miprimita.com

La Libertad II_09

en Amor filial

-       Hala… ¿te lo has depilado, prima? Ya no tienes el conejazo peludo del otro día…

 

Vale, parece que acababa de cargarme mi pequeña sorpresita más pronto de lo esperado, jejeje… Igual me daba, el incremento de velocidad de su chapoteo me dejó bien claro que aquella fugaz visión de mi coño, aun medio cubierto por las bragas, había terminado por excitarle ya al completo. Así que, sin querer bajar lo más mínimo el ritmo, empecé a tirar en aquella postura de mis bragas hacia abajo, descolgando primero los laterales bajo la línea de mi culo, para luego arrastrar toda la tela mojada que cubría mi coño, sintiendo aquella masa pastosa que llevaba acumulándose ahí desde hacía casi un par de horas separarse de mi raja abierta y, sin duda bien brillante y pringosa de tanto deseo como llevaba sintiendo desde semanas atrás. Noté algún húmedo hilillo de pringue mojar mis muslos mientras bajaban, lo que me hizo suponer que, si duda, Pablo debía de estar viendo al menos un par de hilitos plateados uniendo mi sexo con mi ropa interior manchada, evidenciando todavía más el grado de excitación al que había llegado. Pablo ahogó una exclamación al ver mi chocho pelado, al menos por completo desde el punto de vista que mantenía él, que sin duda se veía motivada también por descubrir la evidencia de tan marcados signos de calentura por mi parte. Quise terminar mi numerito de la manera más cachonda posible para él, de manera que terminé de bajarme las bragas hasta los pies y, permaneciendo inclinada para que mi primo pudiera disfrutar bien a gusto de mi coño, las recogí y las tomé en mi mano, aguantando un poco más así mientras giraba la cabeza hacia él para poder verle bien. Como imaginaba, la vista de mi redondo culo con mi coño bien abierto y mojado en medio había bastado para que mi primo Pablo estuviera ya cascándose frenéticamente aquella paja que llevaba rato guardándose para mí.

 

Y, por fin, me giré. Sin más: desnuda para Pablo. Por primera vez de manera íntegra y abierta para él, por primera vez con una entrega total e incondicionada. Ni Carlos ni hostias, ni es que se me ha ido la cabeza, ni leches. Mirándole fijamente, puede comprobar como su mirada se quedaba enganchada, por su parte, en mi coño arreglado con mi vello púbico cuidadosamente recortado y rasurado por los lados, así como en su parte superior, formando una mancha no demasiado oscura y levemente triangular bajo la que colgaban, primorosamente depilados, mis labios chorreantes. Entonces, en un rápido movimiento, aproveché el elástico de mis bragas para estirarlas como si fueran un tirachinas, apuntando hacia mi primo. No suelo ser yo de gran puntería, pero aquella noche se ve que estaba de suerte, porque conseguí atinar justamente en el mástil erecto de su polla… Pablo las recibió no sé si con una sonrisa, o directamente con cara de salido. Su rabo se estremeció mientras él repasaba la tela mojada de mis fluidos más íntimos, solo antes de llevársela a la cara y hundir en ella su ávida nariz. Supuse que se la manchó, pues hurgó un buen rato en el charco de mi entrepierna antes de bajar la tela y estirar la lengua, para lamer y disfrutar de mi esencia recién ordeñada, todavía fresca y caliente.

 

-       Vaya, Pablo… se te ve contento… ¿te gustan las braguitas de tu primita la cortada? – mi primo ignoró mi cometario, y siguió dándole a la zambomba, emborrachado del placer de tener una bragas mías frescas plantadas en la cara, mientras yo tomaba por fin asiento en la cama libre.

-       Laura… Laura… - balbuceó el muy salido – esto es estupendo…

-       Bueno, primito, pues ahora es mi turno también… que, como comprenderás, yo también quiero disfrutar del espectáculo… - desde la otra cama, Pablo bajó levemente las bragas de su cara, asomando sus pícaros ojos por encima. Sin cesar ni un segundo de meneársela ni de chupar y oler mis braguitas, Pablo clavó la vista en mis piernas abiertas, sabiendo que tenía mucho por aprender aquella noche. – Mira bien, primito, mira… quiero que veas bien esto… - dije terminando de abrir mis piernas muy, muy lentamente. - ¿Ves? Esto de aquí en medio… esto es muy importante para nosotras, nunca debes de olvidarlo… esto es mi clítoris primito… - dije acariciando y oprimiendo levemente el grueso botón hinchado que se asomaba justo desde el punto donde se comenzaban a separar los labios de mi vagina, bajo el capuchón que habitualmente trataba de darle cobijo, que se había quedado completamente corto por el desproporcionado crecimiento de mi órgano del deseo al empalmarme un rato antes. Delicadamente, bajé las manos hasta mi coño para abrirme al máximo con la punta de los dedos mis labios vaginales. 

 

Un fuerte olor a coño –a mi coño- inundó bruscamente la habitación. Noté que Pablo abría los ojos como platos, al tiempo que las aletas de su nariz se estremecían levemente. Aquella reacción de mi primito, evidentemente no obedecía tan solo a su suprema atención a mi clase de anatomía, sino que, sin duda, la densa oleada de perfume de chocho le había golpeado tan claramente como a mí misma. Mis labios mayores emitieron un leve chasquido mucoso al despegarse del capuchón del clítoris y de mis labios menores, empapados como estaban. Mis dedos chapotearon también en ese espacio intermedio entre labio y labio, acompañando el sonido de la húmeda masturbación de Pablo. Desde mi punto de vista pude ver cómo todo el interior de mi coño estaba recubierto de un líquido viscoso y brillante, con manchones y coágulos más blanquecinos y pastosos junto a los labios menores, y más transparente, como sudor espeso, cubriendo el clítoris y el resto de la vulva.

 

-       Tu clítoris… sí, Laura, ya sé… es lo que te tocas para hacerte una paja ¿no? 

-       Exacto primito… fíjate bien ahora porque te lo voy a enseñar… todo… - le dije sin poder evitar una tremenda sonrisa – eso sí, Pablo, ¡ver pero no tocar! ¿De acuerdo?

-       Descuida prima, con tus ricas braguitas – dijo pasando groseramente su lengua por la mancha de mi ropa interior – y viendo tu delicioso cuerpo, tengo bastante munición por ahora – su mano bombeaba con fuerza su miembro empalmado. Yo acumulé los cojines y la almohada de la cama de Pablo a mi espalda, y me recosté, subiéndome totalmente al colchón y abriéndome bien de piernas para poder masturbarme a gusto y permitir que Pablo no se perdiera ni el más mínimo detalle de mi paja.

-       Vamos… nos lo vamos a pasar muy bien los dos Pablito… mira bien entre mis piernas, porque te aseguro que vas a recordar toda la vida el coño de tu primita la cortada… - Con cara de incredulidad, Pablo se incorporó en la cama, quedando de rodillas allí haciéndose su paja a toda velocidad, comiendo mis bragas y alucinando de ver mi coño completamente abierto para él…

-       Sí, joder, primita… mira cómo me pones, me voy a correr…

-       Jajajaja ¿pero ya, Pablo? Bueno… pues si tú terminas tu paja, me vas a dejar al menos que yo empiece la mía, ahora vas a ver cómo nos masturbamos las chicas, primito – le dije, mientras estiraba bien los dedos de mi mano derecha por encima de mi coño para mantenerlo lo más abierto posible, y con los dedos índice y corazón de mi mano derecha empezaba a tentar la exagerada sensibilidad de mi excitado botón. 

 

Estaba tan cachonda ya cuando me empecé a pajear delante de Pablo, que mi coño se puso literalmente a chorrear desde el primer momento, y podía notar mis dedos encharcarse dentro de mi sexo, al tiempo que sentía mis flujos resbalando hacia mi culo y por todo el interior de los muslos. Me arrepentí de no haber cogido una toalla o algo para cubrir las sábanas de la cama de Pablo, porque tenía claro que iba a acabar poniéndolo todo perdido. Acababa de empezar y ya un río de flujo manaba desde el interior de mi almeja caliente y excitada, tenía el clítoris tieso como un pequeño palo, y los labios menores groseramente hinchados y retorcidos hipersensibilizados. Empecé a acariciármelos también mientras aplicaba mayor presión y velocidad a mi clítoris. Los estertores empezaron a remover mi cuerpo, y me comí los gemidos que se me escapaban sin remedio, mordiendo mis labios para reprimir mis gritos. Pude ver a mi primo mirándome fijamente a la cara mientras se destrozaba la polla después de hacer resbalar su mirada lasciva por todo mi cuerpo, disfrutando soezmente de la visión de mis tetas hinchadas y mi coño abierto… mantuve por un momento el contacto visual con él, antes de que una feroz convulsión entre mis piernas me hiciera echar la cabeza hacia atrás cerrando los ojos. Sentí que me explotaban los pezones, y aunque casi me dolía de lo duro que se me había puesto, ataqué con ferocidad el clítoris, acariciándolo fuerte con pequeños pero rápidos movimientos circulares, notando pequeños chorros a presión escapando entre mis labios y mis dedos.

 

En aquel momento tuve que frenar mínimamente, asustada por los gritos de mi primo. Cuando pude volver por fin a centrar la vista en su cuerpo desnudo, contemplé el sublime espectáculo de su portentoso rabo estallando en una increíble fuente de semen, salpicando con su corrida la cama, el suelo, y legando a hacerme sentir alguna gota caliente quemando sobre la piel de mis pies y la parte baja de mis piernas. La potencia de semental de aquel niñato era, sencillamente, alucinante. Retorciéndose de placer, Pablo apretó la base de su polla como intentando contener la explosión, y encerró la cabeza de su falo enrollada en mis bragas dentro de su puño fuertemente cerrado, profiriendo un inmenso alarido mientras su cara se retorcía en una mueca de dolor, con los párpados muy apretados ocultando sus bellos ojos. Mi pequeño primito se estaba pegando una corrida de campeonato. La visión de mis braguitas nuevas que iban poco a poco quedándose literalmente empapadas de su semen, subiendo y bajando sobre su dura herramienta al ritmo más suave del final de su paja, me volvió tan loca que caí en el más absoluto de los desenfrenos.

 

-       Joder Pablo… me encanta que te corras así… solo por verme… es sencillamente brutal…

-       Laura… Laura… eres increíble… esto… ¡esto me encanta!

