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Solo busqué complacer al hombre que me hizo feliz

en Hetero: Infidelidad

Luis y yo llevábamos casados casi diez años y nuestra vida transcurría con absoluta normalidad. Había sido mi primer y único novio, y formábamos una pareja muy normal. Compartíamos gustos, aficiones y aunque nuestras relaciones sexuales, exentas de imaginación, no eran nada del otro mundo, yo ya me había acostumbrado. No había tenido más experiencias y por tanto no echaba nada en falta. A pesar de haberlo intentado no habíamos tenido hijos, pero éramos jóvenes, 32 y 34, y no era algo que entonces nos preocupara.  Él trabajaba en las oficinas de una firma automovilística y yo, después de probar algunos empleos, había decidido preparar oposiciones a la Administración del Estado. La relación con nuestras respectivas familias era excelente y, tal vez porque mi marido es hijo único, con mis suegros manteníamos un trato mas cercano. La madre era un encanto de señora, que conmigo siempre fue muy amable, aunque le gustaba mantener las distancias. Nunca tuve queja de ella ni me molestó que se excediera en su papel de madre. Juan, mi suegro, era un hombre simpático, alegre, servicial y muy amigo de la broma. Sus comentarios, a veces un tanto subidos de tono, aunque sin malicia, incomodaban sobremanera a mi suegra, que no dejaba escapar la ocasión para recriminarle un comportamiento que, a mí, me resultaba realmente gracioso. A mi marido, muy parecido a su madre, le molestaba que, como el decía, yo le riera las gracias. Aparte de eso, no había nada que nos distanciara, pues como digo la relación era muy buena y nos visitábamos con mucha frecuencia. A veces mi suegro, que estaba jubilado, pasaba por casa al acabar su paseo matinal, yo hacia una pausa en el estudio, tomábamos café, charlábamos un rato y después cada cual a lo suyo. Otras veces era yo quien salía a comprar y pasaba a verlos. Unas veces estaban los dos y otras uno de ellos. Daba igual. Se trataba siempre de una visita de cortesía improvisada y que sabía era bien recibida estuviera quien estuviera.

En una de aquellas visitas, en las que coincidí con los dos, me comunicaron que habían recibido la invitación de boda de un sobrino de ella y que estábamos todos invitados, y me pidieron que avisara a mi marido y fuera pensando en el vestido para la ocasión porque el acontecimiento se produciría en dos semanas. Como era de esperar la mujer se ofreció a acompañarme y ayudarme en la elección, pero decliné amablemente la oferta excusándome en que iría de compras con mi marido. Como así fue. Elegí finalmente un vestido de raso beige con escote cuadrado, que dejaba la espalda al descubierto, y unos complementos que realzaran un vestido, ya de por sí, bonito. Me quedaba muy ajustado y me hacia una figura muy esbelta. El problema es que me marcaba, tanto la braguita como el tanga con el que la quise sustituir. No quedaba otra, si quería lucir en todo mi esplendor, que ir sin bragas.

La ceremonia estuvo bien, fue por la tarde, y el lugar escogido para la celebración fue un acierto. El tiempo acompañó, pues era primavera, y el ambiente entre los invitados muy agradable y divertido. Como corresponde. Tras el coctel vino la cena, y mi suegro, alegre como de costumbre, tuvo que oír los reproches de su mujer y las recomendaciones para que no siguiera bebiendo. Mi marido se pasó la cena hablando con una prima que le habían colocado al lado y a la que no veía desde hacía mucho tiempo. La pista de baile no tardó en llenarse de espontáneos tan pronto como los novios dieron sus primeros pasos a los acordes de un vals, y también la barra libre dispuesta al efecto. Mi suegro entre ellos. Por lo que respecta a mi esposo, que ni sabe ni le interesa el baile, seguía encantado con su prima recordando sus tiempos infantiles. Mi suegra desapareció y la vi al poco conversando animadamente con su hermana en una mesa bastante alejada de la nuestra.

Me acerqué a la barra y me pedí un gin tonic. Miré a mi alrededor y vi a mi suegro saltando muy animado con un grupo de jóvenes en la pista. Por un momento se cruzaron nuestras miradas. Recuerdo que nos dedicamos mutuamente una sonrisa.

No tardó en venir donde yo estaba y preguntarme que estaba tomando. Pidió para el uno de lo mismo y cuando se lo sirvieron se lo bebió de un trago y pidió otro.

