miprimita.com

Ana la insana

en Grandes Relatos

Si quieren que continúe el relato valórenlo y comenten que les pareció este tipo de relato.

La noche era agria y las nubes lloraban ponzoña. Una mujer yacía en una pequeña choza al lado de un vagabundo. Sentados en la tierra, observando al cielo de ayer caer en un mundo exhaustos de librar batallas.

-Que linda es la vida ¿no?

-No…

- ¡¿Cómo que no?!

-Pues cuando no tienes una enfermedad mental y dos cargos de asesinato, puede que sea “linda”.

- ¡Es usted una miserable entonces! Por cierto, me llamo Fermín y ya que esta tormenta va para largo… ¿Por qué no me cuenta cómo llegó aquí?; no es común ver una mujer tan bella por aquí. ¿Por qué la vida no es linda para usted?, le regalo un poco de vino que tengo en mi morral si me cuenta. - La dama de negro tomó un suspiro, arrebató el vino y con un trago de ese “diablo rojo”, envejecido por 6 años, 6 meses y 6 semanas, empezó a contar la historia más impactante que ese supuesto vagabundo ha de escuchar:

- ¿Por dónde empiezo?...

>>Me llamo Anastasia Casablanca; aunque de donde vengo me dicen “Ana la insana”, apodo que me dieron por algunas peripecias de las cuales he sido víctima. Hija de una prostituta clandestina, alcohólica y drogadicta y un exmilitar alcohólico, abusivo y psicópata. Mi memoria me llega hasta cuando tenía 6 años, cuando mi vida se resumía en ver a mi madre ser enculada por varios clientes a la vez mientras mi padre dormía en su habitación fruto de una botella de ron barata y el cansancio que obtuvo por violarme junto a mi tío Giuseppe.

-Dios mío, Ana. Eres muy hermosa… No llores…- Me decía sobándome la mejilla siempre que había una “reunión familiar”- Tu tío y yo nos haremos cargo de ti.

Mi padre me agarraba de las caderas y me rompía la ropa que cubría mi sensible piel. Mi tío me hacía abrir la boca para engullir su pene. Siempre era lo mismo: mi tío por delante, mi padre por detrás.

Él me quiso entrenar desde muy pequeña para que me convirtiera en una prostituta, como una Oiran. Decía que habría mucha clientela por mi rostro y que a muy temprana edad tenía un buen cuerpo, protagonista de sus fantasías.

- “Ojos hechos con las nubes, iguales que la luna; pero no tan blancos como tu piel suave y con algunas pecas que te hacen ver más inocente; un rostro de proporciones delicadas y pequeñas; que resaltan más tus ojos, como una gatita; pelo negro azabache y un cuerpo sinuoso.” – me decía cada vez que terminaba su “reunión familiar”, intentando calmarme, pues yo no paraba de llorar e intentar alejarme de él.

¿Te dije que mi madre era una prostituta clandestina? Pues con clandestina me refiero a que lo escondía de mi padre, el cornudo no sabía que mi madre era la prostituta predilecta de sus compañeros exmilitares. Aunque no todos eran amigos de mi padre, había uno en especial: “Leandro Monterrey”, director de la mejor escuela de mi barrio, que no es mucho decir, pues en mi barrio lo mejor después de esa escuela era “el puteadero de Margarita”, una Madame que de vez en cuando cuidaba a los hijos de los clientes, para que ellos se divirtieran con las amigas de mi madre. Aunque según mi madre, 

Margarita me cuidaba a mí y ella fue la que me enseñó a hablar. Bueno, que me desvío; mi madre consiguió meterme en la escuela Normal de Monterrey gracias a que el cliente más apasionado era el mismo director de la escuela.

No creo que falte decir mi rendimiento en esa escuela, era terrible. Les pegaba a todos los niños que me intentaban ligar y a las niñas “yupis” que me menospreciaban. La razón de que no me expulsaran: la vagina de mi madre.

Cada vez que volvía del colegio, al final del día, mi padre me esperaba con correa en mano y pantalones abajo, listo para mi dosis diaria de trauma, eso sí era un final sin retorno, no aquella mierda que leí el otro día.

Todas las noches… todas las putas noches se quedaba dormido con su polla aún dentro mío ¿Y mi madre?: Muy asustada para hacer algo. Así que dejé de ir a casa en la tarde, me escondía en la biblioteca de la escuela, más específicamente…

-En las estanterías del fondo…- interrumpió el vagabundo.

- ¿Cómo lo sabes?

-Mi abuelo era sortílego, algún gen debí heredar ¿no cree? - respondió Fermín con una sonrisa en el rostro. - como sea. Continúe, por favor.