-       A que sí, primito…. Mmmmmmhhh... Aaahhhhhhh… qué bueno que es… mmhhhhaaahhhh…

 

Pero ya os digo yo que Laura no estaba ya para conversaciones. La corrida de Pablo y sus ríos de semen resbalando por su duro vástago y mojando y manchando mis braguitas de aquella espesa crema blanca y brillante, tan olorosa, había desatado ya por completo el deseo de acelerar al máximo mi propia masturbación. Agitada, volví a cerrar los ojos para concentrarme en las violentas sensaciones que empezaba a experimentar mi cuerpo, y di rienda suelta a mis gemidos, que empezaron a llenar la habitación mientras mi chochete caliente se derretía, deshaciéndose en mares patas abajo. Mi respiración se aceleró y comprendí que todo iba a ser más rápido de lo que podía esperar en una situación normal. Pero aquella noche nada era normal, y además llevaba ya dos horas largas de intensa excitación a base de besitos y tocamientos de todo tipo con mi primo, que se acababa de correr como un caballo delante de mí. 

 

Hice un enorme esfuerzo para conseguir abrir ligeramente los ojos, y pude verle de pie frente a mí. Había abandonado su posición segura en la otra cama, y ahora estaba más cerca, a medio camino entre ambos lechos, tratando de limpiar los restos de su escandalosa corrida de su verga, que había perdido tan solo una mínima parte de su vigor con la eyaculación, con mis pobres braguitas, que se habían convertido en un trapo, en un despojo inservible absolutamente bañadas en semen. Aquello le estaba resultando inútil, claro, su rabo estirado seguía cubierto de espesas manchas blanquecinas imposibles de limpiar con aquel andrajo. Allí había demasiada polla y demasiada leche para tan poca tela… así que mi primo acabó renunciando a limpiarse la verga por completo y tirando mis bragas a un rincón, dio un par de pasos más hacia mi cuerpo abierto y expuesto. Bajo mi culo notaba las sábanas de la cama frías de humedad… estaba mojando de lo lindo… mis líquidos brotaban borboteantes de mi vagina y caían espesos rajita abajo , resbalando por mi culo y por mis muslos. Mi desbocada respiración solo se entrecortaba por mis profundos suspiros de placer que hacían estremecerse a las paredes. 

 

Pablo se había arrodillado a los pies de la cama, contemplando a mi coño humeante como a un dios que debiera adorar. Su cara expresaba el deleite de sus sentidos… el olor fuerte a coño que azotaba su nariz, el chasquido de los chapoteos de mis movimientos dentro y fuera de mi coño, la visión de todo aquello a escaso medio metro de su joven cara… y, sin duda, la clara determinación, el deseo de alcanzar también a disfrutar de aquellos placeres a través del tacto y el gusto. A pesar de todo, yo no podía ya poner freno a aquello, y fuera de toda razón solo podía apretar todavía más el acelerador profundizando e intensificando los lujuriosos juegos en mi coño, frotando con fuerza un clítoris demasiado empalmado ya como para osar dejarle sin la debida respuesta. Y así, con mi mano izquierda, que hasta entonces había estado jugando con los órganos externos de mi chocho al tiempo que lo mantenía bien abierto para Pablo, emprendí el viaje necesario al camino deseado y sin retorno del orgasmo. Bajando un poco más mi brazo, con el dedo índice me busqué tímidamente la entrada a mi cueva. El dedo entró en mi almeja como engullido por ella, entre sonoros chapoteos y una fuerte sacudida de placer que me hizo estirar las piernas, clavando fuerte los talones en el colchón. Aproveché este involuntario movimiento para empujar todo mi cuerpo hacia el cabecero de la cama, moviendo el cuerpo al completo, ayudada por la elevación de mi culo que, como un resorte, respondía al feroz estremecimiento que lo revolvía todo desde mi coño, convertido en el centro del mundo. Mis piernas, hasta entonces flexionadas, quedaron completamente estiradas hacia la cara de mi primo, que tenía así las plantas de mis pies expuestas ante él, aunque siempre separadas y abiertas las piernas para felicitarle la mejor vista posible del espectáculo de fuegos artificiales que empezaba a formarse en mi sexo. Quedé así completamente tumbada en la cama, suspirando entre delirios de placer.

 

Abrí por completo los ojos para mirarle. Ante mi cambio de postura, se había levantado y masajeaba y estiraba ahora con fuerza su rabo, que tras la corrida parecía estar teniendo una recuperación asombrosamente rápida, y estaba nuevamente engordando y creciendo, dispuesto a empezar a pedir guerra otra vez de manera prodigiosamente rápida. Y así estaba, otra vez, con aquella serpiente larga y dura entre sus piernas, agarrada con ambas manos en un nuevo ejercicio masturbatorio que, esta vez, Pablo dirigía directamente hacia mi cuerpo, apuntando con su herramienta como una lanza afilada y mortal directamente hacia mi sexo desvalido y abierto de par en par. Los dos nos miramos, reprimiendo visibilizar nuestras ansias de que, allí mismo, en ese mismo instante y sin esperar más, Pablo me la clavara ya hasta el mismo fondo de una puta vez. A pesar de lo salvajemente lujurioso del momento y de que mi pobre cerebro casi no tenía ni oxígeno para respirar, algo en el fondo de mi cuerpo me mantenía reprimida ante tales ideas y deseos… no con Pablo… aún faltaba mucho para que pudiera llegar nuestro momento.

 

Cerré los ojos otra vez, agitada por otro demencial estertor de mi sexo, y decidí quedarme así, por miedo a Pablo y porque de aquella manera también acentuaba la sensibilidad de mi cuerpo ante los infinitos estímulos que estaba recibiendo. El olor de mis flujos calientes lo impregnaba todo en la habitación, me olía el coño a puta en celo, y ya tres de mis dedos me follaban el sexo reventado mientras mi otra mano majaba mi clítoris en feroces movimientos giratorios. Recé porque Pablo no tomara ninguna decisión de la que pudiera arrepentirme, sabiendo que yo estaba a punto de perder la consciencia y cualquier capacidad posible para pararle, porque empezaba ya a no estar allí, abandonada por completo a la paja que me estaba haciendo, y a las brutales sensaciones que emanaban de mis órganos sexuales fieramente atormentados por mi coño. Gemidos, gañidos y jadeos se escapaban como retortijones por mi boca mientras mis dedos juntos, curvados hacia arriba buscando arrancarme el máximo de placer, entraban y salían empapados a toda velocidad del agujero desbordado de mi coño. 

 

En aquellos momentos, con él tan cerca y yo al borde del delirio, solo podía esperar que Pablo respetara la orden que le había dado de no tocar pero, naturalmente, aquello no fue así. Obvio, yo tampoco me habría quedado quieta en su lugar. ¿Quién lo habría hecho? Solo la extrema juventud e impericia de mi primito pudo salvarme de una salvaje caída en ese momento, ya que su tímido asalto se limitó en ese instante a la suave caricia de sus manos deslizando lentamente hacia la parte superior de mis piernas, alcanzando a penas los bajos del interior de mis muslos. El estremecimiento de placer que sentí fue tan desmesurado que mi cuerpo se quedó momentáneamente paralizado, arqueado en una convulsión de gozo que me hizo levantar la cabeza, forzándome a  mantener siempre los ojos bien cerrados. Hacía tanto calor que me sudaban hasta los pezones. El cosquilleo de las gotas de sudor resbalando lentas por la curva de mis tetas me puso todos los pelos del cuerpo de punta. Soltando aire en un suspiro que sonó como un quejido en mi garganta resecada, mi cuerpo recuperó su elasticidad, dejando caer la cabeza de nuevo sobre la almohada, tal que si hubiera caído desmayada. Y, sin más, recobrada la movilidad de mis extremidades, permitiendo a mis dedos volver a chapotear golosamente en mi coño para continuar masturbándome de una manera cada vez más frenética, ignorando las manos de Pablo que, lejos de evitar el contacto tras mi brusca reacción al tocarme él, continuó acariciando dulcemente mis muslos, deleitándose y demorándose en la piel tersa y delicada de su cara interior, por otra parte también cada vez más cerca de mi coño…

 

Pero ya mi cabalgada no tenía freno, y yo bajaba a toda prisa por la cuesta abajo camino del orgasmo. Sentía mi clítoris dolorido, me escocía y lo imaginé enrojecido bajo la implacable fuerza de mis estrujamientos, pellizcos, aplastamientos y retorcimientos giratorios, tratando de extraer cada vez más placer de aquel botón orgásmico, aquella pequeña polla que masturbaba con mis dedos, mientras continuaba introduciendo y sacando dos dedos de la otra mano en mi vagina. Bien abierta de piernas e hiperlubricada, aquellos dedos me follaban con absoluta facilidad, por lo que la enorme velocidad a la que movía mi mano me aseguraba una soberbia estimulación de mi caliente coño, que se multiplicaba al oler su aroma ácido y salado a pescado fresco, a mar profundo llenando la habitación. Así como al escuchar el continuado ruido de chapoteo acompañado de los golpes de la palma de mi mano contra la carne de mi vulva, mis hinchados y desnudos labios mayores que recibían un azote cada ves que mis dedos se enterraban por completo en la vagina, al entrar entonces toda la mano por completo en contacto con mi entrepierna. No os puedo decir, a día de hoy, si Pablo hizo algo más con mi cuerpo en ese momento, ni siquiera si llegó en algún momento a tocar mi sexo desnudo. No lo sé, de verdad, supongo que sí pero no es más que una suposición.

 

Yo estaba ya tan desatada que era incapaz de sentir nada más que no fuera mi coño estallando. Llevaba un rato en el que los dos dedos que masturbaban el interior de mi vagina los estaba moviendo en un movimiento ondulatorio hacia arriba, como cuando extiendes la mano y encojes y estiras los dedos índice y medio para llamar a alguien. Aquel sencillo gesto había revolucionado esa zona de mi sexualidad que algunos conocen como punto G, haciendo, sencillamente, que entrara en órbita. Yo tenía claro que estaba a punto de pegarme una enorme corrida, pero aún a mí me sorprendió lo brutal que fue finalmente la corrida que me pegué. Gritando como una poseída, arqueando mi espalda y levantando el culo y el coño, saqué la mano con la que me penetraba de entre mis piernas al notar aquella tremenda presión, aunque continué machacando implacable mi clítoris.

 

Fue como abrir el grifo de la manguera de los bomberos. Empecé a correrme patas abajo, chillando como una cerda, pero también escupiendo largos y abundantes chorros con enorme fuerza mucho más allá de mi cuerpo. En fin, casi todo acabó estallando violentamente contra el cuerpo y la cara de mi primo, aunque también puse perdido el suelo, la cama… mientras mi coño subía y bajaba en dramáticos saltos que acompañaban cada nuevo chorro y cada latigazo de mi orgasmo. Abrí los ojos, y pude ver entonces a Pablo, masajeando salvajemente su cipote, esa polla que se notaba nuevamente a punto de reventar en otro salvaje orgasmo, incorporándose y montando sobre la cama, avanzando de rodillas entre mis piernas abiertas, recibiendo mis chorretazos de flujo en su miembro, en sus piernas, en su vientre, sin que ello pareciera importarle lo más mínimo, solo preocupado en seguir meneándose fuertemente el rabo con aquella cara de salido.