-Estaba seco -me dijo-

-No me extraña -le respondí al tiempo que le hacia una señal al camarero para que me sirviera otra copa pues ya me había tomado la primera- viéndote dándolo todo

Terminó la segunda copa, y se disponía a volver a la pista a seguir contorsionándose como un chaval a pesar de sus 64 años cumplidos, cuando se atenuaron las luces y comenzó a sonar una de esas almibaradas baladas tan propias de celebraciones nupciales.

Se volvió hacia mí con cara de fastidio

-ya ves -me dijo- esos jovencitos no aguantan nada… ¿quieres que bailemos? Si esperas que mi hijo te saque a bailar vas a estar ahí plantada toda la noche.

Tenía razón, pensé, y si, me apetecía bailar. No me había yo vestido de aquella manera para andar de mesa en mesa o quedarme apoyada en la barra contemplando un espectáculo del que me gustaría participar.

-Vamos…

Nos mezclamos con la gente y allí apretados dimos nuestros primeros pasos al son de la música. Recuerdo que olía muy bien y me estrechaba contra su cuerpo si presionar. Yo le había rodeado con mis brazos sobre sus hombros y el posó las suyas en mi cintura. Notaba su respiración sobre mi cuello mientras nos movíamos en silencio. Terminó la melodía y tras ella otra. Seguimos bailando absortos hasta que noté sobre mi bajo vientre la presión de su miembro bajo el pantalón. En aquel momento casi que me sentí halagada y no hice nada, seguí bailando como si tal cosa. Juan no representaba un peligro.

Entonces estaba permitido fumar en lugares públicos. El humo y el calor contribuían a resecar las gargantas y no eran pocos los que se retiraban en busca de refrescarse, ya fuera en la barra o en el jardín contiguo.

- ¿Te apetece que tomemos algo? -me susurro al oído-

-Sí, lo necesito -respondí sincera-

Salimos de la pista y nos volvimos a tomar un par de combinados. Me preguntó si lo estaba pasando bien y le respondí que sí, que gracias a él me había librado del aburrimiento que habría supuesto quedarme sentada en cualquier mesa hablando con gente que ni conocía ni me interesaba.

-Pues volvamos- dijo tirando de mi brazo y sin que yo opusiera resistencia-

Tropecé al llegar a la pista, el alcohol al que no estaba acostumbrada fue el culpable del traspiés, pero quedó en nada, pues él me agarró con fuerza evitando que me cayera. De nuevo nos abrazamos y nos dejamos llevar por la música. Al principio no noté nada, pero avanzada la melodía de nuevo volvió a despertar su virilidad. Cerré los ojos, que sentía ligeramente pesados, y seguí bailando. Me pareció que besaba mi cuello. Fue un beso muy suave, casi un roce, pero me hizo estremecer. Cuando quise darme cuenta una de sus manos se había posado en mis nalgas y se movía lentamente de un lado a otro. Acariciando.

-Estas muy guapa Alba, muy guapa, dijo con toda normalidad

Me aparté de él y le sonreí.

-Gracias, tú también. Disculpa, pero debo ir al baño.

-Si, te acompaño porque yo también lo necesito.

Tomó mi mano y nos dirigimos a la zona de los aseos.

Tras un momento de espera pude entrar, asearme y recomponerme un poco. Estaba segura de que se había dado cuenta de que no llevaba nada bajo el vestido y fantasee con la idea de que se estuviera masturbando pensando en mí. Yo me sentía húmeda.

Me esperaba a la salida.

- ¿Quieres que salgamos a fumar y tomar algo al jardín? -preguntó-

-Si, buena idea.

Fuera había quedado una noche primaveral y la temperatura era muy agradable. Copa en mano buscamos algún banco donde sentarnos y al no hallarlo nos apoyamos en una balaustrada en semipenumbra no muy alejados de la multitud que andaba enfrascada en conversaciones de todo tipo.

Apoyadas las copas sobre la barandilla encendimos un cigarrillo y mientras conversábamos pasó su brazo por mis hombros.

-Te queda muy bien ese vestido- dijo al poco-

-Bueno…-respondí- tiene algún inconveniente

-Pues yo no se lo veo…

-Es demasiado ajustado -respondí-

-Pues yo no veo que te quede apretado….

-No, pero se marca todo….

-Bueno, todo tiene solución…-dijo poniendo una cara de pícaro inocente que yo ya conocía-

-si claro -sonreí- no se te escapa una….

Volvió a poner su mano en mi culo y apretó ligeramente.

-No te preocupes no se lo voy a decir a nadie….

Quise echarme hacia atrás para irme y solo conseguí dar un paso hacia un lado mas oscuro y alejado de miradas. Me abrazó y paso su mano por mi pecho, su virilidad estaba desatada y la sentía contra mi cuerpo. Me resistí a que besara mi boca y al apartarme me agarró una mano y la llevó a su entrepierna, donde la mantuvo con fuerza. Luego, manteniéndome cogida por la cintura hizo ademan de desabrochar la bragueta, momento en el que me pude liberar.