>> Todas las tardes me quedaba en las estanterías del fondo de la biblioteca, llorando, en posición vegetal. Mientras el sol del atardecer se desangraba en el suelo de la oscura biblioteca, mi ánima maldecía a Dios por haber permitido que mi madre abriese las piernas en una noche nueve meses antes de mi nacimiento. Esperaba a que fueran las nueve y media de la noche para volver a casa, ya que a esa hora era más probable que mi padre ya se hubiese caído rendido por los efectos del alcohol. A esa hora las calles eran más peligrosa, pero mi casa más segura. Irónico ¿No crees, Fermín?

Todo eso cambió una noche, el culmen de mi puta vida llegó esa noche. La recuerdo más fría de lo que en realidad era. En una de esas noches en las que tenía que escabullirme a escondidas de los vándalos para llegar a mi casa, sentí un vértigo al ver las luces de mi casa encendidas. No era común ya que mi madre siempre las apagaba cuando mi padre se desmayaba. Confiada en que nada podía salir mal, entré a la casa, entré para encontrarme con mi padre rojo del enojo, despierto.

- ¡Hija de puta! – me gritó mi padre furibundo. - ¿¡Te crees muy lista?! ¡¿eh?! ¡Sucia zorra asquerosa!

Después de esas palabras de amor me pegó un derechazo que me hizo sangrar por la nariz y me tumbó al suelo.

- ¡Levántate zorra! - me ordenó levantándome de un brazo. - ¡¿Creíste que te saldrías con la tuya?!¡¿Creíste que podrías esconderte de mí?!

Sosteniéndome de un brazo me pegó una bofetada que me dejó bastante débil. Se bajó los pantalones y sacó su polla lista para clavármela en la boca. Mientras yo evitaba que me la metiera, buscaba a mi madre por todos lados para que me ayudara.

- ¡Por favor! - grité con los ojos llenos de lágrimas. - ¡Por fav…

- ¡Así se callan a las zorras!

Me metió la polla en la boca evitando que terminara la frase. Mi vida era una mierda absoluta, no tenía nada ni a nadie, todo ese odio acumulado me dio fuerzas para morderle el pene con la intención de arrancárselo. Él instintivamente me apartó de un empujón, lo que aproveché para correr hasta la puerta y salir. Esa noche corrí y corrí sin mirar atrás, con el uniforme de la escuela aún puesto corrí al único lugar donde me sentía segura, la biblioteca. Estuve toda la noche ahí, haciendo lo que no paraba de hacer desde el día que nací, llorar y odiar a la humanidad hasta quedar sumida en mi mundo onírico, donde todos me querían y me ayudaban, mundo de donde, a día de hoy, no quiero salir, pero tengo qué. Todas las mañanas, al despertar suplico que alguien me lleve otra vez a ese mundo, donde puedo sonreír sin necesidad de morfina. La mañana siguiente a ese suceso no era una excepción, lo anhelaba más que nunca, veía a los demás niños llegar a la escuela de la mano de sus padres, sonrientes de tener una vida llena de pan y circo. Estuve todo el día en la biblioteca.

En la tarde, un chico… no… un ángel, el amor de los amores se topó conmigo. Era un muchacho delgado, con gafas redondas arregladas con cinta adhesiva, boina gris, un poco alto y unos ojos agar que me hicieron sentir a salvo. Ahora pienso que el destino infausto hizo un acto de amor en cruzar mi camino con el de él, mi príncipe azul. ¿Crees en el destino, Fermín?

-Lo considero un enemigo, es esotérico y siempre se prosterna a los malvados. Considero enemigo todo lo impredecible.  

-No seas tan pragmático. -dijo Ana con una sonrisa.

-Me es imposible no serlo, señorita Casablanca. Al fin y al cabo, una vez fui un hombre de números y datos; no de liturgias y letanías. - dijo Fermín mientras escabullía lentamente su mano para arrebatar el vino de las garras de la señorita. - discúlpeme, pero es mi turno. Mientras tanto, sígame contando que… ¡Ey! ¡Pero si se ha acabado usted todo el vino! -eso soltó una carcajada en Ana como hace rato no lo hacía.

-Mala mía, Fermín. -dijo tapándose la boca con la mano y soltando un eructo.

-Será mejor que su historia sea más increíble que las mil y una noches, solo así le perdonaré esta traición.

-Pues agárrate de donde puedas, porque esto se pone intenso…

>>En la biblioteca acurrucada estaba yo cuando el muchacho de gafas y boina tocó mi hombro. Yo pegué un brinco y lo aparté con agresividad, poniéndome en una posición de pelea improvisada.

- ¡Aguanta! ¡No me pegues, por favor! – dijo el niño cubriéndose la cara con los libros que llevaba. En ese momento era más hostil que nunca, pero él me hizo sentir pesar.

- ¡lárgate y déjame sola! -le grité con enojo.

-Tú eres la que les da palizas a los niños ¿cierto?

-y si soy ¿Qué pasa? ¡¿me vas a inculpar con el director?!