 

Pablo explotó cuando mi propia corrida apenas empezaba a remitir. Ya empezaba a correrse, cuando tuvo los reflejos de agarrarse fuerte la polla y apuntar su capullo palpitante hacia mí… sus continuos chorros de semen caliente, denso, blanco, me bañaron por completo. El primer chorro me aterrizó en el vientre. Recuerdo que me quemó como aceite hirviendo, y que mi cuerpo se revolvió bajo su contacto. Varios trallazos más de su corrida cayeron, estos sí con tremenda puntería, en mi escaso vello púbico, regándome el coño y dejándolo bañado por completo… yo había sacado mi mano de dentro, y en lugar de pajear mi maltrecho clítoris, durante el orgasmo me limité a azotar varias veces mi vulva, mis labios y las boca de mi vagina abierta, tratando de contraponer aquella dolorosa sensación al placer descomunal que me estaba dejando sin respiración y amenazaba con dejarme casi sin sentido. Libre de todo obstáculo, pero todavía abierta de par en par por la reciente follada de mi mano, y ayudada también por la forzada separación de mis piernas, la entrada a la gruta de mi vagina se mostraba como un enorme y profundo agujero, por donde el semen caliente de mi primo escurría, quemándome al untar con su esencia el interior de mis paredes vaginales. Pablo me miraba con cara de sádico al comprobar que su semilla entraba en el sexo maduro de su prima, disfrutando como un auténtico cerdo de aquella sensación de fantasía perversa por fin cumplida, mientras yo terminaba de correrme a mi vez entre agudos grititos descontrolados. Por su puesto, no sería yo quien querría evitar que el esperma caliente de mi primo entrara en el interior de mi sexo… 

 

Sus últimos restos, ya con menos fuerza, aterrizaron entre mis muslos y piernas… Mi cuerpo cayó y quedé rendida, dejando caer de golpe mi culo contra el colchón. Mis piernas, estiradas a ambos lados del cuerpo de mi primo, me tenían allí completamente despatarrada en la cama, delante de él. Mientras tratábamos de relajarnos, mi primo se dedicó a contemplarme largamente; yo también hacía por deleitarme con su cuerpo, aunque con mucho a mí me estaba costando más que a él recuperarme de tan tremenda corrida. Mis brazos descansaban caídos a ambos lados de mi cuerpo sudoroso, y bajo mi culo y coño, y entre mis piernas, notaba todo empapado del río de flujos en que se me acababa de deshacer el coño, sin duda mezclándose también con ese correo de semen que escapaba todavía del pene de Pablo que, finalmente, había terminado por empezar a perder la verticalidad. Me toqué la tripa, y encontré que mi ombligo se había convertido en todo un lago de esperma, y que todo mi vientre estaba cubierto de restos pegajosos. 

 

La mirada de Pablo alternaba entre mi coño boqueante y ahogado en lefa y mis tetas, sudadas y todavía erectas, con mis sonrosados pezones duros y tiesos apuntando al techo. También allí notaba salpicaduras de semen, que me resbalaba derretido por mi elevada temperatura corporal en aquella parte, mezclado además con la intensa sudada que bañaba todo mi pecho. Aunque he de decir que el trabajo de mi primo se había centrado básicamente en mi sexo y sus inmediaciones, que por ahí sí que estaba auténticamente bañada en leche. Por fin mi primo subió su mirada, bordeando mi cuello, hasta clavarla en mis ojos. Aquella mirada suya, vidriosa y cargada de lujuria, me hizo comprender, al ver cómo entreabría sus labios y se pasaba la temblorosa punta de la lengua por ellos en un gesto inconsciente, que yo debía estar mirándole a él con idéntico gesto. Efectivamente, la lujuria me había poseído por completo aquella noche con Pablo, y no podía haber acabado de otra manera que no fuera así, bañada en el semen de mi primo y habiendo dejado también todo su cuerpo brillante de mis flujos. Y el muy cerdo tenía cara de haber deseado apuntarme a la cara con su corrida…

 

Busqué apoyo con mis manos en el colchón, tratando de incorporarme para sentarme frente a él, aunque todavía medio recostada en el montón de cojines y almohadones. Jadeaba mucho todavía, no estaba ni mucho menos recuperada, y seguía con las patas abiertas, con Pablo entre ellas y, en aquella postura inestable, con el chocho completamente expuesto. Le recorrí entero con la vista, comiéndomelo con los ojos. Bajé luego la vista a mi propio cuerpo, al notar ríos de moco viscoso y pegajoso escurriendo por mi vientre. Tontamente, me preocupé más por la pequeña mancha de semen licuado que cubría mi pezón derecho… me limpié la teta, llenándome entonces la mano de semen. Como si fuera una niña pequeña descubriendo la sexualidad, me quedé mirando aquel líquido pastoso que se quedaba pegado a mi mano. Lefa de mi primito… a su tierna edad… ¿quién me iba a decir a mí que era capaz de producir toda esa cantidad de semen y de expulsarla de aquella manera… y que además todo ese semen iba a acabar encima de mí? Bajé la vista, y constaté el tamaño del desastre. Pablo me había cubierto el cuerpo con su corrida. Llevé mi mano sucia hasta mi tripa, y con tres o cuatro dedos chapoteé en el charco de leche que tenía allí formado. Separé la mano, y un par de hilos gruesos de semen se estiraron como chicle ante mis ojos…

 

-       Joder, Pablito… primo… ¡cómo me has puesto! – dije sin disimular lo agitada que tenía todavía la respiración – te acabas de correr hace nada y… ¡mira! Eres capaz de soltar segundos después toda esta cantidad de leche como si nada…

 

Hice entonces algo que pareció desquiciar por completo a mi primito: acercando rápidamente mi mano a mi cara, saqué la lengua y la estiré para recoger aquellos dos hilos de su lefa, que sorbí y recogí jugando hábilmente con mi lengua. La polla de Pablo pegó un par de botes saludando mi iniciativa.

 

-       Entonces… ¿no te ha importado que se me escapara algo de leche encima de ti?

-       ¿Importarme? ¡Dios mío, Pablo! Si ha sido la paja acompañada más brutal que me he hecho en mi vida… ¡¡¡Ha sido magnífico!!! ¡Qué manera de correrme! – “¿qué se me escapara algo de elche encima de ti?” ¿de verdad me había dicho eso? jajajaja qué cabrón el chiquillo…

-       Sí, ya lo he visto Laura… y tenías razón, ha sido brutal…

 

El final de todo aquello fue tan sumamente delirante como todo el resto de la tarde. Mi coño hervía. Notaba la pugna del semen espeso de Pablo intentando reptar al interior de mi cueva, peleando contra los ríos de flujo desatados que habían quedado allí esperando un último espasmo, que no llegó nunca, para ser expulsados. Con mi mano empapada en su semen, bajé hasta mi chochete, rebozando mis deditos en los restos recortados de mi denso matojo, absolutamente encharcados en semen. Al sentir un calor intenso, como si una llamarada saliera del interior de mi coño, mi mano volvió de manera instintiva a rellenar mi cavidad, haciendo girar mis dedos erotizados, recogiendo restos de flujos y corridas… Borracha de sexo, saqué tan deliciosa mezcla de mi interior, y la contemplé, a punto de caer embriagada por su delicioso olor. Alcé la mano, más que dispuesta a llevármela a la boca, rozando sin querer la cara de mi primo que se había acercado todavía más para contemplar lo más cerca posible el espectáculo de mi cuerpo desnudo bañado en su lefa. En ese instante mi mirada y la suya se cruzaron por un instante, aunque solo un momento, dado que la vista de Pablo enseguida se concentró en mi mano manchada. Estaba claro que, al rozarle la cara, él tuvo que notar mi mano mojada, completamente cubierta de flujos, y de algún que otro resto suyo también. 

 

Mi primo cerró los ojos, aspiró hondo, abrió los labios y atrapó mi mano con un rápido movimiento… empezó a chuparme con delirio… yo me quedé tan pegada y, a la vez, tan brutalmente cachonda con aquella reacción suya que, sin poder hacer nada por evitarlo, le dejé hacer con mi mano a su antojo, manteniendo mis dedos y mi mano en su boca hasta que la limpió completamente, después de mucho chuparme y lamerme. Solo entonces la saqué de sus deseosos labios y la volví a enterrar otra vez en mi coño, como una puta adicta al sexo… entró tan fácil, yo estaba tan abierta y mojada, y encima la mano entera recubierta de babas de Pablo…

 

-       Joder, Laura, no puedes parar… - me dijo Pablo, acercándose mucho a mi cuerpo.

-       Joder, Pablo… no puedo parar – le contesté yo entre jadeos suplicantes. Él respondió a mis súplicas.

 

Primero fue un sutil acercamiento a mis tetas, sus labios otra vez jugando con mis pezones erectos, rozándolos y besándolos muy delicadamente, recorriendo luego mis pechos, siguiendo la pista del sudor que caía desde mi cuello, tocándome los pechos a dos manos directamente, agarrando mi boca con la suya, haciéndome caer hacia atrás nuevamente con todo su peso sobre mí, besándonos apasionadamente mientras mi mano salía de mi coño para agarrar su polla medio flácida ya, pero aún así monumental todavía, dejando hueco entre mis piernas para permitirle entrar, por fin, en mi coño. Sutilmente, solo, al fin y al cabo estábamos tan sumamente arrasados los dos que su ninguno era capaz justo en ese momento más que de un leve juego cariñoso con el sexo del contrario… pero estaba claro que queríamos más… yo masajeaba muy suave su pene, sin querer tampoco despertar al monstruo, y el me hurgaba tímido entre las piernas, como tratando de recorrer aquel territorio desconocido para poder entenderme, entender mi anatomía más íntima y de dónde provenía la fuente de todo ese placer mío que acababa de ver tan escandalosamente desatado. Todo ello sin dejar de mirarnos, de acariciarnos la cara con las manos libres, de besarnos como dos enamorados…

 

Su largo pene, para el que resultaba difícil no chocarse cada rato con mi cuerpo, parecía no obstante más que dispuesto  a volver a la vida. Y es que la situación era electrizante, nuestros cuerpos pegados, resbalando y chapoteando por el baño en sudor y en semen, los besitos, el toqueteo de la mano de Pablo en mi coño y de la mía en su polla…

 

-       Cómo me gusta tu pollaza, primo, estás hecho un auténtico semental, me tienes alucinada con las corridas que te pegas… - me estaba poniendo suficientemente tontorrona como para soltarle aquellas cosas, entre beso y beso de nuestro acaramelado besuqueo.