-No Juan, no…ya está bien…- y regresé al interior-

No recuerdo a qué hora acabó la fiesta, pero era de madrugada cuando llegamos a casa después de habernos despedido con toda cordialidad de los padres de Luis y de cuantos parientes encontramos camino del aparcamiento. El trayecto de casi una hora se me hizo cortísimo y mientras mi marido me contaba las historias que le había referido su prima, y a las que no presté atención alguna, yo no podía quitarme de la cabeza la situación que había vivido con mi suegro: el beso imperceptible, sus leves caricias y la dureza de aquel miembro que solo podía imaginar pero que me parecía sentir como palpitaba bajo mi mano. Tal era mi excitación que, al quitarme el vestido, ya en casa, la gran mancha de flujo no dejaba dudas al respecto.

A pesar de las excusas de Luis: cansancio, bebida, y sueño nada impidió que soltara la tensión acumulada. Follé por primera vez con mi marido pensando que lo hacía con su padre y, por el bien de mi pareja, me corrí enseguida. Dormí como un bebé.

Mi suegro volvió a casa tres o cuatro días más tarde, al terminar su habitual paseo. Nos dimos dos besos como era costumbre y nos sentamos a tomar café. El tema de conversación fue, como no, la boda, lo bien que había estado todo y lo bien que lo pasamos. Tras un silencio en el que ninguno dijimos nada, fue el quien inició la conversación.

-Alba: quiero pedirte disculpas por lo sucedido. Creo que bebi demasiado y no estuve muy correcto que digamos. Yo no soy así y no quisiera que mi comportamiento te haya decepcionado, pero entenderé que estés molesta conmigo. No debí hacerlo.

Mi opinión sobre él no había cambiado en absoluto. Es cierto que me había sorprendido, pero no lo es menos que sentirme deseada, y por un hombre de su edad, me había gustado. Esperé antes de responderle.

-Olvídalo Juan. Creo que los dos bebimos más de la cuenta, y bueno…ya está. Yo también tengo culpa de lo que fuera que pasara, y no quiero que hagamos de ello un drama. No hay para tanto y la opinión que yo tengo de ti no va a cambiar. Puedes estar tranquilo.

Cambiamos de tema. Hablamos de cosas que, por intrascendentes, no recuerdo y se fue.

Pasó el fin de semana, fuimos a comer a casa de mis suegros y no fue hasta el martes en que me volvió a visitar y de paso traer algunas prendas de la tintorería. Nos sentamos como siempre a tomar café, uno frente a otro en los sillones del salón.

-Quiero darte las gracias -me dijo de repente- por la comprensión que demostraste el otro día. La verdad es que me preocupaba mucho tu reacción y me temía lo peor.

Me eché a reír. Juan era un hombre muy correcto y educado y estaba segura de que sus palabras eran sinceras.

-No te rías -continuó- lo he pasado muy mal. Es verdad que bebimos mucho pero no tanto como para que no pudiera controlar mi excitación y evitar hacer que te sintieras mal. Eres una preciosidad y me dejé llevar. Desde entonces no he dejado de pensar en ti.

Ni yo en ti, dije para mis adentros, y me alegro de que no controlaras porque también yo, desde entonces, no hago más que revivir aquellos momentos y soñar, cuando estoy con mi marido, que lo hago contigo.

Podía dar por zanjada la conversación, cerrar aquel episodio para siempre y pasar el resto de mi vida fantaseando, o acabar lo que empezamos. Me decidí por lo segundo. Tras aquel largo silencio me puse en pie. El hizo lo mismo al entender que le estaba invitando a marcharse, pero sin decir nada le indiqué con una mano que permaneciera sentado. Di dos pasos hasta quedar frente a él, me bajé las bragas hasta los tobillos y me levanté la falda.

Primero puso cara de incredulidad, fija la mirada en mi entrepierna, luego se incorporó lo suficiente y agarrándome por la cintura me atrajo hasta meter su cara en mi pubis. Me acarició, apartó el vello con los dedos, separó los labios y me introdujo la lengua al tiempo que yo lubricaba sin control y comenzaba a gemir de gusto.

Era tanto el deseo que estaba sintiendo que de haberle dejado seguir no habría tardado en correrme, pero no quería hacerlo allí de píe en el salón. Me deshice de la blusa y del sujetador y empujé su cabeza hacia atrás. Se puso en pie, agarró mis pechos, chupo primero un pezón, luego el otro y, finalmente metió su lengua en mi boca que esperaba anhelante.