- ¿Eso te lo hicieron los chicos de la escuela? -dijo señalando mi nariz sanguinolenta.

Bajé la cabeza avergonzada y negué recordando lo que había pasado en mi casa. Él se acercó lentamente y sacó un pequeño botiquín.

-Yo suelo sangrar mucho por la nariz cuando tengo nervios. Por eso mi madre me da esto para bajar el sangrado. Déjame ayudarte, por favor.

Lo miré con recelo, pero al final cedí y dejé que se acercara. Del botiquín sacó una venda y la pego con una cinta en la herida que tenía en mi nariz. Luego me puso un algodón dentro de las fosas nasales y me ordenó que me sentara inclinada y recta e hiciera presión con dedo índice y pulgar en el tabique.

Mi ángel de la guarda me encontró por primera vez ese día. Me salvó por primera vez. Después de ayudarme, me invitó a que leyera con él, ya que dentro de unas semanas comenzaban las semanas de parciales. Yo avergonzada y a la vez orgullosa le negué.

-Solo leo sola. -dije desviando la mirada. Él simplemente me miró con ternura y me tomó de la mano.

-Tranquila, sé tu secreto. Está bien guardado conmigo.

En ese momento me di cuenta de que él ya sabía: yo no sabía leer. Acepté resignada y lo acompañé. Fue a la sección de cuentos infantiles y cogió algunos.

-Empezaremos con estos…

Desde esa tarde, se encomendó a la tarea de enseñarme a leer. Con tan solo recordarlo, me hace llorar. Todas las tardes íbamos a la biblioteca a leer y leer. Por primera vez en mi vida, sonreí a alguien. Se llamaba Daniel, Daniel Montalvo. Me enamoré de él, me enamoré perdidamente de él. Todos los días, todo el día pensaba en él. Era el que me daba fuerzas para volver a la casa. Para soportar los abusos de mis padres y volver a la escuela, a encontrarme con él, a leer con él.

Cuando regresé a casa la misma tarde que conocí a Daniel, me encontré con mi madre llorando desconsolada. Gracias a la tarde con Daniel había olvidado lo sucedido con mi padre, así que me entró un terror inmenso el imaginar que mi padre seguía merodeando por ahí, preparado para mi llegada. Pero no fue así. Apenas mi madre me vio sus ojos dejaron de liberar lágrimas, empezaron a emanar odio. Odio hacia mí. Le pedí explicaciones, pero estaba furibunda. Me golpeó y luego cayó desconsolada al suelo, soltó un rio de lágrimas otra vez.

-Lo siento, hija. Levántate y te cuento.

Mi madre la noche anterior estaba trabajando hasta tarde, cuando volvió vio a mi padre rompiendo todo a su paso, extremadamente enojado. Ella lo intentó calmar bajándole los pantalones para chupársela. Él siempre se calmaba con una buena mamada ya sea de mi madre o mía. Cuando sacó su polla se encontró con la marca de mis dientes tras la mordida que le di. Ella empezó a gritar, reclamándole explicaciones. Él no quiso decir nada, pero mi madre insistió demasiado hasta que mi padre confesó. El problema fue que lo dijo gritando y los vecinos escucharon, confirmando el origen de los gritos de ayuda que habían escuchado todas las tardes: eran mis sollozos. Rápidamente gran parte de los vecinos se reunieron para llamar a la policía y esta se llevó preso a mi padre. Esto hizo que mi madre entrara en razón del rumbo que había tomado su vida y rompió en llanto toda la noche y todo el día.

-Si tan solo…-dijo abatida- si tan solo te hubieras dejado, él estaría aquí, no me hubiera dejado sola con estas deudas. Contigo. ¡Todo esto fue tu culpa! …No… ¿Cómo culparte a ti? -Me dijo mirándome con una tierna mirada de lástima. -tuviste que soportar todos esos maltratos y yo como una cobarde callé. 

Callé como la zorra que soy, la patética zorra que te dejó nacer para que tuvieras que soportar todo esto tú sola. Tú, tan hermosa, aguantando a tu padre y a tu tío… -dijo recordándolo con odio. Se calló unos segundos y se levantó a coger el teléfono, llamó a la policía avisando un cómplice de los abusos de mi padre. -Ese hijo de puta también las va a pagar. -dijo mirándome fijamente.

Ese día la policía fue a la residencia de Giuseppe Casablanca para arrestarlo por abuso de menores. Yo le di otra oportunidad a mi madre porque cuando ella estaba sobria o no estaba siendo empalada por exmilitares, que eran muy pocas veces, se comportaba como una buena madre.

Esos días fueron mejorando ya que me veía con Daniel todo el tiempo, compartíamos almuerzo, leíamos relatos de Conan Doyle y nos ayudábamos el uno al otro. De vez en cuando yo daba palizas a los matones que molestaban a Daniel, pero siempre me detenía ya que decía que la violencia era para “primatizantes”…