-       Ufff… oye… Laura… - me dijo de pronto, con tono serio aunque entre jadeos – quiero preguntarte algo…

-        Dime mi amor…

-       Es que… ahora que me la estás viendo…

-       Y tocando – dije callándole con un largo morreo mientras frotaba su miembro, cada vez más morcillón.

-       Es que, quería saber… tú que has visto más… es, me refiero, es normal? …en cuánto a tamaño y eso… ya sabes…

-       ¿Normal? Jajajja… ehh… bueno, sí… supongo que ya eres más mayorcito de lo que me había querido dar cuenta pero… bueno, yo diría que es más que normal… ¡sí, está muy bien! Es bastante más grande que casi todo lo que he visto y… - me forcé a frenar para no seguir por ahí… estaba notando mi tono de voz excesivamente emocionado e, incluso, algo quebrado.

-       Es que… yo así empalmada solo se la he visto a Carlos y…

-       Uff… pero es que Carlos sí que la tiene enorme primito y… - esta vez fue Pablo quien me cerró la boca con la suya. Yo me estaba poniendo tan cachonda, con la conversación y con todo, que no pude resistir la tentación de refregarme contra él. Pero aquel arrebato de intensidad mío pareció incomodar a mi primo, quien por un momento se paró, en primer lugar, y luego empezó a separarse, en segundo, último y definitivo lugar…

-       Ayyyy ufffff prima… yo… yo es que creo que necesito beber un poco de agua, o no sé… despejarme… estoy como que me mareo… - la polla le bamboleaba pesada de un lado para otro, prácticamente empalmada…

-       Claro primito… jijijijiji… si es que no me extraña… ¡no te debe llegar sal sangre al cerebro si tienes que estar hinchando ese… aparato cada dos por tres! – mi comentario no sonó tan en broma como en un principio pretendía, quizás porque, en realidad, se lo decía un poco de verdad también.

-       Uffff… pues igual es cierto prima… 

-       ¿Por qué no vas y te das una ducha bien fría, para refrescarte? Seguramente te sentará bien… y bebe agua: hemos sudado un montón y puede que por eso estés así… - le dije. No sería la primera vez que estaba con alguno que le daba una pájara follando conmigo.

-       Pues ¿sabes lo que te digo? Que creo que te voy a hacer caso – me contestó con tono un tanto cansino.

-       Guay, Pablo… creo que igual te sigo yo también ahora entonces…

 

Mientras Pablo salía de su habitación, yo me quedé un rato todavía en su cama tocándome las tetas y el chichi. Necesitaba aún bajar de la nube en la que el encuentro con mi primo, más todo lo que habíamos hecho, coronado con el brutalísimo orgasmo que me había pegado pajeándome, me tenían todavía en estado de shock. El tacto de mi vello púbico mojado por su semen, cada vez más seco y encostrado, con la ácida y aceitosa mezcla que salía todavía de mi chocho, quemándome el clítoris y los pliegues interiores de mis labios menores, me resultaron tan excitantes y brutales que no pude evitar regodearme en mis formas y rincones, empezando a hurgarme de nuevo con no poca urgencia, mientras mi otra mano recorría las formas de mis senos tratando de rememorar el dulce paso de sus labios y de sus manos hacía tan solo unos minutos por aquellos mismos rincones.

 

Cuando, aturdida todavía por el postrero orgasmo que me arranqué en ese último momento, me fui incorporando poco a poco, entumecida y con los miembros pesados y poco dispuestos para el movimiento, decidí que aquel extraño estado de felicidad contenida no podía significar otra cosa que, pese al primer pensamiento que me llevó a temer un posible sentimiento de remordimiento, que me había empollado de mi primo. A ver, que tampoco era eso como tal. Pero joder, que habíamos hecho todo lo que habíamos hecho. Y que me había gustado, ya está. Que no me arrepentía, sino que me alegraba. Joder, lo que cuesta decirlo. Y lo que me costó reconocerlo en aquel momento.

 

Quizás, por eso, cuando me reconocí a mí misma que me gustaba folletear, magrearme, morrearme con mi primo Pablo, no me costó nada acercarme al baño, donde podía escuchar el agua de la ducha golpeando furiosamente en la bañera. Iba un poco cohibida, porque su espantada había sido extraña como poco, aunque me costaba tanto pensar que él pudiera llegar a rechazarme como su hermano Carlos… Uffff… ¿quién me había visto y quién me veía, verdad? Estaba putita como una primeriza con la chica de sus sueños… jijiji

 

Pero no, en Pablo confiaba, y con razón. Cuando entré en la bañera, sigilosa, a sus espaldas, y me abracé a su cuerpo desnudo bañado por el agua que caía, fuerte y fría de la alcachofa de la pared, mi primo suspiró hondo, me recibió con un cariñosos “¡Laura!” y giró su rostro hacia mí para volver a enlazarnos en un beso tórrido y apasionado, cuya fuerza se fue extendiendo por nuestros cuerpos, cuyas extremidades se fueron buscando igualmente, amarrado como le tenía en un fuerte abrazo desde atrás, mientras mis pechos se aplastaban contra su espalda, mi vientre se encajaba en sus riñones y mi pubis frotaba su vello recortado en el tierno culo de mi primo… notando cómo nos agitábamos ambos estremecidos por un mismo calor y deseo.

 

Tener otra vez su lengua en mi boca, sentir ese cuerpo tan joven, casi niño, de músculos en formación pero todavía tan blandos, tan tiernos, en su pecho, en su abdomen, los glúteos contra los que masturbaba mi insaciable pubis… y luego su extraordinario vigor entre las piernas, aquel tronco siempre erguido, tieso como un mástil, perfecto, bellísimo… mis manos no se resistieron aquella vez y enseguida acabaron rodeando tan exquisito manjar con un apetito goloso y desmedido haciéndole jadearme dentro de la boca mientras me morreaba. Y así, olvidando cualquier prejuicio, cualquier posible pudor previo, guiada únicamente por mi lascivia y mis ansias de sexo, rodeé su cintura por ambos lados y le agarré fuertemente la polla con ambas manos, porque daba de sobra para dos manos, y empecé a cascársela… Pablo soltó una especie de rugido gutural al sentirme precisamente ahí,  a lo que yo le contesté, melosa, comiéndole la oreja literalmente “¿qué pasa primo? ¿qué no quieres que te la haga?”y el volvió a rugir y a estremecerse entero, “si se lo he hecho a muchos chicos mucho más feos y con pollas mucho más pequeñas, no veo por qué no puedo cascársela a mi primito, que está mucho más bueno y tiene un pollón más grande que un caballo… uffff… joder Pablo… cómo me pones”, y mis manos subían y bajaban por su verga caliente, dura como un palo, mientras le apretaba por las caderas y le restregaba mi cuerpo por detrás, embadurnando su espalda y su trasero de su propio esperma frío, arañando su culo con las duras cerdas de mi vello púbico recortado mientras hundía mis dedos en la seda de los largos y finos pelos que él tiene alrededor de su sexo, empotrando mis pezones como dos clavos en sus omóplatos, acariciando con firmeza unos cojones hinchados que se notaban hirviendo de actividad… no daba crédito a su capacidad de correrse una y otra vez y tener siempre llenos de leche sus preciosos huevecillos.

 

El calor de sus testículos en mis manos me dejó claro que si seguía tocándole así se me iba a venir patas abajo en cuestión de nada, estaba tan excitado que iba a tener una corrida ultrarrápida si no frenaba… bien, pensé parando mis masajeos sobre su falo y sus pelotas y obligándole a girarse para comernos la boca nuevamente cara a cara, si al fin y al cabo lo que me apetecía a mí al entrar en aquella ducha era otra cosa mucho mejor… que tanto ejercicio con mi primo me había dejado con hambre. No sabía qué me pasaba con Pablo, pero os aseguro que todo aquello era por completo inasumible para mí tan solo una semana antes… Y no sé lo que estaría pensando él en esos momentos, pero os adelanto que no puso ninguna objeción cuando empecé a besar primero sus mejillas y luego su cuello, bajando por su pecho y sus delicados pezones, por su abdomen apenas marcado hasta la sima de su ombligo, descendiendo camino del placer por aquél camino de fino vello que ascendía desde su entrepierna, golpeándome ya la cara con su cipote, que volvió a acabar entre mis dedos y cuyo tronco acariciaba primero con mi mejilla, con mi cara, besaba y recorría con mis labios…

 

En el fondo llevaba soñando con meterme otra vez aquella polla en la boca desde la primera vez que lo hice. Mi mano izquierda atrapó otra vez sus cojones, apretándolos, sopesándolos y haciéndolos balar de arriba abajo. Una mano que parecía pequeña comparada con la magnitud de su descomunal aparato. Pablo se llevó también la mano al rabo y se lo cogió fuertemente, deslizando un poco la piel del glande hacia atrás, de manera que su capullo asomase sin trabas ante mi vigilante mirada, que seguí muy interesada aquel espectáculo que se desplegaba ante muy vista, a escasos centímetros de mi cara. Sobre la superficie de su glande se advertían aún restos de semen. Qué ganas de tenerla dentro, joder…

 

Me eché la melena mojada hacia un lado, y hundí decidida la cabeza sobre su pubis. Me recreé primeramente en su glande, aquel fresón de forma afilada, tensísimo y caliente, que me deleité en limpiar a fondo de los muchos restos y coágulos de semen reseco que tenía en su superficie y en los pliegues de su prepucio recogido. Cerré su boca alrededor de aquella joya única, de manera nada delicada, notando como todo su miembro se hinchaba todavía más. Parecía mentira que tuviese capacidad para endurecer más aquella erección criminal que lucía para mí. Era una auténtica pasada, la tenía todavía súper cerda, completamente empapada de las anteriores corridas, por lo que disfruté como una putita recorriendo su nabo bien duro con mi lengua, hasta que con su acelerada respiración y su impreciso manoteo en mi cabeza me urgió a metérmela sin mayor demora, clavándomela de una sola vez por completo dentro de mi boca.