Le tomé la mano, dejé caer la falda y las bragas sobre la alfombra, y me lo llevé al dormitorio. La cama estaba sin hacer. Desabroché su camisa mientras el soltaba el cinturón y los botones del pantalón dejando que este se deslizara hacia abajo. Le bajé el calzoncillo hasta las rodillas liberando la polla erecta que se me ofrecía palpitante y amoratada. No era un miembro enorme, pero sí de considerable grosor y estaba muy caliente. Me arrodillé frente a él. Le acaricié los testículos que colgaban arrugados y peludos, y agarré la verga. Primero besé el glande, luego deslicé la lengua a todo lo largo y a continuación me la introduje del todo chupando con delicadeza y deleite, despacio. Dentro fuera, dentro fuera, mientras el mantenía sus manos sobre mi cabeza acompañando mis idas y venidas, y suspiraba, disfrutando de estar follando la boca de su nuera.

Yo estaba muy concentrada paladeando aquella suave tranca, pero enseguida me di cuenta de que si se corría era posible que, dada su edad, ya no pudiera recuperar hasta horas más tarde, así que me puse en pie, le bese la boca con ansia e hice que se tumbara. Me puse a horcajadas sobre él, me incliné y le besé los pezones erectos, luego se los pellizqué hasta hacer que se dibujara un gesto de dolor en su cara y solté. Volví a besar su boca mientras el maniobraba para meter su polla en mi coño inundado. No fue nada difícil. A pesar de que se trataba de un miembro de considerable grosor, se deslizó dentro de mi sin dificultad y quedamos enseguida perfectamente acoplados. De nuevo le besé la boca. Le sonreí complacida.,

-Soy tuya Juan -dije conteniendo la respiración- y quiero hacerte feliz…

Una mueca de aprobación fue su respuesta. Sus manos agarraban mis tetas ya incorporada, y sus dedos pellizcaban con fuerza mis pezones haciendo que me mordiera los labios para evitar chillar de dolor. Empujó desde abajo y yo le seguí el movimiento echando la cabeza hacia atrás y apoyando mis manos sobre sus rodillas. Había dejado de presionar mis pezones, pero yo los sentía palpitar doloridos. Colocó sus manos en mis nalgas, acompañando con ellas mi cabalgada que iba aumentando en intensidad. Su frente estaba perlada de sudor, y contenía la respiración mientras yo continuaba saltando sobre él, sintiéndolo en mi interior y disfrutando como nunca había imaginado.

-Túmbate y deja que me ponga encima -dijo, de forma entrecortada, y al tiempo que me empujaba hacia un lado-

Hice lo que me pedía, me recosté a su lado doblé las rodillas y separé las piernas. Enseguida se colocó encima, besó mi boca, chupó y mordió mis endurecidos pezones y, despacio, volvió metérmela sin ninguna dificultad, haciendo que soltara una exhalación.

Me miró lleno de deseo y me besó con ternura. Estaba muy quieto sobre mí, y yo, sintiéndolo dentro, notaba como mi excitación aumentaba. Le aprisioné con mis pernas y levanté el culo ligeramente hasta que sus testículos golpearon mis labios mayores.

-Vamos amor, -susurré- hazme lo que deseas

- ¿Eres feliz preciosa?

-Mucho …

Empezó a embestirme muy despacio al principio y poco a poco fue aumentado el ritmo. Lo estaba haciendo muy bien. A cada acometida aumentaba mi placer, y a juzgar por su cara congestionada el no se quedaba atrás. No íbamos a tardar en corrernos. Yo gemía y el soplaba agotando sus fuerzas.

Se dejó ir cuando no pudo mas inundando con su leche mi coño caliente suspirando de placer y ofreciéndome una visión que provocó que yo también me corriera casi al mismo tiempo que él.

Quedó de nuevo quieto sobre mí, besándome, lamiendo mi cuello. Solté las piernas que le aferraban a mi y las extendí a lo largo de la cama. Su miembro se había desinflado casi de inmediato y ya se deslizaba hacia afuera. Le mantuve abrazado, chupando su lengua y sintiéndome satisfecha.

-Ha sido increíble -dije con la respiración aun entrecortada-

-Tu lo has hecho posible -respondió besándome de nuevo y echándose hacia un lado-

Minutos mas tarde nos dimos una ducha rápida y le despedí, desnuda, con un apasionado beso tras la puerta de casa.

-Recuerda que eres mía -dijo poniendo esa cara pícara que a mí me encantaba-

-Si, lo soy -respondí- no lo olvidaré. Descuida.

