaba y le daba a la pequeña palanca del desagüe del inodoro. Se miró en el espejo situado encima del lavamanos y mojó sus manos para sacudirse la cabeza con varias pequeñas, pero intensas,  bofetadas. Se esforzó en abrir bien los ojos. Se dió una palmada fuerte en la nalga como hacía cada día en su ritual para desperezarse. 

Empezaba a recuperar el sentido y fue directa a la nevera. Tenía hambre. Eran apenas las 6 de la mañana y no había amanecido. Llevaba varias semanas cumpliendo un plan de entrenamiento para poder correr la maratón de Sidney y ya solo le quedaba una semana para la gran cita. Estaba en forma. Ya había corrido alguna carrera, pero nunca había completado una maratón de 40 kilómetros. Se sentía motivada y enganchada al sufrimiento de correr como parte de su rutina diaria. 

Andrea tiene 35 años. Mide 1,75cm. Pesa no más de 58 kilos. Su figura siempre ha sido atlética aunque tiene especial predilección por el chocolate y los postres cuando no le encuentra sentido a su puta existencia. Y eso ocurre siempre que le va a venir la regla. Aún así, ella sabe que es una chica atractiva. No tiene problema en conseguir que los chicos se fijen en ella. El conjunto de su  cara es sexy y su boca invita a morderla gracias a unos labios finos pero hinchados.

A pesar de lo que pudiera parecer, desde que llego a Australia no había conseguido echar ni un mísero “polvo”. Por si fuera poco además, compartía cama y casa con su inseparable amiga Maria. No. No tenían ninguna relación lesbica. Algún pico en alguna celebración pero nada más. Estaba harta de que todo el mundo insinuara lo mismo. La falta de originalidad le producía repulsión y además le costaba disimularlo. Su único consuelo para combatir su deseo sexual era masturbarse en la ducha y esa mañana, especialmente, le apetecía más que nunca. 

Antes de darse ese capricho tenía que cumplir con su plan de entrenamiento. Una de cal y otra de arena. Eran las 6 de la mañana pero las 9 de la noche del día anterior en España. Revisó su móvil y encontró varios mensajes de su madre y de un chico de Canarias que conoció la última semana antes de irse de viaje a Australia. Por algún motivo habían seguido hablando aún sabiendo que estaría un año de viaje. Tampoco quería pensar mucho en eso. No contestó a ninguno de los mensajes. 

Se vistió. Se puso su pantalón corto y su camiseta de entrenamiento sin mangas y bastante suelta junto con sus zapatillas deportivas, que por cierto ya necesitaban un cambio. No llevaba sujetador. Si fuera por ella iría siempre desnuda. Se recogió su abundante melena rizada en una coleta y conectó su móvil de última generación a sus auriculares inalambricos. Hoy pensaba bajar hasta la playa y correr por su avenida hasta alcanzar los senderos que rodeaban la bahía. A esas horas nunca había demasiada gente. No se encontró a nadie hasta llegar a la playa. En la avenida se preparaban algunos “surfers” de diferentes nacionalidades para aprovechar las primeras olas del día. Empezaba a amanecer. Se intuía que iba a ser un día caluroso.

Controlaba su ritmo cardiaco con su pulsera inteligente. Iba bien. Se mantenía en unas 110 pulsaciones por minuto. Dejó la avenida de la playa y se dirigió a subir una pequeña colina al final de la bahía. Sus pulsaciones se elevaron a 130 pero la cuesta no era muy pronunciada aunque era constante y de al menos un kilometro hasta llegar a su cima. En esos momentos ya estaba sudando bastante. Su cabeza estaba concentrada en sus movimientos y en el ritmo de la música que sonaba en sus auriculares. Decidió hacer un último “sprint” hasta la cima.

Sus pechos y su coleta saltaban acompasados con cada paso. Llevaba una talla 85B y disfrutaba haciendo “topless” en la playa siempre que la situación lo permitía. Sus pezones con el fresco de la mañana estaban duros y con el movimiento de la carrera iban rozando la tela de su camiseta deportiva. 

Llegó extenuada. Se sentó en un banco y se dispuso a realizar una serie de estiramientos como parte de su rutina. Estaba en un pequeño parque deportivo con diferentes equipamientos al aire libre para realizar ejercicios con unas vistas inmejorables a la bahía. Cuando pudo recuperar el aliento se dio cuenta que había un chaval de poco mas de 20 años fumando en un banco que supuestamente estaba destinado para hacer abdominales. Iba vestido de chandal y llevaba puesta la capucha. No le hizo mucho caso y siguió con su rutina de estiramientos.

Andrea levantó su pierna izquierda sobre el banco, alargando la mano derecha para estirar sus cargados cuadricep masajeando sus músculos. Mientras se inclinaba hacia delante fue consciente que su pantalón corto dejaba ver sus bragas moradas mal colocadas entreviendo los bordes de su vagina. Ya era tarde para cambiar de posición. Giró la cabeza y sorprendió al chaval mirándole directamente. Parece que para él tampoco le había pasado desapercibido. 

Recogió la pierna y se coloco bien la braga. Empezó a estirar el cuello con movimientos circulares para distraerse. Cerró los ojos y se concentro en la brisa. En los primeros rayos del sol. En su respiración. Sus pulsaciones habían disminuido hasta 100. Se encontraba genial en ese momento. Decidió hacerse un selfie para inmortalizar el momento y subirlo a sus seguidores en Instagram. Cuando alargó la mano sosteniendo el móvil pudo ver en la pantalla que el chaval estaba detrás suya acercándose despacio. Agitaba su mano compulsivamente. Le costo enfocar y darse cuenta que estaba agarrandose la polla. Giro su cabeza y pudo comprobar claramente que el crio se estaba haciendo una señora paja a su salud. 