 

Ya os conté, bastante antes, que tragarse la polla entera de mi primo Pablo no es nada fácil, y no solo por su tamaño muy por encima de la media, sino especialmente por la extraordinaria dureza y rigidez que adquiere cuando está verdaderamente excitado, como naturalmente era el caso. Sin embargo yo estaba todavía más excitada que él, estaba lo que se dice emputecida. Así que, aunque nuestra postura aquella segunda vez era todavía menos favorable para mí que nuestra primera, tres semanas atrás, mi ya dilatada experiencia como comepollas me facilitó el trabajo, y el estar caliente como una perra hizo el resto, permitiendo que mi boca y mi garganta admitiesen aquella invasión ruda, violenta y repentina sin mayores contratiempos que un considerable dolor de mandíbula dislocada y un par de profundas arcadas. Nada que no se pudiera compensar, en definitiva, con las tremendas ganas que me alentaban a tener muy dentro de mí otra vez a mi primito… Y así empecé a mamarle toda la polla, a succionarla y a pajearla fuerte con mis labios, mientras la repasaba una y otra vez con la lengua. Mi boca desencajada para alojarle empezó a producir litros de baba, que lubricaban su nabo y caía sobreabundante en nuestros cuerpos. Él culeaba suave follándome a penas la boca, para poder sentir la punta de su rabo entrar y salir del fondo de mi garganta como si fuera una apretada vagina donde enterrarse y morir… Con una mano le aplastaba las pelotas y con la otra me aplastaba a mí misma el coño. El nivel de excitación sexual de ambos en ese momento desbordaba cualquier límite medianamente racional. Pablo gemía como un loco, y yo gemía como podía con la boca llena de su carne, ocupándome entera. Mi primito debía de estar subiendo al cielo en tren expreso, porque con cada movimiento de succión, cada caricia, cada apretón a su verga, ésta aumentaba todavía más de tamaño, o se le endurecía y calentaba tan absurdamente que, por momentos, parecía que realmente pudiera llegar a estallarme en la boca.

 

Me gustaría poder contaros una larga mamada, pero no. Yo chupaba con tal furia, y él estaba tan extraordinariamente cachondo que, antes de poder pensar remotamente en aflojar el ritmo o tratar de ejecutar algún movimiento que ayudara a cortar sus más que evidentes conatos de eyaculación. Yo tenía la boca llena ya de preseminal mezclado con sus babas, e incuso algún hilillo de lefa blanquecina, caliente, amarga y espesa se le había escapado, momento que aproveché para mirarle a la cara con cara de lujuria mientras hacía esfuerzos por entreabrir la boca, dejando escurrir ese resto blanco mezclado con mi saliva por la comisura de los labios… Cuando me vio, Pablo gimió como si fuera morirse, sin duda a punto de correrse en mi boca… Y ahí ya el delirio, mis dedos en su culo, mi mandíbula abriéndose más y más como ni yo misma podía creer que fuera posible, chupando como loca, notaba su polla completamente dentro de mí, hasta los mismos huevos, de vez en vez no podía reprimir la tentación de mordérsela incluso, no tan suavemente como a él le habría gustado, aunque mi primito tampoco estaba para quejarse… entre las convulsiones que provenían de mi coño hiperestimulado por mi mano y por el propio momento, y las arcadas del cuerpo de Pablo empotrado en mi boca, estuve a punto de perder el control más de una vez. Su capullo aplastando mi campanilla cada vez que entraba o salía iba a acabar por hacerme potar, a pesar de lo cual mis labios todavía intentaron varias veces acaparar incluso sus huevos para metérmelos también para dentro. 

 

Dejé de jugar con mi coño y con su ano, y me aferré firme a su culo duro empujándole hacia mi cara. Quería meterme a mi primo entero en la boca, joder. Su glande rompió la barrera invisible que había pasada mi campanilla, y al fin entraron los cojones, que quedaron bañados por completo en babas y multiplicaron mi producción de saliva y mis arcadas por el roce continuo de los largos pelos que los cubrían. Mi lengua se dedicó a chuparle los cojones mientras él me follaba ya no la boca, sino la garganta, con todo su miembro, dirigido por mis manos aferradas a su culo apretado, como haciendo fuerza con sus nalgas para retrasar un poco más el inevitable momento de correrse. Toda su polla estaba dentro de mí. La noté temblar. Me abrí al máximo y tiré de él. Pablo clavó furiosamente su polla en mi boca, tirando también firmemente de mi cabeza con sus manos, y en varias acometidas contra mí, se pegó la que sin duda fue la más salvaje corrida de toda su corta experiencia. Yo aguanté solo lo que mi garganta, mi boca y mis fosas nasales tardaron en quedar colmatadas de su ingente producción de semen. Sentí que se me iba a salir por los ojos y las orejas. Empecé a retorcerme como una víbora, intentando quitarme de encima aquella polla bestial que me destrozaba, ahogándome con un torrente de leche caliente y cortándome la respiración con el tapón de su glande cerrándome la garganta. Di un par de tirones apalancando mis manos en su cuerpo para ayudarme a empujar, pero Pablo seguía tirando de mi cabeza hacia su pubis. En uno de mis movimientos conseguí sacar un cojón, y el dio un grito de dolor al notarlo aplastado pasando entre mis labios apretados. A pesar de ello él seguí clavando su verga dentro ejerciendo fuerte presión, y yo me tenía que debatir con violencia. En un esfuerzo supremo me lo saqué de dentro y me lo quité de encima… Pablo salió de mí todavía corriéndose a chorro, lanzando trallazos de esperma para todas partes (¡¿pero cuánto era capaz de correrse este niño?!), mientras yo misma vomitaba lefa, mocos y baba mezcladas por la boca y por la nariz. 

 

-       Aaaaahhhh arggg… ufff… tojjj… tojojjj… arghhhhh síiiii… - clamé a gritos- síiiii…. Mhhhhhh ¡¡¡¡cabróoooonnnn!!!! ¡vamoooosss! ¡¡¡córrete en mi cara cabrón!!! ¡¡vamos!! ¡¡¡¡no pareeeeesss!!!! ¡¡¡¡córrete primito!!!!

 

Y, obediente, él así lo hacía… yo no podía verlo, cegada por el agua y por la leche y las lágrimas… 

 

La recuperación de ambos fue lenta, cariñosa, llena de frotamientos de mi cara contra su pene en caída libre, de toqueteos y palabras de admiración de el uno por la otra, y viceversa. Incapaz de levantarme, fue Pablo quien tiró de mí y me recuperó del suelo de la bañera, poniéndome de nuevo a su nivel, aunque él tenía las piernas, el cuerpo entero, tan tembloroso y débil por la emoción y la corrida como el mío propio. He de reconocer que lo que pasó a continuación me desconcertó por completo. Yo ya hacía un buen rato que tenía la sensación de haber entregado las armas y haber renunciado a presentar cualquier posible batalla ante mi primo. El deseo demasiado prolongado, la brutal bofetada de realidad ante la nueva ausencia de Carlos, el reconocimiento de mi propia debilidad para afrontar una nueva noche como las de aquel demencial fin de semana, allí mismo,  menos de un mes antes… 

 

Mi primera intención había sido, sencillamente, una mera rendición táctica. Entregar lo suficiente como para poder salir del trance y poder llegar a la tarde siguiente con mi virtud lo más intacta posible. Hacer aquello que pudiera vivir y recordar con placer, y no llegar a hacer nada de lo que tuviera que arrepentirme. Parecía fácil ¿no?

 

Pero todo estaba ocurriendo con tal intensidad y, a la vez, tal naturalidad, que mi confusión aumentaba por momentos. Francamente, yo ya no sabía dónde estaban los límites. Hasta cuando me he vendido por dinero he sabido muy claramente cuáles eran los límites a mi intimidad. Por decirlo así, me gusta siempre respetar mis momentos de higiene después del sexo. Me gusta hacerlo en la ducha, como me gusta hacerlo en cualquier lado. Bueno, en honor a la verdad, lo cierto es que la ducha no suele ser ni de lejos uno de mis lugares favoritos para practicar sexo. Precisamente porque para mí lleva aparejada una sensación de intimidad adicional que, por norma, no tengo con la gran mayoría de mis ocasionales parejas sexuales, con quien suelo buscar algo 100% físico y nada espiritual, por así decirlo. Así pues, que en aquel momento mi primo Pablo me estuviera acariciando todo el cuerpo, enjabonándome con ternura, limpiándome, sobándome hasta los últimos y más personales rincones y pliegues de mi entregada anatomía, con tal cariño y dedicación, para sacarme de encima todo el pringue que él mismo me había echado encima desde su polla o desde su boca, o que yo había producido también en las varias horas que llevábamos ya haciendo el amor… que mi primo estuviera haciendo eso, era algo que sobrepasaba con mucho lo físico, lo sexual. Sin dejar de serlo, claro, porque sus tocamientos a mi cuerpo eran sobradamente explícitos, pero se entremezclaban con una ternura que excedía con mucho el plano físico del deseo. Mi primo me estaba dando y mostrando algo mucho más allá. Y, lo que era peor, yo misma estaba sintiendo por él esa llama incendiando mi cuerpo y mi mente. 

 

Mi caída se revelaba como mucho más grande de lo que pudiera haber temido nunca. Sentir lo que estaba sintiendo… quizás hubiera sido más sensato haber hecho una entrega mucho más rápida y más física la primera noche, que llegar a aquel último encuentro con una confusión de intenciones y deseos como la que me estaba haciendo perder la noción de la realidad en aquel momento.

 

Me dejé hacer, por supuesto. Afortunadamente, Pablo estaba realmente necesitado de recuperación física después de las tres monumentales corridas que se acababa de pegar conmigo. Y estaba convencida de que no eran, ni de lejos, las únicas veces que había eyaculado aquel día. A buen seguro se debía de haber estado preparando par recibirme… eso sin tener en cuenta lo que yo entonces no sabía, y que tardaría años en averiguar: que mis primos habían tenido entre ellos una semana todavía más intensa que la mía propia. En cualquier caso, lo que digo: me dejé hacer, pero mi primo no hizo nada irreversible, más allá de hacerme sentir cosas en el interior de mi cuerpo, de mi alma, que alcanzan mucho más allá de donde alcanza el más largo de los penes penetrando un cuerpo. Sus tiernos besos mientras me enjabonaba, sus cariñosas palabras al masajear mi melena con el champú para deshacer los escupitajos de saliva y semen que enredaban mi pelo, sus manos recorriendo y reconociendo cada milímetro de mi piel, mis pechos y mis pezones y mi entrepierna y mi raja y mi clítoris, y cada poro de mi piel reaccionando a unas caricias y a unos masajes de esas manos fuertes, de dedos largos, sensitivos, caricias que ni siquiera pretendían ser mínimamente sexuales pero que provocaban en mí reacciones similares a la de los ataques más lujuriosos y lascivos que hubiera podido vivir…

 

Cuando Pablo terminó con mi cuerpo, tras aclararme los restos de jabón con parsimonia, disfrutando a su antojo de mi carne entregada, vendida, rendida para él, con sus dedos, con sus manos, con su miembro flácido, con sus besos… solo entonces empezó a dedicar a su propio cuerpo la misma atención. Yo tenía, literalmente, la cabeza en blanco. Era incapaz de pensar, incapaz de actuar, incapaz de decidir…

 

Mientras él se duchaba con toda la tranquilidad del mundo yo, sabiéndome al menos liberada de sus atenciones, salí de la bañera. Mecánicamente, cogí una toalla, me sequé levemente, y envuelta en ella caminé hacia la habitación de mi primo. El olor a sexo al entrar allí abofeteó mi cara con una densidad insultante. Avancé medio zombi entre los restos de mi naufragio, hasta que vi en el rincón donde habían caído el triste guiñapo de mis bragas. Un amasijo de semen y flujos empapando la escasa tela de mi prenda íntima. Naturalmente, aquello era inservible para todo propósito racional. Consideré por un momento ponerme las braguitas limpias que tenía en mi bolsa como muda para el día siguiente, pero al momento deseché tal idea. De repente, todo me parecía absurdo. Tenía la cabeza vacía de toda intención, y no sabía ni qué hacer con mi vida. Salí de la habitación, y deambule por la casa como un alma en pena, de la habitación de mis tíos a la de Carlos, de ahí a la cocina, para acabar en el salón. Allí, de rodillas, me quedé junto al sofá donde había empezado todo, mirando la ropa que Pablo y yo nos habíamos quitado hacía un rato, pero sin atreverme a tocar nada.