Desde entonces mi vida sexual cambió radicalmente. Los encuentros con mi esposo se fueron espaciando cosa que, a él, lejos de extrañarle creo que le satisfizo. Una vez por semana y con la misma falta de imaginación habitual.

Por el contrario, con mi suegro vivimos unos meses en los que la pasión estuvo desatada. Se volvía loco cuando se la chupaba hasta hacer que se corriera en mi boca y me ocurría lo mismo cuando me correspondía con su lengua en mi coño. Lo hicimos en todas las posiciones y en todas las estancias de la casa, sin tabúes ni limites al placer mutuo.

- ¿Has follado por el culo? -me preguntó un día mientras después de haber hecho un cunnilingus en el sofá, tomábamos café-  

-No -respondí - ¿tu sí?

- ¿Con quién, con tu suegra?  -río- no, ni pensarlo... ¿te gustaría?

-Me gustará todo lo que a ti te guste -dije- pero cuando lo hagamos quiero que filmes tu polla penetrándome para que luego pueda verlo….

-Haremos lo que tu quieras, bonita, si vas a darme lo que no le has dado a nadie no te voy a negar lo que pides. Ni eso ni nada de lo que me pidas.

Pase varios días esperando impaciente. Me excitaba solo de pensar en aquel momento que se demoraba por unos repentinos achaques de mi suegra que impidieron que nos viéramos como deseábamos. Es verdad que yo pasé por su casa a interesarme por el estado de la mujer, que debía guardar cama, y que tuviéramos ocasión de follar discretamente con la excusa de hacer algo lejos del dormitorio. Pero no era lo mismo. Contribuía a mantener viva la pasión. Solo eso.

Había leído que el sexo anal no era algo satisfactorio al principio, dada la estrechez del ano, y que convenía ensancharlo y lubricarlo bien, antes de la práctica. Fue por eso que aprovechaba momentos de intimidad para introducirme los dedos, primero, y alguna otra cosa como el mango del cepillo del pelo, después. Realmente deseaba ser penetrada y hacerle feliz, sabía que a el le hacía mucha ilusión pues, al igual que yo, el sexo que tenía en casa no le resultaba satisfactorio en absoluto. Nos avisó de la recuperación de su esposa una tarde y supe enseguida que nos encontraríamos a la mañana siguiente. Así fue.

Me sentía tan excitada que aquella noche me masturbé imaginando lo que estaba por llegar, como sería, que sentiría.

Llegó mas pronto de lo habitual. Estaba claro que tenía tantas ganas como yo. Fuimos a la cama y nos dejamos llevar nos besamos y acariciamos encendidos. Se la chupé hasta que me pidió que parase y luego el hundió su cara en mi entrepierna hasta que yo no quise esperar más. La cámara estaba lista y grabando.

Me coloqué en posición y separé las nalgas cuanto pude. Primero con mi propio flujo y después con ayuda de un lubricante empezó a masajear mi ano y fu introduciendo despacio un dedo primero y luego otro haciéndome sentir una extraña pero placentera sensación. Siempre sin dejar de preguntar si me sentía bien. A lo cual siempre le respondí afirmativamente.

-Métemela -pedi impaciente- Por favor… quiero sentirte…

Noté como el capullo se apretaba contra mi culo y como el, agarrado a mis caderas, empujaba. Era una polla gorda, tal vez demasiado, y aquellos intentos desesperados empezaron a producirme dolor.

-Me haces daño -me quejé cuando ya vi que no iba a ser posible-

-Lo siento. -respondió- el paso es muy estrecho y para mí también es molesto… ¿quieres que lo dejemos por hoy?

Lo dejamos, y follamos con ganas después de días sin haberlo hecho, y muy excitados con las escenas del intento fallido.

Volvimos a probar más tarde en un par de ocasiones y acabamos desistiendo. No nos sentimos frustrados por ello. Lo habíamos intentado al menos.

Cuando nuestra apasionada aventura ya hacía meses que duraba, me quedé embarazada y nueve meses mas tarde di a luz a una preciosa niña que era clavada a su padre. Mi suegro. Aunque para todos era igual a Luis. Mi esposo. Follar durante el embarazo, casi hasta el final, fue también una experiencia inolvidable. Durante ese tiempo, además de las debidas atenciones por parte de mi amante, disfruté de un placer intenso.

Lo dejamos poco después de que naciera la niña y cuando ya la pasión se desvanecía. Han pasado 30 años de aquello. Juan murió a los 80 y yo no volví a ser infiel, si es que alguna vez lo fui. Mi matrimonio sigue sumido en la rutina y yo me masturbo de vez en cuando reviviendo aquel tiempo tan dichoso.