Se levantó y le gritó en español o en inglés, no sabe bien qué fue lo que dijo. El caso es que el chaval ni se inmuto. Ahora podía ver claramente cómo el chaval se meneaba un generoso pene de proporciones considerables. Debería tener al menos 18 centimetros. Podía ver hasta las venas de su tronco que terminaba en un capullo brillante y morado. Su cara era de animal en celo. Le miraba las tetas y se mordía el labio mientras no paraba de pajearse. Debía estar a escasos 3 metros ya. Andrea se quedo petrificada durante unos segundos mirando la enorme polla del chaval, el tiempo suficiente para que el chico comenzara a estremecerse y descargar varios disparos de semen blanco y viscoso en el suelo del parque. Juntó los dos únicos insultos que sabía en ingles mientras se ponía en pie. “Fuckin asshole!!”. 

Bajo la colina corriendo sin ni siquiera ponerse los auriculares. Estuvo a punto de caerse varias veces al tropezarse con varias raíces, pero su entrenamiento le había dado una agilidad y coordinación que le salvo de más de un aterrizaje forzoso. No le seguía. Aún así no disminuyo el ritmo y no se sintió tranquila hasta que llego a la avenida de la playa. No volvería a subir a esa colina a esas horas. 

Llego al apartamento y se encontró a Maria terminando de arreglarse en el baño. Andrea estaba sudada y satisfechamente agotada. La música estaba puesta en los altavoces del apartamento y María estaba de buen humor. Se escuchaba en todo el edificio. Cantaba y sonreía mientras terminaba de arreglarse. Se dirigió directamente a la nevera y se sirvió un buen vaso de agua fría. La bebió despacio mirando por la ventana mientras esperaba que Maria dejase libre el baño. Cuando salió le contó lo sucedido con el chaval pajero del parque. Maria se desternillaba de risa y lo único que le preguntó fue como era su polla. Joder. Parece que no es la única que está salida en esa casa. Le dió un beso y Maria salió por la puerta del pequeño apartamento.

Ya estaba sola. Entro en el baño y encendió el chorro caliente de la ducha. Dejo que corriese el agua mientras el termostato conseguía cumplir con su función. Mientras tanto se quitó la ropa y se miró en el espejo. Se giró y se apretó la nalga izquierda. Maldita genética le había dado un culo imposible de poner en su sitio a pesar de todo su esfuerzo. Aún así se veía bien. La dieta y el ejercicio constante había conseguido disimular su propensión a expandirse por sus caderas. 

Se metió en la ducha agarrando la manguera. El agua estaba demasiado caliente. Le quemaba pero le gustaba. Regulo la posición del agua fría para compensarlo un poco. Se puso el chorro en la cara mojando su pelo y notando como resbalaba el agua por su rostro y por su cuerpo. Joder “que puta maravilla”, pensó Andrea para si misma. Justo en ese momento se acordó de la polla del chaval del parque. Era majestuosa y le daba vergüenza reconocer que le había puesto cachonda. Sin darse cuenta se encontró acariciando sus pezones y apretando su pecho. Al mismo tiempo bajó su mano para dirigir el chorro a presión entre sus piernas. Cerro los ojos.

El vapor del agua caliente empezaba inundar el baño. Andrea había sucumbido al chorro de agua y ahora tenía sus piernas semi-abiertas. Con una mano se agarraba a la pared y con la otra dirigía directamente el chorro de agua caliente de la ducha a su clitoris. Llevaba el coño siempre arreglado y depilado. Siempre preparada por si acaso. Su clitoris en ese momento estaba hinchado de tanta presión. Notaba como le subía por la espalda, por la espina dorsal, una oleada de corrientes eléctricas que se hundían directamente en su hipotálamo. Justo en su nuca bombardeando alguna parte de su cerebro.

Su respiración era cada vez más agitada. Coloco el mango de la ducha en el soporte de la pared y lo dirigió a su cara. El agua se deslizaba por su piel. No podía más. Necesitaba sentir cómo le penetraban. No dejaba de pensar en la polla del chaval. Ahora mismo no le hubiese importado tenerla cerca. Con sus dedos abrió sus labios inferiores y deslizo el anular dentro de su vagina mojada. Dios. Como necesitaba eso. Movía su mano al mismo ritmo que deseaba ser follada. Primero despacio. Luego acelerando hasta introducir un segundo dedo y desatar toda su lujuria dentro de su vagina. Ahora estaba sin control. 

Su boca estaba entreabierta. Gemía y respiraba fuerte. Mantuvo la posición varios minutos. Ya estaba a punto. Combinaba la penetración con cortas e intensas sacudidas en su clitoris. Las gotas de la ducha le azotaban la cara. Sus oídos estaban taponados y le costaba respirar. Levanto un poco su pierna apoyándola en la pared. “Aaaahh. Si. Aaaahhh. Siiii”. “Joder siiii”. Hasta que, de repente, con sus dedos completos dentro de su vagina, empezó a correrse ahogando un grito en su garganta. Se corrió en varias sacudidas. Estuvo a punto de resbalarse y caerse. Sus flujos se deslizaron resbalando por sus muslos para perderse inútilmente en el sumidero de la ducha. 

Tardo unos minutos en recuperarse. Dejó su cabeza apoyada en la pared y se dedicó simplemente a sentir cómo su orgasmo iba disminuyendo. Se lamio los dedos en la boca. Finalmente recupero la compostura y termino de ducharse utilizando su esponja natural y su gel ecológico. El mejor momento del día. Sin duda.