 

Entonces, apareció él. Tras terminar su ducha, él también parecía haberse secado rápidamente –su joven cuerpo se veía todavía brillante de restos de humedad, aunque olía fresco y limpio, como yo- y venía envuelto igualmente en una toalla, si bien en su caso más corta, lo justo para cubrir su cuerpo desde la cintura a las rodillas. Pablo se sentó en el sofá, muy cerca de mí, pero sin tocarme siquiera.

 

-       ¿Quieres venir aquí, prima? – me preguntó, palmeando el asiento del sofá a su lado con la mano derecha. 

 

¿Quería ir? No sabía lo que quería yo. Pero empezaba a creer que daba lo mismo eso, cuando después de todo había sido incapaz de ejercer la más mínima resistencia. ¿Hasta dónde iba a llegar mi rendición? Consideré lo que había pensado un poco antes: quizás merecía la pena entregar un poco más para poder retener lo más importante, al menos. Por otro lado, yo me sentía caliente. Sí, caliente. Una vez pasado el efecto de las corridas, del subidón de la mamada, de la ducha… tras ese momento de incertidumbre al encontrarme sola vagando por la casa… tras todo aquello, lo único que tenía claro es que seguía cachonda.

 

Me levanté y, muy lentamente, sin que él pudiera entender mis intenciones en un primer momento, avancé hacia él. Seguramente llegó a pensar, por un momento, que no iba a atender su petición ni de lejos. Salir de allí, vestirme, esconderme, qué sé yo… cualquiera de esas reacciones hubiera sido lo esperable en mí. Cualquiera menos lo que hice: sentarme, sumisa, sobre sus rodillas. Envueltos únicamente cada uno por su toalla, yo sentía la mía floja bajo mis axilas. En realidad me estaba dando más calor del que podía soportar. O, más bien el calor salía de dentro.

 

            -¿Qué tal estás, prima? ¿Qué quieres que hagamos ahora?

- No sé bien, Pablo… tengo algo de hambre, ¿tú no? – su mano derecha subió por mi espalda, acariciando suavemente su parte superior, junto con mis hombros… la parte que quedaba libre, desnuda, sin cubrir por la toalla.

- Sí, también… supongo que eso también… - Pablo acercó su cabeza a mi torso. Pude sentir la piel de su mejilla y el crespo pelo de su cabeza contra la piel desnuda de mi cuello y la parte superior de mi pecho.

- También tengo calor, primo… - la mano izquierda de Pablo subió por mi abdomen, mientras la derecha me tocaba abiertamente la piel entre los hombros.

- Es cierto… hace demasiado calor contigo, siempre… - Su mano izquierda subió por mis pechos, sin cortarse en sobarlos en su ascenso, mientras su cabeza se giraba y empezaba a besar mi cuello.

 

Fue ese momento. Ahí yo me entregué.

 

Subí la cabeza y le permití besarme. Pronto me estaba empezando a comer el cuello, a morder, a babearme. Su mano izquierda deshizo el juego de la tela de la toalla que la permitía quedar sujeta en torno a mi torso. Con su mano derecha tiró hacia abajo, desnudándome por completo de cintura para arriba. Soy tuya, Pablo, pensé. Su mano izquierda me apretaba las peras, que me comía con avidez al mismo tiempo. Su mano derecha buceaba en mi culo, con los dedos estirándose a la caza de mi raja. Yo solo quería entregarme a él, en verdad.

 

Mis manos trataban de agarrarle la verga, que empezaba de nuevo a despertar, aunque yo no era ni consciente de aquello. Jadeaba como una puta deseando ser tomada. Su mano izquierda bajo a meterse entre mis piernas y me encontró abierta, caliente y mojada. Su boca se hundía en la mía. Sobeteos escandalosos durante largo rato. Pasión. Calor. Desenfreno. Todo ello una locura completa con mi primo. Con mi pequeño primo. Joder…

 

-       Laura… todavía hay algo más que quiero pedirte…

-       No… - solo pude gemir eso… no, Pablo, no… por lo que más quieras… no puedo permitirte eso, no puedo dejarte entrar… no puedes meter tu polla dentro de mí, no puedes…. Mi mente quería gritar eso, pero no era capaz de hacerlo… no…

-       Tú ya me has comido dos veces la polla, ¿verdad?

-       Sí, primo… - desde fuera me sonaba como una sumisa entregada a su Amo.

-       Pero yo, Laura… prima… yo… ni siquiera he podido ver bien cómo es tu coño…

-       ¿Cómo es?

-       Sí… ya sabes, me refiero… a que nunca he visto un coño de cerca…

-       Un coño…

-       Un coño real, sí… antes me lo preguntaste, ¿te acuerdas?

-       Pablo…

-       Y yo no sabía…

-       No sabías… cómo era un coño…

-       No. Tú me lo querías enseñar, ¿te acuerdas Laura? – sus dedos tanteaban tranquilamente mi entrada mientras me hablaba sobre mi coño… la única razón de que no me estuviera penetrando con ellos en ese momento era, sencillamente, que él mismo había decidido no hacerlo.

-       Sí, Pablo…

-       Pero luego te empezaste a pajear, y yo no pude…

 

Pablo se puso de pie. El bulto entre sus piernas era brutalmente evidente, a pesar de lo cual su toalla aguantaba todavía en su sitio. Pese a todo, Pablo parecía sereno, calmado, controlando la situación. Yo, por mi parte, estaba por completo fuera de mí. Abrí mis piernas, y sentí la toalla resbalaba por mis costados, dejándome desnuda y expuesta ante él.

 

-       Muy bien… muy bien, prima… qué zorrita eres – me dijo Pablo, arrodillándose ante mí y extendiendo su mano ávida hacia mi coño. Podía haberme quejado por sus insultos, que ya volvían, que nunca se habían ido… pero yo misma podía oler el intenso olor que emanaba de entre mis piernas. Olía a zorra. Por mucho que acabara de lavarme, mi coño olía a perra en celo. Y, si yo podía olerlo, mejor todavía Pablo que tenía la cabecita justo delante. ¿Qué sentido tenía responderle? ¿Qué sentido tenía resistirse?

 

No te rindas, Laura. Me dije. No del todo al menos…

 

Me acarició el interior de mi sexo con toda su mano derecha, metiendo los cuatro dedos extendidos en mi raja y refrotando dentro muy lentamente un par de veces. Le escupí un chorro en la palma, y mi cuerpo se retorció de placer con tal fuerza que, directamente, acabé tirada patas arriba al borde del sofá…

 

-       No aguantas más eh zorra… mira qué caliente estás…

-       AHAHAHAHAH – por mi parte, ya solo jadeos…

-       Vamos, vamos putahhh… - sus manos sobando mis piernas, mis muslos, abriendo mi coño… un alarido, mi cuerpo rodando al suelo… - así, así prima, eso, mejor aquí… déjame verte, ábrete bien que te voy a comer el coño zorra…

 

A esas alturas tales insultos solo conseguían excitarme más todavía. Abrí mis piernas lo máximo posible, sentí mis labios mayores separarse chorreando, los menores descolgarse y retorcerse, el aire acariciar sus pliegues interiores y acariciar la boca de mi vagina…

 

            - Mira, mira mi coño primo, ¡MÍRAME VAMOS!

 

Un dolor brutal me hizo gritar cuando la palma de Pablo restalló sobre mi vulva, azotándome el sexo y reventándome el clítoris empalmado como el capullo de una pequeña polla. Sus manos empezaron a tocarme por todas partes, a separarme, a abrirme, y solo un baño de abundante baba que escupió fuerte sobre mi coño consiguió evitar que mis alaridos fuesen a más, relajando y lubricando mis partes súbitamente incendiadas por su bofetada.

 

Y así, tirada en el suelo, desnuda, abierta de patas y de coño al máximo para mi primo, comprendí que, sin entender todavía cómo, aquel niñato había conseguido lo que llevaba tres semanas persiguiendo: me acababa de entregar a mi primito Pablo.

 

-       Qué maravilla Laura… qué pasada de coño… es PRE-CIO-SO… me encanta como lo tienes…

-       ¿Te gusta mi peluchito primo?

-       Sí… es una pasada Lauri… - dijo pasando suavemente sus dedos por mi pelo recortado, resbalando hacia los bordes rasurados del pubis, haciéndome estremecer con las caricias que bajaban por mis ingles hacia la parte más caliente y mojada de todas…

-       Me lo he recortado un poco… ¿no te importa eso primito? – de pronto quería hacerme la niñita inexperta, delante del inexperto niñito que era Pablo.

-       ¿Estás de broma? Me encanta tu coño Laura… me encanta así… - dijo acariciando apenas mis labios menores desbordantes y mi salido clítoris… - me preguntaba si sabía lo que era todo aquello que me colgaba entre las piernas. – Me da mucho morbo como lo tienes…

-       Me gusta llevarlo peludito siempre… pero ahora que llega el verano… siempre me lo arreglo un poco ¿sabes? Y esta vez… he aprovechado a depilarme completamente por abajo, ¿lo ves? – Pablo me pasó uno de sus dedos por toda la raja mojada y tersa, sin un solo pelito, y me obligo a morderme los labios para no gritar de placer, aunque no pude reprimir un sonoro bufido.

-       Tranquila, prima… no te voy a hacer nada… - me susurró Pablo, acariciándome ahora los labios mayores… los sentía terriblemente hinchados y sudados, pero sus caricias en esa parte ayudaban a compensar los desequilibrios de mi tenso clítoris y mis aleteantes labios menores pidiendo guerra, aumentando poco a poco la tensión sexual de todo mi sexo para poder ascender lentamente la escalera del placer antes de lanzarme en vuelo libre hacia el espacio. Un suave beso en todo el centro me hizo tensar todo el cuerpo de repente, y me descubrí haciéndome daño en los labios apretados entre mis dientes y en las palmas de las manos en las que se clavaban mis uñas. – estate tranquila, ¿vale? -  de repente me parecía absurda allí, muerta de deseo porque aquella boca me atacara ferozmente el coño de una puta vez, y que tuviera que ser precisamente mi primo quien me pidiera calma… tenía razón, era una puta que deseaba que me comiera el coño, pero él me había puesto así…

-       Pablo, ¿sabes que con el coño así depiladito por abajo se come mucho mejor? – sí, me soné a auténtica puta en aquel momento, incitando a mi pequeño primo a darme placer, cagándome en toda la enorme diferencia de edad que hasta entonces me había echado para atrás… pero me dolían demasiado los pezones, a reventar de duros, y el coñito me echaba humo… ¿qué otra cosa podía hacer?

-       ¿Quieres que te lo chupe, prima?

-       … - no juegues más conmigo, primo… me dije… no me veía capaz de soportar la humillación de tener que pedírselo…pero Pablo se mostraba verdaderamente considerado y cariñoso conmigo, como si, por una vez, estuviera realmente más pendiente de mí y mis reacciones que de sí mismo y de su polla. Mirándome, con la expresión más deseosa que se pudiera imaginar, muerto de ganas por hacerme todo aquello que los dos habíamos imaginado en nuestras tórridas noches a solas de las últimas semanas, se deleitaba y contenía, sin embargo, demorándose en su descubrimiento de mi sexo, Pablo colocó su mano derecha en mi ingle, acariciándola muy suavemente, mientras me decía:

-       Así, así, prima… tranquila…

-       Qué manos tienes, precioso… - yo gemía realmente como una puta en manos del mejor amante del mundo… me estaba convirtiendo en la puta de mi primito. Y él iba a por todas: colocó su mano encima de mis labios, y con su dedo índice y corazón empezó a hacer movimientos circulares desesperadamente lentos moviendo mis pellejos colgantes entre mi hinchado y mojado bollo. No sé decir si él se había mojado los labios con saliva para hacerme eso, pero yo chorreaba y sudaba de tal manera que la lubricación en mi sexo era total, de manera que sus movimientos masturbatorios en mi chirri eran suaves y delicados, irresistiblemente excitantes. Naturalmente, lo peor estaba por venir, y llegó pronto.

 

Uno de sus dedos, supongo que el corazón, se estiró  buscando mi clítoris, que yo tenía ya del tamaño de una aceituna, bien hinchado y duro, salido de su capuchón, y absolutamente hipersensible. Siempre con movimientos suavecitos, su dedo capturó mi órgano de placer, aplastándolo fuerte pero masajeándolo despacio, igualmente con movimientos circulares. Aquella sensación desbordó mi capacidad de resistencia, y empecé a jadear y a emitir gemidos parecidos casi a un lloro alargado y lastimero, ahogándome mientras intentaba mantener el control y luchaba por no patear. Lo que sentía en mi clítoris con tan poco era abrumador, y solo demostraba el brutal deseo que sentía por Pablo. Mi coño echaba humo, y entre mis pliegues empezó a chorrear flujo como si hubiera dejado un grifo abierto en algún lugar de mi interior, allá por el fondo de mi útero. 

 

-       Quiero vértelo más de cerca, prima… - Pablo se tumbó, desnudo entre mis piernas abiertas, bajo mi cuerpo desnudo, frente a mi chocho abierto y excitado por los jugueteos de su mano. Todo normal. Pero no iba a ser yo, desde luego, la que le detuviera ya a esas alturas en medio de sus ansias investigadoras. – Te huele tan bien, prima… te huele fuerte, pero rico… sabroso… dan ganas de comerte…

 

Mi única respuesta fue bajar las manos y hundir mis dedos entre su suave y revuelta cabellera, todavía húmeda después de nuestra ducha. Sentía la cabeza de mi primo encajada entre mis muslos, con la suave piel de sus mejillas tocando la sudorosa cara interior de mis muslos, y su caliente respiración directamente sobre mi sexo desparramado, de cerca que tenía su boca de mi coño. Utilizando ambas manos, Pablo completó el masajeo de mi clítoris y labios con un movimientos rítmico que paso a paso fue abriendo y separando más mis distintas capas, apartando primero por completo los gruesos y pelados labios mayores, estrujando mi bollo contra mis ingles con un sonoro chapoteo de sudor y flujo mezclados, y recogiendo laboriosamente luego mis resbaladizos labios menores, esas dos almejas aleteantes que se escurrían como dos moluscos recién salidos del mar, e igualmente empapados y llenos de sabor. Por último, le tocó al capuchón del clítoris, absurdamente pensé yo, pues sentía tal empalmada entre mis piernas que no daba crédito a que me quedara ahí algo para enseñar. Pero, igual que un prepucio siempre se puede recoger un poco más para que asome la parte inferior del glande, ese doblez tan lleno de sabor y sensibilidad, y que tanto placer proporcionaba cuando pasaba mi lengua lenta y firme, repasando bien aquella parte tan cargada de sensibilidad sexual, igual hizo Pablo con mi clítoris, desnudando una parte mayor de aquel pequeño tronco duro que, acaso, nadie más –ni yo misma- había llegado a contemplar antes.

 

El alarido que pegué cuando dirigiendo su boca hacia él, me lo atrapó entre sus labios y empezó a lamerlo suavito y despacio, sin duda lo oyeron los vecinos, por el patio y en la calle. Porque ya eran gritos y no gemidos lo que salía de mi boca al sentir el contacto de la lengua de Pablo con mi zona más erógena. Gritos profundos y llenos de un sentimiento oscuro y demasiado tiempo guardado en mi interior que, ahora por fin, veían la luz estallando de gozo y placer. Su cuerpo se retorció en un movimiento reptiliano para colocar bien su boca en mi entrepierna. Yo, con mis manos hundidas en su pelo, le apreté fuerte contra mi pubis, como si me fuese la vida en ello. Me iba la vida, realmente. Pablo llevó las manos al exterior de mis muslos, desde donde podía alcanzar mis nalgas con sus largos dedos, tal como tenía yo las piernas cada vez más elevadas y más abiertas por el placer y para poder multiplicar el contacto de su cerda carita con mi sucio coño. 

 

El muy cabrón pronto empezó a aumentar poco a poco la velocidad de movimiento de su lengua, de izquierda a derecha para provocarme un mayor frotamiento en aquella protuberancia mía que iba a terminar por hacerme morir de placer, alternando con movimientos circulares completos. Aquella máquina del sexo que estaba demostrando ser mi primito, ¿de verdad que era la primera vez que veía y tenía un coño en su boca? Si se había ido directo a por mi clítoris, deleitándose con mi aceituna cuando la mayoría de hombres se lanzaban, estúpidos, a por la almeja, quizás más sabrosa pero inevitablemente más difícil de contentar. Su lengua ya no solo iba cada vez más rápido, sino que empezó a lamerme el botón cada vez más fuerte también. Mis grititos espasmódicos acompañaban su chuperreteo en mi coño.

 

Y así se estuvo, durante largos minutos dedicado exclusivamente a mi clítoris, dándome tanto placer por toneladas, que no me habría importado morir ahí, entre los brazos de mi primo. La mayoría de los tíos pasaréis a mejor vida sin tener ni la más mínima idea de lo que seríais capaces de hacer sentir a una mujer si tan solo dedicarais una milésima parte de interés a nuestro coño con vuestras boquitas de la que aquella noche me dedicó mi pequeño primo. Jugaba con mi sexo como si llevara toda la vida haciéndolo, ensayando todo tipo de deliciosos movimientos y presiones con su lengua, girando alrededor de mi pequeña polla, golpeándola de izquierda a derecha y de derecha a izquierda con su lengua dura y mojada, sorbiendo y chupando fuerte con sus labios (y haciéndome bramar con cada chupada), suaves caricias con la puntita de la lengua, frotamiento fuerte y baboso con toda su superficie, aplastándome mi duro clítoris con su blanda lengua, sacando de mí todo mi sabor directo para su boca… todo ello acompañado de mis más exageradas demostraciones de placer, gritos, ladridos, jadeos, golpes, tirones de su pelo y empujones a su cabeza hacia mi cuerpo, estrujamientos de tetas y desmayos de mi cabeza y mis brazos contra la toalla sobre el suelo, empapada de mi sudor…

 

El muy bastardo parecía haber nacido experto en comer coños, alternando tandas de varios segundos frotándomelo con mucha presión fuerte de su lengua, lo que me hacía culear en su boca, subiendo y bajando mi pelvis arrítmicamente en fuertes convulsiones, como buscando clavarme más en él (a lo que él respondía aferrándose a mis nalgas y apretando su boca contra mi coño para poder seguir trabajándomelo a placer), con otras de movimientos más suaves y delicados, que me permitían recuperarme de los momentos de placer más intenso, aunque sumida en un estado de irrealidad y mareo permanente, cercano a lo que se puede sentir bajo los efectos de cualquier droga fuerte. En alguno de esos momentos, aferrada a su cabeza como no queriendo perder jamás el contacto de su lengua sobre mi coño, le jadeaba:

 

-       Sigue… sigue Pablohh… ohhhh. Qué gusto joder… no sabes el gusto que me estás dando… primo…

 

Podíamos llevar lo mismo cinco minutos que dos horas así, cuando Pablo empezó a ser consciente de que mi clítoris corría el riesgo de quedar insensibilizado por tanto placer junto, o sencillamente quizás solo quería jugar con otras partes de mi anatomía, probar otros sabores de mi cuerpo, experimentar otras reacciones a la dedicación de su boca y de sus manos. Su boca resbaló entonces hacia mis ingles, que empezó a cubrir de besos babosos, largándome fuertes y sabrosos lametones llenos de saliva, flujo y sudores. Mientras hacía aquello, restregando de vez en cuando toda su cara contra mi chocho abierto en canal, me cogió el coño desde arriba con dos de sus dedos, descendiendo por mi raja descerrajada en agitados movimientos ondulatorios que, gracias a la desproporcionada humedad de todo aquello, hacían deslizar soezmente sus largos dedos más allá de mis labios vaginales descolgados. Sentir a mi primo penetrándome de aquella manera ya era más de lo que yo misma habría admitido como aceptable tan solo unos minutos antes, pero ya no era capaz de parar aquello, necesitaba que al menos el niño fuera capaz de terminarme, porque amenazaba con pegarme una de las corridas de mi vida con el juego de su boquita y sus dedos.

 

Sentí a Pablo chapoteando con sus dedos en mi entrada, entre mis desatados suspiros de placer. El desgraciado usaba mi humedad para conseguir masturbarme fuerte el clítoris con sus dedos empapados de mi esencia sin miedo a destrozarme tan delicado órgano, aún a riesgo de destrozarme la vida de tanto placer. Afortunadamente, yo hacía mucho que me había desentendido de lo que pudieran pensar sus vecinos, porque mis gritos no estaban siendo ni medio normales. Y entonces volvió a hundir su carita entre mis piernas y, sacándome nuevamente el clítoris fuera de su funda todo lo que pudo, pese al retorcimiento de mis movimientos desenfrenados, volvió a capturarlo con su boca, lamiéndolo despacito al principio, suavecito, alternando nuevamente todo su repertorio de movimientos, para pronto ir lamiendo y succionando cada vez con más fuerza y haciendo más presión. Yo alcancé ahí una pauta rítmica en mi revuelta respiración, que conseguí mantener casi constante a partir de entonces, entre feroces suspiros y gemidos. Pablo iba a por todas ya con su comida, insensible a los tirones que mis manos le daban a su pelo enredado.

 

Cuando me quise dar cuenta yo gritaba ya un ahhhhh continuado y sostenido, mientras él me sorbía el clítoris y me ocupaba la vagina con un fiero mete saca de sus dedos que no sabía cuándo había comenzado, pero que si no terminaba pronto iba a acabar por hacerme explotar todo el cuerpo, todo mi ser. El orgasmo rugía fiero en mis entrañas,  y mi pelvis se elevó en un exagerado temblor, dejándome totalmente expuesta y entregada, a su completa merced. No sentía ya mi clítoris, que había reventado en placer hacía siglos, a pesar de que él seguía furioso su chupada a ese triste órgano mío que había sido para siempre destrozado y sometido por mi primito, mientras sus dedos, su mano, su brazo todo, qué se yo, empezaba a cabalgar mi coño de manera brutal y desmedida. Mis brazos habían terminado por soltarle, incapaces de quedarse quietos, tirando de mis pechos, golpeándolos, arañando y retorciendo mies pezones, buscando provocarme dolor para dejar de sentir al menos un momento aquella brutal intensidad de placer…

 

Era incapaz de entender cómo conseguía Pablo contener mis orgasmos, porque hacía mucho ya que debía haber estallado, o quizás es que realmente llevaba horas corriéndome en él y ya no podía parar y para mí el estado natural había pasado a ser el orgasmo continuado… y entonces me encontré con la delicia máxima de su boca sabiendo a coño metida en mi boca, sus labios que se habían arrastrado por mi vientre y por mis pechos, mordiendo y rasgando, haciéndome gritar y sangrar para acabar en mi boca en el beso más largo, sádico y lujurioso de los que nos llevábamos dando ya horas, todo ello sin dejar de cabalgarme brutalmente el coño abierto, de follarme con sus dedos ¿su brazo? Joder me sentía empalada, destrozada, reventada por mi primo al tiempo que sentía que todo su ser se metía por mi boca al tiempo que me llenaba por el coño, iba a perder la consciencia, todo aquello era irreal, ¿cómo podía mi primo estar haciéndome aquella paja tan fuera de toda razón, mientras al tiempo me besaba y me tomaba la cara entre sus manos, que también estaban en mis tetas, que también…?

 

Crac

 

Entonces comprendí.

 

Entre vapores de ebriedad, incapaz de gobernar mis movimientos, como si fuese hasta arriba de las droga más bestia, conseguí bajar mis manos, e introducirlas a duras penas entre nuestros cuerpos pegados, enganchados, abotonados… calor, golpes de su pubis contra el mío, gotas salpicando por todas partes, humedad y chapoteo como en un estanque, su cuerpo dentro del mío, entrando duro, rígido, grande, fiero, bestia, animal, abriéndome implacable, separándome todavía más las piernas quebradas y rajadas para él, para entregarle mi raja como le acababa de entregar.

 

La polla dura de mi primo entraba y salía, todo lo larga que era, con una velocidad y una fuerza implacables e imposibles de parar. Mis manos a duras penas consiguieron acariciar la dulce piel de tan preciado miembro, y solo pudieron limitarse a agarrar mi coño para abrírselo todavía más a Pablo.

 

-       Ahí, Pablo… muy bien… muy bien, primo… ahí es donde tiene que ir…

 

Pero mi primo ya no necesitaba consejos. Ni míos ni de nadie. 

 

Mi primo Pablo había nacido para follar.

 

Mi primo había nacido para follarme.

 

Yo había nacido para aquel día, para entregarme a él.

 

Pablo había nacido para follarme.

 

¡¡¡¡Pablo me estaba follando!!!!

 

Joder… joder… ¡¡JODER!! ¿Pero qué estábamos haciendo? Mi mundo entero se derrumbó en milésimas de segundo al darme cuenta de que le tenía dentro… la sensación era demoledora, la tranca brutal de mi primo estaba durísima, hirviente, absolutamente rígida… como tener dentro el palo tieso de una escoba, pero extraordinariamente cálido y sensitivo, aunque a la vez penetrándome rotundo, hondo, implacable… mi primo entraba y salía de mí rápido pero con movimientos parsimoniosos, perfectamente rítmicos, precisos y certeros. Toda mi vagina se había abierto y se encontraba pegada a su falo, rodeando y venerando con las paredes interiores de mi coño aquella barra perfecta para el placer que Pablito utilizaba con tan gran maestría. Verdaderamente se diría que llevaba una vida follando…

 

Yo quería quitármelo de encima, de dentro, le pedía que parara, pero mis brazos y piernas le rodeaban su joven cuerpo, apretándole, sobándole el culo y la espalda, agarrando su preciosa carita para besarle y hacer que me besara una y otra vez. Mis gritos pidiendo ayuda, insultándole, suplicándole que no siguiera, se veían miserablemente contrarrestados por la sumisa y total entrega de mi cuerpo, entrega al sexo, entrega a su cuerpo, entrega a su cipote violando mi coño suplicante de más y más follada de mi primo. Yo me corría y me corría sin cesar, mi coño soltaba más y más flujo caliente, ríos de meado saliendo a presión por mi vagina colmatada de su carne, mientras la lanza de Pablo me acuchillaba una y otra vez, inclemente, hundiéndose en mi raja reventada como un brazo en el agua, porque yo era puro líquido, deshecha en deseo y placer a ríos, chorreando y escupiendo mientras él taladraba con fuerza, sereno, implacable… Su primera follada. Su primera follada y parecía un dios del porno violando a una primeriza incontinente y chillona.

 

-       Aaaaaaaaahhhh…. Argggggghhhhh… uffffff… arf… arf… síiiiiiii!!!!!! ¡¡¡¡¡SSSSIIIIIII!!!!! ¡¡¡CABRÓN!!! ¡¡¡JÓDEME!!! ¡¡¡VAMOOOSS!!! ¡¡¡PABLOOOHHH!!! ¡¡¡¡PRIMOOOOOOHHHH!!!! AHHAHAHAHAHAHAHHAHA

 

¡Quería verlo! Quería verlo pero no podía moverme, solo a ráfagas conseguía ver su cara, entre lágrimas de alegría, placer, desesperación, dolor, pánico… Nuestras bocas se fundían en besos eternos y tórridos al igual que nuestros cuerpos habían pasado a ser uno, envueltos en un inquebrantable abrazo de pies y manos, mientras su cuerpo se introducía hasta el fondo del mío, alcanzando mis entrañas. Su furiosa manera de clavar su polla en mi coño me revelaba el brutal deseo que mi primo sentía por mí, casi tan grande como el que yo misma tenía por recibirle en mi interior.

 

-       AAAAAAAAHHHH… CABROOOOOONNNN NOOOOO PARAAAAAA PARAAAAAA ¡¡¡NO PUEDES PABLO!! ¡¡NOOOOOO!! ¡¡¡¡ESTO NO ESTÁ BIEN!!!!

 

Demasiado tarde. Todo llegaba demasiado tarde. Sus embestidas me alcanzaban hasta el fondo, le sentía penetrando hasta mi útero, hasta mi estómago, hasta mis pulmones, hasta mi tráquea, hasta mi boca… era como si en vez de tenerle a él dentro tuviera un puto alien en mi vagina, ¡que en cualquier momento iba a terminar por salirme por la boca! Estaba literalmente rellena de polla de Pablo.

 

-       UAAAAAHHHH AHHHHHHHHAHHAHHAHAH HIJODEPUTAAAAA ME ESTÁS RAJANDOOOOO

 

Yo chillaba como una puta, como una poseída, aferrándome a él, queriendo que entrara más y más en mi interior, no podía dejar de correrme y en cambio, él, seguía y seguía follándome como un perro, como un toro, como un caballo semental.

 

-       AAAAYYYYYYYY ¡¡¡¡NOOOOOOO!!!! ¡¡PARAAAA!! PARAAAAAA ¡¡MÁS NO PABLOOOOHHHH!! CABRÓNNNNN ¡¡PARAAAAAA!!

 

Mis absurdos y contradictorios gritos parecía que no hacían más que animarle y enardecerle a seguir dándome más y más fuerte cada vez. Mis manos presionaron aún más sus nalgas duras, apretadas y sudorosas ahora por el esfuerzo de culearme duro el coño, resbalando con mis dedos por aquella rajita apretada, tratando de tentar y violentar su entrada, devolverle siquiera un poco del placer inmenso, total, que me estaba dando.

 

-       PABLOOOOOOO ¡¡¡NO LO HAGAAAASSS!!! ¡¡NO SIGAAAAAS!! POR FAVOOOOORRRR

-       ¡HALA! Joder… ¡Joder! - ¿QUÉ? Pero… ¡pero aquella no era la voz de Pablo!

-       Joder… estáis follando… joder, joder, ¡qué puta Laura! 

 

¡Mierda!

¡Mierda!

¡MIERDAAAAAAA!

 

¡Mi puto primo Carlos!

¿Pero qué hacia allí tan pronto aquél puto gilipollas?

 

¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! Pablo seguía dándome sin parar, inasequible a lo que pudiera ocurrir a su alrededor, indiferente a nada que no fuese meter su polla en mi coño.

 

-       ¡¡DAME MÁS PRIMO!! ¡¡DAME MÁS!! ¡¡DUROOOOO!!

 

De repente yo no quería más que follar con Pablo y que me follara viva y que me hiciera orgasmar como una perra y que se corriera dentro de mí, siempre.

 

Carlos, Carlos nos miraba. Carlos estaba allí. Mirando. Contemplando mi desastre, mi caída.

 

Mi rendición.

 

Me había rendido ante su hermano Pablo.

 

¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS!

 

¡ZAS!

 

¡ZAS!